miércoles, agosto 31, 2011

Lupe, la contadora de cuentos




Lupe Macchi, voluntaria de la Fundación de Cuidados Paliativos, se dedica a narrarles historias a los pacientes con cáncer. Crónica sobre cómo se espanta la  muerte con el poder del suspenso.



Por Santiago Cruz Hoyos

Unidad de Crónicas y Reportajes
EL PAÍS

La mujer, vestida de blanco, aparece en la sala de espera de la Unidad de Radioterapia del Centro Médico Imbanaco, en Cali. Enseguida toma el control del televisor y apaga el aparato que a esa hora de la mañana, 9:40 a.m. de un miércoles de octubre, emitía el programa ‘Muy buenos días’ del animador Jota Mario Valencia. Nadie se molesta por la interrupción. Incluso, algunos, la agradecen.

Con el acto, la dama capta la atención de las 13 personas que aguardan en la sala. Se trata de pacientes enfermos de cáncer y sus acompañantes, que esperan casi aburridos el llamado de una enfermera para iniciar su tratamiento del día.

Un par de minutos después se inicia lo que pareciera ser una escena de ‘Las mil y una noches’ y en la que la curiosa dama desempeña el papel protagónico, Sherezada, esa doncella que le narra cuentos al Rey Schahriar para librarse de la muerte.

Sucede que aquel Rey había tomado una decisión macabra: como su esposa le fue infiel, decidió casarse todos los días con una mujer distinta, estar una noche con aquella para después asesinarla. Así se aseguraba de que jamás lo volverían a traicionar.

Pero Sherezada le narró cuentos desde la primera velada. Y como se reservaba el desenlace de las historias para la siguiente noche, el rey le perdonaba la vida una y otra vez dominado por el poder del suspenso.

En la Unidad de Radioterapia del Centro Médico Imbanaco la mujer, con un libro en la mano, también empieza a leer historias en voz alta para espantar la muerte de la mente de los pacientes, usando como arma infalible el suspenso.

Por el recinto camina, eleva su mano derecha hacia el frente, le agrega tintes de misterio a su voz mientras narra el cuento de una niña que le regaló a su padre una caja llena de besos, o el de un cerdo que salva a un caballo enfermo de ser sacrificado por su amo. Al final, para celebrar que ya no tenía que tomar esa decisión, el dueño del caballo mata al cerdo para darse un banquete. Los ojos de la contadora de cuentos se abren aún más en ese apunto. Asombro en la sala.

Mientras el televisor estuvo encendido, los pacientes miraban el suelo, el techo, una pared. Eran ojos extraviados que miraban sin ver y anunciaban tristeza, resignación. Lo confirmaban las conversaciones que sostenían en susurro: ahí sentados mencionaban palabras como tumores, dolores, tratamientos, cáncer.

Pero cuando la contadora de cuentos empezó a narrar historias sucedió un milagro: los ojos de los pacientes la miraban sin parecer extraviados y en sus caras se vieron risas por la mala suerte del cerdo, ternura por la niña de la caja llena de besos, curiosidad por otro cuento en el que un padre le hablaba a su hijo sobre la riqueza material. Mientras escuchaban las historias, los pacientes parecieron olvidar de tajo que estaban enfermos y lo que conversaban antes: tumores, tratamientos, cáncer...

II

El 26 de septiembre de 1996, con apenas 34 años, a la contadora de cuentos le diagnosticaron cáncer. Cáncer de mama en el seno derecho.

Esa noche lloró. Acostada en su cama se imaginaba a sus hijos solos, sin madre, o peor aún, con madrastra. También se acordó de su mamá, que quedó viuda con cuatro hijos y uno más en el vientre. Antes de dormirse pensó que todo se acababa con esa noticia.

Sin embargo, a la mañana siguiente despertó con otra sensación. Tal vez por esa idea terrible de que una madrastra iba a criar a sus hijos, decidió enfrentar la enfermedad.

E inició el combate con el cáncer. Duró 8 meses y fue un duelo disputado. La dama se sometió a una mastectomía radical. A quimioterapias. A controles. Fue ahí cuando conoció lo aburridas y deprimentes que son las salas de espera de los hospitales.


Pasó el tiempo. Le dijeron que el tumor había sido eliminado de su cuerpo. Después, al año, le reconstruyeron su seno.

La contadora de cuentos ahora narra cómo venció la enfermedad. En esa historia hay varios personajes. Dios, primero; su familia, segundo; Juan Carlos Bonilla, un médico oncólogo, tercero. “Gracias a él estoy contando el cuento”, está contando cuentos.

III

La bautizaron con el nombre de una virgen: Guadalupe. A ella no le gusta. Los que la conocen, entonces, le dicen Lupe. Su apellido es italiano: Macchi. Lupe Macchi. El apellido de la contadora de cuentos viene de su abuelo, que nació en el país de Berlusconi y llegó a Colombia por Barranquilla, después de la Segunda Guerra Mundial.

Lupe nació en Ocaña, Norte de Santander. Allá, de niña, le gustaba comer cocota, una ciruela gigante que se dan en esas tierras. O irse para Los Estoraques, una gran reserva natural. O escuchar vallenatos durante horas.

Lo que no le gustaban eran los libros. Lo confirma Elizabeth Martínez, una de sus compañeras en el colegio La Presentación. Elizabeth no recuerda nunca haber visto jamás a Lupe con una novela o un libro de cuentos en sus manos. Ni siquiera cuando estudió arquitectura.

La contadora de cuentos se ríe ante la cara de asombro del reportero cuando escucha ese dato. Enseguida interviene. “Lo que pasa es que mi pasión por las historias era un león muy dormido que sólo despertó hace dos años, cuando ingresé a la Fundación de Cuidados Paliativos. Aquí trabajo como voluntaria”.


Ahora Lupe está sentada en una oficina de la Fundación, ubicada en el barrio San Fernando. La Fundación es dirigida por la psicóloga Mercedes Franco y allí se atienden a los enfermos con cáncer de Cali y de otras ciudades como Pasto y poblaciones del norte del Cauca.


A esos pacientes que vienen de otras ciudades y no tienen cómo pagar un hotel los hospedan y les dan alimentación. Y los llevan a misas y a paseos. Y les programan talleres de manualidades. Y los miércoles hay voluntarias que se disfrazan y salen para el Centro Médico Imbanaco con pitos, serpentinas, pelucas, bombas, para hacer reír a los pacientes con cáncer. Como en Patch Admas, la película, acá la enfermedad parece doblegarse ante el poder del humor. Y el de la literatura.


En realidad todo parte de una filosofía: al enfermo de cáncer hay que darle un tratamiento intensivo, pero de afecto. La meta de la medicina paliativa es mejorar la calidad de vida de hombres y mujeres con enfermedades terminales no sólo con medicamentos, sino ayudando a que el paciente encuentre un sentido a lo que está viviendo, “una realidad más profunda en qué confiar”, como diría la doctora británica Cicely Saunders, la primera científica en poner en práctica la Medicina Paliativa. Eso fue en Londres, en la década del 60.


La doctora Saunders entendía que su labor no sólo era aplacar con medicinas el dolor del cuerpo de los pacientes. Hablaba también del “dolor total”. Sabía que cuando se tiene cáncer se siente ansiedad, depresión, miedo y la familia sufre en silencio. Es otra forma del dolor.


Entonces buscó una fórmula para combatirlo: el afecto. Afecto para curarse, si se puede. O para morir pero sin sufrimiento. (Cicely Saunders murió de cáncer de mama)…


En la Fundación de Cuidados Paliativos también se cura por medio del afecto. Lupe, que en Cali lleva viviendo 23 años y dice que anda buscando novio – es separada - llegó ahí porque en una charla le dijo a su médico Juan Carlos Bonilla que quería ayudar a los pacientes con cáncer. El médico le dio la dirección de la Fundación. Y allí se encontró con un programa bautizado como 'Lectura cura'. Fue lanzado en el 2009, en el Día del Idioma: 23 de abril. Desde entonces, en la contadora de cuentos despertó el león dormido.

IV

Por medio de la ‘Lectura cura’ se pretende que los pacientes enfermos de cáncer viajen por fantasías en donde los cerdos hablan y los genios salen de las botellas. En esos mundos, claro, no existe la palabra cáncer y mientras viajan los pacientes se olvidan de ella.

Lupe dice que así sean sólo dos minutos que el paciente no piense en la enfermedad, aquellos segundos curan.


El dato lo confirma una psicóloga. “La actividad hace que el paciente, que pasa por etapas frente al tratamiento, etapa de negación, etapa de rabia, ira, culpa, camine rápido por esos estados y ‘resignifique’ lo que está viviendo. Eso en sicología es trascendental. Cuando el paciente ‘resignifica’ su estado y encuentra un sentido en lo que está haciendo, el tratamiento médico fluye tranquilamente”, asegura Natalia Herrera, de la Unidad de Radioterapia del Centro Médico Imbanaco.

Es decir: La lectura hace que el paciente deje de pensar que está enfermo, para disfrutar el mundo de los sentidos. Es el poder de la literatura como mecanismo de supervivencia.


Y a nivel mundial la Medicina Paliativa y la lectura como terapia la están aplicando cada vez con más regularidad. Se sabe, por ejemplo, que José María Hernández, un vigilante del Hospital 'Nuestra Señora del Prado' de Talavera, España, anda en los pasillos repartiendo libros a los pacientes con cáncer. Y en Colombia también se está implementando el programa Palabras que Acompañan en 46 hospitales de ciudades como Barranquilla, Bogotá, Bucaramanga, Cali, Cartagena, Manizales, Medellín y Pereira. Se trata de un proyecto del laboratorio Glaxo dirigido a niños y jóvenes hospitalizados y que promueve la lectura y la escritura como forma de sanación.

V

La contadora de cuentos termina su acto en la sala de espera de la Unidad de Radioterapia del Centro Médico Imbanaco. Ahora juega con los pacientes a las adivinanzas y en medio del juego cuenta su propia historia de vida. “Yo también estuve ahí sentada”, les dice.

La frase va cargada de adrenalina. Los pacientes la escuchan y se entusiasman. La contadora de cuentos ahora es un símbolo de esperanza.


Ahí sentado, por ejemplo, está Luis Alberto Rengifo, un hombre que tiene cáncer en el hígado. “Lo que nos acaban de presentar es muy motivante. Nos dispersa la mente con relación a la enfermedad. Los cuentos nos metieron en otro mundo, y eso es muy necesario. Le digo que siento que la actividad fue muy curativa emocionalmente y por eso es más que un simple complemento para combatir la enfermedad”.

Luis Mario Valencia es profesor de idiomas y tiene un cáncer en un lugar del cuerpo poco común: la amígdala derecha. A pesar de eso quiere hablar de la contadora de cuentos. Lo hace con esfuerzo y una voz apenas audible. “Yo he leído sobre esta enfermedad y por eso sé que necesitamos estos estados de recreación. Escuchar historias es mucho mejor que estar viendo televisión, eso hasta produce estrés”.


Ahora los pacientes van pasando a su tratamiento sonrientes y hablando de cerdos con mala suerte, niños ocurrentes que regalan cajas llenas de besos. Y la escena vuelve a asemejarse a ‘Las mil y una noches’. Así como Sherezada le contaba historias al rey Schahriar para evadir la muerte, Lupe Macchi lee cuentos para espantarla de la mente de los pacientes con cáncer.













domingo, agosto 21, 2011

El hombre de espaldas



Yhan Carlos González ama al fútbol y sin embargo, aunque en cada fecha del Mundial se le ve parado a unos metros de la gramilla del estadio Pascual Guerrero, no puede ver el juego: hace parte de la logística que vigila que nadie salte a la cancha.

EL PAÍS - CALI
Fotos: Oswaldo Paéz.
 
El hombre de espaldas ni siquiera puede mirar la pantalla del estadio. Ni siquiera eso. Si mira la repetición de un gol, por decir algo, un aficionado podría aprovechar el descuido, saltar la baranda de la tribuna, emprender la carrera hacia la cancha.

El problema no es tanto ese, que salte. El problema para el hombre de espaldas es que tiene un tramo de acción muy corto para atraparlo: el espacio que hay entre la tribuna y donde empieza la gramilla. Ese es su reino: si el aficionado pisa la cancha, el hombre de espaldas no podrá ingresar. Lo hará la Policía. Si eso pasa, será regañado. Si eso pasa y además el aficionado entra desnudo, como sucede en Europa, el regaño será tremendo. No, no se mira la pantalla, así la tenga cerca. El hombre de espaldas se mantiene de pie frente a la tribuna Norte del estadio Pascual Guerrero de Cali.

Se llama Yhan Carlos González. Dice que el nombre escrito así es italiano. Él nació en Cali hace 37 años, creció en el barrio Unión de Vivienda Popular y es hincha del América y del Real Madrid. Eso de ir por el Real le trajo problemas el pasado sábado 30 de julio, cuando en el estadio jugaron Uruguay y Portugal en la primera fecha del Grupo B del Mundial Sub 20 de Fútbol.

Tenía curiosidad. Quería ver si entre los jugadores de Portugal había uno que se le pareciera a uno de los futbolistas que admira: Cristiano Ronaldo. El hombre de espaldas anhelaba ver el juego. Dominó la curiosidad durante los 90 minutos, pero cuando llegó a casa lo primero que hizo fue prender el computador y mirar por Internet parte del encuentro. Entonces, pudo descansar.

Yhan ama al fútbol tanto como para habérsele olvidado una cita con la novia y dejarla plantada mientras él jugaba muy orondo. Alguna vez, jovencito, probó en las divisiones inferiores del Cali. Ya más grande necesitó trabajar y olvidarse de ser futbolista: fue conductor de Coca- Cola, de Bemoka y desde hace 11 años trabaja en la empresa Eventos y Producciones, en logística.


Es el coordinador de las 29 personas encargadas de evitar que los aficionados salten las barandas de las tribunas del estadio Pascual Guerrero de Cali y lleguen a la grama.


El trabajo empieza temprano, seis horas antes del partido. Los hombres de espaldas llegan, reciben un uniforme que consta de tenis negros, pantalón igual, camibuso naranja. Almuerzan, esperan. 20 minutos antes del partido Yhan, por radioteléfono, recibe la orden de ingresar a la cancha. Lo hacen por la puerta de Maratón, tribuna sur, y nadie puede llevar radio para escuchar siquiera los partidos que transmiten. Los hombres de espaldas deben tener la concentración de un militar en la trinchera. Por eso tampoco ingresan con celular. Sus familias tienen un número fijo de la empresa de logística donde pueden llamar en caso de una emergencia.


En los bolsillos, lo único que llevan son bolsas de agua: dos o tres para soportar los dobletes del Mundial, esos partidos que empiezan en la tarde con un sol que desgasta lentamente. Toman agua pero no pueden orinar. Por lo menos no durante el juego. Sólo en el entretiempo pueden hacerlo y por turnos de tres para no dejar sin vigilancia la cancha. Lo mismo pasa con la comida. Los hombres de espaldas comen en cinco minutos en esa hora libre que hay entre el partido que empieza a las 5:00 p.m., y el de las 8:00 p.m. Los hombres de espaldas son, también, un ejército de faquires.


Cuando todo terminan les pagan. Son $40.000 por turno. Después entregan el uniforme. Está prohibido llevarlo a casa. De pronto a alguien le da por no volver, y regala el camibuso. De pronto al que se lo regaló le da por ponérselo y entrar al estadio gratis.


¿Pero cómo es eso de amar el fútbol, estar en una cancha en donde se juega un Mundial, y no poder verlo? El hombre de espaldas se ríe y dice que es un oficio tensionante. Cuando el estadio grita “¡uyyy!” por una pelota que rozó el palo, por ejemplo, los hombros se mueven, el cuello intenta girar, los ojos quieren mirar. Pero se contiene. “Es lo mismo que pasa con la novia”, dice.


Estar en un Mundial de fútbol y no poder verlo es como caminar con ella, con la novia, y que al lado pase una mujer despampanante, coqueta, con escote y minifalda y tener que disimular, seguir de largo sin mirar. Es una tortura.









jueves, agosto 18, 2011

El inmortal



A los 20 años, Marvin Ceballos estampó para siempre su nombre en la historia del fútbol: es el primer jugador de Guatemala en marcar un gol en un Mundial. Encuentro de 15 minutos.


Por Santiago Cruz Hoyos
 El País - Cali

El muchacho está tan tranquilo, tan sereno. Pareciera que fuera viernes y tuviera la tarde libre. Pero no: es martes, son las 2:00 p.m., y apenas faltan tres horas para que inicie el partido. Su equipo, la Selección de Guatemala, enfrentará a Portugal por los octavos de final del Mundial Sub 20 de Colombia. El estadio, el Pascual Guerrero de Cali, estará lleno. El rival  ha sido dos veces campeón del mundo en la categoría. No importa. El muchacho, además de tranquilo, está seguro de sí mismo.

En el lobby del hotel ya se empieza a ver gente que camina apurada. Los utileros cargan el bus con tulas de uniformes y balones. A las 3:00 p.m. la Selección Guatemala deberá estar en el estadio.

Marvin Ceballos, mientras tanto, tiene permiso para hablar 15 minutos. Es el único jugador de su país que ha marcado un gol para Guatemala en un Mundial. Se lo hizo a Croacia. Ganaron 1-0 en el último juego de la primera fase del torneo. Por eso están en este hotel. Por eso clasificaron a pesar de que en las dos primeras salidas del equipo los golearon, les metieron 11 goles. Guatemala, por cierto, nunca había jugado un Mundial.

El jugador que ya es inmortal quizá no tenga muy claro eso, que ya es inmortal. Pasa: cuando se consiguen los éxitos, el hombre no logra dimensionarlos en toda su magnitud. Gane o no gane títulos en el futuro, se convierta o no en una gran figura, Marvin Ceballos, a los 20 años, ya consiguió que sea recordado y mencionado por los siglos de los siglos, por lo menos en su país.

Ahora saluda sonriendo y estrecha la mano. Es menuda, delgadita, como su cuerpo: mide apenas 1.64 y en las estadísticas figura como el tercer jugador de menor estatura en el Mundial Sub 20. Seguro: si los defensas lo cargan en la cancha lo lanzan lejos, a metros. El problema es cargarlo. Es escurridizo, rápido. Pero ahora, mientras ya hay gente que trota por el lobby del hotel para tener todo listo para el partido, Marvin Ceballos conversa sin afanes.

Nací en la capital, en Ciudad de Guatemala, pero desde muy pequeño me crié en Amatitlán, un municipio de mi país. Tengo una hermana, la mayor, Melani, y mi hermano menor, Andrés. Mi mamá, Letty, y mi papá, que se llama como yo: Marvin. Él también fue futbolista. Jugó en Aurora, en Municipal, en Comunicaciones, en la Selección. También era volante.


Lo de ser futbolista se trae. Desde pequeño fue lo primero que quise en la vida y siempre mis papás me apoyaron. Desde ahí empezó todo. Empecé jugando a nivel profesional en Comunicaciones, que es mi equipo actual.


El fútbol en Guatemala es importantísimo. Es lo que más se vive. Lamentablemente, tal vez por tantas tristezas que les había dado el fútbol guatemalteco, mucha gente se había alejado, pero gracias a la clasificación de nosotros a los octavos del Mundial volvió a ser una pasión que todos quieren vivir de nuevo.


Y gracias a Dios el gol que nos dio la clasificación lo marqué yo. Por ese gol me llaman varias personas, periodistas, familiares. Pero siempre lo he dicho: fue trabajo de todos y fue una bendición de Dios que me haya tocado hacerlo.


Siempre lo visualicé, el gol, siempre prensé en ello. Pero antes de eso, lo primero era aportarle al equipo.


En el camerino, cuando terminó el partido, disfruté. Estábamos todos juntos celebrando. Pero hubo un momento en que me senté, solo, a pensar en todo lo que me había costado estar en ese camerino. Pensaba también en el esfuerzo de uno para conseguir algo, en todo el esfuerzo ratificado en ese gol.


Porque para ser futbolista se tienen que hacer sacrificios duros. Dejar a un lado la familia, amigos, muchas cosas que un joven de mi edad tendría que disfrutar. Pero siempre esos sacrificios los asumí con madurez, sabiendo que si el fútbol es lo que me gusta, tendría que hacerlo. Yo siento que todo ese esfuerzo se ve recompensado ahora.


Lo principal en mi vida es el fútbol y el estudio. Obviamente, por el Mundial, tuve que alejarme del estudio. Ya estaba en la universidad y tuve que dejar el semestre. Estudiaba ingeniería informática. Y lo principal también es compartir con la familia, y me gusta el cine. También saber de Dios. Soy católico.


Después del gol ante Croacia sigo siendo el mismo. La humildad es la base de todo. Pero obviamente te cataloga un poco más. Ese gol que hice y ver el nombre de todos mis compañeros marcados en la historia, es lo que más motiva. Y ver el apellido de uno, el nombre de uno, representando a bastantes familiares y millones de personas es una sensación que no te puedo explicar.

Adelmar Peralta, el Jefe de Marketing de la Selección Guatemala, se acerca, dice que ya es hora de que Marvin se aliste para el partido. En el último minuto de la entrevista dirá que sus ídolos son Leo Messi y sus padres. Y que la tranquilidad que refleja tiene que ver con una premisa: al Mundial se vino a disfrutarlo, no a sufrirlo. Marvin entró a un ascensor. Y en el partido ante Portugal perdieron. 1-0 y con un penal dudoso. En Guatemala, sin embargo, fue recibido como héroe. A Marvin ya le dicen el pequeño gigante y su familia se está volviendo famosa. En el teléfono está Marvin Ceballos, papá. ¿Cuándo fue la primera vez que su hijo conoció un estadio de fútbol?

Un hermano tuvo la gentileza de llevar a Marvin a un juego. Fue un día en que yo jugué contra Municipal, el otro equipo grande de Guatemala. Marvin estaba muy chiquito. Tres, cuatro años, y es de los recuerdos bonitos que tengo como padre y futbolista.


Y desde niño él ha tenido una gran pasión por el fútbol. Mi nombre abre camino, pero Marvin, con su pasión, está haciendo su propia historia. Como ese gol contra Croacia.

Cuando llegó al país, al pueblo donde vivimos, lo recibieron con una algarabía tremenda. Ni siquiera nos dejaron dormir. Había gente en la calle, música. Y la municipalidad le está organizando un reconocimiento, una caravana, que aún no tiene fecha. Y a la casa no paran las llamadas, las entrevistas. La familia ha cambiado su ritmo de vida, pero compartimos esta alegría con todos. Guatemala estaba necesitando de triunfos.

Marvin Ceballos es el nuevo ídolo de un país. ¿Cómo no? Le enseñó qué es ganar a Guatemala.



lunes, agosto 15, 2011

¿Cómo se cocina para jugadores mundialistas?




Cocinar en un Mundial es un trabajo que poco admite el descanso. Los turnos empiezan a las 6:00 a.m. y terminan en la noche, con la última merienda de los jugadores. Los Sub 20 comen 5 veces al día. Relato de una mañana agitada en la cocina del Hotel Intercontinental de Cali.



Aquí, en esta cocina, está prohibida la barba. También los anillos, las pulseras, las cadenas, las uñas pintadas.


Para los visitantes ocasionales que no tardarán más de un par de horas y no cocinarán, claro, hay algunas excepciones. Se puede entrar con barba frondosa incluso, pero jamás, jamás, sin la indumentaria exigida: tapabocas, gorro, bata. A quien vaya a manipular un alimento se le entregan guantes. Son normas que no tienen cláusulas. Desde el gerente hasta el chef más premiado y famoso deben obedecerlas.

Cocinar para jugadores mundialistas y comensales de hoteles cinco estrellas exige dominar a la perfección el arte de la asepsia.

El asunto no finaliza con la pulcritud en la que deben permanecer los 25 trabajadores de esta cocina, quienes por cierto se les ve concentrados frente a las estufas con sus zapatos negros muy lustrados, muy brillantes. Hay otro ejemplo: los casi 100 kilos de piñas y manzanas que consumen los jugadores del Mundial Sub 20 en cada desayuno, pasan previamente por un proceso científico de lavado y desinfectado. Eso se hace en un cuartito que se llama Fruver, y ahí el encargado es Héctor Huertas. Es curioso eso de tener el apellido Huertas y trabajar en medio de frutas y verduras. Héctor explica que el lavado de casi todo se hace con una mezcla de agua y vinagre.

Huele a carne a la parrilla. Es viernes, son casi las once de la mañana, y en la cocina del Hotel Intercontinental de Cali ya preparan el almuerzo de las cuatro selecciones que desde hoy disputan el Mundial de fútbol en esta ciudad: Uruguay, Nueva Zelanda, Camerún, Portugal.

En los menús de los jugadores está prohibido el vino, las cervezas. En el menú de Camerún está prohibido el cerdo y las carnes rojas, además. El chef Élmer Caicedo, encargado de la cocina por estos días, sospecha que la razón es cultural.

En todos los menús los platos son más o menos los mismos: este mediodía Nueva Zelanda tendrá un buffet que incluye pollo, cordero, pescado y rissoto; Camerún almorzará pasta con salsa Alfredo (mantequilla, dientes de ajo, queso parmesano) o pernil de pollo con arroz blanco; Portugal tendrá una crema de pescado o espaguetis con salsa de queso y champiñones, que será preparada por su chef exclusivo, Luis Patra’o; los uruguayos se servirán una sopa de vegetales, una pechuga de pollo a la plancha, un té digestivo.

Carne es lo que más se cocina para los mundialistas. 250 gramos por cada jugador en el almuerzo, una libra en el día, 28 kilos por equipo a la semana, 112 kilos por todas las selecciones, casi 500 en un mes. Lo que se come es carne y carbohidratos. Sólo Nueva Zelanda, al día, consume 40 kilos de papa. En la pastelería informan que en una mañana se pueden partir unos 250 huevos. Y son tantos los panes que se producen, que no tienen una idea exacta de la cuenta.

Cocinar para jugadores mundialistas es una tarea en donde no se conoce el descanso. El movimiento en la cocina es casi de 24 horas. Empieza a las 6:00 de la mañana, cuando se alista el desayuno; sigue el almuerzo, que termina a las 2:00 de la tarde. A las 4:00 hay una merienda, a las 8:00 se sirve la cena, a las 10:00 se termina con otra merienda.

Los jugadores deben comer cinco veces al día y uno de los trabajos más desagradecidos en la cocina, el que pocos quieren tener, es el de Richard Duván Osorio. Richard es encargado de lavar los platos. Y en esta cocina se cuentan por miles. El cálculo es de 4.000 platos, 4.000 copas, 4.000 vasos, 4.000 tenedores. Pero hay una maquinita bendita que le hace más fácil el trabajo a Richard, una maquinita que debe estar entre los cinco mejores inventos del mundo: un aparato que lava todo a vapor.

Ya es mediodía, la hora de servir el menú. Y por supuesto, los jugadores son rivales, no se verán las caras mientras almuerzan. Camerún comerá en el piso nueve del hotel, Portugal se ubicará en el segundo, Uruguay estará junto a la terraza, Nueva Zelanda cerca del gimnasio. Sólo hasta esta tarde y noche, en el Estadio Pascual Guerrero, se mirarán, por fin, de frente.

lunes, agosto 01, 2011

El futbolista que no descansa



James Rodríguez tiene 20 años y ya fue campeón siete veces, ya vale 60 millones de dólares, ya le dicen estrella, ya se casó. ¿Cómo se consigue todo tan rápido? El muchacho tiene afán para entrenar y conserva la madurez de un hombre de 30.


Vea el cubrimiento del Mundial Sub - 20 en El País - Cali

El profesor Rubén Darío Bedoya dirigió a James Rodríguez en el Envigado. Y sí, dice lo que se conoce: que el muchacho tiene una zurda exquisita, que la pegada de media distancia es mortífera, que con el balón en los pies tiene una condición técnica innata, que su talento fue fundamental para que el equipo ascendiera de nuevo a la primera división del fútbol colombiano en 2007.

El profesor Bedoya dice todo eso de corrido, pero se detiene en un detalle que hizo de James Rodríguez un jugador distinto a los demás muchachos del equipo: no descansaba.

“Siempre tuvo una idea persistente de superarse. Cuando regresaba a Envigado de la Selección, así tuviera permiso para descansar, él decía que no quería, que mejor se iba a entrenar con nosotros a la cancha de El Dorado. Lo que está ganando ahora, todos esos frutos, es el resultado de ese interés constante por mejorar como jugador de fútbol”.

Parece que James Rodríguez tiene afán por entrenar para pulirse. Y se supone que ese afán disciplinado, más su talento como jugador de ataque, han hecho que el muchacho, a los 20 años, haya alcanzado lo que podría lograr un jugador en toda una carrera e incluso, lo que muchos ni siquiera han imaginado alcanzar: ya pasó por el fútbol profesional colombiano y obtuvo un título de segunda división; ya pasó por la primera de Argentina con el Banfield de Julio César Falcioni y fue campeón; ya fue figura también con la banda de Falcioni en una Copa Libertadores en la que le hizo goles al Morelia, al Deportivo Cuenca, al Nacional de Uruguay; ya juega en Europa y el equipo que quiera contar con sus servicios deberá pagarle al Porto de Portugal 60 millones de dólares; ya es la figura de la Selección Colombia que disputa desde ayer el Mundial Sub 20. La ‘tricolor’ debutó contra Francia.

A los 20 años registra, además, siete títulos: los obtenidos con Envigado (2007) y Banfield (Apertura en Argentina 2009); la Supercopa de Europa con el Porto (2010); la Liga de Portugal con el Porto (2011); la Copa de Portugal con el Porto (2011), en la que en la final marcó tres de los seis goles de su equipo; la Uefa Europa League con el Porto (2011); el Torneo Esperanzas de Toulon con la Selección Colombia (2011).

También ha batido varios registros: en Argentina figura como el extranjero más joven en salir campeón (18 años) y el más joven en debutar y marcar un gol (17 años).

Y a eso hay que sumarle que ya se casó. El dato en estos tiempos es también un récord, por su juventud. Su esposa se llama Daniela Ospina y es la hermana de David, el arquero del Niza de Francia y de la Selección Colombia Mayores. Seguro: James Rodríguez se quiere tragar el mundo.

Sin embargo, en toda esta historia, cómo no, hay una duda: ¿podrá el muchacho manejar la gloria?

Si a los 20 años te dicen que valés 60 millones de dólares, por ejemplo, a lo mejor la cabeza indica que el ritmo se puede bajar, que se puede dejar de entrenar, que gran parte del camino ya está recorrido, que para qué más trote y abdominales y madrugadas si ya estás en la cima. ¿Cómo evitar que el éxito estropee la carrera de un deportista como tantas veces ha sucedido?

James Rodríguez papá, ex futbolista, ahora ‘profe’ en las inferiores del Envigado, informa que en su hijo no existe el riesgo de que la fama lo saque del fútbol. James Rodríguez papá asegura que James hijo tiene la madurez de un hombre de 30, que es un adelantado no sólo del fútbol sino en el carácter. No importa que tenga cara de niño, que ni siquiera tenga un pelo de barba, el muchacho después de sus vivencias en el extranjero está maduro como para manejar el buen momento, el reconocimiento, el flash en la cara.

El técnico Hugo Castaño, que puso a debutar a James en el profesionalismo con apenas 15 años y fue uno de los gestores para que llegara a Argentina, confirma lo dicho por James papá: “ Ese pelado tiene personalidad, sabe para dónde va, por eso el éxito no lo va a afectar. Si no lo afectó después de todo lo que ha ganado, mucho menos lo va a perjudicar ahora. Me acuerdo que había gente que se burlaba porque él y su familia pensaban en grande, en llegar lejos, le decían que no era posible. Creo que esas burlas también impulsaron a James a ganar lo que ha ganado”.


Eso que tanto tiene, madurez, carácter, es lo que justamente se espera de James en la conducción de Colombia en este Mundial. Madurez, carácter, y un poco más del número 10 de la Selección, por supuesto: fútbol y goles en esa carrera para coronarse campeón del mundo. ¿Por qué no? Su palmarés dice que en el fútbol no existen los imposibles.