jueves, enero 14, 2010

Héctor Abad Faciolince: Un hombre sin memoria


El escritor antioqueño acaba de publicar ‘Traiciones de la memoria’, libro que reúne tres historias en las que relata cómo fue la búsqueda afanosa del autor de un poema; sus recuerdos de lo que fue su vida como extranjero en Italia y una reflexión con tintes de asombro ante el futuro de los hombres . Relatos que fueron escritos con muy mala memoria, pero con la paciencia de un reportero y las libertades literarias de un escritor que se lanza a reconstruir su pasado y a pensar sobre el mañana. Entrevista.


Por Santiago Cruz Hoyos

Periodista de GACETA


Eran preguntas para poner a trabajar la memoria. Pero eran al final preguntas sencillas. ¿Cuál fue el primer libro que le regalaron? ¿Quién se lo regaló? ¿Cuál fue el primer libro que usted regaló y a quién?... Los interrogantes fueron formulados por esta revista en septiembre de este año a diferentes escritores y cronistas del país y sus respuestas se publicaron en una edición alusiva al Día del Amor y la Amistad.


Sin embargo, Héctor Abad Faciolince no pudo responderlos. “Santiago: desgraciadamente yo vivo en el presente, sin memoria. A sus preguntas me tendría que inventar la respuesta, y no quiero. No recuerdo el primer libro que me regalaron; no recuerdo el primer libro que regalé. No recuerdo la primera película que vi. En realidad ni siquiera recuerdo la última. Vivo en una especie de limbo, casi sin recuerdos de ningún tipo. Es raro, pero es así. No es Alzheimer, pero casi. Por eso tampoco me acuerdo de usted: no es una ofensa, no me acuerdo de casi nadie. Tal vez sólo podría contestarle a una de las preguntas, la de un libro importante que me regalaron: sería ‘La conquista de la felicidad’, de Bertrand Russell. Ahí él dice, creo, pero no estoy seguro (no me acuerdo bien) que no conviene vivir en el pasado, ni rememorar más de la cuenta, porque es dulce olvidar. Con un saludo cordial y olvidadizo, Héctor Abad”.


Y el asunto se olvidó, pensando en que a lo mejor al escritor lo que le faltaba era tiempo en lugar de memoria. Sin embargo, leyendo su más reciente libro, ‘Traiciones de la memoria’ (Alfaguara) se reconoce que lo de la falta de recuerdos en él es en serio, que en esa respuesta que escribió estaba plasmada una sinceridad irrefutable. En ‘Traiciones de la memoria’ Héctor Abad escribe que eso, lo de la mala memoria, “es una forma peculiar de la brutalidad”.


Y que para los que sufren de ese mal como él, “el pasado tiene una consistencia casi tan irreal como el futuro”. Y agrega: “Si miro hacia atrás y trato de recordar los hechos que he vivido, los pasos que me han traído hoy hasta aquí, nunca estoy completamente seguro de si estoy rememorando o inventando”. Por eso más adelante le advierte al lector: “Lo ya ocurrido y lo que está por venir, en mi cabeza son apenas conjeturas. Los relatos autobiográficos que componen este libro tienen esa consistencia mixta: o la paciente reconstrucción por indicios de un pasado (‘Un poema en el bolsillo’, ‘Un camino equivocado’) o el asombro ante un futuro que quizás ya no seremos nunca (‘Ex futuros’)”.


El nuevo libro de Abad está compuesto por esos tres textos. El primero es ‘Un poema en el bolsillo’. Es en el fondo un reportaje exquisito, con la sazón de una novela policiaca, en el que el autor da cuenta de cómo demostró, con la paciencia de Job y una tozudez de técnico de fútbol, que el poema que encontró en el bolsillo de su padre el 25 de agosto de 1987, día en que lo mataron en la Calle Argentina de Medellín, era efectivamente de Borges, como siempre había creído, y no de Harold Alvarado Tenorio, como lo reclamó después el poeta colombiano. El segundo texto se titula ‘Un camino equivocado’. Ahí Abad narra los días en que vivió en Italia, en Turín, con su esposa y su hija. Son recuerdos de su rabia contra Colombia por lo que le habían hecho a él y a su familia (el asesinato de su padre, Héctor Abad Gómez). Recuerdos de lo difícil que significa ser un colombiano en el exterior, que es “como tener una cicatriz en la cara”.


La premisa la comprobó el día que le tocó disfrazarse de ciudadano español, cambiar el acento, para así poder dar clases de castellano y sobrevivir. (Si se presentaba como colombiano le cerraban las puertas, no le creían). Recuerdos de una infidelidad a su esposa con una mujer llamada Lorenza a quien, por supuesto, eso sí no olvida jamás, sobre todo porque era de una belleza “apabullante”, y recuerdos del día en que uno de sus grandes amigos, Alberto Aguirre, después de leer unos cuentos suyos, le dijo:

- Héctor, te jodiste para siempre.

-¿Por qué?

-Por que vos sos escritor. Y lo más grave es que no servís para ninguna otra cosa.


Y por último aparece ‘Ex futuros’, una reflexión sobre el hombre y todos los futuros de ese hombre que no fueron. Lo que pudo ser un hombre y no fue, lo que pudo ser Héctor Abad Faciolince, docente, académico, y resultó en otro, escritor. Habla el autor.


II Charla sobre la memoria (la mala)


Héctor, usted escribe que lo de la mala memoria de la que sufre es una forma particular de la brutalidad. Pero ampliemos esta definición. ¿Qué es en realidad la mala memoria en palabras de unas de sus ‘víctimas’, Héctor Abad?


Mala memoria es, por ejemplo, que ya no me acuerdo de su nombre, aunque acaba de decírmelo: podría ser Andrés o Carlos o Jacobo… ya no me acuerdo, tendría que volver a preguntar, ¿cómo es que te llamás vos? Mala memoria no es no acordarse del propio nombre o del nombre de la hija. Eso ya sería Alzheimer y locura… Pero sí es, por ejemplo, encontrarse con una antigua novia que te dice: “¿Te acuerdas de cuando estuvimos durmiendo en Tuluá en la casa de Álvarez Gardeazábal y él y su novio Roque te coqueteaban?” y no tener ningún recuerdo de haber ido jamás a Tuluá ni de haber sido cortejado por hombres. Pero al menos a la novia no la había olvidado completamente. A lo mejor es ella que recuerda mal o está inventando.


¿Y entonces cómo escribe un escritor con mala memoria, cómo hace?


Es muy sencillo: yo he reemplazado la fantasía por la mala memoria. Yo escribo lo que recuerdo, pero como recuerdo mal, lo que escribo es lo más parecido que hay a la imaginación. Cada cual escribe con los recursos que tiene: el mío es la mala memoria. Reconstruyo mi pasado según indicios: con documentos y testimonios, como si lo que yo viví lo hubiera vivido otro; igual que un detective detecta la vida de otro. Y hablando de las traiciones de la memoria de la que usted es víctima, sospecho que es algo que le pasa a diario en la vida cotidiana y con todo el mundo.


¿Qué consecuencias le ha traído esto?


Muchas veces quedo como un creído insoportable porque me presento como si fuera la primera vez a personas que ya me habían presentado, o porque no saludo como si fuéramos cercanos a personas con las que compartí un almuerzo o un viaje. También me hablan de libros que incluso yo mismo he reseñado, pero que ya ni siquiera recuerdo haber leído. Tiene algo muy bueno también: a veces veo gente y no estoy para nada seguro de si me hicieron un favor o me dieron una puñalada, y para no quedar mal saludo con amabilidad, hasta de abrazo, a personas que me odian, porque no me acuerdo de que me odian. Hasta les debo parecer un buen cristiano que pone mil mejillas, o tal vez un cínico al que nada le importa. Todo es gracias a que no me acuerdo: nunca me acuerdo de si un crítico o un profesor ha hablado bien o mal de mis libros. Estoy seguro de que puedo ver a Alvarado Tenorio por la calle y no estar seguro de si es él o Juan Gustavo Cobo Borda.


Y ¿cómo no dejarse traicionar por la memoria? En su libro hay dos pistas: escribir los sueños (los que uno vive durmiendo) y tener un diario. ¿Hay algo más que se pueda hacer para no dejarse vencer?


Yo creo que la memoria -o al menos mi memoria- es un colador con la malla muy abierta; apenas algunas cosas muy grandes o de formas muy raras se quedan en el colador. Ya he renunciado a querer recordar; también renuncio a querer olvidar: la cabeza recuerda lo que le da la gana, a veces cosas completamente inútiles o desagradables. Hay algo que soy capaz de recordar muy bien, y que hasta me podría dar fama de tener buena memoria: soy capaz de repetir 30 poemas de memoria, incluso poesías muy largas, y las recuerdo sin fallas durante años. Soy como esos calculistas brutos para las matemáticas que, sin embargo, son capaces de decir en fracciones de segundo cuánto da 15.789 multipicado por 77.098. Pero debe haber algo más de lo que usted no se olvide nunca… Claro, hay cosas que creo recordar perfectamente y con nitidez. Sólo que cuando comparo lo que está en mi memoria con los recuerdos de esos mismos hechos, vistos por otras personas, me doy cuenta de que todos recordamos cosas distintas, o detalles que el otro no vio. Las mujeres, por ejemplo, pueden decir cómo estaba vestido alguien, y el color de la falda. Pero a veces, a los diez años o así, la ropa cambia de tela y de color, y las faldas se vuelven pantalones. Insisto en que el recuerdo es una de las formas de la fantasía.


Hablemos del libro. ¿De dónde surgió la idea de reunir ‘Un poema en el bolsillo’, ‘Un camino equivocado’ y ‘Ex futuros’ en ‘Traiciones de la memoria'? y ¿Por qué escogió estos tres textos?


La idea inicial era solamente escribir una novela policíaca en la que no se buscaba al asesino, sino al autor de un poema. Pero esa novela, o falsa novela, era apenas un cuento largo, o un relato. Entonces se me ocurrió poner otro relato de género incierto, sobre los primeros meses de mi fuga a Italia. Después me di cuenta de que, por simetría (la belleza es simetría), era conveniente balancear unos relatos sobre el pasado con un relato sobre el futuro, o sobre el futuro que no fue, y ese es el último texto, el de los ex futuros. Así podía también explicar por qué, en mi conciencia, el pasado y el futuro se parecen mucho, porque son meras conjeturas.


De las historias del libro, ‘Un camino equivocado’ es la que más explica el título. Allí narra los problemas que tiene con la memoria de siempre. Las otras dos historias, aunque no abordan el tema de la memoria, sí hacen alusión a ella... los recuerdos del Héctor Abad viviendo en Italia y los posibles ‘Héctores’ que pudo haber sido y no fue. ¿Estos textos son un intento de ganarle al olvido y retratar estos momentos de su vida o me equivoco? Es decir, son como una especie de tributo a sus fantasmas...


Yo no creo en espíritus ni en fantasmas ni en diablos ni en ángeles. Pero el recuerdo de una persona -viva o muerta- o lo que le atribuimos a cualquiera que acabamos de conocer, o lo que tratamos de adivinar sobre alguien que todavía no conocemos, todo eso son fantasmas. Todo el tiempo estamos haciendo hipótesis sobre los demás, y ese otro hipotético es un fantasma. Y nosotros mismos en el pasado somos fantasmas: el niño y el adolescente que fuimos ya es un fantasma y es una pura aproximación llamar a ese muchacho con nuestro mismo nombre: ni una célula de ese muchacho es ya nosotros, y sin embargo la conciencia tiene una ilusión de continuidad: que el que somos ahora es el mismo que fue hace 30 años. Si uno pudiera encontrarse con el muchacho que fue hace 30 años, si se lo presentaran por la calle o en una fiesta, habría una conversación muy interesante entre dos extraños que conservan algún parecido, una cierta familiaridad de primos hermanos.


Y en ‘Un camino equivocado’ usted narra lo difícil que es ser colombiano en el exterior. Dice que eso es como vivir con una cicatriz en la cara. También escribe que sentía desprecio por el país, y con razón, por el asesinato de su padre. ¿Usted cuándo se logró reconciliar con Colombia, dejar atrás las heridas, y volver?


Yo en algún momento creí que podría ser otra cosa. Quise volverme italiano, dejar de ser colombiano para siempre y no volver nunca aquí, a este país que me parecía una patria infame. Tuve instantes en que me creía Fernando Vallejo, aunque callado y sin tantos aspavientos. Pero desde el 92, cuando volví, y a pesar de que después he pasado un año en Boston, otro en Madrid y otro en Berlín, ya nunca más he dejado de querer ser lo que soy: un montañero de Antioquia. Uno no puede dejar de ser del sitio donde pasó la infancia y la juventud: ese pasado marca, es una cicatriz imborrable. Y ya he resuelto vivir y morir aquí, luchando contra lo que me parece odioso de mi país, y amando y defendiendo lo que amo de Colombia, que son muchísimas cosas.


En ‘Ex futuros’, me sorprendió que usted se sintiera casi infeliz con su vida y mirara con cierta envidia la vida de un amigo suyo, Manuel, que es un académico. Incluso usted escribe que por momentos quiso ser cómo él. ¿No era feliz Héctor Abad? ¿No se siente realizado?


No es que me sintiera infeliz: es que uno sabe que lo que es, lo es también por casualidad. Uno es lo que es, pero muchas veces en la vida nos damos cuenta de que pudimos ser otra cosa, tomar otro camino y llegar a ser personas completamente distintas: si nos hubiéramos casado con otra, si hubiéramos terminado otra carrera, si no se nos hubiera ocurrido escribir cierto libro, si no se nos hubiera muerto una hermana y suicidado un amigo. Uno no está destinado a ser el que es, y lo que somos lo llegamos a ser casi por casualidad. Yo sé que yo podría ser un escritor fracasado, al que nadie le publicara nada, que viviera muy pobre y muy anónimo en un barrio de Medellín. No sé si en ese caso sería más o menos feliz, pero sí creo que seguiría escribiendo de todos modos lo que escribo. Y también pude haber sido profesor, como mi amigo Manuel, y la vida de Manuel no me parece despreciable. En cuanto al adjetivo 'realizado', no me gusta. Nunca imaginé ser como soy, nunca he sentido que mi imaginación se haya vuelto real.


Por último, tres preguntas. ¿Todavía sigue Harold Alvarado Tenorio diciendo que el poema que estaba en el bolsillo de su padre el día de su muerte es de él? Después de su tremenda investigación plasmada en ‘Un poema en el bolsillo’, Alvarado Tenorio publicó una carta insistiendo en lo mismo. ¿Ha pasado algo nuevo? Tenorio dice un día una cosa y al día siguiente la contraria. Ya no me importa lo que diga. Durante mucho tiempo esperé que algún día contara la verdad sobre esos poemas: dónde los encontró, cómo los copió, por qué quiso hacer ese simpático juego literario. Pero él no quiere decir la verdad y tiene derecho a permanecer callado o a inventarse cada mes una nueva patraña. Es su manera de ser y si no fuera así, mitómano e injurioso, dejaría de ser Harold.


Cambiando de tema, brevemente, ¿cuál es la historia de su próxima novela? Tengo entendido que es la historia de un arzobispo…


No es sobre un arzobispo: es sobre un cura muy simple, aunque no común y corriente. Sobre un cura que incluso vivió en Cali antes de volver a Medellín. Era un cura enamorado del cine, de la música y de las mujeres. Un cura completo, cálido, amable, un cura que, cuando se murió, yo dije que si todos los curas fueran como él, yo creería en Dios.


Y para terminar, una pregunta sobre ‘El olvido que seremos’ (aunque a usted ya le han hecho miles de preguntas sobre ese libro). Pero después de tanto éxito de esa obra, ¿a usted le cambió la vida para bien o para mal? Es decir, por la fama, por tanto flash y tanta entrevista como esta. ¿Cómo se maneja el éxito después de ‘El olvido que seremos’?


Ese libro enriqueció mi vida y serenó mi conciencia. Ese era el único libro que yo tenía que escribir obligatoriamente. Ahora escribo en completa libertad. Algunos dicen que es el único libro bueno que yo he escrito. Puede que tengan razón y a lo mejor es el único libro bueno que voy a escribir. ¿Qué importa? Muchos escritores ni siquiera escriben un buen libro. Me podría conformar con eso, con el único libro; sin embargo, como para mí escribir es lo mismo que dormir o bañarme o comer, seguiré escribiendo hasta el día que me muera. Quién quita que otro día me vuelva a sonar la flauta. Mis otros libros viven muy celosos de ‘El olvido’, ‘Angosta’ dice que es mejor que él, ‘Fragmentos’ grita que es más alegre, el ‘Tratado’ protesta y dice que está escrito con más gracia… Que peleen entre ellos, a mí no me importa. Quiero seguir trayendo más hijos al mundo: hijos lindos, hijos brutos, hijos bobos, hijos prodigiosos, hijos epilépticos: uno no sabe lo que va a salir cuando fecunda un libro: pero me encanta asistir al nacimiento, ir al bautizo, y ver si son capaces o no de hacerse respetar solitos.

La vuelta al mundo de un cangrejo


Estreno
Óscar Ruiz Navia es el director de la película ‘El vuelco del cangrejo’, vista en el Festival de Cine de Toronto y que se acaba de ganar el Premio Especial del Jurado en al apartado de Ópera Prima del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, Cuba. ¿Quién es este caleño que a los 27 años ya miran con respeto en el gremio del Séptimo Arte local? Encuentro.

Por Santiago Cruz Hoyos
Periodista de GACETA

Suena la lluvia, gotas que caen con fuerza sobre la arena de una playa del Pacífico colombiano. Fondo negro. Aparece después la selva, casi virgen. El plano de la escena es largo, estático, animado por los sonidos del bosque. Y ahí entra al cuadro un hombre blanco, caminando. Se llama Daniel y tiene unos 30 años. Suda.

Enseguida se encuentra con un nativo, un anciano pescador. El anciano le cuenta que ya en la zona no hay nada que pescar, que cada vez hay que adentrarse más en el mar para traer la carne al paraje en donde vive: La Barra. Es un caserío de pescadores afro ubicado a una hora de Ladrilleros y Juanchaco, cerca a Buenaventura. Y allá es a donde va Daniel, huyendo de la ciudad, de la bulla urbana supone uno, o de una decepción amorosa, o de la violencia. Quién sabe.


Y en la historia tampoco se sabrá. Es que esa es la idea de la película. Que el espectador piense, ate cabos sueltos.

La historia es esta: Daniel llega a La Barra buscando una lancha para continuar su viaje. Pero el problema es que los pescadores están bien lejos y no hay quien lo transporte. Entonces se queda en La Barra por unos días, se hace amigo de Lucía, una niña que lo guía por aquí y por allá; se hospeda en el hostal de ‘Cerebro’, un pescador con pinta de Bob Marley y líder de La Barra, a cambio de trabajo diario. Daniel tiene la plata justa para el transporte en lancha. No alcanza para más.

Aparece Jazmín, la sobrina de ‘Cerebro’. Tremenda negra, de piernas largas, coqueta, sensual, tan provocativa como un pastel de chocolate. Pero el encanto a Daniel le dura una noche. Al siguiente día de estar con ella y no dejar nada del pastel, le deja de hablar.

Y en medio de ese mundo de pescadores sin peces, en el que en las noches el plan puede ser ver las estrellas o prender una fogata para cantarles a los dioses africanos, aparece un conflicto por la tierra.

Todo por culpa de ‘El paisa’, un colono que monta un hotel en la zona, con bafles que tienen casi el tamaño de una nevera y también nevera para vender cerveza. Y el tipo no deja dormir con ese reggaetón a todo volumen y cambia la vida del caserío. Al final le da por cercar la playa, que es de la comunidad. Y la comunidad se rebela.

‘El vuelco del cangrejo’. Así se llama esta película, dirigida por un caleño de 27 años que se llama Óscar Ruiz Navia. Una película original, muy colombiana en el sentido que narra, a través de esa pelea de vecinos en un caserío lejano, lo que a la larga ha desangrado al país a lo largo de su historia: la lucha por la tierra. Y todo con una historia sencilla, que pinta la cotidianidad de un mundo apartado y tranquilo y que hace recordar esa frase mítica de León Tolstoi: "Pinta tu aldea y serás universal".

‘El vuelco del cangrejo’ es una película que ya se vio en el Festival de Cine de Toronto, uno de los más importantes del continente. Antes de eso estuvo a una pizca de entrar a Cannes. No entró porque aún faltaban retoques, no estaba lista. Y ahora se acaba de ganar el Premio Especial del Jurado en al apartado de ópera Prima (primera película) del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, Cuba. El jurado anunció que el premio se lo otorgaban por "la capacidad de construir una fábula a través del viaje de su protagonista a un mundo aparentemente marginado de la realidad colombiana".

Ahora el reto más cercano de la película será en Colombia, en Cartagena, donde se va a lanzar a nivel nacional en el marco del Festival de Cine que inicia en febrero del próximo año. Y después arranca la vuelta al mundo, ‘El Vuelco’ será vista en los principales festivales de cine del planeta. Y todo por la terquedad de un caleño que no perdió de vista nunca el sitio a donde quería llegar con su película. ¿Y cuál es el rollo del hombre?

II

El joven caleño en realidad es bien joven. Más que de director de cine, tiene pinta de universitario. De arete en la oreja, incluso. De peinado descomplicado.

A Óscar Ruiz Navia lo encuentro en la casa de su madre, ubicada en el barrio Miraflores de Cali, donde está de paso. Vive en Bogotá.

Y ahí sentados empezamos a hablar de su historia en el cine. Y cuando habla de su hoja de vida, kilométrica para su edad, explica que tanto corto que ha hecho, tantos documentales, ahora una película propia, son producto de una pasión desbordada, de un entusiasmo que parece que en él no se acaba. Por eso, cree, es que siempre va un paso adelante.

Su palmarés indica que ha sido asistente de fotografía de los largometrajes ‘El rey’, de Antonio Dorado, y ‘Yo soy otro’, de Óscar Campo. También fue asistente de dirección de ‘Perro come perro’, de Carlos Moreno. Y ya como director se hizo cargo de los cortometrajes ‘Tres libras: música para enfermos’ (junto a Mauricio Vergara y Luis Henao); ‘Sunrise’ (junto a William Vega); ‘Licuefacción’ (junto a Néstor Ríos); ‘Al vacío 1,2,3’, y ‘En La Barra hay un cerebro’. Con esos cortos fue invitado a diferentes festivales nacionales e internacionales. Y junto a Sofía Oggioni, co-dirigió el docu-ficción – como él lo llama- ‘Los hijos de la bestia’, producido por Señal Colombia y Univalle. Este trabajo fue seleccionado para el XXVII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana – Muestra Informativa (Cuba, 2005) y para Alucine 7th Toronto Latino Media Film Festival (Canadá, 2006).

Pero la hoja de vida sigue. Ruiz cuenta que coordinó desde 2005 a 2007, junto a Óscar Campo, el Cine-club ‘Cine de autor’, en Lugar a Dudas, ese centro de promoción cultural que dirige el artista Óscar Muñoz. "Allí aprendí mucho", dice.

Y en 2006 fundó Contravía Films, una productora de cine independiente con la que empezó a producir, junto a sus socios, (Gerylee Polanco, William Vega y Marcela Gómez) cortos de otros jóvenes realizadores emergentes como ‘Escondite’, de Marcela Gómez y ‘A solas’, de Ingrid Pérez. Y su largometraje, ‘El vuelco del cangrejo’.

¿Cómo hizo todo eso, cómo recorrió ese camino en apenas 27 años? Ruiz Navia cree que en realidad el camino lo empezó a recorrer cuando era un estudiante de bachillerato del colegio Hispanoamericano.

"Antes de salir del colegio tuve una experiencia trascendental en mi vida. Me vinculé a una película de Jorge Navas, ‘Calicalabozo’. Navas y su equipo organizaron una especie casting en colegios de Cali e hicieron pruebas no sólo para actuar sino para que ayudaran en la producción de la película. Y armaron un grupo como de 50 chinos y a mí me escogieron. Yo salgo en la película, hago un extra de un peladito que va caminando con otros ‘gomelos’ que compran bareta. También ayudé en la producción, conseguí el toca discos de Andrés Caicedo que era de mi abuela, y la máquina de escribir, cosas así. Esa experiencia me marcó y a partir de ese momento dije: esto es lo que a mí me gusta".

Ruiz decidió estudiar cine y escogió La Nacional, de Bogotá. Pero en su primer intento no pasó en la universidad capitalina así que volteó su mirada a Univalle e ingresó para estudiar comunicación social.

"Decidí La Nacional por ignorancia, porque no conocía Bogotá y no dimensionaba bien lo que estaba pasando en Cali en materia de cine. Pero estudié acá un semestre y establecí un grupo de trabajo muy interesante. Incluso hicimos un cortometraje que se llamaba ‘Alegría que mata’, algo que no se veía en la universidad, que en primer semestre se filmara un corto de 24 minutos. Lo hicimos con un grupo con el que formamos Cinestesia Producciones, la primera productora que tuvimos".

Después de ese primer semestre en Univalle decidió irse para Montreal, Canadá, para estudiar francés e inglés. Y allá se compró su primera cámara fotográfica, una Pentax K 1000. Y se dedicó a tomar fotos y a ir al cine. Allá fue donde vio clásicos como ‘El Padrino’, de Francis Ford Coppola.
Cuando volvió al país fue cuando insistió en entrar a La Nacional. "Y me choqué. Llegué a un grupo que no tenía el mismo entusiasmo que yo tenía. Hasta que llegó el día en que me pregunté: ¿yo qué estoy haciendo acá? Y empecé a tener cada vez más vínculos con mis amigos de Univalle y hasta decidimos hacer un segundo cortometraje que se llamaba ‘Amnesia’".

Hasta que pasó lo que sospechaba que iba a pasar, se cansó de La Nacional y se retiró. Fue para él un momento complicado, de rupturas, de crisis. Pero decidió empezar de cero e ingresar de nuevo a Univalle. "Y esa fue la mejor decisión que he tomado en mi vida".

III

Fue en Univalle donde edificó gran parte los proyectos que exhibe en su hoja de vida. "Cogí a la universidad como un laboratorio para hacer cosas y encontré de nuevo a mi grupo de trabajo", dice.

Y con ese grupo de trabajo que tanto defiende fue que empezó la idea de hacer una película, ‘El vuelco del cangrejo’. "Yo empecé el proceso de ‘El Vuelco’ en la universidad, sin haberme graduado. Y la idea era hacer una película con mis amigos y libre, sin pensar si iba a ser comercial o no. Me gradué con el guión de la película, y el proyecto del filme fue mi tesis, tesis calificada como meritoria. Y también la tesis ganó el concurso Otto de Greiff, que es el concurso de mejores tesis del país, un premio muy importante".

En principio, la idea inicial de Ruiz Navia era hacer una película de un viaje, un filme que se catalogara como cine de carretera. Y era, en ese principio, una historia de un hombre que sale de la ciudad y se encuentra con la guerra de Colombia. "Era una idea muy estereotipada de un ‘man’ que va por la carretera y lo secuestran, todo 'hollywoodense', una idea mamona", reconoce.
Fue entonces cuando apareció su docente y director de tesis, el cineasta Óscar Campo. "Y me dice que cómo voy a hablar de la guerra en Colombia a través de una historia que no he vivido. A vos no te han secuestrado, no has estado en el monte, esto te va a quedar una vaina ‘ficti’. Vos tenés que hablar es de vos. ¿Qué viajes has hecho que vos sentís que conocés?", me preguntó.
E inmediatamente en la mente de Navia apareció un nombre: La Barra. Desde 2002 había ido como turista, a acampar. Y conocía a ‘Cerebro’ y también conocía la historia que narra en la película, la del ‘Paisa’ que llega con los bafles a cambiar la vida del caserío.

"Luego me di cuenta que esa anécdota era una metáfora de la situación de Colombia, donde hay dos vecinos que están peleando y hay uno que tiene poder y se queda con la tierra. Y tenía la intención de hacer una película que hablara sobre eso de alguna forma a partir de algo pequeño. Y empecé a ver otro cine. Cine de autor. Y entendí que si uno habla del pequeño detalle, puede ser más profundo".

Y la vida se le convirtió en la película, que la defendió a capa y espada. La defendió de los productores que querían participar pero cambiando las reglas. Arranca así un monólogo apasionado y sin interrupciones. "Yo creo que los productores colombianos están fuera de foco, tienen una visión del cine demasiado fuera de foco de lo que está pasando en el contexto mundial del cine independiente. Muchos productores creen que el cine tiene que ser como Hollywood y aspiran que sea así, te dicen que lo que hay que hacer en Colombia es industria y aquí lo que hay que hacer es una cinematografía, que es diferente. Y en esa industria no cabe una película personal, como ‘El vuelco’. Es una mentalidad completamente americanizada del cine, y en esa visión no caben películas distintas al esquema de Hollywood. Pero si vos ves otros países como México, Perú, Ecuador, Chile, hay una parte de cine industrial pero hay una corriente de cine independiente que es muy fuerte. Y hay una necesidad de rebelarse ante eso porque entonces el cine se convertiría en un apéndice de lo que pasa en la tv. El cine tiene que acercarse más hacia lo artístico.".

Entonces, aunque la película interesaba, los productores se imaginaban con el mismo tema otra historia a lo que Ruiz tenía en la cabeza. "Y me querían cambiar el guión y el equipo de trabajo. Y me negué".

Pero hay veces que la vida premia la persistencia, como en el de esta película. "Recibimos apoyo de un fondo de Estados Unidos que se llama The Global Films; apoyo de un coproductor francés que se llama Arizona Films; Andrés Pineda, de M Films, también fue coproductor. Y Diana Bustamante me ayudó a terminar la película, la parte de post producción".

Después de las batallas, el rodaje se realizó por fin. Tardó seis semanas y contó con un equipo de 13 personas que al final hicieron posible que uno de los sueños de Ruiz Navia con esta película se cumpliera. "Yo quería que la voz de las personas de La Barra se escuchara en el mundo". Y se han escuchado.

Ahora, en dos meses, se escucharán en Colombia. Y hay que oírlos. Y verlos. ‘El vuelco del cangrejo’ es una película que hay que ver por original, por distinta, porque demuestra que hay otras formas de contar historias en el cine colombiano sin necesidad de siempre hablar de guerra, de narcotráfico, de violencia. "Pinta tu aldea y serás universal". Tolstoi de nuevo aparece.