miércoles, agosto 21, 2013

La cachetada de Mariana







Mariana Manco, 17 años, luchó contra un cáncer de huesos. En el tratamiento quedó embarazada. Decidió suspender las operaciones por salvar a su hija.  Al final ambas murieron. Y sin embargo, Mariana siempre sonrío, nunca se quejó, afrontó la vida hasta su último aliento con felicidad plena. Como una lección. Una cachetada.  ¿Qué es en realidad un problema? 

Por Santiago Cruz Hoyos
El País - Cali

Mariana Manco Galeano. Así se llamaba. Tenía 17 años. Había nacido en Viterbo, Caldas. “Un pueblo chiquitico”. Allá hacía lo que hacían la mayoría de niñas de su edad: ir a la discoteca para menores. No se vendía trago, apenas cócteles sin licor y helados y comidas rápidas. Atrás de todo eso, la pista de baile. “Mantenía llena”.

Mariana también estudiaba en La Milagrosa. Estaba en noveno grado. Era una vida tan normal. Hasta que se golpeó el brazo izquierdo. Un poco más arriba de la muñeca. Se golpeó y ya nada volvió a ser como antes.

Mariana sintió dolor, se sobó, siguió su vida. Pero ahí en el antebrazo empezaron a suceder cosas extrañas. Una bolita, primero. Salió una bolita “chiquitica”.

Mariana se la tocaba, se la molestaba, pero no le dolía. Se la molestaba porque tenía miedo, decía. A Lucero, su mamá, le comentaba que la bolita era muy rara. Y después, a los 20 días, le empezó a doler. Mariana perdió fuerza en la mano.

Entonces acudió a la sobadora del pueblo. Ella le dijo que tenía los tendones recogidos. Se los puso otra vez en su sitio, pero le advirtió que la bola efectivamente era muy extraña. Después de tres días seguidos de haberla sobado, no reducía su tamaño.

La bola se puso tan grande como una pelota de tenis. Entonces Lucero, la mamá de Mariana, la llevó al hospital.

Sin tener idea qué diablos tenía, la enyesaron. Todo el brazo izquierdo, hasta el hombro. Mariana lo contaba un año y medio después y en vez de insultar al burdo que lo hizo, se reía. Mariana, a pesar de todo, siempre se reía.

Cuando la enyesaron fue una noche horrible. A la mañana siguiente, la enviaron hasta Pereira, a una hora de Viterbo. Tenían que hacerle una radiografía. Los médicos tardaron horas para quitarle el yeso.  En la radiografía salió una especie de sombra en el hueso del antebrazo, en el radio exactamente.

  - Parece un tumor óseo – dijo el ortopedista.

Mariana y Lucero se asustaron. Los médicos decidieron investigar aún más. Le hicieron una resonancia y una escanografía ósea. Mariana, mientras tanto, sentía un dolor insoportable. Le aplicaron una inyección.

Era la primera vez que se enfermaba. La primera vez que pisaba un hospital como paciente. Días después, en octubre de 2012, fue remitida a Cali. Tenía algo grave.

Mariana recuerda que eran las cinco de la tarde cuando le hicieron la biopsia. Al otro día le dieron la noticia: tenía cáncer en el radio del antebrazo izquierdo. Osteosarcoma, un tipo de cáncer en los huesos que le da sobre todo a niños y adolescentes. Y es agresivo. En cuerpos en crecimiento, debido a la proliferación de células, ese cáncer es agresivo.

La doctora que se lo dijo no tuvo tacto. Mariana contó que fue cruel. Que la doctora le dijo que le iban a hacer quimioterapias y que se le iba a caer el pelo, que iba a vomitar. - Fue como una puñalada - .

Mariana lloró. Después se calmó. Si el tratamiento es lo mejor para mí, empecemos, dijo. Era una luchadora, ante todo.

Mariana decía incluso que la que empezó “a chillar” cuando se le cayó el pelo fue Lucero, su mamá. Ella en cambio empezó a vivir feliz con su calvita. Mantenía mostrando la calva por todo lado, decía y se volvía a reír.

Y la operaron. Le cambiaron el hueso, el radio, le pusieron otro, se lo unieron con platinas y tornillos, le sacaron esa pelota de tenis. Y en el antebrazo no le volvió a dar cáncer.

Mariana pensó que todo había pasado. Transcurrieron meses. Ocho, casi. Y sin embargo el cáncer hizo metástasis. Apareció otra bolita. Esta vez en la axila izquierda. Mariana pensó que era un ganglio. Tenía la esperanza que solo fuera eso. Era definitivamente cáncer.

Y al mismo tiempo sucedió algo aún más inesperado. Mariana quedó embarazada. Ella decía que era un milagro. Por las quimioterapias, le habían asegurado los médicos, no podría tener hijos. Y sin embargo tenía una niña en su vientre: Guadalupe. Mariana le puso ese nombre porque era muy devota de la virgen. - Mi hija es una bendición - , decía contenta, entusiasmada.

Mariana tenía la extraña capacidad de mantenerse feliz casi siempre y eso hacía que otros se cuestionaran, se miraran su propia vida. Mariana quizá no lo pensaba, pero era una mujer sabia.

El papá de Guadalupe era su novio, Diego Alexander Novoa. En la casa de Mariana todos le dicen Alex. Llevaban cuatro años juntos. Alex la conocía de siempre en el pueblo. Hasta que una vez, cuando Mariana iba en la calle caminando con una prima, él se acercó en su moto y le preguntó sin miedo:

- ¿Te puedo visitar hoy?

Y sí. Llegó muy puntual, a las 8 de la noche, y la visita fue en la sala. En el medio de los dos, por si acaso, se sentó el hermanito de Mariana. Otra vez soltaba la carcajada cuando lo contaba. -Seguro fue enviado por mi mamá-, decía.

Y ella y Alex empezaron a salir, llegaron las ferias de Viterbo, bailaron, se enamoraron.  Mariana, mucho tiempo después, entonces, quedó embarazada.

Los médicos sin embargo le decían que debía practicarse un legrado. Con el bebé en su vientre, no podía ser operada de ese cáncer que estaba invadiendo no solo la axila sino también el seno izquierdo. Además existía el riesgo de que la bebé naciera con malformaciones debido a las quimioterapias.

Mariana, antes de decidir qué hacer, pidió que revisaran a la niña. Y los exámenes salieron perfectos.

Mariana decidió seguir con Guadalupe en el vientre. Un aborto, decía, es un pecado. Guadalupe es una vida por la que hay que luchar. Mariana quiso entregar la suya por la de su hija. Decidió no operarse.

Sin poder seguir con el tratamiento, la enfermedad avanzaba. El embarazo, los cambios hormonales, hicieron además que el cáncer se volviera aún más agresivo. Mariana llegó a tener un tumor tan grande como un balón al costado izquierdo de su espalda y soportó dolores intensos que la desesperaban. Y sin embargo luchaba. Era la pelea entre la vida, Guadalupe, y la muerte.

Su plan era tener a su hija a los 7 meses del embarazo, para después seguir con su tratamiento, que le sacaran el mal de raíz, casarse con Alex, vivir juntos, estudiar psicología en salud, ayudar como la ayudaron en la Fundación de Cuidados Paliativos de Cali. Mariana daba la pelea, soñaba, hacía planes, aunque los especialistas sabían que no tenía posibilidades de sobrevivir.

Su caso era grave no solo por la enfermedad sino porque el tratamiento no hizo efecto. Es decir: aunque se siguieron los protocolos para tratar la enfermedad, nada funcionó. “Refractario al tratamiento”, decían los especialistas.

Mariana contó esta historia en una de las camas de la Fundación de Cuidados Paliativos. En las paredes había una foto de la virgen de Guadalupe, otra de la Santa Laura Montoya, y Mariana en la cama que aunque respiraba con dificultad, como ahogada, como cansada, nunca dejó de reírse. Hasta se sonrrojaba cuando le decían que las pecas de su rostro la hacía ver mur bonita. A Mariana no le gustaban sus pecas.

- ¿Por qué quieres dar a conocer esta historia?

- Porque es una historia muy bonita. Por eso quiero contarla. Es para que la gente la lea y reciba un mensaje.

Mariana decía que no nos podemos dejar derrotar por problemas que al fin y al cabo son pasajeros. Esa enfermedad, pensaba, era pasajera. Sentía dolores muy fuertes, sí, pero más adelante tenía que haber una sorpresa, algo grande, algo bonito. Como Guadalupe. Uno no se puede dejar derrotar por nada, decía Mariana. Aunque uno esté enfermo, hay que estar feliz. Porque la vida es una sola y hay que vivirla. Eso también lo quería dejar escrito en un libro.

Hace dos semanas Guadalupe falleció. Permaneció en la incubadora unos días pero no aguantó. Nació a las 24 semanas de gestación.  Los planes era que naciera a las 28. Días después, falleció Mariana, aunque se hizo todo para salvarla. El Centro Médico Imbanaco dispuso un equipo de especialistas para su caso. Sus ganas de vivir, su gesto de amor por Guadalupe, hicieron que allá en la clínica la admiraran, dieran todo por ella.

Uno de sus médicos, Carlos Andrés Portilla, contó que Mariana afrontó la vida hasta su último aliento con felicidad plena y eso que no alcanzó a ver a Guadalupe, solo en fotos, no alcanzó tampoco a leer esta historia pero nos dejó una lección. Como una cachetada.



viernes, agosto 09, 2013

Greg, el fotógrafo estadounidense que ama a Siloé





Greg Ebersole trabajó en periódicos con los que viajó a 44 países, se quedó sin empleo, llegó a Cali para enseñar inglés, se topó con Siloé, esa montaña a la que muchos temen y que él recorrió palmo a palmo para tomarle fotos que se expusieron en la Biblioteca Departamental.

Por Santiago Cruz Hoyos
Foto Cortesía Greg Ebersole
Una versión de este texto fue publicado en El País - Cali

Greg Ebersole quería fotografiar a doña Chon. Había leído su historia en un periódico popular. Ahí se decía que doña Chon era la curandera más anciana de Siloé. Según el artículo, tenía 107 años y muchas leyendas.
Greg sintió curiosidad. El problema era llegar a la casa de doña Chon. Pichi, su guía por Siloé, le dijo que el sector en donde vivía la anciana era muy peligroso. - Hay enemigos- .
Pasaron varios días. Y sin embargo Greg siempre hablaba de lo mismo con Pichi: la foto de doña Chon. Sucede con fotógrafos, periodistas, escritores: cuando un tema despierta el instinto, la emoción, la curiosidad, no es posible dejar de pensar en él.
Greg pudo volver a estar tranquilo gracias a unos tragos.   Pichi, un día cualquiera, después de haberse tomado unas copas de aguardiente, lo llamó a su celular.   Le  dijo muy decidido: - Vamos. Vamos para la casa de la curandera -. El alcohol lo hizo sentir intocable.
Dos moto taxis los llevaron hasta un punto y después caminaron rápido. Pichi preguntó en la calle dónde vivía doña Chon. Cuando tocaron la puerta, ella se asomó por la ventana. Tenía miedo. ¿Qué demonios hace un fotógrafo estadounidense en mi casa? ¿Por qué me quiere tomar fotos?
Greg le explicó. Llevaba cinco meses yendo a Siloé dos o tres veces por semana. Incluso había pasado un par de noches. Estaba haciendo un documental sobre la cotidianidad del lugar. Quería contar en fotos cómo es la vida en esa montaña que allá abajo, en la ciudad, todos dicen que es peligrosa. Greg en cambio se sentía a gusto. A veces subía solo.
Doña Chon no estaba muy convencida, pero se dejó fotografiar ahí, asomada a la ventana. Primer plano de sus arrugas, su mirada seria, labios gruesos y apretados, su mirada desconfiada, el fondo negro. Una gran postal.
-. Conversando con doña Chon, supe que tenía 99 años, no 107 como publicó el periódico - dijo Greg. El fotógrafo estaba en la Biblioteca Departamental de Cali, donde expusieron su trabajo. La exposición se llamó ¡Te Amo!, Siloé.
- ¿Amas en realidad a Siloé?
- Sí, lo amo.

II

Greg Ebersole, gafas, cabello blanco, delgado, alto, debe ser un hombre vanidoso en algunos asuntos. No revela su edad. Quizá tenga 55, un poco más, quién sabe. Él dice que el dato es un secreto.
Greg nació en Estados Unidos y allá se hizo fotógrafo. Durante 30 años trabajó para periódicos y revistas. Viajó a 44 países haciendo fotos. A veces, también, escribía las historias.
En Nicaragua estuvo cubriendo el final del conflicto entre Los Contras y el gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional. En Bosnia hizo un reportaje centrado en una mujer encargada de un hospital en ese país en guerra. Conoció México, Ecuador, Uganda. 
Pero sucedió que los periódicos empezaron a despedir gente. El Chicago Suns Times, por ejemplo, despidió a todos sus fotógrafos y les entregó un Iphone a sus periodistas para que ellos mismos hicieran las fotografías de sus artículos. Entre los despedidos estaba John H White, 68 años, ganador del premio Pulitzer. A Greg aquello le pareció un acto cercano a un crimen.
Cuando sucedió lo de John, Greg también se había quedado sin empleo, aunque no trabajaba para el Chicago. Fue en 2009. Y sin embargo no se encerró a llorar o a lamentarse de su mala suerte y la caída en picada de los periódicos. Pensó en cambio que estar libre era una oportunidad espléndida para hacer algo distinto a lo que llevaba haciendo por tres décadas.
Recordó enseguida un viejo sueño: vivir en otro país. Se le ocurrió justamente Colombia. Ya había venido, le había gustado Cali. Greg quizá quería una vida mucho menos agitada y costosa a la que tenía en Estados Unidos. Vendió sus cosas, alquiló su casa, viajó.
Su idea en Cali era dar clases de inglés. Los muchachos que iniciaban el aprendizaje no terminaban porque simplemente no querían o no tenían dinero. A Greg tampoco le gustó demasiado enseñar y se dijo que al fin y al cabo su vida era tomar fotos, no importa que fuera un fotógrafo sin periódico, sin revista dónde publicar. Entonces volvió a disparar sus cámaras.
Un  profesor le habló de un pueblo desconocido que quedaba cerca de Cali: Bocas del Palo. Greg sintió esa curiosidad. Pasó por la cárcel de Jamundí, atravesó un río, encontró el pueblo. En Bocas del Palo viven 800 afrocolombianos que Greg fotografió en sus quehaceres, su vida diaria, una comunidad que en pleno Siglo XXI depende del río para sobrevivir. Eso, sobre todo, fue lo que despertó su interés.
La Directora de la Biblioteca Departamental conoció el trabajo, le propuso a Greg que hiciera una exposición. Greg aceptó y de Bocas del Palo llegaron buses con la gente que se quería ver retratada. Fueron a la apertura de la exposición con su propia comida, el fiambre, y así celebraron que un fotógrafo “gringo” los hubiera sacado del anonimato por unos días. “Un pueblo al sur del Valle enamoró el lente de un estadounidense que visita a Colombia”, tituló un diario.
Pero Greg no pierde su capacidad de asombro. Es curioso. Una curiosidad casi infantil. Sus amigos le hablaron de un lugar al que le recomendaban no ir, sobre todo con ese acento extranjero: Siloé. - Te roban – le decían.
La advertencia despertó el interés de Greg. Fue como sangre para tiburón. Y un día lo decidió. Caminar desde Miraflores, el barrio donde vive,  hasta Siloé “a ver qué pasaba”.
Llegó a La Nave, zona baja de la montaña, caminó por ahí y nadie lo determinó, nadie lo robó, nadie le dijo nada. Greg pensó que allá arriba había un mundo que él tenía que fotografiar.

III

Greg sabía en todo caso que a la parte alta de Siloé no podía ir así no más. Contactó guías. David Gómez, director de un museo de la zona, lo acompañó primero. Carlos Mosquera, Pichi, entrenador de fútbol, fue su escudero después.
Con una cámara pequeña, que le cabía en el bolsillo del jean, hizo el trabajo. Era mejor no llevar el equipo profesional, le recomendaron, aunque Greg no se sintió amenazado. Una vez incluso le presentaron un “assasins”, dice Greg. En realidad era un sicario. Greg también se hizo amigo de algunos muchachos que allá arriba llaman asesinos. Era mejor caerle bien a los malos, pensó.
Greg fotografió a mujeres futbolistas. En Siloé, las mujeres juegan fútbol. Los equipos juveniles tienen por lo menos cuatro entre sus integrantes.
En las noches, fotografió a parejas que se besaban con la vista de Cali de fondo. El amor en Siloé es posible a pesar de todo. Y los domingos le tomaba fotos a un grupo de música popular. 
Greg también estuvo en un matrimonio celebrado en una iglesia pentecostés, siguió a un “reparador de zapatos”, pasó tardes en un cementerio en el que son los padres los que entierran a sus hijos, fotografíó a niñas de 13 años embarazadas, le tomó fotos a los carretilleros que transportan materiales de construcción por calles tan delgadas en las que solo se puede ir a pie o en caballos a los que les hacen peinados de jugadores de fútbol como Neymar.
Como en Bocas del Palo, en Siloé a Greg le sorprendió sobre todo eso: en una ciudad que se moderniza, los caballos son la única alternativa para que algunas personas se puedan transportar. El tiempo detenido en la modernidad. Eso lo enamoró de Siloé y su gente. Que fueran en cierta manera excluidos de la sociedad quizá también haya sido una razón para pasarse meses con ellos, como uno más de la montaña.
Su trabajo en Siloé se expuso en la Biblioteca Departamental. Ahora, Greg  recorre la zona entregando las fotos a sus protagonistas, que se ven como en una portada de revista y se ponen contentos. Esas fotos, advierte, no se venden. Es otro gesto de amor por Siloé.
Quizá también por una ciudad y un país en el que inició una nueva vida después de quedarse sin empleo. De Cali y Colombia, Greg hizo un libro con sus mejores fotos. Lo tituló: The Shutter Never Stops. Traduce “el obturador nunca se detiene”.

lunes, julio 22, 2013

Ese ganador silencioso

Por sus métodos  le han dicho loco y hasta recreacionista. Y, sin embargo, es el técnico más ganador en los últimos años en el fútbol colombiano. ¿Quién es Juan Carlos Osorio?


Por Santiago Cruz Hoyos
Texto publicado en El País de Cali


Juan Carlos Osorio es un hombre que no deja nada al azar. Se encarga desde la táctica que utilizará su equipo el domingo hasta asuntos que parecen nimiedades como  los conos de plástico de cada entrenamiento. Él mismo madruga a  ubicarlos.

Alejandro Gutiérrez, camarógrafo de Telecinco, asiste cada martes a las prácticas del Nacional. Ha advertido algunos de esos detalles del técnico que en la noche del pasado miércoles obtuvo la estrella doce del equipo verde de Medellín, después de   ganarle 2-0 a Santa Fe   en el estadio El Campín.  
Una vez ubicados los conos, Osorio  cuenta los pasos  de distancia que hay entre ellos. Después  él mismo practica algunos de los movimientos que deberán hacer los jugadores, se cerciora de haber distribuido cada cono adecuadamente sobre el césped.

Aquel  técnico  flaco y de gafas que visto de lejos parece más bien un profesor de química o un científico de laboratorio, controla absolutamente  todo lo que sucede en el entrenamiento. Incluso es el que   decide cuáles de sus jugadores atenderán a los periodistas al finalizar la práctica. Por lo regular elige cuatro. Dos capos (veteranos),  dos jóvenes. En ese sentido es  predecible.   Los jugadores autorizados a hablar  con los reporteros son los que serán novedad en la alineación titular del próximo partido.

La rotación constante de la nómina titular es uno de los asuntos que más le critican los comentaristas deportivos. Alguno llegó a decir que era como si  Osorio, para elegir la alineación,   cerrara los ojos, metiera la mano en una bolsa donde están los jugadores, todos de primerísimo nivel,  sacara once, no importa si cuatro son arqueros y los siete restantes delanteros. Lo curioso es que aquel periodista hoy está celebrando el título del Nacional.  

   Osorio considera que rotar es una manera de tener en un buen nivel futbolístico, físico y anímico a todos sus jugadores.  Osorio al fin y al cabo  no lee las páginas deportivas de los periódicos. Prefiere  escuchar ópera.
 En sus bolsillos carga su famosa libreta y dos lapiceros: uno rojo, el otro azul. El profesor Juan Carlos Castaño, que lo conoce desde que jugaron en el Deportivo Pereira y también cuando entrenaron equipos en Inglaterra, dice que el rojo es para registrar lo que se tiene que corregir en la cancha, el azul para señalar lo que se está haciendo bien.

Hace unos meses,  Osorio le explicaba  a un reportero:  “Mi padre siempre me decía que es mejor un lápiz corto que una memoria larga. Me gusta anotar y tener todo ilustrado para hablar puntualmente con los jugadores”.

  Sus anotaciones, a veces, las hace en inglés y por lo general  en códigos. Utiliza palabras que aunque están en el diccionario y hacen parte de la terminología del fútbol, no son fáciles de descifrar. ‘Desmarque de ruptura’, por ejemplo; ‘Zona 14’.

 En los partidos se ha visto cómo escribe y les manda mensajes a sus jugadores en los papeles de su libreta. Algunos, como el arquero Luis ‘Neco’ Martínez, los han leído y después se los han metido a la boca. Quizá sea una manera de asegurarse de que el rival no intercepte el mensaje.
La libreta de Osorio ejerce un poder curioso en periodistas y aficionados. Despierta el morbo, la curiosidad. ¿Qué secretos del fútbol escribirá ahí? ¿Qué fórmula para ganar estará maquinando?
 Tal vez Osorio no lo haya pensado, pero si llegara a publicar sus apuntes en forma de libro, a lo mejor sería un best seller. Muchos llegaríamos a las librerías para saciar la curiosidad al leer los apuntes de quien algunos aficionados y periodistas,  precisamente como crítica a eso de escribir, llaman ‘libretica’.

 En los entrenamientos Osorio  aplica modelos de nombres tan extraños como sus códigos:  morfociclo patrón.  Es la manera como están organizadas las prácticas semanalmente, mensualmente, semestralmente. Sus equipos saben qué van hacer cada día del año.  

 Cuando fue campeón con el Once Caldas, el primero de sus títulos en Colombia, Osorio le contó al periodista Juan Sebastián Salazar   parte de sus secretos: “Tenemos un entrenamiento funcional, que trata de combinar las necesidades físicas con trabajo táctico y fútbol. La semana la parto en dos y la planeo de adelante hacia atrás. Por ejemplo, el sábado, que tenemos partido, hacemos un trabajo de alta intensidad (con frecuencia cardiaca del 95 por ciento), el viernes anterior es baja, el jueves es moderada y el miércoles es nuevamente alta. Así mantenemos el equilibrio”.

Y siempre sus jugadores entrenan con el balón en sus pies. Por ello, cuando Osorio dirigió a Millonarios, uno de los accionistas del club en este entonces (2006)  y extécnico del equipo,  ‘Chiqui’ García, lo llamó “recreacionista”. Juan Carlos Osorio no respondió. Nunca responde un insulto.

El profesor Juan Carlos Castaño cuenta también que en los entrenamientos Osorio busca simular las situaciones que podrían vivir sus jugadores en los partidos y les da cuatro opciones para resolverlas. La  más adecuada se repite una y otra vez. Es una manera de enseñarle al cerebro a elegir bien y rápido.

También trabaja en espacios reducidos. A veces organiza  partidos de doce contra doce, trece contra trece, y para reducir el espacio ubica porterías móviles en el punto penal. Es una manera de trabajar la circulación del balón con precisión, buscando el arco del rival. Los jugadores tienen un límite de pases hacia atrás. Si lo superan, son penalizados. El ataque es una de las prioridades de Osorio, aunque por supuesto trabaja la defensa con excelentes resultados.

Llegó a lograr, en 25 de 58  juegos con Nacional,  que su arco no fuera vulnerado. El 43.10%, casi la mitad de los partidos, el equipo sacó el arco en  cero.

 Aquello no lo logra solo con entrenamientos. Juan Carlos Osorio estudia a todos sus rivales, no importa si son poderosos o llamados chicos.

El periodista Óscar Rentería, uno de sus amigos, dice que Osorio se conoce las plantillas de todos los clubes tanto de la primera división del fútbol colombiano, como de la  segunda. Puede saber, por ejemplo, cuál es el lateral derecho del Jaguares de Montería, los volantes  del Huila, la delantera del Dépor de Aguablanca. Y no solo conoce sus nombres. También cómo se mueven en la cancha.

Osorio es, ante todo,  un hombre estudioso. De hecho, dejó de jugar al fútbol como profesional para estudiar. Está acreditado con licencia de director técnico  tipo A —el mayor grado— de la Uefa que logró a través  de la Asociación de Fútbol de Inglaterra. También tiene licencia de dirección técnica expedida por la   Asociación Holandesa de Fútbol y un postgrado en Ciencia del Fútbol de la Universidad de Liverpool.
Durante cinco años fue asistente de campo del Manchester City, uno de los equipos más grandes de Inglaterra. Llegó por recomendación del técnico  inglés Kevin Keegan. Osorio lo conoció en la MLS donde se fue a jugar, también en silencio, sin saber inglés.

 Pero aquella vida  la dejó por un sueño: salir campeón. Y ese sueño ya lo ha repetido varias veces. Juan Carlos Osorio tiene dos títulos del fútbol colombiano, una Superliga y una Copa Postobón.
Y él sigue ahí, estudiando, como si nada. Óscar Rentería dice que a veces  el mismo  Osorio lo visita de sorpresa  en su emisora o en la cabina de transmisión de los partidos sin él haberle pedido una entrevista.   Juan Carlos Osorio es un ganador silencioso.

jueves, julio 11, 2013

El entrenador de mentes





Sumario... Estanislao Bachrach es doctor en biología molecular. Y sin embargo se dedica a un oficio extraño: entrena mentes. Trabajó con River Plate en los días previos a la final del torneo de ascenso. River ganó, volvió a primera y en Argentina lo llamaron gurú. ¿Qué tiene para decirle al América en tiempos en los que también busca la A?

Por Santiago Cruz Hoyos
Reportero de El País

-       Mira, el día que River volvió a primera, fue uno de los más especiales de mi vida. Primero porque soy hincha de River, mis mejores amigos son de River. Para trabajar con el equipo yo le pedí dos condiciones a Almeyda: que no me pagara nada y que no se dijera que yo trabajaba ahí. Las dos las cumplió. Lo que sucedió después fue que los jugadores, cuando estaban en el hotel concentrados, comenzaron a twittear: hay un ‘pelado’ (calvo) biólogo, de Harvard, trabajando con nosotros. Entonces la gente empezó a entender que era yo. No tenía ganas de que se supiera. Hay mucho periodismo. No quería romper con la tranquilidad de mi vida. Pero se supo. Y yo festejé el título extremadamente feliz.

-       ¿Cómo lo celebraste?

-       Recuerdo un jugador – no te puedo decir su nombre – volviendo al vestuario después de salir campeón, mirándome a los ojos y diciéndome algunas frases importantes sobre lo que había significado mi trabajo. Después estuve en el vestuario, paradito, mirando cómo ellos festejaban. Me comporté no como hincha, sino como un profesional. Y lo segundo fue que Almeyda me invitó a la cena de festejo que se realizó en un restaurante argentino, y en la cena había 200 personas. Fui con mi esposa. Y delante de todos Almeyda agarró el micrófono y me agradeció. Ese fue otro de los momentos más lindos de mi vida. Yo admiraba mucho a Almeyda como jugador de la Selección, de River, de fútbol. Tenemos una buena relación. Hay que acordarse que el trabajo más importante lo hizo él. Fue él el que me dio la oportunidad para que yo, una persona desconocida en el ambiente del fútbol, que trabaja en algo que nadie entiende, interviniera con sus jugadores cinco días antes del partido final. La apertura mental de Matías es algo extraordinario.
Cinco días antes del partido en que River Plate definía el título del Nacional B en Argentina frente Almirante Brown, exactamente el 26 de junio de 2012, Matías Almeyda, su técnico, llamó a Estanislao Bachrach, biólogo molecular.
-       Vení, trabajá con nosotros, le dijo.
Y él fue. Y River ganó 2-0 con goles de David Trezeguet, regresó a primera división.
¿Qué hace un biólogo molecular en un equipo de fútbol? ¿Qué puede hacer en cinco días?
II

Estanislao Bachrach nació en Buenos Aires en 1971. Cuando terminó la secundaria, como todos, tenía que tomar una decisión: estudiar o trabajar. Decidió lo segundo, un poco también empujado por el deseo de sus padres, Gregorio Bachrach y Silvia Pipkin. Ellos querían que se convirtiera en científico. Estanislao estudió ininterrumpidamente 17 años en Argentina, Francia y Estados Unidos. Se hizo doctor en biología molecular. Llegó a Harvard. Allá un día lo felicitaron, le dijeron que su ciclo como estudiante terminaba, que de ahora en adelante sería investigador y profesor. 

Esta es tu oficina, le dijeron, este será tu salario, un gran salario, esta es la gente que va a trabajar contigo, tu vida está solucionada, ser profesor en Harvard es un cargo de por vida, vas a ser profesor toda la vida, vas a estar en la mejor universidad del mundo, en uno de los mejores lugares del mundo para vivir, Boston, Massachusetts, Estados Unidos, una ciudad cosmopolita, ubicada frente al océano, con mucha cultura y buenos cafés y restaurantes y casas lindas, grandes, con jardines para pasear al perro. 

Y sin embargo, Estanislao Bachrach, que le había dado clases a tipos como Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, no se sentía feliz. Se había dado cuenta que hacía lo que hacía básicamente por satisfacer a sus padres. Entró en crisis. Se deprimió. Fue cuando perdió el cabello. Empezó a sufrir dolores de cabeza terribles. A veces vomitaba en la calle. Bajó diez kilos. Parecía enfermo. Pero en realidad no era que estuviera enfermo. El cuerpo tiene sus maneras de hablar. Y le estaba diciendo que no tenía que estar más ahí, en el mejor lugar del mundo para vivir.

Después de un año de preguntas, de terapias, de sufrimiento, decidió dejarlo todo, volver a su país. Justo en ese momento, desaparecieron sus dolores. El cuerpo tiene sus maneras de hablar. ¿Estás loco? Cómo te vas a ir de Harvard? le preguntaron sus colegas.
III
-       Y bueno, ¿qué hacer? No sabía muy bien qué hacer, pero tenía una pregunta: ¿cómo buscar más la felicidad que el éxito? Llegué a la Argentina en 2007 y lo primero que hice fue una maestría en negocios. Estaba pensando en cambiar mi vida. Entonces dejé de ser un científico de laboratorio – estudié muchos años enfermedades humanas, trabajé en hospitales – y me convertí en lo que hago hoy: utilizo la ciencia, en este caso la neurociencia, para ayudar a las personas sanas, para mejorar el desempeño en el trabajo. En vez de usarla para entender enfermedades, o curar enfermedades, o mejorar la calidad de vida de los pacientes, es como utilizarla para la gente que está bien y cómo potenciar esa gente, cómo mejorarla. Me di cuenta que quería trabajar con personas comunes, los que van a trabajar todos los días. Y de manera muy natural, lo que empecé a hacer fue asociar el mundo de la biología y la neurociencia, con el mundo de las empresas. Empecé a darme cuenta que con mis conocimientos científicos sobre cómo funcionaba el cerebro, podía impactar a las personas. Ayudarlas a ser más creativas, a manejar mejor las presiones, a tener más confianza, animarse a otras cosas, salir de la zona de confort, encontrar mas bienestar, cambiar. Mis dos grandes temas hoy en el trabajo son el cambio y la creatividad desde una mirada científica.

Los dos grandes retos de las empresas de hoy son el cambio y la creatividad. El mundo cambia todos los días, las empresas deben seguir el mismo paso, de lo contrario mueren, desaparecen. Si sus empleados tampoco avanzan a ese mismo paso, sino trotan y toman un poco de ventaja, pueden morir también, perder el trabajo.

Los clientes de Estanislao Bachrach son empresas famosas. El Banco Galicia, por ejemplo, el más grande de Argentina. También ha hecho intervenciones en Mercedes Benz, Coca - Cola, Adidas, Unilever, el Banco Interamericano de Desarrollo, Carrefour, Espn, Directv, la Unión Europea.

Lo contactan muchos y fácil. Bachrach da clases de innovación y cambio en la maestría de negocios de la Universidad Torcuato Di Tella de Buenos Aires, permanece en contacto con empresarios. Cada 15 días habla del impacto de la ciencia en la vida cotidiana en uno de los programas más escuchados de la radio Argentina, ‘Perros de la calle’. Y su libro, Ágilmente (aprende cómo funciona tu cerebro para potenciar tu creatividad y vivir mejor), es el más vendido en su país.

-       Me busca mucha gente pero mi equipo y yo tenemos una forma de trabajar muy particular: Pocos clientes pero muy comprometidos con ellos. Somos como una especie de grupo boutique. Así nos llamamos. Nuestras intervenciones son profundas en las compañías. No son cortitas. El cerebro es como un músculo que se puede trabajar para mejorar, pero se necesita esfuerzo, tiempo y disciplina.

En River, sin embargo, apenas tuvo esos cinco días para trabajar, aunque luego se quedó con el plantel dos meses más, ya ascendidos a primera división. Pero cuando le dijeron que tenía apenas cinco días, Bachrach padeció eso que llaman estrés profesional. 

IV

El mundo avanza rápidamente, las entrevistas a veces se hacen a través de Skype. Estanislao Bachrach habla a través de su computador. Algunas de las versiones que se publicaron en Argentina sobre su trabajo en River no fueron ciertas, o por lo menos, no exactas, dice. Como lo del murmullo del Estadio Monumental. Según algunos periodistas, grabó el murmullo del estadio de River en partidos previos al juego definitivo, y se los puso en los entrenamientos a los jugadores para convertir la presión de la tribuna no en algo negativo, paralizante, sino en algo positivo.

-       Yo sí hice un trabajo con sonidos en el vestuario, pero no grabé el murmullo. Mucho de lo que se publicó en los diarios fueron mentiras. Hay mucha política en el ftbol.

En los diarios, también, lo llamaron gurú. Bachrach se siente mal con ello. A veces la palabra tiene la connotación de charlatán. Su significado exacto en el hinduismo es maestro espiritual. Y él no es ni lo uno ni lo otro, dice. Sigue siendo un científico. Uno que viaja a Estados Unidos cuatro veces al año a preguntarle a sus colegas de Harvard y otras universidades qué han encontrado nuevo sobre el funcionamiento del cerebro. Lo que él pretende es conocer ese órgano, entender cómo trabaja, y a partir de ese conocimiento, transformarlo, ayudarles a otros a hacer lo mismo, ser más creativos, pensar distinto, atreverse al cambio, saber qué hacer con esos miedos que genera el cambio.

Lo que hace, es lo que quiere decir Bachrach, es un trabajo profesional. Fue lo que hizo en River. Aunque advierte que no puede contar mucho de lo que hizo. Hace parte del secreto profesional. Contarlo sería como revelar el secreto de la Coca - Cola. Y no. Se lo guarda.

-       Hoy existen técnicas de neurociencia para gestionar las emociones, tomar mejores decisiones, potenciar la confianza acentuando lo positivo en lugar de vivir bajo la crítica permanente. A través de la neurociencia se puede lograr  también un uso eficiente de la energía mental, por ende de la energía física, alcanzar mayor concentración, autoconocimiento para saber qué quiero y cómo me quiero sentir frente a un evento deportivo u otro, aprender a respirar mejor para oxigenar el cerebro, crecer en empatía para entender al compañero, al técnico, al hincha y al rival, desarrollo de la intuición, velocidad de reacción, mejorar la vista periférica.  Lo más importante es explicarle al jugador qué vas a hacer y para qué sirve hacerlo. Cuando entendés la teoría de lo que se trata la práctica,  se aprovecha mucho más. En resumen, sería como llevar tu cerebro a un gimnasio y a un spa para prepararlo para la competencia. Ese fue mi trabajo en River.  Pero no puedo contarte las actividades en detalle.

Cada equipo de fútbol, cada empresa, dice Bachrach, es como un paciente. Para intervenirlo tenés que conocerlo. En River, ejemplo, estudió desde quién hablaba dentro de la cancha y el vestuario hasta dónde se sentaban los jugadores más jóvenes a la hora de comer, si se juntaban con los jugadores de experiencia o no, qué tanta oportunidad tenían en el equipo, cómo se veía el uno frente al otro, incluso hasta a qué horas se entrenaba. Lo mismo hizo con el cuerpo técnico y ayudantes.

-       Hay un montón de cosas que pueden impactar y ser mejoradas para que los jugadores se sientan más confiados, salgan más tranquilos y seguros a la cancha. Mi trabajo es entrenar la cabeza. Como el preparador físico entrena el cuerpo, el técnico la táctica, mi trabajo es entrenar la parte mental.
Y el de River, en esos cinco días que estuvo, era un momento de mucho estrés, mucha tensión, mucho miedo en algunos jugadores. Era el partido más importante en la historia del club, el día final para salir de ese infierno llamado descenso y lo que se encontró Bachrach  es lo que muchas veces la gente olvida, lo que muchos olvidamos: 30 jóvenes. Los jugadores son jóvenes de 20, 21 años, que deben soportar una presión extrema: de sus resultados en la cancha depende el estado de ánimo de una ciudad, de una región, de un país incluso. Cada domingo los futbolistas de los equipos grandes salen a caminar por la cuerda floja.

Bachrach, con los jugadores de River, entonces, trabajó temas como el manejo de la tensión y estrés. Fue un trabajo tanto individual como grupal. No es la misma la presión del delantero que la del lateral. La del diez, con la del volante de marca. La del suplente con la del titular.

-       Hay distintos umbrales.

También trabajó la confianza. Porque sucedía que el periodismo y la gente trataba bastante mal a los jugadores. River había estado primero y segundo durante todo el año y sin embargo el equipo se sentía como si hubiera sido último. La presión y el periodismo pueden influenciar mucho en cómo te sentís, dice Bachrach.

Y aquello no cambiará jamás. El periodismo seguirá criticando, la gente seguirá enojada con sus equipos, sobre todos cuando son llamados grandes y descienden. Los seguirán puteando. Sucede en Argentina, sucede en Cali, Colombia, con América. ¿Qué hacer entonces?

-       Es difícil explicarlo a la distancia, sin conocer el equipo. Pero primero no se puede generalizar. Hay que estar ahí, escuchar al plantel, estar con ellos un par de días, escuchar al técnico, entender cuáles son las fisuras internas, qué es lo que está pasando, y ahí hacer una especie de coctel de posibles soluciones. Pero creo que lo más importante es esto: el equipo – jugadores, técnicos, dirigentes, no pueden esperar a que la gente de afuera cambie. La gente va a seguir criticando, va a seguir enojada por todo lo que ha pasado,  les seguirán poniendo presión. El trabajo no hay que hacerlo con el público del equipo ni con los comentaristas deportivos, hay que hacerlo con los jugadores. Es decir: ¿cómo hacer para que toda esa presión influya lo menos posible a la hora de salir a jugar? Ese, básicamente, es mi trabajo.

A Estanislao Bachrach le gusta el deporte, el fútbol. Sospecha que el aspecto mental aún no está tratado de manera muy profesional. La neurociencia tiene mucho por aportar a los deportistas, dice, no como una competencia con otras disciplinas como la psicología, no, sino como un complemento. Bachrach también ha trabajado con tenistas profesionales.

-       ¿Volverías a un equipo de fútbol?

-       En Argentina es un ambiente muy difícil. Pero sí, me interesaría mucho. Me interesan sobre todo los equipos grandes, importantes. No quiero parecer arrogante, pero me interesan esos desafíos. Equipos como el América de Cali.



viernes, mayo 03, 2013

Una carta para Melanie


Melanie Dayana Realpe Vélez, la niña que murió en el Distrito de Aguablanca de Cali tras sufrir una paliza en su casa, venía siendo víctima de maltrato crónico. Su historia, su tragedia, quizá sirvan para que esta sociedad enferma se mire a sí misma.


Por Santiago Cruz Hoyos
EL PAÍS - cALI 

Creo, Melanie, que esta carta debe tener una continuación. Creo que apenas es un principio, uno en el que solo hay dudas. Porque por lo menos yo, aún no he logrado entender la complejidad de la historia de tu muerte. Me sobrepasa. 



Por lo menos no creo que todo sea tan totalizador, tan concluyente, como se dice: que llegaste del colegio, el Ramón Arcila del Distrito de Aguablanca, que supuestamente sacaste una mala nota en español - en realidad era una nota aceptable, al fin y al cabo era un tres- que después tu papá, Jesús Alberto Realpe, 31 años, se enfureció por esa calificación y te golpeó con brutalidad y que tras la paliza falleciste en una clínica del sur de Cali, debido a un trauma cerebral. 

En todo ese rompecabezas, Melanie, aún hay que hallar piezas para construir la verdad, o por lo menos acercarse más. Por ejemplo: la profesora Cecilia Salazar no cree que la razón para que te hayan pegado sea ese supuesto tres en español. Ni siquiera, dijo, se han entregado las notas finales de las materias, es decir que por estos días ningún alumno ha perdido nada. 

Y además, la profe corroboró que eras una buena estudiante, tus notas superaban el promedio. Eras ejemplar. Tu amigo Sebastián Cortés agregó incluso que lo que más te gustaba hacer, más que jugar, era estudiar. Entonces, Melanie, ni siquiera existía una razón para castigarte. ¿Por qué te pegaron? ¿Cuál fue el verdadero motivo? ¿Por qué te pegaban tanto? ¿Dónde está la raíz de la violencia, de ese odio en tu contra? 

Porque hay una certeza, Melanie: venías siendo víctima de un maltrato crónico. Los cuerpos de los muertos hablan. Cuando revisaron el tuyo, se comprobó que tenías moretones viejos, golpes viejos, y eso indica que no habías padecido una paliza, no, sino varias durante los últimos meses. El problema ahora es comprobar quién o quiénes te las daban para que se haga justicia.

Pero ahí hay otra duda, Melanie. Una hermanastra tuya le dijo a la profesora Cecilia que cuando tu papá te pegaba te daba tanta rabia, que hasta te golpeabas contra las paredes. ¿Será verdad eso, Melanie? ¿Por qué una niña como tú, de nueve años, se va a atacar de esa forma? Y si fuera cierto, ¿qué clase de sufrimiento estarías padeciendo para llegar a ese extremo? 

Porque sufrías. Esa es otra certeza. Sebastián, tu amigo, me contó que en el colegio casi no hablabas con nadie. Y sospecho que parte de ese retraimiento se explica por tu situación familiar: vivías entre dos familias enfrentadas. La de tu papá y tu madrastra, por un lado, la de Sandra Vélez, tu mamá, por el otro. 

Lo que pude averiguar, Melanie, es que desde septiembre de 2012 no vivías con Sandra porque el Instituto de Bienestar Familiar le quitó tu custodia. Supuestamente, dijo Yesenia, tu madrastra, Sandra te maltrataba a ti y a tu hermana Vanessa, y también se decía que tu mamá era drogadicta y alcohólica. 

Pero Sandra lo niega, Melanie. Ella y David Roldán, el esposo de una de tus tías maternas. Sandra dice, por un lado, que nunca te pegó con esa violencia con la que te mataron. Ni a ti ni a Vannessa. Sandra dice que el mismo Icbf puede testificar que cuando te entregó a tu papá, no tenías un rasguño. Incluso, recordó que a veces sí, te castigaba, te pegaba para corregirte, pero era tan suave el castigo que hasta te daba risa y la empezabas a molestar. 

Quizá sea así. No lo sé. Lo cierto Melanie es que tu madre siente un dolor tan profundo por tu muerte que literalmente, la ahoga. Cuando está hablando de ti llora, necesita parar, respirar, serenarse, para seguir. En medio de tanta duda Melanie, aparece otra certeza: el dolor de tu madre. 

Sandra asegura además que tu papá es drogadicto. Dice que cuando vivían juntos y ella le lavaba los pantalones, de los bolsillos salían restos de marihuana. También dijo que tu papá, cuando consumía droga, se volvía agresivo. Que una vez, cuando tenía seis meses de embarazo, él le pegó en la barriga, la mandó contra una nevera y cayó sentada. Por ese golpe Melanie, tu mamá casi sufre un aborto, casi mueres antes de nacer. Por eso dejó a tu papá, hace 9 años. 

Y Sandra también dice que fue tu papá el que te 'trabajó' a ti y a Vannessa para que la dejaran. Que les habló y les indicó muy bien lo que debían decir en el Icbf para que le quitaran la custodia. Tu mamá asegura que el Instituto nunca investigó si ella era lo que decían: alcohólica, drogadicta, maltratadora. Según Sandra, ningún funcionario fue hasta su casa a ver cómo vivía. Ella, ahora, pide justicia. 

Yesenia, tu madrastra, por su parte, fue a visitar a tu papá. Está detenido en una estación de policía. No lo han podido enviar a la cárcel de Villahermosa. Está amenazado por familiares cercanos, dijo un policía. Si entra ahí, lo matan. Lo enviarán a otra cárcel, entonces. 

Yo, de lejos, lo vi. Camina por el calabozo de un lado a otro con un radio puesto sobre la oreja y vestido de bermudas, camisa, gorra y zapatos blancos. Puse atención a sus ojos. No parece haber llorado. Por lo menos no en las últimas horas. ¿Qué pensará ahí mientras da vueltas y vueltas?

Yesenia, como te digo, no quiere hablar del caso. Ella dice que no son asesinos, que te ha tratado bien, que está reuniendo las pruebas para contar lo que pasó. Ella me dijo que soy un instrumento de Dios para que se sepa la verdad porque hay mucho endemoniado diciendo mentiras. Yesenia es cristiana. Yesenia está angustiada. 

Esto es, Melanie, lo que puedo contar por ahora. Hay, entonces, varias dudas aún por aclarar. El oficio del periodismo nos exige, a los reporteros, ser equilibristas. Escuchar a todos y dudar de todos. Yo, Melanie, no conozco aún la verdad sobre tu muerte, pero encontrarla, contarla algún día, es un compromiso. 

Tal vez soy un romántico, pero creo en el poder de las historias. Tal vez la tuya ayude a una sociedad enferma. En este país, Melanie, cada día matan a tres niños como tú. En esta ciudad, Melanie, en los hospitales se atienden tantos casos de niños heridos, maltratados, que pareciera que fuera una zona de guerra como Irak. Eso me lo dijo una vez el cirujano pediatra Raúl Astudillo y las estadísticas lo respaldan. Casi el 50% de los casos de trauma que llegan a los centros hospitalarios, son niños. 

Contar lo que te pasó, entonces, quizá haga que esta ciudad se mire a sí misma. Aunque, repito, soy un romántico. 

martes, abril 09, 2013

El día en que la tierra jugó veintiuna con Popayán






Hace 30 años, el 31 de marzo de 1983, un terremoto destruyó a la ‘ciudad blanca’ de Colombia. Hoy, aunque levantada del polvo, Popayán padece dramas sociales tan miedosos como el temblor.


Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos: Jorge Orozco
Texto publicado en El País - Cali.


Palmiro Velasco agacha la cabeza, se cubre sus ojos con las manos, llora. Enseguida pide un vaso con agua, pide que lo espere un momento. Silencio.


Hace apenas un rato el fotógrafo Diego Tobar había asegurado que las víctimas del terremoto que destruyó a Popayán hace 30 años, el 31 de marzo de un Jueves Santo de 1983, a las 8:13 de la mañana exactamente, no lloraron aquel día.


Diego recorrió la ciudad en una moto, atrás, mientras disparaba su cámara y recuerda eso, que nadie andaba por ahí con lágrimas.


Más tarde Alfonso López, rescatista de la Defensa Civil, lo confirmaba. La gente estaba tan concentrada en buscar a sus heridos, a sus muertos, parar paredes con trozos de guadua, cuidar los pocos enseres que quedaron, averiguar la suerte de vecinos y familiares, ayudar a los que se podía, que nadie tenía tiempo para andar llorando.

Tres décadas después las víctimas sí lloran. Narran lo que pasó y en algún punto de la historia se desploman, como la ciudad de entonces. La tragedia es lazo entre la ciudad y su gente.

Diego, el fotógrafo, también con los ojos inundados, decía que para la generación del terremoto es como si el remezón apenas hubiera sucedido ayer. Puede que la tristeza se duerma, se distraiga, pero jamás desaparece. Así como el temblor transformó a Popayán, también los cambió a ellos.

Muchos, por ejemplo, se volvieron prevenidos. Jorge Orozco, también fotógrafo, otras de las víctimas, después de la tragedia acostumbró a dejar sobre su mesa de noche una muda de ropa y su maleta con su cámara al lado de la puerta del cuarto antes de acostarse.

Aunque ahora vive en Cali, a dos horas de Popayán, con su esposa planeó un plan de escape en caso de un temblor, por leve que sea. Ella debe coger el celular y correr a un punto de la calle donde no hay ni edificaciones ni postes de luz cercanos, él toma la ropa, la maleta, sus hijos, y se dirige hacia el mismo punto. El simulacro lo han repetido varias veces.
El arquitecto José Alonso Montero, medio en broma, medio en serio, dijo que el terremoto le enseñó a dormir siempre con piyamas nuevas, porque nunca se sabe cuándo hay que salir corriendo.

Un temblor recuerda que apenas se requieren unos segundos para que toda una vida cambie. Un temblor recuerda que, como dicen los abuelos, al fin y al cabo de este mundo nada nos llevaremos. Un terremoto, aunque doloroso, aunque terrorífico, puede resultar también una enseñanza profunda sobre el sentido de la vida.

Es martes 26 de marzo de 2013. Palmiro está en una cafetería de Popayán. Afuera la ciudad se mueve. Algunos obreros retocan el blanco de las fachadas de casas, iglesias, bancos, restaurantes, hoteles. Por ley, tanto los habitantes como el gobierno de turno deben tener las edificaciones pintadas de blanco puro para la Semana Santa, no vaya a ser que los turistas dejen de creer que esta es la ‘ciudad blanca de Colombia’, como se le conoce.

Palmiro, mientras tanto, toma agua, se seca las lágrimas, respira hondo. Dice que va a contar un secreto que se lo ha guardado durante 30 años. Sucedió en la madrugada del primero de abril de 1983, un día después del terremoto. Una grúa había enganchado una de las columnas de La Catedral Nuestra Señora de la Asunción, una de las iglesias más emblemáticas de Popayán, ubicada en el Parque Caldas, centró histórico.

Ahí, en La Catedral, la cúpula se vino abajo y aplastó a decenas de feligreses, el 25% de las 287 víctimas mortales del temblor.

La grúa, sigue Palmiro, tenía enganchada esa columna, estaban dispuestos a derribar la iglesia. En la época, dice, muchas edificaciones fueron derribadas sin necesidad, pudieron haber sido recuperadas.

Entonces él, junto con el Arzobispo Samuel Silverio Buitrago, impidieron que La Catedral, que tenía su estructura en pie, aún firme, corriera la misma suerte. Palmiro les dijo, a los demoledores, que adentro había una monja. Y era cierto. Le pidió, al de la grúa, que más bien lo ayudara a enganchar un candado para derribar una puerta y poder entrar a buscar a la religiosa. El capitán de bomberos Marcelino Carrillo creyó encontrarla, cuando en realidad el cuerpo que vio era el de su padre que en esa mañana se había levantado temprano para ir a misa. Gracias a eso, en todo caso, La Catedral sigue en su lugar. Palmiro no había contado esa historia, cree, por pudor.

- Si no hubiéramos impedido que la tumbaran, La Catedral sería hoy un parqueadero más de Popayán.

Treinta años después de la tragedia, los pocos vestigios del terremoto que siguen en pie son los parqueaderos de la ciudad. La mayoría son casas derribadas por el temblor y cuyos propietarios no tuvieron cómo levantar. El 95% de la ciudad fue reconstruida.


Palmiro, que se llama así porque su papá admiraba al comunista italiano Palmiro Togliatti, muerto en 1964 tras una hemorragia cerebral, se dispone a explicar ahora cómo fue el terremoto.

Todo pasó, dice, como en el juego de la veintiuna. Darle pataditas al balón de fútbol una y otra vez, 21 veces, sin dejarlo caer. La tierra jugó a la veintiuna con Popayán.

El terremoto tuvo una intensidad de 5.5 grados en la escala de Richter. Eso lo cataloga como modesto. El problema fue su profundidad. Apenas entre 12 y 15 kilómetros, según documentos elaborados por el ingeniero Alberto Sarria y el geólogo Abigaíl Orrego.

Además, el epicentro se localizó al sur - occidente de Popayán, es decir que fue en la misma ciudad. Y la aceleración vertical del movimiento fue mayor a la aceleración horizontal. Por eso Palmiro dice que fue como la veintiuna. Las casas, en vez de mecerse de un lado a otro, era como si saltaran. Jorge Orozco recuerda que el televisor de su cuarto saltó de la mesa donde estaba una, dos, tres veces, hasta que cayó al suelo. Pero los saltos apenas fueron una parte del espanto.

Palmiro, que estaba en el barrio Santa Clara, vio nubes espesas. Era polvo. El polvo de las casas, iglesias, hoteles, restaurantes desplomados. Mariela Galvis, que aún vive en el barrio El Cadillal, uno de los más afectados por el temblor, no olvida el bramido que escuchó. Durante el terremoto, del suelo venía un sonido terrorífico, como el bramido de una vaca gigantesca. Era como si la tierra estuviera gritando.

En total, es el cálculo, se afectaron 14 mil edificaciones. 2470 casas se cayeron; 6885 sufrieron daños superiores al 50% de la estructura; 4500, daños menores. Para limpiar la ciudad de tanto escombro se requirieron 40 mil viajes de volquetas.

El arquitecto Juan José Bonilla piensa que la razón de tanto desastre era que las edificaciones de la época estaban construidas, en su gran mayoría, de adobe, una masa de barro hecha de arcilla, arena, paja, altamente vulnerable a los sismos. Y a eso se le sumó que los propietarios de las viviendas no le hacían mantenimiento a las maderas de vigas y techos. Barrían el gorgojo cada mañana con la fe de que seguirían firmes por el resto de los días.

El arquitecto José Alonso Montero agrega otro dato: en los años 70 llegó la moda de los closets empotrados en las paredes. Entonces las perforaban, las hacían más delgadas, las debilitaban.
Y para rematar la ciudad se fundó alrededor de fallas geológicas de nombres bonitos como Romeral, El Crucero, La Estrella, Bolívar - Almaguer, Rosas - Julumito, Paispamba, Sotará y eso es como vivir sobre una maldición.

El arquitecto Juan José Bonilla advierte entonces que Colombia le debe mucho a Popayán. El sismo de 1983 fue una lección para todos. Un año después, en 1984, se elaboró el Código Colombiano de Construcciones Sismorresistentes.

Popayán se reconstruyó bajo esas normas, utilizando concreto y hierro. Quizá un temblor como el de hace 30 años no genere el mismo caos, supone el arquitecto. El ejemplo son los sismos que ha padecido la región en los últimos años. No ha pasado nada más allá del susto, pero nunca se sabe.


Palmiro camina ahora hacia el Teatro Bolívar. Allí un movimiento cultural, el Colectivo 83, programó una exposición de fotos del terremoto. Se llama, la exposición, ‘18 segundos, se busca ciudad’. El terremoto duró exactamente eso, 18 segundos que acabaron con 448 años de historia.


Una de las fotos expuestas se la tomaron justamente a Palmiro. Está saliendo de La Catedral, sin camisa, con un revólver metido en el pantalón, cargando con tres hombres la efigie del santo Ecce Homo, el patrono de Popayán. Quedó intacto a pesar de la caída de la cúpula.


La foto se ha reproducido en varios libros sobre la tragedia. Algunos de los que la observan dicen que el revólver es un símbolo de lo que sucedía. Dicen que fueron tantos los saqueadores que aparecieron después del terremoto que había que andar armado para cuidar los muebles. Palmiro se ríe. El revólver no indica nada. Él, en 1983, era el administrador del matadero municipal y por eso tenía el arma. No hay más.

En el Teatro Bolívar se encuentra Luis Guillermo Salazar. Camina, mira, recuerda. Era el alcalde de Popayán el día de la tragedia. Fue la única autoridad que no salió del Centro Histórico que había quedado destruido, a pesar que la fachada de la Alcaldía colapsó. Se quedó, dice, por una razón: como no había energía eléctrica en la ciudad, puso una planta para prender los bombillos del Parque Caldas, en el centro. La gente, atraída por los focos, llegaba desde todos los barrios. Así el alcalde se enteraba de las necesidades de la ciudad sin tener que recorrer cada zona.


- El terremoto me enseñó a escuchar a las personas.

Salazar recuerda que el proceso de reconstrucción de la ciudad empezó el mismo día de la tragedia, con la llegada del Presidente Belisario Betancur. Primero, se elaboró un plan para abastecer de agua, comida y techo a los damnificados. Las ayudas llegaron de toda Colombia. Era lo urgente. Después se trazó el plan de reconstrucción a largo plazo y para ello se fundó la Corporación para la Reconstrucción y Desarrollo de Popayán, CRC.

El gobierno de Belisario, entonces, a través de un crédito con el Banco Mundial, destinó 80 millones de dólares. 40 se invertirían en la reconstrucción física de la ciudad, el resto para la reconstrucción económica y social. Pero esa plata, la de desarrollo social, jamás llegó, dice el exalcalde.

Con los recursos, pensaba, se pudo haber construido una represa. Era un proyecto que tenía diseñado días antes del terremoto. La represa le generaría energía a Popayán y al Cauca, desarrollo turístico y agrícola, además de 8.500 empleos, entre directos e indirectos. El proyecto fue aprobado por Belisario, que en los días del terremoto buscaba la manera de dinamizar la economía de Popayán. Pero la represa jamás se construyó. Quizá fue el cambio de gobierno, de presidente, cree Salazar. En todo caso el no haberse construido podría explicar parte del drama social que padece Popayán.

Para volver a levantar las casas muchos accedieron a créditos con el Banco Central Hipotecario, y algunos, que se quedaron sin trabajo por el terremoto, no pudieron cumplir los pagos, perdieron lo que tenían. Popayán también es conocida como la ciudad de las hipotecas.

Y tras el terremoto, llegaron 26.400 personas de diferentes zonas del Cauca y Colombia. Unos eran víctimas delterremoto que vivían en pueblos afectados como Cajibío, Cajete, Santa Rosa, Julumito, Zarzal. Otros fueron oportunistas que llegaron con la idea de que les dieran casas gratis. Y la ciudad creció sin control hacia la periferia. Antes del terremoto Popayán no tenía invasiones. Hoy registra decenas. Y para tanta gente no hay empleo.

Popayán es la segunda ciudad con mayor índice de desempleo en Colombia. Además, se queja su gente, se volvió insegura. Los atracos son diarios y se roban desde el pelo de las muchachas hasta contadores de agua, Cristos de las parroquias, joyas del Museo de Arte Religioso.

Pero no solo el terremoto generó desplazamiento hacia la ciudad. También el conflicto armado que libra el Estado con el Frente VI de las Farc. El Alcalde actual, Francisco Fuentes, asegura que son 70 mil los desplazados que alberga Popayán por culpa de la guerra. El director de Planeación, Carlos Horacio Gómez, agrega que no se atreve a dar cifras del número de barrios e invasiones porque nadie las sabe. Al mes pueden levantarse 20, 30 casas debido al desplazamiento que genera la violencia. Y además de las migraciones, el conflicto ha impedido que lleguen industrias para generar puestos de trabajo.

Treinta años después del terremoto, entonces, se tiene una certeza: no solo la furia la tierra ha golpeado a la gente de la ciudad blanca de Colombia.



martes, febrero 12, 2013

Desempleados Fútbol Club


El equipo de futbolistas sin contrato de Acolfutpro que viene de ser campeón en Perú nos recuerda una vieja sentencia: el fútbol es un oficio ingrato, sin memoria. Crónica de una práctica.


Por Santiago Cruz Hoyos
Reportero de El País

Aquí no hay recogebolas. Aquí el balón a veces se desborda de la cancha hacia un matorral y el jugador que hace el saque de banda debe ir por él sorteando la maleza, no importa que en el pasado haya salido campeón, jugado en un equipo grande, llamado figura.

Aquí tampoco hay nadie que corra hacia los jugadores para llevarles agua. Si estás cansado, si querés refrescarte, debés ir hasta la nevera portátil que se ubica al borde del campo, no interesa que estés en el otro extremo.

No hay piscina para relajarse después del entreno, ni decenas de periodistas que buscan entrevistas o aficionados tras autógrafos. Apenas un ave que vuela sobre la cancha como persiguiendo el balón.

Viéndolo de lejos, el equipo de futbolistas colombianos desempleados que acaba de ser campeón del torneo Fifpro América en Perú parece un espejo de la vida, de lo efímero de la gloria, una metáfora de la cotidianidad de los hombres o lo que Clint Eastwood llama curvas del destino. Hoy tenés un contrato generoso, hoy sos goleador, hoy sos campeón, hoy estás tranquilo, hoy en un estadio corean tu nombre pero mañana, quién sabe.

El fútbol es el deporte más bello del mundo, pero también, sin duda, uno de los oficios más ingratos, traicioneros. No tiene memoria.

II

Es miércoles. El equipo de futbolistas colombianos desempleados entrena. Lo hace sagradamente de lunes a viernes, desde las 8:00 de la mañana hasta pasadas las 10:00, en La Troja.

La cancha, ubicada a la salida del sur de Cali, es un gran campo sin un solo centímetro de sombra. Para un sedentario, pararse y solo mirar por dos horas es, también, una forma de entrenar, fundirse, tostarse.

El técnico Jorge Cruz tiene su rostro embadurnado de bloqueador solar. También lleva una pañoleta sobre la nuca, una gorra. El trabajo aquí, se explica, es muy duro, muy serio. “Entrenamos como cualquier club profesional”.

En febrero de 2012, la Asociación Colombiana de Futbolistas Profesionales, Acolfutpro, decidió crear un equipo que solo fuera conformado por jugadores sin contrato como una manera de que mantuvieran la forma física, el nivel futbolístico.

Aunque se escogió a Cali como sede por ser la capital de una de las regiones con mayor número de futbolistas, la idea es crear el equipo en otras ciudades y que los jugadores sin contrato mantengan intacta la esperanza de volver a trabajar.

En casi un año de prácticas, por cierto, son 25 los jugadores que se entrenaron aquí y que después fueron contratados por los equipos de Colombia y el extranjero.

El profesor Jorge Cruz enumera algunos: Juan Carlos Escobar, Donald Millán, José Mera, Gabriel Antero, Félix García. “La tira es larga”, dice.

Enseguida sonríe. El técnico, en este punto, luce como un hombre feliz. Más que el dinero (el cuerpo técnico recibe salario, los jugadores no) está aquí para realizar una labor social por el fútbol. Que algún muchacho se vaya, por fin, a jugar con contrato, es un motivo de fiesta en este equipo que no interviene en las negociaciones, no cobra por pases ni por los entrenamientos, no tiene ánimo de lucro.

Si estar sin empleo es un infierno, entonces, el equipo de futbolistas sin contrato es una suerte de purgatorio, de paso mejor, para volver al cielo.

III 


Se llama Fifpro. Es la Federación Internacional de Futbolistas Profesionales. La integran 50 asociaciones de jugadores de todo el mundo, 40.000 deportistas.

Desde 2005, la organización realiza un campeonato de jugadores libres, desempleados. Primero en Europa. Desde hace dos años, también, en Suramérica.

El primer campeón fue Brasil. El segundo, Chile. En la versión 2013 del torneo, realizado en Perú en enero, Colombia participaba por primera vez. Fue campeón.

El profesor Jorge Cruz vuelve a reír. Recuerda. El torneo se disputó en apenas dos días. En el primer día de competencias se jugaron dos partidos. Colombia enfrentó a Argentina, en la mañana. Empató a un gol.

En la tarde jugó contra Uruguay. En los primeros minutos se perdía 2-0. Al final Colombia remontó, ganó 4-2.

Al siguiente día, en la final, se enfrentó al local. Colombia era un equipo ofensivo. Los peruanos, entonces, decidieron defenderse. Empataron, se fueron a penales.

En vez de cinco, como se acostumbra, en este torneo se realizaban tres lanzamientos. Juan Carlos Mosquera, el portero de Colombia, ex Atlético Huila, atajó dos. Colombia no falló, superó a asociaciones de futbolistas con décadas de historia como la argentina, que tiene casi 300 jugadores sin contrato para armar una selección, la brasilera, la uruguaya.

Ganar en Perú, piensa Jorge Cruz, piensa el preparador físico José Ariel Caicedo, confirma una teoría: los jugadores que integran este equipo tienen el nivel para integrar cualquier club del fútbol colombiano o del exterior.

Johnny Ríos, por ejemplo, fue elegido como el mejor central del torneo Fifpro. Está entre los cinco jugadores que fueron escogidos por un empresario para ubicarlos en el fútbol internacional, exactamente en la liga de Estados Unidos o en la peruana: Johan Arango (volante, hermano de Paulo César Arango, jugador de América), el mediocampista Jerry Ortiz, el delantero Arvey Mosquera y el volante y lateral Daniel Montoya.

IV


La práctica continúa. Algunos jugadores hacen trabajo físico con el profesor José Ariel Caicedo. Otros realizan un trabajo futbolístico con el técnico Jorge Cruz. Los delanteros atacan la defensa.

Jugando, los futbolistas se ríen, se abrazan, hacen chistes. Un túnel estilo Riquelme a Yepes en ese famoso clásico Boca-River desata los silbidos bufones del grupo, las carcajadas, incluso de la misma víctima.

El balón, se piensa, los hace olvidar por un rato de lo que viven. El balón y este equipo son terapia contra el desempleo.

Germán Caicedo, exfutbolista, coordinador del grupo, lo había dicho hace un momento: más allá de la táctica y lo físico, el cuerpo técnico se ha convertido en un apoyo sicológico para los muchachos.

Les hablan, a algunos, de los errores que se cometieron para estar sin trabajo, de la importancia de la disciplina, de la vida corta del futbolista. Les hablan, también, de la paciencia, la constancia necesaria en las prácticas, de que la vuelta a los partidos oficiales es posible solo estando en un buen nivel.

Y la esperanza se mantiene. Jimmy Asprilla, 32 años, lateral, adelanta conversaciones con clubes para volver a jugar, lo mismo que Leonardo Mina Polo, ‘el tiburón’, delantero.

El atacante Hávinson Escobar, por su parte, podría ir a Venezuela y el lateral John Álex Cano tiene acercamientos con equipos de la Primera A aunque no descarta jugar en la B, ojalá en América, “mi casa”.

Todos, incluido el cuerpo técnico, coinciden en que son unos agradecidos con este equipo que les da la oportunidad de entrenar, jugar partidos amistosos, mantenerse activos, en vez de estar en casa viendo televisión, subiendo de peso, alejándose del fútbol. El grupo es un esfuerzo colectivo para soportar, unidos, eso de no tener trabajo.

Para un futbolista aquello supone una angustia aún mayor que para otros profesionales. Nunca dejás de ser médico, nunca dejás de ser periodista, nunca dejás de ser arquitecto, en cambio un futbolista después de un par de décadas activo debe buscarse otro oficio. Un año sin trabajo, entonces, es la eternidad.

Además, pasar de ganarte un sueldo de millones a no tener nada es, explica Germán Caicedo, una tristeza que no tiene palabras para describirse con exactitud. Te afecta la autoestima, la relación de pareja, te afecta en la cabeza, la estabilidad mental. El fútbol, interviene Mina Polo, te puede dar muchas cosas, sí, pero en muy poco tiempo.

El equipo de futbolistas sin contrato parece, también, una advertencia para jugadores jóvenes que hoy ganan dinero por montones y suponen que aquello será eterno. Los domina el ego, se distraen en las fiestas, en las mujeres, se enceguecen en la fama, pierden la esencia, el fútbol, olvidan la pelota, despilfarran sin pensar en mañana.

La práctica termina. Los jugadores caminan hasta las duchas. Aquí, tampoco, hay quien acomode los tennis de nadie en perfecto orden. Cada uno se agacha, los toma, parte a descansar. En unos días enfrentarán al Deportivo Pereira y hay que estar a punto para el juego. Quizá allí se de una oportunidad.