jueves, diciembre 10, 2009

Las lecciones de Feliciano


El periodista puertorriqueño Héctor Feliciano, autor del libro ‘El museo desaparecido’, en el que da cuenta de las obras de arte robadas en Francia por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, estuvo en Cali como maestro en un taller de reportería en periodismo cultural. GACETA habló con él sobre la historia de su libro, el deber ser del periodismo y claro, de lo que habla y escribe en todo el mundo: la cultura.


Por Santiago Cruz Hoyos
Periodista de GACETA

I: El oficio de escuchar
- ¿Y entonces cuál, en su opinión, sería el decálogo de un periodista cultural, el deber ser?

- No, yo no hablaría de decálogo, eso es mucho. Lo que sí tengo es una regla que debe seguir todo periodista: saber escuchar. Eso es importantísimo. El escuchar es no llegar con lo que vas a decir en la mente, sino que tienes que estar atento a lo que te están diciendo. Escuchar cuando un bailarín o un artista te dice, por ejemplo, cómo es su estética, para tú poder transmitirla con claridad a los lectores. Escuchar es ver los detalles, retratar a la otra persona en la mente, estar abierto al ambiente. Y escuchar es también modestia, que, ¡uh!, eso es maravilloso. En la modestia también está el saber escuchar, no creerse la última Coca - Cola en el desierto. Escuchar, escuchar, escuchar. Eso en sí es casi un oficio. Y si yo no hubiera escuchado a este señor sobre las obras de arte robadas en Francia por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y que estaban desaparecidas, no me hubiera metido en la investigación del libro.

Héctor Feliciano, puertorriqueño, periodista, maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y columnista de los periódicos El Clarín de Argentina, El País de España y la revista Etiqueta Negra del Perú se refiere al día en que una pregunta desprevenida le cambió la vida, una pregunta que hasta lo llevó a renunciar a su trabajo como reportero del Washington Post en Francia para dedicarse a escribir un libro. "¿Usted sabe que hay muchas obras de arte robadas por los nazis que están desaparecidas?", le comentaron.

La pregunta se la hizo un curador y galerista francés en medio de una charla informal. Héctor Feliciano hacía periodismo cultural para el Post. Y había ido donde el galerista para hacer una entrevista sobre un tema cualquiera. Cuando la grabadora ya estaba apagada y la conversación más cercana, el galerista, quien siempre pidió que se le reservara su nombre, le lanzó el dato del robo nazi.

-"Eso a mi me intrigó y entonces empezamos a hablar sobre el tema. Y yo no publiqué nada en el periódico porque tuve una especie de reflejo, de intuición. Me dije que era un tema tan fabuloso, que daba para un libro. Entonces fui a buscar dos cosas: las fuentes vivas y las fuentes muertas, como yo las llamo. Las fuentes vivas eran las personas que vivieron en la época o que sabían de la época o que habían sido coleccionistas o galeristas durante la guerra. Y las fuentes muertas, que son los documentos, tuve que buscarlas en los archivos nacionales franceses".

Y allí una archivista le dijo que todo estaba clasificado pero que no podría tener acceso a esos documentos jamás. Y eso a un periodista no se le puede decir. Es como si a un tiburón le echaran una gotita de sangre en el agua… igual.

-"¿Que no voy a tener acceso? ¡Que sí!, me dije".

Y lo tuvo. Fue gracias a una especie de topo, "un señor que trabajaba muy adentro del Ministerio de Cultura en Francia". Fue el topo el que le confirmó que lo del robo de las obras de arte por parte de los nazis era cierto. Y cada semana le enviaba documentos. Además, Feliciano encontró datos sobre el tema en Suiza, en Alemania, en Inglaterra, en España y en Estados Unidos, un material enorme.

-"El libro se me convirtió en un acceso de locura productiva. Estuve ocho años trabajando en el tema y dejé mi trabajo en el periódico sólo para dedicarme a él".

II: Construir bien el edificio

‘El museo desaparecido’, como tituló el libro, es una obra que narra cómo, entre 1939 y 1944 durante la ocupación nazi en Francia, los alemanes se robaron más de cien mil obras de arte. Gran parte de las pinturas pertenecían a las familias Rosenberg, Berheim-Jeune, Rothschild, David-Weill y Schloss.

Los cuadros eran, son, verdaderos tesoros del arte. Los nazis se apoderaron de pinturas de Rembrandt, de Picasso, de Monet, de Van Gogh, de Cézanne. Las obras tenían un solo fin: satisfacer la pasión de Adolf Hitler por el arte. Por cierto, una de sus grandes frustraciones en la vida fue no poder ser nunca artista. Hitler no tenía talento. Sin embargo, tenía entre sus objetivos construir un gran museo en Linz, Austria. Anhelaba tener en su poder la colección de arte más grande del mundo. Para su cometido contó con un hombre cercano y gran conocedor de pintura: su lugarteniente Hermann Goering.

Héctor Feliciano descubrió en la investigación que muchas, miles de las obras robadas por los nazis, estaban en poder de museos, de galerías y en colecciones privadas e individuales. Gracias a la publicación del libro, muchas de esas obras fueron devueltas a sus dueños legítimos. Pero también aparecieron las presiones. Una familia de apellido Wildenstein, que era mencionado en el libro como colaborador de los nazis, lo demandó por un millón de dólares. El supuesto delito: difamación. El edificio, el libro de Feliciano, era atacado para derribarlo a como diera lugar.

-"Él me demandó en Francia. En primera instancia gané. Luego él apeló y también gané y finalmente pasamos a la Corte Suprema y también gané. Pero ese proceso me tomó cinco años y 200 mil dólares que nadie me pagó. Estas son cosas que son muy duras. Después que uno le ha dedicado ocho años a una investigación, que llegue alguien y te demande es difícil. Incluso, puedes ser culpable hasta por un simple tecnicismo. Y de pronto, todo el edificio se cae, se desmorona. Por eso siempre planteo que hay que estar preparados, que no es otra cosa que tener certeza de que todo lo que se escriba se pueda probar. Yo tenía los documentos".


Feliciano presentó el proyecto del libro a unas 15 editoriales norteamericanas. En todas le dijeron que no les interesaba el tema. Entonces, lo escribió en francés y al final lo publicó en ese país, Francia. Cuando estuvo en las librerías, y cuando aparecieron lectores, fue que miles de esas obras hurtadas por los nazis fueron devueltas a sus dueños.

-"A nivel profesional fue muy lindo, sobre todo para uno como periodista que cree en el poder de la palabra. Que un libro tenga esta influencia da muchísimo gusto. ¿Consagración? No. Consagración es la de Napoleón. Es una satisfacción profesional, nada más".

III: Ramificaciones de la cultura

Ahora cambiamos de frente en la conversación y en la historia. Héctor Feliciano, como periodista cultural que es y que seguirá siendo hasta que la muerta diga otra cosa, ha atravesado el continente hablando de la cultura y la importancia que tiene para las sociedades, para los medios.
Ha dicho, por ejemplo, que "existe en nuestros países la necesidad de crear funcionarios culturales de carrera". Lo dijo en un taller que dio en mayo del 2005 en Caracas, Venezuela, y sus palabras las relató el periodista Lorenzo Morales R.

En el mismo taller dijo: "La ausencia de una tradición de gestores culturales y de estructuras consolidadas hace de la cultura un tema vulnerable"; "La mejor manera de ayudar y empujar el ámbito cultural es criticando"; "Muchas veces los reporteros culturales se quedan siempre con las mismas fuentes y escriben sobre lo mismo. Diversificar el espectro da mayor credibilidad al periodista y en últimas al medio"…

Y de eso, de cultura y periodismo también habló en el taller que dio en Cali y en esta charla desprevenida. Retomamos.

-¿Usted cómo define el término ‘cultura’ en el contexto del periodismo?

- "La definición de cultura es amplia. Primero, durante años, y aún hoy se ve, la prensa relaciona a la cultura con temas suaves, estilo ‘Hogar’ o la sección de viajes. Y de cierto modo a mí me gustó probar con ‘El museo desaparecido’ que no, que la cultura tiene ramificaciones sociales, económicas y políticas importantísimas. Por eso lo que sí me molesta mucho es ver cómo la farándula va carcomiendo a la cultura. Yo creo que hay que distinguir ambos términos. Cultura y farándula no funcionan bajo los mismos parámetros. Lo que hace Shakira y lo que hace el Gabo, por ejemplo, no funcionan bajo los mismos criterios".

-¿En qué sentido lo dice?

-"Una analogía al respecto se puede encontrar en la historia del arte. No se puede medir el renacimiento o el renacentismo con los mismos criterios que se mide al arte moderno o contemporáneo. Y el problema de la farándula es que prácticamente siempre, sin falla, está dictada por necesidades comerciales. Es decir, si uno no ha visto u oído nada de Brad Pitt en los últimos seis meses y de pronto empieza a verse o a sonar, uno sabe que la película viene. O si no has oído de Jennifer López en radio y de pronto te empiezan a hablar de algo que hizo, que se le vio afeitándose las piernas, por ejemplo, tú dices: aquí viene película. Y eso para mí desvirtúa a la farándula. Se publican muchas veces noticias inventadas, escándalos armados. Y aunque no sean armados, son escándalos que no tienen importancia".

-Pero usted plantea que debe haber un equilibrio en los periódicos. ¿En ese equilibrio tendría también que aparecer la farándula?

-"¡Yo creo que el equilibrio debe estar más a favor de la cultura que de la farándula! Yo creo que el periodismo cultural es un tema interesantísimo, muy adentrado en la sociedad, y uno lo ve. La cultura es importante. La cultura interesa, sobre todo en una sociedad como la de Colombia, donde la cultura está en el centro de la vida de la gente".

IV: La crítica

Héctor Feliciano considera que existen dos tipos de crítica. El primero, la crítica como oficio, el crítico cultural. El segundo: la facultad crítica, la mente crítica. Es un asunto que, llámese periodista o transeúnte desprevenido, se debe llevar en la vida. Y el periodismo tiene ahí una tarea por hacer.

-"Hay que desarrollar las facultades críticas. Hay que saber, por ejemplo, de dónde vienen las noticias, para que no se nos manipule. También hay que preguntar cada vez más y más, analizar lo que tienes al frente, incluso en el momento en el que estás haciendo reportería. Hay una cita de Carlos Fuentes que dice: "en Occidente no tenemos unas facultades críticas sobre lo visual, iguales a las que tenemos sobre lo escrito".


Es decir, vemos TV y cine y lo hacemos pasivamente. Vemos una pintura y lo hacemos pasivamente y muchas veces sin entender. Y eso me parece que son elementos que deben tener tanto los periodistas culturales como los lectores y la gente que participa en la cultura, que la ve como audiencia, como público".

Por eso, para generar opinión pública crítica, con todos los elementos sobre el tapete para generar un juicio determinado y lo más objetivo posible, el periodista, dice Feliciano, debe tratar de buscar la forma de ser independiente, autónomo. Es que el periodista debe invertir la corriente de lo que se dice, de lo que está a simple vista. Hay que buscar el detalle que grita, lo que está tapado, oculto.

-"Porque sin crítica independiente, sin comentario independiente, sin reportería independiente, el lector se da cuenta de que los dados están cargados...", dice.

El lector se da cuenta de que el periodista, si no es crítico, es un simple amanuense que reproduce comunicados de prensa y es dominado a su antojo por los intereses de los funcionarios, de los políticos, de los jefes, de todo el mundo. Dados cargados… temas y hechos ocultos que pisan callos y que a muchos no les conviene que sean revelados.

En cambio, cuando se es autónomo, crítico, se descubren los intereses creados que existen en la cultura. Es ahí cuando se entra a investigar esos temas que están olvidados y que en el fondo tienen gruesos y poderosos intereses. Para no ir más lejos, ‘El museo desaparecido’.

-"Yo creo que hay temas internacionales como el de Patrimonio Nacional, y creo que ese tema se olvida muchas veces y no se le da mucha importancia al asunto. Por ejemplo, hablo de arte precolombino o colonial, que no se le da mucha importancia en los medios. En el arte precolombino hay todo un negocio donde roban y sacan piezas para Estados Unidos y para Europa. Ese es un tema importantísimo, de carácter internacional que atañe a Colombia, a México, a Brasil, a Perú. Cuando hay intereses creados, te das cuenta lo importante que es la cultura. Y es importante romper y descubrir esos intereses creados", anota Feliciano.

Entonces insiste en que los periodistas culturales y los lectores deben ser fiscalizadores. Fiscalizadores de las instituciones, de los funcionarios, de los ministerios.

-"Yo pienso que los ministerios de cultura sirven mientras funcionen, sirven mientras sirvan. Aunque centralizan la cultura, por centralizarla, la dan a conocer la cultura en todo un país. También mantienen viva la cultura porque dan recursos, dinero. Lo que pasa es que nuestros ministerios de cultura están cansados. Llevan ya años y décadas trabajando. Y muchas veces la gente no percibe para qué sirven y por eso es que tienen que renovarse. Pero al Ministerio de Cultura de Colombia le está yendo bien. Le está dando una importancia enorme a la cultura afro en el país".

V: El equilibrio

Si Héctor Feliciano fuera director de una revista cultural, esa revista no saldría con periodicidad. Saldría un número un mes y cuando haya algo interesante qué decir, saldría el siguiente. Una crónica semanal, una denuncia semanal, un reportaje semanal, es una cosa de locos. ¿Cómo lograrlo?

"Yo creo, en ese caso hipotético de que fuera yo el director, que sería una revista equilibrada. No todo puede ser investigación, denuncia. Debe haber crónicas, entrevistas, perfiles, reseñas. Pero yo ya fui editor una vez en Europa (editor del World Media Network) y no, yo ya di lo que iba a dar. A mí me gusta más escribir, investigar, ser periodista de calle. Ahora estoy preparando un libro con el Gabo sobre textos y reflexiones de periodismo. Son textos del Gabo, comentarios de otros escritores sobre el Gabo. Sale en 2010".

Héctor Feliciano está encargado de las publicaciones de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y se dedica, pausado, a escribir libros, a publicar cuando tiene algo  que contar, que decir, que denunciar. Esa es otra de sus lecciones. Hay que aparecer, publicar, cuando verdaderamente se tenga algo interesante. Antes no. ¿Para qué perder el tiempo? Lecciones de Feliciano.

lunes, noviembre 09, 2009

El escudero de Marlon Brando


Evaristo Márquez es el único actor colombiano que actuó junto al gran Marlon Brando. Eso fue en 1969, en la película 'La quemada’ . Gaceta lo encontró en su pueblo, San Basilio de Palenque. Historia.


Por Santiago Cruz Hoyos

Fotos María Cristina López


I


De pronto, Evaristo Márquez guardó silencio en medio de la entrevista y desvió su mirada a la derecha. Se le vio, recuerdo muy bien, una mirada de águila, de cazador. Cuando observé el motivo de su distracción, vi a una mujer blanca, con un short, caminando por las calles empedradas y polvorientas de San Basilio de Palenque, frente a su casa.


El andar de la muchacha era seguido por los ojos pícaros de Evaristo, que la detallaba como un tigre que no pierde de vista a su presa. Cuando la mujer se pierde de sus ojos, sólo en ese momento, vuelve a mirarme y sigue contando su historia. Antes me aclara que la muchacha que acaba de pasar es de Bogotá. Le ha seguido la pista.


Durante mis encuentros con él, comprobaré que Evaristo Márquez, el único actor colombiano que se ha dado el gustazo de protagonizar una película junto a Marlon Brando, fue un Don Juan consagrado, un conquistador de mujeres infalible. Hoy, a sus 70 años, sin embargo, es inofensivo. Galantea, mira, lanza uno que otro piropo con respeto, le toma la mano a las muchachas que vienen a conocerlo, posa teatralmente como todo actor para las fotos que le toman, pero nada más. Eso sí, de su manual de conquistador no se le olvida ni una coma.


- Yo ya estoy retirado de esas lides. Además, para conquistar a una mujer hay que tener plata, porque a la mujer le gusta, y yo ya no tengo. Claro que hay momentos en que uno está en racha y no necesita ni plata. También, muchacho, hay que saber decir palabras bonitas.


Sí, un repertorio bastante amplio. Es la única manera, supongo, de poder tener al mismo tiempo cuatro mujeres, como le ocurrió una vez en Cartagena. Eso fue a finales de los 60, cuando era escurridizo y famoso, y salía en el afiche promocional de la película ‘La quemada’, junto a Marlon Brando. En San Basilio de Palenque, para dar más señas de su fama de galán de cine, sus dos mujeres, Minerva San Martín y Bertulia Salinas, con quienes tuvo 15 hijos, vivieron en una época en la misma cuadra.


- La única prueba de un hombre, con una mujer, es si la deja con hijos, embarazada. Si no tienes hijos con la mujer con la que estés, no quedará ninguna prueba de que pasó por tu vida, y hasta te puede negar, me dice con tono de consejo a seguir.


No es extraño entonces que Evaristo Márquez se defina a sí mismo como un pájaro carpintero: “Pico aquí y pico allá”. El viejo, que es un viejo zorro, se ríe enseguida.


II


Este hombre fue famoso. Ahí donde lo ven, protegiéndose del sol sentado bajo un árbol de 'matarratón', actuó en cinco películas y algunos comerciales de televisión. El filme en el que debutó, por el que es recordado en San Basilio de Palenque, su pueblo, ubicado a 45 minutos de Cartagena, es ‘La quemada’, una película que se estrenó en Colombia un primero de enero de 1969 y en la que, repito, fue coprotagonista junto a Marlon Brando, el mítico actor estadounidense que ganó dos premios Oscar y que murió el 1 de julio de 2004, en Los Ángeles.


Evaristo encarnó el papel de José Dolores, un hombre que es influenciado por William Walker (Brando), un agente encubierto del Gobierno Británico que llega a la isla Quemada, en el Caribe, con la misión de organizar una revolución para debilitar el poder del gobierno portugués y apoderarse de la producción de la caña de azúcar. Walker, para lograr su objetivo, empieza a preparar a José Dolores como líder revolucionario y le inculca la necesidad de derrocar al gobierno portugués por medio de las armas. Al final José es capturado. Hay batallas por doquier, escenas de guerra, plantaciones de caña incendiadas, negros que caen por las balas de los soldados portugueses.


La película, filmada en Colombia, Marruecos, Francia e Italia, dura 132 minutos y fue dirigida por el italiano Gillo Pontecorvo, famoso por su película ‘La batalla de Argel’ que ganó el León de Oro a mejor película en el Festival de Cine de Venecia de 1966. Pontecorvo fue el hombre que convirtió a un arriero de San Basilio de Palenque en actor de cine. ¿Cómo fue eso Evaristo, llegar a actuar junto a Marlon Brando?


La historia la ha contado a periodistas y turistas que llegan al pueblo sólo con la idea de conocerlo. A cambio, insinúa, sólo insinúa, pide que le regalen cigarrillos, o diez mil pesos, o lo que le quieran dar. “Yo no cobro por las entrevistas”, dice. Pero lanza sus peticiones a ver qué resulta.


Y la historia que relata es, literalmente, de película. Pontecorvo andaba buscando por Cartagena un negro bien parecido, fornido, con madera para la actuación, para que hiciera el papel de José Dolores. Pero el director tuvo mala suerte y no encontró a su personaje en la ciudad. Tampoco tuvo suerte Salvo Basile, su asistente, a quien le había encomendado que contratara para protagonizar ese personaje a Sidney Poitier, el primer actor afro en ganar el Óscar, en 1963, por su actuación en 'Los lirios del valle'.


Un día, por casualidad, mientras Pontecorvo iba a San Basilio de Palenque, vio en la carretera a Evaristo, un negro joven con clase y de músculos marcados, que iba sobre una yegua arreando ganado. A Pontecorvo, otro viejo zorro, se le apareció la virgen. Era el hombre que quería para su película. De inmediato el carro en el que iba frenó. Alguien, Evaristo no se acuerda quién, le hizo señas para que también se detuviera. “Y me dijeron: el director se enamoró de usted para que haga un trabajo en una película. Yo les dije que estaba ocupado, que me esperaran media hora en el puente hasta que terminara de llevar el ganado. Cuando llegué al puente, rato después, me dicen: párese allá, de frente, y cuando yo le diga acción, se viene caminando con la yegua. Acción, y me fui. Acción... y me fui, así. Me tomaron fotografías, después. Alguien me hizo bajar de la montura. Póngase allá, camine para allá, me dicen y me tomaron otras fotos, como diez. Está bueno señor, dijo el del casting”.


Quizá el que le dijo eso a Pontecorvo fue Marcello Gatti, el fotógrafo de la película. O Alberto Grimaldi, el productor. O tal vez Franco Solinas o Giorgio Arlorio, los guionistas. Evaristo no se acuerda. El caso es que lo aceptaron, era José Dolores.


Pontecorvo le dijo en italiano: “Renuncie a sus otros trabajos para que firme un contrato con nosotros. Usted va a ser el segundo actor de ‘La Quemada’”.


- Pero yo no he trabajado nunca en esa vaina.


- Tranquillo, nosotros le enseñamos.


La conversación, recuerda Evaristo, se la tradujo un tipo llamado Martín, el conductor de Pontecorvo. Y aceptó. Miedo no le dio porque, dice, un hombre que camina por la vida montado en un mulo no tiene porqué tenerle miedo a nada, menos a una cámara.


Quizá eso explique la razón para que Evaristo no se haya amedrentado ni siquiera con los libretos. Es que no sabía leer ni escribir.


Gustavo Tatis Guerra, periodista de El Universal de Cartagena, escribió que “Pontecorvo contaría que, para su sorpresa, Evaristo se llevaba el libreto de cada día de filmación y lo reinventaba al día siguiente a su manera”. Así superaba su analfabetismo.


Un 11 de noviembre, Día de la Independencia de Cartagena, recuerda, inició la grabación de la película. Evaristo Márquez cogió un par de pantalones, tres camisas, y salió de San Basilio de Palenque a encontrarse con la fama.


III


-Evaristo, y ¿cómo era Marlon Brando? ¿Cómo fue actuar con él?


- Marlon Brando era un tipo chévere. Él hablaba inglés, y yo español, pero nos entendíamos. A veces yo me quedaba callado en una escena en la que tenía que hablar y él me pegaba con el pie para que reaccionara. Él me ayudaba en la película, aprendí bastante de él. Puedo decir que con Brando fuimos grandes amigos, ese hombre me apreciaba y yo me dejaba querer.


Brando y Pontecorvo no se entendían muy bien en la película. Discutían, se gritaban. “'La quemada’ es una crítica severa del colonialismo, del comercio internacional y de la esclavitud, y en su estreno Pontecorvo la presentó como un intento de unir el género de aventuras románticas y el cine de ideas. Encontró en Brando a un ferviente aliado, pero por desgracia actor y director se dieron cuenta de que una vez puestos a trabajar juntos su visión sobre la interpretación dramática no coincidía, y al final de nueve difíciles meses de producción, ni siquiera se dirigían la palabra”, escribió Tony Thomas en el libro ‘Las películas de Marlon Brando’.


Era Evaristo el que conciliaba entre ellos, el que se le acercaba a Brando para que continuara actuando, para que se calmara. Y se iban de parranda. “Una vez estábamos filmando una escena en Galerazamba, (Bolívar) y no sé qué pasó con el Director y él pero estaban discutiendo. Después Marlon cogió el carro y se fue para Barranquilla. Entonces, él me llamó para avisarme que se iba para el hotel El Prado. Fue cuando Pontecorvo me dijo: Evaristo, vamos para Barranquilla. La clave para hablar con él eres tú. Y sí, me entendía bien con Brando”. Así se la pasaban.


“Marlon me decía ‘Varista’, porque no me podía decir Evaristo. Él tenía una casa en Cartagena, particular, donde vivía con una muchacha. Tenían dos pelados. Ahí tomábamos bastante. Ese hombre sí que aguantaba ron”.


Con ‘La quemada’, Evaristo viajó a Marruecos, para seguir grabando y consiguió, cómo no, una muchacha. Él vuelve a la carga con el tema de las mujeres. “¿Si voy a estar un tiempo solo en un lugar, por qué no puedo conseguirme a una mujer para que me acompañe?”, pregunta.


Gracias a ‘La quemada’ también conoció Italia, España y Francia, “de paso”. Y hoy hace cuentas y calcula que por la película le pagaron unos dos millones de pesos de la época, que era plata, y mucha.


- ¿Y qué la hizo Evaristo?


- La boté. La boté vagabundeando con mujeres, como dice Diomedes Díaz. El viejo zorro vuelve a sonreír.


IV


Después de ‘La quemada’, Evaristo actuó en películas como ‘Cumbia’ (1973); ‘Mulato’ (1974); ‘Arde Baby, Arde’ (1975) y varios comerciales de televisión. Actuando en esos filmes conoció México y almorzó, incluso, con Antonio Aguilar, al que considera uno de los mejores actores que ha visto, después, por supuesto, de Marlon Brando. “Es que como Brando no hubo otro actor. Esa forma de transformar la expresión de su cara, de su mirada, no la tiene nadie. Además, era un hombre valiente”.


Evaristo dejó de grabar, no llegaron más contratos. Y como el coronel Nicolás Márquez, el abuelo de García Márquez, se quedó esperando una pensión del gobierno. “Es que yo fui el único actor colombiano en actuar junto a Marlon Brando”, reclama. La pensión, como al coronel Márquez, nunca le llegó.


Evaristo anduvo un tiempo en Venezuela, trabajando en el campo. Ahora vive de los hijos y los 44 nietos que tiene. Es que no puede trabajar desde hace cuatro años, cuando se cayó de un mulo y se fracturó una de las piernas. Y también vive de los turistas y periodistas que pasan por su casa escuchando su historia. Pide cigarrillos, o diez mil pesos. O ñeque, el trago artesanal de San Basilio.


Como sucedió en la plaza del pueblo. En medio del XXIV Festival de Tambores y Expresiones Culturales que celebraba San Basilio, anunciaron la proyección de 'La Quemada'. Evaristo se pavoneaba aquí y allá, con porte, caminando con un bastón y sobre el torso llevaba puesta una camiseta negra desteñida con un mensaje en amarillo: http://www.laquemada.com/.


Se subió a la tarima, habló, gritó a todo pulmón que él era Evaristo Márquez, el único colombiano que logró actuar junto a Marlon Brando en una película.


Mucho antes de subirse a la tarima, mientras comentaba que era amigo de Fernando González Pacheco, y hablaba, cómo no, de mujeres, me había dicho. “Compra una botella de ñeque para que sigamos conversando, que yo con cerveza me quedo mudo. Ven yo la compro, cuesta 5.000 mil pesos”. Costaba $2.000, me di cuenta después. Con el viejo zorro y con ñeque en la calle, seguimos hablando de sus amores pasados. “En México tuve a un gran amor que se llamó Concha Cassiani... y es que sabes una cosa, a mí la mujer que me gusta se lo digo de entrada, la mortifico... y yo por mujeres no me quejo”...

miércoles, octubre 28, 2009

Viaje a la tierra del tambor



San Basilio de Palenque fue el escenario en donde se realizó el XXIV Festival de Tambores y Expresiones Culturales. GACETA fue hasta allá y vivió la fiesta. Crónica de lo que fueron seis días caminando por el Primer Pueblo Libre de América, declarado por la Unesco como ‘Obra maestra del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad’.




Por Santiago Cruz Hoyos

Fotos: Cristina López Betancour



I



Las manos negras de Franklin Hernández Cassiani son pesadas, toscas, gruesas, carrasposas. Las palmas son ásperas, como con callos.



El muchacho, que tiene 17 años, está sentado en un patio de una casa ubicada en Barrio Arriba, en San Basilio de Palenque, la tierra del tambor. Entre sus piernas, cómo no, ciñe uno de esos instrumentos que lo han acompañado a él y a su pueblo durante toda la historia.



Franklin toca, endiablado. Tiene los ojos entrecerrados, como transportado en otro mundo. Su golpe de ese tambor alegre acompaña la voz de Farid Torres, 32 años, uno de los pocos solteros del pueblo, que canta en el grupo musical Oriki Tabalá, un nombre que significa ‘fiesta de tambores’. Farid está entonando el himno de San Basilio de Palenque.



“Palenque fue fundadooo, fundadooo por Benkos Biohó. Y el esclavo se liberooó, hasta que llegó a famoso. Áfricaaa, África, Áfricaaa, África…”.



La escena se desarrolla en una tarde ardiente de más de 38 grados centígrados de un jueves de octubre, un día antes de que en San Basilio de Palenque, ese corregimiento que hace parte del municipio de Mahates, en el departamento de Bolívar, ubicado a 45 minutos de Cartagena, se inicie el XXIV Festival de Tambores y Expresiones Culturales.



Sentado junto a Franklin, Farid me explica ahora el asunto de las manos del muchacho. “La mano de un tamborero se protege a sí misma contra el cuero y el palo. Sabe que si toda una vida va a estrellarse sin parar en el cuero del chivo, del venado o de la vaca, tiene que resguardarse”.



Franklin sonríe y se mira enseguida sus palmas, levantándolas directo al sol. Después me estrecha las mías para que compruebe la aridez de una mano de un tamborero de San Basilio. En el acto sentencia: “El tambor es lo mejor para mí. Nadie me lo quita”. De nuevo, estrella las manos contra el instrumento e inicia su trance.



La historia de este enclave africano en Colombia, cuna de músicos legendarios como el maestro Rafael Cassiani, director del Sexteto Tabalá, y boxeadores de pegada mortífera como Antonio Cervantes, ‘Kid Pambelé’, tiene el tinte de un cuento épico.



El pueblo fue fundado por esclavos liderados por Benkos Biohó, un hombre afro nacido en Guinea Bissau, África Occidental, y que según una de las leyendas, fue capturado y vendido en 1596 como esclavo al español Alonso del Campo, en Cartagena.



Benkos se rebeló a ese destino de tortura, organizó un forajido ejército de esclavos para dominar los Montes de María, en los departamentos de Bolívar y Sucre, y llegó a esta tierra que he pisado durante seis días, Palenque, que se define como el lugar poblado por esclavos africanos fugados del régimen español. Aquí en este territorio, símbolo de libertad, Benkos y sus hombres doblegaron a la cadena, al candado, al dominio de la voluntad.



En los cerros de Palenque ubicaron tambores de más de metro y medio, los ‘Pechiche’, para que cuando fueran tocados, lanzaran la señal de un posible ataque del enemigo blanco. Fue de esta manera, con el tambor en la trinchera, que Palenque se declaró como el Primer Pueblo Libre de América. Y aquí estoy, pisando los caminos de este pedazo de África en Colombia. Sigo en el patio, con Franklin.



El tambor, me dice ahora, es una forma de expresión, una extensión del alma, del cuerpo. El tambor, insiste, es una manera de mostrar la alegría del hombre negro. Y es, además, medio de comunicación, teléfono de Palenque. Anuncia con su bramido a pueblos cercanos como Malagana o Palenquito acontecimientos tan disímiles como un velorio o una fiesta; una enfermedad o el nacimiento de un niño.



En el lumbalú, el ritual fúnebre que se realiza para despedir a los muertos, el golpe del tambor orienta el alma del difunto hasta el más allá, en lo más alto del África, donde aseguran en Palenque queda el sitio del descanso eterno. También, dicen que el que tenga hambre y empiece a tocar, el tambor le espanta la fatiga, sin duda.



La vida en este pueblo en el que habitan 3.500 personas, agrupadas en 435 familias que ocupan 421 casas, gira alrededor del toque enfurecido de un tambor. Bom, bom, bom, bom…



II



Para llegar de Cali a San Basilio de Palenque hay que subirse en un avión hasta Bogotá y en otro hasta Cartagena. Después, en carro, se debe tomar la carretera Troncal de Occidente, pasar por poblaciones como Arjona, Gambote y Sincerín, pagar dos peajes que están casi juntos, hasta llegar a una trocha que conduce al pueblo. Son cinco kilómetros de un camino que, dicen los habitantes de San Basilio con una esperanza que no le da espacio a la duda, estará pavimentado en el 2010. Ahora esa ‘carretera’ es polvo y tierra. Y silencio. Y selva virgen a lado y lado.



Desde que pisé este territorio sentí un ambiente de feria, de fiesta. En los patios de las casas levantadas con paja y bahareque se escuchaba el toque del tambor y el canto de hombres, de mujeres, de niños. En las calles, bebés de dos y tres años aparecían en las esquinas y casi desnudos bailando champeta. Las jóvenes, cuando caminaban, en realidad danzaban. Es que el baile en San Basilio se lleva literalmente en las venas.



En Palenque comprobé que el tambor atrae, llama, hipnotiza. La primera noche, por ejemplo, un toque enfurecido de varios tambores me hicieron salir disparado de la casa en la que me estaba quedando, atravesar un bosque iluminado con la luz de la pantalla del celular, para llegar a una calle en donde la Escuela de Danzas Tradicionales Batata estaba ensayando. Seis hombres y seis mujeres bailaban mapalé al ritmo de los tambores. Sus cuerpos chorreaban sudor. Era, repito, hipnótico, hermoso, paralizante. Era el poder del tambor en toda su dimensión.



Y en cada costado del pueblo se repetía la escena que viví con Franklin y Farid, quienes se despidieron cantando ese himno de Palenque. En cada casa se alistaban para el Festival de Tambores y Expresiones Culturales que le rendía honor a ‘Sikito’, un anciano reconocido por su conocimiento de la medicina tradicional.



III



El calor en Palenque es cosa seria, llega a los 38 grados centígrados. Es que el calor, me dijo Adolfo Reyes, uno de los habitantes del pueblo, fue una de las razones para que el Ingenio Santa Cruz, que fue la principal fuente de empleo de la zona en los años 60, no prosperara.



“La caña necesita de calor en el día y frío en la noche. Acá esas condiciones no se dan, las noches no son frescas”, comentó el hombre que de niño caminaba doce kilómetros desde el pueblo hasta el Ingenio alumbrado por la Luna. Y tiene razón. En las noches el calor en Palenque debilita, dopa. Eso a la larga es una ventaja. En el pueblo se duerme de tiro largo.



En San Basilio, además, no hay una sola calle que esté pavimentada. Ni La Boquita, ni La Almendra, ni Calle Nueva, ni Chopacho, que es la calle de los tamboreros. Ninguna. Y el acueducto casi ni funciona. Y cuando funciona, dos horas de un par de días a la semana, lo que sale por la llave es minúsculo, un goteo de agua lánguido. E ir al baño para muchos de los habitantes del pueblo significa un viaje hasta el bosque para hacer las necesidades fisiológicas. Otros disponen de letrinas. En ese sentido el pueblo pareciera suspendido en un siglo lejano.



Encontrar empleo, de otro lado, es cosa seria. Por eso el pueblo vive en su mayoría de la agricultura y la ganadería. Las mujeres son las encargadas de vender los productos, además de los dulces que preparan para ser comercializados en las calles de Cartagena.



En el pueblo, además, hay 917 estudiantes inscritos en el único colegio de Palenque: la Institución Educativa Técnica Agropecuaria Benkos, que tiene tres sedes. Los muchachos cuentan sólo con 19 computadores y una biblioteca. “Y los recursos sólo nos alcanzan para darles merienda a 500 de los 917 estudiantes”, me dijo Basilia Pérez Márquez, secretaria del colegio.



El centro de salud se ufana de ser uno de los más equipados de la zona. Sin embargo, el día en que me rasgué un párpado con un alambre de púas, no había una sola vacuna antitetánica. Tampoco tiene una ambulancia para trasladar heridos de gravedad hasta Cartagena.



Pero aunque sorprenda, a excepción del empleo, la educación y la pavimentación de la vía que conduce hasta el pueblo, el resto de ‘problemas’ son minucia para una gran mayoría de los habitantes de San Basilio. Que una calle esté pavimentada o no poco les importa. Caminan, muchos, sin zapatos y sobre piedras ardientes y filudas y ni se inmutan. Así lo han hecho durante años.



Un alcantarillado, me explicó Farid, el cantante de Oriki Tabalá, tampoco es necesario. Es que, con un alcantarillado nuevo, los desechos irían a parar al arroyo que está a unos cuatro minutos del pueblo, contaminándolo. Y el arroyo, como el tambor, es vital para la vida de San Basilio. Del agua del arroyo viven. Y es, además, el lugar en donde va y viene la información del pueblo, que es transmitida de boca en boca por las matronas que todos los días llegan a lavar la ropa. El arroyo es como el periódico de San Basilio. Allí se informa del cumpleaños que se viene, de la más reciente pelea, del próximo hombre en irse de la zona.



“En materia de desarrollo, lo que más anhelamos es que se logre pavimentar la vía que conduce desde la Troncal de Occidente al pueblo. Y que se generen fuentes de empleo, microempresas de dulces, para que las mujeres no tengan que ir hasta Cartagena a vender los productos en la calle”, me dijo Danilo Reyes, guía turístico de San Basilio.



Es que quizá ese primitivismo en el que se vive ha sido la muralla que han puesto los moradores de este paraje contra las influencias culturales que llegan del interior del país. Así, de espaldas al desarrollo, han preservado su cultura africana, han seguido fieles a sus ritmos musicales como el bullerengue, como el son palenquero, como la champeta o el lumbalú, que es el baile del muerto. Fieles a su medicina tradicional basada en las plantas del bosque, a su organización social en donde la familia, los kuagros y las juntas son los ejes primordiales, y fieles a los tambores, esos instrumentos que en San Basilio de Palenque jamás pararan de bramar.



IV



Al ver a Palenque de entrada, primitivo, un desprevenido supondría entonces que el hecho de que la Unesco lo haya declarado el 25 de noviembre de 2005 como ‘Obra maestra del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad’, no ha servido para nada. El pueblo sigue intacto, sin la mano visible del Estado, atrasado en infraestructura, en educación.



Pero tamaño reconocimiento de la Unesco está salvando la cultura de este pueblo. Y eso, quizá, es más trascendente que pavimentar una calle, que instalar unas líneas telefónicas. ‘Lucho Colombia’, un pintoresco personaje que se recorre todo el país viviendo cada certamen cultural que se programe, me dijo que Palenque es un tesoro de la Nación. Lo es en el sentido de que para vivir la cultura africana, para olerla, oírla, comerla, sentirla, sólo hay que ir a San Basilio.



“Tenemos que cuidar este pueblo para que nuestros hijos no tengan que investigar esta cultura negra en libros o museos sino aquí, en vivo y en directo, sintiéndola en la sangre, compartiendo la vida con los palenqueros”, comentó. Y aseguró: “Para eso, para salvaguardar la cultura de este pueblo, es para lo que ha servido el reconocimiento de la Unesco”.



Danilo Reyes, el guía turístico, opina lo mismo. Cree que el reconocimiento de la Unesco ha servido, por ejemplo, para que la lengua palenquera, ese idioma con el que se comunicaban en épocas de la conquista para despistar al enemigo, haya vuelto a surgir, a hablarse en la calle.



Otro punto importante, añadió Danilo, es que con la declaratoria de la Unesco, los habitantes de San Basilio se preocuparon por comprender su historia y su cultura. Aprendieron a tener sentido de pertenencia por el pueblo. Ese detalle lo comprobé en la calle, preguntando. Los palenqueros conocen su historia, admiran a Benkos, saben que son el primer pueblo libre de América fundado en 1603. La idea de seguir siendo un reducto africano en Colombia la tienen presente.



“Eso también se debe al proceso etnoeducativo que se ha impartido en el pueblo. No sólo le enseñamos nuestra historia a los niños en los colegios, sino a toda la comunidad, asesorados por los ancianos, que son los que conocen el pasado de esta tierra”, me dijo Jesús Natividad Pérez, director del XXIV Festival de Tambores y Expresiones Culturales.



Pero hay que dejar claro, sí, que no sólo de cultura vive el hombre. A los gobernantes del Departamento de Bolívar, con o sin el reconocimiento de la Unesco, hay que preguntarles por la educación, por la salud, por el empleo en el pueblo. Hay que preguntarles por qué tienen olvidado a San Basilio.



Sus habitantes necesitan, como todos, de calidad de vida, de agua potable, de un baño tranquilo, de un ventilador encendido, de un trabajo digno...



V



Hubo un tiempo, en los años 50, que en San Basilio de Palenque los ancianos prohibieron el toque del tambor. Era una medida desesperada porque en esos años los tamboreros se mataban entre sí por envidia. Si un tamborero era superior a otro, le daban una pócima preparada con baba de sapo para matarlo y obtener su trono.



“Por eso era hasta pecado tocar tambor en esos años. El instrumento sólo se tocaba en eventos especiales como el lumbalú. La tradición resurgió en los años 80, cuando Sebastián Salgado, fundador del grupo Oriki Tabalá, les empezó a enseñar a tocar tambor a los niños a escondidas de los ancianos”, me dijo Farid Torres, el cantante de Oriki.



Y sí, el golpe del tambor resurgió. Gracias al llamado del instrumento se presentaron en este XXIV Festival de Tambores y Expresiones Culturales más de 50 grupos musicales de todo el país. Gracias al tambor llegaron unas 700 personas del interior y el extranjero que colapsaron el pueblo. Incluso, algunos de los visitantes se quedaron sin dónde dormir porque las casas de Palenque ya estaban alquiladas para el festival.



Gracias al tambor periodistas de toda Colombia atravesaron el país para llegar al pueblo y vivirlo para después contarlo.



Y ahí, en el barullo del Festival, en medio de los hombres y las mujeres que salieron a pintar las fachadas de sus casas con dibujos de tambores, en la plaza en donde poco se podía caminar por el gentío, en el grito de las vendedoras de dulces, en el estampido de los tamboreros, en el hervidero de música, en las fiestas que se armaron en las casas cuando llovió, dimensioné la frase más concluyente que sobre el tambor escuché en Palenque: “Aquí el tambor es poder”.



Esa sentencia había salido de la boca del maestro Rafael Cassiani, mientras descansaba en su casa bajo un kiosco de paja. Sí, maestro. El tambor en San Basilio de Palenque es poder, es sagrado. También negocio. También turismo. Si no fuera por el tambor, San Basilio de Palenque sería un pueblo más del país. Si no fuera por el tambor, la vida acá no tendría sentido, la Unesco ni siquiera hubiera llegado. Si no fuera por el bendito tambor, rey de Palenque, no sabríamos que existe este pueblo negro, nadie llegaría a este enclave africano en Colombia. Nadie. Bom, bom, bom, bom…

martes, octubre 13, 2009

Omara Portuondo, su historia


Este mes Omara Portuondo estuvo en Colombia entonando las canciones de su más reciente trabajo musical, ‘Gracias’, nominado como mejor álbum tropical en los Grammy Latinos 2009. GACETA, con esa excusa, habló con ella. Tributo a una de las mejores cantantes cubanas de todos los tiempos.

Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos cortesía de Montuno Producciones
Revista GACETA - EL PAÍS


Voy a contar una historia ya contada por un señor que se llama Eliseo Palacios García. Es la historia, poco difundida, de una niña que se llama Omara Portuondo y que este mes estuvo en Colombia ya no tan niña (78 años) cantando en Barranquilla y en Medellín las canciones que hacen parte de su más reciente trabajo musical titulado ‘Gracias’. Dicen, los que lo vieron, que fue un show extremo, excitante al oído, candela y son cubano vivo en el escenario.


La historia que les voy a contar se encuentra en un libro que para adquirirlo hay que tener paciencia y suerte, aunque se consigue si uno tiene buenos amigos en donde fue impreso: La Universidad del Valle. El libro se llama ‘Omara Portuondo, la novia del feeling’, y narra la historia de esa niña cubana que un día se fue a comprar el pan para el almuerzo y se encontró con su destino, ser cantante.


Al final de esa historia usted se encontrará con un diálogo con esa mujer, un diálogo que para lograrlo también se necesitó de mucha paciencia. Porque, ¿dónde encontrar a Omara Portuondo?


A pesar de que vive en La Habana, su vida transcurre más en un avión, en un escenario, saltando de un conteniente a otro, a los que va para cantar canciones que son poesía… “lo que me queda por vivir será en sonrisas, porque el dolor yo de mi vida lo he borrado… (‘Lo que me queda por vivir’, composición de Alberto Vera). Aquí inicia su historia.


El día del pan flauta


Y la niña se fue a comprar el pan flauta que su mamá le había encargado. Salió de su casa en Cayo Hueso, un pintoresco barrio de La Habana, pasó por el puesto de comidas atendido por chinos y el local donde vendían helados, saludó a todo mundo porque todos tenían que ver con ella, todos la conocían, y cuando estaba de regreso con el pan en la mano, escuchó unos sonidos deliciosos, armónicos. Música alegre que provenía de un viejo caserón. La niña se acercó a la puerta de esa casa. Ahí se dio cuenta que los sonidos se hacían más intensos en la segunda planta.


Entró sin permiso, subió. En ese momento vio a un grupo de personas tocando rumba con cajones y cantando y… encontró su vida para siempre. “¡Quedé encantada de la vida... ¡con lo chiquilla que era! Allí estuve tanto tiempo extasiada, pero cuando salí a la calle ya se hacía de noche, asustada corrí, en medio de una oscuridad que ya comenzaba a notarse, hasta llegar a mi casa y cuando entré, mamá, que me esperaba intranquila, me dijo: ¡Pero Omarita, dónde estabas metida? Entonces le conté la historia de lo que había presenciado y luego de reflexionar, me dijo: ¡la próxima vez me avisas para ir contigo!”.


Y la niña siguió su vida, aún quizá sin imaginarse que iba a ser cantante, que la música era lo suyo, que incluso la iban a llamar la Edith Piaf de Cuba y que iba a volverse eterna para la humanidad cuando integrara la famosa orquesta y al mismo tiempo documental de cine Buena Vista Social Club. Sólo aquel día en el caserón ella se dio cuenta que la música la llevaba en la sangre. Nada más... nada menos.


La niña es escorpión, nacida un 29 de octubre de 1930, época en que Cuba era gobernada por un tal Gerardo Machado, al que le decían ‘asno con garras’. No había empleo, eran años en que muchos trabajadores dormían en parques, en andenes, y por eso aparecieron barrios de indigentes como Las Yaguas, La Cueva, Llega y Pon.


Lo de escorpión, que es un signo de tierra, cree la niña, explica en parte por qué le complace desde siempre el olor a tierra húmeda, a campo, a vegetación, a flores. “Me atrae ver los sembrados de caña de Cuba y los de maíz y girasoles de Europa”, le dijo a Eliseo.


La niña es hija de Bartolomé Portuondo, un beisbolista afro, y de Esperanza Peláez, una mujer blanca como la leche (por eso sufrieron en carne propia la condena del racismo).


En ese hogar, dijo Eva Martiatu, amiga de Omara, no se escuchaba nunca una mala palabra. Tampoco gritos. Lo que sí se escuchaban eran canciones que cantaban a dúo Bartolomé y Esperanza mientras recogían los platos del comedor. “Así fue que comencé a conocer las primeras y las segundas voces. Mi papá descubrió mi oído musical”, contó Omara.


Y la niña se hizo grande escuchando a su padres cantar ‘La bayamesa’, himno de Cuba, del compositor cubano Sindo Garay. Creció amando el arte, la música, el canto, la actuación, el baile. En 1935, a pesar de que no era blanca y en la época había racismo por todas partes, ingresó a la escuela Alfredo María Aguayo, donde la enseñanza de las matemáticas, la geografía, la biología, iban acompañadas de la enseñanza del arte.


En el teatro de la escuela la niña Omara declamó por primera vez ante un gran público una poesía del poeta peruano José Santos Chocano titulada Cuauhtémoc. (En sus años de colegio Omara era tan seria, que incluso a sus amigos los trataba de Usted. Así fue que se ganó el remoquete ‘Omara Usted’).


En 1944 ingresó al Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana. Era una adolescente. Entonces el destino seguía haciendo de las suyas. Su barrio, Cayo Hueso, era un hervidero de arte y de música. En el verano de 1946, por ejemplo, conoció a las hermanas Estelita y Eva Martiatu, y comenzó a asistir a las tertulias que ellas organizaban con jóvenes que amaban la música y que luego integraron el grupo ‘Los muchachos del feeling’. Ahí la niña ya no es tan niña. Ahí, después de muchas casualidades, Omara debuta cantando a dúo con su hermana Haydeé una canción muy popular de la época: Tailuma. (Manolo Ortega, un animador de una emisora, presentaba a Omara como Omara Brown, ‘La novia del feeling’. El apodo aún la identifica).


En 1947 siguió su camino, integró como cantante de jazz el grupo Loquibamba, con el que se presentó en emisoras de radio de La Habana y en teatros de la ciudad. Tres años más tarde llegó al famoso Cabaret Tropicana, pero no como cantante. Ahí la acreditaron como bailarina profesional (el ballet era otra de sus pasiones y talentos). Omara bailó con el conjunto de Alberto Alonso y fue pareja de baile de un reconocido bailarín, Rolando Espinosa, y ni ella ni su familia hicieron caso de las críticas de gente que veían a las bailarinas del cabaret como mujeres sin clase ni dignidad. Y la vida siguió, hizo parte, ahora sí como cantante, del cuarteto de Orlando de la Rosa, con el que viajó a Estados Unidos en una gira de conciertos que duró seis meses.


Después hizo parte de la orquesta femenina Las Anacaonas y en 1953 empezó a hacer historia con el cuarteto vocal Las D’Aida, en el que estuvo durante 15 años viajando por Cuba, Estados Unidos y Europa.


En 1958 la ya joven Omara grabó su primer disco como solista titulado ‘Magia negra’; en 1964 apareció el día más feliz de su vida, cuando nació su hijo Ariel; en 1967 grabó su segundo trabajo musical como solista, titulado ‘Esta es Omara’ y desde entonces se convirtió en una de las grandes cantantes cubanas de la historia.


Pero se hizo inmortal cuando, en 1996, el compositor, productor y guitarrista estadounidense Ry Cooder viaja a Cuba, conoce a grandes músicos ya olvidados de la isla como Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Eliades Ochoa, Omara, y monta tremenda orquesta y graba tremendo documental, el Buena Vista Social Club, ganador de unos 15 premios en diferentes festivales de cine del mundo. El documental narra la historia de los músicos, su vida difícil en Cuba, un viaje a Amsterdam, donde ofrecen dos conciertos, y una presentación en el Carnegie Hall de Nueva York. La historia termina en ese apoteósico concierto, con la bandera de Cuba ondeándose en medio de aplausos atronadores. En ese momento, esos músicos ancianos pero vigorosos (a los 90 años Compay Segundo anunciaba que estaba buscando su sexto hijo) se hicieron inmortales.

Entonces Omara Portuondo se convirtió en leyenda.


El diálogo


De la niña de aquel día que salió a comprar el pan a la mujer sabia que es hoy, Omara no ha cambiado demasiado. Aún sigue siendo tímida. Aún parece tener dos personalidades: en el escenario es candela viva. Fuera de él es una mujer que se escandaliza cuando escucha una mala palabra, que no bebe, que no fuma, que, curioso, tampoco es una mujer de fiestas, de rumbas o de descargas, como le dicen en Cuba a las pachangas de remate. De Omara se dice que es muy estricta con el orden. Y que siente devoción por su país, por la Revolución. “Es que Omara y Cuba es la misma cosa”, me dijo, aunque aclaró que no habla de política.


Nunca, vea usted, le gustó su voz. Y tremenda voz que tiene. Los que la escucharon en sus inicios y tienen el placer de escucharla hoy plantean incluso que su timbre se ha fortalecido con el paso del tiempo. (Se lo dijo Olga Navarro, poetisa, a Eliseo Palacios).


En fin. Omara Portuondo es de las grandes. Por eso estuvo en Colombia, cantando las canciones de ‘Gracias’, un álbum que refleja, en parte, su vida. Por eso, por su nuevo trabajo musical, que acaba de ser nominado como Mejor álbum tropical en los premios Grammys Latinos 2009 , GACETA habló con ella. A la larga esas son sólo excusas para reconstruir parte de su vida y rendirle un tributo a ella, la Edith Piaf de Cuba.


‘Yo lo vi’ es la canción que abre su nuevo trabajo musical. En mi primera pregunta quisiera relacionar esa canción con su cotidianidad. ¿Cómo vive Omara Portuondo sus días, sus rutinas?


En La Habana mí vida es muy sencilla y al mismo tiempo muy ocupada. Me gusta levantarme bien temprano en la mañana y si tengo entrevistas me gusta hacerlas antes de salir a la calle. Tengo muchos compromisos de trabajo ya que paso casi todo el año fuera de Cuba con las giras. Por eso me gusta, cuando estoy en casa, poder hacer radio, televisión o actuaciones. Soy una mujer muy activa, me gusta conducir mi coche, un Lada muy antiguo pero en perfecto estado y que cuido con mucho cariño. Si puedo regreso a casa a almorzar y a descansar. Disfruto compartiendo con mi hijo Ariel y mi nieta Rossio el mayor tiempo posible, ellos son la alegría de mi vida. También me gusta la soledad de mi casa y mirar a través de mi ventana el Malecón.


‘‘Vuela pena’. Esta canción también es una excusa en el caso de esta entrevista. Se trata de ese grande, Ibrahim Ferrer, de los amigos que se van. Ibrahim fue uno de sus grandes amigos, ¿cómo recuerda a ese bolerista de respeto?


Ibrahim fue una persona y un músico excepcional. Nos conocíamos hacía tantos años… Él cuando cantaba en los Bocucos y yo en el cuarteto Las D´Aida. Coincidíamos en programas de TV, de radio, y siempre tuvimos una gran admiración mutua. El día que se grabó Buena Vista Social Club, yo me encontraba en el estudio de abajo grabando y cuando Juan de Marcos me invitó a grabar llegué al estudio donde estaban Ry Cooder, Nick Gold y los músicos. Cuando vi a Ibrahim, al que no veía hace mucho tiempo, me sentí tan emocionada… el poder cantar juntos los años posteriores y poder verlo con el reconocimiento que siempre mereció fue para mi otro de los momentos felices de esta vida. Ibrahim es una de las personas más buenas que he conocido, creo que esta frase lo describe completamente. Pasará a la historia como uno de los mejores boleristas que ha existido en Cuba y el mundo.‘


Ámame como soy’ es un tributo a Elena Burke, una artista que a usted la marcó. ¿Cómo recuerda a Elena Burke y qué representó ella para su vida artística?


Elena era una mujer tremenda, con un carácter muy fuerte y con un corazón de oro. La recuerdo muy a menudo y doy gracias por haber compartido tiempo al lado de tan grande artista. En aquellos tiempos en Cuba yo era muy joven y recuerdo mis comienzos siempre estando nerviosa y preocupada por todo. Ella me ayudó y me orientó en mi carrera.


En ‘Cachita’ usted canta junto a su nieta, Rossío Jiménez. Esa voz de su nieta le recuerda que también fue niña. ¿Cuáles son los recuerdos que tiene hoy de su niñez?


Mi mamá era de origen español de una buena familia y mi papá era pelotero, un hombre muy apuesto y gran deportista. Se enamoraron y lucharon contra viento y marea para poder formar una familia. A mi mamá la desheredaron pero esto no le importó nunca. Recuerdo bien verlos juntos en la cocina conversando y escuchando música… pero también fueron tiempos difíciles para ellos, en aquellos años existía el racismo y no podían ir juntos en la calle pues ella era blanca y mi papá negro. Siempre se preocuparon de que nosotros no notáramos esto. Crecimos en una atmósfera llena de amor.


En ‘Lo que me queda por vivir’ no hay espacio para la tristeza. Por el contrario, es un canto a la vida. ¿Qué le falta por vivir?


Todos mis sueños se han hecho realidad y no podría pedir nada más, sólo más años para seguir viviendo y salud. Y un mundo mejor para todos.Bonus TrackHablemos de Colombia.


¿Qué recuerdos tiene del país?


Adoro Colombia y sólo la altitud que me causa a veces malestar, es la única cosa que cambiaría (risas). Su gente, sus paisajes, su comida, su cultura… Es un país maravilloso y que siempre que puedo visitar me siento feliz. Colombia conoce bien nuestra música cubana y los conciertos están llenos de personas que cantan las letras y bailan nuestros ritmos… en Colombia se entiende nuestra cultura.


¿Y Cali? ¿Conoce la ciudad? ¿Hace cuanto no viene?


He visitado Colombia y sus maravillosas ciudades en incontables ocasiones… son muchos años que llevo viajando, son 60 años de carrera... (Sospecho, ahora, que de Cali no tiene recuerdos, quizá no ha venido. Umberto Valverde no recuerda haberla visto por estas tierras. ¿Pero cómo recordarlo todo?)


Omara, una curiosidad. Varios son los cantantes cubanos que con la Revolución partieron de Cuba. ¿Usted por qué se quedó?


Yo nunca quise vivir en otro lugar que no fuera Cuba, adoro mi país y no podría vivir en otra parte. Omara y Cuba son una sola cosa. Y hablando de su futuro, ¿cómo lo vislumbra? Lleno de proyectos. Ahora me encuentro inmersa en mi último disco ‘Gracias’, que es muy especial por varios motivos. He podido por primera vez en mi carrera escoger los temas y decidir qué quería grabar. Trabajar con Ale Siquieria en la producción artística y Swami JR mi director artístico ha sido como trabajar en familia. Y poder tener en esta grabación a los músicos increíbles que me acompañan ha sido la mejor forma de poder agradecer a todos los que han hecho posible estos años de carrera...


Omara seguirá cantando, hasta que la muerte diga lo contrario. Y seguirá inmortal. Que buena esa canción titulada ‘Quizás, quizás, quizás’... “Siempre que te pregunto, que cómo, cuándo y dónde, tu siempre me respondes, quizás, quizás, quizás...”. Tremenda voz. Tremendo son cubano.

lunes, agosto 31, 2009

Por un ejercicio inteligente de la prensa

Por Germán Ayála Osorio
Comunicador Social y Politólogo
A propósito de la reunión de los países miembros de Unasur, para examinar asuntos de la seguridad regional en el contexto del acuerdo de cooperación militar firmado entre los Estados Unidos y Colombia, bien valdría la pena reflexionar cuánto de los problemas que hoy tienen crispadas las relaciones entre Colombia y el nuevo eje del mal gringo, Venezuela- Ecuador y Bolivia, obedecen a un manejo mediático irresponsable y poco inteligente de parte de la prensa de los países comprometidos en la disputa.

Bien valdría la pena examinar el talante de unos medios de comunicación que creen insistentemente, que generan opinión pública crítica, informando desde unos manidos criterios de noticiabilidad con los cuales poco aportan a la generación de confianza entre los países y los gobiernos, y por esa vía, dan un golpe contundente a la urgente necesidad de integrar las economías en un solo bloque, pero especialmente, terminan confundiendo a unas audiencias que deben conformarse con información contaminada, por ejemplo, de Telesur y de RCN, para nombrar a dos medios que informan desde orillas ideológicas comprometidas políticamente con los gobiernos de Venezuela y Colombia.

Los periodistas y las empresas mediáticas deberían de sentarse a pensar en revisar las lógicas de producción de información, cambiando radicalmente la lógica noticiosa, por una lógica analítica,
que obligue, por ejemplo, a que los periodistas no le hagan el juego a mandatarios megalómanos como Chávez, Correa y Uribe, cada vez que deciden vociferar o amenazar.

La responsabilidad de los medios no sólo es social, sino económica y política, y en esa medida, es urgente revisar esas lógicas perversas de producción de información. El asunto no es más y más noticias, más chivas, por el contrario, lo que las audiencias demandan es claridad, análisis, explicaciones en contexto, y no el mero registro de cuanta pelea callejera deciden dar estos tres mandatarios y otros, que usan a los periodistas, pues saben que andan pegados a un libreto que les dice que lo que ellos dicen es noticia porque la investidura de Presidentes es garantía de un mayor rating.

El ejercicio periodístico es un oficio que necesita de una reingeniería, de una revisión de los estatutos, de los criterios y de las lógicas de producción de información. No es posible que aún se insista en escribir noticias a partir de pronunciamientos irresponsables, ligeros y hasta fantasiosos de éstos tres populistas. Hay que pensar en escribir notas periodísticas apoyadas en el análisis, en la interpretación mesurada de los hechos.

Cuándo entenderán los periodistas que lo que hoy buscan las audiencias son explicaciones, análisis y no ligeros pronunciamientos de funcionarios o de fuentes oficiales que no sólo engañan a los propios periodistas, sino a quienes éstos creen que les siguen. Para las actuales circunstancias políticas de la región, bien vale la pena que los periodistas, editores y propietarios de medios masivos (incluyendo, por supuesto a los gobiernos) entiendan que en el juego de la guerra perdemos todos. Por un ejercicio inteligente de la prensa, no más noticias.

Antes de publicar y divulgar por el mundo las declaraciones de caudillos irresponsables como los que gobiernan a Colombia, Venezuela, Ecuador y Bolivia, entre otros, hay que sopesar los efectos que pueden generar dichos pronunciamientos. Servir de cajas de resonancias a gobiernos populistas puede ser un buen negocio en términos de rating, pero será una constatación más de la incapacidad de los periodistas de pensar los hechos más allá de la vieja fórmula o paradigma noticioso.

Le harían un gran favor los medios masivos a estas débiles democracias plebiscitarias o al Estado de opinión en el que vivimos en Colombia, en donde justamente, por la (in)acción mediática, estamos adportas de romper el marco constitucional y desechar las responsabilidades de un Estado social de derecho, por el afán de un líder construido mediáticamente, al que le urge vengar la muerte de su padre. Hay que repensar el periodismo antes de que el caudillo, convertido en un verdadero sátrapa, decida cómo y de qué asuntos se debe informar.

martes, agosto 25, 2009

La villa de los actores


En Villa Paz, un corregimiento de Jamundí, sus habitantes son actores y actrices de cine así ninguno haya pisado una universidad. Allá, de la mano de Víctor Alfonso González, ‘El director’, ya se han grabado cuatro películas que llenan parques y salones comunales . Historia de una metáfora a la superación humana.



Por Santiago Cruz Hoyos

Fotos: Bernardo Peña


I


Y de repente la calle se llenó de curiosos. Las puertas de las casas se abrieron y de ellas salieron apremiantes mujeres, niños, hombres, ancianos. Todos de raza negra, descendientes de africanos. Todos estirando el cuello, como queriendo ver mejor. Algunos ya sabían lo que iban a presenciar, por eso miraban atentos pero guardando un silencio sepulcral. Era la tarde de un miércoles de agosto y en Villa Paz, un corregimiento que pertenece a Jamundí y que está ubicado a 40 minutos de Cali, se estaba filmando la escena de una película.


“Recuerden que desde que comienzo a grabar ya no somos nosotros, ya son las caras de los personajes actuando”, se escuchó decir. Eran las palabras del director y guionista, Víctor Alfonso González, dirigiendo a Vanessa Carabalí, Armando González, Mariana González y Fabio Balanta, los actores.


Inició la grabación. Víctor se movía en círculo, buscando el mejor plano. Era la escena de lo que quizá será el desenlace de un asesinato. Un hombre amenazaba con un revólver al marido de una mujer que apareció con cara de angustia e implorando por la vida de su amado. En el piso, una joven hermosísima de 16 años estaba de rodillas y con las manos juntas, como orando, para también clamar por la vida del sentenciado a muerte. No había caso. En la mirada del hombre del revólver no se notaba un ápice de misericordia. La suerte estaba echada.


En ese momento un aguacero bíblico se desprendió del cielo y la grabación se suspendió. El desenlace de la escena quedó en suspenso. Todos, actores y curiosos, salieron corriendo buscando sus respectivas casas para resguardarse de las gotas pesadas y los truenos que empezaban a caer. La rutina del pueblo se sacudió por un momento gracias al milagro del cine.


II


Para llegar a Villa Paz se debe atravesar Jamundí y tomar la carretera que conduce al corregimiento de Potrerito. A lado y lado de la vía se ve el verde de los pastos y las montañas. Más adelante se ve el color rojizo de la tierra mezclado con el color de los cultivos de caña. En el trayecto hay tramos en donde el polvo entra a las gargantas sin permiso y en cantidades generosas. A lo lejos aparecen tractores a paso de tortuga y hombres que van y vienen en moto.


Una hacienda cañera de paredes blancas es la primera edificación que anuncia la llegada a este pueblo que fue fundado en 1892 y que sólo ahora es noticia gracias al cine. En Villa Paz es tanta la rutina, que ni siquiera han sucedido tragedias que merezcan ser contadas. Ese corregimiento, gracias a Dios, jamás se inunda y es tanta la tranquilidad que no se necesitan policías, no se sabe de balas. Quizá por esa monotonía de sus días es que su nombre poco se lee en los periódicos.


Después de unos metros de la hacienda cañera, aparecen a lado y lado de la carretera casas en bahareque y algunas de cemento y ladrillo. En las ventanas se ven hombres matando el tiempo. Algunos juegan dominó. Hay gallinas por todas partes, uno que otro perro y una mujer que carga en una vara de madera suculentos pescados recién sacados del río. En la plaza central hay una cancha de microfútbol que al mismo tiempo funciona como cancha de baloncesto.


También hay, en una esquina, un puesto de chance, la droguería San José y carteles de cartulina pegados sobre paredes que anuncian ventas de minutos a celular a $150 y paletas a $200. Y se ven niños, muchísimos, jugando partidos de fútbol improvisados. Es mitad de año y en Villa Paz los estudiantes están en vacaciones.


Ya en la calle y caminando junto a Víctor, le pregunto si en el pueblo hay síntomas de racismo.


-No, acá todo el mundo es bienvenido. ¿Por qué la pregunta?


Noté mientras caminábamos que era la única persona de piel blanca y que quizá por ello la gente miraba con curiosidad. Incluso, algunos murmuraban frases entre sí. Al final, más que racismo, lo del periodista blanco con grabadora que caminaba por ahí era una novedad jocosa en el pueblo. El periodista, decían algunas mujeres, se les parecía a un personaje de la televisión: ‘El duro’ Manuel Isaza, uno de los personajes de la novela ‘Oye bonita’. Se escuchaban carcajadas.


Lo de los apodos, entonces, es quizá otra forma que tiene el corregimiento para sacudirse de la rutina.


A Villa Paz había llegado con la intención de comprobar si era cierta la historia que escuché como un rumor de la boca de un fotógrafo amigo: esa historia que afirmaba que en un corregimiento desconocido, de gente dedicada a la agricultura, a la docencia, a los servicios domésticos, en donde no hay forma de educarse profesionalmente, sus habitantes filmaban películas.


Que el gestor de todo era Víctor Alfonso González, un albañil de 24 años que jamás había ido a una universidad. Que el hombre filmaba películas con celular o cámaras digitales de fotos y que le quedaban bastante aceptables, así aparecieran actuaciones de hombres muriendo que se reían. “No importa eso. Lo importante es que las películas están”, dijo el fotógrafo.


Seguí caminando junto a Víctor para conocer el fondo de la historia que resultó ser cierta, una poesía viviente de la superación humana en medio de estos tiempos de crisis económica. Vamos en busca de su padre, Armando González, un hombre que en el pueblo tiene cinco nombres distintos por culpa del cine y es uno de los personajes más famosos de Villa Paz y sus contornos. Tanto, que ya hasta lo han parado en las calles de Jamundí, Robles, Timba, poblaciones cercanas, para pedirle un autógrafo. Es que don Armando, un negro alto y delgado que ya anda por los 50 años, además de ser maestro de construcción y ganarse la vida levantando casas de guadua, es actor y por lo regular siempre encarna el papel protagónico de las películas. La paradoja de su vida es que ni siquiera tiene televisor.

Mientras llegamos a su casa, Víctor sigue hablando de Villa Paz. Cuenta que hay cinco iglesias, todas de diferentes religiones. También hay un centro de salud y un solo colegio, la Unidad Educativa Luis Carlos Valencia. Nadie tiene Internet en la casa y el que lo necesite debe ir al único sitio que hay, ubicado a pocos metros de la cancha de baloncesto. Y los ‘ricos’, que en Villa Paz son los docentes, son los únicos que tienen antena parabólica. Entonces, Víctor se ríe pícaro y lanza esta perla, quizá pensando en las ironías de la vida: “Yo, que soy el director, guionista, editor y hasta actor de las películas que acá hacemos, tampoco tengo parabólica”. Después lanza otra frase que desconcierta aún más: “Tampoco sé qué es una sala de cine. Nunca he entrado a ver una película”.


Entonces su trabajo como cineasta empírico cobra una relevancia aún mayor. Ante Víctor y sus producciones hay que quitarse el sombrero.


‘El director’, como algunos lo llaman mientras camina por estas calles, cuenta que la gente en Villa Paz vive en su gran mayoría de la agricultura. Cultivan naranja, caña, arroz. Otros, los que pueden estudiar, que son pocos, trabajan como docentes en Cali y Jamundí. Hay también quienes se dedican a la construcción, obreros como él y su padre. Las mujeres, que ni tienen la suerte de trabajar en la agricultura y mucho menos en la docencia, se ganan la vida como empleadas del servicio doméstico en las casas de estratos altos de Cali. Pero todos aquí, no importa el oficio o la profesión, dice Víctor, pueden ser actores o actrices de cine en cualquier momento. Varios ya han actuado en sus películas.


No interesa que ninguno jamás haya pasado por una universidad, un taller de expresión corporal o ni siquiera hayan visto una obra de teatro. Lo que importa es meterse en el personaje e interpretarlo lo mejor que se pueda. Y disfrutar. Además, nadie cobra un centavo por actuar. La plata a la larga es lo de menos. Lo interesante es verse en la pantalla y que al otro día el actor no se llame como lo bautizaron sino con el nombre del personaje que interpretó.


Así don Armando, por ejemplo, en una calle puede responder al nombre de Secundino, y en la siguiente, al de Anastasio. Llegamos a su casa. Para entrar hay que pasar por un solar atestado de gallinas que no paran de cacarear. Don Armando me estrecha la mano, sonríe cuando le digo que ya lo vi actuar en las películas y se apresta a contar su vida sentado en un butaco de madera.


III


Dos días antes de ir al pueblo me encontré con Víctor en una banca del parque principal de Jamundí. Le había pedido que nos viéramos en ese lugar porque a Villa Paz no tenía idea de cómo llegar. Iba a su encuentro en busca de esclarecer su historia. ¿Quién es el gestor del milagro del cine en ese paraje?


Víctor, sentado en la banca, abrió a propósito de la pregunta un maletín y de él sacó cinco cajas de dvd. Las puso en mis manos, como para empezar a responder. Enseguida empezó a hablar. “Estas son las películas que se han hecho en Villa Paz con actores espontáneos. Todo empezó porque yo escribo desde niño. Escribo fábulas, cuentos. Y yo quería convertir esos escritos en vídeo, motivado por mi hermano Julio César. Él me insistía en que hiciera una película contando la historia de un libro y aprovechando el computador que había comprado mi hermana. Yo le dije que mejor hiciéramos películas con mis cuentos y fábulas sobre nuestro pueblo. Y así quedó todo y él se fue, porque es policía. Cuando llegó, tiempo después, yo ya tenía lista la primera película, ‘Amor sin perdón’. La filmé en el 2008 con la cámara de un celular Nokia 6300. Mis familiares eran los actores. Después invitamos a otras personas de la comunidad y eso causó un gran impacto. Descubrí que la gente quiere verse en la pantalla”.


Enseguida agregó: “Lo mío es el cine. Me gano la vida como albañil, pero mi sueño es estudiar para dedicarme al cine, que es una bella forma de mostrar los pensamientos que a uno le surgen”.


‘Amor sin perdón’ es una historia trágica, una especie de Romeo y Julieta del Siglo XXI. Cuenta la historia de Anastasio (don Armando), un maestro de obra que sufre una decepción amorosa. Lucía (Mariana González), su mujer, un día decide irse con el mejor amigo de Anastasio, un tipo llamado Cristancho (Daniel González). Con el tiempo Anastasio se recupera de la decepción, encuentra un nuevo amor, viaja a España donde consigue dinero y cuando la vida le sonríe y regresa a Colombia a disfrutar de las mieles del amor y la riqueza, aparece una Lucía celosa que le dispara con un revólver hasta matarlo. Después, la propia Lucía se dispara en la cabeza. Por su cuerpo, se ve en la pantalla, escurre algo que parece sangre. En realidad es jugo de remolacha.


“La idea con esa historia era mostrar el realismo de la vida”, explica Víctor, a quien los tradicionales finales rosa de las películas poco le atraen. Ese filme lo grabó dos veces. Primero con el celular. Después, con una cámara digital que le regaló el artista nariñense Luis Eduardo Ricaurte. Es que Víctor, además de albañil y director de cine, es pintor. Y con Ricaurte está aprendiendo nuevas técnicas, sobre todo perfeccionando el dibujo de los pies. Su maestro le insiste en que cuando pinte unos pies perfectos, se graduará como artista.


Volviendo a ‘Amor sin perdón’ se puede afirmar que el resultado final es muy aceptable. La película tiene incluso sueños de grandeza, tantos, que Víctor la tradujo al inglés gracias a Internet. Una traducción imprecisa, pero eso a la larga no interesa. “Es que quiero que las historias se vean en otras partes”, explica. Seguimos en el parque.


La segunda película que se filmó se llama ‘La última gallina en el solar’. Es la historia de un mito, una gallina que pone huevos negros. En resumen, la historia es esta: Sandra (Ingrid Juliet Rivas), una mujer de Alteron (fue el primer nombre que recibió Villa Paz), hereda una gallina que pone huevos negros. Secundino (Armando González), el capataz del pueblo, un hombre déspota, y El Mosca (Hubeimar Balanta), un delincuente por naturaleza, no descansan hasta tener en su poder la gallina milagrosa…


‘La senda equivocada’, el tercer filme que se ha grabado en el pueblo, narra la historia de una familia. Uno de los tres hijos se pierde en las drogas, la otra hija, menor de edad, queda embarazada, aborta y muere, provocándole también la muerte a su madre. El último de los hijos le apuesta al estudio y sale adelante.


A primera vista no se nota que el filme hubiera sido grabado en un solo día. Víctor cuenta la anécdota y no se lo cree aún. “En el pueblo se iba a hacer un evento contra la drogadicción y el aborto y nos pidieron que hiciéramos un cortometraje sobre esos dos temas. Recuerdo que el evento era un lunes, y nos propusieron la idea el sábado. En un día montamos todo. Fue un corre corre impresionante”.


‘Tiempo de angustia’ es la más reciente producción que se ha filmado y allí don Armando se faja tremenda actuación, interpretando tres papeles. La película narra historias de hombres que con poco dinero salen adelante, cumplen sus sueños. Quizá sea una semblanza de la propia vida de Víctor y la de los habitantes de Villa Paz. Volvemos al pueblo, a la casa de su padre, en ese solar con gallinas que no paran de cacarear.


IV


Más que un logro personal de ‘El director’, el asunto del cine en Villa Paz es un fenómeno social impresionante. Muchos de sus habitantes ya ven la posibilidad de actuar como un proyecto de vida, sobre todo los jóvenes, y eso es clave en una población en la que encontrar un empleo es casi una hazaña. Vanessa Carabalí, por ejemplo, es una de esas jóvenes que sueñan con convertirse en una gran actriz. La muchacha, una de las mujeres más lindas de Villa Paz, afirma que después de haber actuado en ‘La senda equivocada’, donde interpretó a Leydy, la adolescente que queda embarazada y aborta, se le metió esa idea en la cabeza.


“Me gustaría ser como Andrea Serna, por ejemplo. Sé que ella es presentadora, pero la admiro mucho”, dice.


Cuando le comento entonces que si ese es su sueño, ¡a por él! Vanessa no se entusiasma. ¿Cómo? “Acá la situación es complicada, no hay con qué estudiar”. Suena resignada. El caso de Vanessa es parecido al de Ingrid Juliet Rivas, otra de las actrices. Ingrid tiene una hija de 6 años y es una jovencita ama de casa, pero advierte: “Yo quiero ser importante”.


Por eso le gusta la política. Hace parte de la Junta de Acción Comunal y de un movimiento que proyecta pavimentar las calles de Villa Paz, mejorar el estado de las viviendas, optimizar el alcantarillado, atraer instituciones educativas. “Uno acá se gradúa del colegio y no tiene mucho por hacer. Yo estudié enfermería en Jamundí, pero el instituto ni siquiera estaba aprobado. “¿Para qué estudiar así?”, se pregunta.


Y ama el cine, otro camino que le da la posibilidad de convertirse en alguien “importante”. Ella interpretó a Sandra, la protagonista de ‘La última gallina en el solar’. Y en la calle le dicen así, Sandra. A ella le gusta, su hija ya puede decir que su mamá es actriz de cine, pero ella quiere ser de las famosas, esas que se ven desfilando en tapetes rojos.


El sueño de Mariana González, por su parte, no es el de aparecer en televisión, aunque actúa bastante bien, sobre todo si se trata de escenas melodramáticas. Mariana es una madre comunitaria de Villa Paz. A ella también el cine le cambió el nombre. La gente le dice Lucía, por su papel en ‘Amor sin perdón’. También le dicen ‘La llorona’, por su papel en ‘La senda equivocada’. En ese filme siempre entra en acción gritando y con lágrimas en los ojos.


“Esto que está gestionado Víctor es un ejemplo para el pueblo, para los jóvenes, un mensaje para que sigan adelante. Y yo, más que ser actriz, lo que sueño es con que el cine de Villa Paz se conozca en otras partes”.


Hubeimar Balanta, ‘El Mosca’, como todos lo conocen después de su papel en ‘La última gallina en el solar’, es un personaje particular, de esos desprevenidos frente a la vida. Dice que lo suyo es trabajar, así sea en un cultivo de arroz, levantando los cimientos de una casa o actuando en una película. Cree que Víctor lo escogió para el papel de delincuente por su historia de vida. Estuvo en el Ejército, en la selva. Sabía lo que era poner cara de malo, porque le ha tocado. ¿Y su actor favorito? Se ríe y dice: “Ese que se llama Arnold (Arnold Schwarzenegger) y Rambo”.


La rutina en Villa Paz se esfuma en el momento de las grabaciones y hasta los hábitos de la comunidad cambian gracias al cine. El día del estreno de ‘Amor sin perdón’ en el salón comunal, el pueblo se convirtió en una fiesta. Fue un domingo, llovía, y aunque la gente tiene la costumbre de acostarse temprano, aquella noche todos estuvieron hasta casi la madrugada viendo el filme. El recinto, además, no dio abasto para albergar a toda la comunidad y las boletas que tenían un precio de $700 tuvieron que dejar de venderse. Había gente parada en puertas, asomada por ventanas, cargándose unos con otros. La película se tuvo que presentar tres veces más.


Y los actores que allí aparecieron tomaron otro estatus, se volvieron celebridades que no saben de egos, de orgullos.Y hablando de celebridades, ahora estrecho, por fin, la mano del protagonista de las películas, don Armando González.


Le pregunto que si se imaginaba ser actor, verse en la pantalla. Me dice que no, que él de muchacho veía películas mexicanas, esas de Antonio Aguilar, de Jorge Negrete, y se decía a sí mismo que podría actuar. Pero no, nunca pensó que se vería en la televisión. ¿Y le creyó a su hijo cuando le salió con el asunto de hacer una película?


“Sí. Una vez me vio cantar la canción ‘Ella’, de José Alfredo Jiménez, y me dijo que la repitiera para grabarme y hacer un video. Yo le hice caso. Al otro día me dijo que lo que íbamos a hacer era una película. Me dijo, porque yo le conté una historia de una decepción amorosa mía, que me parecía mucho a Anastasio, un personaje de un cuento de él. Y me comentó que yo iba a ser de Anastasio. Sin darnos cuenta, hicimos la película”.


Víctor no lo duda. Su padre es el mejor actor del pueblo, se adapta a cualquier papel, rico o pobre, déspota o ingenuo. Incluso, en las escenas es la mano derecha de ‘El director’. Regaña a los actores que les da por reírse cuando no deben y exige cuando sabe que pueden dar más.“Trabaje, que esto es algo serio”, le dijo con fuerza a uno de los actores que participaban en la escena inicial de esta historia. Don Armando era el hombre del revólver y no le convencía la actuación de Fabio Balanta, su sentenciado a muerte.


Esa escena era una especie de casting para lo que será la próxima película que grabará Víctor: ‘La viuda’, una historia de una mujer que hace un pacto con el diablo para vengarse de un marido que le pega.


V


Mientras amainaba el aguacero que cayó sobre Jamundí y que dejó la escena en suspenso, todos, actores y director, retomaron sus labores. Las amas de casa retornaron a sus hogares, los obreros, a sus construcciones; los agricultores, a limpiar cultivos de arroz. Víctor, por su parte, me contaba que las películas las edita en un programa que trae cualquier computador familiar: Windows movie maker.


La música la consigue en Internet y si necesita que un hombre joven aparezca como un anciano, recurre a un maquillaje artesanal: maizena en la cabeza. Nadie de este curioso elenco, sospecho, se ha dado cuenta que están cambiando la historia de este paraje olvidado en dos. Nadie sabe de su propia grandeza. El cine en Villa Paz es una metáfora a la superación humana, una burla a los tiempos de hoy que pregonan crisis y miserias.

lunes, agosto 10, 2009

Martín Caparrós: "Escritor es un título de nobleza"


El novelista y cronista argentino Martín Caparrós estuvo en Bogotá hablando de dos de sus temas predilectos: periodismo y literatura. También habló de su más reciente libro, ‘Una luna’, un diario de viaje por lugares como Monrovia, París y Madrid, sitios a donde fue para conocer las historias de jóvenes migrantes . GACETA lo entrevistó.


Por Santiago Cruz Hoyos y Paola Guevara

Fotos: Christian Castillo, Colprensa


Va por el mundo vestido de negro, siempre de negro. Va por el mundo mostrando la tranquilidad de esos hombres que ya están por encima del bien y del mal, que dicen lo que piensan así cause escozor, risa o polémica. Entonces, lanza frases como esta: “La mayoría de los editores latinoamericanos son tontos”. El auditorio en donde dijo eso estaba lleno de periodistas...


Va por el mundo escribiendo, obvio es escritor, es cronista, pero también va por el mundo tomando fotos, una pasión que lleva desde siempre. Tanto, que le acaban de proponer que haga un libro de sus fotografías captadas en los viajes que ha hecho al África, en donde estuvo para observar, escuchar, oler y luego escribir crónicas. No le gusta, por cierto, utilizar la palabra reportear o investigar. Le suena a policía.


Esa pasión por la cámara fotográfica explica en parte una vieja costumbre —otros dirán resabio: recoger los datos de sus crónicas sin fotógrafo. Le gusta la soledad a la hora de trabajar. Y ahora, revela, le atrae incluso más disparar la cámara que escribir. Va por el mundo hablando de crónica. Y hablando, también, de la supuesta diferencia que existe entre periodismo y literatura. Siempre, inevitablemente, le hacen la pregunta, no importa el país en donde esté.


Quizá ese ‘drama’ lo lleva para siempre porque escribe, y muy bien, en ambos géneros (es considerado uno de los mejores cronistas argentinos). Y siempre responde que la tal diferencia no existe, que el asunto a la larga está en el pacto que hace el que escribe con el que lee: esto es una crónica, es verdad, los hechos que te estoy contando pasaron. O: esto es ficticio, es una novela, pero a lo mejor parece real, a lo mejor te va a entretener. De ese tema estuvo hablando en Bogotá, en una conferencia que dio en junio pasado, el mismo espacio en el que calificó de ‘tontos’ a los editores latinoamericanos.


Explica su sindicación: no entiende por qué algunos editores trabajan para una raza rara que se inventaron: el lector que no lee. ¿Cómo es eso?, se pregunta. Un lector que no lee, dice, sería algo así como una hielera que calienta, y un periódico para esa rara especie de seres sería como hacer camisas para gente sin torso. Ya hablará del tema.


Martín Caparrós, el hombre en cuestión, es un argentino alto, mide 1 metro y 86 centímetros. Hincha a morir del Boca Juniors, - es socio del equipo - ha publicado más de 20 libros, entre novelas, ensayos y crónicas. Su más reciente publicación se llama 'Una luna', un diario de viaje por diferentes países a los que fue para conocer la historia de jóvenes migrantes: mujeres traficadas, refugiados de guerra, polizones, niños soldados, enfermos de Sida, pandilleros deportados, trabajadores, estudiantes..


.Ha hecho, además, periodismo deportivo, gastronómico, taurino, cultural, político y policial en prensa, radio y televisión y ha dirigido medios como El Porteño, Babel, Página/30, Cuisine & Vins. Cuenta que de niño quiso ser saxofonista. Pero para fortuna de las letras, resultó pésimo para eso. GACETA se sentó con él para hablar de periodismo y literatura, dos de sus temas preferidos. Una cita puntual, a las 12:30 del mediodía de un viernes cualquiera en un hotel de Bogotá. Ni un minuto más, ni un minuto menos. Martín Caparrós es un tipo puntual.


Sobre periodismo


Hablemos de un género del que usted habla y practica con regularidad: la crónica. ¿Cuál es el verdadero poder de la crónica?


Me incomoda hablar del supuesto poder de la crónica. Quizás podría hablar de las intenciones, pero no de poder, me parece que poder no tiene ninguno. Si lo ponemos en esos términos, lo que me interesa de escribir crónicas desde el punto de vista político, es que cambia muchas veces el hecho de lo que merece ser mirado. Los diarios te hablan siempre de los ricos, los famosos, los poderosos, los futbolistas y las tetonas. Lo cual implica y comunica una idea del mundo, la idea de que lo que importa son los ricos, los famosos, los poderosos, los futbolistas y las tetonas. Y es muy grave que los medios sean tan unánimes en organizar esa visión del mundo, porque mucha gente termina creyéndola.


En ese sentido, me interesa la política de la crónica, porque lo que hace es cambiar el foco de lo que debe ser mirado y habla de toda la gente que no sale en los diarios sino es porque mueren de forma violenta, se estrellan, los mata el vecino o se caen por un barranco. En ese sentido, la perspectiva política de la crónica me interesa.


Pero no hablaría de poder. Me interesa también como una idea del mundo, una idea de la cultura, el hecho de que no se limite a dar cuatro números, sino que intenta pensar un poco más. En un momento en el que tratan de convencernos de que cualquier cosa que tarda más de 10 minutos es una pérdida de tiempo, y algo largo es imposible de ser captado por los espectadores o lectores, me parece que el hecho de la crónica de tomarse tiempo para ir más allá también es un gesto político sobre la idea del mundo.


Usted en su conferencia sobre periodismo y literatura dijo que aunque había leído todos los diarios de ese día, no recordaba ninguna de las noticias, que las había olvidado con justicia. ¿Por qué esa frase, olvidar las noticias con justicia?


Muy pocas veces me sucede que encuentre una noticia en un periódico que me parezca que valga la pena de ser recordada hasta el día siguiente. En general, es la misma repetición de hechos de la supuesta política, y si no es sobre política, te dan noticias policiales no desarrolladas, o noticias internacionales tan mal desarrolladas que se escriben a partir del prejuicio de que a la gente no le importa lo que pasa afuera, y terminan por olvidarlas. En un diario no hay noticias que te den la sensación de estar interpelándote, de hacerte pensar sobre tu vida, de hacerte entender cosas. Ese tipo de artículos son los que valen la pena y son los que uno se acuerda. Pero en los periódicos no se están publicando.


Volviendo a su conferencia, usted dijo, en cierto tono de broma, que la mayoría de los editores latinoamericanos eran tontos. ¿Por qué dijo eso?


A mí me sorprende esta idea que tienen muchos editores latinoamericanos que trabajan para una raza inexistente, el lector que no lee. Y un lector que no lee, no existe, porque lo que define al lector es el hecho de leer. Un lector que no lee es una paradoja lógica pero no una persona. Como los editores trabajan para ese monstruo inexistente, porque en realidad a las personas a las que está destinado su trabajo las subestiman, piensan que son idiotas y que si no les das todo molídito, con gráficos, en 8 líneas, van a salir corriendo, como trasladan su propia ignorancia al público, la mayoría de los editores crean productos que no interesan.


Es evidente que en Colombia o Argentina no hay 35 millones de lectores ávidos, pero los diarios los hacen para 100, 200 mil personas. Si uno no cree que en su sociedad hay 100 mil personas que leen, inteligentes, dignas de que uno haga todo el esfuerzo para tratar de estar a su altura, es mejor dedicarse a otras cosa, a fabricar chupetines, y va a tener un público más adepto. Hay que creer que trabajas para gente inteligente y por lo tanto hay que hacer cosas inteligentes.


¿Y sí se leen las historias largas en los diarios?


Ahora hay un amigo, Fernández Díaz, que está escribiendo unas historias bastante largas en La Nación. Y los directivos del periódico no querían hacerlo. Y bueno, lo hicieron y es un éxito absoluto porque la gente quiere que le cuenten historias. Ha funcionado bárbaro, son historias barbaras, y son largas porque tienen que ser largas. Y los de La Nación se preguntan: ¿pero cómo? Eso quiere decir que nuestros lectores sí querían leer...


Si usted fuera director de un periódico, ¿cómo sería ese periódico?


Hace un año y medio era sub director de un periódico. Pero no me entendí con el director y me fui. Sin embargo, tuve la necesidad de pensar bastante esa pregunta. ¿Cómo sería mi periódico? Sería uno donde se contaran vidas, enterarnos de cómo vivimos, que es lo que los diarios no cuentan. Los diarios crean un mundo ilusorio en el que lo único que importa son los poderosos, y eso está bien, pero también se debe encontrar en un diario nuestras vidas, contarnos a nosotros mismos. La base de ese periódico serían las historias, y por supuesto la discusión, no una columna de opinión, sino discusión, que es diferente. Y después buenas fotos, no como el viejo sistema pato-pato, que dice que si el tema es sobre un pato hay que tomarle la foto a un pato, no. Que la foto también sea un relato en sí misma, una forma de contar el mundo tan importante como el texto.


Para terminar esta parte de la entrevista, hablemos de su más reciente libro de crónicas, ‘Una luna’, ese diario de viaje que nació después de ser enviado por el mundo por una agencia de Naciones Unidas. ¿Qué es ‘Una luna’?


Es un diario de lo que fue un viaje de 28 días escribiendo sobre jóvenes migrantes por diferentes lugares del mundo como Kishinau y Monrovia, Amsterdam y Lusaka, Pittsburgh y París, Madrid, Barcelona y Johannesburgo. Inicialmente, la idea era escribir crónicas, pero en medio del viaje pensé que podía ser un libro. Hace dos años hice una edición de 222 ejemplares de ese libro para regalárselos a mis amigos, el día que cumplí 50 años, una edición de mi bolsillo. Ahora la editorial Anagrama lo publicó, corregido y aumentado.


Sobre literatura


Cambiando de tema y hablando de literatura, usted es considerado un escritor muy versátil. Le interesan la política, el arte, la ciencia, la historia... Pero también le apasionan la gastronomía, los deportes, los viajes, los toros. ¿Cree que el escritor es lo más cercano al hombre Renacentista?


Ojalá lo fuera, yo creo que puede ser todo lo contrario. Hay escritores que se encierran en una obsesión durante 40 años y la trabajan y la trabajan. Es el caso de Malcom Lowry, que escribió tantas veces la misma novela que una de tantas le salió bien. Hay extremos como ese, hasta el de la absoluta dispersión, que es el mío. Y en el medio, todo tipo de escritores.


¿Ese marcado interés por la gastronomía y otros placeres revelan que hay un hedonista en usted?


Sí, hay cierto hedonismo, lo que pasa es que al hedonismo suele dársele una connotación negativa, se asocia con egoísmo. A mí me gusta pensar lo contrario, que los hedonistas no son egoístas sino que pueden aportar beneficio para muchos.


Su tarea es inventar personajes. ¿Usted se siente igual de ágil para inventarse a sí mismo?


No sé qué tan hábil soy para inventar personajes, pero ciertamente soy un torpe para inventarme a mí mismo. Siempre me sorprende, con mucha franqueza, el ‘personaje’ en el que me convertí. Me pregunto cómo llegué a convertirme en algo tan distante de lo que yo supongo sobre mí mismo. Recuerdo una frase del poemario francés que dice: Mi vida no se parece a mí. Conseguí, sin querer, que una poca gente creyera sobre mí una cantidad de cosas que yo detestaría si viera en otros. ¡A lo mejor si me presentaran conmigo mismo me caería muy mal...!


¿Cuáles son sus hábitos de lectura?


Durante muchos años fui un lector muy ávido, porque la lista que tenía por delante era infinita. Luego ya sentía que no había nada nuevo que valiera la pena, me sentía confortable, y de un tiempo para acá he vuelto a leer, sólo que ahora leo distinto.


¿Es de los que relee?


Hace poco me prometí leer un libro que me fascinó hace veinte años, ‘Poderes terrenales’, de Anthony Burgess, pero al volver a leerlo me pareció tan básico, tan poco sorprendente de cómo yo lo recordaba, que me decepcionó. A veces releer es tan triste como perder amigos, o como constatar que veinte años pasaron.


¿La experiencia de su exilio en París, donde se licenció en historia, marcó su literatura?


El exilio es un tema decisivo en la literatura. Dios es el primero que exilia, Adán y Eva fueron expulsados de la tierra, así que la idea del exilio hace parte de nuestra cultura. Mi experiencia personal influyó, pero aún si no me hubiera ocurrido, creo que igual sería siendo tema de mi literatura.


Epílogo


“Soy muy ordenado a la hora de escribir, eso sí, cuando estoy en casa. En la mañana leo y después en la tarde me prendo un buen cigarro y escribo hasta las 6 ó 7. Descubrí para mi gran sorpresa hace tres o cuatro años que si trabajo cuatro horas por día produzco mucho. No trabajo en la noche”.


“La palabra investigación no me gusta, la asocio demasiado con policías, jueces. Reportear es una palabra lationamericana, que poco se utiliza en Argentina. Prefiero utilizar otros términos a la hora de recoger datos para una crónica: buscar, charlar, mirar, escuchar, leer. Lo que hago no tiene misterio. Trato de enterarme de cosas y las cuento. Nada más”.


“No trabajo con fotógrafo. Necesito estar solo cuando estoy trabajando. Es un momento de mucha concentración y actividad, que si estoy con otro me distraigo. Eso empezó hace mucho tiempo cuando empecé a hacer crónicas de viajes, hace como 20 años, y me imaginaba estando 10 horas en un avión con una especie de desconocido y me parecía aterrador. Entonces dije, no, no quiero, y empecé a hacer mis propias fotos. De hecho, cuando fui por primera vez a pedir trabajo a un periódico a los 17 años, lo hice como fotógrafo. Por casualidad fue que empecé a escribir. Entonces retomé lo de las fotos y de hecho ya me gusta hacer más fotos que escribir. Estoy muy orgulloso porque me acaban de proponer hacer un libro de fotos, un libro como fotógrafo, sobre las mujeres de Níger, un país africano muy grande pero muy pobre. Me encantó la idea, descubrieron que yo en realidad era fotógrafo”.


“¿Tres cronistas? Truman Capote, Manuel Vincent y Tomás Eloy Martínez”.


“No tengo hobbies, esa palabra es una crueldad. Que alguien trabaje todo el día de forma aburrida para tener que llegar a casa a hacer algo que le agrade, es una crueldad. Yo he procurado no hacer eso. Mi hobby es escribir, mi trabajo es lo que me gusta. Por supuesto que me gusta hacer otras cosas: soy buen cocinero y lo hago todos los días. Soy socio de Boca Juniors. Me gusta el cine. Pero las cosas que más me gustan las hago trabajando. Viajar, escribir, entender”.


“Fui un mal saxofonista, por suerte para mis vecinos lo abandoné a tiempo”.


“¿Un sueño? Era ser un gran saxofonista, pero no se dio. No sé, el sueño sería escribir un libro bueno alguna vez. Creí que ya había escrito uno, una novela que se llama ‘La Historia’, creo que es un libro bueno, pero nadie lo leyó”. “


Yo quería ser escritor. Y una vez le pregunté a Bioy Casares: ¿Cómo es esto de ser un escritor respetado, cómo resulta? Me dijo: de eso no te das cuenta. No pasa que un día no te conoce nadie y al otro sos un escritor respetado. El reconocimiento va llegando poco a poco”.


“Yo quería ser escritor, pero tardé muchos años en llamarme a mí mismo escritor. En las migraciones de los aeropuertos, donde te piden el dato de tu profesión, empecé a escribir escritor hace tres, cuatro años, cuando dije ya después de 20 libros basta, ya lo soy. Porque para mí escritor no es una profesión, es un título de nobleza, para mí es eso. Yo no era que quería trabajar de escritor, quería ser escritor”.


“Cuando yo creo que escribo algo que está bien, por más que miles de personas me digan lo contrario, yo no les creo. Cuando yo creo que escribí algo que no me parece tan bueno, y me dicen que sí, tampoco les creo”.


“Mi bigote ya cumple 30 años de ser retorcido. Quería encontrar una forma más entretenida que la cara que tenía y bueno... Una vez me lo quité para actuar en una película y nadie me reconoció, ni mis amigos. Y el hecho de poder cogérselo es mejor que rascarse los huevos, está mejor visto”.