Del barrio Meléndez de Cali a Los Ángeles: el sueño olímpico de Ronald Palomino
El caleño que aprendió con raquetas prestadas encontró en el Club Campestre la oportunidad para llegar a la élite del squash y ahora anhela representar a Colombia en los Juegos del 2028, en un deporte que por primera vez entra a las máximas justas.
Por Santiago Cruz Hoyos
Publicado en El País
Por primera vez en la historia de los Juegos Olímpicos, el squash, ese deporte descendiente del tenis, hará parte de las justas. Será en el año 2028, en Los Ángeles. Un caleño es una de las principales cartas de Colombia para clasificar.
Su nombre es Ronald Palomino, quien acaba de ser doble campeón – individual y dobles – en el Panamericano de Mayores disputado en Brasil.
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–Aprendo viendo. Prefiero pedir que me muestren cómo se hace algo, a que me lo expliquen con palabras. Creo que es algo que heredé de mi papá, Hernán Palomino. Él es cocinero del Club Colombia y empezó desde abajo, aprendió viendo cocinar. En mi caso sucedió lo mismo con el squash –dice Ronald.
Es una tarde de miércoles y nos encontramos en las canchas del Club Campestre de Cali, donde se formó. Tomamos agua. Para rendir más, hay que alimentarse mejor, aconseja. Le encantan las salchipapas, pero las evita.
–Mis amigos de Cali me molestan, dicen que ya no tengo el estómago de gamín. No como cualquier cosa, como antes.
‘Antes’ es el barrio Meléndez, donde se crio Ronald en el sur de Cali, justo al lado del Club Campestre. Fue una infancia muy divertida, recuerda, jugando con sus amigos hasta las once de la noche. A veces fútbol –Ronald es hincha del Deportivo Cali, de niño soñaba con ser futbolista– pero también tenis.
En la cuadra vivían profesores del Campestre que les prestaban las raquetas a los niños. Tensaban un lazo entre la reja de una casa y la del frente, como si se tratara de la malla, y jugaban partidos eternos. Alguna vez practicaron béisbol con bolas artesanales hechas con cinta. Los bates eran cualquier palo que estuviera en el suelo.
– Jugaba en la calle hasta que mi mamá, Marinela, me entraba con la correa, literal –dice Ronald a carcajadas. Cuando estira sus brazos para tomar un sorbo de agua noto que son largos, por su estatura: mide 1:90, lo que es una ventaja en el squash cuando se juega atrás, y una desventaja cuando el rival lo lleva adelante. En las bolas cortas, bajitas, hay que agacharse más.
Aunque el ambiente callejero del barrio era sano, a sus papás les preocupaba que pudiera caer en malos pasos. La inquietud se la comentaron a un amigo de la familia y de la iglesia cristiana a la que asistían, Delio Escobar, entrenador de tenis del Club Campestre y de squash en el Club Cañasgordas. Él les propuso llevar a Ronald al Cañasgordas para jugar miércoles y viernes, como una manera de protegerlo de amenazas callejeras. Sus padres dijeron sí, así no tuvieran ni idea de qué era el squash. Ronald tampoco.
Solo necesitó ver un par de partidos para entender que se trata de golpear la pelota contra la pared frontal de la cancha, de manera que el rival no pueda devolverla antes de que dé dos botes en el suelo.
En alguna ocasión, Delio, a quien Ronald llama su “sensei”, lo invitó a jugar al Club Campestre. Era sábado. Delio le había comentado a un socio del club que tenía un niño con mucho talento y el socio quería conocerlo.
Ronald llegó desde su casa caminando. Le tomó menos de una hora. Cuando vio los campos de golf, los lagos, las piscinas, los árboles frondosos, el silencio, quedó boquiabierto.
Pese a que el Club Campestre estaba al lado de su barrio humilde, nunca había entrado; nunca había visto un paisaje tan bonito, pensó; como un oasis. Esa mañana jugó un partido con el socio del club que lo quería conocer, José Zambrano, y su vida cambió para siempre.
José le ganó, por supuesto, jugó contra un niño, pero vio en él un talento especial. Enseguida hizo la gestión para que Ronald entrenara en el Campestre todos los días; como un socio más.
–Pronto se invirtieron los papeles –dice José al teléfono. Se encuentra en Estados Unidos.
–Al principio, yo jugaba con Ronald por buena gente. Aunque tenía talento, en los primeros partidos le ganaba siempre. Después de que se dedicara al squash de lleno, gracias a la Fundación Club Campestre que lo acogió, él me ganaba siempre. Era Ronald el que jugaba conmigo de buena gente. Hasta que empezó a ganar torneos importantísimos y no lo volví a ver.
A sus 26 años, Ronald Palomino ha viajado a más de 30 países y ha estado en los cinco continentes jugando squash. De hecho, rara vez se encuentra en Cali. Es una suerte que esté por estos días en la ciudad.
–La oportunidad que me dio la Fundación Club Campestre para ser uno de sus beneficiarios y entrenar todos los días en las canchas del club fue increíble. Veía una mejora diaria en mi juego. Entré a la Selección Colombia Junior, en la categoría sub 15, a los 13 años. Jugué mi primer suramericano con Colombia y empecé a ver que podía vivir del squash. Como una carrera.
Sin embargo, al principio, Ronald dudaba. Para jugar squash se necesitan recursos económicos. Los jugadores que buscan el salto al profesionalismo deben costearse todo: tiquetes de avión, hotel, alimentación, implementos.
En parte por eso es considerado un deporte elitista, solo al alcance de unos pocos. Su papá ganaba un salario mínimo como cocinero del Club Colombia. Su mamá era ama de casa. Ronald no quería ser una carga para la familia, someterla a préstamos bancarios o sacrificios por el estilo para que él persiguiera su sueño.
Era Delio, su entrenador, quien lo tranquilizaba. Le decía que las cosas se iban a dar de manera natural, que tuviera paciencia. Y así fue. Una socia del Campestre le consignaba recursos a la Fundación con su empresa, Genera Capital, para financiar los viajes de Ronald, por ejemplo.
Una marca deportiva francesa, Tecnifibre, le patrocinó desde muy joven las raquetas. La Fundación Club Campestre, que apoya a 600 jóvenes en Cali ofreciéndoles planes de estudio y formación para el trabajo, le financió los cursos de inglés, gracias a los cuáles Ronald habla fluido el idioma.
–Gracias a ese apoyo, me pude concentrar en el juego. El primer gran torneo que gané fue el Suramericano junior, a los 17 años, en Cartagena. Entré en el ojo suramericano. Antes de eso, a los 15, la Federación Colombiana de squash me envió a Egipto a un campamento de seis meses. Yo debía pagar la alimentación, pero era la oportunidad de mi vida. En ese tiempo no sabía inglés, así que me comunicaba por señas. Egipto es la meca del squash. Los mejores están allá. Jugaba cuatro veces al día y era como estar en la milicia. Todo el día viendo squash. Llegué con otra mentalidad. Además, yo empecé a los 11 años, cuando normalmente se empieza a los 7. Tenía que hacer algo para recuperar ese tiempo. Y ese algo fue ese viaje a Egipto. Fue lo que me hizo despegar en el deporte.
A nivel profesional, Ronald Palomino suma ocho títulos. Con la Selección Colombia se ha colgado en diez ocasiones las medallas de oro en suramericanos, panamericanos, bolivarianos. Él cuenta esas, las de oro, dice.
Su mentalidad de ganador es algo que también moldeó en Egipto. Incluso cuando se lesionó el tendón de Aquiles y estuvo fuera de las canchas por seis meses –fue el momento más duro de su carrera-, mantenía la cabeza en alto, sin mostrar debilidad, así caminara con muletas, cuando se encontraba con algún rival, como dando a entender que era cuestión de tiempo para volver a ganar.
El ídolo de Ronald, de hecho, es considerado un guerrero: Rafael Nadal.
–Él nunca tuvo un plan B. Su único propósito era ser el número uno. Es lo que busco.
Ahora la meta de Ronald es clasificar a los Olímpicos. Para lograrlo debe seguir dando pequeños pasos para subir escalones en el ranking mundial: actualmente ocupa el puesto 69 y el propósito es estar entre los primeros 30 en 2028.
Y ganar en Colombia, donde compite por el departamento de Cundinamarca. Fue allá donde le ofrecieron un mejor salario como deportista de alto rendimiento. En el Valle del Cauca no encontró ese apoyo.
– Mi sueño es representar por primera vez a Colombia en Los Ángeles 2028. También masificar el squash en Cali, hacer canchas públicas donde niños de cualquier estrato social puedan practicar. En la ciudad hay talento, pero el hecho de que las canchas estén solo en los clubes o en algunas unidades residenciales no permite que descubran sus capacidades. Para eso debo prepararme.
Ronald se graduó del colegio Técnico Juvenil del Sur, en el barrio Meléndez. Además de los cursos de inglés, no ha retomado los cuadernos. El estudio, dice con una sonrisa cómplice, no es lo suyo. Por ahora.
En la Fundación Club Campestre, su directora Juliana Maya comenta en broma que es consiente de que Ronald les ha hecho “el quite” con el asunto académico, para dedicarse a hacer historia en el deporte.
Ella reconoce, sin embargo, ser como una tía que está pendiente de sus pupilos. A Ronald le aconseja estudiar administración deportiva o algo por el estilo que lo apasione. Porque el squash en algún punto se acaba. Los jugadores de alto rendimiento promedian los 38 años. Ronald lo sabe, aunque por ahora su mente está puesta en el calendario olímpico.









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