martes, marzo 22, 2011

Gustavo, el que cambia las miradas




En las esquinas de Petecuy, también, se reúnen muchachos a consumir literatura gracias a una biblioteca móvil: biblioghetto. La idea es de un escritor que escapó de la violencia cabalgando sobre el lomo de libros prestados.

Por Santiago Cruz Hoyos
Reportero de el país



Aquí la mayoría de los muchachos miran con rabia. Aquí, en Petecuy.

Es lunes, en la tarde, pero parece que los muchachos del barrio no tienen mucho por hacer. En cada esquina se ven jovencitos recostados sobre las paredes, fumando. Otros van por ahí, en bicicleta, como matando el tiempo. Otros caminan con paso cansino sobre la vía principal, enfangada por las lluvias y el desbordamiento de un caño. El barro se pega a sus zapatos.

Parecen uniformados, los muchachos. En sus cabezas el cabello- los que tienen cabello- cobra formas de letras, o de cruces. La mayoría, también, tienen el cuerpo tatuado. Y visten casi igual. Jeans sin camisa y collares sobre el pecho. O camisetas, bermudas más abajo de las rodillas, tenis sin medias. Y la mirada. Es la misma en casi todos. Miran con rabia, los muchachos.

El barrio está ubicado en la Comuna 6 de Cali, al nororiente de la ciudad. Y algunos, con un humor negro y estigmatizador, le dicen ‘Petebala’. Todo porque estas esquinas y estos parques y estos callejones se convierten, a veces, en campos de batalla disputados a puñal y plomo por las pandillas.

Muchos en Cali desconocen, sin embargo, que varios de esos jóvenes que miran con rabia y se enfrentan por un territorio no saben ni leer ni escribir. En Petecuy, en sus tres etapas, según el Censo 2005, hay 1.918 niños y adolescentes que no saben cómo es eso de juntar letras, formar palabras. Según un censo cultural realizado en 2008, más del 15% de toda la población del barrio sigue en la misma situación.

En plena era de Internet, mensajes de texto, chat, email, hay muchachos de este sector que aún no tienen acceso a la principal herramienta que necesita un hombre para trascender, para existir, para ser: la palabra escrita.

“La palabra escrita produce distanciamiento crítico con respecto al mundo, multiplica distintas miradas sobre lo real, permite salir de un yo enclaustrado y abre la conciencia, la libera, la ensancha. Quien no lee permanece atrapado en sí mismo, en una subjetividad paupérrima y cada vez más restringida”, escribe, a propósito, el escritor colombiano Mario Mendoza.

Y los estudiosos de las estadísticas sobre violencia aseguran muy serios que “existe una correlación lineal positiva fuerte entre la violencia y el porcentaje de personas analfabetas. Es decir: en los lugares que se encuentran con gran porcentaje de personas analfabetas, se tiende a incrementar los índices de violencia”.

¿Cuál es entonces el futuro de quien no conoce la palabra escrita? El fracaso, tal vez. El camino de la violencia, quizá. Vivir sometido por otro, seguro.

Por eso la mirada. Después de pasar unas horas en Petecuy se entiende que lo que sucede con los ojos rabiosos de sus jóvenes habitantes es que traducen el mundo en el que viven.


II

Pero no todos, por fortuna, miran con rabia en Petecuy. Ahí viene, por ejemplo, Gustavo Andrés Gutiérrez, 25 años, ojos cafés claros y alegres y amables y hasta inocentes. Después de ver unos ojos así en medio de tantas miradas rabiosas se respira con alivio.

Gustavo es escritor. Aunque ha vendido chance, aunque ha repartido volantes para ganarse la vida, su verdadero oficio es la palabra escrita. Y nació aquí, en Petecuy, o mejor dicho, muy cerquita, en una de las fronteras del barrio donde también es común que haya violencia y gente que no sepa leer ni escribir: el jarillón del río Cauca. Gustavo es, entonces, un salvado por la literatura.

“La única manera de mantenerse alejado de la violencia en el barrio es tener una pasión por algo. Y mi pasión, desde niño, son los libros”, dice ahora con el tono de quien está revelando un secreto.

Ese hábito de la lectura lo adquirió para siempre cuando hacía la primaria en el colegio la Era Moderna y el bachillerato en el César Conto. A la semana se podía leer cuatro libros de un tirón.

Después, cuando salió de estudiar y se encontró con que tenía todo el tiempo del mundo libre porque no tenía empleo, empezó a escribir, a hacerse escritor.

Gustavo es todo un personaje en Petecuy, el habitante más famoso. Todos, mientras camina por las calles pintadas con el escudo del América, le corean su nombre desde lejos. Él levanta la mano y sonríe.

Y es que además de escribir novelas que tratan temas como el tiempo y el suicidio, y cuentos sobre el desplazamiento forzado, en el barrio es famoso porque ha fundado periódicos, ha organizado reinados infantiles como una manera de generar desde la temprana edad inclusión en la mujer, que es tan excluida, ha liderado festivales de arte en donde se han llegado a juntar pandillas enemigas y no ha pasado nada, un empujón si quiera.

Todo porque los festivales, con conciertos, con cuenteros, con teatro, han sido tan divertidos, tan sabrosos, tan enriquecedores, que a nadie le ha dado por matarse.

Y hace 4 años fundó Biblioghetto, una especie de biblioteca móvil. Cada fin de semana él y un grupo de amigos como Steven Escobar Lemus, Luis Gabriel Martínez, Alexander Girón, salen a los parques y esquinas de Petecuy y el jarillón del río Cauca para acercarles a los jóvenes y niños los libros y contarles historias. Sí. Allí donde es común el consumo de drogas, también se volvió común que se consuma literatura.

Y sucede lo siguiente: en la Comuna 6, que tiene 10 barrios y 166.906 habitantes, existe una sola biblioteca pública. No todos, entonces, tienen la posibilidad de salirse de su mundo para disfrutar de otros por medio de la lectura. Es cuando aparece Biblioghetto, que, también, enseña a escribir a los que desconocen el milagro de la palabra escrita. Conjuro contra la violencia.

III

Ahora Gustavo y sus amigos de Biblioghetto están en el jarillón del río Cauca, en un tramo conocido como Cinta Larga, frontera con Petecuy y territorio prohibido para desconocidos.

Gustavo lee de pie, bajo un árbol, la 'Leyenda de Guillermo Tell', ese hombre que era hábil en el oficio de lanzar flechas con su arco, que vivía en cantones suizos y que fue sometido por un gobernante a una prueba temeraria: atravesar, con una flecha, una manzana puesta en la cabeza de su hijo.

Al frente, sentados, lo escuchan 20 niños que jamás habían oído del tal Guillermo Tell. Se ríen con el cuento, se emocionan, piensan en cosas distintas a sus juguetes preferidos: las pistolas.

“Lo que intentamos con los libros, sobre todo con los que son ilustrados, es darle una idea de vida diferente a los niños, sacarlos, así sea por un momento, de ese entorno de guerra, de vicio, de violencia en la familia en el que viven”, dice Alexander Girón, un joven de Petecuy que hace un año se vinculó a Biblioghetto.

Es que ha sucedido en las jornadas de Biblioghetto que se les pide a los niños que dibujen lo que quieran. Cuando recogen las hojas se ven dibujos de pistolas, gotas de sangre, un papá que le pega a un niño, hombres armados. Es la vida que conocen. Con los libros ilustrados se les muestra, en cambio, que también hay dragones y hadas y genios que cumplen deseos. Con los libros se les muestra a los niños que hay mundos distintos, caminos distintos, realidades distintas, una salvación.

Salvación. Como le pasó a Lina, una niña de 10 años. Resulta que en un taller de escritura de Biblioghuetto, se les pidió a los niños que escribieran un relato sobre sus vidas. Lina escribió que cada que iba a la tienda, en el Jarillón, el tendero le ofrecía plata para que se entrara con él a la casa. Ella no aceptaba, pero él, lascivo, insistía una y otra vez.

Lina le pasó el papel a Gustavo pero le advirtió que tuviera cuidado: “Usted sabe que acá hay asesinos”. Gustavo, no lo pensó mucho, fue hasta la tienda y encaró al tipo. Al siguiente día volvió, pero con la Policía. El tendero no abrió la puerta. Se había ido del jarillón. Para siempre. Lina fue salvada por la escritura.

Algo parecido le pasó a 'Locura', un muchacho de Petecuy adicto a las drogas. Una vez vio a Gustavo en una jornada de biblioghetto. Se acercó, pidió la oportunidad de entrar, y se quedó. Ahora, en los talleres, organiza actividades recreativas. Y las drogas las mantiene a raya. Otro salvado por el poder de las palabras.

Los niños que están frente a Gustavo se emocionan con la historia de Guillermo Tell. Se ríen, preguntan, piensan en ese mundo de arqueros que deben pasar por pruebas de fuego.

Pero su alegría, que se nota en los ojos, no es sólo por la historia, ni por la presencia de Gustavo (lo idolatran, casi) sino por el regalo que les entregó: un cuaderno. Siempre en biblioghetto se les regala a los niños cuadernos, o lápices, o colores, una herramienta que los distraiga, en casa, de su propio mundo. Y esas herramientas son donadas. Por empresas privadas, por ciudadanos.

Ahora Gustavo camina de regreso a casa. Entonces pasa algo curioso. Algunos de los muchachos que miraban con rabia lo ven, se le acercan, le estrechan las manos, lo felicitan por biblioghetto. Y de inmediato los ojos de esos jóvenes cambian, desaparece la rabia.

Gustavo no sabe, pero tiene un poder insospechado. Es el que cambia las miradas en Petecuy, el escritor que a punta de literatura en las calles y parques, desactiva la ira.

.............................................................................................................................................

Campaña escolar de Biblioghetto

Si usted quiere apoyar a Biblioghetto, lo puede hacer donando cuadernos, lápices, colores, libros que serán entregados a los niños de Petecuy y el Jarillón del Río Cauca. Este año Gustavo y los muchachos que hacen parte de Biblioghetto iniciaron una campaña para dotar de útiles escolares a 180 niños de Petecuy y el Jarillón del río Cauca que están a punto de no volver a clases por falta de materiales de estudio. Si usted quiere ayudar en esta importante labor puede comuniccon Gustavo Andrés Gutiérrez a los teléfonos celulares 321 758 24 49 - 314 860 13 92.












martes, marzo 01, 2011

Que sea un soplo de inspiración...





Daniel Samper Pizano y Maryluz Vallejo acaban de lanzar el libro ‘Antología de notas ligeras colombianas’, una recopilación de artículos breves, humorísticos, con cierta dosis de poesía escritos por plumas como Gabo, Gonzalo Arango y Héctor Abad, entre otros. Rescate de la “filosofía de bolsillo”.

Por Santiago Cruz Hoyos
Reportero de El País


Nota ligera: defínase como un género literario de extensión breve, que por lo general hace reír y que puede tratar temas tan aparentemente insignificantes como el ‘bluyin’, la vida sin carro, la máquina de escribir, la envidia, los relojes, una cirugía dental, la pereza. La nota ligera trata esos temas que son tan cercanos a todos, tan comunes, y tiene el poder de hacer pensar, al final, sobre la vida. Filosofía de bolsillo, como definen al género los periodistas Daniel Samper Pizano y Maryluz Vallejo en el libro que acaban de lanzar: ‘Antología de notas ligeras colombianas’ (Aguilar).



Allí se leen columnas que con el tiempo se convirtieron en literatura escritas por maestros de la crónica en Colombia: el poeta antioqueño Gonzalo Arango, por ejemplo; Luis Tejada, Gabo, Tomás Carrasquilla, Germán Arciniegas, Porfirio Barba Jacob, Juan Lozano y Lozano, Ramón Vinyes, Alfonso Fuenmayor, Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso Bonilla Aragón, Arturo Alape, Juan Gossaín, Juan José Hoyos, Álvaro Bejarano, Héctor Rincón, Héctor Abad... Son, en total, 74 escritores reunidos en 497 páginas.

Cuando se termina la lectura de esas columnas convertidas en literatura queda una idea: los periódicos de ahora deberían estar escritos así para que dejen de ser como son hoy: aburridos, los principales causantes del bostezo en la mañana. Es que los periódicos, cada vez más, parecen escritos por la misma persona y en el mismo tono: tono secretarial ese.

Precisamente, sobre el asunto, Maryluz Vallejo dice: “Ojalá que este libro sea un soplo de inspiración para los columnistas tradicionales temerosos de seducir a los lectores de vez en cuando con un tema cotidiano envuelto en una prosa satinada”. Sí. Ojalá.

¿Hoy, en Colombia, cuál creen ustedes que es el ‘diagnóstico’, por decirlo de alguna manera, de la nota ligera? Le pasa, como a la crónica (la extensa digamos) que se está refugiando en las revistas o blogs?

Maryluz Vallejo (MV): Los periódicos no imponen un estilo de hacer columnas, pero parece que hubiera una especie de mecanismo de autorregulación, mejor dicho, de inhibición creativa, por el cual la mayoría de los autores terminan escribiendo sobre la rabiosa actualidad en lugar de recrear a los lectores con temas menudos.

Daniel Samper (DS): Me parece que el peso abrumador de la realidad cotidiana, con su enorme dosis de violencia, corrupción y conflicto, copa buena parte de la atención de los columnistas. Es por ello que, a mi juicio, escasean los autores de notas ligeras.

En la Universidad se estudia a la noticia, al reportaje, a la crónica, a la entrevista, al ensayo, a la opinión, al análisis, pero no la nota ligera. ¿Será considerado como un género menor en la Academia?

MV: Recuerdo borrosamente que en el curso de periodismo de opinión me enseñaron a meterle hierro a los artículos editoriales y de análisis, pero nunca leí a Luis Tejada en la universidad ni a nadie que se le pareciera. Cuando descubrí la gracia de este género - derivado del ensayo literario- en nuestra tradición y en otras como la española, empecé a enseñarlo, mal que bien, en la Universidad de Antioquia y en la Javeriana, y de vez en cuando me sorprenden algunos ex alumnos con sus divertimentos, sobre todo en blogs.

DS: Pienso que no se trata de un género periodístico que demande cátedra aparte. Debe formar parte del estudio de las columnas de opinión. Y espero que estas sí hayan sido materia de análisis en la Universidad.

Luis Tejada, Gabo, Gonzalo Arango fueron, en el pasado, autores reconocidos por notas ligeras, maestros. ¿Hoy podríamos hablar de un maestro de la nota ligera en Colombia? ¿Quién?

DS: A mi juicio, el más connotado notiligerista de la prensa colombiana actual puede ser Héctor Abad Faciolince, entre otras cosas porque se atreve a escribir notas ligeras con frecuencia. Hay otros columnistas que, aunque tienen el talento para ello, prefieren el comentario más clásico, serio, actual y analítico.

MV: Coincido con mi compañero de fórmula en Héctor Abad, ensayista notable que mantiene la capacidad de sorprender a los lectores con columnas que, incluso referidas a hechos actuales, se transforman en literatura y rompen la fecha de caducidad. Otro de mis favoritos es Rafael Chaparro Madiedo, tempranamente fallecido, cuyas columnas en La Nueva Prensa eran volutas de humo, con un espíritu desencantado de notaligerista maldito.

¿Y en el mundo, además de Manuel Vicent y Juan José Millás, quién más, hablando de autores de este lado del mundo? ¿Juan Villoro tal vez?

MV: Vicent es el mascarón de proa de la nota ligera en España, pero allí abundan los exponentes, como Millás, Rosa Montero, Vicente Verdú, por mencionar algunos.

DS: Carlos Monsiváis dejó un buen número de notas ligeras, aunque muchas de ellas estaban insertas en ensayos más largos. En Brasil, a mi juicio, el rey sigue siendo Millor Fernández. Ana Black tiene ejemplos interesantes en Venezuela. Y por supuesto, el delicioso cuate Villoro.

¿Por qué era importante hacer una antología de notas ligeras colombianas? ¿Cómo surgió el proyecto? ¿Y cómo llegaron a realizarlo si Maryluz vive en Colombia y Daniel en España?

DS: Después de haber hecho tres antologías anteriores de géneros periodísticos (‘Grandes reportajes colombianos’, ‘Grandes entrevistas’ y ‘Grandes crónicas’, esta última en dos tomos), pensé que sólo faltaba una antología de columnas de opinión que se hubiesen preservado en el tiempo. Esto me llevó a las notas ligeras, y las notas ligeras me llevaron a buscar a Maryluz, la persona que mejor conoce el tema en Colombia. Le propuse que trabajáramos juntos la antología y, para mi alegría y la de los lectores, aceptó. Internet y mis periódicas visitas a Colombia hicieron lo demás.

MV: Yo había publicado ‘La crónica en Colombia: medio siglo de oro’ en 1997, una selección de nuestra crónica literaria desde el bogotano Clímaco Soto Borda hasta Gonzalo Arango. Daniel me propuso retomarla para abarcar todo el siglo XX hasta nuestros días y me halagó, -aparte de trabajar con un maestro tan divertido - hacer parte del proyecto gigantesco de rescate del periodismo colombiano que se cierra con este volumen. Gracias a la distancia revivimos el género epistolar y mantuvimos un diálogo permanente, sólo interrumpido por nuestros encuentros aquí en Bogotá, mediados por pilas de fotocopias, de libros y una que otra mogolla.

En toda Antología, siempre pasa, se queda alguien por fuera. ¿En esta Antología quién faltó?

DS: Lamentablemente quedaron por fuera varios autores importantes cuyas familias, por dejadez o por decisión que respetamos, no enviaron la autorización que exige la ley para incluirlas. En otros casos fue simplemente imposible localizar a los herederos, ante lo cual el departamento jurídico de la editorial vetó sus nombres, con toda la razón.

MV: Nos tocó dejar por fuera, con dolor de compiladores, a Rafael Gómez Picón, un nortesantandereano que queríamos redescubrir; a José Joaquín Jiménez (Ximénez), quien tiene una fascinante faceta de articulista menos conocida que la de cronista judicial; y a una estrella del género, Jaime Barrera Parra, cuyos herederos no estaban interesados en la difusión. Como el libro se tomó su tiempo, comenzamos con 84 autores y lo fuimos depurando hasta los 74 más representativos.

Dos preguntas para terminar. Primero: de todas las notas ligeras publicadas en su libro, recomienden algunas para los lectores de GACETA que comprarán el libro...

ML: Aparte de los autores ya mencionados, recomiendo las del recientemente fallecido Fernando Garavito, quien nos envió desde Nuevo México las entrañables notas que publicamos: una sobre el arriesgado cruce de una faisana con sus doce polluelos por una avenida, otra sobre el derecho a la tristeza y una última sobre sus vínculos afectivos con las gallinas. A propósito de este animal, no tiene desperdicio la crónica de Luis Tejada en defensa de la gallina que se devoró los ojos de una niña.

DS: No me meto en ese lío. Mis gustos varían según la temperatura ambiente, el almuerzo que comí, el estado de ánimo de mi cónyuge y mi propio estado de ánimo.

Y por último: ¿Será la nota ligera una buena forma de evitar lo que pasa con los periódicos de hoy: que son aburridos de leer?

DS. Sin duda. Los blogs y bitácoras se están encargando de revitalizar el género y confío en que acaben contagiando a los periódicos. Todos saldremos ganando.

ML: Aunque este género tuvo su hábitat natural en la columna de prensa, los notaligeristas de hoy se pueden alojar más cómodamente en los blogs. Pero ojalá que este libro sea un soplo de inspiración para los columnistas tradicionales temerosos de seducir a los lectores de vez en cuando con un tema cotidiano envuelto en una prosa satinada.