jueves, julio 23, 2009

Historia de un cronista del poder


Este es el relato de lo que fueron cuatro días entrevistando, escuchando y observando al periodista norteamericano autor de libros como ‘La caída de Bagdad’ o la biografía ‘Che Guevara, una vida revolucionaria’. El escritor de nómina de la revista The New Yorker estuvo en Bogotá, invitado al Festival El Malpensante, que terminó a finales de junio.


Por Santiago Cruz Hoyos

Periodista de Gaceta

Foto: Foto: Luis Eduardo Noriega Arboleda, Colprensa.



Jon Lee Anderson entra a la terraza del hotel Radisson de Bogotá serio y vestido completamente de negro. Saco, pantalón, medias, zapatos. Camina despacio, luciendo su barba característica, sus lentes y un cansancio que no puede ocultar. Por eso, quizá, su seriedad extrema inicial. Se acaba de bajar de un avión después de atravesar todo el Atlántico junto a su hija Rosie, y según su BlackBerry debería estar dormido hace varias horas: el teléfono le indica que en Dorset, Inglaterra, donde vive, son casi las tres de la mañana. En Bogotá apenas empieza la noche. Hace frío.


Tras él viene una romería de gente, pero Anderson sobresale. Primero, porque mide casi un metro con 90 centímetros. Segundo, por lo que representa su figura en el periodismo mundial. Es, por ejemplo, escritor de nómina de The New Yorker, una de las revistas estadounidenses que goza de mayor prestigio en el mundo.


Es, también, autor de libros como ‘La caída de Bagdad’, en el que narra la vida de los iraquíes de a pie que vivían el final del régimen de Sadam Hussein, su derrota y la llegada de las tropas norteamericanas a Irak. O la magistral biografía titulada ‘Che Guevara, una vida revolucionaria’, una de las obras biográficas más completas que se han escrito sobre el argentino. Lo pinta en todas sus facetas. El Che asmático; el hombre atormentado por las injusticias sociales que padecía Latinoamérica; el Che escritor, moralista; el hombre que nació en Rosario, Argentina, un 14 de mayo bajo el signo Tauro, lo que se traducía en un ser con una personalidad audaz y obstinada que jamás dejó de creer en su idea de unificar al mundo entero por medio de la revolución armada.


Anderson es, además, cronista de guerra, (aunque prefiere que no lo encasillen con ese rótulo) y autor de extensos perfiles sobre personalidades con poder, todos cargados de detalles. En su perfil de Hugo Chávez, por ejemplo, se dio cuenta que el presidente de Venezuela es un hombre adicto al café. “Se toma como 26 tazas al día. Yo me tomaba 12, hasta 16”, me dirá en una entrevista. Y a Juan Pablo Angarita, su joven acompañante en Bogotá, un estudiante de literatura, le dijo: “Chávez tiene una boca encantadora”.


Perfiló también a Pinochet, a Saddam Hussein, a Fidel Castro, a Mahmoud Ahmadinejad, a Gabo, con quien estuvo durante 7 meses, y descubrió que el Nobel es un hombre enamorado del color blanco. “Sin escenas, y sin detalles, no hay artículo”, promulga Anderson.


Ahora lo veo sentado en un sofá junto a la editora mexicana Margarita de Orellana, el escritor Héctor Abad, el diseñador de efectos especiales nicaragüense Carlos Argüello y el director del Festival, Andrés Hoyos. Se preparan para ofrecer una tertulia con los periodistas, un abrebocas de lo que será- fue- El Malpensante. Jon Lee Anderson calla, estira las piernas, juega con sus manos, agacha la cabeza. Sí, está agotado. Sin embargo, al final de una breve presentación, toma el micrófono y responde de forma pausada y con expresiones cubanas varias preguntas. Dice que le gustaría perfilar a Raúl Castro; Que a Obama hay que esperarlo, y le falta sazón. Le preguntan por el conflicto colombiano y pone cara de ¿Por Dios? “Acabo de atravesar el Atlántico y me piden que explique el conflicto colombiano. Pero si no soy un experto sobre Colombia. En 50 años no se ha podido explicar este conflicto”. Habla del oficio del cronista. Dice que debe ser como un minero que va encontrando luces en el camino. Habla del Che, y de películas como ‘Diarios de motocicleta’. “Mira, a calzón quitado te digo que la película es un desastre”. Generalmente arranca sus frases con esa palabra… mira. La ronda de preguntas es breve. Cuando termina, me le acerco. Acordamos una primera cita para charlar. Y me dice: “Lleva por favor ese libro que tienes allí (‘La caída de Bagdad’) que es posible que lo necesite mañana en el taller que voy a dictar”. En su mano tiene una copa de vino.


II


El auditorio William Shakespeare del colegio Anglo Colombiano está abarrotado de gente. Son las 7:15 de la noche de un sábado de junio y han pasado dos días después de haber dictado el taller sobre periodismo en zonas de conflicto. Ya hablaremos de esa experiencia. Jon Lee Anderson se alista, junto al moderador de la charla, el periodista colombiano Gerardo Reyes, para contar parte de su historia de vida. Es su última intervención en el Festival. Ha hablado tanto, ha respondido decenas de preguntas sobre Chávez, el Che, Gabo, Bush, la situación en Irán, que su voz se empieza a poner ronca, una garganta cansada de un hombre visto por los medios como un oráculo que sabe de todo pero que ya no quiere hablar más sino compartir tiempo con su hija, Rosie, que tiene 18 años y próximamente parte de casa a la universidad.


Sin embargo, Jon Lee Anderson se concentra en lo suyo, la conferencia. Sorprende de entrada. Nunca pensó en ser periodista, dice. “Pero mi madre, Barbara Joy Anderson, que era escritora, siempre me decía que yo podía ser escritor. Pero en realidad yo estaba empeñado en ser explorador o conservacionista”.


Entonces, con esa idea, cuenta, llegó al Perú, para hacer expediciones, una especie de ecoturismo. Y en el Perú estaba tratando de quedarse para financiar más aventuras en las selvas. Y en esas estaba pensando mientras leía un semanario en inglés, The Lima Times, uno de los más antiguos que existen en América Latina. En la lectura vio un pequeño anuncio que decía: se buscan reporteros. “Como mi madre me había dicho que yo podía ser escritor, y tenía que buscarme la vida, me presenté ante los editores de este semanario, y me aceptaron con un sueldo mísero. Recuerdo que era menos de lo que lo que me podía haber ganado como un asistente de camarero en un McDonald's, pero quedé fascinado con el oficio. Los editores sabían de mis expediciones, y me pidieron historias. Recuerdo que les hice tres crónicas y yo estaba feliz. Al mes me contrataron”.


Vio su nombre impreso por primera vez en el periódico y se sintió orgulloso. Escribió reportajes sobre la corrupción policial, el inicio del narcotráfico en el Perú y siempre, siempre, dudó de los gobiernos, del poder establecido. Entonces, a principios de los 80, observaba de reojo los procesos dictatoriales que crecían en Chile, Paraguay, Nicaragua, El Salvador (donde fue corresponsal) la subida al poder de Reagan, y la injerencia de Estados Unidos, su país, en todos esos procesos. Se empezaba a conocer a sí mismo.


De The Lima Times pasó a trabajar con Jack Anderson, un célebre columnista estadounidense, premio Pulitzer en 1972 por sus informaciones sobre el papel del gobierno de Nixon a favor de Pakistán en la guerra contra India en 1971. Jon contestaba primero el teléfono, nada más. “Uno trabajaba para Jack como un esclavo, era como trabajar para un presidente. Recuerdo que le gustaba mucho mi nombre, me decía: Jon Lee Anderson. ¡Vaya, qué buen nombre tienes!”. Jon se fue a cubrir conflictos en América Latina (Nicaragua, Salvador, Honduras) y sus notas las escribía como si fueran del propio Jack. “Según mi asociado, Jon Lee Anderson”…


Pasó a la revista Times, pero a la larga buscó otro destino. Se dedicó a escribir libros durante una década, los 80, con su hermano Scott, también periodista. “El primer libro era bastante precoz y bastante malo, por cierto. Era una investigación sobre el terror que produce la ultra derecha”, cuenta. Después se dedicaron a viajar por el mundo de conflicto en conflicto escribiendo un libro que se llama Zonas de Guerra, hablando con actores de todos los bandos en guerras de cinco países diferentes.


Cuando terminan el libro, se separan. Scott se encierra a escribir una novela y Jon Lee emprende un nuevo proyecto periodístico: escribir un libro sobre las guerrillas en el mundo. “Yo estaba fascinado porque existían sociedades clandestinas, al margen de nuestros ojos y que no estaban representados en nuestros noticieros ni periódicos. Nadie cubría la clandestinidad. Cuando me interné en los bosques de Birmania, por ejemplo, yo estuve con gente que había estado ahí tres generaciones, y nunca habían salido de los bosques de bambú desde el año 45. Yo los encontré en el 89, habían peleado todos esos años desde la Segunda Guerra Mundial”.Y en ese recorrido suyo por los grupos guerrilleros, se encontró con la historia del Che. En las guerrillas era un hombre mitificado, el Santo Patrón. ¿Y cómo un hombre que ha muerto tan recientemente logra convertirse en mito? Eso le interesó, tanto que escribió una biografía de 750 páginas. Pero esa historia da para escribir otro reportaje.


III


Tengo que decir que Jon Lee Anderson fue un tipo bastante generoso al permitirme entrevistarlo en dos ocasiones y gestionar mi entrada a su taller sobre reportería en zonas de conflicto sin pagar un solo peso para lograr escribir estas líneas. ¿Por qué? No lo sé. Lo vi disgustado rechazando entrevistas, lo escuché furioso, con la cara roja, en medio de uno de nuestros encuentros, exigiendo que los otros periodistas que lo merodeaban con cámaras se retiraran. “Parecen buitres”, me dijo.


Lo escuché pidiéndo que no le programaran demasiadas entrevistas. Anderson estaba en Bogotá compartiendo cada minuto que podía con su hija. Y el tiempo para la familia en un hombre que vive en un avión es oro. El azar, además, me permitió coincidir con él en una plazoleta de comidas de un centro comercial y en un café. Lejos, sin interrumpir, aprovechaba para observarlo y tomar apuntes. De buen genio, es un tipo con bastante humor. Nuestra primera charla se dio en la terraza del hotel Radisson. Mi interés, le dije, era conocer al Jon Lee Anderson familiar, el de la casa. Su vida de reportero de guerra es conocida. Ya había leído en dos ocasiones el libro suyo sobre el Che, parte de ‘La caída de Bagdad’, artículos de prensa, relatorías sobre sus talleres de perfiles en la Fundación Nuevo Periodismo y textos suyos célebres como esa crónica titulada ‘Los afganos aman las flores’. Ya lo había escuchado responder decenas de veces las mismas preguntas sobre Chávez, Pinochet, el Che, Colombia. Yo, en cambio, me preguntaba: ¿cómo es Jon Lee Anderson en su casa?


Anderson respondió la pregunta. Confiesa, por ejemplo, que es un hombre de genio complicado. No con sus tres hijos, o su familia, no. Es un padre bastante liberal. Pero sí lo saca de quicio la prepotencia, la rudeza, la falta de cortesía. (En una ocasión un guerrero mujaidin, en Afganistán, le cogió los testículos. Era una costumbre que se ejercía con los extranjeros. Anderson lo persiguió y lo pateó dos veces, iracundo. Sólo una metralleta lo detuvo).


Vive entre gatos y un perro, como uno de los escritores que más lo ha influenciado: Ernest Hemingway. Trabaja en casa, en su estudio. Pero si ha estado en un lugar en conflicto, busca, antes de llegar, pasar por un lugar interino, para no llevar los clavos a casa. “Uno no saca todos los clavos, pero se saca bastante”, dice. Su esposa, Erika, cuenta, ha sido su ancla, su aliada en la aventura. “Si hubiera sido diferente, no hubiéramos llegado hasta ahora. Ella siempre ha entendido que salgo, pero vuelvo. Y siempre ha sido así. Y ella me ha entendido, porque mi vida no es estancar. Estar en un sitio y nunca moverse, no, eso no va conmigo”.


Erika siempre ha dicho que Jon tiene buena estrella, es muy intuitiva. La única vez que se puso inquieta ante la inminente partida de su esposo a un país en conflicto, Somalia, él prefirió no ir. “Tiene un sexto sentido, y aunque no me decía nada, sí la veía muy inquieta. Y hablamos del tema y me confesó que tenía malos presentimientos con ese viaje. No fui”. La familia, expresa, no lo ‘contamina’ cuando está en un conflicto armado. Es decir, no vive en medio del conflicto extrañándolos. Sabe que va a volver. “Si paso la vida añorando casa, no puedo trabajar. Yo recuerdo que tenía un amigo que mientras estábamos cubriendo una guerra, tenía una foto de su mujer en el escritorio de su computador y la llamaba todas las noches. Un par de veces lo vi llorando. Él dependía mucho de ella, pero yo no concebía eso. Cada uno tiene que tener su propio universo. Y aunque es difícil, es la única manera de lograrlo”.


No es un hombre que coleccione música. Por lo regular, sí, escucha melodías de los países en donde estuvo. Acaba de recorrer Brasil, en donde reporteó la vida de un capo del narcotráfico. Volvió con una canción de un autor cuyo nombre es complicado de recordar. “Me ayuda mucho la música de los sitios en donde he estado al momento previo de escribir. Pero cuando escribo, prefiero no escuchar nada. Necesito trabajar casi monásticamente, en penuria”.


Es adicto al café, pero lo toma más en terrenos de conflicto para estar siempre lúcido, alerta. Se desestresa caminando con su perro en los abismos que quedan justo al lado del mar, en su pueblo, “un paisaje bello”. Hace ejercicio, cuando puede. En nuestro segundo y breve encuentro, que se dio minutos antes de que participara en una charla con los periodistas Félix de Bedout y Carlos Fernando Chamorro, charla que giró en torno a las distancias que se deben marcar entre el periodismo y el poder, Jon Lee habló de la muerte, del concepto de muerte. “No me asusta, no la tengo presente.


En los lugares de guerra en donde me muevo no me cuelga ese cartel sobre la cabeza”. Dijo, hablando de religión y espiritualidad, que no es creyente, “nunca he podido creer en Dios”. Sobre la fama, manifestó que no te da nada, que molesta. Y sobre el conflicto en Colombia manifestó que es un país difícil de trabajar, te obligan a escoger uno de los bandos. Hablamos de la crítica sobre sus libros. “Trato de no lastimarme con ello”. Y hablamos de sus próximos proyectos: creó un blog que trata la situación en Irán en The New Yorker; está a punto de publicar su perfil del gángster brasileño (no revela el nombre aún por seguridad) y anhela regresar a Cuba para escribir la gran biografía de la Revolución.


Asistí a su taller sobre reportería en zonas de conflicto. Habló de la necesidad de ser claros en el terreno, de saber uno a qué va y para qué escribe. Eso puede ser el salvavidas en el momento en que un grupo rebelde te capture. Habló de la situación en Irán y se discutió un texto suyo sobre los 'basiyis', milicianos vestidos de paisanos que atacaron a los manifestantes que salieron a las calles para protestar ante los resultados en las elecciones presidenciales en Irán, hace casi un mes. Fue un taller de cuatro horas y por espacio hay temas que no se pueden tocar en esta historia. Sí se dejó una premisa: en el terreno, ante todo, la vida. Ante todo salvar vidas, si se puede. Y proteger la identidad de tus fuentes. El periodista no puede generar más víctimas.


IV


Anderson disfrutó de Bogotá y sus alrededores. Me contaron de un paseo suyo a Zipaquirá. Pensé en pedirle que me dejara acompañarlo, pero no. El tiempo para la familia en su caso, repito, vale oro. Entonces, preferí escuchar las voces de sus amigos, esculcar sus conceptos sobre su trabajo y personalidad. Jaime Abello, presidente de la Fundación Nuevo Periodismo, lo conoce desde hace 10 años. “Jon es un huésped del Carnaval de Barranquilla, un certamen que le encanta. Es un gringo de espíritu europeo con sensibilidad Caribe. Un tipo ‘mamagallista’, que entiende al otro, que tiene una gran cultura y tiene la capacidad de adaptarse fácil a cualquier ambiente.


Es, además, un diseccionador de la condición humana, solidario, claro, recto, formidable reportero. Le han hecho falta más oportunidades para que trabaje temáticas de América Latina”. Sergio Dahbar, cronista venezolano, le exalta la distancia que pone frente a sus perfilados y los temas que trata. Además, lo ha visto actuar en terreno. “Lo he visto en Venezuela buscando entrevistas, buscar acercarse, la persistencia silenciosa de su reportería, y te digo que casi que no quieren que sepa que él está en acción. Pero él está”.


Gerardo Reyes, por su parte, dice que Jon Lee Anderson tiene el encanto de la modestia. Y hablar de él como corresponsal de guerra es injusto, porque él es un cronista, un cronista del poder. “Es un tipo que sabe de Colombia, del Caribe, pero también de Afganistán. Tiene olfato para saber dónde hay conflicto y además el olfato para buscar en la guerra el ángulo inédito y perdido, el ángulo insólito y paradójico. Se le critica, sí, en Estados Unidos, muchos hechos en su biografía del Che que sobraban. También le critican falta de contexto. Pero sin lugar a dudas es de esos periodistas que están desplazando el papel del historiador”.


Muchos lo conocen, muchos quieren hablar de él. Es un periodista con bastantes lazos afectivos en Colombia. Jon Lee Anderson partió del país un martes de junio. Tomó un avión con Rosie rumbo a Brasil, para reunirse con su hijo Máximo y pescar más datos para su perfil del gángster brasileño. Después viajó a España, a Salamanca, para buscar un apartamento para su hija. Es de esos seres que se montan en aviones como si fueran taxis, un trashumante. Ser su sombra, como lo intentó GACETA, es imposible.

1 comentario:

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