El cronista Martín Caparrrós habló con GACETA sobre su más reciente libro, 'Contra el cambio', en el que intenta responder por qué hoy para el mundo es prioritario el cambio climático, si lo urgente sería resolver el asunto del hambre de millones de personas. ¿Dónde está la bolita?
Por Santiago Cruz Hoyos
Unidad de Crónicas y Reportajes
EL PAIS - GACETA
Cali - Colombia
Martín Caparrós ha regresado de su más reciente aventura por el mundo. Y, como es costumbre, trajo una crónica en forma de libro. Se llama ‘Contra el cambio’, (Anagrama) y allí narra lo que fue el viaje que realizó por el Amazonas, Nigeria, Níger, Marruecos, Sydney, Filipinas, Islas Marshall, Hawái y Nueva Orleans, para contar historias de jóvenes afectados por el cambio climático, y, también, responder una pregunta: ¿Por qué nos han convencido de que el calentamiento global es un tema tan decisivo en la agenda del planeta, si hay millones de personas que se mueren de hambre?
Y es que en cada sitio que visitó, Caparrós fue testigo de cambios climáticos que se le atribuyen, sin seguridad absoluta, al calentamiento global. Sequías en Dalweye, un pueblo de Níger, el país más pobre del mundo según la ONU. Disminución de la pesca en Filipinas. Inundaciones. Todo eso, piensa Caparrós en ‘Contra el cambio’, puede estar pasando por el calentamiento, pero quizá no. ¿Cómo comprobarlo si el clima siempre ha parecido estar loco y su esencia es cambiar y cambiar?
Pero, lo que sí es seguro es que cada 6 segundos muere un niño de hambre. Sí es seguro, Caparrós lo narra, que hay hombres, como en Níger, cuyo único objetivo en la vida es conseguir la comida del día. No piensan en la idea de futuro, el concepto de mañana o la próxima semana, porque a diario se tienen que fajar en una lucha contra el hambre.
“Siempre me impresionó ver que, para los animales, la actividad principal consiste en conseguir comida: cazar, buscar, pedir. Lo mismo les sucede a tantos hombres: se podría decir que, cuanto menos tiempo dedica a buscar sus alimentos, más lejos de la animalidad está una persona” escribe a propósito Caparrós. Y agrega: “Insoportable, auténticamente insoportable, es no comer. Y eso, por ahora, no depende del cambio climático”.
II
Caparrós está en el teléfono y habla desde su habitación en un hotel en Cartagena. (Fue uno de los invitados al Hay Festival que terminó la semana pasada en 'La Heroica').
Explica una de las respuestas que encontró al por qué los países poderosos le dan tanta relevancia al calentamiento y no al hambre. El calentamiento, en su concepto, es una ventaja política, una manera de los países ricos de retrasar la industrialización de potencias emergentes y así mantener su hegemonía. ¿Cómo es eso?
“Yo no creo que nadie haya dicho: vamos a inventar que la tierra se está calentando, así podemos retrasar el crecimiento de India, de Brasil. Eso no lo creo. Pero sí creo que una vez que algunos científicos empiezan a prever un comportamiento del clima durante las próximas décadas, hay gente que piensa que puede usar eso de distintas maneras. Uno de los usos posibles es este de decir bueno: están echando demasiado dióxido de carbono a la atmósfera, entonces todos los países tienen que comprometerse a bajar la cantidad de dióxido de carbono que están echando. Así que hay países que emiten una enorme cantidad de CO2 porque llevan 100 ó 200 años haciendo un desarrollo sucio, caso Estados Unidos, y hay otros países que están tratando de hacer eso ahora. Y no creo que sea bueno que lo hagan. Lo que digo es que los que ya lo hicieron no tienen ninguna autoridad para impedírselo. Ahí es donde está la discusión política sobre el tema”.
Es decir: países poderosos que ya se desarrollaron a costa de la naturaleza, ahora esperan que las naciones que quieren tener el mismo desarrollo, cuiden la naturaleza. Interesante paradoja.
Pero otra de las razones para que el cambio climático sea hoy prioritario para los países poderosos por encima del hambre es que se convirtió en un negocio millonario. ¿Cómo se llegó a eso?
Caparrós habla de dos usos económicos que le están dando al cambio climático. El primero va en la línea de incidir en el cambio de paradigma energético; el segundo es fomentar un negocio: los bonos de carbono. Habla de lo primero.
“Hace años que nuestras economías han venido funcionando a base de carbón y petróleo. Y una de las características de esos combustibles es que son sucios y se acaban. Entonces, dentro de algunas décadas habría que reemplazarlos. Ahora, con esta historia de que están destruyendo la atmósfera, algunos tratan de plantear que hay que acelerar ese recambio. Y si hay que hacerlo ya, se produce una paradoja porque las energías más limpias que podrían reemplazar al carbón y al petróleo como la energía eólica y la solar, no están preparadas para producir la misma cantidad de energía que producen los combustibles fósiles. Entonces, lo que dicen curiosamente los ecologistas es: bueno, parece que lo que se tiene que hacer es utilizar la energía nuclear. Y vuelven a tratar de legitimar una energía que está muy deslegitimada porque es sucia y peligrosa”.
El cronista sigue. “Y hay otros problemas con esta energía nuclear menos evidentes. Uno es que a diferencia de las energías eólicas o solares, la energía nuclear está muy concentrada. Una central de energía nuclear maneja la electricidad de 30, 40, 50 millones de personas. Un sólo señor, con un botón, controla a 50 millones de personas. Esto le da un poder político muy fuerte por un lado. Y por otro lado es algo muy caro. China, o Austria pueden construir sus plantas nucleares, pero Bolivia no, con lo cual la brecha con los países pobres se va a seguir ampliando”…
Con la excusa del calentamiento, los países poderosos podrían obtener la hegemonía de la electricidad. Eso es probable en el largo plazo.
Pero existe otro negocio jugoso gracias al calentamiento: el mercado de los bonos de carbono. En el protocolo de Kyoto de 1997, se estableció que cada país firmante tiene una “cuota” de emisión de gases que divide entre sus empresas importantes. Entonces, por ejemplo, una fábrica de autos en Alemania tiene derecho a lanzar, digamos, 10 toneladas de CO2 a la atmósfera. Pero si quiere lanzar 15, tiene que comprarle a otra empresa que no haga uso de toda la cuota que tiene para contaminar. Eso son los bonos de carbono.
Caparrós sigue desenredando el tema en el teléfono. “Esto ha creado un mercado floreciente que tiene una serie de consecuencias. Para empezar, muchos países del tercer mundo han empezado a crear empresas que no producen nada, pero como tienen una cuota de carbono importante, lo que hacen es vender esos bonos al primer mundo (y así los que contaminan tienen el derecho de hacerlo sin límites porque pagan esos bonos). Con lo cual estas empresas que venden los bonos no producen nada, ni trabajo, no producen ningún beneficio para las poblaciones, salvo para el dueño que hace el truco. Ese mercado ha ido creciendo y hace 10 años no existía y ahora llega a 150 mil millones de dólares. Pero les falta algo importante: Estados Unidos no firmó el protocolo de Kyoto, por lo cual sus grandes empresas no han entrado al mercado de bonos de carbono. Cuando entren, el mercado va a crecer exponencialmente y se producirá una gran burbuja financiera”. La bolita de todo el asunto se está encontrando.
III
Caparrós, cambiando el tema de discusión, no confía en los discursos de la ecología, no se lo traga. Y lo plantea a lo largo de ‘Contra el cambio’. ¿Por qué?
“Empecé a tener dudas cada que veía que los pingüinos se llenaban de petróleo en un derrame, y había chicos ecologistas que corrían a ayudar a los pingüinos. Lo cual me parece bien, pero me chocaba la comprobación de que a 5 kilómetros de las casas de esos jóvenes bien intencionados, había chicos que se morían de hambre y ellos elegían limpiar pingüinos. Entonces me parece que es una idea sobre la vida. El ecosistema más importante del que creo hay que ocuparse es la sociedad humana. Buscar cómo se hace para que sea menos injusto, menos cruel”.
Pero no sólo es eso. “La ecología está basada en la noción de que hay que conservar las cosas tal como están, porque si cambian nos va a ir mal. Es como una especie de esquema, de base de pensamiento ideológico muy fuerte. Uno se arma un esquema, una forma de pensar las cosas, basada en que lo bueno es conservar todo como está. Es algo que es muy de esta época. Una época que no sabe cómo cambiar”.
No sabemos cambiar, por un lado, y no podemos vivir sin la presencia del Apocalipsis. Es otra idea de 'Contra el cambio'. El ser humano no puede vivir sin la idea del fin del mundo, de la catástrofe.
“En general pensamos el Apocalipsis como algo producido por un dios, pero desde 1945 tenemos la idea de que nosotros podemos crear nuestro propio Apocalipsis como la bomba atómica. Y también la idea de que hemos creado una distorsión del clima tal que va a arruinar el planeta, tiene que ver con esa línea”.
Caparrós no desvirtúa que un posible fin del mundo tenga que ver con el cambio climático. Lo que dice es que vale la pena pensar en una idea: cómo no podemos vivir sin el Apocalipsis, “ahora, para que haya alguno, los profetas actuales nos anuncian el fin ‘cambio climático’”. ¿Por qué no podremos vivir sin el miedo a desaparecer?
Si el foco de la discusión debería estar en el hambre y no en el calentamiento, Caparrós piensa hacer algo. Será lo de siempre. Viajar por el mundo, pero esta vez para escribir la gran crónica del hambre. Ese será su próximo libro.
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