domingo, agosto 21, 2011

El hombre de espaldas



Yhan Carlos González ama al fútbol y sin embargo, aunque en cada fecha del Mundial se le ve parado a unos metros de la gramilla del estadio Pascual Guerrero, no puede ver el juego: hace parte de la logística que vigila que nadie salte a la cancha.

EL PAÍS - CALI
Fotos: Oswaldo Paéz.
 
El hombre de espaldas ni siquiera puede mirar la pantalla del estadio. Ni siquiera eso. Si mira la repetición de un gol, por decir algo, un aficionado podría aprovechar el descuido, saltar la baranda de la tribuna, emprender la carrera hacia la cancha.

El problema no es tanto ese, que salte. El problema para el hombre de espaldas es que tiene un tramo de acción muy corto para atraparlo: el espacio que hay entre la tribuna y donde empieza la gramilla. Ese es su reino: si el aficionado pisa la cancha, el hombre de espaldas no podrá ingresar. Lo hará la Policía. Si eso pasa, será regañado. Si eso pasa y además el aficionado entra desnudo, como sucede en Europa, el regaño será tremendo. No, no se mira la pantalla, así la tenga cerca. El hombre de espaldas se mantiene de pie frente a la tribuna Norte del estadio Pascual Guerrero de Cali.

Se llama Yhan Carlos González. Dice que el nombre escrito así es italiano. Él nació en Cali hace 37 años, creció en el barrio Unión de Vivienda Popular y es hincha del América y del Real Madrid. Eso de ir por el Real le trajo problemas el pasado sábado 30 de julio, cuando en el estadio jugaron Uruguay y Portugal en la primera fecha del Grupo B del Mundial Sub 20 de Fútbol.

Tenía curiosidad. Quería ver si entre los jugadores de Portugal había uno que se le pareciera a uno de los futbolistas que admira: Cristiano Ronaldo. El hombre de espaldas anhelaba ver el juego. Dominó la curiosidad durante los 90 minutos, pero cuando llegó a casa lo primero que hizo fue prender el computador y mirar por Internet parte del encuentro. Entonces, pudo descansar.

Yhan ama al fútbol tanto como para habérsele olvidado una cita con la novia y dejarla plantada mientras él jugaba muy orondo. Alguna vez, jovencito, probó en las divisiones inferiores del Cali. Ya más grande necesitó trabajar y olvidarse de ser futbolista: fue conductor de Coca- Cola, de Bemoka y desde hace 11 años trabaja en la empresa Eventos y Producciones, en logística.


Es el coordinador de las 29 personas encargadas de evitar que los aficionados salten las barandas de las tribunas del estadio Pascual Guerrero de Cali y lleguen a la grama.


El trabajo empieza temprano, seis horas antes del partido. Los hombres de espaldas llegan, reciben un uniforme que consta de tenis negros, pantalón igual, camibuso naranja. Almuerzan, esperan. 20 minutos antes del partido Yhan, por radioteléfono, recibe la orden de ingresar a la cancha. Lo hacen por la puerta de Maratón, tribuna sur, y nadie puede llevar radio para escuchar siquiera los partidos que transmiten. Los hombres de espaldas deben tener la concentración de un militar en la trinchera. Por eso tampoco ingresan con celular. Sus familias tienen un número fijo de la empresa de logística donde pueden llamar en caso de una emergencia.


En los bolsillos, lo único que llevan son bolsas de agua: dos o tres para soportar los dobletes del Mundial, esos partidos que empiezan en la tarde con un sol que desgasta lentamente. Toman agua pero no pueden orinar. Por lo menos no durante el juego. Sólo en el entretiempo pueden hacerlo y por turnos de tres para no dejar sin vigilancia la cancha. Lo mismo pasa con la comida. Los hombres de espaldas comen en cinco minutos en esa hora libre que hay entre el partido que empieza a las 5:00 p.m., y el de las 8:00 p.m. Los hombres de espaldas son, también, un ejército de faquires.


Cuando todo terminan les pagan. Son $40.000 por turno. Después entregan el uniforme. Está prohibido llevarlo a casa. De pronto a alguien le da por no volver, y regala el camibuso. De pronto al que se lo regaló le da por ponérselo y entrar al estadio gratis.


¿Pero cómo es eso de amar el fútbol, estar en una cancha en donde se juega un Mundial, y no poder verlo? El hombre de espaldas se ríe y dice que es un oficio tensionante. Cuando el estadio grita “¡uyyy!” por una pelota que rozó el palo, por ejemplo, los hombros se mueven, el cuello intenta girar, los ojos quieren mirar. Pero se contiene. “Es lo mismo que pasa con la novia”, dice.


Estar en un Mundial de fútbol y no poder verlo es como caminar con ella, con la novia, y que al lado pase una mujer despampanante, coqueta, con escote y minifalda y tener que disimular, seguir de largo sin mirar. Es una tortura.









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