En la Tercera Brigada funciona una sala de rehabilitación para soldados heridos en combate. Crónica.
Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos: Aymer Álvarez.
EL PAÍS - CALI
El soldado profesional Francisco Javier Zavala está tendido sobre una camilla con las manos extendidas hacia el cielo. A su lado, de pie, está Lorena, auxiliar de rehabilitación, sosteniendo una botella plástica de Coca – Cola llena de arena.
El ejercicio es el siguiente: Zavala, haciendo abdominales, debe subir y bajar su tronco una y otra vez y rozar con sus manos la botella. 1,2,3,4,5…20, cuenta la auxiliar. Zavala no se detiene.
En medio del ejercicio el soldado lanza un chiste casi macabro para burlarse de sí mismo: “Estos son abdominales tipo mocho”, dice. Todos en el cuarto en el que nos encontramos se ríen.
El humor, parece, es el antídoto infalible contra las desgracias. Tal vez justo por eso, por el humor, es que este país de gente que explota en campos y montañas y deja allá sus piernas y sus brazos y sus ojos no se ha chiflado aún. Bendito humor.
Ahora el soldado se sienta con dificultad en la camilla, coge la botella, la destapa, la mira. “Así, más o menos, son las minas que instala la guerrilla”, cuenta.
El soldado perdió sus dos piernas por culpa de uno de esos explosivos que hoy, 4 de abril, son rechazados en el mundo entero en el Día Internacional para la Sensibilización contra las Minas Antipersonal, promovido por la Asamblea General de las Naciones Unidas. El objetivo de esta fecha es generar una conciencia mundial sobre la amenaza que para la humanidad representan estos artefactos mutiladores de destinos.
Como le pasó a Zavala. A él le cambió la vida para siempre el pasado 30 de diciembre, a las 10:20 de la mañana, cuando él y su tropa perseguían a guerrilleros de la columna móvil Gabriel Galvis de las Farc en La Tigrera, Cauca.
En ese operativo Zavala pisó una mina de presión camuflada con pasto y con tierra. El soldado calcula que cayó a 10 metros del sitio de la explosión. En ese momento no sintió dolor. En cambio pensó que se trataba de un hostigamiento de la guerrilla. A los segundos se miró los pies. No los tenía.
“La columna Gabriel Galvis es experta en poner estos explosivos. Son los que entrenan a las Farc en la instalación de minas. Ese es nuestro enemigo”, dice el soldado antes de iniciar otro de sus ejercicios del día.
Tan expertos son los de la Gabriel Galvis, agrega el soldado, que las minas las están envolviendo con la cinta suficiente para que los perros y el detector de metales no las ubiquen.
Tan macabros son que jamás alertan a las comunidades que un campo está minado. En esas minas que instalan para detener el avance del Ejército han caído también niños, ancianas, mujeres embarazadas, familias enteras. A la guerrilla eso parece no interesarle: tal vez piense que es una minucia de la guerra, un simple gaje del oficio.
Con Zavala nos encontramos en la nueva Sala de Rehabilitación del Hospital Militar Regional de Occidente, inaugurada el pasado 18 de marzo.
Se trata de un espacio de 400 metros, paredes y baldosas blancas, y dotado con consultorios, terapia láser y respiratoria, sala de camillas con capacidad para nueve pacientes, sillas de ruedas, bicicletas, equipos de gimnasio, todo lo necesario para que los soldados heridos en combate en el Valle y departamentos cercanos puedan realizar su recuperación.
La idea, explica Mercedes Murillas, Vicepresidenta de Acción Social del Ejército, es que esta sala, que tuvo una inversión inicial de $109 millones y atiende a 70 pacientes al día, “se convierta en un Centro de Rehabilitación con todas las de la ley”. Para eso se necesitan $3.000 mil millones que ya se están gestionando ante empresas privadas, Ejército, Gobierno.
La nueva sala de rehabilitación está ubicada en la Tercera Brigada, Cantón Militar Nápoles, y se edificó con un propósito humanitario: que los soldados heridos en combate puedan realizar su rehabilitación en un lugar cercano a sus familias, y no como era común, en el Hospital Militar de Bogotá.
Cuando te dejan el cuerpo en partes, cuando te dejan ciego, o sin un brazo, o sin las piernas, o sin testículos, es un alivio tener a la familia cerca, alentando la reinvención de la vida.
Y justamente eso, reinventarse, es lo que está haciendo a sus 25 años el soldado Zavala en esa camilla.
Todos los días, de nueve de la mañana a doce del día, asiste a terapias en la sala de rehabilitación.
“Acá, con los soldados mutilados, realizamos un tratamiento pre-prótesis. Primero hacemos un trabajo para desensibilizar al paciente por medio de estimulación táctil del muñón, porque por lo general el soldado mutilado sufre de lo que se conoce como sensación fantasma: aunque no tiene pie, lo siente, siente que le pica un dedo, que le duele una uña. Después de superar esta etapa, trabajamos en el fortalecimiento de los miembros inferiores, tronco y espalda. Y trabajamos brazos: necesitan fuerza para movilizarse, manejar las muletas, las sillas de ruedas. Luego de que se entrega la prótesis, el paciente sigue en tratamiento porque pierde la capacidad de marcha. Hay que enseñarle, otra vez, a caminar”, explica ahora Claudia P. Ter Meer, fisioterapeuta y coordinadora de la sala.
Instalar una mina puede tardar diez minutos y le cuesta a la guerrilla $5.000 pesos. Una víctima como el soldado Zavala le representa al Estado $217 millones en atención médica, indemnizaciones, prótesis. Diez minutos de inconsciencia parten una vida para siempre. Todo el tratamiento de rehabilitación dura, en promedio, ocho meses y también incluye terapias psicológicas que en la sala están a cargo de la especialista Claudia Perdigón.
Es la única manera de que un soldado como Zavala, tres meses después de haber perdido sus piernas, haga chistes y se ría cada cinco minutos. Zavala, en esa camilla, pese a todo, parece un hombre feliz. Así también se ven los otros cinco compañeros que lo acompañan en la sala de rehabilitación.
El soldado Benavides, por ejemplo, canta acostado en su camilla; el soldado Edward Guerrero, 23 años, quien también perdió sus dos piernas, habla de lo que va a estudiar: Administración de Empresas. Mauricio Lucumí, que perdió la pierna izquierda y tiene la tibia y el peroné de la derecha fracturados, también habla de su futuro. Dice que apenas salga de la recuperación estudiará mecánica automotriz.
Este cuarto con seis soldados mutilados por minas, todos caídos en el Cauca, parece una pintura que retrata la estupidez y el sin sentido de la guerra; por un lado: que seis muchachos de 25 años en promedio les hayan arrancado las piernas es síntoma de que algo muy enfermo le sucede a esta sociedad.
Pero, por otro lado, ese cuarto también es una pintura que retrata la superación humana: sin piernas esos muchachos cantan, hacen chistes, sueñan con días mejores. Es que, dijo alguien afuera de la sala, no hay que olvidar que esos soldados son héroes de guerra, de la patria. Y los héroes, claro, nunca se dejan vencer.
Excelente crónica te felicito hermano.
ResponderBorrarMe gustó mucho! espero que la del audiocine sea mmejor jajajajajaja.