viernes, enero 19, 2007

Entrevista con un gigante de las letras





El periodista Alberto Salcedo Ramos, considerado como el mejor cronista del país en la actualidad, estuvo en Cali en el Seminario Internacional de Periodismo organizado por el periódico La Palabra y su aniversario número 15. Relato de una entrevista con un gigante de las letras.

Por Santiago Cruz Hoyos


Era un tipo tan tímido, que cuando iba a los periódicos de la Costa a buscar trabajo se llenaba de miedo, rompía en pedazos su hoja de vida, los botaba a la caneca de la basura, y tomaba rumbo a su casa sin ni siquiera haberse presentado ante el editor de turno. Con las mujeres, en aquellos años de niñez y juventud transcurridos en Arenal, Bolívar, sucedía algo parecido. Su timidez extrema y sus temores hicieron que jamás le confesara su afecto a Ana Milena, una niña que le encantaba.

Así era Alberto Salcedo Ramos en sus primeros años de vida, hoy consagrado como un maestro del periodismo y, sin duda, el mejor cronista de Colombia en la actualidad. Antes de conocerlo uno se imagina toparse con un hombre distante, serio, de esos intelectuales inalcanzables. Sin embargo, cuando lo saludas, se siente que le acabas de estrechar la mano a alguien que conoces desde hace tiempo. ¿Santiago? ¿Cómo vas hermano?, dice con marcado acento costeño mientras me da una palmada en la espalda.

Ahí, al saludarlo por primera vez, entendí lo que escribió Daniel Samper Ospina, director de la Revista SoHo, en el prólogo de El Oro y la Oscuridad, el más reciente libro escrito por Salcedo que retrata de forma bella la vida de Antonio Cervantes, Kid Pambelé, la máxima gloria que ha parido el boxeo colombiano. Dice Samper que “si usted lo ve, no creería que se trata de él. Quiero decir: si usted ve que es un tipo de jeans, tan tranquilo, tan desprevenido ante su propio ingenio, creería que no está hablando con Alberto Salcedo Ramos, el mejor cronista de la nueva generación que tiene Colombia, sino con cualquiera”. Y más adelante agrega: “Encima de su maestría periodística, Salcedo tiene el raro don de ser un tipo cuyo talento es proporcional a su sencillez. Apacible, sereno. Buena gente. Como si las obras que ha escrito no fueran suyas”.

Caminamos hacia el parqueadero de la Universidad Javeriana, en Bogotá, donde dicta clases de periodismo. Hace frío. En el trayecto le recuerdo las palabras de Samper Ospina en el prólogo de su libro, en donde incluso lo puso a la misma estatura del gran escritor norteamericano Gay Talese. “Daniel exagera en ese prólogo”, dice modesto. Le digo que no, que no exagera. Sonríe. Después bromea con el portero del parqueadero. Y sí, aunque es un gigante de la crónica, premiado en tres ocasiones con el Premio Simón Bolívar de Periodismo, y tener a su haber galardones como el Premio Internacional de Periodismo Rey de España, el Premio al Mejor Libro de Periodismo, entre otros, Alberto Salcedo Ramos actúa como si fuera un tipo común y corriente.

En el trayecto al café Juan Valdez, ubicado en cercanías a la Avenida Chile, se habló de periodismo, de fútbol, de escritores, de libros, de mujeres, de todo. Este encuentro con este maestro de la crónica se venía madurando desde principios de año, cuando lo contacté por correo electrónico con la ilusión de que estampara su firma y sus historias en la revista donde laboro. Y así fue. Desde entonces se ha mantenido un puente directo, una relación virtual parecida a la de un maestro con su aprendiz. Jamás deja de contestar un correo o negarte los comentarios sobre un texto que hayas escrito.

Sentados en el café Juan Valdez la noche fría de la capital comienza a desparramarse. La brisa que viene de los cerros es fuerte. Alberto, en medio de sus carcajadas, saboreando una malteada de café, se burla de su pasado, mientras suelta varias de sus anécdotas en donde la timidez y el miedo eran los protagonistas. Cuesta creer que un tipo de su capacidad, de su talento, de su ingenio, sintiera miedo de dejar una hoja de vida en un periódico o confesarle su amor a una mujer.

Pero es cierto. De adolescente, por ejemplo, era el único de sus amigos que no tenía novia por culpa de sus temores. Entonces, en medio de su desespero, se sentaba a escribirse cartas de amor a él mismo y las firmaba con el nombre de una mujer llamada María. Las cartas las escribía con la mano izquierda para que la letra se viera diferente, y las dejaba por ahí, a la vista de todos en su casa. La noticia de su novia imaginaria le hizo ganar respeto entre sus familiares y se convirtieron en sus primeras experiencias con la literatura.

Cuenta, además, una historia de amor que parece sacada de un cuento pero es real y él es uno de sus principales protagonistas. Habitaba en su casa Magoline, la empleada doméstica, una mujer que Alberto veía en medio de una soledad angustiante, triste. La casa era visitada por otro personaje igual de solitario, igual de afligido. Entonces a Salcedo, que tenía en ese entonces nueve años, se le ocurrió escribirle cartas de amor a Magoline en nombre del solitario personaje. Hoy Magoline y el sujeto viven juntos, enamorados, gracias a las palabras de amor que escribió Salcedo.

“Si a un niño de nueve años un truco de esos le funciona, ya queda encadenado, ya no hay manera de devolverse”, dice.

Le anuncio que traje sus libros para que los firme. Leo. Hasta sus autógrafos tienen el sabor de una buena crónica. Después inició una entrevista sobre el oficio de ser cronista. Una de las mejores clases de periodismo que he recibido. Las lecciones son varias.

Uno, hay que escribir sobre lo que se conoce, sobre lo que te apasiona. El gran tema depende del corazón. Dos, para lograr un estilo hay que escuchar otras voces, otros autores. El estilo, sospecha, llega después de los 40. Tres, todo gran tema debe tener historias mínimas, escenas conectadas que mantengan el clímax del relato y describan la personalidad del personaje. Cuarto, hay que leer mucho. Quinto, hay que tener amor propio, jugársela toda a la hora de escribir, es una cuestión de dignidad. Seis, la grabadora es una herramienta y hay que saberla manejar. La grabadora, bien utilizada, permite recordar sonidos, palabras, gritos, es un elemento que ayuda a recrear atmósferas. Siete - una lección que no necesitó expresarla en palabras - hay que tener pasión por lo que se hace, respetar el oficio.

Como alguna vez lo mencionó en una entrevista con el periodista Donaldo Alonso Donado: “Hay que hacer periodismo por gusto. Funciona si lo sientes. Por eso es que los estudiantes de periodismo tienen muchos problemas: sólo escriben para el parcial y el examen final. Funciona, que si no lo haces te mueres, así sirve. Debe haber un gusto y hay que disfrutarlo. Esto es igual que en el amor”.

Así es él, un tipo que respira periodismo, respira historias, las disfruta. De esos seres que no pueden vivir sin escribir, se sienten mal si no lo hacen, pierden su esencia. Un cronista de verdad, un cronista auténtico. Esa es su mayor lección.

Después de dos largas charlas con Alberto Salcedo Ramos, un gigante de la crónica en Colombia, uno termina tranquilo consigo mismo, feliz de haber escogido para su destino, lo que Albert Camus calificó como el oficio más bello del mundo: el periodismo.

No hay comentarios.: