martes, julio 20, 2010

Jovita: Cuarenta años tan muerta, tan viva



Este jueves 15 de julio se cumplen 40 años de la muerte de Jovita Feijóo, 'la reina eterna de Cali', de quien se decía, estaba loca. ¿Será cierto? Crónica desde sus aposentos íntimos.



Por Santiago Cruz Hoyos
Reportero de El País


El baño donde murió Jovita Feijóo ya no es un baño. Ahora es un cuarto de San Alejo, del reblujo. Allí se ve una lavadora, un tenis negro, una olla arrocera, bolsas de basura, una chaqueta, un colchón, baldes, una mesa de noche olvidada por su dueño. No huele a nada. La única señal que indica que el cuarto era un baño hace 40 años, cuando en esa casa vivía Jovita, son las baldosas blancas, las que aún le quedan.

La casa, levantada en bahareque y de paredes blancas y azules, está en la Carrera 1A No. 16 - 77, en el barrio El Hoyo, al norte de Cali. Esa casa, que fue propiedad de doña María de Jesús Correa (q.e.d.p.) tiene su historia, sus curiosidades. Allí han vivido inquilinos famosos. Jairo Arboleda, por ejemplo, tremendo jugador del Deportivo Cali en la década del 70.

Jovita, la reina de la ciudad, claro. Y Amparo ‘Arrebato’ (q.e.p.d.), esa bailarina legendaria a la que Richie Ray y Bobby Cruz, se dice, le compusieron una canción que lleva su nombre. Sólo que Amparo, hay que aclarar, no era inquilina. Era hija de doña María de Jesús. Y amiga de Jovita. Sí: dos mitos de Cali vivieron bajo un mismo techo.
Y Jovita entró al baño en la madrugada del 15 de julio de 1970. Siempre, cuenta su sobrino, Reinaldo ‘Reina’ Feijóo, se levantaba a las 4:30 a.m. para bañarse, tomarse un café hecho por ella en un fogón que tenía en su cuarto, vestirse con trajes de colores vivos que le regalaban mujeres de la alta sociedad caleña. Después, Jovita salía a pie a andar la ciudad, su ‘reino’.
Pero ese 15 de julio no salió del baño caminando. La llave de la ducha, a pesar de que Jovita hacía rato que había entrado, seguía abierta. Entonces doña María de Jesús Correa se inquietó al escuchar el agua caer sobre el piso durante varios minutos. Tocaron la puerta. Nadie respondió. Abrieron desde afuera. Jovita Feijóo estaba tendida en el suelo. La reina eterna de Cali murió en silencio de un infarto y bajo un chorro de agua. Tenía 60 años y ya era una leyenda urbana.

De ahí que un entierro como el suyo no ha habido en Cali: multitudes que caminaron desde la Catedral de San Pedro, en la Plaza de Cayzedo, hasta el Cementerio Central, donde fue enterrada, la acompañaron hasta la tumba.
También se vieron carros de bomberos y locomotoras que, estacionadas en la Carrera Primera con 25, a una cuadra del cementerio, pitaban a todo dar en señal de tributo a la reina, la que hoy reposa en un osario marcado con el número 411. Allí, el miércoles pasado, alguien dejó pétalos de flores color violeta, tal vez en conmemoración a sus 40 años de muerte.
Nace la leyenda

Decían que era loca. Lo cuenta en detalle el poeta Javier Tafur González en su novela ‘Jovita, o la biografía de las ilusiones’. Loca, escribe el poeta, porque a veces la veían hablando sola y con los ojos brotados. O porque se bañaba en el río Cali sin susto. O por lo más importante: porque se creía reina de Cali y actuaba como tal. Entonces, en la Feria, encabezaba los desfiles repartiendo besos encaramada en máquinas de bomberos. Y se tomaba fotos con los presidentes de su época: Eduardo Santos, Rojas Pinilla, Carlos Lleras Restrepo. O con actrices como María Félix.
Y entraba al Club Colombia derecho, sin ser socia. Y les cantaba la tabla a los concejales que no iban a trabajar. Y hablaba con el político para que taparan los huecos de un barrio. Y hacía saques de honor en los clásicos Cali – América. Y tenía un lugar de privilegio en la Plaza de Toros.


Y si paraba un bus, no le cobraban el pasaje, era Jovita. Si se lo cobraban, se ponía brava y se saltaba la registradora.
Sí. Jovita Feijóo se autoproclamó reina de reinas, así tuviera piernas peludas porque no le gustaba depilarse. Y la ciudad aceptó a su reina, una soberana sin una tuerca, decían algunos. Era, hay que escribirlo - si ella lo leyera le daría rabia– un personaje pintoresco.
Pero, curioso, Jovita de niña no quería ser reina, aunque cuando jugaba con sus amigas representaba el papel de una princesa. Ella, que nació en el Bolo - Alizal, Palmira, en 1910 y que su verdadero nombre era Jovina, soñaba con ser cantante. Su melodía preferida, revela el poeta Tafur, se llama ‘Piquito’, un corrido mexicano.
Una vez, se lee en su biografía - novela, Jovita se inscribió en un concurso de canto en la emisora Radio Higueronia, ubicada en la Plaza de Cayzedo. No le fue bien. El locutor soltó al aire un sonido que era como un aullido de perros que sonaba a rechifla, a burla. Era una broma macabra que guardaba el hombre para cantantes desafinados. El tipo padeció enseguida del carácter de Jovita, incendiario cuando la chuzaban en lo más grande que tenía: el ego, la vanidad.

El locutor, para librarse de los ojos verdes de Jovita hechos fuego, la proclamó entonces la Reina de la Simpatía. Jovita se puso feliz y la noticia se escuchó por radio. Fue el comienzo de su leyenda y tal vez de su locura.

Reinaldo, su sobrino, que también heredó esos ojos verdes de su tía, sospecha que sus desvaríos quijotescos empezaron por dos noticias duras. La primera fue la muerte de su madre, Joaquina Feijóo (su padre se llamó Pacífico Becerra). La segunda, poco tiempo después, fue la muerte de Humberto, otro de sus sobrinos, “al que quería como a un hijo”. Reinaldo cree que la locura de su tía viene de ahí.
Y también de Cali, que sin saberlo quizá la enloqueció. Si todo el mundo te dice que sos reina, si todos se ponen de pie cuando entrás a un sitio, si te reciben presidentes, asumís ese papel. Y Jovita lo asumió para siempre, feliz.
El poeta Tafur la compara, más que con una loca amada por Cali, con una actriz que se expresaba en la calle, entre la gente. “La ciudad era su escenario. Te la describo con un tablero de ajedrez. Ella nunca aceptó ningún papel, ni ninguna otra ley en el juego, que ser la reina. Por lo tanto, en los distintos espacios sociales, ella se movía libre, autónoma, llevada por el viento de sus sueños.

Y la mujer que es reina por primera vez lo es para siempre. Te pongo de ejemplo a mi tía Sofía, reina de un carnaval en 1929 y quien aún vive.
Ella, en las reuniones, se pone su vestido de reina”. Parece que las coronas sobre la cabeza sellan el destino de las mujeres que las portan en algún momento de la vida.
De Jovita también se decía que era loca por maleficios, brujería. ¿Pero Jovita en realidad estaba loca? Quién sabe.
De pintoresca a inmortal
Entonces Jovita en los años 50 – 60 era un personaje pintoresco. Con el tiempo se convirtió en leyenda. Al final, sin sospecharlo, logró ser inmortal. Ese nombre, ese apellido, está anclado en las vidas de los caleños. Seguro, todo el que haya crecido en esta ciudad ha escuchado la historia de la loca que se creía reina y que era amada por Cali, Jovita.

Existen hombres que aún hoy, cuando se cumplen 40 años de su muerte, deliran de amor por ella. El pintor Diego Pombo, que le levantó una escultura en la Calle Quinta; el artista Carlos Alberto Zuluaga, que tiene un museo de Jovita en su casa de San Antonio; el poeta Javier Tafur, su biógrafo. Y en el pasado hubo muchos admiradores de prestigio que ya deben de estar en compañía de Jovita: Fernell Franco, Hernando Tejada...
¿Por qué se convirtió en inmortal? ¿Por qué después de 40 años se sigue escribiendo sobre Jovita?El poeta Tafur sospecha que es por sus logros invisibles. Ella, me dice en su oficina decorada con fotos, cuadros y esculturas de 'la reina' (también es abogado), “interpreta entre nosotros ese delirio de poderse afirmar y no dejarse poner cadenas. Jovita es un Prometeo sin cadenas, Quijote femenino. Hay seres que cumplen con los formalismos, que le tienen miedo al ridículo. Jovita no. Ella pasó al imaginario venciendo esos temores y encarnando el delirio que a muchos les da miedo expresar. Por eso era admirada. Por eso aún se le recuerda”.
Diego Pombo cree que Jovita es inmortal porque su figura representa a Cali, su idiosincrasia y ese fervor de la ciudad por los reinados. También por su trabajo social. Carlos Alberto Zuluaga piensa que la respuesta está en que Jovita era un ser superior, “extraterrestre”, que llevaba una pasión desbordada por alcanzar lo que quería, una energía que pocos tienen. Por eso aún se recuerda a Jovita, 'la loca', ' la reina'.

La conexión
Lograba lo que quería. Hasta una casa, que era su más profunda preocupación, estuvo a punto de alcanzarla gracias a José Pardo Llada, que organizó una colecta para el hogar de Jovita desde su columna Mirador, en el periódico Occidente.
Pero Jovita tenía miedo con esa plata que le recogieron. Creía que la iban a secuestrar. Por eso cambió de residencia y alquiló una pieza en la casa de Amparo 'Arrebato', para despistar a sus secuestradores imaginarios.
Allí murió Jovita, sin poder disfrutar de la casa que soñaba comprar. No alcanzó. Su cuarto, lo veo ahora, está desocupado. Hay tablas sobre una pared, varas de guadua, una camisa negra y una gris y un pantalón amarillo que alguien colgó allí para que se secaran.

El cuarto es perfecto para Jovita, pienso. Se recorre en cuatro pasos a los lados y unos cinco hacia adelante. Pequeño. Para Jovita, que le gustaba vivir sola y sus pertenencias más preciadas eran sus cajas de cartón llenas de vestidos y atados de recortes de periódicos. La imagino ahí, hablando sola mientras se viste con colores y flores y pulseras para salir a la calle.
El mundo de Jovita es místico, mágico. Javier Tafur, el poeta, me explica que ella es como una presencia latente en su vida, compañía. El pintor Carlos Alberto Zuluaga aseguró que un día, cuando estaba pintando un cuadro de 'la reina', Jovita le habló desde el más allá: “Yo estoy aquí”, dijo. Él lo asegura hasta jurarlo y tiene testigos que estaban con él esa noche, mientras pintaba a la luz de unas velas.

Parece que quien se interese en su historia se conecta de alguna manera con 'la reina'. En la noche que empecé a escribir estas líneas, un tributo a su memoria, soñé con ella. Quizá Jovita aún sigue tan viva después de cuatro décadas de no respirar.