martes, octubre 05, 2010

Las garras del bailarín





Joan Sebastián Zamora, un joven de El Saladito, se convierte en bailarín de ballet. El artista, emergido de esa zona de veraneo, llega al Royal Ballet de Londres. Allá lo llaman promesa. Un equipo de documentalistas atraviesa el Atlántico para reconstruir sus orígenes. Esta es la historia de todo eso, antes de que su vida se vea en un especial que emitirá HBO y la BBC

Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos: Bess Kargman
Publicado en GACETA
EL PAIS - CALI

Primera posición

El chico tiene 17 años. Está sentado en el lobby del Hotel Dann de Cali. Lleva puesta una bermuda, una camiseta azul, tenis cafés. Hace poco llegó al sitio junto con Flavio Salazar - uno de sus maestros de ballet - un camarógrafo y la documentalista estadounidense Bess Kargman, que lo ha seguido durante los últimos seis meses para filmar su vida.

Todo porque el chico es considerado una promesa del ballet que tiene todas las condiciones para convertirse a la vuelta de la esquina – quizá en cinco años- en una gran estrella. Bess lo vio actuar en una competencia en Nueva York y no lo pensó dos veces para incluirlo en un documental que está realizando y que se llama ‘First Position’, haciendo alusión a la primera posición del ballet: talones juntos, pies que giran hacia afuera para formar una línea.

El documental sigue a siete jóvenes bailarines que están inspirando a otros a seguir su camino.
"Son los siete muchachos en los que hay que tener los ojos puestos en el ballet, jóvenes desde los 9 a los 19 años. Son bailarines de todo el mundo: Asia, América, Europa…", comenta Bess en inglés. Flavio es el traductor.

Ese documental, se tiene presupuestado, será emitido por HBO, la BBC y en diferentes teatros de cine de Estados Unidos. Y es la razón para que el chico esté sentado en el lobby de un hotel de Cali. El equipo de producción atravesó el Atlántico desde el país de Obama para grabar durante dos días cómo es su vida en su ciudad natal, o mejor, en su pueblo natal: El Saladito, kilómetro 14 de la Vía al Mar.

Los pies del bailarín

El chico se llama Joan Sebastián Zamora. Es de pequeños ojos negros, cejas pobladas del mismo color y brazos delgados y tan largos que le llegan casi hasta las rodillas.

Los últimos seis años de su vida los ha pasado en Estados Unidos, estudiando ballet en la escuela de la compañía del American Ballet Theatre, una de las más prestigiosas del mundo. (Por cierto, es de los bailarines colombianos más jóvenes que han sido becados en la historia de la compañía. Cuando lo becaron por primera vez, Joan tenía 12 años).

Y al siguiente día de esta entrevista viajará muy temprano a Londres. Allá va a estar durante tres años, gracias a una beca que se ganó en marzo pasado para estudiar en la escuela del Royal Ballet, que está entre las cinco compañías más importantes del planeta. Es algo así como si un jugador del fútbol colombiano fuera admitido en las filas del Manchester United.

Tal vez por ello, por los años fuera de casa, es que Joan ya perdió el acento valluno y habla como lo que es: un latino en Nueva York. A veces se le olvida cómo se dice en español palabras como entrenamiento, trabajo. Entonces las resuelve en inglés: ‘Training’.

Ahora se quita su zapato izquierdo y las medias tobilleras que acostumbra usar. Sus pies son anchos, a primera vista. Después estira la pierna y mueve el empeine de arriba hacia abajo. Son pies muy flexibles, a segunda vista. Con el empeine inclinado hacia abajo dibuja un arco perfecto, nítido.

Enseguida Flavio, su maestro, toma su talón para sostener la pierna estirada. Con el dedo índice va señalando desde la tibia una línea recta que termina en el empeine. "Esto es lo que es un pie casi perfecto para bailar ballet", comenta.

La línea entre la tibia y el empeine de Joan no tiene desviaciones. Y en el ballet, la técnica se acentúa en la verticalidad del cuerpo. De ahí la sentencia de pie perfecto del maestro.
Pero son pies que sufren por esa perfección para el baile. Se ven con ampollas, cueros levantados y puntas tan sensibles que a veces no toleran ni siquiera un roce. Los pies de Joan, después de los ensayos y las presentaciones, hay que meterlos en cubos de hielo, para desinflamarlos.
Giros del destino

Joan empezó a bailar ballet a los 8 años. Todo se dio por su madre, Claudia Hurtado, una caleña, bailarina aficionada, que en los colegios públicos en los que estudió siempre ingresaba a los grupos de danzas y su gran sueño fue integrar el Ballet de Colombia de Sonia Osorio, uno de los más importantes del país y que se ha presentado en lugares tan distantes como Belgrado, Egipto, Varsovia, pero también en New York, Madrid, París. Claudia, que trabajó como secretaria en el gobierno del alcalde John Maro Rodríguez, jamás pudo estar ahí, el sueño de ser bailarina profesional no se le cumplió.

"Entonces podemos decir que soy una bailarina frustrada", dice sin amagos de nostalgia.
Está sentada en un cuarto recién construido, de baldosas brillantes y paredes que aún huelen a pintura, en su casa de El Saladito.

A su lado está Guido Arturo Prieto, el padrastro de Joan, aunque él lo llama papá desde niño. Claudia y Guido rentan cuartos y apartaestudios que construyeron en su hogar. Del negocio de los arriendos y de una tienda, la tienda Don Guido, tal vez la más surtida de El Saladito, es que se mantiene económicamente la familia. Al pueblo se fueron a vivir hace 13 años, a la casa abandonada de una hermana de Guido, que estaba en el exterior. Querían evitar que los ladrones saquearan ese hogar solitario.

Claudia sigue contando la historia de Joan. En la casa hay polvo y el sonido de martillos que pegan contra una pared. Están construyendo otro cuarto para rentar.

Como no pudo cumplir su sueño de ser bailarina profesional, Claudia se prometió que cuando estuviera embarazada y tuviera una niña, la matricularía en una escuela de ballet. El plan le salió casi perfecto. Sólo que cuando quedó embarazada, supo que el bebé que traía al mundo no era una niña sino un niño: Joan Sebastián. Le puso así por el cantante mexicano que lleva ese nombre artístico.

"Pero cuando nació, me dije: yo también he visto niños bailando ballet. Y cuando tenía 8 años decidí llevarlo a Incolballet, a ver si le gustaba. Al principio tuve problemas con Guido por esa decisión. Él creía que si lo metía a ballet, el niño se iba a volver gay. Yo le decía que no, que no necesariamente un bailarín de ballet es homosexual. De todos modos se formó toda una polémica en la casa, pero mi decisión era matricularlo a como diera lugar".

Sí. Al principio a Guido no le gustó que Joan se metiera en la escuela de ballet. Pero pasa que cuando una mujer decide algo con el corazón, no hay marcha atrás. Entonces aceptó la decisión y empezó a aprender de la danza clásica, a enterarse qué era eso realmente.

"Yo a Joan Sebastián no le veía nada femenino. Sin embargo, sí tenía mis reservas sobre el ballet y empecé a investigar. Y sí, en el ballet hay homosexuales, pero también hay bailarines que no lo son. Empecé a aprender y a aceptar que Joan bailara", dice Guido.

La novia de Joan, por cierto, se llama Jeanette Kakareka. La conoció en Filadelfia y también es bailarina. Ahora están separados por la distancia que hay entre Londres y Estados Unidos...
En las fiestas familiares de diciembre o en el Día de la Madre, cuando se reunía toda la familia, el niño era blanco de las burlas de primos, primas, tías, tíos. Hacían gestos afeminados, o intentos de giros de ballet, mientras le gritaban: ¡qué haremos, qué haremos!

Joan se reía, las burlas no lo perforaban. Y su arma era el baile. Si lo molestaban, bailaba ballet delante de todos, feliz. Tal vez esas actuaciones vienen de un don que una de sus maestras en Incolballet, la cubana Elena Cala, siempre le notó: el de ser ante todo un artista que cree en sí mismo.

Claudia se salió con la suya y Joan fue matriculado en Incolballet. Cuando lo llevó por primera vez a que conociera las instalaciones del colegio, Joan vio una coreografía de los egresados de la escuela, que se preparaban para presentarse en la ciudad en las fiestas de diciembre.
"Y fuimos a la sala en donde estaban los egresados, nos sentamos, y me dijo: Mami, me gusta lo que hacen esos ‘manes’, me gusta".

A Joan le hicieron el examen físico. Estaba en pantaloneta de baño y sin camiseta. Tenía 8 años. Claudia estaba viendo todo a través de la ranura de una puerta. Respiraba rápido, agitada. Un profesor decía que al niño le faltaba flexibilidad en el empeine y padecía de una imperfección en la columna que se debía corregir.

Claudia pensó que su sueño se le volvía a malograr, que Joan no sería aceptado. Pero cuando salió del examen, le dieron la orden de matrícula. A él y a otros cinco niños. El resto de aspirantes eran niñas. Claudia cree que en ese momento a Joan lo aceptaron porque a Incolballet, un colegio público, de la gobernación del Valle, eran pocos los chicos que se acercaban.

La rutina de aquellos años empezaba a las 5:00 a.m. Joan debía levantarse a esa hora para llegar de El Saladito a Cali, atravesar la ciudad y entrar a la escuela, ubicada a la salida de Cali en la carretera que conduce hacia Jamundí. Era un recorrido de casi dos horas. El regreso a casa era en la noche.

La suya, entonces, fue una infancia distinta. No fue como la de los otros niños que crecen jugando fútbol, elevando cometas, corriendo en la calle con amigos.

"Él no tenía tiempo para eso. Llegaba a la casa muerto, a comer y a hacer tareas. Por eso es que era ‘cusumbosolo’. En El Saladito decían que Joan era creído, porque sólo saludaba y ya. Pero lo que pasaba es que nunca tenía tiempo para otra cosa distinta al ballet, el estudio y el descanso", cuenta Guido.

Y cuando tenía vacaciones, Joan se iba para Bogotá a seguir bailando en la Academia de Ballet Anna Pavlova, de Jaime Díaz, apoyado por una prima de Claudia que se llama Marlene Montealegre y su esposo, Harold Agredo. Joan les dice tíos. Fueron -son- vitales para su carrera.
Pero esa rutina dura a Joan lo cansaba. Una vez se lo dijo a su madre con la cara muy seria: no quería volver a Incolballet, no quería madrugar todos los días y no tener tiempo para hacer otras cosas, las que hace un niño. Madre e hijo iban caminando hacia el corregimiento de Felidia, a 45 minutos a pie de El Saladito. Les gustaba hacer juntos ese trayecto, por ejercicio.

Claudia, molesta por lo que acababa de escuchar, usó un arma infalible: la ironía.

- Sí, retírese. Igual yo sabía que usted no iba a ser capaz con esto. No todo el mundo tiene la valentía de alcanzar las metas, no todo el mundo es Juanes, o Shakira, esa gente llega a donde llega por el trabajo duro. Retírese mejor. A usted le faltan pelotas para esto.

Joan no dijo nada. Ambos llegaron a casa en silencio. Al siguiente día el chico se levantó temprano para ir a Incolballet. Y ese día, justo ese día, una comitiva del American Ballet Theatre de Nueva York, con Flavio Salazar a la cabeza, había llegado a la escuela para organizar unas audiciones, escoger bailarines y becarlos para asistir a un curso de verano que duraba seis semanas.

La audición era para jóvenes mayores pero Joan, con 12 años, habló con Flavio, un nariñense criado en Cali que de Incolballet llegó al staff del American Ballet y bailó ahí durante 13 años.
Joan le pidió que lo dejara participar. Flavio decidió organizar una audición para niños. Dos maestras americanas evaluaban a los menores.

Después de aquella audición el American, de dos becas que ofrecía inicialmente, otorgó 9. Joan fue elegido, era el único que iba con todos los gastos pagos. Flavio, por la edad, decidió hacerse cargo del niño en esa selva de concreto tan hostil que es Nueva York.

El gran salto

Hace frío en El Saladito. El corregimiento está ubicado a 20 minutos de Cali y está rodeado por montañas. A donde se mire se ve siempre el verde, verde pasto. Y neblina.

Según el más reciente censo, el de 2005, allí habitan 1,928 personas. Algunos de estos habitantes, cuenta Guido, trabajan en Cali, con el gobierno. Otros, los de la zona rural, se dedican a la jardinería o a vigilar lotes, casas. Las mujeres, algunas, trabajan en la ciudad como empleadas domésticas. El corregimiento es también un veraneadero. Desde hace casi cien años, muchas familias de Cali tienen fincas en El Saladito.

En todo el corregimiento, cuyo nombre puede ser señal de mala suerte, por aquello de lo salado, hay un colegio, una escuela, un puesto de salud, una estación de Policía. Pero no hay teatro.

"Si un niño quiere triunfar en la vida debe salir de acá, capacitarse en la ciudad. Acá no hay mucho por hacer", apunta Guido.

En realidad estando en El Saladito cuesta entender cómo diablos un niño se va a interesar en el ballet si jamás ha visto una presentación, escuchado una ópera o entrado a un teatro y su único mundo posible es el campo o la escuela pública.

La única explicación está en Claudia, en el poder que tuvo su pasión. Y en que Joan simplemente se interesó en el baile y en nada más. Como Billy Eliot, el protagonista de una película inglesa dirigida en el año 2000 por Stephen Daldry, que cuenta la historia de un niño de 11 años, hijo de un padre minero que todos los días lo hace ir a clases de boxeo. En el gimnasio Billy ve a unas niñas bailar ballet y encuentra el destino. Simplemente se interesó y se metió a las clases y al final, como Joan, ingresa al Royal Ballet, no sin antes vencer los prejuicios del padre, que pensaba que eso de bailar ballet no era cosa de machos.

Joan viajó a Nueva York por primera vez cuando tenía 12 años. Regresó. Al año siguiente volvió a ganar la beca para el curso de verano. Y al siguiente igual. Durante cinco años consecutivos fue becado por el American Ballet Theatre.

Después se le apareció otra oportunidad. Fue becado para estar un año en The Rock School, una escuela que en casi 50 años de historia ha formado a grandes estrellas del ballet estadounidense. Joan estaba frente a un dilema difícil de sortear: irse para siempre de El Saladito.

Esa noticia no gustó en Incolballet. Joan, uno de sus estudiantes estrella, partiría sin ni siquiera graduarse. La maestra Gloria Castro, la directora, le ofreció un viaje a Cuba y una beca para que estudiara un año en Alemania, con tal de que se quedara. Joan lo pensó. Pero al final decidió irse.

A la maestra Elena Cala, la que siempre le corrigió la posición de sus brazos largos, la entristeció la noticia.

Sentada frente a un computador de la escuela, habla con cierta nostalgia. Dice que Joan debió quedarse. Que él es quien es gracias a Incolballet, a las bases que se le dieron. Que debió tener sentido de pertenencia y retribuirle a la escuela algo más.

La nostalgia es menor al afecto que siente por Joan. Era de sus estudiantes más disciplinados, con un talento natural para los giros.

"De él te digo que es un bailarín versátil, que puede bailar obras clásicas y contemporáneas. Es muy elegante, muy caballeroso en su baile, y esa es una de las características del bailarín latinoamericano que hemos trabajado en Incolballet. Precisamente lo que nos diferencia a nosotros los latinos de los bailarines americanos y europeos es eso, lo hombre, lo viriles que se ven dentro del escenario. Y Joan va a ser grande. Lo sé porque se lo propuso desde siempre".

Cuando el chico estaba en The Rock School participó en el Youth American Grand Prix, en Nueva York. Se trata de la competencia de ballet estudiantil más importante del mundo en la que participan bailarines de todas las nacionalidades que no tengan más de 19 años.

Los ganadores reciben becas para estudiar en las compañías más importantes del planeta. Joan obtuvo un segundo lugar y ganó la oportunidad de estudiar en el Royal Ballet de Londres.
Estar allá un año cuesta $84 millones de pesos. Joan estará tres, con todos los gastos cubiertos.
"Eso es como llegar a La Sorbona, de París", dice Flavio. Sigue en el lobby del hotel Dann, con Bess y Joan.

Como Carlos Acosta

Bess muestra en su iPhone un video del chico bailando en Nueva York. Viéndolo, se nota que disfruta lo que hace. No deja de sonreír mientras baila. Y pareciera que el mundo le importa poco, desaparece para el resto. Es él y la danza, así al frente lo vean cientos de espectadores.
El video termina, Bess lo mira y se retira a descansar. Al siguiente día grabarán en el aeropuerto la despedida de Joan con Claudia y con Guido. El vuelo a Londres sale a las 6:30 a.m y el abrazo familiar hace parte del documental.

Pero ahí no termina la historia de Joan en ‘First Position’. Los productores piensan viajar a Londres y grabar lo que para él será un momento sublime: estrecharle la mano a Carlos Acosta, el bailarín cubano que más admira. Acosta, que está a punto del retiro, es una de las estrellas del Royal Ballet. "Yo quiero ser como él, el mejor. Quiero ser una estrella", dice Joan. En realidad lo ha dicho siempre, desde niño.

Antes de terminar la entrevista, Flavio le pide que imagine a un joven de su edad que anhela convertirse en bailarín de ballet. Y lo invita a que le diga unas palabras, algo que le quiera enseñar. Joan piensa. Después habla.

"Me gustaría que los jóvenes de Cali que aman el ballet aprendan a luchar por él. Que si quieren alcanzar un sueño, hay que colocar en él todas las ganas. Yo sé que esta carrera es dura, pero si esto es lo que uno quiere en la vida, hay que poner todas las garras en ese sueño".
Joan se está acordando del día en que en Nueva York, y después de haber ganado la beca para ir a Londres, quiso dejarlo todo y regresar. Como cuando estaba niño en El Saladito, Joan quería descansar, tomarse una semana y estar tumbado en una cama con los pies levantados. No pudo, aunque se lo imploró a Flavio. Éste se negó.


Un bailarín de su calidad, le dijo, no puede darse el lujo de parar, sobre todo ahora que va a ingresar a la escuela de una de las compañías más grandes del mundo. Un descuido, pasar tiempo con la novia, puede echarlo todo a perder. "Recuerde que la vida activa del bailarín de ballet es hasta los 40 años. El tiempo se pasa muy rápido".


En vez de dejarlo descansar, Flavio le contrató clases con Willie Burman, el mismo maestro de Julio Bocca, uno de los bailarines argentinos más importantes de todos los tiempos. Joan debía seguir a como diera lugar.

Por eso el chico quería dejarlo todo. Y cuando estaba a punto de tomar la decisión de partir, pensó en su familia. Y en que estaba muy lejos como para tirar la carrera por la borda.
Cuando Flavio le pidió que le hablara a ese chico imaginario Joan se acordó de ese episodio. Después subió a su habitación. En su estadía en el país tampoco le quedó tiempo para compartir en su casa de El Saladito con Guido y con Claudia, por el documental.


Ellos, sus padres, aún no se acostumbran a tenerlo lejos, sobre todo Claudia. Tener a Joan lejos es desgarrador, dice. Pero su aliciente está en el baile. Cuando ve a su hijo en el escenario, se eriza. Y siente que está cumpliendo su propio sueño.

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