lunes, agosto 10, 2009

Martín Caparrós: "Escritor es un título de nobleza"


El novelista y cronista argentino Martín Caparrós estuvo en Bogotá hablando de dos de sus temas predilectos: periodismo y literatura. También habló de su más reciente libro, ‘Una luna’, un diario de viaje por lugares como Monrovia, París y Madrid, sitios a donde fue para conocer las historias de jóvenes migrantes . GACETA lo entrevistó.


Por Santiago Cruz Hoyos y Paola Guevara

Fotos: Christian Castillo, Colprensa


Va por el mundo vestido de negro, siempre de negro. Va por el mundo mostrando la tranquilidad de esos hombres que ya están por encima del bien y del mal, que dicen lo que piensan así cause escozor, risa o polémica. Entonces, lanza frases como esta: “La mayoría de los editores latinoamericanos son tontos”. El auditorio en donde dijo eso estaba lleno de periodistas...


Va por el mundo escribiendo, obvio es escritor, es cronista, pero también va por el mundo tomando fotos, una pasión que lleva desde siempre. Tanto, que le acaban de proponer que haga un libro de sus fotografías captadas en los viajes que ha hecho al África, en donde estuvo para observar, escuchar, oler y luego escribir crónicas. No le gusta, por cierto, utilizar la palabra reportear o investigar. Le suena a policía.


Esa pasión por la cámara fotográfica explica en parte una vieja costumbre —otros dirán resabio: recoger los datos de sus crónicas sin fotógrafo. Le gusta la soledad a la hora de trabajar. Y ahora, revela, le atrae incluso más disparar la cámara que escribir. Va por el mundo hablando de crónica. Y hablando, también, de la supuesta diferencia que existe entre periodismo y literatura. Siempre, inevitablemente, le hacen la pregunta, no importa el país en donde esté.


Quizá ese ‘drama’ lo lleva para siempre porque escribe, y muy bien, en ambos géneros (es considerado uno de los mejores cronistas argentinos). Y siempre responde que la tal diferencia no existe, que el asunto a la larga está en el pacto que hace el que escribe con el que lee: esto es una crónica, es verdad, los hechos que te estoy contando pasaron. O: esto es ficticio, es una novela, pero a lo mejor parece real, a lo mejor te va a entretener. De ese tema estuvo hablando en Bogotá, en una conferencia que dio en junio pasado, el mismo espacio en el que calificó de ‘tontos’ a los editores latinoamericanos.


Explica su sindicación: no entiende por qué algunos editores trabajan para una raza rara que se inventaron: el lector que no lee. ¿Cómo es eso?, se pregunta. Un lector que no lee, dice, sería algo así como una hielera que calienta, y un periódico para esa rara especie de seres sería como hacer camisas para gente sin torso. Ya hablará del tema.


Martín Caparrós, el hombre en cuestión, es un argentino alto, mide 1 metro y 86 centímetros. Hincha a morir del Boca Juniors, - es socio del equipo - ha publicado más de 20 libros, entre novelas, ensayos y crónicas. Su más reciente publicación se llama 'Una luna', un diario de viaje por diferentes países a los que fue para conocer la historia de jóvenes migrantes: mujeres traficadas, refugiados de guerra, polizones, niños soldados, enfermos de Sida, pandilleros deportados, trabajadores, estudiantes..


.Ha hecho, además, periodismo deportivo, gastronómico, taurino, cultural, político y policial en prensa, radio y televisión y ha dirigido medios como El Porteño, Babel, Página/30, Cuisine & Vins. Cuenta que de niño quiso ser saxofonista. Pero para fortuna de las letras, resultó pésimo para eso. GACETA se sentó con él para hablar de periodismo y literatura, dos de sus temas preferidos. Una cita puntual, a las 12:30 del mediodía de un viernes cualquiera en un hotel de Bogotá. Ni un minuto más, ni un minuto menos. Martín Caparrós es un tipo puntual.


Sobre periodismo


Hablemos de un género del que usted habla y practica con regularidad: la crónica. ¿Cuál es el verdadero poder de la crónica?


Me incomoda hablar del supuesto poder de la crónica. Quizás podría hablar de las intenciones, pero no de poder, me parece que poder no tiene ninguno. Si lo ponemos en esos términos, lo que me interesa de escribir crónicas desde el punto de vista político, es que cambia muchas veces el hecho de lo que merece ser mirado. Los diarios te hablan siempre de los ricos, los famosos, los poderosos, los futbolistas y las tetonas. Lo cual implica y comunica una idea del mundo, la idea de que lo que importa son los ricos, los famosos, los poderosos, los futbolistas y las tetonas. Y es muy grave que los medios sean tan unánimes en organizar esa visión del mundo, porque mucha gente termina creyéndola.


En ese sentido, me interesa la política de la crónica, porque lo que hace es cambiar el foco de lo que debe ser mirado y habla de toda la gente que no sale en los diarios sino es porque mueren de forma violenta, se estrellan, los mata el vecino o se caen por un barranco. En ese sentido, la perspectiva política de la crónica me interesa.


Pero no hablaría de poder. Me interesa también como una idea del mundo, una idea de la cultura, el hecho de que no se limite a dar cuatro números, sino que intenta pensar un poco más. En un momento en el que tratan de convencernos de que cualquier cosa que tarda más de 10 minutos es una pérdida de tiempo, y algo largo es imposible de ser captado por los espectadores o lectores, me parece que el hecho de la crónica de tomarse tiempo para ir más allá también es un gesto político sobre la idea del mundo.


Usted en su conferencia sobre periodismo y literatura dijo que aunque había leído todos los diarios de ese día, no recordaba ninguna de las noticias, que las había olvidado con justicia. ¿Por qué esa frase, olvidar las noticias con justicia?


Muy pocas veces me sucede que encuentre una noticia en un periódico que me parezca que valga la pena de ser recordada hasta el día siguiente. En general, es la misma repetición de hechos de la supuesta política, y si no es sobre política, te dan noticias policiales no desarrolladas, o noticias internacionales tan mal desarrolladas que se escriben a partir del prejuicio de que a la gente no le importa lo que pasa afuera, y terminan por olvidarlas. En un diario no hay noticias que te den la sensación de estar interpelándote, de hacerte pensar sobre tu vida, de hacerte entender cosas. Ese tipo de artículos son los que valen la pena y son los que uno se acuerda. Pero en los periódicos no se están publicando.


Volviendo a su conferencia, usted dijo, en cierto tono de broma, que la mayoría de los editores latinoamericanos eran tontos. ¿Por qué dijo eso?


A mí me sorprende esta idea que tienen muchos editores latinoamericanos que trabajan para una raza inexistente, el lector que no lee. Y un lector que no lee, no existe, porque lo que define al lector es el hecho de leer. Un lector que no lee es una paradoja lógica pero no una persona. Como los editores trabajan para ese monstruo inexistente, porque en realidad a las personas a las que está destinado su trabajo las subestiman, piensan que son idiotas y que si no les das todo molídito, con gráficos, en 8 líneas, van a salir corriendo, como trasladan su propia ignorancia al público, la mayoría de los editores crean productos que no interesan.


Es evidente que en Colombia o Argentina no hay 35 millones de lectores ávidos, pero los diarios los hacen para 100, 200 mil personas. Si uno no cree que en su sociedad hay 100 mil personas que leen, inteligentes, dignas de que uno haga todo el esfuerzo para tratar de estar a su altura, es mejor dedicarse a otras cosa, a fabricar chupetines, y va a tener un público más adepto. Hay que creer que trabajas para gente inteligente y por lo tanto hay que hacer cosas inteligentes.


¿Y sí se leen las historias largas en los diarios?


Ahora hay un amigo, Fernández Díaz, que está escribiendo unas historias bastante largas en La Nación. Y los directivos del periódico no querían hacerlo. Y bueno, lo hicieron y es un éxito absoluto porque la gente quiere que le cuenten historias. Ha funcionado bárbaro, son historias barbaras, y son largas porque tienen que ser largas. Y los de La Nación se preguntan: ¿pero cómo? Eso quiere decir que nuestros lectores sí querían leer...


Si usted fuera director de un periódico, ¿cómo sería ese periódico?


Hace un año y medio era sub director de un periódico. Pero no me entendí con el director y me fui. Sin embargo, tuve la necesidad de pensar bastante esa pregunta. ¿Cómo sería mi periódico? Sería uno donde se contaran vidas, enterarnos de cómo vivimos, que es lo que los diarios no cuentan. Los diarios crean un mundo ilusorio en el que lo único que importa son los poderosos, y eso está bien, pero también se debe encontrar en un diario nuestras vidas, contarnos a nosotros mismos. La base de ese periódico serían las historias, y por supuesto la discusión, no una columna de opinión, sino discusión, que es diferente. Y después buenas fotos, no como el viejo sistema pato-pato, que dice que si el tema es sobre un pato hay que tomarle la foto a un pato, no. Que la foto también sea un relato en sí misma, una forma de contar el mundo tan importante como el texto.


Para terminar esta parte de la entrevista, hablemos de su más reciente libro de crónicas, ‘Una luna’, ese diario de viaje que nació después de ser enviado por el mundo por una agencia de Naciones Unidas. ¿Qué es ‘Una luna’?


Es un diario de lo que fue un viaje de 28 días escribiendo sobre jóvenes migrantes por diferentes lugares del mundo como Kishinau y Monrovia, Amsterdam y Lusaka, Pittsburgh y París, Madrid, Barcelona y Johannesburgo. Inicialmente, la idea era escribir crónicas, pero en medio del viaje pensé que podía ser un libro. Hace dos años hice una edición de 222 ejemplares de ese libro para regalárselos a mis amigos, el día que cumplí 50 años, una edición de mi bolsillo. Ahora la editorial Anagrama lo publicó, corregido y aumentado.


Sobre literatura


Cambiando de tema y hablando de literatura, usted es considerado un escritor muy versátil. Le interesan la política, el arte, la ciencia, la historia... Pero también le apasionan la gastronomía, los deportes, los viajes, los toros. ¿Cree que el escritor es lo más cercano al hombre Renacentista?


Ojalá lo fuera, yo creo que puede ser todo lo contrario. Hay escritores que se encierran en una obsesión durante 40 años y la trabajan y la trabajan. Es el caso de Malcom Lowry, que escribió tantas veces la misma novela que una de tantas le salió bien. Hay extremos como ese, hasta el de la absoluta dispersión, que es el mío. Y en el medio, todo tipo de escritores.


¿Ese marcado interés por la gastronomía y otros placeres revelan que hay un hedonista en usted?


Sí, hay cierto hedonismo, lo que pasa es que al hedonismo suele dársele una connotación negativa, se asocia con egoísmo. A mí me gusta pensar lo contrario, que los hedonistas no son egoístas sino que pueden aportar beneficio para muchos.


Su tarea es inventar personajes. ¿Usted se siente igual de ágil para inventarse a sí mismo?


No sé qué tan hábil soy para inventar personajes, pero ciertamente soy un torpe para inventarme a mí mismo. Siempre me sorprende, con mucha franqueza, el ‘personaje’ en el que me convertí. Me pregunto cómo llegué a convertirme en algo tan distante de lo que yo supongo sobre mí mismo. Recuerdo una frase del poemario francés que dice: Mi vida no se parece a mí. Conseguí, sin querer, que una poca gente creyera sobre mí una cantidad de cosas que yo detestaría si viera en otros. ¡A lo mejor si me presentaran conmigo mismo me caería muy mal...!


¿Cuáles son sus hábitos de lectura?


Durante muchos años fui un lector muy ávido, porque la lista que tenía por delante era infinita. Luego ya sentía que no había nada nuevo que valiera la pena, me sentía confortable, y de un tiempo para acá he vuelto a leer, sólo que ahora leo distinto.


¿Es de los que relee?


Hace poco me prometí leer un libro que me fascinó hace veinte años, ‘Poderes terrenales’, de Anthony Burgess, pero al volver a leerlo me pareció tan básico, tan poco sorprendente de cómo yo lo recordaba, que me decepcionó. A veces releer es tan triste como perder amigos, o como constatar que veinte años pasaron.


¿La experiencia de su exilio en París, donde se licenció en historia, marcó su literatura?


El exilio es un tema decisivo en la literatura. Dios es el primero que exilia, Adán y Eva fueron expulsados de la tierra, así que la idea del exilio hace parte de nuestra cultura. Mi experiencia personal influyó, pero aún si no me hubiera ocurrido, creo que igual sería siendo tema de mi literatura.


Epílogo


“Soy muy ordenado a la hora de escribir, eso sí, cuando estoy en casa. En la mañana leo y después en la tarde me prendo un buen cigarro y escribo hasta las 6 ó 7. Descubrí para mi gran sorpresa hace tres o cuatro años que si trabajo cuatro horas por día produzco mucho. No trabajo en la noche”.


“La palabra investigación no me gusta, la asocio demasiado con policías, jueces. Reportear es una palabra lationamericana, que poco se utiliza en Argentina. Prefiero utilizar otros términos a la hora de recoger datos para una crónica: buscar, charlar, mirar, escuchar, leer. Lo que hago no tiene misterio. Trato de enterarme de cosas y las cuento. Nada más”.


“No trabajo con fotógrafo. Necesito estar solo cuando estoy trabajando. Es un momento de mucha concentración y actividad, que si estoy con otro me distraigo. Eso empezó hace mucho tiempo cuando empecé a hacer crónicas de viajes, hace como 20 años, y me imaginaba estando 10 horas en un avión con una especie de desconocido y me parecía aterrador. Entonces dije, no, no quiero, y empecé a hacer mis propias fotos. De hecho, cuando fui por primera vez a pedir trabajo a un periódico a los 17 años, lo hice como fotógrafo. Por casualidad fue que empecé a escribir. Entonces retomé lo de las fotos y de hecho ya me gusta hacer más fotos que escribir. Estoy muy orgulloso porque me acaban de proponer hacer un libro de fotos, un libro como fotógrafo, sobre las mujeres de Níger, un país africano muy grande pero muy pobre. Me encantó la idea, descubrieron que yo en realidad era fotógrafo”.


“¿Tres cronistas? Truman Capote, Manuel Vincent y Tomás Eloy Martínez”.


“No tengo hobbies, esa palabra es una crueldad. Que alguien trabaje todo el día de forma aburrida para tener que llegar a casa a hacer algo que le agrade, es una crueldad. Yo he procurado no hacer eso. Mi hobby es escribir, mi trabajo es lo que me gusta. Por supuesto que me gusta hacer otras cosas: soy buen cocinero y lo hago todos los días. Soy socio de Boca Juniors. Me gusta el cine. Pero las cosas que más me gustan las hago trabajando. Viajar, escribir, entender”.


“Fui un mal saxofonista, por suerte para mis vecinos lo abandoné a tiempo”.


“¿Un sueño? Era ser un gran saxofonista, pero no se dio. No sé, el sueño sería escribir un libro bueno alguna vez. Creí que ya había escrito uno, una novela que se llama ‘La Historia’, creo que es un libro bueno, pero nadie lo leyó”. “


Yo quería ser escritor. Y una vez le pregunté a Bioy Casares: ¿Cómo es esto de ser un escritor respetado, cómo resulta? Me dijo: de eso no te das cuenta. No pasa que un día no te conoce nadie y al otro sos un escritor respetado. El reconocimiento va llegando poco a poco”.


“Yo quería ser escritor, pero tardé muchos años en llamarme a mí mismo escritor. En las migraciones de los aeropuertos, donde te piden el dato de tu profesión, empecé a escribir escritor hace tres, cuatro años, cuando dije ya después de 20 libros basta, ya lo soy. Porque para mí escritor no es una profesión, es un título de nobleza, para mí es eso. Yo no era que quería trabajar de escritor, quería ser escritor”.


“Cuando yo creo que escribo algo que está bien, por más que miles de personas me digan lo contrario, yo no les creo. Cuando yo creo que escribí algo que no me parece tan bueno, y me dicen que sí, tampoco les creo”.


“Mi bigote ya cumple 30 años de ser retorcido. Quería encontrar una forma más entretenida que la cara que tenía y bueno... Una vez me lo quité para actuar en una película y nadie me reconoció, ni mis amigos. Y el hecho de poder cogérselo es mejor que rascarse los huevos, está mejor visto”.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario