Unidad de Crónicas EL PAÍS
Es jueves 16 de marzo de 2005. Mauro Antonio Joaquí parte muy temprano junto con su compadre Gerardo al río Curiaco, a tres horas a pie del municipio en el que viven: Santa Rosa, en el departamento del Cauca.
Hace frío y el día es propicio para pescar. Llevan dos varas. Y panela.
A las 10:00 a.m. ya pescan truchas arcoiris. Hay silencio absoluto, los peces muerden el anzuelo. Minutos después los campesinos caminan por una trocha, a la orilla del río. Mauro Antonio, de repente, siente una explosión justo debajo de su pie derecho.
(Desde 1997, según cifras de la Fundación Tierra de Paz, en el Cauca se han presentado 428 accidentes por minas antipersonas o munición de guerra abandonada y no disparada. De ese total de víctimas, 206 eran civiles).
El cuerpo de Mauro Antonio vuela por los aires. Cuando cae, está cubierto de tierra y maleza. Intenta escuchar qué está pasando, pero en sus oídos sólo se oye un zumbido persistente. Todo es confuso. Hay humo y el ambiente huele a pólvora.
(El 'Programa Presidencial para la Acción Integral contra Minas Antipersonal' registra desde enero a julio de este año 20 víctimas en el Cauca por minas o restos de guerra abandonados. El departamento subió 5 puestos en el escalafón de regiones con mayor número de afectación por estos explosivos. Del puesto nueve, pasó al cuarto, detrás de Antioquia, Meta y Caquetá).
Mauro Antonio se sienta con esfuerzo. Empieza a mirarse, a quitarse la tierra. Se observa los brazos. Lo tranquiliza no ver sangre, sólo piel quemada. El fogonazo en los brazos fue leve. Su pantalón está desecho. Gerardo, su compadre, corrió a 40 metros de la explosión y aún no lo ha visto. Cree que su compañero está muerto.
(En Colombia, desde 1990 a 2010, 8.539 personas pisaron una mina. Es como ver la tribuna Norte del estadio Pascual Guerrero llena de hombres, mujeres, niños, niñas, mutilados. El país es el segundo en el mundo con mayor número de víctimas por esos artefactos. El primero es Afganistán. El año pasado, en promedio, cada día dos colombianos caminaron sobre esos explosivos. Los datos son del 'Programa Presidencial para la Acción Integral contra Minas Antipersonal' ).
Mauro Antonio se mira su pierna izquierda. Sangra, aunque la puede mover con facilidad. Enseguida empieza a sentir calor en el pie derecho. También siente sed. Quiere agua.
(En el Cauca, los municipios en donde más se han presentado accidentes con minas o restos de guerra son El Tambo, Toribío, Santa Rosa, Corinto, Páez y Argelia. Sumando las superficies de estos pueblos minados, la zona es casi tan grande como Bogotá).
Mauro Antonio sigue revisando su cuerpo. Ahora el turno es para su pierna derecha. El pie sigue caliente, como si estuviera metido en una olla de agua puesta en un fogón. Levanta la pierna. El pie se desprende, cuelga de ella. Mauro Antonio se desespera. Grita.
(Según la Campaña Colombiana Contra Minas, en el Cauca se han registrado 401 víctimas desde 1993. Hay diferencias en las cifras de las organizaciones que trabajan en el tema. Se debe a que hay un subregistro de los hechos y se conocen casos en los que la guerrilla ha presionado para que las víctimas no denuncien).
Gerardo escucha los gritos de Mauro Antonio. Corre hacia él. Mauro le indica que no llegue hasta el sitio de la explosión porque puede haber más minas. Le pide que se quede a cinco metros. Después se para en su pierna izquierda y llega hasta donde Gerardo, dando brincos. Regresan a la orilla del río. Se sientan en una piedra. Gerardo está asustado. Mauro aún no siente dolor.
(En Colombia, 31 de los 32 departamentos están minados. Sólo San Andrés está libre de esos explosivos que mutilan piernas, brazos y hasta dejan ciegos a quienes los pisen. El dolor tarda en llegar. Esto se debe a que las víctimas sufren de Analgesia episódica. Se da porque el cuerpo, en el momento de la explosión, produce una cantidad exagerada de adrenalina y endorfina, hormonas que atenúan el dolor. Después, con los meses, las víctimas sufren de un síndrome llamado Miembro Fantasma. Hace que la persona crea que aún tiene el miembro que se le tuvo que amputar).
Mauro saca un pañuelo. Gerardo se lo amarra en el pie derecho. Sólo los dedos se reconocen. El talón ni siquiera se ve. Mauro coge un palo y se apoya en él hasta llegar a un rancho sin habitar. Son las 11:00 a.m. En el rancho toma litros de agua con panela. Le pide a Gerardo que se vaya para Santa Rosa y cuente la noticia para que lo recojan. Gerardo duda, no quiere dejarlo solo. Pero la única opción para su amigo es llegar a un hospital. Gerardo sale del rancho caminando a zancadas rápidas.
(Fabricar una mina no tarda más de 10 minutos y cuesta $4.500. Desactivarla demora 8 horas y le cuesta al Ejército $7 millones. Una víctima le representa al Estado $217 millones, en promedio, invertidos en atención médica, indemnizaciones, prótesis...).
Pasan cinco horas. Son las 4:00 p.m. A Mauro lo recogen en caballos. Está mareado y ya siente dolor, un ardor intenso. Su pierna derecha, por la materia fecal que les aplican a las minas, se empieza a infectar. Es el propósito perverso de matar o con la explosión, o con la infección.
(El 23% de los accidentes en el Cauca relacionados con estos explosivos se deben a la manipulación de restos de guerra abandonados a la vista de los niños. Por cierto, el 70% de las víctimas de esos accidentes son menores. El dato lo revela la Fundación Tierra de Paz).
Mauro se niega a montar en un caballo. Le organizan una camilla con palos de guadua y costales. De esa manera lo sacan a la carretera, donde lo espera una ambulancia. Parte al hospital San José de Popayán. Allí los médicos le informan que su pie derecho debe ser amputado, antes de que la infección llegue a la rodilla. Mauro se resiste. Le da miedo depender de unas muletas.
Pasan 8 horas. El pie está morado, muerto. No hay nada qué hacer. Mauro acepta la amputación. A los tres meses recibe una prótesis. Aprende a caminar de nuevo.
Renuncia a sus cultivos de papas, alverjas, ullucos. No puede forzar la pierna izquierda en las cosechas. Tampoco quiere volver al campo, es otro desplazado por la violencia. Aprende panadería. Después se capacita en asistencia a víctimas de minas. Es elegido presidente de la Asociación de Sobrevivientes del Cauca creada en 2007. Está integrada por 48 habitantes del departamento, todos mutilados.
Ahora es miércoles 1 de septiembre de 2010. Mauro termina de contar su historia en el Parque Caldas de Popayán.
Mientras tanto, en el Cauca sigue la avanzada del Ejército contra el VI Frente de las Farc y el ELN. El Cauca es zona estratégica para esos grupos, sobre todo por los cultivos de coca y marihuana, que les están generando ganancias millonarias. En la región producen y sacan la droga al interior del país y a Buenaventura o a la Guajira, para ser despachada al exterior. Y mientras más avanzan las tropas, más minas siembra la guerrilla. Es una manera de detener a los soldados, impregnarlos de miedo. Civiles, militares y hasta los animales del bosque, están en peligro inminente.
La historia de John, el soldado
Son las 6:45 a.m. del 13 de agosto de 2008. El soldado John Alexander Vásquez, de la Brigada 29 del Ejército, está en una operación de rutina en las montañas de Corinto, Cauca.
(Este año, en la Brigada 29 registran 11 soldados heridos por minas en el Cauca. En Valle, Cauca y Nariño, han resultado heridos 33 soldados. Tres resultaron muertos).
El soldado Vásquez sabe que en la zona en donde camina hay minas. Las Farc y el ELN las siembran para frenar el avance de las tropas y proteger campamentos y cultivos de uso ilícito. Sólo necesitan una lata de sardinas o un tarro de yogurt para fabricarlas. Están hechas con sulfatos, pedazos de hierro, metralla, tornillos, ácidos, materia fecal. Se pueden activar pisándolas. O al tener contacto con un cable. O las activan con celulares o el dispositivo de alarma de un carro. Las minas son las que alejan a los erradicadores de los cultivos ilícitos.
(Desde 2006, 166 erradicadores han sido víctimas de minas. El dato lo revela el Programa Presidencial para la Acción Integral contra Minas Antipersonal. El Alcalde de El Tambo, Hugo Ferney Bolaños, aseguró que en su municipio cinco erradicadores han resultado heridos por minas en lo que va de este año. La guerrilla defiende esos cultivos a capa, espada, minas, lo que sea y sin escrúpulos).
Un sonido espantoso aturde al soldado Vásquez. Acaba de pisar una mina con el pie izquierdo. Se intenta parar. No puede. La pierna izquierda está cortica, piensa.
(En 2010, en Cauca, Valle y Nariño, el Ejército desactivó 31 campos minados. Hasta diciembre de 2009 se sospechaba que en todo el país existían 784 de esos terrenos. El 14 de julio de 2010, además, se terminaron de limpiar las 35 bases del Ejército sembradas con minas convencionales. La medida hace parte de los compromisos adquiridos por el Estado en la convención de Otawa - ver recuadro).
El ‘lanza’ del soldado Vásquez también está herido. Es el soldado Escobar. Esquirlas de la mina se le enterraron en los ojos. El ojo izquierdo lo perdió. Por el derecho ve borroso, como con neblina. Los perros detectores de minas no pudieron olfatearlas esta vez. Dicen que les están echando químicos para despistar a los sabuesos.
(De las 401 víctimas por minas que registra en el Cauca la Campaña Colombiana Contra Minas, 91 fueron mortales).
El soldado Vásquez y su ‘lanza’ son rescatados del lugar. Han pasado dos años desde aquel hecho. Vásquez todavía no camina. Habla mientras va a una de sus terapias, en la Brigada 29 en Popayán. Frente a sus ojos hay soldados como él. Unos sin piernas. Otros sin un brazo. Son las víctimas de un enemigo que permanece invisible bajo tierra esperando un paso encima para estallar.
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