domingo, diciembre 05, 2010

Breve charla con Leila Guerriero


La periodista argentina lanzó el libro 'Frutos extraños', una antología de sus mejores crónicas y perfiles, que narran historias de gigantes, magos con una sola mano y señoras que matan a sus mejores amigas con cianuro.


¿Qué es ‘Frutos extraños’?


Es una antología de crónicas, perfiles y textos de periodismo. Y el título salió particularmente en el momento de ver todas esas historias reunidas. Muchas de las crónicas hablaban sobre personas bastantes corridas de la norma. El libro está dedicado a seres tan extraños como una señora que mata a sus tres mejores amigas con cianuro; una madre que mata a su bebé después del parto; un señor que medía dos metros y medio; un mago experto en magia de cerca que tenía una sola mano. Entonces, me pareció que eran personas bastante extravagantes, más allá de que, visto de cerca nadie es normal. Y ‘Frutos extraños’ surgió por eso, es un ramillete de frutos raros.


El libro también cuenta parte de su historia de vida. Usted en él explica que es una periodista que jamás pasó por una universidad y que lo que más le enseñó a escribir fue el filme ‘Lawrence en Arabia’. ¿El cine enseña a escribir?


Sí, absolutamente. Cuando pienso en mis crónicas, las pienso mucho con estructuras visuales. Por ejemplo, hay una película de Terrence Malick que se llama ‘El nuevo mundo’ que tiene un tono poético sostenido maravilloso, una voz en off fantástica. ‘La lección de piano’ es otra película que también tiene como una voz retirada de la narradora fantástica, y en algún momento en una de mis crónicas en las que me costaba mucho encontrar un tono fuerte de cronista retirado, para mi fue importante volver a ver esas películas y entrar en resonancia con ese tono en el que estaban contadas. Entonces, sí, el cine enseña a escribir, la poesía enseña a escribir, así parezca insospechado.


¿Cómo define la crónica? Usted, que ama ese género, en el libro la plantea como “una forma de arte”...


A mi me encanta una definición que da el cronista Alberto Salcedo Ramos quitándole una frase a Hitchcock. Alberto dice que la crónica es como la vida pero sin las partes aburridas. Creo además que es el más literario de los géneros periodísticos, no porque utilice la ficción porque lo único que no se puede hacer en una crónica es inventar. Pero la crónica exige los métodos creativos de la literatura. Por otra parte, la crónica es lo opuesto de la noticia, no está atada a nada que está sucediendo en el momento. Si bien puede contar una historia que esté sucediendo, la crónica trasciende el momento. Y es un texto más musculoso que la mayoría de textos periodísticos.


Se dice que la gente ya no lee textos largos en los periódicos, crónicas, pero las editoriales publican libros como el suyo y se venden. ¿Usted qué piensa?


El cuento de que los lectores ya no leen se lo inventaron los expertos del marketing haciendo mesas redondas con sus familiares. Yo creo que los lectores sí leen, pero no textos anodinos, aburridos. Y si tu lees un diario, parece que está escrito de principio a fin por el mismo periodista, textos cortos, atomizados, que no te ofrecen el mínimo desafío. Y eso creo que es un problema de los editores, que han perdido la fe. Muchos dueños de medios no son periodistas de raza, y equivocadamente ven a un periódico como sólo un negocio, y cuando pasa eso, vas por mal camino. Por eso pienso que, agobiados por los dueños, los editores perdieron la fe y relegaron a la crónica. Pero la crónica sí se lee y está teniendo un empuje en los libros.


Un libro que recomiende...


Uno de Martín Caparrós precisamente, que es una especie de ‘biblia’ de la crónica. Se llama 'La guerra moderna', que reúne una cantidad de crónicas que hizo Martín a lo largo y ancho del planeta. Nadie que quiera escribir crónicas puede pasar por este mundo sin haberlo leído.


¿Cuál es su maestro en el periodismo?


Martín Caparrós. Yo aprendí mucho leyéndolo a él, es un pionero del género en Argentina, fue el único que no permitió que la crónica desapareciera de los diarios y las revistas, la defendió muchísimo. Yo creería que hay una generación entera de ‘caparrocianos’, por lo menos en Argentina.

martes, octubre 05, 2010

Las garras del bailarín





Joan Sebastián Zamora, un joven de El Saladito, se convierte en bailarín de ballet. El artista, emergido de esa zona de veraneo, llega al Royal Ballet de Londres. Allá lo llaman promesa. Un equipo de documentalistas atraviesa el Atlántico para reconstruir sus orígenes. Esta es la historia de todo eso, antes de que su vida se vea en un especial que emitirá HBO y la BBC

Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos: Bess Kargman
Publicado en GACETA
EL PAIS - CALI

Primera posición

El chico tiene 17 años. Está sentado en el lobby del Hotel Dann de Cali. Lleva puesta una bermuda, una camiseta azul, tenis cafés. Hace poco llegó al sitio junto con Flavio Salazar - uno de sus maestros de ballet - un camarógrafo y la documentalista estadounidense Bess Kargman, que lo ha seguido durante los últimos seis meses para filmar su vida.

Todo porque el chico es considerado una promesa del ballet que tiene todas las condiciones para convertirse a la vuelta de la esquina – quizá en cinco años- en una gran estrella. Bess lo vio actuar en una competencia en Nueva York y no lo pensó dos veces para incluirlo en un documental que está realizando y que se llama ‘First Position’, haciendo alusión a la primera posición del ballet: talones juntos, pies que giran hacia afuera para formar una línea.

El documental sigue a siete jóvenes bailarines que están inspirando a otros a seguir su camino.
"Son los siete muchachos en los que hay que tener los ojos puestos en el ballet, jóvenes desde los 9 a los 19 años. Son bailarines de todo el mundo: Asia, América, Europa…", comenta Bess en inglés. Flavio es el traductor.

Ese documental, se tiene presupuestado, será emitido por HBO, la BBC y en diferentes teatros de cine de Estados Unidos. Y es la razón para que el chico esté sentado en el lobby de un hotel de Cali. El equipo de producción atravesó el Atlántico desde el país de Obama para grabar durante dos días cómo es su vida en su ciudad natal, o mejor, en su pueblo natal: El Saladito, kilómetro 14 de la Vía al Mar.

Los pies del bailarín

El chico se llama Joan Sebastián Zamora. Es de pequeños ojos negros, cejas pobladas del mismo color y brazos delgados y tan largos que le llegan casi hasta las rodillas.

Los últimos seis años de su vida los ha pasado en Estados Unidos, estudiando ballet en la escuela de la compañía del American Ballet Theatre, una de las más prestigiosas del mundo. (Por cierto, es de los bailarines colombianos más jóvenes que han sido becados en la historia de la compañía. Cuando lo becaron por primera vez, Joan tenía 12 años).

Y al siguiente día de esta entrevista viajará muy temprano a Londres. Allá va a estar durante tres años, gracias a una beca que se ganó en marzo pasado para estudiar en la escuela del Royal Ballet, que está entre las cinco compañías más importantes del planeta. Es algo así como si un jugador del fútbol colombiano fuera admitido en las filas del Manchester United.

Tal vez por ello, por los años fuera de casa, es que Joan ya perdió el acento valluno y habla como lo que es: un latino en Nueva York. A veces se le olvida cómo se dice en español palabras como entrenamiento, trabajo. Entonces las resuelve en inglés: ‘Training’.

Ahora se quita su zapato izquierdo y las medias tobilleras que acostumbra usar. Sus pies son anchos, a primera vista. Después estira la pierna y mueve el empeine de arriba hacia abajo. Son pies muy flexibles, a segunda vista. Con el empeine inclinado hacia abajo dibuja un arco perfecto, nítido.

Enseguida Flavio, su maestro, toma su talón para sostener la pierna estirada. Con el dedo índice va señalando desde la tibia una línea recta que termina en el empeine. "Esto es lo que es un pie casi perfecto para bailar ballet", comenta.

La línea entre la tibia y el empeine de Joan no tiene desviaciones. Y en el ballet, la técnica se acentúa en la verticalidad del cuerpo. De ahí la sentencia de pie perfecto del maestro.
Pero son pies que sufren por esa perfección para el baile. Se ven con ampollas, cueros levantados y puntas tan sensibles que a veces no toleran ni siquiera un roce. Los pies de Joan, después de los ensayos y las presentaciones, hay que meterlos en cubos de hielo, para desinflamarlos.
Giros del destino

Joan empezó a bailar ballet a los 8 años. Todo se dio por su madre, Claudia Hurtado, una caleña, bailarina aficionada, que en los colegios públicos en los que estudió siempre ingresaba a los grupos de danzas y su gran sueño fue integrar el Ballet de Colombia de Sonia Osorio, uno de los más importantes del país y que se ha presentado en lugares tan distantes como Belgrado, Egipto, Varsovia, pero también en New York, Madrid, París. Claudia, que trabajó como secretaria en el gobierno del alcalde John Maro Rodríguez, jamás pudo estar ahí, el sueño de ser bailarina profesional no se le cumplió.

"Entonces podemos decir que soy una bailarina frustrada", dice sin amagos de nostalgia.
Está sentada en un cuarto recién construido, de baldosas brillantes y paredes que aún huelen a pintura, en su casa de El Saladito.

A su lado está Guido Arturo Prieto, el padrastro de Joan, aunque él lo llama papá desde niño. Claudia y Guido rentan cuartos y apartaestudios que construyeron en su hogar. Del negocio de los arriendos y de una tienda, la tienda Don Guido, tal vez la más surtida de El Saladito, es que se mantiene económicamente la familia. Al pueblo se fueron a vivir hace 13 años, a la casa abandonada de una hermana de Guido, que estaba en el exterior. Querían evitar que los ladrones saquearan ese hogar solitario.

Claudia sigue contando la historia de Joan. En la casa hay polvo y el sonido de martillos que pegan contra una pared. Están construyendo otro cuarto para rentar.

Como no pudo cumplir su sueño de ser bailarina profesional, Claudia se prometió que cuando estuviera embarazada y tuviera una niña, la matricularía en una escuela de ballet. El plan le salió casi perfecto. Sólo que cuando quedó embarazada, supo que el bebé que traía al mundo no era una niña sino un niño: Joan Sebastián. Le puso así por el cantante mexicano que lleva ese nombre artístico.

"Pero cuando nació, me dije: yo también he visto niños bailando ballet. Y cuando tenía 8 años decidí llevarlo a Incolballet, a ver si le gustaba. Al principio tuve problemas con Guido por esa decisión. Él creía que si lo metía a ballet, el niño se iba a volver gay. Yo le decía que no, que no necesariamente un bailarín de ballet es homosexual. De todos modos se formó toda una polémica en la casa, pero mi decisión era matricularlo a como diera lugar".

Sí. Al principio a Guido no le gustó que Joan se metiera en la escuela de ballet. Pero pasa que cuando una mujer decide algo con el corazón, no hay marcha atrás. Entonces aceptó la decisión y empezó a aprender de la danza clásica, a enterarse qué era eso realmente.

"Yo a Joan Sebastián no le veía nada femenino. Sin embargo, sí tenía mis reservas sobre el ballet y empecé a investigar. Y sí, en el ballet hay homosexuales, pero también hay bailarines que no lo son. Empecé a aprender y a aceptar que Joan bailara", dice Guido.

La novia de Joan, por cierto, se llama Jeanette Kakareka. La conoció en Filadelfia y también es bailarina. Ahora están separados por la distancia que hay entre Londres y Estados Unidos...
En las fiestas familiares de diciembre o en el Día de la Madre, cuando se reunía toda la familia, el niño era blanco de las burlas de primos, primas, tías, tíos. Hacían gestos afeminados, o intentos de giros de ballet, mientras le gritaban: ¡qué haremos, qué haremos!

Joan se reía, las burlas no lo perforaban. Y su arma era el baile. Si lo molestaban, bailaba ballet delante de todos, feliz. Tal vez esas actuaciones vienen de un don que una de sus maestras en Incolballet, la cubana Elena Cala, siempre le notó: el de ser ante todo un artista que cree en sí mismo.

Claudia se salió con la suya y Joan fue matriculado en Incolballet. Cuando lo llevó por primera vez a que conociera las instalaciones del colegio, Joan vio una coreografía de los egresados de la escuela, que se preparaban para presentarse en la ciudad en las fiestas de diciembre.
"Y fuimos a la sala en donde estaban los egresados, nos sentamos, y me dijo: Mami, me gusta lo que hacen esos ‘manes’, me gusta".

A Joan le hicieron el examen físico. Estaba en pantaloneta de baño y sin camiseta. Tenía 8 años. Claudia estaba viendo todo a través de la ranura de una puerta. Respiraba rápido, agitada. Un profesor decía que al niño le faltaba flexibilidad en el empeine y padecía de una imperfección en la columna que se debía corregir.

Claudia pensó que su sueño se le volvía a malograr, que Joan no sería aceptado. Pero cuando salió del examen, le dieron la orden de matrícula. A él y a otros cinco niños. El resto de aspirantes eran niñas. Claudia cree que en ese momento a Joan lo aceptaron porque a Incolballet, un colegio público, de la gobernación del Valle, eran pocos los chicos que se acercaban.

La rutina de aquellos años empezaba a las 5:00 a.m. Joan debía levantarse a esa hora para llegar de El Saladito a Cali, atravesar la ciudad y entrar a la escuela, ubicada a la salida de Cali en la carretera que conduce hacia Jamundí. Era un recorrido de casi dos horas. El regreso a casa era en la noche.

La suya, entonces, fue una infancia distinta. No fue como la de los otros niños que crecen jugando fútbol, elevando cometas, corriendo en la calle con amigos.

"Él no tenía tiempo para eso. Llegaba a la casa muerto, a comer y a hacer tareas. Por eso es que era ‘cusumbosolo’. En El Saladito decían que Joan era creído, porque sólo saludaba y ya. Pero lo que pasaba es que nunca tenía tiempo para otra cosa distinta al ballet, el estudio y el descanso", cuenta Guido.

Y cuando tenía vacaciones, Joan se iba para Bogotá a seguir bailando en la Academia de Ballet Anna Pavlova, de Jaime Díaz, apoyado por una prima de Claudia que se llama Marlene Montealegre y su esposo, Harold Agredo. Joan les dice tíos. Fueron -son- vitales para su carrera.
Pero esa rutina dura a Joan lo cansaba. Una vez se lo dijo a su madre con la cara muy seria: no quería volver a Incolballet, no quería madrugar todos los días y no tener tiempo para hacer otras cosas, las que hace un niño. Madre e hijo iban caminando hacia el corregimiento de Felidia, a 45 minutos a pie de El Saladito. Les gustaba hacer juntos ese trayecto, por ejercicio.

Claudia, molesta por lo que acababa de escuchar, usó un arma infalible: la ironía.

- Sí, retírese. Igual yo sabía que usted no iba a ser capaz con esto. No todo el mundo tiene la valentía de alcanzar las metas, no todo el mundo es Juanes, o Shakira, esa gente llega a donde llega por el trabajo duro. Retírese mejor. A usted le faltan pelotas para esto.

Joan no dijo nada. Ambos llegaron a casa en silencio. Al siguiente día el chico se levantó temprano para ir a Incolballet. Y ese día, justo ese día, una comitiva del American Ballet Theatre de Nueva York, con Flavio Salazar a la cabeza, había llegado a la escuela para organizar unas audiciones, escoger bailarines y becarlos para asistir a un curso de verano que duraba seis semanas.

La audición era para jóvenes mayores pero Joan, con 12 años, habló con Flavio, un nariñense criado en Cali que de Incolballet llegó al staff del American Ballet y bailó ahí durante 13 años.
Joan le pidió que lo dejara participar. Flavio decidió organizar una audición para niños. Dos maestras americanas evaluaban a los menores.

Después de aquella audición el American, de dos becas que ofrecía inicialmente, otorgó 9. Joan fue elegido, era el único que iba con todos los gastos pagos. Flavio, por la edad, decidió hacerse cargo del niño en esa selva de concreto tan hostil que es Nueva York.

El gran salto

Hace frío en El Saladito. El corregimiento está ubicado a 20 minutos de Cali y está rodeado por montañas. A donde se mire se ve siempre el verde, verde pasto. Y neblina.

Según el más reciente censo, el de 2005, allí habitan 1,928 personas. Algunos de estos habitantes, cuenta Guido, trabajan en Cali, con el gobierno. Otros, los de la zona rural, se dedican a la jardinería o a vigilar lotes, casas. Las mujeres, algunas, trabajan en la ciudad como empleadas domésticas. El corregimiento es también un veraneadero. Desde hace casi cien años, muchas familias de Cali tienen fincas en El Saladito.

En todo el corregimiento, cuyo nombre puede ser señal de mala suerte, por aquello de lo salado, hay un colegio, una escuela, un puesto de salud, una estación de Policía. Pero no hay teatro.

"Si un niño quiere triunfar en la vida debe salir de acá, capacitarse en la ciudad. Acá no hay mucho por hacer", apunta Guido.

En realidad estando en El Saladito cuesta entender cómo diablos un niño se va a interesar en el ballet si jamás ha visto una presentación, escuchado una ópera o entrado a un teatro y su único mundo posible es el campo o la escuela pública.

La única explicación está en Claudia, en el poder que tuvo su pasión. Y en que Joan simplemente se interesó en el baile y en nada más. Como Billy Eliot, el protagonista de una película inglesa dirigida en el año 2000 por Stephen Daldry, que cuenta la historia de un niño de 11 años, hijo de un padre minero que todos los días lo hace ir a clases de boxeo. En el gimnasio Billy ve a unas niñas bailar ballet y encuentra el destino. Simplemente se interesó y se metió a las clases y al final, como Joan, ingresa al Royal Ballet, no sin antes vencer los prejuicios del padre, que pensaba que eso de bailar ballet no era cosa de machos.

Joan viajó a Nueva York por primera vez cuando tenía 12 años. Regresó. Al año siguiente volvió a ganar la beca para el curso de verano. Y al siguiente igual. Durante cinco años consecutivos fue becado por el American Ballet Theatre.

Después se le apareció otra oportunidad. Fue becado para estar un año en The Rock School, una escuela que en casi 50 años de historia ha formado a grandes estrellas del ballet estadounidense. Joan estaba frente a un dilema difícil de sortear: irse para siempre de El Saladito.

Esa noticia no gustó en Incolballet. Joan, uno de sus estudiantes estrella, partiría sin ni siquiera graduarse. La maestra Gloria Castro, la directora, le ofreció un viaje a Cuba y una beca para que estudiara un año en Alemania, con tal de que se quedara. Joan lo pensó. Pero al final decidió irse.

A la maestra Elena Cala, la que siempre le corrigió la posición de sus brazos largos, la entristeció la noticia.

Sentada frente a un computador de la escuela, habla con cierta nostalgia. Dice que Joan debió quedarse. Que él es quien es gracias a Incolballet, a las bases que se le dieron. Que debió tener sentido de pertenencia y retribuirle a la escuela algo más.

La nostalgia es menor al afecto que siente por Joan. Era de sus estudiantes más disciplinados, con un talento natural para los giros.

"De él te digo que es un bailarín versátil, que puede bailar obras clásicas y contemporáneas. Es muy elegante, muy caballeroso en su baile, y esa es una de las características del bailarín latinoamericano que hemos trabajado en Incolballet. Precisamente lo que nos diferencia a nosotros los latinos de los bailarines americanos y europeos es eso, lo hombre, lo viriles que se ven dentro del escenario. Y Joan va a ser grande. Lo sé porque se lo propuso desde siempre".

Cuando el chico estaba en The Rock School participó en el Youth American Grand Prix, en Nueva York. Se trata de la competencia de ballet estudiantil más importante del mundo en la que participan bailarines de todas las nacionalidades que no tengan más de 19 años.

Los ganadores reciben becas para estudiar en las compañías más importantes del planeta. Joan obtuvo un segundo lugar y ganó la oportunidad de estudiar en el Royal Ballet de Londres.
Estar allá un año cuesta $84 millones de pesos. Joan estará tres, con todos los gastos cubiertos.
"Eso es como llegar a La Sorbona, de París", dice Flavio. Sigue en el lobby del hotel Dann, con Bess y Joan.

Como Carlos Acosta

Bess muestra en su iPhone un video del chico bailando en Nueva York. Viéndolo, se nota que disfruta lo que hace. No deja de sonreír mientras baila. Y pareciera que el mundo le importa poco, desaparece para el resto. Es él y la danza, así al frente lo vean cientos de espectadores.
El video termina, Bess lo mira y se retira a descansar. Al siguiente día grabarán en el aeropuerto la despedida de Joan con Claudia y con Guido. El vuelo a Londres sale a las 6:30 a.m y el abrazo familiar hace parte del documental.

Pero ahí no termina la historia de Joan en ‘First Position’. Los productores piensan viajar a Londres y grabar lo que para él será un momento sublime: estrecharle la mano a Carlos Acosta, el bailarín cubano que más admira. Acosta, que está a punto del retiro, es una de las estrellas del Royal Ballet. "Yo quiero ser como él, el mejor. Quiero ser una estrella", dice Joan. En realidad lo ha dicho siempre, desde niño.

Antes de terminar la entrevista, Flavio le pide que imagine a un joven de su edad que anhela convertirse en bailarín de ballet. Y lo invita a que le diga unas palabras, algo que le quiera enseñar. Joan piensa. Después habla.

"Me gustaría que los jóvenes de Cali que aman el ballet aprendan a luchar por él. Que si quieren alcanzar un sueño, hay que colocar en él todas las ganas. Yo sé que esta carrera es dura, pero si esto es lo que uno quiere en la vida, hay que poner todas las garras en ese sueño".
Joan se está acordando del día en que en Nueva York, y después de haber ganado la beca para ir a Londres, quiso dejarlo todo y regresar. Como cuando estaba niño en El Saladito, Joan quería descansar, tomarse una semana y estar tumbado en una cama con los pies levantados. No pudo, aunque se lo imploró a Flavio. Éste se negó.


Un bailarín de su calidad, le dijo, no puede darse el lujo de parar, sobre todo ahora que va a ingresar a la escuela de una de las compañías más grandes del mundo. Un descuido, pasar tiempo con la novia, puede echarlo todo a perder. "Recuerde que la vida activa del bailarín de ballet es hasta los 40 años. El tiempo se pasa muy rápido".


En vez de dejarlo descansar, Flavio le contrató clases con Willie Burman, el mismo maestro de Julio Bocca, uno de los bailarines argentinos más importantes de todos los tiempos. Joan debía seguir a como diera lugar.

Por eso el chico quería dejarlo todo. Y cuando estaba a punto de tomar la decisión de partir, pensó en su familia. Y en que estaba muy lejos como para tirar la carrera por la borda.
Cuando Flavio le pidió que le hablara a ese chico imaginario Joan se acordó de ese episodio. Después subió a su habitación. En su estadía en el país tampoco le quedó tiempo para compartir en su casa de El Saladito con Guido y con Claudia, por el documental.


Ellos, sus padres, aún no se acostumbran a tenerlo lejos, sobre todo Claudia. Tener a Joan lejos es desgarrador, dice. Pero su aliciente está en el baile. Cuando ve a su hijo en el escenario, se eriza. Y siente que está cumpliendo su propio sueño.

viernes, septiembre 17, 2010

Guerra de minas en el Cauca

En 13 años, 428 personas han sido víctimas de minas o restos de guerra abandonados.


Por Santiago Cruz Hoyos
Unidad de Crónicas EL PAÍS
Fotos: Jorge Orozco


La historia de Mauro, el civil


Es jueves 16 de marzo de 2005. Mauro Antonio Joaquí parte muy temprano junto con su compadre Gerardo al río Curiaco, a tres horas a pie del municipio en el que viven: Santa Rosa, en el departamento del Cauca.


Hace frío y el día es propicio para pescar. Llevan dos varas. Y panela.


A las 10:00 a.m. ya pescan truchas arcoiris. Hay silencio absoluto, los peces muerden el anzuelo. Minutos después los campesinos caminan por una trocha, a la orilla del río. Mauro Antonio, de repente, siente una explosión justo debajo de su pie derecho.


(Desde 1997, según cifras de la Fundación Tierra de Paz, en el Cauca se han presentado 428 accidentes por minas antipersonas o munición de guerra abandonada y no disparada. De ese total de víctimas, 206 eran civiles).


El cuerpo de Mauro Antonio vuela por los aires. Cuando cae, está cubierto de tierra y maleza. Intenta escuchar qué está pasando, pero en sus oídos sólo se oye un zumbido persistente. Todo es confuso. Hay humo y el ambiente huele a pólvora.


(El 'Programa Presidencial para la Acción Integral contra Minas Antipersonal' registra desde enero a julio de este año 20 víctimas en el Cauca por minas o restos de guerra abandonados. El departamento subió 5 puestos en el escalafón de regiones con mayor número de afectación por estos explosivos. Del puesto nueve, pasó al cuarto, detrás de Antioquia, Meta y Caquetá).


Mauro Antonio se sienta con esfuerzo. Empieza a mirarse, a quitarse la tierra. Se observa los brazos. Lo tranquiliza no ver sangre, sólo piel quemada. El fogonazo en los brazos fue leve. Su pantalón está desecho. Gerardo, su compadre, corrió a 40 metros de la explosión y aún no lo ha visto. Cree que su compañero está muerto.


(En Colombia, desde 1990 a 2010, 8.539 personas pisaron una mina. Es como ver la tribuna Norte del estadio Pascual Guerrero llena de hombres, mujeres, niños, niñas, mutilados. El país es el segundo en el mundo con mayor número de víctimas por esos artefactos. El primero es Afganistán. El año pasado, en promedio, cada día dos colombianos caminaron sobre esos explosivos. Los datos son del 'Programa Presidencial para la Acción Integral contra Minas Antipersonal' ).


Mauro Antonio se mira su pierna izquierda. Sangra, aunque la puede mover con facilidad. Enseguida empieza a sentir calor en el pie derecho. También siente sed. Quiere agua.


(En el Cauca, los municipios en donde más se han presentado accidentes con minas o restos de guerra son El Tambo, Toribío, Santa Rosa, Corinto, Páez y Argelia. Sumando las superficies de estos pueblos minados, la zona es casi tan grande como Bogotá).


Mauro Antonio sigue revisando su cuerpo. Ahora el turno es para su pierna derecha. El pie sigue caliente, como si estuviera metido en una olla de agua puesta en un fogón. Levanta la pierna. El pie se desprende, cuelga de ella. Mauro Antonio se desespera. Grita.


(Según la Campaña Colombiana Contra Minas, en el Cauca se han registrado 401 víctimas desde 1993. Hay diferencias en las cifras de las organizaciones que trabajan en el tema. Se debe a que hay un subregistro de los hechos y se conocen casos en los que la guerrilla ha presionado para que las víctimas no denuncien).


Gerardo escucha los gritos de Mauro Antonio. Corre hacia él. Mauro le indica que no llegue hasta el sitio de la explosión porque puede haber más minas. Le pide que se quede a cinco metros. Después se para en su pierna izquierda y llega hasta donde Gerardo, dando brincos. Regresan a la orilla del río. Se sientan en una piedra. Gerardo está asustado. Mauro aún no siente dolor.


(En Colombia, 31 de los 32 departamentos están minados. Sólo San Andrés está libre de esos explosivos que mutilan piernas, brazos y hasta dejan ciegos a quienes los pisen. El dolor tarda en llegar. Esto se debe a que las víctimas sufren de Analgesia episódica. Se da porque el cuerpo, en el momento de la explosión, produce una cantidad exagerada de adrenalina y endorfina, hormonas que atenúan el dolor. Después, con los meses, las víctimas sufren de un síndrome llamado Miembro Fantasma. Hace que la persona crea que aún tiene el miembro que se le tuvo que amputar).


Mauro saca un pañuelo. Gerardo se lo amarra en el pie derecho. Sólo los dedos se reconocen. El talón ni siquiera se ve. Mauro coge un palo y se apoya en él hasta llegar a un rancho sin habitar. Son las 11:00 a.m. En el rancho toma litros de agua con panela. Le pide a Gerardo que se vaya para Santa Rosa y cuente la noticia para que lo recojan. Gerardo duda, no quiere dejarlo solo. Pero la única opción para su amigo es llegar a un hospital. Gerardo sale del rancho caminando a zancadas rápidas.


(Fabricar una mina no tarda más de 10 minutos y cuesta $4.500. Desactivarla demora 8 horas y le cuesta al Ejército $7 millones. Una víctima le representa al Estado $217 millones, en promedio, invertidos en atención médica, indemnizaciones, prótesis...).


Pasan cinco horas. Son las 4:00 p.m. A Mauro lo recogen en caballos. Está mareado y ya siente dolor, un ardor intenso. Su pierna derecha, por la materia fecal que les aplican a las minas, se empieza a infectar. Es el propósito perverso de matar o con la explosión, o con la infección.


(El 23% de los accidentes en el Cauca relacionados con estos explosivos se deben a la manipulación de restos de guerra abandonados a la vista de los niños. Por cierto, el 70% de las víctimas de esos accidentes son menores. El dato lo revela la Fundación Tierra de Paz).


Mauro se niega a montar en un caballo. Le organizan una camilla con palos de guadua y costales. De esa manera lo sacan a la carretera, donde lo espera una ambulancia. Parte al hospital San José de Popayán. Allí los médicos le informan que su pie derecho debe ser amputado, antes de que la infección llegue a la rodilla. Mauro se resiste. Le da miedo depender de unas muletas.


Pasan 8 horas. El pie está morado, muerto. No hay nada qué hacer. Mauro acepta la amputación. A los tres meses recibe una prótesis. Aprende a caminar de nuevo.


Renuncia a sus cultivos de papas, alverjas, ullucos. No puede forzar la pierna izquierda en las cosechas. Tampoco quiere volver al campo, es otro desplazado por la violencia. Aprende panadería. Después se capacita en asistencia a víctimas de minas. Es elegido presidente de la Asociación de Sobrevivientes del Cauca creada en 2007. Está integrada por 48 habitantes del departamento, todos mutilados.


Ahora es miércoles 1 de septiembre de 2010. Mauro termina de contar su historia en el Parque Caldas de Popayán.


Mientras tanto, en el Cauca sigue la avanzada del Ejército contra el VI Frente de las Farc y el ELN. El Cauca es zona estratégica para esos grupos, sobre todo por los cultivos de coca y marihuana, que les están generando ganancias millonarias. En la región producen y sacan la droga al interior del país y a Buenaventura o a la Guajira, para ser despachada al exterior. Y mientras más avanzan las tropas, más minas siembra la guerrilla. Es una manera de detener a los soldados, impregnarlos de miedo. Civiles, militares y hasta los animales del bosque, están en peligro inminente.


La historia de John, el soldado

Son las 6:45 a.m. del 13 de agosto de 2008. El soldado John Alexander Vásquez, de la Brigada 29 del Ejército, está en una operación de rutina en las montañas de Corinto, Cauca.

(Este año, en la Brigada 29 registran 11 soldados heridos por minas en el Cauca. En Valle, Cauca y Nariño, han resultado heridos 33 soldados. Tres resultaron muertos).

El soldado Vásquez sabe que en la zona en donde camina hay minas. Las Farc y el ELN las siembran para frenar el avance de las tropas y proteger campamentos y cultivos de uso ilícito. Sólo necesitan una lata de sardinas o un tarro de yogurt para fabricarlas. Están hechas con sulfatos, pedazos de hierro, metralla, tornillos, ácidos, materia fecal. Se pueden activar pisándolas. O al tener contacto con un cable. O las activan con celulares o el dispositivo de alarma de un carro. Las minas son las que alejan a los erradicadores de los cultivos ilícitos.

(Desde 2006, 166 erradicadores han sido víctimas de minas. El dato lo revela el Programa Presidencial para la Acción Integral contra Minas Antipersonal. El Alcalde de El Tambo, Hugo Ferney Bolaños, aseguró que en su municipio cinco erradicadores han resultado heridos por minas en lo que va de este año. La guerrilla defiende esos cultivos a capa, espada, minas, lo que sea y sin escrúpulos).

Un sonido espantoso aturde al soldado Vásquez. Acaba de pisar una mina con el pie izquierdo. Se intenta parar. No puede. La pierna izquierda está cortica, piensa.

(En 2010, en Cauca, Valle y Nariño, el Ejército desactivó 31 campos minados. Hasta diciembre de 2009 se sospechaba que en todo el país existían 784 de esos terrenos. El 14 de julio de 2010, además, se terminaron de limpiar las 35 bases del Ejército sembradas con minas convencionales. La medida hace parte de los compromisos adquiridos por el Estado en la convención de Otawa - ver recuadro).

El ‘lanza’ del soldado Vásquez también está herido. Es el soldado Escobar. Esquirlas de la mina se le enterraron en los ojos. El ojo izquierdo lo perdió. Por el derecho ve borroso, como con neblina. Los perros detectores de minas no pudieron olfatearlas esta vez. Dicen que les están echando químicos para despistar a los sabuesos.

(De las 401 víctimas por minas que registra en el Cauca la Campaña Colombiana Contra Minas, 91 fueron mortales).

El soldado Vásquez y su ‘lanza’ son rescatados del lugar. Han pasado dos años desde aquel hecho. Vásquez todavía no camina. Habla mientras va a una de sus terapias, en la Brigada 29 en Popayán. Frente a sus ojos hay soldados como él. Unos sin piernas. Otros sin un brazo. Son las víctimas de un enemigo que permanece invisible bajo tierra esperando un paso encima para estallar.

lunes, septiembre 06, 2010

El canto de un poeta a la vida de Bolívar


William Ospina, el poeta, esculcó durante dos años la vida del Libertador de América y escribió textos que sin sospecharlo, se convirtieron en un libro: ‘En Busca de Bolívar’. Allí, con admiración profunda, repasa los amores, las influencias, las batallas, las victorias y las derrotas de su personaje. Entrevista.



Por Santiago Cruz Hoyos
Unidad de Crónicas y Reportajes El País
Foto Gilma Suárez - Cortesía de Norma


Y el poeta, con su pluma, deja a Bolívar en una calle cualquiera, vivo. La calle puede ser de Cali o de Caracas, de Lima o de Puerto Príncipe. No importa. En esa calle, el Libertador, ya despojado de los títulos de militar, de político, ya después de sus hazañas libertarias en América, de sus estruendosas victorias y derrotas, va por ahí con una pregunta retumbando en su cabeza: ¿por dónde comenzar de nuevo?


Porque Bolívar, escribe el poeta, no tenía vocación de estatua. Era un hombre de una energía inagotable capaz, en un solo día, de librar batallas, nadar por el río Orinoco atado de manos, saltar una y otra vez sobre caballos, bailar toda una noche con una dama y después otra vez combatir, esta vez en los terrenos del amor pasional.Así describe el poeta al Libertador. Un ser inagotable, con sospechas de ser loco por sus sueños utópicos de convertir al continente en una sola nación, y un hombre que quizá nunca conoció el aburrimiento, la inmovilidad, gracias a ese “ardor y obstinación que no parecían humanos”.


El poeta admira profundamente a su personaje. Recoge voces que aseguran que aquel era capaz de convencer hasta piedras. O que tenía un genio militar en la cabeza. O que como Napoleón, una de sus influencias, tenía una estrella que lo salvaba una y otra vez de la muerte. Como en Jamaica, cuando un aguacero salvó a Bolívar de morir apuñalado en una hamaca.


Tanto admira el poeta al Libertador, que prefirió en su historia dejarlo vivo en una calle de América, pensado en una nueva empresa, y esquivó ese capítulo sucedido el 17 de diciembre de 1830, cuando Bolívar muere en la Quinta de San Pedro Alejandría, en Santa Marta. Sus razones para tal decisión las explica así: “Un hombre como él sigue viviendo en cada momento de sus días, sigue vivo en su infancia y en su adolescencia; en las cabalgatas con Matea por los llanos de la hacienda; en sus meditaciones en alta mar yendo hacia Europa sin presentir que viaja a encontrarse consigo mismo; va en goletas huyendo de isla en isla, de fracaso en fracaso; perdiendo todo sin cesar en el desastre de Ocumere; ganando todo otra vez en el avance por el Orinoco”.


El poeta, ya es hora decirlo, es el nacido en Padua, Tolima, William Ospina. Y la historia, o mejor, el libro del que hablamos, se llama ‘En busca de Bolívar’, un perfil del Libertador en estos tiempos en los que se celebra el Bicentenario de la Independencia de Colombia. Un perfil que Ospina, sentado en un computador en Medellín, prefiere llamarlo a su manera: un canto.


Hablemos de esa búsqueda de la vida de Simón Bolívar. ¿Cómo empezó a perseguir esa historia?


Cuando acepté la invitación de Omar Porras, el gran director colombiano de teatro que dirige el grupo Malandro, en Suiza, para trabajar en una obra sobre Bolívar, comprendí que no sólo debía acercarme a la bibliografía básica que existe sobre él, sino que necesitaba escribir un texto que me permitiera formarme una idea personal de Bolívar y plantear mis propias preguntas sobre su vida y su pensamiento. Lo pensé inicialmente como una reflexión privada, sin intenciones editoriales, y durante dos años escribí fragmentos y reflexiones, mientras por otra parte escribía los textos, más narrativos y literarios, para la obra de teatro 'Bolívar, fragmentos de un sueño’. Podría decir que es un ejercicio personal de reflexión paralelo a ese trabajo creativo, tan interesante para mí, que fue la creación con Omar Porras.


¿Qué es ‘En busca de Bolívar’? No llega a ser una biografía, es más bien un perfil de corte periodístico del Libertador, pero también un ensayo sobre él, su historia...


Yo diría que participa por igual de las condiciones del ensayo, de la narrativa y de la poesía. Por momentos quiero ver a Bolívar viviendo ante mí, describir las circunstancias, las selvas, los ríos, los amores, las derrotas; por momentos quiero reflexionar sobre la importancia de todo aquello, y por momentos siento que es necesario... ¿cómo decirlo? Tal vez cantar, celebrar hechos tan públicos que sin embargo nos afectan tan íntimamente, de los cuales sin duda somos hijos todos nosotros.


Leyendo su libro se me vino a la mente el Che. Algunas de las características de Bolívar también aparecen en la historia de Guevara. (Esa capacidad para convencer hasta piedras, esa energía inagotable, esa estrella que los salva de la muerte) ¿Se podría afirmar que ambos pertenecen a una misma clase de hombres extraordinarios? 


A mí lo que me interesa de Bolívar es que no era sólo un guerrero, ni era sólo un político. Su condición de pensador, de poeta, su desprendimiento, su sentido de humanidad me parece que no tienen comparación. Además su lucha era por ideales que todo el mundo comparte hoy: la libertad, la democracia, la justicia, y por algunos que todavía hay que aprender a compartir: la inteligencia, la sensibilidad, la belleza, el amor, la originalidad individual. Estaba lejos de pensar que el Estado lo es todo, que el Estado tiene derecho a meterse en los asuntos internos de los individuos. Pero, como decía Borges, "lo único de lo que no se arrepiente nunca un hombre es de haber sido valiente".


Esa historia de Bolívar organizando ejércitos y guerrillas para luchar contra la Corona ha inspirado a muchos que, con esas premisas bolivarianas, se han armado para ir en contra de una sociedad. ¿Qué piensa de la guerrilla que se levanta contra un Estado utilizando el nombre y lo sueños de Bolívar?


Todas las sociedades civilizadas reconocen el derecho a rebelarse contra la opresión, la injusticia y la tiranía. Pero el nombre de libertadores y de luchadores por la justicia no basta atribuírselo, hay que merecerlo por las acciones, y el mundo está lleno de luchadores contra la opresión que son a veces más salvajes y más ignorantes que aquello contra lo cual dicen combatir. Nadie tiene tanta obligación de justificar sus actos como el que lucha por la justicia.


Volvamos al libro. En varios pasajes aparece una sospecha: Bolívar estaba loco. ¿Era él en realidad un desquiciado?


La locura es uno de los temas más altos y más antiguos de la literatura. La Cólera de Aquiles, la Furia de Orlando, la Obsesión de Hamlet, la locura de Don Quijote, el Delirio fáustico, el Demonismo de Byron, la Metamorfosis de Gragorio Sampsa, no son más que magnificaciones de ciertas posibilidades humanas que están en todos nosotros. En la historia, los grandes transformadores tienen siempre ese carácter superlativo, y en Bolívar eran enormes la convicción, la fuerza de decisión, la energía vital, la competitividad, la perseverancia, la ambición histórica, el sentido de responsabilidad. Muchos que no la entienden llaman locura a la grandeza.


Hay un pasaje del libro bello: cuando el haitiano Alexandre Petión ayuda a Bolívar en su lucha a cambio de la libertad de los esclavos. Esa parte de la historia, el aporte afro a la independencia, parece olvidado por muchos. ¿Por qué no interesa ese capítulo de la historia? ¿Aún somos racistas?


Estanislao Zuleta solía decir que la esclavitud sólo se acabó cuando dejó de ser un buen negocio. Que en ese momento los antiguos amos descubrieron en sus propias almas una humanidad desconocida, una piedad conmovedora. Pero es porque ya era mejor negocio tener obreros. Decía también que para los esclavos, en algún momento, la noticia de que los iban a dejar en libertad sólo significaba que los dejarían libres de comida y de techo. La libertad sin oportunidades, la libertad sin un proceso cultural de incorporación a la leyenda de las naciones, la libertad sin empleo, sin propiedad, sin educación, sin respeto, sin reconocimiento de la originalidad, de las raíces, fue la farsa de la abolición de la esclavitud. Los hijos de los esclavos sólo podían llegar a ser protagonistas de la historia cuando se apropiaran de su memoria, de su originalidad, de sus músicas, de sus ritmos, de su increíble fuerza estética, lo que ahora están haciendo por todas partes, con una generosidad y una alegría verdaderamente conmovedoras.


Hay otro aparte del libro que me llamó la atención. Se trata de la mencion a un artículo de Marx contra Bolívar, que ataca de manera injusta al Libertador. ¿Por qué darle importancia a ese artículo, mal hecho y mediocre, con fuentes no convenientes?


El artículo tiene poca importancia, pero Marx ha tenido mucha. Por otra parte, en esas páginas, Marx es más bien un ejemplo o un símbolo de cierta manera rencorosa e injusta de escribir la historia. Además, poder demostrar que un gran luchador por la justicia pudo ser tan injusto, es interesante en términos académicos y sociales. Muchas veces la gente cree que la causa que defiende justifica hasta las inconsistencias.


El libro tiene un gran aporte: quien lo lee, conoce a fondo a Bolívar. ¿Cómo entró en esa psiquis de Bolívar para poder narrarlo desde ahí de esa manera tan íntima?


No sé si lo habré logrado. Quedo con la sensación de que aún me queda todo por saber de Bolívar. Yo no pretendo que el libro sea muy importante, ni que resuelva los enigmas. Sólo puedo decir que lo escribí con pasión, con admiración y con sinceridad. Que veía ante mí a un gran ser humano nacido en estas tierras nuestras, un hermano nuestro, que dio mucho por nosotros, a quien hay que seguir interrogando, porque tiene todavía mucho por enseñarnos. Además, vivimos en una sociedad llena de tareas inconclusas, democracias insuficientes por falta de confianza en la gente, instituciones corruptas por falta de grandeza y de compromiso de los ciudadanos, poderes que traicionan a la comunidad, riquezas que no se comparten, egoísmos, pobreza de corazón. Hay que interrogar a alguien de cuyo desprendimiento nadie duda, cuyo amor por el continente es contagioso.


El libro también habla de los amores de Bolívar. Menciona la muerte de María Teresa del Toro, su esposa, por una fiebre. Esa muerte fue clave en la historia de Bolívar y de América. Claro, un hombre de la aristocracia, con dinero y un amor estable, ¿para qué irse a la guerra? ¿Usted cree que si ella no hubiera muerto, la historia sería la misma?


Hay tantos misterios en la vida de Bolívar. El de su esposa es uno de ellos. Ese hombre que odió la dominación española a nadie había amado más que a una española. Pero está también esa desdicha frente a la muerte. La muerte le quitó a su padre a los 3 años, después le quitó a su madre a los 8. Y a los 19, cuando acababa de casarse, le arrebató a su esposa. A lo mejor Bolívar sintió, como lo dijo, que la felicidad personal no era para él, y se dedicó a buscar felicidad para su pueblo. Había una tristeza en el fondo de todo aquello. También Dante, cuando perdió a Beatriz, ya sólo se consoló con el universo.


Dos últimas preguntas. En esta época de Bicentenario, ¿Qué celebramos en realidad? ¿Tal vez el mestizaje? ¿Tal vez la cultura?


Yo creo que debemos celebrar, no lo que conquistaron unos héroes hace dos siglos, sino lo que gracias a ellos está en nuestras manos hacer. Nos dieron patrias propias, patrias por las que tenemos el derecho y el deber de luchar. Nos hicieron ciudadanos de un mundo del que cada uno de nosotros puede ser vocero. Nos dieron el derecho a soñar, a ser originales, a no estar arrodillados ante nadie. Nos dieron un futuro. Hoy nadie puede echarles a los españoles la culpa de lo que nos pasa. Hace dos siglos lo que nos pasa depende, o debería depender, sólo de nosotros. Y si hay quien piensa que no somos lo bastante independientes y lo bastante libres, tiene que reprochárselo a sí mismo, a que no lucha lo suficiente. Bolívar no le echó la culpa a nadie. Más bien se dijo: lo que no haga yo, lo que no hagamos nosotros, nadie lo hará.


¿Cuál es su ambición con el libro?


En busca de Bolívar lo escribí porque necesitaba hacerlo. Después me convencieron de que lo publicara. Ojalá los lectores lo disfruten. Y, si tanto puede pedirse, ojalá aliente a algunos lectores a emprender su propia búsqueda de Bolívar.

jueves, septiembre 02, 2010

Boccia: el deporte de la concentración de los monjes





Se trata de un juego olímpico traído a Cali por los fisioterapeutas Camilo Ortega y Marcela Ramón y practicado por jóvenes con parálisis cerebral o discapacidades generadas por accidentes o balas perdidas. Crónica de vidas que olvidaron las depresiones.







Por Santiago Cruz Hoyos

Unidad de Crónicas y Reportajes EL PAÍS

Fotos Jorge Orozco




Y en el supermercado el caza talentos la vio y se paró en frente de su silla de ruedas, decidido. Después le puso un pie a una de las llantas para detenerla. Nathaly Ayala Camacho, 23 años, estudiante de diseño gráfico, iba ahí sentada.


El hombre, que se le presentó como Camilo Ortega, docente fisioterapeuta de la Universidad Santiago de Cali, le habló de un deporte extraño. Le dijo que ella, en esa silla y sólo con el movimiento del cuello (Nathaly es cuadripléjica, no puede mover ni las piernas ni los brazos), podía practicar un deporte de alto rendimiento: el boccia. Le contó que él y una compañera, la fisioterapeuta Marcela Ramón, habían conformando una Liga, un equipo. Y antes de despedirse le propuso que fuera al velódromo Alcides Niento Patiño para que viera cómo era el juego. Nathaly prometió ir. Cumplió.


Algo parecido le había sucedido a Carlos Ómar Pereira, 19 años, fan de los vallenatos, el reggaetón, la parranda. Estaba en un supermercado junto con Daniel y Carmenza, sus padres. El caza talentos y su compañera lo vieron en la silla de ruedas y abordaron a la familia en el acto.




Les hablaron sobre el boccia. Les propusieron que llevaran a Carlos Ómar a jugar. Daniel se sorprendió. Les preguntó que cómo se les ocurría que su hijo podría practicar algún deporte si sufre de parálisis cerebral. Al final lo convencieron y Carlos Ómar acudió al reclutamiento.


Las historias de encuentros inesperados entre Camilo Ortega, Marcela Ramón y sus pupilos siguieron dándose por toda la ciudad. Eran cosa del azar, o quizá del destino. Salían a un supermercado o a un centro comercial y se encontraban con algún muchacho con parálisis cerebral o discapacidad motriz y cuya única rutina era ver televisión, jugar en un computador, dormir, aburrirse. Todo en casa. Todo solos, aislados del mundo.


Entonces les hablaban del boccia, de la oportunidad de entrenar 4 veces por semana, conocer amigos, tal vez amores, viajar, ganar medallas, darse cuenta de que pueden valerse por sí mismos.


Al caza talentos, que anda en sudadera y chaqueta roja con porte de un jugador de fútbol en concentración, le creían y la comunidad boccia en Cali empezó a crecer. Llegaron José Ómar Marín, 28 años, quien sufre de parálisis cerebral desde niño debido a una fiebre que rebasó los 40 grados; John Anderson Mondragón, 27 años, actor en una película que se llama 'Petecuy' y vendedor de huevos en ese barrio, quien también sufre de parálisis cerebral desde nacimiento debido a un golpe en la cabeza; Carlos Andrés Gallego, 23 años, y quien desde hace 8 no puede caminar por una bala fantasma que fue disparada en su barrio, el Poblado II, en Aguablanca.


Ellos y unos 25 muchachos más que en esta mañana de un miércoles de agosto, juegan boccia con concentración de monjes en el Velódromo Alcides Nieto Patiño y forman parte de la Liga Vallecaucana de Parálisis Cerebral.


II El Boccia


Es como el juego del sapo. Un deporte familiar. Así se jugaba el boccia en los países nórdicos: Dinamarca, Finlandia, Noruega, Suecia.


En los años 70 se adaptó como deporte para personas con parálisis cerebral. En el mundo, de 1.000 bebés que nacen, 5 sufren de esta parálisis. Se trata de un trastorno permanente y no progresivo que afecta la motricidad. Quien lo padece pierde el control salival y sus movimientos son tan bruscos como los de un niño que da sus primeros pasos.


El trastorno se presenta en el embarazo, el parto o los primeros cinco años de vida. Lo puede causar un golpe. O la falta de oxígeno. Los factores son múltiples y no se conoce una cura, pero sí un deporte que mejora la calidad de vida.


El juego es sencillo. Se lanza una bola de boccia blanca al piso, en un área que forma la figura de una V. Los competidores se ubican de frente, a un metro y medio, y juegan con seis boccias de dos colores: azules y rojas. Pesan un poco más de media libra, están forradas en cuero y tienen el tamaño de dos bolas de tenis. Si se aprietan se siente lo mismo que empuñar una bolsa de semillas.


La idea es lanzar y dejar la mayor cantidad de bolas lo más cerca posible de la boccia blanca. Cada partido se juega en cuatro parciales o sets, que finalizan cuando los deportistas hacen sus seis lanzamientos. Al final gana el que más puntos obtenga en la sumatoria de todos los parciales.


El deporte se divide en diferentes categorías que dependen del nivel funcional de quien lo practique. Algunos deben lanzar con la boca. Sostienen con los labios un puntero, con la ayuda de un auxiliar ubican la boccia en un canalete, que es una especie de tobogán por donde rodará la bola impulsada por el movimiento de la cabeza hacia adelante y el contacto con el puntero, que de lejos se parece a la antena de una grabadora.


En la ciudad el deporte se empezó a practicar en el año 2006. Fue implementado por Camilo Ortega (27 años) y Marcela Ramón (35 años).


El boccia lo conocieron en una ponencia dada en un congreso de parálisis cerebral. Y empezaron a investigar. A enterarse que su práctica mejora la funcionalidad motriz. Y que ayuda a los deportistas a independizarse. Muchachos que no podían comer solos, lo logran. O chicos que lanzaban la boccia con una canaleta, al final pueden lanzarla con la mano.


El Valle es el departamento en donde mejor se juega este deporte. Lo dicen los números. De siete medallas de oro disputadas en el Campeonato Nacional de Parálisis Cerebral realizado en junio de este año, Valle obtuvo las siete. Camilo, el caza talentos, fue designado como director técnico de la Selección Colombia de boccia. Ya participó en la Copa América realizada en Canadá en 2009, donde con José Ómar Marín ganó una medalla de plata. También estuvo en Lisboa, Portugal, en el Mundial. Se llegó a segunda ronda. Ahora el objetivo son los Parlímpicos de Lóndres 2012.


A Nathaly, Carlos Ómar, Carlos Andrés, José Ómar, John Anderson, por su parte, la vida, con el boccia, les cambió de sentido. Hay medallas, viajes, torneos... reconocimientos por perseguir.


III Sus historias


Fue en un accidente en un río. Nathaly estaba nadando. Después quiso clavar desde una piedra ubicada a seis metros de la corriente. Lo hizo. No se golpeó con nada. Pero la presión del agua generó la lesión que la dejó cuadripléjica. Durante cinco meses permaneció en cuidados intensivos. Cuando en el hospital le dijeron que no podría volver a caminar, que no podía mover los brazos, ni las piernas, sólo el cuello, tragó grueso.


Después se le abrieron dos caminos: "el del papel de víctima o el otro, vivir". Escogió el segundo. Pero se aburría. De levantarse y estar todo el día frente a un televisor o un computador que controla con la voz. Fue cuando apareció el caza talentos con su propuesta de jugar boccia. Con el juego, Nathaly empezó a hacer amigos. También empezó a viajar y a conseguir medallas. Sobre su cuello se ha colgado 4 preseas de oro en torneos nacionales.


"El juego representa la posibilidad de salir de la inactividad", dice. También es la posibilidad de elevar el autoestima. Y ganar algo de dinero. A los deportistas de boccia de alto rendimiento, Indervalle les entrega una suma mensual para entrenar. El problema, aseguran algunos padres, es que hace meses no reciben un centavo. Es la historia repetida del deporte en el Valle.


A Carlos Ómar Pereira el no asistir a una práctica de boccia le representa un golpe al corazón. Llega al punto de llorar. Lo dice mientras suspende el entreno para le entrevista.


Carlos Ómar tiene parálisis cerebral debido a una bacteria que ingresó a su cuerpo cuando todavía estaba en la incubadora, en la clínica. Y como Nathaly, se deprimía de no hacer nada, de no salir, de no tener una novia. Ahora tiene una. Se llama Dennis y también juega boccia. El deporte, además de mejorar la movilidad, tiene el poder de reparar corazones rotos.


Al entreno, Carlos llega solo. Sus padres lo llevan hasta la estación del MIO de Chiminangos. Ahí se monta en su silla de ruedas. En la estación de la Plaza de Toros se baja y se encuentra con José Ómar Marín, que también llega hasta el lugar en silla de ruedas. Y forman una especie de tren, uno detrás del otro, hasta llegar al velódromo. Los transeúntes se santiguan ante tal proeza.


Proezas como las que también hace Carlos Andrés Gallego, el muchacho lisiado por una bala perdida. A punta de tutelas logró que le dieran una silla de ruedas. "Con esta discapacidad todo se logra peleando con una EPS, todo es a la fuerza", confirma Carmenza Castañeda, la madre de Carlos Ómar, sentada en una banca del velódromo. Observa a su hijo.


IV El viaje


El 25 de noviembre la comunidad boccia tiene planeado un viaje a Argentina, invitados por la Liga de Parálisis Cerebral de ese país. Sólo deben pagar los pasajes. Pero no hay dinero. La historia se repite.


Carlos Ómar, cuenta minutos antes de finalizar el entreno, ya tiene un plan. Vender chocolatinas y pulseras. Pero no es suficiente. La Liga de Parálisis Cerebral necesita un patrocinio. Y si viajan, van sin papás. Es política de Camilo. Argentina es la oportunidad de estar en un país distinto y defenderse por sí solos.


Daniel, el padre de Carlos Ómar, lo respalda. Dice que esa política es una forma de que su hijo se prepare para ese día en que esté sin papás que lo protejan, "para el día en que Carmenza y yo ya no estemos en este mundo. Esa es la preocupación de los padres de hijos con parálisis cerebral", dice con el rostro muy serio. Al frente, los muchachos hacen chistes. Ellos sólo se preocupan por reír.

miércoles, agosto 25, 2010

El campeón de la montaña



Se llama Édison Angulo Torres, nació en Buenaventura y acaba de coronarse como campeón nacional de motosierrismo. En septiembre representará a Colombia en el Mundial de este deporte, en Croacia.



Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos: Aymer Álvarez

¿Y puedo llevar a la entrevista a una amiga, para que también salga en la prensa?, preguntó el campeón por el teléfono. Cuando mencionó la palabra ‘prensa’ elevó la voz. Después soltó una risa maliciosa, pícara.

En esa noche de un martes de julio, el campeón estaba junto a una dama, cortejándola. Y para eso, se sabe, no hay nada más infalible que la fama, así sea efímera. Ahora que sale en noticieros y lo llaman periodistas, ¿por qué no aprovechar y galantear con armas más poderosas que los chocolates y la cursilería?

Pero algo debió salir mal. Dos días después de la charla telefónica, el campeón llegó muy puntual a la cita y acompañado, pero no por una mujer sino por Christian, uno de sus seis hijos. Más tarde contó que en los terrenos del amor anda solo. "Mi mujer se fue con otro", dijo de un solo envión y sin un ápice de tristeza. Es un hombre valiente para confesar, sin anestesia, tamaña traición.
La cita se dio en un almacén de venta de motosierras y repuestos, ubicado en Cinco Bocas-Pueblo Nuevo, pleno centro de Buenaventura, la ciudad donde nació.

El campeón llegó al sitio luciendo en su pecho la medalla por la que lo entrevistan los periodistas, esa que ganó en el Campeonato Colombiano Husqvarna de Motosierrismo que se disputó el pasado 10 de julio en la Represa de Neusa, Cundinamarca, ubicada a 78 kilómetros de Bogotá.
Con el triunfo, el campeón representará a Colombia en el Mundial de esta disciplina deportiva que se disputará en Zagreb, Croacia, en septiembre próximo.

La historia esconde una paradoja: en un país que se hizo tristemente famoso en el mundo porque los paramilitares usan motosierras para descuartizar cuerpos y atemorizar a sus enemigos, hay también hombres que usan esos aparatos para ganarse la vida talando árboles en la selva o practicando un deporte que en Colombia es nuevo y apenas despunta.

Christian, que tiene 2 años y no pronuncia jamás una palabra, también lleva en su pecho una medalla. Es la primera que se ganó su padre en el Parque Néstor Urbano Tenorio de Buenaventura, la que lo certificó como campeón regional de motosierrismo y le abrió la posibilidad de participar en el nacional que en el país se organiza cada dos años y ya tiene dos ediciones.

Las medallas colgando sobre el pecho de ambos son para que salgan en las fotos que va a tomar la prensa, anhela el campeón.
 
También la motosierra que lleva desarmada en una caja de cartón y que carga sobre su hombro izquierdo. Esa motosierra, sin estrenar aún, fue otro de los premios del título nacional. ¿Pero cómo empezó esta historia? ¿Cómo el campeón se convirtió en campeón sin haberlo imaginado jamás? Precisamente todo inició aquí, en el almacén de Cinco Bocas-Pueblo Nuevo.
 
***
El campeón, de pelo crespo y nariz ancha y aplastada, se llama Édison Angulo Torres. Nació hace 39 años en Buenaventura. Aunque es flaco, muestra brazos con músculos trabajados que sobresalen y venas que se brotan en la piel. El campeón tiene el físico de un luchador de peso ligero en estado de retiro.

Ahora vive en un barrio cuyo nombre es una burla a la pobreza: Punta del Este. En el barrio, a diferencia de la ciudad uruguaya que lleva ese nombre, no se ven playas de arena blanca, mujeres bronceándose, yates, autos de lujo, la mansión de Shakira. No. En el barrio del campeón lo que se ve es una improvisada cancha de fútbol en donde no hay pasto, sólo barro y piedras. En ella hay niños afro flacos y sin camisa, jugando con un balón deshilachado. También se ven vecinos que felicitan al campeón porque lo vieron en televisión, amigos suyos que viven en casas levantadas con tablas a las que le llega luz gracias a una maraña de cables que salen de los postes de energía. El barrio, por la expresión temerosa del taxista cuando le anunciamos el destino, es peligroso.

Allí, me enteraré después, fue famosa una masacre perpetrada por paramilitares en 2005. Torturaron y mataron a 12 jóvenes. Y además de los hombres armados que a veces matan gente del barrio, Punta del Este, explicó un amigo y vecino del campeón, es un barrio de ‘chacales’.

"Eso quiere decir que uno acá aprende muchas cosas. Malas y buenas. Acá se aprende a sobrevivir desde temprana edad. Por eso no hay niños en los colegios, sino en la calle aprendiendo mañas, porque desde pequeños se dan cuenta de que el papá no tiene para la comida. Entonces salen y se la rebuscan en la calle. Acá se sale adelante con el trabajo propio. El papá cumple con darle la alimentación al hijo. El resto (un jean, un celular, los tenis) le toca al pelado. Por eso se ven tantos niños en el Muelle El Piñal como los que usted vio, los que se tomaron las fotos con Édison. Niños cargando troncos de madera todo el día para ganarse la vida", dijo el vecino del campeón con cierta resignación.

Su testimonio pareciera también ser un resumen de la vida de Édison. El campeón trabaja desde los 7 años en las selvas de Colombia, cortando madera. En el colegio llegó hasta segundo de primaria.

Él, frente a un plato de lentejas y una bandeja de pollo (no le gusta el pescado), había narrado la historia de su infancia horas antes, mientras almorzábamos en el centro de Buenaventura.

"Yo vivía con mi papá y mi mamá. También con siete hermanos. Ahora cuento sólo con tres. Uno falleció. De los otros no tengo noticias. Se fueron a andar y no sé nada. De pronto ahora que me ven en los noticieros me reconozcan, ojalá. Me acuerdo que mantenía siempre con mi papá en el monte, cortando madera. Él se llama Luis Angulo. Mi mamá se llamó Corina Torres, pero murió. Ya le contaré esa historia. Con mi papá nos íbamos a trabajar a López de Micay, a un aserradero que se llama El Tambor. Fue él el que me enseñó a trabajar".

Estuvo dos años con don Luis, que le reveló algunas de los secretos del oficio: esquivar culebras, saber a qué lado de la selva correr cuando un árbol es talado y no morir aplastado como les ha pasado a algunos, abrir trochas. El problema era que su papá no le daba mucho dinero y Edison veía que sus amigos tenían más plata que él en el bolsillo. Entonces decidió irse de la casa a los nueve años, "para trabajar con un paisa". Que en Punta del Este un niño se vaya de su casa a trabajar no sorprende. Es la historia de muchos.

"Con el paisa me fui por los lados de Iscuandé, a cortar palos en la montaña. Pero el paisa me daba lo que quería y a veces no me pagaba nada. Entonces me fui con otro. Y así. Trabajé con muchas personas, hasta que aprendí bien el oficio. He estado en las montañas de Timbiquí, Micay, Yurumangui, Bocas de Cajambre, Bocas de Satinga, El Charco y muchas otras partes que ya los nombres se me han olvidado", dijo el campeón mientras cortaba un pedazo de pollo. En el acto se acordó de una ironía de su vida: lleva casi 30 años en el oficio de talar madera y nunca ha tenido el dinero suficiente para comprar una motosierra.

Por eso, hasta hace tres meses, trabajaba con aparatos ajenos, prestados. Pero ahora, a falta de uno, tiene dos de esas máquinas, ambas de su propiedad. La primera motosierra fue la que se ganó en el campeonato regional de motosierrismo, el 10 de abril de este año. La segunda, la que se ganó en el campeonato nacional. Cuando supo que por fin tendría una motosierra propia se emparrandó durante dos días seguidos.
 
***

Ahora, Édison está sentado en la cama de su casa, donde vive sin compañía. Hay un detalle curioso: en el hogar del campeón de motosierrismo hay un solo asiento de madera al que le falta una pata.

Ahí sigue contando su historia. El capítulo reservado a su madre, Corina, que murió hace dos meses, después de permanecer 8 años enferma por una trombosis. Ni médicos ni curanderos pudieron salvarla. Edison cree que fue "cosa hecha", brujería. Su muerte fue un golpe tremendo. Por esos días, también, fue cuando su mujer lo abandonó. De ahí que el título que ganó de sopetón le alegró tanto. De ahí que se haya ido de parranda durante dos días. Era un desquite ante la vida.
 
Ahora Edison habla de eso, de las medallas que le están cambiando el destino. El campeón, que trabaja talando árboles en el Chocó, llegó en abril pasado hasta el almacén de Cinco Bocas-Pueblo Nuevo después de un largo viaje para comprar unos repuestos. En el almacén le contaron de un evento para aserradores que había en el Parque Néstor Urbano Tenorio. El campeón dijo que no podía ir, que se tenía que devolver a trabajar. Le insistieron. Aceptó.

"Y sí, fui. Había mucha gente, muchos aserradores, eran como 30. La primera prueba era con la espada de la motosierra. Bajarla y volverla a colocar lo más rápido posible. La otra prueba era cortar dos rodajas de un tronco, una de arriba hacia abajo, y otra de abajo hacia arriba, cada una con una medida determinada, unos cinco centímetros". El campeón acertó, gracias a un ojo milimétrico y cortes que hizo con precisión quirúrgica. Al final, uno de los organizadores hizo el anuncio: Y el ganadorrr essss... Édisooonnn Anguloo...

La piel del campeón se erizó. Era la primera vez en su vida que ganaba algo. Y qué mejor que una motosierra, el aparato que le da de comer.

Después de eso, Edison regresó al Chocó, a cortar palos de chanul que pagan por metros. A los días volvió de la montaña para ir Bogotá y participar en el nacional donde estuvo con el número 58. Era la primera vez que se montaba en un avión. No le dio miedo porque ya había visto por televisión cómo era ese asunto. En Bogotá, sí, se le rajaron los labios, por el frío.

Eso no impidió que después de cinco pruebas (cambio de cadena y espada, tala dirigida, desrrame, corte de precisión) se ganara el cupo para ir al mundial en Zagreb, Croacia.

- ¿Ya ha pensado en ese viaje?
- No, todavía no he pensado en eso. Sólo sé que el viaje es largo. Y que ocho días antes, los organizadores del torneo aquí, de la empresa Husqvarna, me van a entrenar, porque allá es más difícil la cosa. Pero con el poder de Dios vamos a ganar. No tengo susto.
Lo que le preocupa al campeón es conseguir los cien mil pesos que necesita para regresar al Chocó, a trabajar. Aunque después del título ha dado entrevistas y lo felicitan aquí y allá, no está trabajando. Entonces se va al Muelle El Piñal a cargar troncos o maletas, a cambio de propinas.

- Campeón, ¿y en qué sueña usted cuando termine el mundial?
"En regresar y ponerle una lápida a la tumba de mi madre y de mi hermano", dice. Después saldrá a la calle y venderá un amplificador para reunir el dinero y volver a la montaña, su verdadero hogar.

martes, julio 20, 2010

Jovita: Cuarenta años tan muerta, tan viva



Este jueves 15 de julio se cumplen 40 años de la muerte de Jovita Feijóo, 'la reina eterna de Cali', de quien se decía, estaba loca. ¿Será cierto? Crónica desde sus aposentos íntimos.



Por Santiago Cruz Hoyos
Reportero de El País


El baño donde murió Jovita Feijóo ya no es un baño. Ahora es un cuarto de San Alejo, del reblujo. Allí se ve una lavadora, un tenis negro, una olla arrocera, bolsas de basura, una chaqueta, un colchón, baldes, una mesa de noche olvidada por su dueño. No huele a nada. La única señal que indica que el cuarto era un baño hace 40 años, cuando en esa casa vivía Jovita, son las baldosas blancas, las que aún le quedan.

La casa, levantada en bahareque y de paredes blancas y azules, está en la Carrera 1A No. 16 - 77, en el barrio El Hoyo, al norte de Cali. Esa casa, que fue propiedad de doña María de Jesús Correa (q.e.d.p.) tiene su historia, sus curiosidades. Allí han vivido inquilinos famosos. Jairo Arboleda, por ejemplo, tremendo jugador del Deportivo Cali en la década del 70.

Jovita, la reina de la ciudad, claro. Y Amparo ‘Arrebato’ (q.e.p.d.), esa bailarina legendaria a la que Richie Ray y Bobby Cruz, se dice, le compusieron una canción que lleva su nombre. Sólo que Amparo, hay que aclarar, no era inquilina. Era hija de doña María de Jesús. Y amiga de Jovita. Sí: dos mitos de Cali vivieron bajo un mismo techo.
Y Jovita entró al baño en la madrugada del 15 de julio de 1970. Siempre, cuenta su sobrino, Reinaldo ‘Reina’ Feijóo, se levantaba a las 4:30 a.m. para bañarse, tomarse un café hecho por ella en un fogón que tenía en su cuarto, vestirse con trajes de colores vivos que le regalaban mujeres de la alta sociedad caleña. Después, Jovita salía a pie a andar la ciudad, su ‘reino’.
Pero ese 15 de julio no salió del baño caminando. La llave de la ducha, a pesar de que Jovita hacía rato que había entrado, seguía abierta. Entonces doña María de Jesús Correa se inquietó al escuchar el agua caer sobre el piso durante varios minutos. Tocaron la puerta. Nadie respondió. Abrieron desde afuera. Jovita Feijóo estaba tendida en el suelo. La reina eterna de Cali murió en silencio de un infarto y bajo un chorro de agua. Tenía 60 años y ya era una leyenda urbana.

De ahí que un entierro como el suyo no ha habido en Cali: multitudes que caminaron desde la Catedral de San Pedro, en la Plaza de Cayzedo, hasta el Cementerio Central, donde fue enterrada, la acompañaron hasta la tumba.
También se vieron carros de bomberos y locomotoras que, estacionadas en la Carrera Primera con 25, a una cuadra del cementerio, pitaban a todo dar en señal de tributo a la reina, la que hoy reposa en un osario marcado con el número 411. Allí, el miércoles pasado, alguien dejó pétalos de flores color violeta, tal vez en conmemoración a sus 40 años de muerte.
Nace la leyenda

Decían que era loca. Lo cuenta en detalle el poeta Javier Tafur González en su novela ‘Jovita, o la biografía de las ilusiones’. Loca, escribe el poeta, porque a veces la veían hablando sola y con los ojos brotados. O porque se bañaba en el río Cali sin susto. O por lo más importante: porque se creía reina de Cali y actuaba como tal. Entonces, en la Feria, encabezaba los desfiles repartiendo besos encaramada en máquinas de bomberos. Y se tomaba fotos con los presidentes de su época: Eduardo Santos, Rojas Pinilla, Carlos Lleras Restrepo. O con actrices como María Félix.
Y entraba al Club Colombia derecho, sin ser socia. Y les cantaba la tabla a los concejales que no iban a trabajar. Y hablaba con el político para que taparan los huecos de un barrio. Y hacía saques de honor en los clásicos Cali – América. Y tenía un lugar de privilegio en la Plaza de Toros.


Y si paraba un bus, no le cobraban el pasaje, era Jovita. Si se lo cobraban, se ponía brava y se saltaba la registradora.
Sí. Jovita Feijóo se autoproclamó reina de reinas, así tuviera piernas peludas porque no le gustaba depilarse. Y la ciudad aceptó a su reina, una soberana sin una tuerca, decían algunos. Era, hay que escribirlo - si ella lo leyera le daría rabia– un personaje pintoresco.
Pero, curioso, Jovita de niña no quería ser reina, aunque cuando jugaba con sus amigas representaba el papel de una princesa. Ella, que nació en el Bolo - Alizal, Palmira, en 1910 y que su verdadero nombre era Jovina, soñaba con ser cantante. Su melodía preferida, revela el poeta Tafur, se llama ‘Piquito’, un corrido mexicano.
Una vez, se lee en su biografía - novela, Jovita se inscribió en un concurso de canto en la emisora Radio Higueronia, ubicada en la Plaza de Cayzedo. No le fue bien. El locutor soltó al aire un sonido que era como un aullido de perros que sonaba a rechifla, a burla. Era una broma macabra que guardaba el hombre para cantantes desafinados. El tipo padeció enseguida del carácter de Jovita, incendiario cuando la chuzaban en lo más grande que tenía: el ego, la vanidad.

El locutor, para librarse de los ojos verdes de Jovita hechos fuego, la proclamó entonces la Reina de la Simpatía. Jovita se puso feliz y la noticia se escuchó por radio. Fue el comienzo de su leyenda y tal vez de su locura.

Reinaldo, su sobrino, que también heredó esos ojos verdes de su tía, sospecha que sus desvaríos quijotescos empezaron por dos noticias duras. La primera fue la muerte de su madre, Joaquina Feijóo (su padre se llamó Pacífico Becerra). La segunda, poco tiempo después, fue la muerte de Humberto, otro de sus sobrinos, “al que quería como a un hijo”. Reinaldo cree que la locura de su tía viene de ahí.
Y también de Cali, que sin saberlo quizá la enloqueció. Si todo el mundo te dice que sos reina, si todos se ponen de pie cuando entrás a un sitio, si te reciben presidentes, asumís ese papel. Y Jovita lo asumió para siempre, feliz.
El poeta Tafur la compara, más que con una loca amada por Cali, con una actriz que se expresaba en la calle, entre la gente. “La ciudad era su escenario. Te la describo con un tablero de ajedrez. Ella nunca aceptó ningún papel, ni ninguna otra ley en el juego, que ser la reina. Por lo tanto, en los distintos espacios sociales, ella se movía libre, autónoma, llevada por el viento de sus sueños.

Y la mujer que es reina por primera vez lo es para siempre. Te pongo de ejemplo a mi tía Sofía, reina de un carnaval en 1929 y quien aún vive.
Ella, en las reuniones, se pone su vestido de reina”. Parece que las coronas sobre la cabeza sellan el destino de las mujeres que las portan en algún momento de la vida.
De Jovita también se decía que era loca por maleficios, brujería. ¿Pero Jovita en realidad estaba loca? Quién sabe.
De pintoresca a inmortal
Entonces Jovita en los años 50 – 60 era un personaje pintoresco. Con el tiempo se convirtió en leyenda. Al final, sin sospecharlo, logró ser inmortal. Ese nombre, ese apellido, está anclado en las vidas de los caleños. Seguro, todo el que haya crecido en esta ciudad ha escuchado la historia de la loca que se creía reina y que era amada por Cali, Jovita.

Existen hombres que aún hoy, cuando se cumplen 40 años de su muerte, deliran de amor por ella. El pintor Diego Pombo, que le levantó una escultura en la Calle Quinta; el artista Carlos Alberto Zuluaga, que tiene un museo de Jovita en su casa de San Antonio; el poeta Javier Tafur, su biógrafo. Y en el pasado hubo muchos admiradores de prestigio que ya deben de estar en compañía de Jovita: Fernell Franco, Hernando Tejada...
¿Por qué se convirtió en inmortal? ¿Por qué después de 40 años se sigue escribiendo sobre Jovita?El poeta Tafur sospecha que es por sus logros invisibles. Ella, me dice en su oficina decorada con fotos, cuadros y esculturas de 'la reina' (también es abogado), “interpreta entre nosotros ese delirio de poderse afirmar y no dejarse poner cadenas. Jovita es un Prometeo sin cadenas, Quijote femenino. Hay seres que cumplen con los formalismos, que le tienen miedo al ridículo. Jovita no. Ella pasó al imaginario venciendo esos temores y encarnando el delirio que a muchos les da miedo expresar. Por eso era admirada. Por eso aún se le recuerda”.
Diego Pombo cree que Jovita es inmortal porque su figura representa a Cali, su idiosincrasia y ese fervor de la ciudad por los reinados. También por su trabajo social. Carlos Alberto Zuluaga piensa que la respuesta está en que Jovita era un ser superior, “extraterrestre”, que llevaba una pasión desbordada por alcanzar lo que quería, una energía que pocos tienen. Por eso aún se recuerda a Jovita, 'la loca', ' la reina'.

La conexión
Lograba lo que quería. Hasta una casa, que era su más profunda preocupación, estuvo a punto de alcanzarla gracias a José Pardo Llada, que organizó una colecta para el hogar de Jovita desde su columna Mirador, en el periódico Occidente.
Pero Jovita tenía miedo con esa plata que le recogieron. Creía que la iban a secuestrar. Por eso cambió de residencia y alquiló una pieza en la casa de Amparo 'Arrebato', para despistar a sus secuestradores imaginarios.
Allí murió Jovita, sin poder disfrutar de la casa que soñaba comprar. No alcanzó. Su cuarto, lo veo ahora, está desocupado. Hay tablas sobre una pared, varas de guadua, una camisa negra y una gris y un pantalón amarillo que alguien colgó allí para que se secaran.

El cuarto es perfecto para Jovita, pienso. Se recorre en cuatro pasos a los lados y unos cinco hacia adelante. Pequeño. Para Jovita, que le gustaba vivir sola y sus pertenencias más preciadas eran sus cajas de cartón llenas de vestidos y atados de recortes de periódicos. La imagino ahí, hablando sola mientras se viste con colores y flores y pulseras para salir a la calle.
El mundo de Jovita es místico, mágico. Javier Tafur, el poeta, me explica que ella es como una presencia latente en su vida, compañía. El pintor Carlos Alberto Zuluaga aseguró que un día, cuando estaba pintando un cuadro de 'la reina', Jovita le habló desde el más allá: “Yo estoy aquí”, dijo. Él lo asegura hasta jurarlo y tiene testigos que estaban con él esa noche, mientras pintaba a la luz de unas velas.

Parece que quien se interese en su historia se conecta de alguna manera con 'la reina'. En la noche que empecé a escribir estas líneas, un tributo a su memoria, soñé con ella. Quizá Jovita aún sigue tan viva después de cuatro décadas de no respirar.

lunes, mayo 24, 2010

El guardián de los 'mojados'


Santo Toribio Romo es uno de los mártires más famosos de México. Nombrado patrono de los inmigrantes, se dice que ha salvado de la muerte a indocumentados que atraviesan el desierto en busca del sueño americano. A su pueblo, Santa Ana de Guadalupe, llegan semanalmente multitudes para visitarlo.


Por Santiago Cruz Hoyos

Unidad de Crónicas y Reportajes de El País


La foto del santo se ve en cualquier parte: en la floristería del pueblo; en la recepción del hotel Posada del Rey; en la droguería; en las entradas de algunas casas; en la fachada de una de las iglesias. Hay un centro de salud que se llama como el santo, Centro de Salud Santo Toribio Romo. Y una agencia de viajes que se llama igual.


El pueblo tiene un nombre largo: Jalostotitlán. Por eso sus habitantes prefieren llamarlo Jalos. Sencillo. Es un municipio que pertenece al Estado de Jalisco, en México, a dos horas en bus desde Guadalajara.


Jalos es mi primera parada antes de llegar a Santa Ana de Guadalupe, la ranchería donde nació el santo de la foto que observa directo a los ojos, a veces triste, a veces serio como boxeador a punto de iniciar un combate. En vida ese hombre de sotana y rostro de veinteañero fue sacerdote. Hoy, además de santo, es patrono de los inmigrantes mexicanos. Fue canonizado el 21 de mayo del 2000 por Juan Pablo II y es famoso por salvar de la muerte a los inmigrantes ilegales que intentan pasar la frontera hacia Estados Unidos.


Es un lunes de abril y en Jalos pareciera que hubiera festividades: carros de lujo y otros sencillos pasan por las calles con el equipo de sonido a todo volumen. Los vidrios de un negocio de tortillas alcanzan a vibrar. Dentro de los autos se ven muchachos con cerveza en mano, mirada desafiante. Entre más duro la música, más galanes se sienten. Las mujeres, que en Jalos tienen caras delicadas, como de reinas, siguen de largo por los andenes ignorando el barullo y los piropos. El reloj indica que son las 8:00 p.m. El sol apenas se empieza a ocultar.


¿Hoy hay ferias en el pueblo?, les pregunto a Verónica López Campos y a Teresa López Rosales, dos señoras jaliscienses que hablaban desprevenidas en una esquina cualquiera.“No, acá el ambiente es así”, responde Teresa. ¿Y cómo es la historia de Santo Toribio Romo? Escuché que es el patrono de los inmigrantes ilegales. Que a muchos los ha salvado de morir de sed o de picaduras de serpiente en el desierto. Que los lleva hasta Estados Unidos, y les consigue trabajo. Y que cura enfermos de cáncer…


Verónica y Teresa confirman esas historias, aunque advierten que no es que sean muy devotas del santo. Pero de que hace milagros, hace milagros. “A mi mamá, por ejemplo, la sanó de un quiste en la matriz. Ella soñó con el padre Toribio, un día antes de que fuera a ser operada. Y en el sueño él le dijo que estuviera tranquila, que la iba a sanar. Cuando los médicos fueron a operarla, no encontraron nada. En agradecimiento, mi madre publicó un aviso en el periódico El Informador”, dice Verónica.


Un hermano suyo, Guillermo López, que se fue sin papeles hacia Estados Unidos y no fue visto por las autoridades, le tiene tanta fe a Santo Toribio y un agradecimiento eterno, que cada año, cuando regresa de México ya con sus documentos en regla, camina descalzo desde Jalos hasta Santa Ana de Guadalupe, al templo donde reposan los restos de Toribio Romo.El trayecto en carro desde Jalos hasta Santa Ana tarda unos 20 minutos, si no es domingo. El domingo el tráfico es sólo recomendable para gente paciente, llegan multitudes de todo México para ver al santo. Pero llegar a Santa Ana a pie como lo hace Guillermo, tal vez demore una hora y la penitencia se realiza sobre un suelo que quema. En la región la temperatura llega a los 30 grados centígrados.


Verónica sigue hablando. “Una amiga mía, que se llama Marisol Jiménez, también es muy devota. Ella cada año se va a pie hasta Santa Ana durante nueve días seguidos”.


Enseguida Teresa llama a una niña de unos 10 años para que cuente el milagro más famoso de Santo Toribio Romo. La niña, que tiene fama de buena narradora, empieza a contar la historia que es repetida por los habitantes de Jalos y Santa Ana con algunas modificaciones, pero la esencia se mantiene. El cuento también se puede leer en libros y folletos que se venden en las calles, y se escucha en corridos mexicanos.


Se trata de la historia de un joven campesino de Agua Prieta, una ciudad del Estado de Sonora, (el origen del campesino cambia en cada narración) que intentó pasar la frontera como ilegal. En el desierto, los ‘coyotes’ (guías que por una tarifa ayudan a pasar la frontera) lo abandonaron, le robaron el dinero, lo dejaron a merced del sol sin comida y sin agua.


Cuando estaba a punto de morir, esquelético, se encontró con un hombre que se presentó como Toribio Romo, tipo generoso que le dio de comer, de beber, y le entregó $5.000 dólares para que llegara a Estados Unidos. La plata, le dijo, se la podía pagar cuando estuviera bien, con trabajo. Que cuando eso pasara, le recomendó, lo buscara en Santa Ana de Guadalupe. Y que preguntara por Toribio Romo, cualquiera le indicaría dónde era su residencia.


Pasaron los años y el joven campesino regresó de Estados Unidos y se fue para Santa Ana a buscar a Toribio Romo. En la ranchería, el campesino preguntó por ese nombre. Los habitantes le presentaron a muchos niños que se llamaban así y uno que otro adulto. Pero no, no era un niño, y los adultos que le estrecharon la mano no coincidían con la cara de su salvador. Le dijeron que el último Toribio Romo que le faltaba por conocer estaba en el templo. El campesino entró y se encontró con la foto del santo y el ataúd en donde se conservan sus restos. Era él. El hombre lloró.


De tal milagro, no hay prueba. O tal vez sí. Se trata del testimonio de Jorge Romo, 34 años, tendero en Santa Ana de Guadalupe.


La narradora se despide, Verónica habla de nuevo. Me asegura que Santo Toribio también es famoso en México por salvar a secuestrados: “Creo que ayudó a un técnico de fútbol que vivió esa experiencia”. Se trata, según sus sospechas, del argentino Rubén Ómar Romano, secuestrado en julio de 2005, cuando era técnico del Cruz Azul. Fue rescatado después de 65 días de cautiverio. Y agrega un último dato: “Toribio es el santo oficial de las Chivas de Guadalajara”. Esta afirmación la desmintió José Luis Valencia, uno de los hinchas más fieles de ese equipo de fútbol.


Lo que sí es cierto es que Santo Toribio tiene entre los hombres del fútbol a varios seguidores. Uno de ellos es el técnico argentino Ricardo La Volpe, quien dirigió a la Selección Mexicana entre el 2002 y el 2006. Guillermo González, el actual rector del santuario de Santo Toribio en Santa Ana, narró hace unos años a Noticieros Televisa que La Volpe fue hasta el templo para encomendarse a Santo Toribio días antes de que su selección jugara, en julio de 2003, la Copa de Oro. El torneo lo ganó México, después de cinco años de no alcanzarlo. En la final, en el estadio Azteca, derrotó a Brasil con un gol de oro de Daniel Osorno. A La Volpe se le vio en Santa Ana después de la victoria.


Me despido de Verónica y de Teresa y sigo caminando por Jalos. En la siguiente esquina, en el centro, hay otra historia de otro milagro. Me la cuenta José Benjamín Franco Rocha, el licorero del pueblo. Asegura que uno de sus clientes, Jesús, es devoto de Toribio Romo. “Él me contó que una vez el santo lo salvó de morir en el desierto. Su camioneta se incendió, y una voz le dijo que se alejara de ahí, que podía explotar. Jesús dice que fue Toribio el que le habló”.


Con Jesús no se puede hablar para comprobar la historia porque no está en el pueblo. Pero en Jalos, sospecho, cada habitante tiene un milagro por contar sobre ese santo que deambula como fantasma en el desierto y que se aparece en carne y hueso en el último minuto de la vida de un hombre para salvarlo.


II


Delfino Jiménez trabaja como recepcionista en el hotel Posada del Rey, en Jalos. Hace 20 años, cuenta, se fue como ilegal para Estados Unidos. Allá trabajó en una compañía dedicada a fabricar tinas para hidromasajes. Y anda con la idea de volver, pero de manera legal. Cuando le pregunto por qué la gente se quiere ir de México, pone un tono serio: “No es que nos queramos ir. Nos tenemos que ir. Si no, ¿de qué vamos a vivir? La situación aquí siempre ha estado crítica, no hay trabajo”.


De 100 mexicanos que van a la Embajada de Estados Unidos a pedir Visa, dice Delfino, se las dan a tres o a cuatro. Y es temporal. Entonces la opción que queda es contratar a un ‘coyote’, que cobra unos $5.000 dólares, y pasar la frontera de manera ilegal. “No se me hace mucho dinero, siempre y cuando uno pueda pasar sin problemas. Hay riesgo. Te pueden matar, o puedes morir al atravesar el desierto”, cuenta Delfino.


Y eso es cierto. En el 2004 murieron más de 300 mexicanos que intentaron pasar la frontera. Ante la noticia, la Secretaría de Relaciones Exteriores publicó una “guía práctica” para llegar a Estados Unidos de manera ilegal sin morir en el intento. Se llama Guía del Migrante Mexicano. Ahí se aconseja, por ejemplo, agregarle sal al agua para evitar deshidrataciones en el desierto de Arizona. El documento generó polémicas. ¿Estaba el gobierno incentivando la inmigración ilegal? (En 2008 se registraron 390 muertes de indocumentados).


La versión de Delfino sobre la situación social de México es confirmada por Arturo Tapia, taxista de Jalos. Ya es martes, 8:00 a.m., y con Tapia vamos a Santa Ana de Guadalupe, al encuentro con Santo Toribio Romo. En el trayecto, Arturo cuenta que en Jalos cada familia tiene mínimo uno de sus miembros en Estados Unidos. Y que el pueblo se mantiene de los dólares que ellos envían. “El problema es que el Gobierno no promueve la creación de industrias para generar empleos. Y además, la mano de obra es muy barata. Usted trabaja ocho horas diarias y le pagan 300, 350 pesos por semana (unos 30 dólares). Con eso no se mantiene nadie”.


Según un informe de la Oficina de Estadísticas sobre Inmigración, se asegura que en Estados Unidos hay 10.8 millones de indocumentados, de los cuáles 6.7 millones provienen de México. California es el Estado donde viven más ilegales: 2.6 millones, la población de una ciudad como Cali. Y a pesar de que los índices de inmigración hacia Estados Unidos han disminuido en un 7% debido a la crisis económica, el problema sigue siendo un dolor de cabeza para ese país. En Arizona se acaba de aprobar una ley que convierte en un delito la presencia de indocumentados en este Estado. Le ley le permite a un policía detener inmigrantes ilegales.


De inmediato, defensores de los derechos de los inmigrantes pidieron a la gobernadora Jan Brewer que vetara la medida. Argumentan pisoteos contra los Derechos Humanos.


Mientras Arturo expone su diagnóstico de su país, aparece en la carretera un portal que anuncia la llegada a Santa Ana de Guadalupe, la tierra de Santo Toribio Romo.


III


Una calle empinada que se dirige al templo donde están los restos de Toribio Romo es la vía principal de la ranchería. De unos 500 habitantes, el pueblito, como en Jalos, está tapizado con fotos y el nombre del santo. Hay dulcerías con ese nombre, restaurantes, tiendas de artículos religiosos. Sobre la calle se ven negocios de ventas de camisetas estampadas con la foto del santo y de Cds con los corridos que le han grabado... “En mil novecientos veintiochooooooo, veinticinco de febrero, en las tierras de Tequilaaaa, otro mártir se fue al cieloooooooo”, se escucha.


Cuando pasan las horas, y sobre la libreta se van consignando los testimonios de los habitantes del pueblo, aparece una coincidencia que habla sobre la historia e idiosincrasia de los que viven en Santa Ana: la gran mayoría son de apellido Romo, como el del santo. Jorge Romo, tendero; Maximina Romo, atiende los baños públicos; María Guadalupe Romo, sacristana; Socorro Romo, vendedora de camisetas; Juana Romo, tendera y familiar del Santo...


Arturo Tapia, el taxista, me explicaría más tarde que los habitantes de la ranchería, antes de la fama que le ha dado Santo Toribio, querían permanecer aislados de la sociedad. Por eso, cree, se casaban entre primos. Lo mismo me contaría el licorero de Jalos, José Benjamín Franco. “Eso allá era un desmadre”, dijo


.A las 8:30 a.m. de este martes, en el templo apenas hay un par de ancianas orando de rodillas. Al fondo, en el altar, donde está empotrado el ataúd de Romo con sus restos, moscas gordas vuelan por el sitio. Son como los gallinazos, anunciadoras de la muerte.


En las paredes laterales de la iglesia se pueden ver las prendas que llevaba el entonces sacerdote Toribio Romo el 25 de febrero de 1928, cuando fue asesinado por soldados del Ejército mexicano. También, en un frasco de vidrio, como de tequila en miniatura, se conserva aún su sangre seca. Y de nuevo, en todo el frente, la foto del Santo que me mira a los ojos, casi vigilante. La omnipresencia de la foto puede llegar a intimidar. También el desfile de ancianos, niños, mujeres, hombres que empiezan a entrar al templo de rodillas con una devoción y una fe que jamás admitiría una duda sobre su santo y los supuestos milagros. Aquella imagen de gente de rodillas ante un hombre incómoda a los que no creemos en seres de carne y hueso que vuelven de la muerte para hacer prodigios. Salgo.


María Guadalupe Romo, la sacristana del templo, me cuenta con paciencia la vida y muerte de Toribio. Narra que el sacerdote nació en esta ranchería el 16 de abril de 1900. Y que desde niño tenía actitudes de santo y sueños de ser cura. Lo logró gracias al apoyo de su hermana, ‘Quica’, que abandonó a su novio antes de casarse para consagrase a su hermano y ayudarlo a alcanzar su meta. Vendían, por ejemplo, tortillas en Jalos para pagar los estudios sacerdotales.


Toribio Romo se ordenó sacerdote el sábado 23 de diciembre de 1922. Tuvo que pedir un permiso especial al Vaticano. La edad mínima para ordenarse era 24 años. El permiso se lo concedieron y su primera misa la celebró el 5 de enero de 1923 en su tierra, Santa Ana de Guadalupe. Después ejerció como sacerdote en poblaciones como Sayula Tuxpan, Yahualica, Cuquio, hasta que llegó a Tequila.


Eran años difíciles para la Iglesia Católica. El presidente Plutarco Elías Calle quería que la institución eclesiástica dependiera del gobierno, perdiera autonomía. Los jerarcas de la Iglesia se revelaron, ordenaron cerrar los templos. Empezó la Guerra Cristera. Muchos sacerdotes fueron asesinados. Otros se escondieron. Asegura la sacristana que hasta les tocaba refugiarse en bosques, en cuevas y alimentarse de raíces. (25 de los sacerdotes asesinados en la Guerra Cristera fueron canonizados por el Papa Juan Pablo II el 21 de mayo de 2000. Entre ellos, Santo Toribio. En Santa Ana, hay una calle en su honor, la Calle de los Mártires).


Toribio Romo, en el pueblo Tequila, celebraba misas a escondidas en una fábrica abandonada. Hasta que en la madrugada del 25 de febrero de 1928 lo descubrieron los soldados, le dispararon y bailaron junto a su cadáver.


Días antes, Toribio le había pedido a su hermano Román, también sacerdote y que estaba con él en Tequila, que se fuera a Guadalajara. Urgente y sin motivo aparente. Y le entregó una carta. Le dijo que la abriera cuando tuviera noticias suyas. Cuando Román supo de su muerte, la leyó. Era una despedida. Toribio Romo presentía su fin.


¿Y por qué justamente se ha dedicado a hacerles milagros a los inmigrantes? le pregunto a la sacristana. “Él en vida tenía una preocupación por los indocumentados. Incluso, montó una obra de teatro que se llamaba ‘Vámonos al norte’, que trataba de los peligros que representa pasar la frontera y la pérdida de valores que se da cuando se vive en Estados Unidos”.


La sacristana me sugiere que no me vaya de la ranchería sin pasar por el sitio en donde los mexicanos dan testimonio de los milagros de Santo Toribio. Se trata de una pared, en una de las dependencias del templo, en la que se ven fotos, cartas de agradecimiento, recortes de periódico, cabello, camisetas de equipos de fútbol. En las cartas se leen noticias de varios milagros. Esteban Latorre, por ejemplo, le da gracias a Santo Toribio porque lo salvó de morir en un accidente de tránsito; Roberto Macías Padilla agradece por haber pasado la frontera; la familia del soldado Marco Antonio López da gracias por haber traído al soldado sano y salvo de la guerra en Irak; a Victoria Herrera la salvó de una peritonitis; a Gabriela Gallego Martínez la pasó para “el otro lado”; a María del Consuelo Mendoza le dieron la visa; un hombre cumplió su sueño de ser luchador; Elvia Mata pasó la frontera y está trabajando en California.


Y en las calles de Santa Ana pasa lo mismo que en las de Jalos. Cada habitante tiene un milagro por contar. Rosa Romo dice que le dio una fiebre tan alta, “que no supe de mí en tres meses”. Le pusieron hasta los santos óleos. “Pero Toribio me alivió”. También le da para vivir. Rosa vende camisetas del santo de 25, 30 y 55 pesos.


Jorge Romo, tendero, ha ido cuatro veces de manera ilegal a Estados Unidos apretando una estampita de Santo Toribio. Nunca lo detuvieron. Él, que se la pasa con cara de aburrido vendiendo galletas y gaseosas, es tal vez una de las pruebas de los milagros del santo. Asegura que ha orientado a inmigrantes que vienen preguntando por el hombre que los salvó en la frontera. Y los manda para la iglesia. Y ven la foto. Y se sorprenden. Y lloran. Y la historia se repite una y otra vez.


A Maximina Romo, Santo Toribio le ha llevado sanos y salvos a sus hijos a Estados Unidos. Y Juana Romo, tendera, a quien hay que hablarle casi a los gritos porque ya no escucha, dice que al final a todos los habitantes de Santa Ana Santo Toribio les hace milagros y ni se dan cuenta. Ella es familiar del santo, aunque no alcanzó a conocerlo. Toribio Romo era primo segundo de su papá.


Pero caminando por las calles de Santa Ana, después de recorrer la casa réplica donde nació Toribio y el nuevo templo que se va a levantar porque ya la gente no cabe en la actual iglesia, pienso si esta historia que se ha tejido no es más bien un mito que sirvió para salvar del olvido y la pobreza a esta ranchería. Porque aquí, en Santa Ana, sí se puede comprobar con los ojos un milagro de Toribio Romo: es el pueblo, como tal, que vive y se conoce y se mantiene gracias a su nombre y a su fama.


Ya de regreso a Jalos le pregunto a Arturo Tapia, el taxista, sobre ese asunto, sobre cómo sería Santa Ana sin Toribio Romo y su historia.


- Nada, responde. Ésta siempre fue una ranchería olvidada. Gracias a Santo Toribio se conocieron los caminos para llegar hasta acá.