miércoles, abril 23, 2008

Tributo al ‘Palomo’ Usurriaga



¿Te acordás de tus tardes gloriosas, Palomo? ¿De tu tranco largo, sonrisa picara, y ese desparpajo y genialidad con un balón de fútbol? Parecías, cuando entrabas a una cancha, un iluminado de los dioses. Arreglabas cualquier partido. Eso sí, si te daba la gana. Si querías eras el más grande, no importaban defensas inspiradas o un arquero volando de palo a palo. El balón, definitivamente, iba al fondo. En la cancha se hacía tu voluntad, Albeiro.

Hoy es 11 de febrero de 2007. Hoy se cumplen tres años de tu asesinato. Allí, bajo la sombra de un árbol, está toda tu familia, acompañándote. Allí está doña Esther, tu madre, la que sagradamente, cada domingo, viene a este, el Cementerio Metropolitano del Sur, para rezarte, para cuidarte, para consentirte. Aún eres el niño mimado de tu mamá, Albeiro, con la que siempre dormiste porque te daba pánico dormir solo. ¿Te acordás, Palomo?

También está William, tu cuñado, el que te llevó al América para que le cuidaras un maletín, y vos, atraído por la redonda, te pusiste a jugar. El profesor Edgar Mallarino te vio y te lanzó una frase que a la larga te salvó la vida, Palomo, te la cambió. "Mañana te espero", te dijo. Desde ese día dejaste de ser chatarrero, de armar bicicletas para venderlas, de trabajar en duros oficios. Desde ese día el destino te llenó de gloria, y mucha.

Allí, a lo lejos, se acerca Yolanda, tu hermana. Con ella compartiste tus épocas imborrables en el Atlético Nacional, de Medellín. Yolanda fue tu compañía en la Capital de Antioquia, porque ni así, con fama, plata y gloria, podías dormir solo.

Esos años, los 80, serán inolvidables para el fútbol colombiano y para tu historia. Tu destino grandioso empezó cuando te anunciaron que ibas a ser inscrito para jugar la Copa Libertadores de América del año 89. Saliste corriendo, feliz, a llamar a tu mamá a la casa de una vecina, en el barrio Doce de Octubre, porque en tu casa no había teléfono. Necesitabas el registro civil para la inscripción. ¡Qué alegría!

Ése fue tu año, Albeiro. Empezaste a salir en los periódicos, en la televisión, en la radio. Que tal esa tarde, un 17 de mayo, en que le marcaste, vos solito, cuatro goles al Danubio de Uruguay y llevaste al Nacional a la final de la Copa Libertadores. ¡Qué tarde tan apoteósica, Palomo!

El diario El Colombiano, en su primera plana de la edición especial, lo resumió todo: ¡USURIAGAZO!, tituló. "Albeiro Usurriaga los dejó verdes", apareció en otro diario nacional mientras la prensa uruguaya, triste ante la derrota por 6 – 0, se desbordó en elogios para tu fútbol. "La vimos negra con Usurriaga", se comentó en EL PAIS, de Montevideo. El comentarista Hernán Peláez Restrepo, en El Tiempo, escribió un titulo memorable en su columna Cara y Sello: "Sí se murió Gardel". Y de entrada se preguntó: ¿Si en Medellín se murió Gardel, porque no iba a morir Danubio?

Atrás quedaron los malos momentos en el Deportes Tolima, de donde regresaste enfermo y flaco, o tus chispazos de fútbol en el Cúcuta Deportivo, donde empezabas, de a poco, a mostrar tu grandeza. Atrás quedó el día en que el técnico Miguel Ángel López, del Junior, no te aceptara para su equipo. Ahí, en Nacional, te destapaste, Palomo.

Y siempre fuiste el mismo. Ni siquiera leías lo que te escribían en los periódicos. A lo sumo hojeabas los titulares, las fotos, pero nada más. No cambiaste, no te creciste. Tu madre, doña


Esther, lo ratifica, al igual que tu hermana, Yolanda, y don Hildardo Hernández, el hombre que con su hijo Daro, vinieron desde Bogotá a ponerte unas flores amarillas, blancas y rojas. Vinieron a conocer tu tumba, a rendirte un tributo hoy, 11 de febrero, en tu tercer aniversario. ¿Te acordás de ellos, Palomo?

Entablaron una amistad invencible. Fue don Hildardo, el día que llevó a uno de sus hijos a la concentración de Nacional en Bogotá a conocer a René Higuita, quien te salvó de una multa o una fuerte sanción en el equipo. Cuando llegó don Hildardo con su hijo sólo estabas vos, Palomo. El resto del plantel ya se había ido para el Terminal. Te dejó el bus.

Don Hildardo te salvó. Te llevó en su carro y hasta llegaste primero que los demás compañeros. De ahí nació una gran amistad. Y vos le cumpliste el sueño a su hijo de conocer al gran René Higuíta, el loco René.

Dice don Hildardo que llegaste a ser como de la familia, que a su casa llegabas para ponerte a jugar fútbol con los muchachos del barrio, en Soacha. Eso sí, no te gustaba perder, así fueran esos partidos de galladas. Dice, también, que el único técnico al que le tenías tal respeto, que rallaba con el pánico, fue al doctor Gabriel Ochoa Uribe. Con él no se te pasaba por la cabeza hacerte el lesionado para no ir a entrenar o inventar alguna mentira. "A ese señor le tengo miedo", decías.

En cambio, con Pacho, con Maturana, la cosa era a otro precio. Una Semana Santa te iba hacer entrenar un jueves y viernes santo y te negaste. Eso no era con vos. A lo mejor te convertías en estatua de sal, o en pescado, o en cualquiera de esos mitos. El caso fue que no entrenaste. No y no. Y punto.

Ahí, Palomo, estaba tu esencia. Ser un irreverente en la cancha y frentero, descomplicado, desprevenido ante la vida fuera de ella. Decías lo que quisieras sin tapujos, sin rodeos, sin importar quien estuviera en frente.

Y precisamente con Maturana fue un amor tormentoso, de lunas de miel y separaciones. Su apellido, en tu familia, causa malos comentarios y caras malhumoradas. Doña Esther, por ejemplo, no entiende aún porque no te llevó al mundial de Italia 90. No entiende como, si con tu recordado gol contra Israel clasificaste a Colombia, no fuiste a la competición más prestigiosa del balompié.

Ella cree, como tu hermana, que no te llevaron por envidias, porque con tu fútbol opacabas a Maturana. Donde quiera que estuvieras brillabas. Y se hablaba era del gran Palomo. Eso es lo que creen. Y es tal el resentimiento, que doña Esther fue la única colombiana que celebró con trago y comida hasta altas horas de la noche el gol de Roger Milla con el que Camerún eliminó a Colombia del Mundial. Mientras el país lloraba la derrota, doña Esther, que poco seguía los acontecimientos del fútbol, celebraba en el Doce de Octubre como la más acérrima hincha de los africanos.

Aquí, en el Cementerio, todavía tienes reconocimiento. Cuando llegué buscando tu tumba, preguntando por el Lote 582, Jardín S – 53, me mandaron de izquierda a derecha, de arriba abajo. Que en la esquina, que más allá, que volteando. "Es la tumba del Palomo", me animé a preguntarle a un sepulturero después de dar vueltas. "Ahhh, ve la señora con sombrilla, por el carro verde, al fondo. Vaya que ahí es. Por ahí pregunta y cualquiera le dice". Todavía, Palomo, sos una estrella. El anonimato no va contigo.

Y aquí, sentado junto a tu madre, recordándote, se me vinieron a la cabeza los recuerdos de tus goles con el América. Eras, para mí, un ídolo, un héroe de infancia. El estadio Pascual Guerrero aún extraña ese grito de batalla que bajaba enfurecido de nuestras gargantas de hinchas para que entraras a la cancha: ¡Usu, Usu, Usu! Era una orden inquebrantable para el técnico. Tenías que entrar. El estadio se estremecía con los aplausos que arrancabas cuando te parabas a calentar. Y de nuevo: ¡Usu, Usu, Usu!

Recuerdo una hazaña que sólo lograste vos, Palomo. Fue en Barranquilla. Finalizaba la tarde de un domingo y América, faltando 15 minutos, perdía 2 – 1, con el Junior. Y era de esos partidos Palomo que no se pueden perder. De los que si uno es ateo pues le toca ponerse a rezar, o si es cabalero pues igual. Se hace lo que sea, con tal que el equipo gane. Si toca prender una vela se prende, o quemar un sahumerio pues también. Lo que sea. Había que ganar.

Y te paraste a calentar. En Cali, yo estaba frente al televisor, comiéndome las uñas, caminando de un lado a otro. Y entraste a la cancha, vestido como tanto te gustaba, de blanco. Estabas inspirado y el Junior, se derrumbó ante tu grandeza. Cuando finalizó el partido el marcador lo dijo todo. Junior 2 – América 3. Y yo feliz, corriendo por los pasillos de la casa celebrando el triunfo. Qué épocas, Palomo.

En Argentina también fuiste ídolo, también fuiste un gigante. Jugaste 63 partidos con el Independiente de Avellaneda, marcaste 20 goles, levantaste tres trofeos y te metiste, de entrada, en el corazón de los gauchos, quizá los hinchas más apasionados y exigentes del continente.

Mirá lo que escribieron en el portal de Independiente cuando caíste asesinado por la balas. Mirá como te recuerdan: "Albeiro Usurriaga está en la sagrada galería de los intocables junto a Antonio Sastre, Ricardo Bochini, Elbio Pavóni, Ernesto Grillo, el Negro Rolan, Rubén Navarro, tantos… La diferencia es que el Negro nunca buscó ser un héroe deportivo, jamás se lo planteó.


Era ídolo porque sí". Y más atrás escribieron: "Apenas asomaba su esbelta figura de ébano por la tribuna el estadio estallaba en un grito: ¡U-Su-riaga… U-Su-riaga! Recibía ovaciones por caminar, por estar, por ser"…

Cincuenta mil hinchas de Independiente te aclamaron en un partido contra Cienciano del Perú, sin jugar. Estabas ahí, en las graderías. Y el estadio estalló alabándote. "¡U-Su-riaga… U-Su-riaga!" Qué hermoso es el fútbol, Albeiro.

En 1997 empezaron los problemas. Ese año, en agosto, en un partido contra el San Lorenzo de Almagro, resultaste positivo en la prueba antidoping. Tenías rastros de cocaína. Desde entonces, Albeiro, tu fútbol se fue apagando, a cuenta gotas. Viajaste a México, a Ecuador, regresaste a Colombia, pero ya no eras el mismo. Era un fútbol plano, triste, como sin alma. No eras el Palomo que todos conocíamos. Desde 1997, hasta 2001, cuando no volviste a las canchas, tu diablura con el balón se fue rezagando, lentamente.

Fue, Palomo, una despedida triste, silenciosa. A tus 37 años colgaste los guayos con la amargura de que a diferencia de otros grandes como el Pibe Valderrama, no te hicieron partidos de despedida y homenajes dignos de tu historia, dignos de tus goles. Saliste, Palomo, por la puerta de atrás, con la amargura de no haber ido a un mundial y no ponerte la camiseta de tu equipo amado, el Deportivo Cali. La oportunidad nunca se te dio. El fútbol colombiano te olvidó.

Tu nombre volvió a sonar en Colombia y el mundo entero en la noche del 11 de febrero de 2004. Esa noche, a las 8:10 Albeiro, estabas jugando cartas con tus amigos del Doce de Octubre en un establecimiento de juegos de azar y venta de bebidas y comestibles, cerca a tu casa. Hasta allí llegó un pistolero con dos armas en cada mano, un joven imberbe de aproximadamente 16 años. Tenía una gorra y una bufanda negra que le cubría parte del rostro y así, cubriendo su cara, te disparó siete tiros, a quemarropa. La vida, Albeiro, se te fue. ¡Te mataron, Palomo!

La noticia le dio la vuelta al mundo. La gente del fútbol, desde el presidente de la FIFA hasta los hinchas que vibraron con tus jugadas, se pronunciaron. Tu ausencia se sintió. Tanto, que hasta uno de tus seguidores mandó a elaborar tu figura en relieve sobre una de las paredes de la taberna donde fuiste asesinado.

Observo tu tumba, en donde estás enterrado con Eliana, el gran amor de tu vida, la mujer que partió de este mundo un 24 de julio de 1999, también de forma violenta. Hay flores, arreglos en icopor en honor a tu memoria. Más allá tu familia, junto con don Hildardo y su hijo, Daro, tus únicos amigos que vinieron a visitarte. Todos ellos, Albeiro, desconocen la razón de tu muerte. Todos se preguntan qué paso, porque te quitaron la vida si no eras un hombre de problemas. Nadie entiende, Palomo. Quizás vos tampoco.

Esta, Albeíro, es la historia que trata de responder esas preguntas. Es la historia de "La Nana", el sicario que te quitó la vida, y la historia de Jeferson, el hombre que con su banda, sembró pánico en la ciudad. Esta, Albeiro, es la historia de tus verdugos. Escúchala...

Arriaga, en tres escenas



Guillermo Arriaga, el creador de las historias de Amores Perros, 21 Gramos y Babel, se niega a aceptar que sea definido como un guionista. Es escritor, a secas. Y de los grandes. Perfil de un hombre en tres actos.


Por Santiago Cruz Hoyos
Especial para El País


Un cazador que escribe

Arrodillado, con dos balas de escopeta sujetadas por su boca. El arma apuntado. Dispara. Carga de nuevo. Dispara. Cae una manada de jabalís que se abalanzaban contra él.
Se resbala. Un jabalí lo ataca. Está en el suelo, casi derrotado. Uno de sus perros se lanza a la cara del animal. Arriaga se re incorpora. Con un cuchillo atraviesa la carne del jabalí. El animal muere.
Esa es una de sus grandes pasiones: cazar. Esas, las dos únicas ocasiones en que su vida ha estado en riesgo. Guillermo Arriaga, el reconocido escritor mexicano, se define como un "cazador que escribe". Debe medir más de un 1:85, es corpulento, y en su rostro se dibuja una barba de quizás cuatro días. Se podría decir que tiene rasgos de uno de sus maestros en la literatura: Hernest Hemingway

Guillermo nació en México, en 1958. Creció en el barrio Unidad Modelo, de esos barrios complicados en donde la violencia está a la vuelta de la esquina. Ahí se enfrentó a sus verdugos con decisión. En una ocasión quedó con el cuerpo paralizado durante seis horas. Su agresor lo golpeó con un bate de béisbol en la columna. Arriaga, tendido en el suelo, siguió luchando. Sólo atinaba a mover el cuello. Dio un giro con su cabeza y mordió a su enemigo. Fin del combate.
Pero también lanzó muchos golpes. "Hice cosas atroces", cuenta. Prefiere no dar muchos detalles, aunque confiesa que para vengar una falta a un primo suyo en un partido de fútbol, se lanzó contra el adversario, en el siguiente juego, con las dos piernas en alto y lo impactó en las costillas.


El hombre quedó en coma tres meses. "Claro que esa no era mi intención", aclara.
Guillermo Arriaga nació siendo un escritor. Su vocación la descubrió en el colegio, cuando vio clases de teatro. Ahí estudió con pasión a los grandes dramaturgos y a los 15 años ya había actuado y dirigido cerca de 20 obras. También fue boxeador aficionado y de tantos golpes recibidos en el ring y en la calle, perdió el olfato. Ahora, dice que huele con la boca.

Arriaga se pasea por el mundo exponiendo una lección que le dejó enmarcada su padre en el corazón: "haz en la vida lo que se te de la gana. Nunca hagas nada por dinero". Decidió entonces ser escritor, dejar una obra, ganarle, con ella, a la muerte, al olvido. Es un empedernido amante de la vida.

El escritor de cine

Se niega a aceptar que su trabajo para cine se califique como un guión, como una guía. Arriaga piensa que es literatura, que es poesía, que los escritos para cine son también grandes obras literarias.

"El Búfalo de la noche tardé cinco años en escribirla. ¿Cómo me van a decir después que es una simple guía?", se pregunta sobre su más reciente novela que será llevada a la pantalla grande. La batalla contra ese remoquete de "guionista" lo llevó incluso a lograr que la Sociedad General de Escritores de México eliminara esa palabra. Ahora se les denomina a quienes se dedican a este oficio escritores de cine o televisión.

Arriaga tiene autoridad para hablar del tema. Es el creador de la historia de la película Amores Perros, laureada en cuanto festival se presentara, o Babel, el exitoso filme mexicano que estuvo presente en la fiesta de los premios Oscar. Y que hablar de la historia de 21 Gramos, otro de sus grandes éxitos como escritor de cine.

Obras que se tejieron en las noches, en los amaneceres, escuchando música o tomando gaseosas dietéticas. Esos, algunos de sus rituales para escribir, para crear.

El hombre

Guillermo es un amante de la música, excepto la clásica: "Me pone de mal humor". No cree en Dios, no cree en el destino, no cree en la suerte. Más bien aconseja en la vida estar atentos, como un tigre agazapado en busca de su presa, en busca de la oportunidad. "Te van a temblar los músculos, te vas a engarrotar, pero tienes que estar listo, porque la suerte no es más que estar agazapados para brincar a tiempo. Así he estado toda mi vida". La gente sin suerte, dice, es simplemente gente distraída.

Es un hombre feliz, realizado. Un rebelde con la vida, la moldeó a su antojo. Detesta el sonido del despertador, las palabras rebuscadas. Es un padre alcahuete, que les da permiso a sus hijos de todo. Un hombre libre, que construyó su propia libertad.

Tiene un tema cancelado, su ruptura con El Negro, Alejandro Gonzáles Iñárritu, el aclamado director de cine de sus películas. Y remata diciendo que es 1400 por ciento más feliz de la felicidad máxima que se pueda alcanzar. Se levanta, da un estrechón de manos. Se despide. Vuelve a su trabajo por estos días en Colombia. Hablar de sus novelas en la Feria del Libro de Bogotá.



Reconocimientos (recuadro)
2000.- Premio a Mejor Guión por Amores Perros. Festival de Nuevo Cine de Montreal. Canadá 2001.- Nominación al Premio Ariel a Mejor Guión Original por Amores Perros. Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas. México 2001.- Premio a Mejor Guión por Amores Perros. Festival Internacional de Cine de Oporto Fantasporto. Portugal 2001.- Premio ICCI a Mejor Guión por Amores Perros. Festival de Cine Latinoamericano de Lleida. España 2004.- Nominación al Premio BAFTA a Mejor Guión por 21 Gramos. Academia Británica de Cine y Televisión. Gran Bretaña 2004.- Distinción especial por 21 Gramos. Entrega de Premios Espíritu Independiente. Estados Unidos2005.- Premio a Mejor Guión por The Three Burials of Melquiades Estrada. Festival de Cine de Cannes. Francia.
2007 – Nominación en los premios Oscar a Mejor Guión por la película Babel.


LIBROS.
El Búfalo de la Noche
Escuadrón Guillotina
Un dulce olor a muerte
Retorno 201


lunes, febrero 04, 2008

Nueve años sin noticias



Gildardo Pabón Perdómo y José Andrés Preciado son dos soldados que fueron secuestrados por la guerrilla hace 9 años. Jamás sus familias han recibido una prueba de vida. La incertidumbre los cerca. Este lunes las dos familias saldrán a marchar con fotos y sus gargantas afinadas para rechazar la violencia y el secuestro. Quieren derrotar la incertidumbre.



¡Tengo que colgar, te llamo más tarde!, le gritó Gildardo Pabón Perdómo a su hermana. El entonces soldado estaba en Telecom de Puerto Asís, un 26 de noviembre de 1998, vestido de civil y feliz porque sólo le faltaban 16 días para terminar su servicio militar en el batallón José Domingo Rico. Pensaba en las cervezas que se tomaría con su familia en diciembre de ese año.
Luz Helena, su hermana, se extrañó por el intempestivo corte de la llamada pero se tranquilizó con la promesa de su hermano: te llamo más tarde. Nunca lo hizo. Al parecer, y según los rumores de la gente de Puerto Asís, a Gildardo Pabón Perdomo y su compañero, el soldado José Andrés Preciado, los metieron en una camioneta blanca y los secuestraron. Todo apunta a que fue las Farc. De eso, hace 9 años.

Desde ese día no saben nada. Si viven o si están en la selva secuestrados. La única noticia que recibieron fue el artículo que publicó la Revista Semana el 22 de marzo de 1999. La nota, titulada Rehenes Incanjeables, hacía referencia a las 41 personas, entre soldados y civiles, que estaban en poder de las Farc y que no hacían parte de los canjeables dentro del intercambio humanitario que por esos días adelantaban el Gobierno de Andrés Pastrana y el grupo guerrillero. Esos 41 soldados y civiles no habían sido secuestrados en combates si no en las calles y pueblos vestidos de civil. En las fotos aparecían Gildardo y su compañero, José Andrés Preciado. Es la única señal.

Ya son más de 3.285 días de incertidumbre los que han padecido estas dos familias vallecacucanas. Una herida profunda, sin duelo, imposible de sanar. "A veces pienso que está vivo. Otras, que está muerto. Siempre sueño con él. Mi mamá, en cambio, no tiene dudas. Dice que Gildardo aún vive", cuenta Luz Helena.

Las gestiones para buscar noticias de Gildardo y José han sido muchas, pero infructuosas. En l999 las familias viajaron hasta San Vicente del Caguán. Se entrevistaron con Simón Trinidad y Raúl Reyes, miembros del Secretariado de Las FARC. Les pidieron noticias.
Ambos guerrilleros les anunciaron que publicarían un listado con las personas que tenían en su poder. Sin embargo, en la lista no apareció el nombre de Gildardo ni el de José Andrés. Se acrecentó el dolor. Y las esperanzas. Los mensajes que enviaban por la radio ya no eran tantos como al principio.

"Ese dolor, esa incertidumbre, es más grande que enterrar un hijo. Nunca me repondré de esto", dice doña María, la madre de José Andres.
Ambas familias interpusieron una demanda ante un juez de familia para que se declare la muerte presunta de los dos soldados. Después, la idea es iniciar un proceso para una reparación directa por parte del Estado.

Y este lunes saldrán a marchar contra las Farc y el secuestro. Sus armas: las camisetas estampadas con las fotos de sus hijos y sus gargantas afinadas para rechazar la violencia. A pesar de todo, no pierden la ilusión de volver a ver sus seres queridos. Su clamor no se rinde. Quieren derrotar la incertidumbre con la que se levantan todos los días.