Jairo Bernal, kinesiólogo del América, cumplió 32 años de labores en el equipo y no piensa en palabras como retiro. ¿Por qué? Crónica de un cariño verdadero.
Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos: Ernesto Guzmán Jr.
EL PAÍS - Cali
El técnico de un equipo rival lo mandó a llamar a la habitación del Hotel Intercontinental. Ahí estaba hospedado Jairo con su equipo, con América, horas antes de enfrentar un partido por la Copa Libertadores.
La llamada lo extrañó. Jairo, sin embargo (es ante todo un tipo amable), bajó para encontrarse con el profesor.
Empezaron a charlar de fútbol. Y enseguida se reveló todo: “Jairo: cogé esta chequera y ponele los ceros que querás. Yo quiero que trabajés en mi equipo”.
Jairo se sorprendió aún más. Le estaban ofreciendo un contrato en otro equipo del fútbol colombiano y con los ceros a la derecha que eligiera, como si él fuera una estrella en el campo. Pero él no era una estrella, por lo menos no en el campo. No atajaba balones imposibles; no hacía goles; ni siquiera jugaba al fútbol profesional. Jairo es kinesiólogo. Su trabajo consiste en restablecer, mediante procedimientos terapéuticos, la normalidad de los movimientos de un jugador lesionado. Eso y mil tareas más.
La respuesta ante la tentadora oferta, sin embargo, fue inmediata: “No, profe”, dijo Jairo. Después le comentó que su problema no es de plata, que su amor y agradecimiento con su equipo es tal que en América iba a estar hasta que lo echaran.
La frase resultó ser una profecía. Jairo Bernal Zamorano, kinesiólogo del América, lleva 32 años de labores en la institución. Como trabajador del equipo ha celebrado los 13 títulos de liga. Jairo Bernal podría ser un amuleto de la buena suerte para los ‘diablos rojos’.
En este momento está de pie sobre la pista atlética de la cancha principal de Cascajal, la sede de entrenamiento del equipo. La historia del técnico que lo quiso contratar la cuenta con los ojos clavados en la cancha. La suplencia de América juega y él debe estar atento para socorrer a algún jugador en caso de que salga mal librado de un roce.
Como ahora, que el volante Éver Zárate recibe una patada. Jairo deja la charla, coge su maleta llena de gasas, crema caliente, y sale apresurado hasta el borde del campo. Zárate se levanta, le indica que todo está bien. Jairo vuelve.
Confirmará que es un hombre tan leal al América, que ni siquiera esa chequera millonaria tuvo el poder para hacerlo contemplar, así sea por unos segundos, la posibilidad de abandonar el equipo.
Y esa fidelidad de devoto consolidó en él un lema: no hablar mal de América, no hablar mal de nadie. Es su sello. Lo ratifican sus compañeros: “Él es un empleado fiel a la institución”, dirán en coro Jorge Banguero; capitán de América; Óscar Sandoval, kinesiólogo; Mauricio Vélez, gerente; Víctor Gómez, administrador de Cascajal.
Es más: a Jairo le molesta escuchar a miembros de la institución quejándose en emisoras por la falta de pago de los salarios. “Con eso no la voy. Todos tenemos que halar para el mismo lado”.
Como se molestó en silencio hace un par de años, cuando escuchó en radio a un integrante del América lamentándose porque no se habían cancelado las obligaciones de salud del equipo.
-“Mire: mi mujer iba a dar a luz en esa misma época. Y yo pagué todo en la clínica. ¿Cuánto es, gerente? Ah, que tanto. Tenga la plata. Si yo me pongo a hacer escándalo por la radio, chao”.
Además, agrega, “si salgo a una emisora a dar declaraciones, ¿ me van a dar la plata para salir del problema? No. Si se tienen que decir las cosas, que se digan allá, dentro del equipo”.
- ¿Pero te deben Jairo?
- Me deben quincenas del año pasado. Pero hasta ahora, gracias a Dios, no me ha faltado mi comida. Y hay que decirlo: este año están al día en los pagos. Por eso digo que en estas situaciones hay que tener paciencia, todo se va solucionando. La experiencia sirve para que el jugador entienda que no puede despilfarrar su plata, que tiene que ahorrar, saber invertir.
- Jairo, pero se han ido referentes. ¿No tenés miedo de que por problemas financieros te digan: no vas más?
- Los hombres pasan y las instituciones quedan. A mí me gustaría irme por la puerta grande, no la de atrás. No he escuchado nada, pero uno tiene que estar preparado. Lo único que un hombre tiene seguro es la muerte.
Jairo y América conforman un matrimonio que parece indisoluble. Él le entregó su mejor tiempo, la juventud, su trabajo. América le dio la posibilidad de comprar una casa en la Urbanización Barranquilla, en el norte de Cali; le dio las posibilidades económicas de formar un hogar con Isabel Herazo, su esposa, (cuando la vio por primera vez él iba en el bus del equipo); le permitió conocer el mundo, “he ido hasta Arabia”; le dio prestigio y por eso fue a un Mundial como kinesiólogo de una Selección Colombia Sub 17 ( se disputó en 2009 en Nigeria) y le abrió la puerta para que lograra ser lo que quiso: un hombre de fútbol, un conocedor de una ciencia auxiliar de la medicina. Porque Jairo quiso estudiar medicina. No pudo, pero en el América, gracias al médico Gabriel Ochoa, encontró un camino paralelo.
(II) De la vida de un hombre
La sala de la casa de Jairo está decorada con sus fotos. En la pared se ve a Jairo con Pelé, su ídolo, en Los Ángeles; Jairo con América; Jairo con la Selección Colombia. También hay una placa que le entregaron el junio del 2001, cuando cumplió sus 20 años de labores en el equipo.
Jairo está sentado en un mueble de la sala. Lleva una camiseta roja, pantaloneta negra, lentes. A los 51 años luce la barriga de los sedentarios. A lo mejor es porque no ha podido volver a jugar fútbol, la recocha, debido a una operación de meniscos. “Pero cuando juego, ahora, soy volante 10 con gol”, dice muy serio.
Jairo ve un partido: Manchester-Shalke. “Me gusta ver televisión, mucho fútbol”.
Por ahí, con una camiseta del América, está Juan José, su hijo de 2 años. Más tarde llegará Cristina, su otra hija, 18 años y estudiante de administración. Fue por ellos, por el amor que les tiene, que Jairo se dedicó a trabajar y olvidó eso de estudiar en una universidad. “Quiero darles lo que no pudieron darme”.
Resulta que Jairo nació en una familia de cinco hermanos. Entonces a sus padres, don Guillermo y doña Dolores, les quedaba difícil hacerlos profesionales. El pacto no declarado era el siguiente: “les costeamos el colegio. No se puede más. No se puede una universidad”.
Jairo nació el 20 de marzo en 1960 en Juanchito. Y su infancia se la pasó en las canchas, jugando fútbol. “Yo fui criado en el barrio Chapinero de Cali, y me la pasé jugando en los potreros”.
Jugaba de defensa central, zurdo, de esos de buen dominio de balón y pegada con dinamita. Uno de sus hermanos, Rosemberg, llegó a ser futbolista profesional. Ahora vive en Londres. “Jugó de volante seis. Empezó como líbero, pero con Pedro Nel Ospina jugó en América en todos los puestos”.
Jairo también quiso ser jugador profesional. Pero tuvo problemas. Como tres enfermedades en los ojos: miopía, estrabismo, astigmatismo.
Claro que una vez, a los 15 años, se lo quisieron llevar para el Quindío. Su papá, bravo, dijo que no cuando le propusieron “comprar” al muchacho. “¿Usted cree que él se vende o qué?”, le dijo don Guillermo a Severiano Ramos, el técnico del equipo. ¿Qué tal, Jairo, que tu papá te hubiera dejado ir? ¿Qué hubiera pasado?
Como Rosemberg, su hermano, fue aceptado en el América, Jairo mantenía en el equipo y en enero de 1979 era utilero sin contrato de las inferiores. El profe Pedro Nel Ospina le ponía tareas. Ser razonero, por ejemplo. Es decir: salir a la raya y entregar las órdenes a los jugadores. “Ojo con el relevo, cerrá”. Después se enfermó el utilero del primer equipo, Emilio Dorado, y el profe Ospina le dio el puesto. Empezó su historia oficial en América.
- ¿Cómo te convertiste en kinesiólogo?
- Con el médico Gabriel Ochoa empecé a estudiar. Me enseñó todo. Porque no fui a la universidad. Hice cursos. De masajes, de enfermería. Pero fue Ochoa el que me enseñó. Y leo, estoy actualizado en lo último en kinesiología.
Desde 1990 Jairo Bernal es kinesiólogo del primer equipo del América. Reemplazó a Álvaro Medrano.
(III) De los recuerdos de un hombre
Jairo es un hombre parco, callado, de palabras medidas. Así también es cuando hay que celebrar un título: “No soy de algarabías”.
Pero hay un gol que no se le olvida porque es el que más duro ha cantado: el que le hizo Jerson González al Cali, en un clásico. Fue un gol importante, claro, y además bonito: de chilena.
- ¿Has llorado por una derrota?
- No, nunca he llorado. Ni siquiera cuando se murió mi mamá, hace 40 años. Pero toda derrota duele.
- ¿Y cuál ha sido la derrota que más recordás? ¿Con Rosario en la Copa Libertadores?
- Ese partido quedó 3-2, cuando íbamos 3-0 arriba y teníamos la clasificación. Pero fuimos a penales. Entonces yo le dije a un compañero: esos argentinos tienen un dios en esas instancias. A los argentinos, si le podés hacer 7 goles, hay que hacerlos. Si no, perdés. Y perdimos. El partido fue un martes. El miércoles no salí de mi casa.
Otra derrota que no se le olvida fue esa de la final de Copa Libertadores contra Peñarol en 1987, que se esfumó en el último minuto del juego. “Doña Beatriz Uribe nos iba a invitar a comer. La comida se dañó”.
Ahora Jairo hace memoria y enumera las versiones del América que han sido unas máquinas aceitadas de fútbol y victorias; el equipo de Gareca; el de Leonel Álvarez, Freddy Rincón; el de Umaña campeón; el equipo de ‘Los pitufos’, Pony Maturana, Pipa de Avila.
- Y el de ahora, el del profe Aponte. Este equipo va a clasificar a las finales.
Jairo no hablará de recuerdos íntimos del equipo, no contará muchas historias. Ese silencio confirma lo dicho: es leal, sabe que en el fútbol hay códigos que dicen que lo que pasa en una cancha, en un camerino, será un secreto.
(IV) De los triunfos de un hombre
El entreno del equipo termina. Jairo sale disparado a organizar los implementos que tendrá que llevar al partido de esta tarde por la Copa Postobón. Inyecciones; cremas; cintas; espadarapos.
En el camerino tendrá que preparar los vendajes de los jugadores. Cuando regresen del partido, hará trabajos de estiramiento, pondrá hielo en músculos golpeados y hasta repartirá refrigerios.
“Nuestra tarea es estar pendiente de los jugadores, que no les falte nada”, dice camino a la lavandería.
- Jairo, ¿y has sido clave para el América? Es decir: ¿en un momento definitivo has actuado para aliviar el dolor de un jugador, y después ese jugador le ha dado un triunfo al equipo? Jairo responderá que él simplemente hace su trabajo, que no piensa en eso.
Pero es inevitable preguntarse si ese trabajo callado no le habrá dado triunfos al América. Con jugadores libres de dolor, de molestias, el equipo rinde, gana trofeos. El reconocimiento, sin embargo, es para los jugadores, para los técnicos. Pero, otra vez : ¿cuántos campeonatos no se habrá ganado América gracias a Jairo?
Quizá en una final, cuando un jugador ha caído, habrá aparecido Jairo para recuperarlo. A lo mejor era un delantero clave. Ese que, después, se levanta, corre sin dolor, hace el gol. Y nadie pensará que fue por Jairo. Nadie se acordará que el kinesiólogo entró a la cancha. Ni siquiera él lo dirá. Jairo Bernal, que ahora va en un bus rumbo al partido, es, además de leal, un hombre modesto.
Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos: Ernesto Guzmán Jr.
EL PAÍS - Cali
El técnico de un equipo rival lo mandó a llamar a la habitación del Hotel Intercontinental. Ahí estaba hospedado Jairo con su equipo, con América, horas antes de enfrentar un partido por la Copa Libertadores.
La llamada lo extrañó. Jairo, sin embargo (es ante todo un tipo amable), bajó para encontrarse con el profesor.
Empezaron a charlar de fútbol. Y enseguida se reveló todo: “Jairo: cogé esta chequera y ponele los ceros que querás. Yo quiero que trabajés en mi equipo”.
Jairo se sorprendió aún más. Le estaban ofreciendo un contrato en otro equipo del fútbol colombiano y con los ceros a la derecha que eligiera, como si él fuera una estrella en el campo. Pero él no era una estrella, por lo menos no en el campo. No atajaba balones imposibles; no hacía goles; ni siquiera jugaba al fútbol profesional. Jairo es kinesiólogo. Su trabajo consiste en restablecer, mediante procedimientos terapéuticos, la normalidad de los movimientos de un jugador lesionado. Eso y mil tareas más.
La respuesta ante la tentadora oferta, sin embargo, fue inmediata: “No, profe”, dijo Jairo. Después le comentó que su problema no es de plata, que su amor y agradecimiento con su equipo es tal que en América iba a estar hasta que lo echaran.
La frase resultó ser una profecía. Jairo Bernal Zamorano, kinesiólogo del América, lleva 32 años de labores en la institución. Como trabajador del equipo ha celebrado los 13 títulos de liga. Jairo Bernal podría ser un amuleto de la buena suerte para los ‘diablos rojos’.
En este momento está de pie sobre la pista atlética de la cancha principal de Cascajal, la sede de entrenamiento del equipo. La historia del técnico que lo quiso contratar la cuenta con los ojos clavados en la cancha. La suplencia de América juega y él debe estar atento para socorrer a algún jugador en caso de que salga mal librado de un roce.
Como ahora, que el volante Éver Zárate recibe una patada. Jairo deja la charla, coge su maleta llena de gasas, crema caliente, y sale apresurado hasta el borde del campo. Zárate se levanta, le indica que todo está bien. Jairo vuelve.
Confirmará que es un hombre tan leal al América, que ni siquiera esa chequera millonaria tuvo el poder para hacerlo contemplar, así sea por unos segundos, la posibilidad de abandonar el equipo.
Y esa fidelidad de devoto consolidó en él un lema: no hablar mal de América, no hablar mal de nadie. Es su sello. Lo ratifican sus compañeros: “Él es un empleado fiel a la institución”, dirán en coro Jorge Banguero; capitán de América; Óscar Sandoval, kinesiólogo; Mauricio Vélez, gerente; Víctor Gómez, administrador de Cascajal.
Es más: a Jairo le molesta escuchar a miembros de la institución quejándose en emisoras por la falta de pago de los salarios. “Con eso no la voy. Todos tenemos que halar para el mismo lado”.
Como se molestó en silencio hace un par de años, cuando escuchó en radio a un integrante del América lamentándose porque no se habían cancelado las obligaciones de salud del equipo.
-“Mire: mi mujer iba a dar a luz en esa misma época. Y yo pagué todo en la clínica. ¿Cuánto es, gerente? Ah, que tanto. Tenga la plata. Si yo me pongo a hacer escándalo por la radio, chao”.
Además, agrega, “si salgo a una emisora a dar declaraciones, ¿ me van a dar la plata para salir del problema? No. Si se tienen que decir las cosas, que se digan allá, dentro del equipo”.
- ¿Pero te deben Jairo?
- Me deben quincenas del año pasado. Pero hasta ahora, gracias a Dios, no me ha faltado mi comida. Y hay que decirlo: este año están al día en los pagos. Por eso digo que en estas situaciones hay que tener paciencia, todo se va solucionando. La experiencia sirve para que el jugador entienda que no puede despilfarrar su plata, que tiene que ahorrar, saber invertir.
- Jairo, pero se han ido referentes. ¿No tenés miedo de que por problemas financieros te digan: no vas más?
- Los hombres pasan y las instituciones quedan. A mí me gustaría irme por la puerta grande, no la de atrás. No he escuchado nada, pero uno tiene que estar preparado. Lo único que un hombre tiene seguro es la muerte.
Jairo y América conforman un matrimonio que parece indisoluble. Él le entregó su mejor tiempo, la juventud, su trabajo. América le dio la posibilidad de comprar una casa en la Urbanización Barranquilla, en el norte de Cali; le dio las posibilidades económicas de formar un hogar con Isabel Herazo, su esposa, (cuando la vio por primera vez él iba en el bus del equipo); le permitió conocer el mundo, “he ido hasta Arabia”; le dio prestigio y por eso fue a un Mundial como kinesiólogo de una Selección Colombia Sub 17 ( se disputó en 2009 en Nigeria) y le abrió la puerta para que lograra ser lo que quiso: un hombre de fútbol, un conocedor de una ciencia auxiliar de la medicina. Porque Jairo quiso estudiar medicina. No pudo, pero en el América, gracias al médico Gabriel Ochoa, encontró un camino paralelo.
(II) De la vida de un hombre
La sala de la casa de Jairo está decorada con sus fotos. En la pared se ve a Jairo con Pelé, su ídolo, en Los Ángeles; Jairo con América; Jairo con la Selección Colombia. También hay una placa que le entregaron el junio del 2001, cuando cumplió sus 20 años de labores en el equipo.
Jairo está sentado en un mueble de la sala. Lleva una camiseta roja, pantaloneta negra, lentes. A los 51 años luce la barriga de los sedentarios. A lo mejor es porque no ha podido volver a jugar fútbol, la recocha, debido a una operación de meniscos. “Pero cuando juego, ahora, soy volante 10 con gol”, dice muy serio.
Jairo ve un partido: Manchester-Shalke. “Me gusta ver televisión, mucho fútbol”.
Por ahí, con una camiseta del América, está Juan José, su hijo de 2 años. Más tarde llegará Cristina, su otra hija, 18 años y estudiante de administración. Fue por ellos, por el amor que les tiene, que Jairo se dedicó a trabajar y olvidó eso de estudiar en una universidad. “Quiero darles lo que no pudieron darme”.
Resulta que Jairo nació en una familia de cinco hermanos. Entonces a sus padres, don Guillermo y doña Dolores, les quedaba difícil hacerlos profesionales. El pacto no declarado era el siguiente: “les costeamos el colegio. No se puede más. No se puede una universidad”.
Jairo nació el 20 de marzo en 1960 en Juanchito. Y su infancia se la pasó en las canchas, jugando fútbol. “Yo fui criado en el barrio Chapinero de Cali, y me la pasé jugando en los potreros”.
Jugaba de defensa central, zurdo, de esos de buen dominio de balón y pegada con dinamita. Uno de sus hermanos, Rosemberg, llegó a ser futbolista profesional. Ahora vive en Londres. “Jugó de volante seis. Empezó como líbero, pero con Pedro Nel Ospina jugó en América en todos los puestos”.
Jairo también quiso ser jugador profesional. Pero tuvo problemas. Como tres enfermedades en los ojos: miopía, estrabismo, astigmatismo.
Claro que una vez, a los 15 años, se lo quisieron llevar para el Quindío. Su papá, bravo, dijo que no cuando le propusieron “comprar” al muchacho. “¿Usted cree que él se vende o qué?”, le dijo don Guillermo a Severiano Ramos, el técnico del equipo. ¿Qué tal, Jairo, que tu papá te hubiera dejado ir? ¿Qué hubiera pasado?
Como Rosemberg, su hermano, fue aceptado en el América, Jairo mantenía en el equipo y en enero de 1979 era utilero sin contrato de las inferiores. El profe Pedro Nel Ospina le ponía tareas. Ser razonero, por ejemplo. Es decir: salir a la raya y entregar las órdenes a los jugadores. “Ojo con el relevo, cerrá”. Después se enfermó el utilero del primer equipo, Emilio Dorado, y el profe Ospina le dio el puesto. Empezó su historia oficial en América.
- ¿Cómo te convertiste en kinesiólogo?
- Con el médico Gabriel Ochoa empecé a estudiar. Me enseñó todo. Porque no fui a la universidad. Hice cursos. De masajes, de enfermería. Pero fue Ochoa el que me enseñó. Y leo, estoy actualizado en lo último en kinesiología.
Desde 1990 Jairo Bernal es kinesiólogo del primer equipo del América. Reemplazó a Álvaro Medrano.
(III) De los recuerdos de un hombre
Jairo es un hombre parco, callado, de palabras medidas. Así también es cuando hay que celebrar un título: “No soy de algarabías”.
Pero hay un gol que no se le olvida porque es el que más duro ha cantado: el que le hizo Jerson González al Cali, en un clásico. Fue un gol importante, claro, y además bonito: de chilena.
- ¿Has llorado por una derrota?
- No, nunca he llorado. Ni siquiera cuando se murió mi mamá, hace 40 años. Pero toda derrota duele.
- ¿Y cuál ha sido la derrota que más recordás? ¿Con Rosario en la Copa Libertadores?
- Ese partido quedó 3-2, cuando íbamos 3-0 arriba y teníamos la clasificación. Pero fuimos a penales. Entonces yo le dije a un compañero: esos argentinos tienen un dios en esas instancias. A los argentinos, si le podés hacer 7 goles, hay que hacerlos. Si no, perdés. Y perdimos. El partido fue un martes. El miércoles no salí de mi casa.
Otra derrota que no se le olvida fue esa de la final de Copa Libertadores contra Peñarol en 1987, que se esfumó en el último minuto del juego. “Doña Beatriz Uribe nos iba a invitar a comer. La comida se dañó”.
Ahora Jairo hace memoria y enumera las versiones del América que han sido unas máquinas aceitadas de fútbol y victorias; el equipo de Gareca; el de Leonel Álvarez, Freddy Rincón; el de Umaña campeón; el equipo de ‘Los pitufos’, Pony Maturana, Pipa de Avila.
- Y el de ahora, el del profe Aponte. Este equipo va a clasificar a las finales.
Jairo no hablará de recuerdos íntimos del equipo, no contará muchas historias. Ese silencio confirma lo dicho: es leal, sabe que en el fútbol hay códigos que dicen que lo que pasa en una cancha, en un camerino, será un secreto.
(IV) De los triunfos de un hombre
El entreno del equipo termina. Jairo sale disparado a organizar los implementos que tendrá que llevar al partido de esta tarde por la Copa Postobón. Inyecciones; cremas; cintas; espadarapos.
En el camerino tendrá que preparar los vendajes de los jugadores. Cuando regresen del partido, hará trabajos de estiramiento, pondrá hielo en músculos golpeados y hasta repartirá refrigerios.
“Nuestra tarea es estar pendiente de los jugadores, que no les falte nada”, dice camino a la lavandería.
- Jairo, ¿y has sido clave para el América? Es decir: ¿en un momento definitivo has actuado para aliviar el dolor de un jugador, y después ese jugador le ha dado un triunfo al equipo? Jairo responderá que él simplemente hace su trabajo, que no piensa en eso.
Pero es inevitable preguntarse si ese trabajo callado no le habrá dado triunfos al América. Con jugadores libres de dolor, de molestias, el equipo rinde, gana trofeos. El reconocimiento, sin embargo, es para los jugadores, para los técnicos. Pero, otra vez : ¿cuántos campeonatos no se habrá ganado América gracias a Jairo?
Quizá en una final, cuando un jugador ha caído, habrá aparecido Jairo para recuperarlo. A lo mejor era un delantero clave. Ese que, después, se levanta, corre sin dolor, hace el gol. Y nadie pensará que fue por Jairo. Nadie se acordará que el kinesiólogo entró a la cancha. Ni siquiera él lo dirá. Jairo Bernal, que ahora va en un bus rumbo al partido, es, además de leal, un hombre modesto.
Muy buen artículo. Siempre es bueno tener una persona fiel cerca.
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