jueves, junio 29, 2006

Tributo a un maestro de la vida: Gonzalo Arango


Este año se cumplen tres décadas de la muerte del fundador del nadaísmo


El Profeta, como le decían sus amigos, murió hace 30 años en un accidente de tránsito en Tocancipá. Sin embargo, aún vive, invencible, en sus escritos leídos con avidez por las nuevas generaciones.


Por Santiago Cruz Hoyos


Gonzalo Arango es inmortal. Con su prosa triunfó sobre la muerte, sobre el olvido, sobre el silencio. Con su pluma se convirtió, como lo diría el mismo, en un vividor infinito, un poeta de la fe en el milagro de la nada que se hizo ser en la carne; un actor en la fiesta feliz de la existencia…

Gonzalo es un maestro eterno, invencible, que retumba con sus apuntes en la cabeza de las nuevas generaciones, tan llenas de dudas sobre la existencia como él. Sus crónicas y reportajes, atestados de un humor irreverente, irónico, único, son bellas joyas del periodismo de antaño que pintan la Colombia de la década de los 60, impresionada por la aparición de esa generación de nadaistas rebeldes, sublevados contra lo establecido, y que a punta de poesía y cultura, buscaron una nueva vida, un nuevo paradigma. Esas mismas crónicas son un tesoro invaluable, una delicia de leer y consultar para personas que como yo, queremos disfrutar de la existencia contando historias.

El Profeta, como lo llamaban sus amigos nadaistas, murió hace 30 años cuando el bus en el que iba sentado fue arrollado por un camión, en Tocancipá. Sin embargo, su voz no se apagó. Gonzalo aún vive, vive eternamente en sus escritos, esos que publicó bajo el seudónimo de ‘Aliocha’ en El País, El Tiempo, El Heraldo, y la Última Página, de Cromos. Su legado es grande. Incursionó en el cuento, la crónica, el reportaje, la novela, el ensayo, el poema, la carta. En cada letra dejó el alma. Escribía como una necesidad, una necesidad para vivir, para existir. Le escribió al amor, a la vida, a la muerte, a Dios, a la guerra, a él mismo. Retrató, en formidables perfiles, la vida de políticos, deportistas, pintores, poetas, reinas de belleza, cantantes, periodistas.

Una de sus grandes crónicas, esas que hacen reír a todo aquel que las disfruta, causó un gran revuelo en Colombia cuando fue publicada en Cromos en mayo de 1968. La tituló Cochise, y muchos, según Daniel Samper Pizano, se dividían entre los que opinaban que Gonzalo, con su humor cruel, quiso acabar con Martín Emilio Rodríguez, el gran campeón de ciclismo colombiano, y quienes la consideraban una obra maestra de periodismo. Es una crónica estupenda. Gonzalo develó el gusto y la formación intelectual del campeón con crueldad, pero de una forma impecable. Cochise, en esa crónica, está plasmado de una forma bella. Era el Cochise de esos días, interesado exclusivamente en el ciclismo… nada más. Y ese era Gonzalo, un irreverente, ácido con su pluma.

Ahí, en esa crónica, conocí al Profeta, mientras leía el texto embelesado en una clase de periodismo. Desde entonces, no paro de leer y re leer sus escritos. Su única novela, Después del Hombre, publicada hace pocos años por Hombre Nuevo Editores, es formidable, aunque muchos la critiquen por su carga filosófica y la falta de estética. La novela es una crítica al género humano, a la guerra, al propio Dios. En ella se retrata el alma de Gonzalo Arango, un alma sola, atribulada, viviendo en un mundo lúgubre, lleno de muladares, suicidios, sepultureros que se orinan en los ataúdes de las prostitutas.
En las vivencias y pensamientos de Vidal Cruz, el personaje principal de la novela, se pinta fielmente lo que fue El Profeta en su juventud. Un hombre que no entendía cómo la humanidad no le apostaba al amor y veía con indiferencia la guerra y la muerte de hombres y mujeres. Gonzalo, como lo escribió su amigo Alberto Aguirre, tenía "una angustia vital, existencial, como esa falta de acomodo del ser en el mundo... Tener conciencia de escritor es una fiebre, una angustia. Gonzalo tenía eso".
Y el mismo Aguirre afirma que Gonzalo jamás ha muerto. “Yo quiero mucho a Gonzalo. No lo quise, lo quiero. Por eso tengo derecho a hablar mal de él. Gonzalo es para mí, para emplear la expresión de Fernando González, una presencia. Uno ha tenido muchos amigos, pero presencias, un ser que está presente dentro de uno, quizás dos, o tres”…

Así es. Gonzalo aún vive, aún está presente, aún se siente. Uno conversa con él en sus libros, en sus ideas. Gonzalo, el inmortal, es el maestro de la vida, el maestro eterno que después de cumplir 30 años de su muerte, su voz todavía retumba en la cabeza de las nuevas generaciones.