martes, marzo 02, 2010

Fermentando la memoria




Historia de un encuentro cercano en el pasado Hay Festival de Cartagena con uno de los escritores y periodistas más reconocidos y prolíficos de España: Manuel Vicent. En el camino, diálogo sobre política, toros, periodismo y literatura.


Por Santiago Cruz Hoyos
Periodista de GACETA

I: De los amigos
Juan Cruz Ruiz camina a paso lento y bajo un calor infernal las pocas cuadras que separan al Hotel Santa Clara del Teatro Adolfo Mejía de Cartagena. Él, invitado a la quinta versión del Hay Festival en la heroica, escritor, periodista, autor de obras como ‘Ojalá octubre’, ‘Egos revueltos’, y miembro de la dirección de El País de España, camina mientras habla de uno de sus grandes amigos en la vida: el escritor y periodista Manuel Vicent.

“Es el mejor narrador de historias, inventadas o reales, que existe en la lengua española”, asegura sin titubear. Sigue. “Y es extraño que un escritor sea capaz de reconstruir atmósferas como las que él reconstruye. Él acompaña las palabras que escribe con una sensualidad que las convierte en reales, tangibles. Y eso viene dado por la capacidad de verificación que tiene su periodismo. Ahora, él indaga, pero parece que lo hiciera sin esfuerzo. No toma notas, muy pocas. Tampoco graba. Puede hacer una entrevista de dos horas, tomando una nota, y la nota suele ser una palabra. Algunas de esas entrevistas son antológicas, como la que le hizo a Faustino Cordón, un científico español. Apuntó una palabra y a partir de ahí construyó la historia. Es decir que su universo son los sentidos. Y si los sentidos los puede convertir en palabras, lo que te queda es extremadamente sensual”.

Unos pasos más adelante agregó: “Manuel Vicent es un gran conversador, insobornable. Siempre está a punto de decir algo nuevo acerca de cosas ya muy habladas y eso lo convierte en un amigo inapreciable”.

La noche anterior Manuel Gutiérrez Aragón, cineasta, ahora escritor, ganador del Premio Herralde de Novela 2009 con ‘La vida antes de marzo’, invitado también al Hay Festival y amigo de Vicent, dijo: “Yo empiezo mis domingos leyéndole en El País, donde tiene una columna. Vicent une una buena escritura con inteligencia, cosa que no se da muchas veces. Éste ha unido la luz de la razón con el mundo sensible. Y es un hombre distante, pero conociéndole, sabes que esa distancia es una manera de vestir, pero no es frialdad. Yo prefiero su compañía a la de otros”.

II De su historia

El primer recuerdo de Manuel Vicent tiene que ver con la guerra. Vicent nació en Villavieja, Castellón, en 1936, el mismo año en que estalló la Guerra Civil Española. Y aún no sabe por qué (tenía meses de nacido) pero su primer recuerdo en la vida es el de un bombardeo a un pueblo cercano, mientras su familia se refugiaba en la despensa de la casa, bajo una escalera de piedra. Ese asunto de la guerra, de la desgracia de la vida en general, fue, en parte, lo que lo llevó a escribir y ser hoy una de las plumas españolas más prolíficas.

Ha escrito novelas, cuentos, crónicas, columnas, entrevistas, teatro, y es considerado en su país como uno de los escritores que mejor retrataron el paso de la dictadura a la democracia. “De niño, mis juegos eran sobre balnearios bombardeados, unos balnearios que debajo de los escombros tenían mosaicos con reptiles azules, unas bañeras con caras de león. Por otra parte, en las correrías por el monte yo veía cascos de soldados llenos de flores. Esa contradicción, que indica que debajo de la destrucción está la alegría, y que la alegría está contra la destrucción, fue lo que me llevó a escribir cuando un amigo que pesaba 120 kilos se mató en una moto. Entonces dije: voy a ser escritor”, contó en una intervención suya en el Hay Festival.

Pero además ese oficio de la escritura le llegó también por exclusión. Mientras crecía en la España de Franco, con una censura impuesta por la Iglesia que no permitía besar a la novia en la calle o comprar determinados libros, “una España siniestra, en tanto que era muy surrealista”, me dijo, mientras pasaba todo eso, él se recuerda como un adolescente que no sabía hacer nada en la vida, ni siquiera arreglar un enchufe. Entonces no le quedó otro camino que coger unos folios y un bolígrafo y sentarse a escribir para arreglar el mundo, así se hubiera licenciado en derecho y en filosofía. El derecho jamás lo ejerció. La filosofía se le nota cuando habla y escribe.

“Imagino que ese deseo, el de escribir, está en muchas personas. A veces ese camino es arduo, y otras veces es más fácil. En mi caso, tuve la suerte de conseguir un premio literario que me abrió las puertas de la literatura para poder seguir. Y en ese sentido no recuerdo que tuviera muchas dificultades”.

Vicent se refiere al Premio Alfaguara de Novela que recibió en 1966 por ‘Pascua y naranjas’, una obra que 20 años después la calificó como “horrorosa” en una entrevista que sostuvo con el periodista Javier Ochoa Hidalgo. Es que ahora, con la experiencia de quien ha escrito más de 30 libros, ve ‘Pascua y naranjas’ como lo que era, una novela escrita por un muchacho de 30, inexperto, sin vida recorrida para escribir una gran obra. Por eso asegura que “los libros con los años se van estratificando”.

Pero en ese camino suyo por la literatura aparecen obras como ‘Tranvía a la malvarosa’ (1994), novela que fue llevada al cine por José Luis García Sánchez, una historia que analiza el paso de un adolescente a la edad adulta, que no es otra cosa distinta al viaje hacia la iniciación sexual de aquel joven.

‘Son de mar’ es otra de sus novelas reconocidas. Con la obra ganó por segunda vez el Premio Alfaguara de Novela en 1999 y también fue llevada al cine, esta vez por el director barcelonés Bigas Luna. Es la historia de Ulises Adsuara, un hombre que aparece ahogado en las aguas del Mediterráneo dos veces en dos agostos distintos…

‘León de ojos verdes’ es otras de sus más nombradas novelas. “Es la historia de un joven que quiere escribir, que quiere viajar, pero que tiene un mentor que le dice: puedes ir a París, puedes ir a Nueva York, pero antes entérate si las vidas que hay a tu alrededor valen la pena ser contadas con palabras sencillas y que suenen de verdad”.

Entonces el protagonista se encuentra con las historias que narran los clientes de un hotel que se llama Voramar, en el que además se está rodando una película. La novela se desarrolla en el verano del 53 y Vicent estaba hospedado en aquel hotel.
La literatura para este español nace entonces de la frustración. “El que mejor escribe sobre el amor es el que no lo ha experimentado, el que lo ha soñado, deseado. Porque si uno ya experimenta el amor, ¿para qué diablos lo tiene que escribir? Ya estás haciendo el amor, no vas encima a escribir. Bueno, esos sueños son lo que mueven a la literatura. Pensemos en Dante. Dante era un adolescente y un día cruza por una plaza y ve a una niña de 10 años saltando. Quedó fascinado con la belleza de aquella niña que después supo que se llamaba Beatriz. Dante se va a Bologna a estudiar leyes y cuando regresa a Florencia se encuentra con Beatriz casada con un hombre mayor. Toda la pasión de Dante por Beatriz-- jamás cruzaron una palabra-- toda esa pasión se estableció a base de miradas, cruzándose por la calle, mandándose papelitos con versos imaginarios. Imaginaos si Dante y Beatriz se hubieran casado. Y que Dante llega un día, por la noche, y le dice: Bea, ¿qué hay de cenar? Nos hubiéramos quedado sin 'La Vita nuova' y sin la 'Divina comedia'”. Lo dijo en el Teatro Adolfo Mejía, y al instante se escuchó una lluvia de aplausos.

Ahora, lo del rótulo de ser una de las plumas que mejor retrataron el paso de su país a la democracia se lo ganó por estar en el momento justo, en el lugar indicado. Cuando llegó la democracia a España, en 1977, Manuel Vicent ya escribía en periódicos y revistas como Triunfo, Hermano Lobo y en periódicos como Madrid (que fue cerrado por Franco) y después El País.


En el 77, Vicent estaba en el Parlamento escribiendo las crónicas de todos los acontecimientos políticos. Estaba en el centro de la evolución, fue testigo de la llegada de los exiliados, de los primeros cantos de libertad. Y todos esos artículos los publicó en un libro que se llama ‘Crónicas parlamentarias’. Después escribió perfiles de los políticos protagonistas de aquellas gestas y que publicó en una obra que se llama ‘Retratos de la Transición’. Y otro más que tituló ‘Daguerrotipos’.


Sobre aquella época me dijo: “España vivía una dictadura muy siniestra, porque era una dictadura no ideológica, sino moral. La Iglesia tenía un poder omnímodo en la moral y las costumbres. Y Franco fue tremendamente violento, siempre en los casos que él viera amenazada su silla. Era un dictador muy cruel. Como consecuencia de eso, España era un país aplastado. Sólo en el año 60, cuando hubo una expansión económica, empezaron a llegar turistas, electrodomésticos, los primeros coches, y la gente podía viajar, fue realmente cuando el franquismo se empezó a debilitar. Yo creo que la espina dorsal del franquismo la rompió la clase media en los años 60. Yo digo que Franco murió atropellado por el Fiat 600 (el Topolino). Ese coche permitió la movilidad, poder salir al extranjero, la entrada de los turistas, formas de vida nuevas. Esa bocanada de aire de afuera y dentro de un paisaje siniestro, fue lo que abrió los ojos de los españoles”.


El más reciente libro de Vicent se llama ‘Póquer de Ases’. Lo lanzó en España, a finales de 2009, y apenas llega a Colombia. Es sobre escritores, “de lo que ha sido mi biografía literaria como lector, autores que he leído y me han conmovido”. Y en toda su vasta obra, literatura y periodismo se confunden, se mezclan. Al final es difícil decir qué es lo uno y qué es lo otro. Porque una de las cosas que se propuso cuando empezó a escribir en los diarios fue hacer literatura, “que el soporte de eso que te llevas de un quiosco, sea literatura”.



III De las ideas

Manuel Vicent está ahora sentado frente a una taza de café negro sin azúcar y panecillos. Son las 9:00 a.m. del viernes 30 de enero y el escritor se decide a hablar de todo. La grabadora se enciende.

¿Cuál cree que es el ideal que debe buscar el periodismo de hoy?

El derecho de la información, el derecho de estar informado, es uno de los derechos más sagrados de las personas. El saber lo que sucede a tu alrededor, el saber qué hacen los políticos con tu voto, el tener una vigilancia estricta sobre la corrupción, hacen que las personas estén seguras en sus vidas. En ese sentido nuestro derecho a estar informados, y el derecho a informar, es de lo más profundo que hay, aparte de que solamente una persona bien informada es una persona libre, porque a partir de una información veraz, uno puede actuar en libertad, tomar decisiones que le convengan.

¿Y cuál es el papel que debe jugar el columnista de opinión?


El papel de un columnista, en mi caso -claro, yo escribo los domingos, y el domingo una columna tiene que tener otro sentido porque el lector es otro, más relajado, tiene más tiempo, entonces no hay que amargarle la vida-. En este sentido mis columnas son más bien muy literarias, aunque tocan la realidad de una forma sesgada. Son escritos sobre hechos que están en el ambiente, y que tratas de simplificarlos. Y siempre tratando de que ese hecho se analice desde un nuevo enfoque, como si la columna fuera un espejo que va leyendo la realidad y al final el espejo se volteara y distorsionara la imagen y vieras esa realidad desde otro punto de vista.

Y en esas columnas usted escribe contra la tauromaquia. ¿Por qué?

Yo estoy contra los toros porque la considero una fiesta muy aburrida, una cosa pasada de moda. Y en el campo moral, elevar a categoría moral la muerte, así sea de un animal, me parece degradante. Yo sé que el aficionado no ve la sangre. Está ahí, pero no la ve, está acostumbrado y no le da importancia. Pero el que la ve por primera vez vomita. Que un toro lo machaquen, le meten la estocada, todo eso, el que lo ve por vez primera vomita. Si yo para ver esa verónica, que sale de vez en cuando, tengo que pasar por toda esa carnicería, pues no. Y después cuando te dicen oiga, pero usted chuletas sí come: Pues sí, yo me como las chuletas, pero no voy al matadero a aplaudir. Por que si usted se va a toros y después van y bajan al toro y se los come... pero ir a aplaudir y no comerte el toro, ir a aplaudir una muerte, eso es degradante.

Pero la región en la que creció es muy taurina...

Yo de niño veía las corridas y me parecía lo más normal hasta que un día, ya mayor, vi que en unas talanqueras, un mozo de estos borracho cogía una botella, la partía y se la metía a una vaca en las ubres. A partir de ahí rebobiné mi infancia. Toda esa crueldad no la había visto porque estaba dentro, te parece normal. Es como cuando entras a un sitio y hueles a mierda y el que está adentro dice que no. No olía la mierda porque estaba adentro.

Cambiando de tema, y volviendo a su esencia, ¿cómo se encontró Manuel Vicent con la literatura?
Camus me abrió la mente a la alta literatura. Porque Camus tocaba temas que eran de mi entorno, del Mediterráneo, donde yo había nacido. Aunque él hablaba de Argelia, pero hablaba de unas sensaciones y de unos sentimientos que traspasaban los elementos geográficos. Aparte, era un hombre muy activo, sobre todo en lo que tiene que ver con su actitud moral ante la vida, ante la política, ante la guerra. También está André Gide, que era una especie de Camus en otro tiempo. Y después escritores anglosajones, Faulkner, y los rusos, Chéjov, Dostoievski y toda esa olla podrida, esas pasiones. En ‘Póquer de Ases’ escribo sobre esos autores.

Usted a Cartagena vino a hablar de memoria y literatura. ¿Cómo se relacionan en su caso?
Yo he escrito libros memoriales. Esa es una forma de beber de unas fuentes como la niñez, la adolescencia, la madurez, experiencias personales que fueron transformadas en literatura. Y para que una memoria termine en literatura, tiene que estar fermentada por la imaginación. Es decir, memoria más imaginación, igual a literatura. Una memoria pura es historia.

¿Y además de la memoria, a qué más apela para escribir?
Yo he tenido la ventaja de que todo lo que he escrito es porque me lo van a publicar. No es que haya escrito cosas para ver qué pasa, no. Más o menos siempre he escrito bajo contrato. Bueno, pues esa necesidad de escribir bajo fecha, es lo que me mueve. Y a partir de que se acerca la fecha de entrega, tanto sea un artículo, un reportaje o una novela, la imaginación se va comprimiendo en el texto. Entonces, la prisa y la necesidad es lo que más me mueve. Es que incluso yo me la paso muy bien sin escribir.

¿Cuál es el poder de la literatura?
El ser humano, desde que tomó conciencia que se iba a morir, no ha hecho otra cosa que tratar de salir de su propia conciencia. Para eso ha usado drogas, raíces, se lo ha metido todo. Y otra de las cosas para olvidar que se va a morir es que le cuenten historias. Esas historias antes eran los cuentos orientales de viva voz. Yo me imagino la cantidad de historias y de cuentos bellísimos que se ha llevado el viento. Algunos han perdurado, pero ese niño en una alfombra de una plaza oriental, y un señor contándole historias, es lo mismo que ahora hace la televisión. Por eso tú puedes pensar que a lo mejor el libro desaparezca un día, pero el hecho de que te cuenten historias, eso jamás va a desaparecer. Y pensemos en Sherezada. Ella cuenta historias para no morir. Mientras funcione la imaginación, siempre estará a salvo.


Pero a pesar de ese poder, usted plantea que los escritores ahora están como en una factoría...
Es que hoy se vive bajo la cultura del ‘Best Seller’, del 'bestselerismo'. Hoy, si tú no vendes, tu entras a una redacción y las que están trabajando dicen: si todos fueran como este, yo no me iría a esquiar... Ahora bien, el problema no es eso. El problema es que el libro se ha convertido en un producto, en una mercadería, objeto de comercio. Pero a la vez el autor también, o la autora. En el sentido de que tienes que dar la cara, tienes que promocionar el libro y en eso se producen verdaderos desastres porque las cámaras tienen unas reglas y si caes mal...

Yo a veces veo a escritores por televisión y digo: bueno, yo a este señor o a esta señora no la voy a leer nunca. Porque me cae mal en televisión. Esa persona como producto uno lo rechaza, entonces eso es terrible. Antes a los escritores no los conocía nadie, llevaban una vida conservadora, pero como ahora hay que salir en televisión, la referencia es la tele. Y no es que te hayan leído, es que has salido en la tele, y lo único que ganas de salir en la tele es que el verdulero te diga: anoche lo vi. Y a lo mejor te dé una mejor verdura.

Por último, ¿cuál es la máxima ambición literaria de Manuel Vicent?

No cocerme en mi propia salsa. Es decir, no ser previsible, que el que empiece a leer no te deje a mitad porque ya sabe lo que vas a decir. Mi ambición también es ver el mundo como si lo vieras por primera vez, que por mucha experiencia que tengas, por muchas cosas que hayas visto, se mantenga la capacidad de sorpresa. Esa mi mayor ambición.

1 comentario:

  1. Gran texto¡¡ Las palabras de Manuel Vincet son un gran alimento, si se le prestan atención, para estas futuras legiones de comunicadores y aprendices de escritores.

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