martes, noviembre 20, 2012

El que transforma con la risa






Se llama Guillermo Piedrahíta, es actor, es el mismísimo Vivo Bobo y ha regresado para que esta ciudad se ría de sí misma y de paso, se transforme.  Esta, su historia.


Por Santiago Cruz Hoyos - EL PAÍS
Fotos: Cortesía Cindy Muñoz


De frente, hablando con él, la imagen se distorsiona. El Vivo Bobo ni de fundas haría yoga, por ejemplo. El Vivo Bobo no se va a poner a practicar aikido por el cuento de mantenerse bien físicamente. Tampoco se va a pasar el tiempo libre leyendo la historia del teatro español, mucho menos va a escuchar de vez en cuando las cuatro estaciones de Vivaldi o las composiciones de Bach.

A Guillermo Piedrahíta, el actor, en cambio,  le gusta todo eso. Lo va contando y uno se pregunta si acaso no estará conversando con la persona equivocada. Porque uno, antes de encontrárselo, imagina que Guillermo no es Guillermo sino su personaje más famoso, el Vivo Bobo. Y el Vivo Bobo tampoco va a pedir jamás un té, más bien cerveza o gaseosa o hasta un aguardiente.  Guillermo toma  té en este momento.

Uno cree, además, que se va a encontrar con un hombre con camisa de flores de todos los colores, chabacano. Guillermo tiene un azul sobrio. Uno piensa que se va a encontrar con un personaje, digamos, popular. Se lo imagina mirando muchachas y lanzándoles piropos. Se lo imagina riéndose a carcajadas, estrellando las palmas de las manos, haciendo chistes  en voz alta,  diciendo una que otra grosería.

Y resulta que no.  Guillermo habla pausado, tranquilo,  de personajes y temas que el Vivo Bobo desconoce rotundamente: Chaplin, Bertolt Brecht, el maestro Enrique Buenaventura, el humor en el teatro como una forma de crítica y reflexión.

No es que Guillermo tenga la pose de un erudito, de un intelectual, no, lo que pasa es que cuenta su propia vida, el arte, el teatro, y esa  vida es tan ajena al Vivo Bobo con el que uno lo confunde, ese personaje que se pasa semáforos en rojo, acelera a fondo en luz amarilla,  tira una bolsa con el corazón de una piña  a la calle, tira la basura de su casa en los caños, no hace filas, sentencia que el cinturón de seguridad es una cosa  que solo usan los gringos.  Uno se vuelve a preguntar si está hablando con el que es.

Guillermo lo entiende. Es un gaje del oficio. Uno  que puede resultar molesto. Los personajes que le llegan al público son capaces de borrarles la identidad propia a sus autores. Así, por ejemplo, Andrés Parra no volverá a ser recordado como  Andrés sino como Pablo Escobar. Así, también,   Philip Seymour Hoffman será por siempre Capote. Igualmente Guillermo Piedrahíta será el Vivo Bobo que sale en televisión como espejo de nosotros mismos, de nuestros malos  hábitos cotidianos en las calles de Cali.

Detrás de eso, en su caso,  parece esconderse una verdad irrefutable:  un minuto en televisión es más poderoso que 40 años de teatro. El actor  es conocido en la ciudad  por el Vivo Bobo y no por su trayectoria artística.

Guillermo Piedrahíta nació en Cali el 24 de agosto de 1945. Tiene, entonces, 67 años y ni una sola cana. Su cabello  está tinturado de negro completamente y supongo que es por la reaparición del Vivo Bobo este mes, noviembre de 2012,  después de 15 años de haber salido en la pantalla.    

Desde niño,  “como un germen”, dice Guillermo, el  teatro estuvo  arraigado en su vida. En la  casa familiar del barrio Santa Rosa montaba obras, hacía dibujos que presentaba en la sala como si fuera  cine. En el colegio, el San Luis Gonzaga, sin embargo, nunca hizo teatro. Fue después de graduarse del bachillerato e ingresar a la Escuela de Bellas Artes que dirigía Enrique Buenaventura cuando  el asunto ya era en serio y sus papás, don Julio Hernándo y doña María Margarita, se preocuparon: querían que fuera doctor. No necesariamente médico, sino un doctor en algo. Porque la vida del actor de teatro, le decían, es incierta. A veces se tiene dinero en el bolsillo y muchas no.  Él insistió y hoy piensa que es un hombre rico, afortunado: hace lo que le gusta, enseña lo que le gusta. En las mañanas dicta clases de teatro en Bellas Artes.

Y a Bellas Artes, siendo un muchacho,  entró sin saber muy bien por qué.  Tal vez el ambiente cultural  de la época lo empujó a tomar esa decisión. Estaba, por ejemplo, el Festival de Arte en pleno apogeo. Estaba, también, el Movimiento Nuevo Teatro y por otro lado Gonzalo Arango y sus secuaces poetas impulsando el Nadaísmo. El maestro Enrique Buenaventura ya empezaba a ser el maestro del teatro. También el  de Guillermo. No solo en el arte, sino en la vida. Guillermo dice que es su referente. De él aprendió, entre otras mil cosas,  el compromiso que se debe tener con el oficio, la pasión, la entrega diaria.

Con el maestro Enrique, Guillermo participó en la fundación del Teatro Experimental de Cali, TEC. Fue su gran escuela.  Allí estuvo casi 25 años. Después fue encargado de dirigir el Teatro El Taller  de Cali. Lo sigue haciendo.

Y en tanto tiempo ha hecho de todo en las tablas. Fue soldado en la obra Soldados, inspirada en un episodio de la novela La Casa Grande de Álvaro Cepeda Samudio; fue  gringo en la obra La Denuncia;  mendigo en La Orgía de Enrique Buenaventura; dictador en El dictador de Copenhague de Martha Márquez, uno de sus papeles más recientes y más difíciles: son dos horas de actuación permanente y tuvo que aprenderse de memoria dictados enteros, con puntos, comas, paréntesis.

Y claro, el Vivo Bobo. El personaje se creó en la  primera alcaldía de Rodrigo Guerrero que arrancó en 1992. El concepto de lo que debía ser el Vivo Bobo fue de Blanca Isabel Moreno, guionista, productora, documentalista, creadora del Archivo del Patrimonio Fotográfico y Filmico del Valle, y Fernando Berón, su esposo  y publicista.

Era la época de la influencia del narcotráfico. Los mafiosos y sicarios se volvieron insoportables en las calles, agresivos. Si se les pitaba respondían con un madrazo (o un balazo),  lanzaban una frase que se volvió repetida, famosa:  vos no sabés quién soy yo. Tampoco hacían fila porque eran los berracos, los poderosos.
El civismo se fue desdibujando. Muchos ciudadanos empezaron a imitar ese comportamiento.
El Vivo Bobo llegó para ridiculizarlos. El personaje representa al caleño que se acostumbró a la cultura del atajo, del no esfuerzo. Hay trancón, entonces me meto en contravía. El tarro de la basura está en la esquina, mejor la boto aquí  en el andén.

También es la representación del ciudadano que se preocupa solo por sí mismo y no por los demás. Saco la basura de mi casa, la tiro a un caño, me importa un pito las inundaciones. Vivo Bobo.

El personaje  se burla de todo aquello.  Y Guillermo, dice Fernando Berón, es un maestro de la comedia, que es una manera de distanciarnos de lo que nos pasa y de lo que somos  para reflexionar. Esa ha sido la clave para que  Cali entera se haya apropiado del personaje, desde Ciudad Jardín hasta Aguablanca. Esa es la razón para que el alcalde Rodrigo Guerrero, en esta, su segunda administración, haya decidido educar a la ciudad de nuevo con ese  personaje tan familiar para todos.  Como un hermano, como un tío.

Educar, digo, por un lado en las vías pero también en las casas.  Alguien tiraba  un papel en el andén o dejaba su carro sobre las cebras de los semáforos y lo avergonzaban con un grito:  ! Vivo bobo!
Alguien, en casa, dejaba dentro de la nevera un sorbo de jugo en una jarra  para no lavarla y también:! Vivo bobo!

 El personaje tuvo el  poder de transformar, en parte, en una época, una ciudad y todo mientras  nos reíamos de nosotros mismos.

Tal vez Guillermo no lo dimensione. Es el que transforma con la risa.




1 comentario:

Angelica dijo...

Me gusta que haya un blog dedicado a las diferentes historias y narraciones acerca de Cali. Me ha tocado la posibilidad de estar en Colombia y pude disfrutar de sus diversas ciudades. Aunque suelo preferir que alojarme en los apartamentos en san bernardo