martes, agosto 21, 2012

"Yo soy otro falso positivo de la Fiscalía"







Héctor Fabio Mazuera, el primer condenado por el secuestro de los doce diputados del Valle, asegura que es inocente. Tras casi una década en prisión, pide que su caso sea revisado por la justicia.



Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos Bernardo Peña
EL PAÍS


Un hombre sentenciado a 33 años, once meses y nueve días de prisión dice que es inocente. Su nombre es Héctor Fabio Mazuera. Es el primer condenado por el secuestro de los doce diputados del Valle del Cauca, cometido en Cali por la guerrilla de las Farc en la mañana del 11 de abril de 2002. Lo acusan de ser uno de los encargados de abrirle el paso en una moto a la buseta en la que los subversivos sacaron a los políticos de la ciudad.

Héctor Fabio Mazuera asegura que justo ese día estaba en un consultorio médico de la compañía en la que trabajaba como auxiliar en depósitos de libros: Carvajal S.A, Grupo Editorial Norma. El diagnóstico: espolones calcáneos. Una constancia incluida en el expediente del caso certifica que en la fecha del secuestro estaba incapacitado.

Ahora el sol quema. Mazuera, 130 kilos, vestido de jeans, camisa beige, gafas recetadas, suda. Está sentado en una silla plástica ubicada en un patio de la cárcel de máxima seguridad de Palmira. Aquí se encuentra recluido desde hace 9 años. Tiene 36.

Su nombre fue noticia hace poco. Un comandante de las Farc detenido en la Cárcel de Cómbita, en Boyacá, también aseguró que Héctor Fabio es inocente. Gustavo Arbeláez, alias Santiago, partícipe confeso del secuestro de los diputados, dijo en una entrevista publicada en este diario el 28 de mayo de 2012 que “Yo a ese personaje (Mazuera) lo vine a conocer cuando estuve detenido en Palmira. Se me presenta y me cuenta que estaba detenido por lo mismo mío. Averiguo con la gente nuestra y me dicen que ellos le dijeron al fiscal que eso no era cierto, mandaron documentos por escrito. Ese hombre lleva diez años de cárcel por un crimen que no cometió”.

La Fundación Comité de Solidaridad con los Presos Políticos promueve una campaña por su libertad; decenas de sus conocidos del barrio Marroquín firmaron una carta en la que aseguran que es un trabajador “de sanas costumbres”, “se está cometiendo una injusticia”; el abogado Carlos Hernán Escobar piensa llevar su caso a la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Mazuera se quita los zapatos. Bajó a este patio sin medias para mostrar las cicatrices de una operación. Exhibe los pies gordos, las cicatrices blancas. Sufrir de espolones calcáneos es casi no poder caminar. Los talones se calcifican, se endurecen. Al apoyar el pie, duele. Por eso el día del plagio de los asambleístas, insiste, estaba en esa consulta médica. Un documento incluido en el expediente que tiene la firma de la doctora Alejandra Muñoz confirma que Mazuera estaba enfermo. La doctora, ese 11 abril de 2002, día del secuestro, le prolongó la incapacidad por dos días.

La Fiscalía, sin embargo, lo acusa de ser alias ‘El gordo’, miembro del frente urbano Manuel Cepeda Vargas de las Farc y uno de los guerrilleros que participó en el plagio.

Héctor Fabio Mazuera dice que alguna vez, en esta cárcel, entonces pensó en matarse. Lo dice y después todo queda en silencio.



II

Fue en Marroquín, Distrito de Aguablanca. Allá vivía Mazuera desde que tenía ocho años. Allá – es la historia que cuenta - Éver Freddy Mejía, un vecino suyo, le presentó a Jorge Eliécer Romero.

Éver Freddy , alias Coquimbo, es guerrillero según las autoridades. Romero también. Es más conocido como 'Care niña'. Mazuera recuerda que les ofreció agua y jugo en su casa. Enseguida se fueron. Iban de afán. Dice que no tenía idea de que Éver Freddy era subversivo, mucho menos el hombre que le acababa de presentar. Dice, también, que a Éver Freddy lo visitaba de vez en cuando pero por la hermana. Se llamaba Yuly. Era linda. Héctor Fabio Mazuera se ríe.

Fue‘Care Niña’ el que lo acusó ante la Fiscalía de participar en el secuestro de los diputados.


- ¿ Por qué lo señaló a usted?


- Supongo que necesitaba beneficios para rebajar su condena.

Es su teoría. ‘Care Niña’ está procesado por rebelión. Según su testimonio, incluido en el expediente, Mazuera es alias ‘El Gordo’. El día del secuestro, además de abrir el paso de los secuestradores, también prestó vigilancia en las afueras de la Asamblea Departamental.

La Fiscalía le dio total credibilidad a la versión: “No existe razón alguna para que el testigo falte a la verdad, no existe un móvil que señale la intención del testigo de falsear los hechos para involucrar al sindicado”, se lee en la resolución interlocutoria.

Para la defensa, sin embargo, existen cabos sueltos en las declaraciones de ‘Care Niña’. En una de sus versiones aseguró que había sido el propio Héctor Fabio el que le había confesado que estuvo en el operativo del plagio. Después, el 25 de enero de 2003, dijo que en realidad todo lo que sabía de Mazuera se lo contó Éver Freddy Mejía. Mejía asegura que eso no es cierto: “Care Niña’ busca, mintiendo, un beneficio propio”.

El procurador judicial Gustavo Montoya señaló otro detalle: ‘Care Niña’, tres meses después del secuestro, exactamente el tres de julio de 2002, antes de la captura de Mazuera en enero de 2003, también había rendido una declaración en la que explicaba cómo era la estructura del frente Manuel Cepeda Vargas de las Farc, quiénes eran sus integrantes. En ese entonces no mencionó a ningún guerrillero con el alias de ‘El Gordo’ o de apellido Mazuera.


El procurador leyó otros testimonios: el 25 de julio de 2002 Diego Eduardo Jilicue Pavi, guerrillero del frente Manuel Cepeda Vargas, describió a los milicianos de ese grupo. Tampoco mencionó a nadie con el alias de ‘El Gordo’.



III

Aquí en la cárcel le decían ‘Falso positivo’. Mazuera lo recuerda. Era un dirigente del Comité de Derechos Humanos en El Charco, departamento de Nariño. Se llama Harry Yesid Caicedo Perlaza y estuvo detenido, acusado de toma de rehenes, perfidia, homicidio agravado y rebelión por el secuestro de los diputados.


En septiembre de 2011, la Fiscalía lo dejó en libertad tras diez meses de cárcel. No existían pruebas para incriminarlo. Mazuera dice que lleva 9 años en una celda por delitos que tampoco cometió.

- Yo me presenté a la Fiscalía el 20 de enero de 2003, por un allanamiento que le hicieron a mi casa. Hablé con el Fiscal Juan Carlos Oliveros, le dije que si me requería, me presentaba, no tenía nada que esconder. Cuando me presenté, quedé capturado.


Fui presentado a los medios como el comandante que organizó el secuestro, dijeron que me capturaron en un operativo. No dicen la verdad. No dicen que fui y me presenté. ¿Si hubiera sido el guerrillero que dicen que soy, por qué voy a tocarle la puerta al fiscal?

Pero existe otra prueba en su contra: en ese operativo en su vivienda hallaron documentos escritos a mano con nombres de guerrilleros. Las pruebas grafológicas dictaminaron que no fueron escritos por él.

- ¿Qué explica entonces que esos papeles estuvieran ahí?

- Jamás los había visto. Tal vez los pusieron en el allanamiento. Tal vez alguien los dejó. Yo alquilaba mi computador por horas. Esa prueba también la desvirtué.


Fernando López cree que Mazuera es inocente. Fue su jefe en Carvajal. Está al teléfono.

-Se lo dije a la Fiscalía. A él no le quedaba tiempo para hacer algo distinto a sus funciones. Trabajaba de 7 de la mañana a cinco de la tarde y a veces se quedaba hasta horas de la noche. Los fines de semana hacía turnos. Eso se puede comprobar con las horas extras que se le pagaban.

Un excompañero que pidió no ser citado con su nombre contó un detalle: Mazuera, en algunos eventos sociales de la compañía, se disfrazaba de Barney, ese muñeco que encanta a los niños. “Siempre fue muy colaborador”.

Sus rutinas fueron otro argumento para intentar comprobar su inocencia: en el expediente del secuestro, los comandantes ‘JJ’ y ‘Franco’ explicaron que para el operativo entrenaron a sus hombres en campamentos ubicados en los corregimientos de Pichindé y Peñas Blancas. Tardaron meses. Por sus horarios de trabajo, Mazuera no habría podido tomar parte de esas prácticas en la montaña. Su enfermedad tampoco le hubiera permitido ponerse botas.


Mazuera se pone de pie. Abre los brazos, da media vuelta. Pide que lo mire: 130 kilos, 1.76 de estatura. En la época del secuestro debía pesar 120 kilos.


Se sienta. Habla de un video. Uno que se emitió en los noticieros y en el que aparecen los guerrilleros entrenando para el operativo, llegando a la Asamblea, saliendo de la ciudad. En ese video se ven los hombres que manejaban las motos. En ese video, jura Mazuera, se puede comprobar que no era él. “No hay ningún gordo”.



- ¿Ha pensado en la libertad?



- Todos los días. Me digo ya va a ser, ya va a ser, falta poco.



- ¿Y qué piensa hacer el día que salga de la cárcel?



- Le daré gracias a Dios. Y visitaré la tumba de mi sobrino. Un carro lo atropelló en Chile. Estando aquí encerrado ha muerto mi sobrino, ha muerto mi papá. Le dio un derrame ahí, a la salida de esta cárcel.

El peregrino de la linterna






Se llama Ezio Guadalupe Roattino: tiene 76 años, 30 viviendo en el Cauca y antes de llegar ahí había peregrinado la fe en el Magdalena y las favelas de Brasil. ¿Cómo ve la confrontación un misionero que antes de todo aquello había logrado escapar de la Segunda Guerra Mundial?

Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos Ernesto Guzmán Jr.
EL PAÍS

Ezio Guadalupe Roattino está vestido con pantalón café, camisa azul manga larga, ruana. A esta hora, casi las nueve de la noche del 19 de julio de 2012, no parece un sacerdote. Luce, más bien, como otro campesino que camina por la plaza de mercado de Toribío con una linterna en la mano.

Es por la guerra. La linterna es por la guerra. En las noches, por algunas zonas del municipio, no se ve el cemento si se mira hacia abajo, no se tiene idea si a dos pasos hay un hueco, una zanja, unas gradas. La oscuridad por falta de alumbrado público es protección para los policías que patrullan el pueblo. En los cerros que lo rodean, dicen, el Sexto Frente de la guerrilla de las Farc ubica francotiradores que apuntan hacia los uniformados.


Pero el padre Ezio habla en este momento de paz. Alumbra con su linterna la puerta de la casa cural, se ríe, dice que tiene tantas llaves que no sabe cuál abre la cerradura. La paz, comenta, es precisamente eso: una búsqueda paciente.


Ezio Guadalupe Roattino, 76 años, lleva 30 viviendo en el Cauca, especialmente aquí, en Toribío. Mucho antes de eso había nacido en Europa, en lo que hoy es Eslovenia, el 19 de noviembre de 1936. Un poco después supo qué era la Segunda Guerra Mundial.


A Claudio, uno de sus mejores amigos de infancia, lo mataron los alemanes. Habían decretado el toque de queda. Claudio se quedó dormido en casa de unos familiares. Quiso ir a la suya. No era lejos. Incluso corrió hacia ella. Los alemanes gritaron. Claudio se asustó. Corrió más rápido. Le dispararon. El padre Ezio tenía 8 años. Cada vez que viaja a su tierra visita la tumba de su amigo.


En otra ocasión viajaba con su familia en un camión. Atrás, en medio de telas, se escondía un partisano, miembro de un grupo armado que se oponía a la ocupación Nazi en Italia. Un retén alemán los detuvo. Requisaron, descubrieron al partisano, lo mataron.


El padre Ezio cuenta historias de pueblos quemados, soldados alemanes que patean puertas de casas buscando a quien matar, su madre angustiada, niños escondidos en los techos. Arruga el rostro, cierra los ojos. Era la guerra. Lo marcó tanto, que se preguntó qué hacer para buscar la opción de un mundo diferente. Optó por la fe en Jesucristo, es misionero de La Consolata.


El padre Ezio ya está sentado tras un escritorio de la casa cural de Toribío. Asegura que esa deshumanización de la guerra que vivió siendo un niño, se ve en el Cauca.

- Es lo mismo, es lo mismo -  repite.

En el Cauca, dice, ha sepultado a jovencitos asesinados en Caldono, en Toribío. Fueron entregados en bolsas de plástico. Ha visto cuerpos a orillas de la carretera que lanzan ahí para asustar, para advertir que existe una ley de la muerte. Una chiva bomba que estalla en la plaza de mercado, cilindros que destruyen casas. Pero ha visto sobre todo niños asustados que a veces, en el confesionario, aceptan que han querido matarse.



- Eso es la guerra en Toribío hermano. Eso es.

Una guerra que le genera miedo: Acaba de sonar lo que parece una explosión en la montaña, unos tiros. Calla, señala hacia el lugar de donde provino el sonido.

- A lo mejor, padre, es la puerta de un carro que cerraron duro.

Se ríe otra vez. - Eres un optimista- dice. Vuelve a hablar del miedo.

Son tantos años en el Cauca, tantos años de bombardeos, amenazas, ametrallamientos, que vivir así es una zozobra, un desgaste nervioso. Es inevitable, entonces, sentir miedo. Pero es un miedo que siempre se vence. El padre Ezio menciona a un amigo suyo, su mentor, justo quien lo invitó a trabajar en el Cauca después de haber estado en el Magdalena y en las favelas de Brasil: el sacerdote Álvaro Ulcué Chocué, el primer sacerdote católico indígena de Colombia. Cuando lo mataron, dice Ezio, el 10 de noviembre de 1984, Álvaro Ulcué sonreía. Él lo vio en el ataúd así, feliz entre la muerte. Álvaro Ulcué decía: no tengan miedo, no tengan miedo de morir. El valor contagia, asegura Ezio, que ahora explica el por qué de la guerra en el Cauca.

Es la codicia. Esa es la razón. El primer homicidio en la historia humana sucedió por eso. Caín mató a Abel porque no reconoció que tenía una deuda. San Pablo dice en sus cartas que el principio de todos los males es la codicia. Y una guerra se inicia fácil. Una guerra se inicia cuando juegan a las bolitas y el más fuerte le quita al otro. En el Cauca, es lo que quiere decir el padre, la guerra es social, se origina por las inequidades. Ahí está la raíz. También es una guerra cultural. Los bandos quieren imponerse, quieren ser superiores a su prójimo.

Y no, no es que en 30 años el padre Ezio haya hecho grandes proyectos por la paz del Cauca, no es así, comenta. La paz no es una opción de una persona, sino de muchas. La paz es la convivencia de las diferencias. Y en realidad no es que exista la paz. Tal vez en un cementerio, tal vez en una dictadura, donde quieren que todos seamos fotocopias, exista. Pero no. En realidad la paz es escuchar las diferencias, dar y recibir. Sencillo. Entonces el padre Ezio no sabe si pudo haber hecho algo por pacificar el Cauca o no. Él, dice, simplemente acompaña, jamás se ausenta. Siempre está aquí, con la gente. Ese, quizá, sea su aporte. ¿Qué hago yo por la paz? Tal vez tener la puerta abierta para el que necesita entrar.

Eso explica por qué, junto con la Guardia Indígena, subió al Cerro Berlín hace dos días. Acompañó a sus líderes que buscaban retomar el territorio, desplazar a los militares. Soportó, al siguiente día, los enfrentamientos entre el escuadrón antimotines de la policía y la guardia. Tragó gases, caminó horas, tosió, se ahogó, lloró.

El domingo 8 de julio de 2012 también respaldó a la comunidad de Toribío que llegó hasta el lugar donde unos guerrilleros habían lanzado un tatuco contra el hospital indígena del pueblo. La comunidad inutilizó el aparato con el que lanzan los explosivos, exigió que no atacaran más al municipio. Helena Briceño, una enfermera del hospital, gritaba que no la dejaran morir, acababa de ser herida. Perdió una de sus piernas y fue justo en ese momento, asegura Ezio, cuando empezó a gestarse una suerte de resistencia civil en la zona. En Toribío están cansados de la guerra que destruye casas, sega vidas, mutila piernas.


Acompañar, repite el padre Ezio, es su aporte a la paz de esta tierra. El buen pastor, agrega, jamás huye cuando el lobo llega. Ahora bosteza, se soba los ojos, mira su reloj. Debe ir a otra entrevista. Son las diez de la noche. El padre Ezio camina de nuevo con su linterna prendida por el parque del pueblo.