viernes, julio 20, 2012

En Toribío, sus habitantes piden que el Ejército se quede






 Moradores del casco urbano rechazan que la guardia indígena haya desplazado con violencia a los soldados del Cerro Berlín. Exigen que solucionen el conflicto hablando. “Sin la Fuerza Pública este pueblo habría desaparecido”, dicen. Reporte sobre gente que se acostumbró a vivir en guerra.


Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos Ernesto Guzmán Jr.
EL PAÍS


Toribío es un embudo. Esta, la plaza de mercado, es su diminuto centro. A los alrededores hay montañas gigantes verde oscuro. Al frente está el Cerro Berlín. Se está quemando. Es mediodía y se está quemando.

Allá arriba hay caos. Gases que ahogan, queman la cara, arden los ojos, ahogan la nariz y la garganta, gente que corre con desespero montaña abajo para esquivarlos: indígenas, periodistas, defensores de derechos humanos. En lo más alto, miembros del escuadrón antimotines de la policía gritan, amenazan: no suban más o los ‘gaseamos’. La Fuerza Pública se enfrenta con la Guardia Indígena. Buscan recuperar el control de ese territorio que los nativos dominaban hace apenas una noche. Un caballo se desespera, relincha, patea, asusta.

Acá abajo hay tensión pero la vida sigue. La heladería y cafetería Babelilla tiene sus puertas abiertas, lo mismo que el Estadero Punto Sabroso, el almacén Agrotoribío. Los restaurantes alistan pollo para el almuerzo. El pueblo está lleno de periodistas hambrientos que bajan de ese cerro ardiente después de tres horas de caminata.

La vida sigue. Cientos de moradores de Toribío no han subido al Berlín como sí lo han hecho indígenas de Caloto, de Miranda, de Tacueyó, de veredas cercanas. No apoyar a la Guardia Indígena esta vez evidencia el estado de ánimo de quienes viven en uno de los municipios más hostigados por la guerrilla de las Farc en toda la historia. En Toribío muchos no están de acuerdo con que la Guardia haya sacado a empujones a los soldados del cerro Berlín. Tampoco quieren que se vaya el Ejército.

Edinson Salazar, por ejemplo, conversa en el parque del pueblo y dice que aunque es indígena, no puede estar de acuerdo con la violencia de la Guardia. Responder de tal manera es tirarle gasolina al fuego, agravar el conflicto. Aquí, dice, necesitamos dialogar. Que se haga una consulta con la comunidad para que responda si quiere o no a la Fuerza Pública en el municipio y por qué. Pero aquí nos fuimos directo a pelear sin antes haber hablado y eso no se entiende.

William Vitonás atiende su negocio de artesanías y juguetes. William dice que a nadie se le puede olvidar que Toribío es Colombia, territorio nacional. El Ejército, entonces, debe permanecer. Es su obligación. A la Guardia se le fue la mano. Así no se trata a los soldados. Ellos son los que no han dejado que el pueblo se acabe. Si los soldados no estuvieran, Toribío no existiría. Que sigan.

Liliana Cecue vende botellas de agua en una miscelánea y piensa igual. Los habitantes de Toribío estamos de acuerdo con la Guardia Indígena en el sentido de no querer más hostigamientos por parte de la guerrilla, pero se sobrepasaron con el Ejército. Los soldados son humanos, no se les puede tratar así. Y es que ellos no tienen la culpa de nada de lo que pasa en el Cauca. Los soldados, como lo somos todos, son empleados. Obedecen órdenes y la órden de permanecer en el Cerro Berlín la dio el Presidente. ¿Qué hacen, entonces?

Además, sigue Liliana, Toribío sin militares sería territorio de la guerrilla. Acá ya se ha visto: cuando tumbaron la estación de policía, el pueblo se quedó sin la Fuerza Pública y las Farc cogió al municipio de andadero, pa arriba y pa abajo. Llegaban a lo hora que querían y a todo el que empezó a trabajar le cobraban impuestos. Ellos querían mandar a todo el mundo y esto tampoco debe ser así.

Braulio Edinson Mendoza vende tenis a la vuelta del bunker de la policía y en cambio él sí está de acuerdo con que se vaya el Ejército. Nadie se atreve a contradecirle su argumentación:

Las Farc, claro, son las responsables de las desgracias, de los hostigamientos en Toribío. Pero si no hubiera estación de policía, los guerrilleros no tendrían excusa de atacar con tatucos, bombas. Uno de esos cilindros bomba cayó aquí, en esta casa, en 2005. Si la estación no estuviera en el pueblo eso no hubiera pasado. ¿Cómo no querer lejos a soldados y policías? Me salvé de milagro. Además, mi viejo, todos los gobiernos han metido miles y miles de militares al Cauca. Fíjese que Uribe hablaba hasta de mano dura. ¿Y qué ha pasado? Aquí nos siguen atacando. Nadie les garantiza a los habitantes de esta población su seguridad. Esto se arregla con inversión social, mi viejo, pero el Estado nos ha dejado solos.


Ahora suenan ambulancias, pitos, una explosión que pareciera la de un tatuco estallado en una montaña. Toribío sigue en conflicto. Los periodistas se asustan, saltan de sus asientos, se tensan. La comunidad no. Una explosión aquí es tan común como el sonido de una licuadora. En diez años se cuentan 500 ataques de las Farc. En Toribío están resignados, se acostumbraron a vivir en guerra. Son las 6:00 de la tarde.

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