lunes, marzo 02, 2009

El hombre de la memoria eterna



El segundo día de este año se cumplió el tercer aniversario de muerte del fotógrafo vallecaucano Fernell Franco. En su fundación, ubicada en el barrio Centenario donde vivió el artista, trabajan 24 horas para digitalizar su obra que será expuesta en Estados Unidos y América Latina con el apoyo de la Universidad de Harvard. Gaceta fue hasta allá para reconstruir la vida y la gloria de uno de los mejores fotógrafos del continente en los últimos tiempos. Homenaje.



Por Santiago Cruz Hoyos

Revista GACETA - EL PAÍS


I La muerte
Fue un dos de enero. Año: 2006. Ese día, Fernell Franco, después de haberse duchado (no hacía nada antes de ducharse, era su ritual imprescindible en la vida) se encontraba sentado en la cabecera del comedor de cuatro puestos ubicado en la cocina de su casa en el barrio Centenario, al norte de Cali. Mientras desayunaba, escuchaba atento a Martha Izquierdo, su esposa y cómplice en su oficio como fotógrafo, que le estaba narrando el sueño que había tenido la noche anterior.

Era un sueño premonitorio, un sueño sobre la muerte. "Estabamos en la Plaza de San Francisco y vi gente que cargaba gente, personas muy livianas. Después, estabamos en un caos, una ciudad terrible, como Singapur, Tokio, una cosa fea. En otro momento nos encontramos en una colina, y al fondo un rostro de Jesucristo y muchas velas blancas. Al lado de la colina había un restaurante, donde entramos. Nos paramos, nos fuimos y llegaron Vanessa, Sabrina y Mechas, nuestras hijas, las supuestas dueñas, y nos preguntaron que por qué nos habíamos ido. Les respondimos que porque había gente fumando marihuana. Ellas se quedaron paradas y nosotros nos fuimos a un puente y al fondo se veían unas casas traslúcidas y unos ángeles. El puente nos lleva a un pueblo, un pueblo hermoso. Yo te pregunté que si te querías quedar ahí, y me dijiste que sí. Después volví a ver la ciudad caótica y al rato estaba sola en una llanura", le dijo Martha.

Como era su costumbre, Fernell apeló al humor. La tocó en el brazo, como retándola, como jugando, y le lanzó esta frase interpretando ese sueño fúnebre: ¿Quién se va primero? A las dos horas, sin nadie sospecharlo, él decidió irse para siempre. Un infarto a su maltrecho corazón, que funcionaba a media máquina después de haber sufrido un ataque hacía más de 20 años, le quitó la vida. Era el mal que ha perseguido a su familia. Dos de sus 7 hermanos murieron por la misma causa. De los restantes, a tres les han hecho la operación a corazón abierto.

Cuando Martha Izquierdo llegó al hospital, sólo alcanzó a ver cómo el médico que lo atendió le cerraba sus ojos para siempre. Martha gritó y enseguida se desmayó, quizá como anunciando que una parte de su vida se estaba yendo.

"No me alcancé a despedir. Pero en la noche, tuve otro sueño, que a la larga no creo que fuera tan sueño, fue muy real. Fernell entró a mi cuarto, me tomó la mano. Yo me asusté, le dije: Tú estás muerto. Me dijo que sí, pero que estaba bien. Estoy vivo para vos, estoy vivo en vos, me dijo. Se le veía con una gran sonrisa, con mucha paz, como cuando uno saca 10 en un examen. Me dio un beso en la frente y se despidió para siempre caminando por el cuarto".

Es que Fernell Franco murió casi feliz, contándoles chistes a los médicos que lo atendían. "¿Infarto? No, qué cuento, a mí denme una agüita de toronjil que yo me mejoro con eso", les dijo entre risas forzadas, como para bajarle dramatismo a la situación.

Desde ese dos de enero de 2006, dejó de disparar la cámara Leica, su preferida, la que lo acompañó por toda Latinoamérica retratando edificios, casas, chivas, artistas, prostitutas, billares, bultos amarrados, bicicletas, poderosos como Fidel Castro, escritores como Gabo, ferrocarriles, festivales culturales, animales, galladas. Era su afán por conservar la memoria histórica de Latinoamérica. Porque el que conoce su entorno y su historia, decía, tiene sentido de pertenencia hacia su tierra.

Su funeral fue una verdadera fiesta. Así siempre lo quiso. En la finca La Esmeralda, ubicada en Pichindé, su familia y algunos amigos íntimos como Jennny Vilá, Benjamín Barney, Miguel González, Pakiko Ordóñez, Óscar Campo, tomaron en sus manos las cenizas de su cuerpo cremado y las lanzaron al cielo, frente a unas palmas que el mismo Fernell había sembrado. Partió del mundo a los 63 años de vida y seguro, no se dio cuenta que era un genio de la fotografía, un genio en el manejo de la luz en el color y en el blanco y negro que en los cinco continentes pocos conocían. Claro que Martha, su esposa, tiene otra teoría: Fernell no sufría del ego, nunca se sintió más o mejor que nadie. Por eso parecía tan humilde, tan tranquilo con la vida, consigo mismo, con tanto halago para sus fotos.

II La vida
Fernell Franco nació en Versalles el 20 de junio de 1942. En ese tiempo, el pueblo era una verdadera caldera. Allá liberales y conservadores se mataban con verse, era la guerra bipartidista que marcó a Colombia en esa época. Su padre, que era un liberal de raza y había sido notario del pueblo, se vio acosado por los conservadores que día tras día lo amenazaban para que se fuera. Amenazas de muerte.

Entonces, la familia Franco huyó refugiada en un camión. Llegaron a Cali. Y en el camión iba un niño de 8 años que tenía un ojo prodigioso, el ojo de Fernell, que se maravilló en la ciudad esa misma noche con el milagro de la luz artificial. "En la noche del campo uno tiene el espectáculo de las estrellas en el cielo, y en contraste, lo que yo vi al llegar a Cali fue que aquí las estrellas estaban en la tierra", le dijo a la curadora María A Iovino, una de las personas más importantes en la vida artística del fotógrafo. El testimonio está consignado en el libro titulado Otro Documento, páginas que se imprimieron con motivo del homenaje que se le hizo en 2004 en Cali, España, Brasil y Argentina, países donde se expuso su obra.

Martha recuerda: "Después de su muerte, cuando junto con Vanessa entramos al cuarto donde trabajaba (era un sitio muy privado) me di cuenta de la pasión de Fernell por la luz. Vimos bombillos por todas partes, tantos, que hasta hubiéramos podido montar un almacén. Él veía la luz y su poder donde otros no la podían ver".

En Cali empezó la vida en serio. A los 14 años, Fernell empezó a trabajar. Y el destino le hizo un guiño. Ese primer trabajo que consiguió fue el de mensajero del estudio de fotografía Arte Italia, negocio de propiedad del italiano Otelo Sudarovich, un veterano reportero gráfico de guerra. Fue una experiencia vital. Primero, por el conocimiento de la ciudad. Fernell se la recorría en bicicleta de palmo a palmo todos los días entregando fotos y documentos. (Una de sus películas preferidas era El Ladrón de Bicicletas, de Vittorio Sica).

Franco fue un hombre que se maravilló con la arquitectura de Cali, sobre todo con esos espacios populares del centro. Segundo: en el laboratorio de don Otelo se encontró por primera vez con una cámara fotográfica.

Pero la pasión por el oficio llegó después. "No fui yo quien buscó la fotografía. La fotografía me buscó a mí", le dijo a Iovino. En ese afán por subsistir en esos años de penumbras económicas, donde fue hasta asistente de zapateros en el barrio Restrepo de Bogotá, Fernell se encontró con el trabajo de Fotocinero, el hombre encargado de tomarle fotos a la gente en la calle.

Fueron tiempos difíciles. Primero, por su timidez. Cuando un posible cliente le negaba una foto, pasaban muchas horas antes de que se animara a abordar a otro transeúnte para fotografiarlo. Además, era por esos días de principios de los 60 un pésimo fotógrafo, tanto, que descabezaba a sus clientes en las fotos.

Entonces, desistió del trabajo. Después le ofrecieron un empleo en la Registraduría para que le tomara fotos a la gente que sacaba las cédulas. Allá duró una semana. Se aburrió tanto con esa labor tediosa y mecánica para un hombre que sería artista, que un día salió corriendo del sitio y se liberó de la angustia. No le pagaron un centavo.

En 1962 entró al El País y al periódico Occidente. La fotografía seguía halándolo, fue contratado como fotógrafo. No tenía ni idea de reportería gráfica, por lo que siempre se le veía en los ratos libres en la Librería Nacional con la revista Life en sus manos, que era la revista más importante en el tema en esa época. Aprendía solo. (Como aprendió a manejar a los 60 años un computador MAC sin ayuda de nadie).

"En el periodismo me encontré con un deseo increíble de ser fotógrafo", le confesó a María Iovino, la curadora. Pero su vida como reportero gráfico no fue fácil. No entendía cómo después de cubrir una masacre tuviera que ir a fotografiar una fiesta. Él prefería las fiestas, no la muerte.
Cuando conoció a Alegre Levy, una periodista que se encargaba de las notas culturales, Fernell empezó a asistir como reportero a certámenes artísticos organizados por Fanny Mickey, Santiago García, Enrique Buenaventura y conoció la vida cultural de Cali. Fue una revelación, "sentí que a través de la fotografía, que es un arte, yo también tenía algo qué decir".

Entonces renunció al periodismo, pasó por la publicidad gracias a Hernán Nicholls y Carlos Duque, y después nunca más tuvo un trabajo de oficina. Se dedicó al arte de lleno, se declaró un hombre dueño de su tiempo, de su libertad, así el precio haya sido que sus bolsillos, por muchos pasajes de su vida, estuvieran vacíos.

"No era un hombre que le preocupara mucho el no tener plata. Además, no podía tener un trabajo que no le permitiera crear. Mi papá siempre estaba creando, siempre estaba haciendo algo, necesitaba su tiempo para vivir", explica Vanessa Franco, una de sus tres hijas y la actual directora de la Fundación Fernell Franco ubicada en la misma casa en donde vivió el artista, en el barrio Centenario. Actualmente la propiedad está en vilo. Una deuda con los bancos la tiene embargada. La Fundación está a punto de perder su sitio de trabajo.

Con su tiempo libre, Fernell se dedicó a lo suyo, la fotografía y el arte. Se hizo amigo de artistas como Óscar Muñoz, Ever Astudillo, Luis Ospina, Carlos Mayolo, Gonzalo Arango. Hizo la fotografía de películas como La Mansión de Araucaima, de Calos Mayolo, porque otra de sus pasiones en la vida fue el cine, cine negro, sobre todo las películas de James Cagney y John Huston que veía colado en el Teatro Ángel del centro de la ciudad. "En esas películas me impresionaba el encuentro de la sombra con la luz", dijo.

También viajó. Retrató la memoria y las expresiones culturales de diferentes regiones de Colombia y América. Su primera propuesta artística independiente la tituló Prostitutas, "una obra en donde buscaba la verdad de la vida que no tiene maquillaje, así fuera dura y violenta". A esas mujeres las retrató en un prostíbulo del barrio La Pilota, en Buenaventura

Trabajó en la serie que tituló Interiores, "un proyecto con el que pretendía entender las transformaciones que sufre la ciudad". Era la década del 70 y Cali se estaba modernizando gracias a los Juegos Panamericanos. Fernell quería conservar la memoria de la Cali de antes. Fotografió inquilinatos, edificios antiguos, hitos arquitectónicos de la Cali que se estaban perdiendo y gracias a su lente aún se conservan para la historia.

Años después aparecieron sus otras obras. Billares, por ejemplo, los retrató porque le dio afán de que se estuvieran acabando (Fernell fue un eximio jugador de billar). Amarrados, una serie de fotos de bultos amarrados en las galerías con el que intentaba reflejar sus sentimientos contra la violencia que vivió en Versalles. También aparecieron las series Pacífico, Agua, Retratos de Ciudad, Festivales, Desierto. En fin. Tomó más de 60 mil fotos, aunque el número exacto de su legado no lo sabe nadie. Hoy Eliseo Mendoza y Javier Buitrago, son los encargados en la Fundación Fernell Franco de digitalizar en turnos de 12 horas el material que dejó al fotógrafo. Hasta el momento, han digitalizado 45 mil negativos. Todavía hay muchos cajones sin abrir.

III La inmortalidad

Marío Iovino supo desde que vio todas esas fotos en el estudio de Fernell de que allí estaban atrapadas las fotografías de un genio que quizá sin darse cuenta influenció con sus propuestas y su manejo de la luz a una nueva generación de fotógrafos. "Es el artista que expresa con nitidez la situación de un país marcado por los problemas que derivan del colonialismo y la violencia humana", escribió emocionada.

Entonces, se dedicó a recopilar esa información. El resultado: un homenaje al fotógrafo titulado Otro Documento que se desarrolló en Cali en 2004. Seis galerías, museos y bibliotecas mostraron simultáneamente al público las fotos del artista. También se realizaron exposiciones en España, Argentina y Brasil, donde el público y la crítica especializada lo catalogaron como un grande. Fernell no entendía tanta alharaca. Lo tomó como siempre, muy tranquilo. Como cuando expuso en museos de Nueva York, Washington, Dallas, Puerto Rico y tantas otras ciudades del mundo.

Aún después del homenaje, Iovino no quedó satisfecha. Envió su obra a la Universidad de Harvard, a través del Rockefeller Center para Estudios Latinoamericanos, que cada año le otorga un premio a artistas jóvenes desconocidos que tengan un gran trabajo. Causó tanto impacto la obra de Fernell, que decidieron cambiar las condiciones del concurso y le dieron al premio a él que tenía 63 años. Corría el año 2005 y fue como ganar un Oscar. El premio: una gran exposición que se realizará en Boston y el inicio de su merecido reconocimiento internacional.

Pero José Falconi, el curador del Rockefeller, no alcanzó a llegar a Cali en la fecha prevista para verse con el artista y repasar su obra para la exposición. Aplazó el viaje y Fernell no alcanzó a disfrutar el premio. Murió sin ver a Falconi.

"Pero la obra, nos dijo Falconi, se tenía que mostrar al mundo a como diera lugar. Entonces organizamos la fundación Fernell Franco, y nos ordenó: escaneen todo el material de su padre. Ya llevamos 45 mil negativos escaneados, en un trabajo de 24 horas, pero aún falta mucho material por trabajar. La idea es terminar esta fase del proyecto en marzo, porque el compromiso es reunirnos con Falconi en ese mes y definir la exposición que vamos a hacer en Boston, Bogotá, y un país de Latinoamérica. También Harvard va a financiar un documental sobre la obra de mi padre escrito por 5 investigadores, entre los que posiblemente estarían María Iovino y José Falconi", cuenta Vanesa.

Y entonces, ese día el artista se volverá inmortal, eterno, como cuando sus cenizas fueron lanzadas al cielo. Fernell Franco murió satisfecho porque cumplió su objetivo: conservar la memoria histórica de América Latina. Ahí está toda su grandeza, es el fotógrafo de la memoria eterna.




2 comentarios:

Angélica Caballero dijo...

Sé que esta entrada ya es algo antigua, pero me encantaría comunicarme con usted. Mi nombre es Angélica Caballero, y estoy desarrollando una pequeña investigación sobre la fotografía del maestro Fernell Franco, que gano premio nacional en el año de 1976, perteneciente a la serie Interiores. No sé si aparte de la información contenida en el libro de Maria Iovino, usted pueda proporcionarme más información, o sabe cómo puedo contactarme por ejemplo con Oscar Muñoz. Muchas gracias.

Santiago dijo...

Angelica mandame un teléfono de contacto, o un correo, para ponerte en contacto.

Saludos

Santiago