miércoles, septiembre 07, 2011

Memoria del horror




Habitantes de Nueva York aún recuerdan con detalle la tragedia y le explican al mundo cómo fueron los años siguientes al 9/11.

Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos cortesía Stephen Ferry
EL PAÍS - CALI

Once de septiembre de 2001. Juan Ramírez, caleño, conductor de una limusina en Nueva York, debía estar a las 7:45 a.m. en el Millennium Broadway Hotel, ubicado a sólo 5,5 kilómetros de las Torres Gemelas. Su misión era recoger a Mr. Rivera, uno de sus clientes.

Juan Ramírez no llegó al sitio. Se quedó dormido. La noche anterior había manejado, hasta tarde, por media ciudad. Quería estrenar su primer carro nuevo.

Se levantó a las 7:30 a.m. Afanado, llamó a Mr. Rivera. Su cliente lo tranquilizó. Le dijo que un amigo lo llevaría al aeropuerto. Casi una hora y media después, Juan Ramírez recibió una llamada. Esthela, su esposa, le contó la tragedia: a las 8:46 a.m., un avión se había estrellado contra la Torre Norte del World Trade Center. Juan Ramírez prendió el televisor para ver en directo las imágenes. A las 11:30 a.m. no aguantó más. Salió rumbo al lugar.

Stephen Ferry, fotógrafo, descansaba en su casa. El día anterior había regresado a Nueva York después de realizar un trabajo en México. Recibió una llamada urgente. Era su asistente, que lo puso al tanto de la situación. Stephen cogió su cámara, empacó rollos, paró un transporte y pagó una cifra exagerada para que lo llevara al lugar de los hechos: 150 dólares.

Óscar Cruz, taxista colombiano, esperaba a un pasajero para llevarlo a Downtown, cerca de las Torres Gemelas. El pasajero, una vez enterado del suceso del avión estrellado, canceló el servicio.

Óscar Cruz se fue hasta un restaurante y se quedó viendo la noticia por televisión. En el restaurante se escucharon gritos durante toda la mañana, sobre todo cuando se estrelló un segundo avión, esta vez contra la Torre Sur del World Trade Center. Eran las 9:02 a.m.

Anthony Riani le escribió a este diario su relato. El 11 de septiembre tomó el tren de Dover a Hoboken para llegar a su trabajo en American Express, en el World Financial Center, edificio número tres, piso 32, frente a las Torres Gemelas. Riani cruzó de Hoboken a Manhattan en ferry, por el río Hudson. Se bajó en Battery Park y caminó hasta su oficina. A las 8:46 a.m. revisaba correos electrónicos, cuando oyó un sonido como el de un viento huracanado. Después, escuchó una explosión. Miró por una ventana. Vio un hueco negro en la Torre Norte del World Trade Center. Salía humo.

Dieciséis minutos después escuchó un grito de alguien cerca a su ventana: “allí viene otro avión bien bajito”. Iba en dirección a la Torre Sur del World Trade Center. Se estrelló. Anthony Riani vio una bola de fuego.

II

Al mediodía, Juan Ramírez ya se acercaba al puente de la 59 que conecta a Manhattan con Queens. Allí lo sorprendió una multitud de personas que caminaban descalzas, con sus cuerpos impregnados de polvo. A varios se les veía heridas abiertas, ensangrentadas.

Uno de los caminantes lo detuvo. Era un hombre de edad que iba con los zapatos en la mano y el rostro rojo, por el sol. El hombre le pidió que lo llevara a casa, ubicada a unas dos horas en auto. Juan Ramírez le dijo que no podía, que el tráfico estaba imposible. El señor de la cara roja no le dijo nada.

Juan Ramírez arrancó y miró por el retrovisor. El hombre lo miraba con desilusión, con tristeza. Juan Ramírez dio reversa. Lo recogió. Tardó menos de dos horas en llevarlo. Al regreso, demoró ocho. Los semáforos en Nueva York no funcionaban, en la ciudad se reportaban accidentes de tránsito.

Stephen Ferry, por su parte, tomaba fotos en el lugar de la tragedia para la revista Time Magazine. Junto a un bombero, (cuando ya las dos torres habían caído) escuchó seis disparos que provenían de una edificación en llamas. El bombero le dijo una frase que lo sacudió: en este momento está muriendo un policía. Por el sonido de las balas, el bombero supo que eran tiros de un agente. El bombero explicó también que el exceso de calor hacía que, a veces, las armas se dispararan.

Óscar Cruz seguía atento en el restaurante. Ya era prohibido ingresar al sitio donde hasta en la mañana estaban aún las Torres Gemelas. Durante seis meses se mantuvo la prohibición de ingresar a lo que hoy se llama zona cero.

En el restaurante, por televisión, Óscar Cruz empezó a ver gente que se tiraba de las Torres. Hombres y mujeres saltaban de los pisos 96, 97 y 98. No tenían opciones. Era lanzarse o morir en llamas.

Anthony Riani vio en directo a esas personas que se lanzaban. Se sorprendió tanto que quedó con la boca abierta. Después sintió un dolor en el estómago que no lo dejó seguir viendo ese suicidio colectivo, desesperante.

Anthony se retiró del lugar. Se montó en el ferry, que siguió la ruta por el río Hudson. En la mitad del río, Anthony seguía mirando las Torres Gemelas. De pronto oyó una explosión. Uno de los edificios empezó a desplomarse. Anthony Riani vio enseguida un gran hongo de polvo y humo.

III

Juan Ramírez se levantó al siguiente día de la caída de las Torres Gemelas deprimido. Era el estado general de la ciudad. Desde ese 11 de septiembre de 2001, además, no volvió a saber nada de dos de sus amigos: el colombiano Iván Rodríguez y el chileno Carlos Julio. Trabajaban en parqueaderos cercanos al World Trade Center.

Óscar Cruz también se deprimió. Su trabajo como taxista estuvo casi suspendido. Gran parte de sus servicios de transporte lo toman los turistas. Y los turistas no volvieron a Nueva York durante varios meses.

Óscar Cruz asegura que aún en la ciudad hay gente en tratamiento psicólogico debido a los atentados. También hay gente que está muriendo por cáncer en la garganta, en los pulmones. Son enfermedades que padecen algunos de los que trabajaron en las labores de limpieza del bajo Manhattan. El humo, el polvo, tardó varios días en disiparse. El cielo de Nueva York se mantuvo gris.

Stephen Ferry ahora está radicado en Colombia. Después del 9/11 entendió aún más el dolor que genera una tragedia. Aunque aclara que antes de los atentados no era un hombre frío.

Anthony Riani cambió su vida. Decidió no volver a trabajar en Nueva York (se sospecha que 1,6 millones de personas se fueron de la ciudad para superar el daño psicológico generado por los atentados).

Anthony, además, se volvió más espiritual. Pero aún siente dolor por no haber podido ayudar más el día de la tragedia y tiene grabada en su memoria la imagen de esas almas que caían al vacío desde las Torres Gemelas “como ángeles sin alas”.