lunes, agosto 31, 2009

Por un ejercicio inteligente de la prensa

Por Germán Ayála Osorio
Comunicador Social y Politólogo
A propósito de la reunión de los países miembros de Unasur, para examinar asuntos de la seguridad regional en el contexto del acuerdo de cooperación militar firmado entre los Estados Unidos y Colombia, bien valdría la pena reflexionar cuánto de los problemas que hoy tienen crispadas las relaciones entre Colombia y el nuevo eje del mal gringo, Venezuela- Ecuador y Bolivia, obedecen a un manejo mediático irresponsable y poco inteligente de parte de la prensa de los países comprometidos en la disputa.

Bien valdría la pena examinar el talante de unos medios de comunicación que creen insistentemente, que generan opinión pública crítica, informando desde unos manidos criterios de noticiabilidad con los cuales poco aportan a la generación de confianza entre los países y los gobiernos, y por esa vía, dan un golpe contundente a la urgente necesidad de integrar las economías en un solo bloque, pero especialmente, terminan confundiendo a unas audiencias que deben conformarse con información contaminada, por ejemplo, de Telesur y de RCN, para nombrar a dos medios que informan desde orillas ideológicas comprometidas políticamente con los gobiernos de Venezuela y Colombia.

Los periodistas y las empresas mediáticas deberían de sentarse a pensar en revisar las lógicas de producción de información, cambiando radicalmente la lógica noticiosa, por una lógica analítica,
que obligue, por ejemplo, a que los periodistas no le hagan el juego a mandatarios megalómanos como Chávez, Correa y Uribe, cada vez que deciden vociferar o amenazar.

La responsabilidad de los medios no sólo es social, sino económica y política, y en esa medida, es urgente revisar esas lógicas perversas de producción de información. El asunto no es más y más noticias, más chivas, por el contrario, lo que las audiencias demandan es claridad, análisis, explicaciones en contexto, y no el mero registro de cuanta pelea callejera deciden dar estos tres mandatarios y otros, que usan a los periodistas, pues saben que andan pegados a un libreto que les dice que lo que ellos dicen es noticia porque la investidura de Presidentes es garantía de un mayor rating.

El ejercicio periodístico es un oficio que necesita de una reingeniería, de una revisión de los estatutos, de los criterios y de las lógicas de producción de información. No es posible que aún se insista en escribir noticias a partir de pronunciamientos irresponsables, ligeros y hasta fantasiosos de éstos tres populistas. Hay que pensar en escribir notas periodísticas apoyadas en el análisis, en la interpretación mesurada de los hechos.

Cuándo entenderán los periodistas que lo que hoy buscan las audiencias son explicaciones, análisis y no ligeros pronunciamientos de funcionarios o de fuentes oficiales que no sólo engañan a los propios periodistas, sino a quienes éstos creen que les siguen. Para las actuales circunstancias políticas de la región, bien vale la pena que los periodistas, editores y propietarios de medios masivos (incluyendo, por supuesto a los gobiernos) entiendan que en el juego de la guerra perdemos todos. Por un ejercicio inteligente de la prensa, no más noticias.

Antes de publicar y divulgar por el mundo las declaraciones de caudillos irresponsables como los que gobiernan a Colombia, Venezuela, Ecuador y Bolivia, entre otros, hay que sopesar los efectos que pueden generar dichos pronunciamientos. Servir de cajas de resonancias a gobiernos populistas puede ser un buen negocio en términos de rating, pero será una constatación más de la incapacidad de los periodistas de pensar los hechos más allá de la vieja fórmula o paradigma noticioso.

Le harían un gran favor los medios masivos a estas débiles democracias plebiscitarias o al Estado de opinión en el que vivimos en Colombia, en donde justamente, por la (in)acción mediática, estamos adportas de romper el marco constitucional y desechar las responsabilidades de un Estado social de derecho, por el afán de un líder construido mediáticamente, al que le urge vengar la muerte de su padre. Hay que repensar el periodismo antes de que el caudillo, convertido en un verdadero sátrapa, decida cómo y de qué asuntos se debe informar.

martes, agosto 25, 2009

La villa de los actores


En Villa Paz, un corregimiento de Jamundí, sus habitantes son actores y actrices de cine así ninguno haya pisado una universidad. Allá, de la mano de Víctor Alfonso González, ‘El director’, ya se han grabado cuatro películas que llenan parques y salones comunales . Historia de una metáfora a la superación humana.



Por Santiago Cruz Hoyos

Fotos: Bernardo Peña


I


Y de repente la calle se llenó de curiosos. Las puertas de las casas se abrieron y de ellas salieron apremiantes mujeres, niños, hombres, ancianos. Todos de raza negra, descendientes de africanos. Todos estirando el cuello, como queriendo ver mejor. Algunos ya sabían lo que iban a presenciar, por eso miraban atentos pero guardando un silencio sepulcral. Era la tarde de un miércoles de agosto y en Villa Paz, un corregimiento que pertenece a Jamundí y que está ubicado a 40 minutos de Cali, se estaba filmando la escena de una película.


“Recuerden que desde que comienzo a grabar ya no somos nosotros, ya son las caras de los personajes actuando”, se escuchó decir. Eran las palabras del director y guionista, Víctor Alfonso González, dirigiendo a Vanessa Carabalí, Armando González, Mariana González y Fabio Balanta, los actores.


Inició la grabación. Víctor se movía en círculo, buscando el mejor plano. Era la escena de lo que quizá será el desenlace de un asesinato. Un hombre amenazaba con un revólver al marido de una mujer que apareció con cara de angustia e implorando por la vida de su amado. En el piso, una joven hermosísima de 16 años estaba de rodillas y con las manos juntas, como orando, para también clamar por la vida del sentenciado a muerte. No había caso. En la mirada del hombre del revólver no se notaba un ápice de misericordia. La suerte estaba echada.


En ese momento un aguacero bíblico se desprendió del cielo y la grabación se suspendió. El desenlace de la escena quedó en suspenso. Todos, actores y curiosos, salieron corriendo buscando sus respectivas casas para resguardarse de las gotas pesadas y los truenos que empezaban a caer. La rutina del pueblo se sacudió por un momento gracias al milagro del cine.


II


Para llegar a Villa Paz se debe atravesar Jamundí y tomar la carretera que conduce al corregimiento de Potrerito. A lado y lado de la vía se ve el verde de los pastos y las montañas. Más adelante se ve el color rojizo de la tierra mezclado con el color de los cultivos de caña. En el trayecto hay tramos en donde el polvo entra a las gargantas sin permiso y en cantidades generosas. A lo lejos aparecen tractores a paso de tortuga y hombres que van y vienen en moto.


Una hacienda cañera de paredes blancas es la primera edificación que anuncia la llegada a este pueblo que fue fundado en 1892 y que sólo ahora es noticia gracias al cine. En Villa Paz es tanta la rutina, que ni siquiera han sucedido tragedias que merezcan ser contadas. Ese corregimiento, gracias a Dios, jamás se inunda y es tanta la tranquilidad que no se necesitan policías, no se sabe de balas. Quizá por esa monotonía de sus días es que su nombre poco se lee en los periódicos.


Después de unos metros de la hacienda cañera, aparecen a lado y lado de la carretera casas en bahareque y algunas de cemento y ladrillo. En las ventanas se ven hombres matando el tiempo. Algunos juegan dominó. Hay gallinas por todas partes, uno que otro perro y una mujer que carga en una vara de madera suculentos pescados recién sacados del río. En la plaza central hay una cancha de microfútbol que al mismo tiempo funciona como cancha de baloncesto.


También hay, en una esquina, un puesto de chance, la droguería San José y carteles de cartulina pegados sobre paredes que anuncian ventas de minutos a celular a $150 y paletas a $200. Y se ven niños, muchísimos, jugando partidos de fútbol improvisados. Es mitad de año y en Villa Paz los estudiantes están en vacaciones.


Ya en la calle y caminando junto a Víctor, le pregunto si en el pueblo hay síntomas de racismo.


-No, acá todo el mundo es bienvenido. ¿Por qué la pregunta?


Noté mientras caminábamos que era la única persona de piel blanca y que quizá por ello la gente miraba con curiosidad. Incluso, algunos murmuraban frases entre sí. Al final, más que racismo, lo del periodista blanco con grabadora que caminaba por ahí era una novedad jocosa en el pueblo. El periodista, decían algunas mujeres, se les parecía a un personaje de la televisión: ‘El duro’ Manuel Isaza, uno de los personajes de la novela ‘Oye bonita’. Se escuchaban carcajadas.


Lo de los apodos, entonces, es quizá otra forma que tiene el corregimiento para sacudirse de la rutina.


A Villa Paz había llegado con la intención de comprobar si era cierta la historia que escuché como un rumor de la boca de un fotógrafo amigo: esa historia que afirmaba que en un corregimiento desconocido, de gente dedicada a la agricultura, a la docencia, a los servicios domésticos, en donde no hay forma de educarse profesionalmente, sus habitantes filmaban películas.


Que el gestor de todo era Víctor Alfonso González, un albañil de 24 años que jamás había ido a una universidad. Que el hombre filmaba películas con celular o cámaras digitales de fotos y que le quedaban bastante aceptables, así aparecieran actuaciones de hombres muriendo que se reían. “No importa eso. Lo importante es que las películas están”, dijo el fotógrafo.


Seguí caminando junto a Víctor para conocer el fondo de la historia que resultó ser cierta, una poesía viviente de la superación humana en medio de estos tiempos de crisis económica. Vamos en busca de su padre, Armando González, un hombre que en el pueblo tiene cinco nombres distintos por culpa del cine y es uno de los personajes más famosos de Villa Paz y sus contornos. Tanto, que ya hasta lo han parado en las calles de Jamundí, Robles, Timba, poblaciones cercanas, para pedirle un autógrafo. Es que don Armando, un negro alto y delgado que ya anda por los 50 años, además de ser maestro de construcción y ganarse la vida levantando casas de guadua, es actor y por lo regular siempre encarna el papel protagónico de las películas. La paradoja de su vida es que ni siquiera tiene televisor.

Mientras llegamos a su casa, Víctor sigue hablando de Villa Paz. Cuenta que hay cinco iglesias, todas de diferentes religiones. También hay un centro de salud y un solo colegio, la Unidad Educativa Luis Carlos Valencia. Nadie tiene Internet en la casa y el que lo necesite debe ir al único sitio que hay, ubicado a pocos metros de la cancha de baloncesto. Y los ‘ricos’, que en Villa Paz son los docentes, son los únicos que tienen antena parabólica. Entonces, Víctor se ríe pícaro y lanza esta perla, quizá pensando en las ironías de la vida: “Yo, que soy el director, guionista, editor y hasta actor de las películas que acá hacemos, tampoco tengo parabólica”. Después lanza otra frase que desconcierta aún más: “Tampoco sé qué es una sala de cine. Nunca he entrado a ver una película”.


Entonces su trabajo como cineasta empírico cobra una relevancia aún mayor. Ante Víctor y sus producciones hay que quitarse el sombrero.


‘El director’, como algunos lo llaman mientras camina por estas calles, cuenta que la gente en Villa Paz vive en su gran mayoría de la agricultura. Cultivan naranja, caña, arroz. Otros, los que pueden estudiar, que son pocos, trabajan como docentes en Cali y Jamundí. Hay también quienes se dedican a la construcción, obreros como él y su padre. Las mujeres, que ni tienen la suerte de trabajar en la agricultura y mucho menos en la docencia, se ganan la vida como empleadas del servicio doméstico en las casas de estratos altos de Cali. Pero todos aquí, no importa el oficio o la profesión, dice Víctor, pueden ser actores o actrices de cine en cualquier momento. Varios ya han actuado en sus películas.


No interesa que ninguno jamás haya pasado por una universidad, un taller de expresión corporal o ni siquiera hayan visto una obra de teatro. Lo que importa es meterse en el personaje e interpretarlo lo mejor que se pueda. Y disfrutar. Además, nadie cobra un centavo por actuar. La plata a la larga es lo de menos. Lo interesante es verse en la pantalla y que al otro día el actor no se llame como lo bautizaron sino con el nombre del personaje que interpretó.


Así don Armando, por ejemplo, en una calle puede responder al nombre de Secundino, y en la siguiente, al de Anastasio. Llegamos a su casa. Para entrar hay que pasar por un solar atestado de gallinas que no paran de cacarear. Don Armando me estrecha la mano, sonríe cuando le digo que ya lo vi actuar en las películas y se apresta a contar su vida sentado en un butaco de madera.


III


Dos días antes de ir al pueblo me encontré con Víctor en una banca del parque principal de Jamundí. Le había pedido que nos viéramos en ese lugar porque a Villa Paz no tenía idea de cómo llegar. Iba a su encuentro en busca de esclarecer su historia. ¿Quién es el gestor del milagro del cine en ese paraje?


Víctor, sentado en la banca, abrió a propósito de la pregunta un maletín y de él sacó cinco cajas de dvd. Las puso en mis manos, como para empezar a responder. Enseguida empezó a hablar. “Estas son las películas que se han hecho en Villa Paz con actores espontáneos. Todo empezó porque yo escribo desde niño. Escribo fábulas, cuentos. Y yo quería convertir esos escritos en vídeo, motivado por mi hermano Julio César. Él me insistía en que hiciera una película contando la historia de un libro y aprovechando el computador que había comprado mi hermana. Yo le dije que mejor hiciéramos películas con mis cuentos y fábulas sobre nuestro pueblo. Y así quedó todo y él se fue, porque es policía. Cuando llegó, tiempo después, yo ya tenía lista la primera película, ‘Amor sin perdón’. La filmé en el 2008 con la cámara de un celular Nokia 6300. Mis familiares eran los actores. Después invitamos a otras personas de la comunidad y eso causó un gran impacto. Descubrí que la gente quiere verse en la pantalla”.


Enseguida agregó: “Lo mío es el cine. Me gano la vida como albañil, pero mi sueño es estudiar para dedicarme al cine, que es una bella forma de mostrar los pensamientos que a uno le surgen”.


‘Amor sin perdón’ es una historia trágica, una especie de Romeo y Julieta del Siglo XXI. Cuenta la historia de Anastasio (don Armando), un maestro de obra que sufre una decepción amorosa. Lucía (Mariana González), su mujer, un día decide irse con el mejor amigo de Anastasio, un tipo llamado Cristancho (Daniel González). Con el tiempo Anastasio se recupera de la decepción, encuentra un nuevo amor, viaja a España donde consigue dinero y cuando la vida le sonríe y regresa a Colombia a disfrutar de las mieles del amor y la riqueza, aparece una Lucía celosa que le dispara con un revólver hasta matarlo. Después, la propia Lucía se dispara en la cabeza. Por su cuerpo, se ve en la pantalla, escurre algo que parece sangre. En realidad es jugo de remolacha.


“La idea con esa historia era mostrar el realismo de la vida”, explica Víctor, a quien los tradicionales finales rosa de las películas poco le atraen. Ese filme lo grabó dos veces. Primero con el celular. Después, con una cámara digital que le regaló el artista nariñense Luis Eduardo Ricaurte. Es que Víctor, además de albañil y director de cine, es pintor. Y con Ricaurte está aprendiendo nuevas técnicas, sobre todo perfeccionando el dibujo de los pies. Su maestro le insiste en que cuando pinte unos pies perfectos, se graduará como artista.


Volviendo a ‘Amor sin perdón’ se puede afirmar que el resultado final es muy aceptable. La película tiene incluso sueños de grandeza, tantos, que Víctor la tradujo al inglés gracias a Internet. Una traducción imprecisa, pero eso a la larga no interesa. “Es que quiero que las historias se vean en otras partes”, explica. Seguimos en el parque.


La segunda película que se filmó se llama ‘La última gallina en el solar’. Es la historia de un mito, una gallina que pone huevos negros. En resumen, la historia es esta: Sandra (Ingrid Juliet Rivas), una mujer de Alteron (fue el primer nombre que recibió Villa Paz), hereda una gallina que pone huevos negros. Secundino (Armando González), el capataz del pueblo, un hombre déspota, y El Mosca (Hubeimar Balanta), un delincuente por naturaleza, no descansan hasta tener en su poder la gallina milagrosa…


‘La senda equivocada’, el tercer filme que se ha grabado en el pueblo, narra la historia de una familia. Uno de los tres hijos se pierde en las drogas, la otra hija, menor de edad, queda embarazada, aborta y muere, provocándole también la muerte a su madre. El último de los hijos le apuesta al estudio y sale adelante.


A primera vista no se nota que el filme hubiera sido grabado en un solo día. Víctor cuenta la anécdota y no se lo cree aún. “En el pueblo se iba a hacer un evento contra la drogadicción y el aborto y nos pidieron que hiciéramos un cortometraje sobre esos dos temas. Recuerdo que el evento era un lunes, y nos propusieron la idea el sábado. En un día montamos todo. Fue un corre corre impresionante”.


‘Tiempo de angustia’ es la más reciente producción que se ha filmado y allí don Armando se faja tremenda actuación, interpretando tres papeles. La película narra historias de hombres que con poco dinero salen adelante, cumplen sus sueños. Quizá sea una semblanza de la propia vida de Víctor y la de los habitantes de Villa Paz. Volvemos al pueblo, a la casa de su padre, en ese solar con gallinas que no paran de cacarear.


IV


Más que un logro personal de ‘El director’, el asunto del cine en Villa Paz es un fenómeno social impresionante. Muchos de sus habitantes ya ven la posibilidad de actuar como un proyecto de vida, sobre todo los jóvenes, y eso es clave en una población en la que encontrar un empleo es casi una hazaña. Vanessa Carabalí, por ejemplo, es una de esas jóvenes que sueñan con convertirse en una gran actriz. La muchacha, una de las mujeres más lindas de Villa Paz, afirma que después de haber actuado en ‘La senda equivocada’, donde interpretó a Leydy, la adolescente que queda embarazada y aborta, se le metió esa idea en la cabeza.


“Me gustaría ser como Andrea Serna, por ejemplo. Sé que ella es presentadora, pero la admiro mucho”, dice.


Cuando le comento entonces que si ese es su sueño, ¡a por él! Vanessa no se entusiasma. ¿Cómo? “Acá la situación es complicada, no hay con qué estudiar”. Suena resignada. El caso de Vanessa es parecido al de Ingrid Juliet Rivas, otra de las actrices. Ingrid tiene una hija de 6 años y es una jovencita ama de casa, pero advierte: “Yo quiero ser importante”.


Por eso le gusta la política. Hace parte de la Junta de Acción Comunal y de un movimiento que proyecta pavimentar las calles de Villa Paz, mejorar el estado de las viviendas, optimizar el alcantarillado, atraer instituciones educativas. “Uno acá se gradúa del colegio y no tiene mucho por hacer. Yo estudié enfermería en Jamundí, pero el instituto ni siquiera estaba aprobado. “¿Para qué estudiar así?”, se pregunta.


Y ama el cine, otro camino que le da la posibilidad de convertirse en alguien “importante”. Ella interpretó a Sandra, la protagonista de ‘La última gallina en el solar’. Y en la calle le dicen así, Sandra. A ella le gusta, su hija ya puede decir que su mamá es actriz de cine, pero ella quiere ser de las famosas, esas que se ven desfilando en tapetes rojos.


El sueño de Mariana González, por su parte, no es el de aparecer en televisión, aunque actúa bastante bien, sobre todo si se trata de escenas melodramáticas. Mariana es una madre comunitaria de Villa Paz. A ella también el cine le cambió el nombre. La gente le dice Lucía, por su papel en ‘Amor sin perdón’. También le dicen ‘La llorona’, por su papel en ‘La senda equivocada’. En ese filme siempre entra en acción gritando y con lágrimas en los ojos.


“Esto que está gestionado Víctor es un ejemplo para el pueblo, para los jóvenes, un mensaje para que sigan adelante. Y yo, más que ser actriz, lo que sueño es con que el cine de Villa Paz se conozca en otras partes”.


Hubeimar Balanta, ‘El Mosca’, como todos lo conocen después de su papel en ‘La última gallina en el solar’, es un personaje particular, de esos desprevenidos frente a la vida. Dice que lo suyo es trabajar, así sea en un cultivo de arroz, levantando los cimientos de una casa o actuando en una película. Cree que Víctor lo escogió para el papel de delincuente por su historia de vida. Estuvo en el Ejército, en la selva. Sabía lo que era poner cara de malo, porque le ha tocado. ¿Y su actor favorito? Se ríe y dice: “Ese que se llama Arnold (Arnold Schwarzenegger) y Rambo”.


La rutina en Villa Paz se esfuma en el momento de las grabaciones y hasta los hábitos de la comunidad cambian gracias al cine. El día del estreno de ‘Amor sin perdón’ en el salón comunal, el pueblo se convirtió en una fiesta. Fue un domingo, llovía, y aunque la gente tiene la costumbre de acostarse temprano, aquella noche todos estuvieron hasta casi la madrugada viendo el filme. El recinto, además, no dio abasto para albergar a toda la comunidad y las boletas que tenían un precio de $700 tuvieron que dejar de venderse. Había gente parada en puertas, asomada por ventanas, cargándose unos con otros. La película se tuvo que presentar tres veces más.


Y los actores que allí aparecieron tomaron otro estatus, se volvieron celebridades que no saben de egos, de orgullos.Y hablando de celebridades, ahora estrecho, por fin, la mano del protagonista de las películas, don Armando González.


Le pregunto que si se imaginaba ser actor, verse en la pantalla. Me dice que no, que él de muchacho veía películas mexicanas, esas de Antonio Aguilar, de Jorge Negrete, y se decía a sí mismo que podría actuar. Pero no, nunca pensó que se vería en la televisión. ¿Y le creyó a su hijo cuando le salió con el asunto de hacer una película?


“Sí. Una vez me vio cantar la canción ‘Ella’, de José Alfredo Jiménez, y me dijo que la repitiera para grabarme y hacer un video. Yo le hice caso. Al otro día me dijo que lo que íbamos a hacer era una película. Me dijo, porque yo le conté una historia de una decepción amorosa mía, que me parecía mucho a Anastasio, un personaje de un cuento de él. Y me comentó que yo iba a ser de Anastasio. Sin darnos cuenta, hicimos la película”.


Víctor no lo duda. Su padre es el mejor actor del pueblo, se adapta a cualquier papel, rico o pobre, déspota o ingenuo. Incluso, en las escenas es la mano derecha de ‘El director’. Regaña a los actores que les da por reírse cuando no deben y exige cuando sabe que pueden dar más.“Trabaje, que esto es algo serio”, le dijo con fuerza a uno de los actores que participaban en la escena inicial de esta historia. Don Armando era el hombre del revólver y no le convencía la actuación de Fabio Balanta, su sentenciado a muerte.


Esa escena era una especie de casting para lo que será la próxima película que grabará Víctor: ‘La viuda’, una historia de una mujer que hace un pacto con el diablo para vengarse de un marido que le pega.


V


Mientras amainaba el aguacero que cayó sobre Jamundí y que dejó la escena en suspenso, todos, actores y director, retomaron sus labores. Las amas de casa retornaron a sus hogares, los obreros, a sus construcciones; los agricultores, a limpiar cultivos de arroz. Víctor, por su parte, me contaba que las películas las edita en un programa que trae cualquier computador familiar: Windows movie maker.


La música la consigue en Internet y si necesita que un hombre joven aparezca como un anciano, recurre a un maquillaje artesanal: maizena en la cabeza. Nadie de este curioso elenco, sospecho, se ha dado cuenta que están cambiando la historia de este paraje olvidado en dos. Nadie sabe de su propia grandeza. El cine en Villa Paz es una metáfora a la superación humana, una burla a los tiempos de hoy que pregonan crisis y miserias.

lunes, agosto 10, 2009

Martín Caparrós: "Escritor es un título de nobleza"


El novelista y cronista argentino Martín Caparrós estuvo en Bogotá hablando de dos de sus temas predilectos: periodismo y literatura. También habló de su más reciente libro, ‘Una luna’, un diario de viaje por lugares como Monrovia, París y Madrid, sitios a donde fue para conocer las historias de jóvenes migrantes . GACETA lo entrevistó.


Por Santiago Cruz Hoyos y Paola Guevara

Fotos: Christian Castillo, Colprensa


Va por el mundo vestido de negro, siempre de negro. Va por el mundo mostrando la tranquilidad de esos hombres que ya están por encima del bien y del mal, que dicen lo que piensan así cause escozor, risa o polémica. Entonces, lanza frases como esta: “La mayoría de los editores latinoamericanos son tontos”. El auditorio en donde dijo eso estaba lleno de periodistas...


Va por el mundo escribiendo, obvio es escritor, es cronista, pero también va por el mundo tomando fotos, una pasión que lleva desde siempre. Tanto, que le acaban de proponer que haga un libro de sus fotografías captadas en los viajes que ha hecho al África, en donde estuvo para observar, escuchar, oler y luego escribir crónicas. No le gusta, por cierto, utilizar la palabra reportear o investigar. Le suena a policía.


Esa pasión por la cámara fotográfica explica en parte una vieja costumbre —otros dirán resabio: recoger los datos de sus crónicas sin fotógrafo. Le gusta la soledad a la hora de trabajar. Y ahora, revela, le atrae incluso más disparar la cámara que escribir. Va por el mundo hablando de crónica. Y hablando, también, de la supuesta diferencia que existe entre periodismo y literatura. Siempre, inevitablemente, le hacen la pregunta, no importa el país en donde esté.


Quizá ese ‘drama’ lo lleva para siempre porque escribe, y muy bien, en ambos géneros (es considerado uno de los mejores cronistas argentinos). Y siempre responde que la tal diferencia no existe, que el asunto a la larga está en el pacto que hace el que escribe con el que lee: esto es una crónica, es verdad, los hechos que te estoy contando pasaron. O: esto es ficticio, es una novela, pero a lo mejor parece real, a lo mejor te va a entretener. De ese tema estuvo hablando en Bogotá, en una conferencia que dio en junio pasado, el mismo espacio en el que calificó de ‘tontos’ a los editores latinoamericanos.


Explica su sindicación: no entiende por qué algunos editores trabajan para una raza rara que se inventaron: el lector que no lee. ¿Cómo es eso?, se pregunta. Un lector que no lee, dice, sería algo así como una hielera que calienta, y un periódico para esa rara especie de seres sería como hacer camisas para gente sin torso. Ya hablará del tema.


Martín Caparrós, el hombre en cuestión, es un argentino alto, mide 1 metro y 86 centímetros. Hincha a morir del Boca Juniors, - es socio del equipo - ha publicado más de 20 libros, entre novelas, ensayos y crónicas. Su más reciente publicación se llama 'Una luna', un diario de viaje por diferentes países a los que fue para conocer la historia de jóvenes migrantes: mujeres traficadas, refugiados de guerra, polizones, niños soldados, enfermos de Sida, pandilleros deportados, trabajadores, estudiantes..


.Ha hecho, además, periodismo deportivo, gastronómico, taurino, cultural, político y policial en prensa, radio y televisión y ha dirigido medios como El Porteño, Babel, Página/30, Cuisine & Vins. Cuenta que de niño quiso ser saxofonista. Pero para fortuna de las letras, resultó pésimo para eso. GACETA se sentó con él para hablar de periodismo y literatura, dos de sus temas preferidos. Una cita puntual, a las 12:30 del mediodía de un viernes cualquiera en un hotel de Bogotá. Ni un minuto más, ni un minuto menos. Martín Caparrós es un tipo puntual.


Sobre periodismo


Hablemos de un género del que usted habla y practica con regularidad: la crónica. ¿Cuál es el verdadero poder de la crónica?


Me incomoda hablar del supuesto poder de la crónica. Quizás podría hablar de las intenciones, pero no de poder, me parece que poder no tiene ninguno. Si lo ponemos en esos términos, lo que me interesa de escribir crónicas desde el punto de vista político, es que cambia muchas veces el hecho de lo que merece ser mirado. Los diarios te hablan siempre de los ricos, los famosos, los poderosos, los futbolistas y las tetonas. Lo cual implica y comunica una idea del mundo, la idea de que lo que importa son los ricos, los famosos, los poderosos, los futbolistas y las tetonas. Y es muy grave que los medios sean tan unánimes en organizar esa visión del mundo, porque mucha gente termina creyéndola.


En ese sentido, me interesa la política de la crónica, porque lo que hace es cambiar el foco de lo que debe ser mirado y habla de toda la gente que no sale en los diarios sino es porque mueren de forma violenta, se estrellan, los mata el vecino o se caen por un barranco. En ese sentido, la perspectiva política de la crónica me interesa.


Pero no hablaría de poder. Me interesa también como una idea del mundo, una idea de la cultura, el hecho de que no se limite a dar cuatro números, sino que intenta pensar un poco más. En un momento en el que tratan de convencernos de que cualquier cosa que tarda más de 10 minutos es una pérdida de tiempo, y algo largo es imposible de ser captado por los espectadores o lectores, me parece que el hecho de la crónica de tomarse tiempo para ir más allá también es un gesto político sobre la idea del mundo.


Usted en su conferencia sobre periodismo y literatura dijo que aunque había leído todos los diarios de ese día, no recordaba ninguna de las noticias, que las había olvidado con justicia. ¿Por qué esa frase, olvidar las noticias con justicia?


Muy pocas veces me sucede que encuentre una noticia en un periódico que me parezca que valga la pena de ser recordada hasta el día siguiente. En general, es la misma repetición de hechos de la supuesta política, y si no es sobre política, te dan noticias policiales no desarrolladas, o noticias internacionales tan mal desarrolladas que se escriben a partir del prejuicio de que a la gente no le importa lo que pasa afuera, y terminan por olvidarlas. En un diario no hay noticias que te den la sensación de estar interpelándote, de hacerte pensar sobre tu vida, de hacerte entender cosas. Ese tipo de artículos son los que valen la pena y son los que uno se acuerda. Pero en los periódicos no se están publicando.


Volviendo a su conferencia, usted dijo, en cierto tono de broma, que la mayoría de los editores latinoamericanos eran tontos. ¿Por qué dijo eso?


A mí me sorprende esta idea que tienen muchos editores latinoamericanos que trabajan para una raza inexistente, el lector que no lee. Y un lector que no lee, no existe, porque lo que define al lector es el hecho de leer. Un lector que no lee es una paradoja lógica pero no una persona. Como los editores trabajan para ese monstruo inexistente, porque en realidad a las personas a las que está destinado su trabajo las subestiman, piensan que son idiotas y que si no les das todo molídito, con gráficos, en 8 líneas, van a salir corriendo, como trasladan su propia ignorancia al público, la mayoría de los editores crean productos que no interesan.


Es evidente que en Colombia o Argentina no hay 35 millones de lectores ávidos, pero los diarios los hacen para 100, 200 mil personas. Si uno no cree que en su sociedad hay 100 mil personas que leen, inteligentes, dignas de que uno haga todo el esfuerzo para tratar de estar a su altura, es mejor dedicarse a otras cosa, a fabricar chupetines, y va a tener un público más adepto. Hay que creer que trabajas para gente inteligente y por lo tanto hay que hacer cosas inteligentes.


¿Y sí se leen las historias largas en los diarios?


Ahora hay un amigo, Fernández Díaz, que está escribiendo unas historias bastante largas en La Nación. Y los directivos del periódico no querían hacerlo. Y bueno, lo hicieron y es un éxito absoluto porque la gente quiere que le cuenten historias. Ha funcionado bárbaro, son historias barbaras, y son largas porque tienen que ser largas. Y los de La Nación se preguntan: ¿pero cómo? Eso quiere decir que nuestros lectores sí querían leer...


Si usted fuera director de un periódico, ¿cómo sería ese periódico?


Hace un año y medio era sub director de un periódico. Pero no me entendí con el director y me fui. Sin embargo, tuve la necesidad de pensar bastante esa pregunta. ¿Cómo sería mi periódico? Sería uno donde se contaran vidas, enterarnos de cómo vivimos, que es lo que los diarios no cuentan. Los diarios crean un mundo ilusorio en el que lo único que importa son los poderosos, y eso está bien, pero también se debe encontrar en un diario nuestras vidas, contarnos a nosotros mismos. La base de ese periódico serían las historias, y por supuesto la discusión, no una columna de opinión, sino discusión, que es diferente. Y después buenas fotos, no como el viejo sistema pato-pato, que dice que si el tema es sobre un pato hay que tomarle la foto a un pato, no. Que la foto también sea un relato en sí misma, una forma de contar el mundo tan importante como el texto.


Para terminar esta parte de la entrevista, hablemos de su más reciente libro de crónicas, ‘Una luna’, ese diario de viaje que nació después de ser enviado por el mundo por una agencia de Naciones Unidas. ¿Qué es ‘Una luna’?


Es un diario de lo que fue un viaje de 28 días escribiendo sobre jóvenes migrantes por diferentes lugares del mundo como Kishinau y Monrovia, Amsterdam y Lusaka, Pittsburgh y París, Madrid, Barcelona y Johannesburgo. Inicialmente, la idea era escribir crónicas, pero en medio del viaje pensé que podía ser un libro. Hace dos años hice una edición de 222 ejemplares de ese libro para regalárselos a mis amigos, el día que cumplí 50 años, una edición de mi bolsillo. Ahora la editorial Anagrama lo publicó, corregido y aumentado.


Sobre literatura


Cambiando de tema y hablando de literatura, usted es considerado un escritor muy versátil. Le interesan la política, el arte, la ciencia, la historia... Pero también le apasionan la gastronomía, los deportes, los viajes, los toros. ¿Cree que el escritor es lo más cercano al hombre Renacentista?


Ojalá lo fuera, yo creo que puede ser todo lo contrario. Hay escritores que se encierran en una obsesión durante 40 años y la trabajan y la trabajan. Es el caso de Malcom Lowry, que escribió tantas veces la misma novela que una de tantas le salió bien. Hay extremos como ese, hasta el de la absoluta dispersión, que es el mío. Y en el medio, todo tipo de escritores.


¿Ese marcado interés por la gastronomía y otros placeres revelan que hay un hedonista en usted?


Sí, hay cierto hedonismo, lo que pasa es que al hedonismo suele dársele una connotación negativa, se asocia con egoísmo. A mí me gusta pensar lo contrario, que los hedonistas no son egoístas sino que pueden aportar beneficio para muchos.


Su tarea es inventar personajes. ¿Usted se siente igual de ágil para inventarse a sí mismo?


No sé qué tan hábil soy para inventar personajes, pero ciertamente soy un torpe para inventarme a mí mismo. Siempre me sorprende, con mucha franqueza, el ‘personaje’ en el que me convertí. Me pregunto cómo llegué a convertirme en algo tan distante de lo que yo supongo sobre mí mismo. Recuerdo una frase del poemario francés que dice: Mi vida no se parece a mí. Conseguí, sin querer, que una poca gente creyera sobre mí una cantidad de cosas que yo detestaría si viera en otros. ¡A lo mejor si me presentaran conmigo mismo me caería muy mal...!


¿Cuáles son sus hábitos de lectura?


Durante muchos años fui un lector muy ávido, porque la lista que tenía por delante era infinita. Luego ya sentía que no había nada nuevo que valiera la pena, me sentía confortable, y de un tiempo para acá he vuelto a leer, sólo que ahora leo distinto.


¿Es de los que relee?


Hace poco me prometí leer un libro que me fascinó hace veinte años, ‘Poderes terrenales’, de Anthony Burgess, pero al volver a leerlo me pareció tan básico, tan poco sorprendente de cómo yo lo recordaba, que me decepcionó. A veces releer es tan triste como perder amigos, o como constatar que veinte años pasaron.


¿La experiencia de su exilio en París, donde se licenció en historia, marcó su literatura?


El exilio es un tema decisivo en la literatura. Dios es el primero que exilia, Adán y Eva fueron expulsados de la tierra, así que la idea del exilio hace parte de nuestra cultura. Mi experiencia personal influyó, pero aún si no me hubiera ocurrido, creo que igual sería siendo tema de mi literatura.


Epílogo


“Soy muy ordenado a la hora de escribir, eso sí, cuando estoy en casa. En la mañana leo y después en la tarde me prendo un buen cigarro y escribo hasta las 6 ó 7. Descubrí para mi gran sorpresa hace tres o cuatro años que si trabajo cuatro horas por día produzco mucho. No trabajo en la noche”.


“La palabra investigación no me gusta, la asocio demasiado con policías, jueces. Reportear es una palabra lationamericana, que poco se utiliza en Argentina. Prefiero utilizar otros términos a la hora de recoger datos para una crónica: buscar, charlar, mirar, escuchar, leer. Lo que hago no tiene misterio. Trato de enterarme de cosas y las cuento. Nada más”.


“No trabajo con fotógrafo. Necesito estar solo cuando estoy trabajando. Es un momento de mucha concentración y actividad, que si estoy con otro me distraigo. Eso empezó hace mucho tiempo cuando empecé a hacer crónicas de viajes, hace como 20 años, y me imaginaba estando 10 horas en un avión con una especie de desconocido y me parecía aterrador. Entonces dije, no, no quiero, y empecé a hacer mis propias fotos. De hecho, cuando fui por primera vez a pedir trabajo a un periódico a los 17 años, lo hice como fotógrafo. Por casualidad fue que empecé a escribir. Entonces retomé lo de las fotos y de hecho ya me gusta hacer más fotos que escribir. Estoy muy orgulloso porque me acaban de proponer hacer un libro de fotos, un libro como fotógrafo, sobre las mujeres de Níger, un país africano muy grande pero muy pobre. Me encantó la idea, descubrieron que yo en realidad era fotógrafo”.


“¿Tres cronistas? Truman Capote, Manuel Vincent y Tomás Eloy Martínez”.


“No tengo hobbies, esa palabra es una crueldad. Que alguien trabaje todo el día de forma aburrida para tener que llegar a casa a hacer algo que le agrade, es una crueldad. Yo he procurado no hacer eso. Mi hobby es escribir, mi trabajo es lo que me gusta. Por supuesto que me gusta hacer otras cosas: soy buen cocinero y lo hago todos los días. Soy socio de Boca Juniors. Me gusta el cine. Pero las cosas que más me gustan las hago trabajando. Viajar, escribir, entender”.


“Fui un mal saxofonista, por suerte para mis vecinos lo abandoné a tiempo”.


“¿Un sueño? Era ser un gran saxofonista, pero no se dio. No sé, el sueño sería escribir un libro bueno alguna vez. Creí que ya había escrito uno, una novela que se llama ‘La Historia’, creo que es un libro bueno, pero nadie lo leyó”. “


Yo quería ser escritor. Y una vez le pregunté a Bioy Casares: ¿Cómo es esto de ser un escritor respetado, cómo resulta? Me dijo: de eso no te das cuenta. No pasa que un día no te conoce nadie y al otro sos un escritor respetado. El reconocimiento va llegando poco a poco”.


“Yo quería ser escritor, pero tardé muchos años en llamarme a mí mismo escritor. En las migraciones de los aeropuertos, donde te piden el dato de tu profesión, empecé a escribir escritor hace tres, cuatro años, cuando dije ya después de 20 libros basta, ya lo soy. Porque para mí escritor no es una profesión, es un título de nobleza, para mí es eso. Yo no era que quería trabajar de escritor, quería ser escritor”.


“Cuando yo creo que escribo algo que está bien, por más que miles de personas me digan lo contrario, yo no les creo. Cuando yo creo que escribí algo que no me parece tan bueno, y me dicen que sí, tampoco les creo”.


“Mi bigote ya cumple 30 años de ser retorcido. Quería encontrar una forma más entretenida que la cara que tenía y bueno... Una vez me lo quité para actuar en una película y nadie me reconoció, ni mis amigos. Y el hecho de poder cogérselo es mejor que rascarse los huevos, está mejor visto”.