jueves, enero 14, 2010

Héctor Abad Faciolince: Un hombre sin memoria


El escritor antioqueño acaba de publicar ‘Traiciones de la memoria’, libro que reúne tres historias en las que relata cómo fue la búsqueda afanosa del autor de un poema; sus recuerdos de lo que fue su vida como extranjero en Italia y una reflexión con tintes de asombro ante el futuro de los hombres . Relatos que fueron escritos con muy mala memoria, pero con la paciencia de un reportero y las libertades literarias de un escritor que se lanza a reconstruir su pasado y a pensar sobre el mañana. Entrevista.


Por Santiago Cruz Hoyos

Periodista de GACETA


Eran preguntas para poner a trabajar la memoria. Pero eran al final preguntas sencillas. ¿Cuál fue el primer libro que le regalaron? ¿Quién se lo regaló? ¿Cuál fue el primer libro que usted regaló y a quién?... Los interrogantes fueron formulados por esta revista en septiembre de este año a diferentes escritores y cronistas del país y sus respuestas se publicaron en una edición alusiva al Día del Amor y la Amistad.


Sin embargo, Héctor Abad Faciolince no pudo responderlos. “Santiago: desgraciadamente yo vivo en el presente, sin memoria. A sus preguntas me tendría que inventar la respuesta, y no quiero. No recuerdo el primer libro que me regalaron; no recuerdo el primer libro que regalé. No recuerdo la primera película que vi. En realidad ni siquiera recuerdo la última. Vivo en una especie de limbo, casi sin recuerdos de ningún tipo. Es raro, pero es así. No es Alzheimer, pero casi. Por eso tampoco me acuerdo de usted: no es una ofensa, no me acuerdo de casi nadie. Tal vez sólo podría contestarle a una de las preguntas, la de un libro importante que me regalaron: sería ‘La conquista de la felicidad’, de Bertrand Russell. Ahí él dice, creo, pero no estoy seguro (no me acuerdo bien) que no conviene vivir en el pasado, ni rememorar más de la cuenta, porque es dulce olvidar. Con un saludo cordial y olvidadizo, Héctor Abad”.


Y el asunto se olvidó, pensando en que a lo mejor al escritor lo que le faltaba era tiempo en lugar de memoria. Sin embargo, leyendo su más reciente libro, ‘Traiciones de la memoria’ (Alfaguara) se reconoce que lo de la falta de recuerdos en él es en serio, que en esa respuesta que escribió estaba plasmada una sinceridad irrefutable. En ‘Traiciones de la memoria’ Héctor Abad escribe que eso, lo de la mala memoria, “es una forma peculiar de la brutalidad”.


Y que para los que sufren de ese mal como él, “el pasado tiene una consistencia casi tan irreal como el futuro”. Y agrega: “Si miro hacia atrás y trato de recordar los hechos que he vivido, los pasos que me han traído hoy hasta aquí, nunca estoy completamente seguro de si estoy rememorando o inventando”. Por eso más adelante le advierte al lector: “Lo ya ocurrido y lo que está por venir, en mi cabeza son apenas conjeturas. Los relatos autobiográficos que componen este libro tienen esa consistencia mixta: o la paciente reconstrucción por indicios de un pasado (‘Un poema en el bolsillo’, ‘Un camino equivocado’) o el asombro ante un futuro que quizás ya no seremos nunca (‘Ex futuros’)”.


El nuevo libro de Abad está compuesto por esos tres textos. El primero es ‘Un poema en el bolsillo’. Es en el fondo un reportaje exquisito, con la sazón de una novela policiaca, en el que el autor da cuenta de cómo demostró, con la paciencia de Job y una tozudez de técnico de fútbol, que el poema que encontró en el bolsillo de su padre el 25 de agosto de 1987, día en que lo mataron en la Calle Argentina de Medellín, era efectivamente de Borges, como siempre había creído, y no de Harold Alvarado Tenorio, como lo reclamó después el poeta colombiano. El segundo texto se titula ‘Un camino equivocado’. Ahí Abad narra los días en que vivió en Italia, en Turín, con su esposa y su hija. Son recuerdos de su rabia contra Colombia por lo que le habían hecho a él y a su familia (el asesinato de su padre, Héctor Abad Gómez). Recuerdos de lo difícil que significa ser un colombiano en el exterior, que es “como tener una cicatriz en la cara”.


La premisa la comprobó el día que le tocó disfrazarse de ciudadano español, cambiar el acento, para así poder dar clases de castellano y sobrevivir. (Si se presentaba como colombiano le cerraban las puertas, no le creían). Recuerdos de una infidelidad a su esposa con una mujer llamada Lorenza a quien, por supuesto, eso sí no olvida jamás, sobre todo porque era de una belleza “apabullante”, y recuerdos del día en que uno de sus grandes amigos, Alberto Aguirre, después de leer unos cuentos suyos, le dijo:

- Héctor, te jodiste para siempre.

-¿Por qué?

-Por que vos sos escritor. Y lo más grave es que no servís para ninguna otra cosa.


Y por último aparece ‘Ex futuros’, una reflexión sobre el hombre y todos los futuros de ese hombre que no fueron. Lo que pudo ser un hombre y no fue, lo que pudo ser Héctor Abad Faciolince, docente, académico, y resultó en otro, escritor. Habla el autor.


II Charla sobre la memoria (la mala)


Héctor, usted escribe que lo de la mala memoria de la que sufre es una forma particular de la brutalidad. Pero ampliemos esta definición. ¿Qué es en realidad la mala memoria en palabras de unas de sus ‘víctimas’, Héctor Abad?


Mala memoria es, por ejemplo, que ya no me acuerdo de su nombre, aunque acaba de decírmelo: podría ser Andrés o Carlos o Jacobo… ya no me acuerdo, tendría que volver a preguntar, ¿cómo es que te llamás vos? Mala memoria no es no acordarse del propio nombre o del nombre de la hija. Eso ya sería Alzheimer y locura… Pero sí es, por ejemplo, encontrarse con una antigua novia que te dice: “¿Te acuerdas de cuando estuvimos durmiendo en Tuluá en la casa de Álvarez Gardeazábal y él y su novio Roque te coqueteaban?” y no tener ningún recuerdo de haber ido jamás a Tuluá ni de haber sido cortejado por hombres. Pero al menos a la novia no la había olvidado completamente. A lo mejor es ella que recuerda mal o está inventando.


¿Y entonces cómo escribe un escritor con mala memoria, cómo hace?


Es muy sencillo: yo he reemplazado la fantasía por la mala memoria. Yo escribo lo que recuerdo, pero como recuerdo mal, lo que escribo es lo más parecido que hay a la imaginación. Cada cual escribe con los recursos que tiene: el mío es la mala memoria. Reconstruyo mi pasado según indicios: con documentos y testimonios, como si lo que yo viví lo hubiera vivido otro; igual que un detective detecta la vida de otro. Y hablando de las traiciones de la memoria de la que usted es víctima, sospecho que es algo que le pasa a diario en la vida cotidiana y con todo el mundo.


¿Qué consecuencias le ha traído esto?


Muchas veces quedo como un creído insoportable porque me presento como si fuera la primera vez a personas que ya me habían presentado, o porque no saludo como si fuéramos cercanos a personas con las que compartí un almuerzo o un viaje. También me hablan de libros que incluso yo mismo he reseñado, pero que ya ni siquiera recuerdo haber leído. Tiene algo muy bueno también: a veces veo gente y no estoy para nada seguro de si me hicieron un favor o me dieron una puñalada, y para no quedar mal saludo con amabilidad, hasta de abrazo, a personas que me odian, porque no me acuerdo de que me odian. Hasta les debo parecer un buen cristiano que pone mil mejillas, o tal vez un cínico al que nada le importa. Todo es gracias a que no me acuerdo: nunca me acuerdo de si un crítico o un profesor ha hablado bien o mal de mis libros. Estoy seguro de que puedo ver a Alvarado Tenorio por la calle y no estar seguro de si es él o Juan Gustavo Cobo Borda.


Y ¿cómo no dejarse traicionar por la memoria? En su libro hay dos pistas: escribir los sueños (los que uno vive durmiendo) y tener un diario. ¿Hay algo más que se pueda hacer para no dejarse vencer?


Yo creo que la memoria -o al menos mi memoria- es un colador con la malla muy abierta; apenas algunas cosas muy grandes o de formas muy raras se quedan en el colador. Ya he renunciado a querer recordar; también renuncio a querer olvidar: la cabeza recuerda lo que le da la gana, a veces cosas completamente inútiles o desagradables. Hay algo que soy capaz de recordar muy bien, y que hasta me podría dar fama de tener buena memoria: soy capaz de repetir 30 poemas de memoria, incluso poesías muy largas, y las recuerdo sin fallas durante años. Soy como esos calculistas brutos para las matemáticas que, sin embargo, son capaces de decir en fracciones de segundo cuánto da 15.789 multipicado por 77.098. Pero debe haber algo más de lo que usted no se olvide nunca… Claro, hay cosas que creo recordar perfectamente y con nitidez. Sólo que cuando comparo lo que está en mi memoria con los recuerdos de esos mismos hechos, vistos por otras personas, me doy cuenta de que todos recordamos cosas distintas, o detalles que el otro no vio. Las mujeres, por ejemplo, pueden decir cómo estaba vestido alguien, y el color de la falda. Pero a veces, a los diez años o así, la ropa cambia de tela y de color, y las faldas se vuelven pantalones. Insisto en que el recuerdo es una de las formas de la fantasía.


Hablemos del libro. ¿De dónde surgió la idea de reunir ‘Un poema en el bolsillo’, ‘Un camino equivocado’ y ‘Ex futuros’ en ‘Traiciones de la memoria'? y ¿Por qué escogió estos tres textos?


La idea inicial era solamente escribir una novela policíaca en la que no se buscaba al asesino, sino al autor de un poema. Pero esa novela, o falsa novela, era apenas un cuento largo, o un relato. Entonces se me ocurrió poner otro relato de género incierto, sobre los primeros meses de mi fuga a Italia. Después me di cuenta de que, por simetría (la belleza es simetría), era conveniente balancear unos relatos sobre el pasado con un relato sobre el futuro, o sobre el futuro que no fue, y ese es el último texto, el de los ex futuros. Así podía también explicar por qué, en mi conciencia, el pasado y el futuro se parecen mucho, porque son meras conjeturas.


De las historias del libro, ‘Un camino equivocado’ es la que más explica el título. Allí narra los problemas que tiene con la memoria de siempre. Las otras dos historias, aunque no abordan el tema de la memoria, sí hacen alusión a ella... los recuerdos del Héctor Abad viviendo en Italia y los posibles ‘Héctores’ que pudo haber sido y no fue. ¿Estos textos son un intento de ganarle al olvido y retratar estos momentos de su vida o me equivoco? Es decir, son como una especie de tributo a sus fantasmas...


Yo no creo en espíritus ni en fantasmas ni en diablos ni en ángeles. Pero el recuerdo de una persona -viva o muerta- o lo que le atribuimos a cualquiera que acabamos de conocer, o lo que tratamos de adivinar sobre alguien que todavía no conocemos, todo eso son fantasmas. Todo el tiempo estamos haciendo hipótesis sobre los demás, y ese otro hipotético es un fantasma. Y nosotros mismos en el pasado somos fantasmas: el niño y el adolescente que fuimos ya es un fantasma y es una pura aproximación llamar a ese muchacho con nuestro mismo nombre: ni una célula de ese muchacho es ya nosotros, y sin embargo la conciencia tiene una ilusión de continuidad: que el que somos ahora es el mismo que fue hace 30 años. Si uno pudiera encontrarse con el muchacho que fue hace 30 años, si se lo presentaran por la calle o en una fiesta, habría una conversación muy interesante entre dos extraños que conservan algún parecido, una cierta familiaridad de primos hermanos.


Y en ‘Un camino equivocado’ usted narra lo difícil que es ser colombiano en el exterior. Dice que eso es como vivir con una cicatriz en la cara. También escribe que sentía desprecio por el país, y con razón, por el asesinato de su padre. ¿Usted cuándo se logró reconciliar con Colombia, dejar atrás las heridas, y volver?


Yo en algún momento creí que podría ser otra cosa. Quise volverme italiano, dejar de ser colombiano para siempre y no volver nunca aquí, a este país que me parecía una patria infame. Tuve instantes en que me creía Fernando Vallejo, aunque callado y sin tantos aspavientos. Pero desde el 92, cuando volví, y a pesar de que después he pasado un año en Boston, otro en Madrid y otro en Berlín, ya nunca más he dejado de querer ser lo que soy: un montañero de Antioquia. Uno no puede dejar de ser del sitio donde pasó la infancia y la juventud: ese pasado marca, es una cicatriz imborrable. Y ya he resuelto vivir y morir aquí, luchando contra lo que me parece odioso de mi país, y amando y defendiendo lo que amo de Colombia, que son muchísimas cosas.


En ‘Ex futuros’, me sorprendió que usted se sintiera casi infeliz con su vida y mirara con cierta envidia la vida de un amigo suyo, Manuel, que es un académico. Incluso usted escribe que por momentos quiso ser cómo él. ¿No era feliz Héctor Abad? ¿No se siente realizado?


No es que me sintiera infeliz: es que uno sabe que lo que es, lo es también por casualidad. Uno es lo que es, pero muchas veces en la vida nos damos cuenta de que pudimos ser otra cosa, tomar otro camino y llegar a ser personas completamente distintas: si nos hubiéramos casado con otra, si hubiéramos terminado otra carrera, si no se nos hubiera ocurrido escribir cierto libro, si no se nos hubiera muerto una hermana y suicidado un amigo. Uno no está destinado a ser el que es, y lo que somos lo llegamos a ser casi por casualidad. Yo sé que yo podría ser un escritor fracasado, al que nadie le publicara nada, que viviera muy pobre y muy anónimo en un barrio de Medellín. No sé si en ese caso sería más o menos feliz, pero sí creo que seguiría escribiendo de todos modos lo que escribo. Y también pude haber sido profesor, como mi amigo Manuel, y la vida de Manuel no me parece despreciable. En cuanto al adjetivo 'realizado', no me gusta. Nunca imaginé ser como soy, nunca he sentido que mi imaginación se haya vuelto real.


Por último, tres preguntas. ¿Todavía sigue Harold Alvarado Tenorio diciendo que el poema que estaba en el bolsillo de su padre el día de su muerte es de él? Después de su tremenda investigación plasmada en ‘Un poema en el bolsillo’, Alvarado Tenorio publicó una carta insistiendo en lo mismo. ¿Ha pasado algo nuevo? Tenorio dice un día una cosa y al día siguiente la contraria. Ya no me importa lo que diga. Durante mucho tiempo esperé que algún día contara la verdad sobre esos poemas: dónde los encontró, cómo los copió, por qué quiso hacer ese simpático juego literario. Pero él no quiere decir la verdad y tiene derecho a permanecer callado o a inventarse cada mes una nueva patraña. Es su manera de ser y si no fuera así, mitómano e injurioso, dejaría de ser Harold.


Cambiando de tema, brevemente, ¿cuál es la historia de su próxima novela? Tengo entendido que es la historia de un arzobispo…


No es sobre un arzobispo: es sobre un cura muy simple, aunque no común y corriente. Sobre un cura que incluso vivió en Cali antes de volver a Medellín. Era un cura enamorado del cine, de la música y de las mujeres. Un cura completo, cálido, amable, un cura que, cuando se murió, yo dije que si todos los curas fueran como él, yo creería en Dios.


Y para terminar, una pregunta sobre ‘El olvido que seremos’ (aunque a usted ya le han hecho miles de preguntas sobre ese libro). Pero después de tanto éxito de esa obra, ¿a usted le cambió la vida para bien o para mal? Es decir, por la fama, por tanto flash y tanta entrevista como esta. ¿Cómo se maneja el éxito después de ‘El olvido que seremos’?


Ese libro enriqueció mi vida y serenó mi conciencia. Ese era el único libro que yo tenía que escribir obligatoriamente. Ahora escribo en completa libertad. Algunos dicen que es el único libro bueno que yo he escrito. Puede que tengan razón y a lo mejor es el único libro bueno que voy a escribir. ¿Qué importa? Muchos escritores ni siquiera escriben un buen libro. Me podría conformar con eso, con el único libro; sin embargo, como para mí escribir es lo mismo que dormir o bañarme o comer, seguiré escribiendo hasta el día que me muera. Quién quita que otro día me vuelva a sonar la flauta. Mis otros libros viven muy celosos de ‘El olvido’, ‘Angosta’ dice que es mejor que él, ‘Fragmentos’ grita que es más alegre, el ‘Tratado’ protesta y dice que está escrito con más gracia… Que peleen entre ellos, a mí no me importa. Quiero seguir trayendo más hijos al mundo: hijos lindos, hijos brutos, hijos bobos, hijos prodigiosos, hijos epilépticos: uno no sabe lo que va a salir cuando fecunda un libro: pero me encanta asistir al nacimiento, ir al bautizo, y ver si son capaces o no de hacerse respetar solitos.

4 comentarios:

Julio César Londoño dijo...

estupendo blog, Santiago, felicitaciones!!!

Julio César Londoño

Anónimo dijo...

Muy bueno, excelente!!!!!
Kt

NTC dijo...

Sin duda un garn texto. Felicitaciones y gracias.
Algo más sobre Héctor Abad F., ver: http://enriqueuribewhite.blogspot.com/2010_07_16_archive.html
Atte.,NTC … Nos Topamos Con … http://ntcblog.blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com . Cali, Colombia, Julio 18, 2010. Gabriel Ruiz A. , Director

Anónimo dijo...

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