viernes, septiembre 17, 2010

Guerra de minas en el Cauca

En 13 años, 428 personas han sido víctimas de minas o restos de guerra abandonados.


Por Santiago Cruz Hoyos
Unidad de Crónicas EL PAÍS
Fotos: Jorge Orozco


La historia de Mauro, el civil


Es jueves 16 de marzo de 2005. Mauro Antonio Joaquí parte muy temprano junto con su compadre Gerardo al río Curiaco, a tres horas a pie del municipio en el que viven: Santa Rosa, en el departamento del Cauca.


Hace frío y el día es propicio para pescar. Llevan dos varas. Y panela.


A las 10:00 a.m. ya pescan truchas arcoiris. Hay silencio absoluto, los peces muerden el anzuelo. Minutos después los campesinos caminan por una trocha, a la orilla del río. Mauro Antonio, de repente, siente una explosión justo debajo de su pie derecho.


(Desde 1997, según cifras de la Fundación Tierra de Paz, en el Cauca se han presentado 428 accidentes por minas antipersonas o munición de guerra abandonada y no disparada. De ese total de víctimas, 206 eran civiles).


El cuerpo de Mauro Antonio vuela por los aires. Cuando cae, está cubierto de tierra y maleza. Intenta escuchar qué está pasando, pero en sus oídos sólo se oye un zumbido persistente. Todo es confuso. Hay humo y el ambiente huele a pólvora.


(El 'Programa Presidencial para la Acción Integral contra Minas Antipersonal' registra desde enero a julio de este año 20 víctimas en el Cauca por minas o restos de guerra abandonados. El departamento subió 5 puestos en el escalafón de regiones con mayor número de afectación por estos explosivos. Del puesto nueve, pasó al cuarto, detrás de Antioquia, Meta y Caquetá).


Mauro Antonio se sienta con esfuerzo. Empieza a mirarse, a quitarse la tierra. Se observa los brazos. Lo tranquiliza no ver sangre, sólo piel quemada. El fogonazo en los brazos fue leve. Su pantalón está desecho. Gerardo, su compadre, corrió a 40 metros de la explosión y aún no lo ha visto. Cree que su compañero está muerto.


(En Colombia, desde 1990 a 2010, 8.539 personas pisaron una mina. Es como ver la tribuna Norte del estadio Pascual Guerrero llena de hombres, mujeres, niños, niñas, mutilados. El país es el segundo en el mundo con mayor número de víctimas por esos artefactos. El primero es Afganistán. El año pasado, en promedio, cada día dos colombianos caminaron sobre esos explosivos. Los datos son del 'Programa Presidencial para la Acción Integral contra Minas Antipersonal' ).


Mauro Antonio se mira su pierna izquierda. Sangra, aunque la puede mover con facilidad. Enseguida empieza a sentir calor en el pie derecho. También siente sed. Quiere agua.


(En el Cauca, los municipios en donde más se han presentado accidentes con minas o restos de guerra son El Tambo, Toribío, Santa Rosa, Corinto, Páez y Argelia. Sumando las superficies de estos pueblos minados, la zona es casi tan grande como Bogotá).


Mauro Antonio sigue revisando su cuerpo. Ahora el turno es para su pierna derecha. El pie sigue caliente, como si estuviera metido en una olla de agua puesta en un fogón. Levanta la pierna. El pie se desprende, cuelga de ella. Mauro Antonio se desespera. Grita.


(Según la Campaña Colombiana Contra Minas, en el Cauca se han registrado 401 víctimas desde 1993. Hay diferencias en las cifras de las organizaciones que trabajan en el tema. Se debe a que hay un subregistro de los hechos y se conocen casos en los que la guerrilla ha presionado para que las víctimas no denuncien).


Gerardo escucha los gritos de Mauro Antonio. Corre hacia él. Mauro le indica que no llegue hasta el sitio de la explosión porque puede haber más minas. Le pide que se quede a cinco metros. Después se para en su pierna izquierda y llega hasta donde Gerardo, dando brincos. Regresan a la orilla del río. Se sientan en una piedra. Gerardo está asustado. Mauro aún no siente dolor.


(En Colombia, 31 de los 32 departamentos están minados. Sólo San Andrés está libre de esos explosivos que mutilan piernas, brazos y hasta dejan ciegos a quienes los pisen. El dolor tarda en llegar. Esto se debe a que las víctimas sufren de Analgesia episódica. Se da porque el cuerpo, en el momento de la explosión, produce una cantidad exagerada de adrenalina y endorfina, hormonas que atenúan el dolor. Después, con los meses, las víctimas sufren de un síndrome llamado Miembro Fantasma. Hace que la persona crea que aún tiene el miembro que se le tuvo que amputar).


Mauro saca un pañuelo. Gerardo se lo amarra en el pie derecho. Sólo los dedos se reconocen. El talón ni siquiera se ve. Mauro coge un palo y se apoya en él hasta llegar a un rancho sin habitar. Son las 11:00 a.m. En el rancho toma litros de agua con panela. Le pide a Gerardo que se vaya para Santa Rosa y cuente la noticia para que lo recojan. Gerardo duda, no quiere dejarlo solo. Pero la única opción para su amigo es llegar a un hospital. Gerardo sale del rancho caminando a zancadas rápidas.


(Fabricar una mina no tarda más de 10 minutos y cuesta $4.500. Desactivarla demora 8 horas y le cuesta al Ejército $7 millones. Una víctima le representa al Estado $217 millones, en promedio, invertidos en atención médica, indemnizaciones, prótesis...).


Pasan cinco horas. Son las 4:00 p.m. A Mauro lo recogen en caballos. Está mareado y ya siente dolor, un ardor intenso. Su pierna derecha, por la materia fecal que les aplican a las minas, se empieza a infectar. Es el propósito perverso de matar o con la explosión, o con la infección.


(El 23% de los accidentes en el Cauca relacionados con estos explosivos se deben a la manipulación de restos de guerra abandonados a la vista de los niños. Por cierto, el 70% de las víctimas de esos accidentes son menores. El dato lo revela la Fundación Tierra de Paz).


Mauro se niega a montar en un caballo. Le organizan una camilla con palos de guadua y costales. De esa manera lo sacan a la carretera, donde lo espera una ambulancia. Parte al hospital San José de Popayán. Allí los médicos le informan que su pie derecho debe ser amputado, antes de que la infección llegue a la rodilla. Mauro se resiste. Le da miedo depender de unas muletas.


Pasan 8 horas. El pie está morado, muerto. No hay nada qué hacer. Mauro acepta la amputación. A los tres meses recibe una prótesis. Aprende a caminar de nuevo.


Renuncia a sus cultivos de papas, alverjas, ullucos. No puede forzar la pierna izquierda en las cosechas. Tampoco quiere volver al campo, es otro desplazado por la violencia. Aprende panadería. Después se capacita en asistencia a víctimas de minas. Es elegido presidente de la Asociación de Sobrevivientes del Cauca creada en 2007. Está integrada por 48 habitantes del departamento, todos mutilados.


Ahora es miércoles 1 de septiembre de 2010. Mauro termina de contar su historia en el Parque Caldas de Popayán.


Mientras tanto, en el Cauca sigue la avanzada del Ejército contra el VI Frente de las Farc y el ELN. El Cauca es zona estratégica para esos grupos, sobre todo por los cultivos de coca y marihuana, que les están generando ganancias millonarias. En la región producen y sacan la droga al interior del país y a Buenaventura o a la Guajira, para ser despachada al exterior. Y mientras más avanzan las tropas, más minas siembra la guerrilla. Es una manera de detener a los soldados, impregnarlos de miedo. Civiles, militares y hasta los animales del bosque, están en peligro inminente.


La historia de John, el soldado

Son las 6:45 a.m. del 13 de agosto de 2008. El soldado John Alexander Vásquez, de la Brigada 29 del Ejército, está en una operación de rutina en las montañas de Corinto, Cauca.

(Este año, en la Brigada 29 registran 11 soldados heridos por minas en el Cauca. En Valle, Cauca y Nariño, han resultado heridos 33 soldados. Tres resultaron muertos).

El soldado Vásquez sabe que en la zona en donde camina hay minas. Las Farc y el ELN las siembran para frenar el avance de las tropas y proteger campamentos y cultivos de uso ilícito. Sólo necesitan una lata de sardinas o un tarro de yogurt para fabricarlas. Están hechas con sulfatos, pedazos de hierro, metralla, tornillos, ácidos, materia fecal. Se pueden activar pisándolas. O al tener contacto con un cable. O las activan con celulares o el dispositivo de alarma de un carro. Las minas son las que alejan a los erradicadores de los cultivos ilícitos.

(Desde 2006, 166 erradicadores han sido víctimas de minas. El dato lo revela el Programa Presidencial para la Acción Integral contra Minas Antipersonal. El Alcalde de El Tambo, Hugo Ferney Bolaños, aseguró que en su municipio cinco erradicadores han resultado heridos por minas en lo que va de este año. La guerrilla defiende esos cultivos a capa, espada, minas, lo que sea y sin escrúpulos).

Un sonido espantoso aturde al soldado Vásquez. Acaba de pisar una mina con el pie izquierdo. Se intenta parar. No puede. La pierna izquierda está cortica, piensa.

(En 2010, en Cauca, Valle y Nariño, el Ejército desactivó 31 campos minados. Hasta diciembre de 2009 se sospechaba que en todo el país existían 784 de esos terrenos. El 14 de julio de 2010, además, se terminaron de limpiar las 35 bases del Ejército sembradas con minas convencionales. La medida hace parte de los compromisos adquiridos por el Estado en la convención de Otawa - ver recuadro).

El ‘lanza’ del soldado Vásquez también está herido. Es el soldado Escobar. Esquirlas de la mina se le enterraron en los ojos. El ojo izquierdo lo perdió. Por el derecho ve borroso, como con neblina. Los perros detectores de minas no pudieron olfatearlas esta vez. Dicen que les están echando químicos para despistar a los sabuesos.

(De las 401 víctimas por minas que registra en el Cauca la Campaña Colombiana Contra Minas, 91 fueron mortales).

El soldado Vásquez y su ‘lanza’ son rescatados del lugar. Han pasado dos años desde aquel hecho. Vásquez todavía no camina. Habla mientras va a una de sus terapias, en la Brigada 29 en Popayán. Frente a sus ojos hay soldados como él. Unos sin piernas. Otros sin un brazo. Son las víctimas de un enemigo que permanece invisible bajo tierra esperando un paso encima para estallar.

lunes, septiembre 06, 2010

El canto de un poeta a la vida de Bolívar


William Ospina, el poeta, esculcó durante dos años la vida del Libertador de América y escribió textos que sin sospecharlo, se convirtieron en un libro: ‘En Busca de Bolívar’. Allí, con admiración profunda, repasa los amores, las influencias, las batallas, las victorias y las derrotas de su personaje. Entrevista.



Por Santiago Cruz Hoyos
Unidad de Crónicas y Reportajes El País
Foto Gilma Suárez - Cortesía de Norma


Y el poeta, con su pluma, deja a Bolívar en una calle cualquiera, vivo. La calle puede ser de Cali o de Caracas, de Lima o de Puerto Príncipe. No importa. En esa calle, el Libertador, ya despojado de los títulos de militar, de político, ya después de sus hazañas libertarias en América, de sus estruendosas victorias y derrotas, va por ahí con una pregunta retumbando en su cabeza: ¿por dónde comenzar de nuevo?


Porque Bolívar, escribe el poeta, no tenía vocación de estatua. Era un hombre de una energía inagotable capaz, en un solo día, de librar batallas, nadar por el río Orinoco atado de manos, saltar una y otra vez sobre caballos, bailar toda una noche con una dama y después otra vez combatir, esta vez en los terrenos del amor pasional.Así describe el poeta al Libertador. Un ser inagotable, con sospechas de ser loco por sus sueños utópicos de convertir al continente en una sola nación, y un hombre que quizá nunca conoció el aburrimiento, la inmovilidad, gracias a ese “ardor y obstinación que no parecían humanos”.


El poeta admira profundamente a su personaje. Recoge voces que aseguran que aquel era capaz de convencer hasta piedras. O que tenía un genio militar en la cabeza. O que como Napoleón, una de sus influencias, tenía una estrella que lo salvaba una y otra vez de la muerte. Como en Jamaica, cuando un aguacero salvó a Bolívar de morir apuñalado en una hamaca.


Tanto admira el poeta al Libertador, que prefirió en su historia dejarlo vivo en una calle de América, pensado en una nueva empresa, y esquivó ese capítulo sucedido el 17 de diciembre de 1830, cuando Bolívar muere en la Quinta de San Pedro Alejandría, en Santa Marta. Sus razones para tal decisión las explica así: “Un hombre como él sigue viviendo en cada momento de sus días, sigue vivo en su infancia y en su adolescencia; en las cabalgatas con Matea por los llanos de la hacienda; en sus meditaciones en alta mar yendo hacia Europa sin presentir que viaja a encontrarse consigo mismo; va en goletas huyendo de isla en isla, de fracaso en fracaso; perdiendo todo sin cesar en el desastre de Ocumere; ganando todo otra vez en el avance por el Orinoco”.


El poeta, ya es hora decirlo, es el nacido en Padua, Tolima, William Ospina. Y la historia, o mejor, el libro del que hablamos, se llama ‘En busca de Bolívar’, un perfil del Libertador en estos tiempos en los que se celebra el Bicentenario de la Independencia de Colombia. Un perfil que Ospina, sentado en un computador en Medellín, prefiere llamarlo a su manera: un canto.


Hablemos de esa búsqueda de la vida de Simón Bolívar. ¿Cómo empezó a perseguir esa historia?


Cuando acepté la invitación de Omar Porras, el gran director colombiano de teatro que dirige el grupo Malandro, en Suiza, para trabajar en una obra sobre Bolívar, comprendí que no sólo debía acercarme a la bibliografía básica que existe sobre él, sino que necesitaba escribir un texto que me permitiera formarme una idea personal de Bolívar y plantear mis propias preguntas sobre su vida y su pensamiento. Lo pensé inicialmente como una reflexión privada, sin intenciones editoriales, y durante dos años escribí fragmentos y reflexiones, mientras por otra parte escribía los textos, más narrativos y literarios, para la obra de teatro 'Bolívar, fragmentos de un sueño’. Podría decir que es un ejercicio personal de reflexión paralelo a ese trabajo creativo, tan interesante para mí, que fue la creación con Omar Porras.


¿Qué es ‘En busca de Bolívar’? No llega a ser una biografía, es más bien un perfil de corte periodístico del Libertador, pero también un ensayo sobre él, su historia...


Yo diría que participa por igual de las condiciones del ensayo, de la narrativa y de la poesía. Por momentos quiero ver a Bolívar viviendo ante mí, describir las circunstancias, las selvas, los ríos, los amores, las derrotas; por momentos quiero reflexionar sobre la importancia de todo aquello, y por momentos siento que es necesario... ¿cómo decirlo? Tal vez cantar, celebrar hechos tan públicos que sin embargo nos afectan tan íntimamente, de los cuales sin duda somos hijos todos nosotros.


Leyendo su libro se me vino a la mente el Che. Algunas de las características de Bolívar también aparecen en la historia de Guevara. (Esa capacidad para convencer hasta piedras, esa energía inagotable, esa estrella que los salva de la muerte) ¿Se podría afirmar que ambos pertenecen a una misma clase de hombres extraordinarios? 


A mí lo que me interesa de Bolívar es que no era sólo un guerrero, ni era sólo un político. Su condición de pensador, de poeta, su desprendimiento, su sentido de humanidad me parece que no tienen comparación. Además su lucha era por ideales que todo el mundo comparte hoy: la libertad, la democracia, la justicia, y por algunos que todavía hay que aprender a compartir: la inteligencia, la sensibilidad, la belleza, el amor, la originalidad individual. Estaba lejos de pensar que el Estado lo es todo, que el Estado tiene derecho a meterse en los asuntos internos de los individuos. Pero, como decía Borges, "lo único de lo que no se arrepiente nunca un hombre es de haber sido valiente".


Esa historia de Bolívar organizando ejércitos y guerrillas para luchar contra la Corona ha inspirado a muchos que, con esas premisas bolivarianas, se han armado para ir en contra de una sociedad. ¿Qué piensa de la guerrilla que se levanta contra un Estado utilizando el nombre y lo sueños de Bolívar?


Todas las sociedades civilizadas reconocen el derecho a rebelarse contra la opresión, la injusticia y la tiranía. Pero el nombre de libertadores y de luchadores por la justicia no basta atribuírselo, hay que merecerlo por las acciones, y el mundo está lleno de luchadores contra la opresión que son a veces más salvajes y más ignorantes que aquello contra lo cual dicen combatir. Nadie tiene tanta obligación de justificar sus actos como el que lucha por la justicia.


Volvamos al libro. En varios pasajes aparece una sospecha: Bolívar estaba loco. ¿Era él en realidad un desquiciado?


La locura es uno de los temas más altos y más antiguos de la literatura. La Cólera de Aquiles, la Furia de Orlando, la Obsesión de Hamlet, la locura de Don Quijote, el Delirio fáustico, el Demonismo de Byron, la Metamorfosis de Gragorio Sampsa, no son más que magnificaciones de ciertas posibilidades humanas que están en todos nosotros. En la historia, los grandes transformadores tienen siempre ese carácter superlativo, y en Bolívar eran enormes la convicción, la fuerza de decisión, la energía vital, la competitividad, la perseverancia, la ambición histórica, el sentido de responsabilidad. Muchos que no la entienden llaman locura a la grandeza.


Hay un pasaje del libro bello: cuando el haitiano Alexandre Petión ayuda a Bolívar en su lucha a cambio de la libertad de los esclavos. Esa parte de la historia, el aporte afro a la independencia, parece olvidado por muchos. ¿Por qué no interesa ese capítulo de la historia? ¿Aún somos racistas?


Estanislao Zuleta solía decir que la esclavitud sólo se acabó cuando dejó de ser un buen negocio. Que en ese momento los antiguos amos descubrieron en sus propias almas una humanidad desconocida, una piedad conmovedora. Pero es porque ya era mejor negocio tener obreros. Decía también que para los esclavos, en algún momento, la noticia de que los iban a dejar en libertad sólo significaba que los dejarían libres de comida y de techo. La libertad sin oportunidades, la libertad sin un proceso cultural de incorporación a la leyenda de las naciones, la libertad sin empleo, sin propiedad, sin educación, sin respeto, sin reconocimiento de la originalidad, de las raíces, fue la farsa de la abolición de la esclavitud. Los hijos de los esclavos sólo podían llegar a ser protagonistas de la historia cuando se apropiaran de su memoria, de su originalidad, de sus músicas, de sus ritmos, de su increíble fuerza estética, lo que ahora están haciendo por todas partes, con una generosidad y una alegría verdaderamente conmovedoras.


Hay otro aparte del libro que me llamó la atención. Se trata de la mencion a un artículo de Marx contra Bolívar, que ataca de manera injusta al Libertador. ¿Por qué darle importancia a ese artículo, mal hecho y mediocre, con fuentes no convenientes?


El artículo tiene poca importancia, pero Marx ha tenido mucha. Por otra parte, en esas páginas, Marx es más bien un ejemplo o un símbolo de cierta manera rencorosa e injusta de escribir la historia. Además, poder demostrar que un gran luchador por la justicia pudo ser tan injusto, es interesante en términos académicos y sociales. Muchas veces la gente cree que la causa que defiende justifica hasta las inconsistencias.


El libro tiene un gran aporte: quien lo lee, conoce a fondo a Bolívar. ¿Cómo entró en esa psiquis de Bolívar para poder narrarlo desde ahí de esa manera tan íntima?


No sé si lo habré logrado. Quedo con la sensación de que aún me queda todo por saber de Bolívar. Yo no pretendo que el libro sea muy importante, ni que resuelva los enigmas. Sólo puedo decir que lo escribí con pasión, con admiración y con sinceridad. Que veía ante mí a un gran ser humano nacido en estas tierras nuestras, un hermano nuestro, que dio mucho por nosotros, a quien hay que seguir interrogando, porque tiene todavía mucho por enseñarnos. Además, vivimos en una sociedad llena de tareas inconclusas, democracias insuficientes por falta de confianza en la gente, instituciones corruptas por falta de grandeza y de compromiso de los ciudadanos, poderes que traicionan a la comunidad, riquezas que no se comparten, egoísmos, pobreza de corazón. Hay que interrogar a alguien de cuyo desprendimiento nadie duda, cuyo amor por el continente es contagioso.


El libro también habla de los amores de Bolívar. Menciona la muerte de María Teresa del Toro, su esposa, por una fiebre. Esa muerte fue clave en la historia de Bolívar y de América. Claro, un hombre de la aristocracia, con dinero y un amor estable, ¿para qué irse a la guerra? ¿Usted cree que si ella no hubiera muerto, la historia sería la misma?


Hay tantos misterios en la vida de Bolívar. El de su esposa es uno de ellos. Ese hombre que odió la dominación española a nadie había amado más que a una española. Pero está también esa desdicha frente a la muerte. La muerte le quitó a su padre a los 3 años, después le quitó a su madre a los 8. Y a los 19, cuando acababa de casarse, le arrebató a su esposa. A lo mejor Bolívar sintió, como lo dijo, que la felicidad personal no era para él, y se dedicó a buscar felicidad para su pueblo. Había una tristeza en el fondo de todo aquello. También Dante, cuando perdió a Beatriz, ya sólo se consoló con el universo.


Dos últimas preguntas. En esta época de Bicentenario, ¿Qué celebramos en realidad? ¿Tal vez el mestizaje? ¿Tal vez la cultura?


Yo creo que debemos celebrar, no lo que conquistaron unos héroes hace dos siglos, sino lo que gracias a ellos está en nuestras manos hacer. Nos dieron patrias propias, patrias por las que tenemos el derecho y el deber de luchar. Nos hicieron ciudadanos de un mundo del que cada uno de nosotros puede ser vocero. Nos dieron el derecho a soñar, a ser originales, a no estar arrodillados ante nadie. Nos dieron un futuro. Hoy nadie puede echarles a los españoles la culpa de lo que nos pasa. Hace dos siglos lo que nos pasa depende, o debería depender, sólo de nosotros. Y si hay quien piensa que no somos lo bastante independientes y lo bastante libres, tiene que reprochárselo a sí mismo, a que no lucha lo suficiente. Bolívar no le echó la culpa a nadie. Más bien se dijo: lo que no haga yo, lo que no hagamos nosotros, nadie lo hará.


¿Cuál es su ambición con el libro?


En busca de Bolívar lo escribí porque necesitaba hacerlo. Después me convencieron de que lo publicara. Ojalá los lectores lo disfruten. Y, si tanto puede pedirse, ojalá aliente a algunos lectores a emprender su propia búsqueda de Bolívar.

jueves, septiembre 02, 2010

Boccia: el deporte de la concentración de los monjes





Se trata de un juego olímpico traído a Cali por los fisioterapeutas Camilo Ortega y Marcela Ramón y practicado por jóvenes con parálisis cerebral o discapacidades generadas por accidentes o balas perdidas. Crónica de vidas que olvidaron las depresiones.







Por Santiago Cruz Hoyos

Unidad de Crónicas y Reportajes EL PAÍS

Fotos Jorge Orozco




Y en el supermercado el caza talentos la vio y se paró en frente de su silla de ruedas, decidido. Después le puso un pie a una de las llantas para detenerla. Nathaly Ayala Camacho, 23 años, estudiante de diseño gráfico, iba ahí sentada.


El hombre, que se le presentó como Camilo Ortega, docente fisioterapeuta de la Universidad Santiago de Cali, le habló de un deporte extraño. Le dijo que ella, en esa silla y sólo con el movimiento del cuello (Nathaly es cuadripléjica, no puede mover ni las piernas ni los brazos), podía practicar un deporte de alto rendimiento: el boccia. Le contó que él y una compañera, la fisioterapeuta Marcela Ramón, habían conformando una Liga, un equipo. Y antes de despedirse le propuso que fuera al velódromo Alcides Niento Patiño para que viera cómo era el juego. Nathaly prometió ir. Cumplió.


Algo parecido le había sucedido a Carlos Ómar Pereira, 19 años, fan de los vallenatos, el reggaetón, la parranda. Estaba en un supermercado junto con Daniel y Carmenza, sus padres. El caza talentos y su compañera lo vieron en la silla de ruedas y abordaron a la familia en el acto.




Les hablaron sobre el boccia. Les propusieron que llevaran a Carlos Ómar a jugar. Daniel se sorprendió. Les preguntó que cómo se les ocurría que su hijo podría practicar algún deporte si sufre de parálisis cerebral. Al final lo convencieron y Carlos Ómar acudió al reclutamiento.


Las historias de encuentros inesperados entre Camilo Ortega, Marcela Ramón y sus pupilos siguieron dándose por toda la ciudad. Eran cosa del azar, o quizá del destino. Salían a un supermercado o a un centro comercial y se encontraban con algún muchacho con parálisis cerebral o discapacidad motriz y cuya única rutina era ver televisión, jugar en un computador, dormir, aburrirse. Todo en casa. Todo solos, aislados del mundo.


Entonces les hablaban del boccia, de la oportunidad de entrenar 4 veces por semana, conocer amigos, tal vez amores, viajar, ganar medallas, darse cuenta de que pueden valerse por sí mismos.


Al caza talentos, que anda en sudadera y chaqueta roja con porte de un jugador de fútbol en concentración, le creían y la comunidad boccia en Cali empezó a crecer. Llegaron José Ómar Marín, 28 años, quien sufre de parálisis cerebral desde niño debido a una fiebre que rebasó los 40 grados; John Anderson Mondragón, 27 años, actor en una película que se llama 'Petecuy' y vendedor de huevos en ese barrio, quien también sufre de parálisis cerebral desde nacimiento debido a un golpe en la cabeza; Carlos Andrés Gallego, 23 años, y quien desde hace 8 no puede caminar por una bala fantasma que fue disparada en su barrio, el Poblado II, en Aguablanca.


Ellos y unos 25 muchachos más que en esta mañana de un miércoles de agosto, juegan boccia con concentración de monjes en el Velódromo Alcides Nieto Patiño y forman parte de la Liga Vallecaucana de Parálisis Cerebral.


II El Boccia


Es como el juego del sapo. Un deporte familiar. Así se jugaba el boccia en los países nórdicos: Dinamarca, Finlandia, Noruega, Suecia.


En los años 70 se adaptó como deporte para personas con parálisis cerebral. En el mundo, de 1.000 bebés que nacen, 5 sufren de esta parálisis. Se trata de un trastorno permanente y no progresivo que afecta la motricidad. Quien lo padece pierde el control salival y sus movimientos son tan bruscos como los de un niño que da sus primeros pasos.


El trastorno se presenta en el embarazo, el parto o los primeros cinco años de vida. Lo puede causar un golpe. O la falta de oxígeno. Los factores son múltiples y no se conoce una cura, pero sí un deporte que mejora la calidad de vida.


El juego es sencillo. Se lanza una bola de boccia blanca al piso, en un área que forma la figura de una V. Los competidores se ubican de frente, a un metro y medio, y juegan con seis boccias de dos colores: azules y rojas. Pesan un poco más de media libra, están forradas en cuero y tienen el tamaño de dos bolas de tenis. Si se aprietan se siente lo mismo que empuñar una bolsa de semillas.


La idea es lanzar y dejar la mayor cantidad de bolas lo más cerca posible de la boccia blanca. Cada partido se juega en cuatro parciales o sets, que finalizan cuando los deportistas hacen sus seis lanzamientos. Al final gana el que más puntos obtenga en la sumatoria de todos los parciales.


El deporte se divide en diferentes categorías que dependen del nivel funcional de quien lo practique. Algunos deben lanzar con la boca. Sostienen con los labios un puntero, con la ayuda de un auxiliar ubican la boccia en un canalete, que es una especie de tobogán por donde rodará la bola impulsada por el movimiento de la cabeza hacia adelante y el contacto con el puntero, que de lejos se parece a la antena de una grabadora.


En la ciudad el deporte se empezó a practicar en el año 2006. Fue implementado por Camilo Ortega (27 años) y Marcela Ramón (35 años).


El boccia lo conocieron en una ponencia dada en un congreso de parálisis cerebral. Y empezaron a investigar. A enterarse que su práctica mejora la funcionalidad motriz. Y que ayuda a los deportistas a independizarse. Muchachos que no podían comer solos, lo logran. O chicos que lanzaban la boccia con una canaleta, al final pueden lanzarla con la mano.


El Valle es el departamento en donde mejor se juega este deporte. Lo dicen los números. De siete medallas de oro disputadas en el Campeonato Nacional de Parálisis Cerebral realizado en junio de este año, Valle obtuvo las siete. Camilo, el caza talentos, fue designado como director técnico de la Selección Colombia de boccia. Ya participó en la Copa América realizada en Canadá en 2009, donde con José Ómar Marín ganó una medalla de plata. También estuvo en Lisboa, Portugal, en el Mundial. Se llegó a segunda ronda. Ahora el objetivo son los Parlímpicos de Lóndres 2012.


A Nathaly, Carlos Ómar, Carlos Andrés, José Ómar, John Anderson, por su parte, la vida, con el boccia, les cambió de sentido. Hay medallas, viajes, torneos... reconocimientos por perseguir.


III Sus historias


Fue en un accidente en un río. Nathaly estaba nadando. Después quiso clavar desde una piedra ubicada a seis metros de la corriente. Lo hizo. No se golpeó con nada. Pero la presión del agua generó la lesión que la dejó cuadripléjica. Durante cinco meses permaneció en cuidados intensivos. Cuando en el hospital le dijeron que no podría volver a caminar, que no podía mover los brazos, ni las piernas, sólo el cuello, tragó grueso.


Después se le abrieron dos caminos: "el del papel de víctima o el otro, vivir". Escogió el segundo. Pero se aburría. De levantarse y estar todo el día frente a un televisor o un computador que controla con la voz. Fue cuando apareció el caza talentos con su propuesta de jugar boccia. Con el juego, Nathaly empezó a hacer amigos. También empezó a viajar y a conseguir medallas. Sobre su cuello se ha colgado 4 preseas de oro en torneos nacionales.


"El juego representa la posibilidad de salir de la inactividad", dice. También es la posibilidad de elevar el autoestima. Y ganar algo de dinero. A los deportistas de boccia de alto rendimiento, Indervalle les entrega una suma mensual para entrenar. El problema, aseguran algunos padres, es que hace meses no reciben un centavo. Es la historia repetida del deporte en el Valle.


A Carlos Ómar Pereira el no asistir a una práctica de boccia le representa un golpe al corazón. Llega al punto de llorar. Lo dice mientras suspende el entreno para le entrevista.


Carlos Ómar tiene parálisis cerebral debido a una bacteria que ingresó a su cuerpo cuando todavía estaba en la incubadora, en la clínica. Y como Nathaly, se deprimía de no hacer nada, de no salir, de no tener una novia. Ahora tiene una. Se llama Dennis y también juega boccia. El deporte, además de mejorar la movilidad, tiene el poder de reparar corazones rotos.


Al entreno, Carlos llega solo. Sus padres lo llevan hasta la estación del MIO de Chiminangos. Ahí se monta en su silla de ruedas. En la estación de la Plaza de Toros se baja y se encuentra con José Ómar Marín, que también llega hasta el lugar en silla de ruedas. Y forman una especie de tren, uno detrás del otro, hasta llegar al velódromo. Los transeúntes se santiguan ante tal proeza.


Proezas como las que también hace Carlos Andrés Gallego, el muchacho lisiado por una bala perdida. A punta de tutelas logró que le dieran una silla de ruedas. "Con esta discapacidad todo se logra peleando con una EPS, todo es a la fuerza", confirma Carmenza Castañeda, la madre de Carlos Ómar, sentada en una banca del velódromo. Observa a su hijo.


IV El viaje


El 25 de noviembre la comunidad boccia tiene planeado un viaje a Argentina, invitados por la Liga de Parálisis Cerebral de ese país. Sólo deben pagar los pasajes. Pero no hay dinero. La historia se repite.


Carlos Ómar, cuenta minutos antes de finalizar el entreno, ya tiene un plan. Vender chocolatinas y pulseras. Pero no es suficiente. La Liga de Parálisis Cerebral necesita un patrocinio. Y si viajan, van sin papás. Es política de Camilo. Argentina es la oportunidad de estar en un país distinto y defenderse por sí solos.


Daniel, el padre de Carlos Ómar, lo respalda. Dice que esa política es una forma de que su hijo se prepare para ese día en que esté sin papás que lo protejan, "para el día en que Carmenza y yo ya no estemos en este mundo. Esa es la preocupación de los padres de hijos con parálisis cerebral", dice con el rostro muy serio. Al frente, los muchachos hacen chistes. Ellos sólo se preocupan por reír.