martes, agosto 25, 2009

La villa de los actores


En Villa Paz, un corregimiento de Jamundí, sus habitantes son actores y actrices de cine así ninguno haya pisado una universidad. Allá, de la mano de Víctor Alfonso González, ‘El director’, ya se han grabado cuatro películas que llenan parques y salones comunales . Historia de una metáfora a la superación humana.



Por Santiago Cruz Hoyos

Fotos: Bernardo Peña


I


Y de repente la calle se llenó de curiosos. Las puertas de las casas se abrieron y de ellas salieron apremiantes mujeres, niños, hombres, ancianos. Todos de raza negra, descendientes de africanos. Todos estirando el cuello, como queriendo ver mejor. Algunos ya sabían lo que iban a presenciar, por eso miraban atentos pero guardando un silencio sepulcral. Era la tarde de un miércoles de agosto y en Villa Paz, un corregimiento que pertenece a Jamundí y que está ubicado a 40 minutos de Cali, se estaba filmando la escena de una película.


“Recuerden que desde que comienzo a grabar ya no somos nosotros, ya son las caras de los personajes actuando”, se escuchó decir. Eran las palabras del director y guionista, Víctor Alfonso González, dirigiendo a Vanessa Carabalí, Armando González, Mariana González y Fabio Balanta, los actores.


Inició la grabación. Víctor se movía en círculo, buscando el mejor plano. Era la escena de lo que quizá será el desenlace de un asesinato. Un hombre amenazaba con un revólver al marido de una mujer que apareció con cara de angustia e implorando por la vida de su amado. En el piso, una joven hermosísima de 16 años estaba de rodillas y con las manos juntas, como orando, para también clamar por la vida del sentenciado a muerte. No había caso. En la mirada del hombre del revólver no se notaba un ápice de misericordia. La suerte estaba echada.


En ese momento un aguacero bíblico se desprendió del cielo y la grabación se suspendió. El desenlace de la escena quedó en suspenso. Todos, actores y curiosos, salieron corriendo buscando sus respectivas casas para resguardarse de las gotas pesadas y los truenos que empezaban a caer. La rutina del pueblo se sacudió por un momento gracias al milagro del cine.


II


Para llegar a Villa Paz se debe atravesar Jamundí y tomar la carretera que conduce al corregimiento de Potrerito. A lado y lado de la vía se ve el verde de los pastos y las montañas. Más adelante se ve el color rojizo de la tierra mezclado con el color de los cultivos de caña. En el trayecto hay tramos en donde el polvo entra a las gargantas sin permiso y en cantidades generosas. A lo lejos aparecen tractores a paso de tortuga y hombres que van y vienen en moto.


Una hacienda cañera de paredes blancas es la primera edificación que anuncia la llegada a este pueblo que fue fundado en 1892 y que sólo ahora es noticia gracias al cine. En Villa Paz es tanta la rutina, que ni siquiera han sucedido tragedias que merezcan ser contadas. Ese corregimiento, gracias a Dios, jamás se inunda y es tanta la tranquilidad que no se necesitan policías, no se sabe de balas. Quizá por esa monotonía de sus días es que su nombre poco se lee en los periódicos.


Después de unos metros de la hacienda cañera, aparecen a lado y lado de la carretera casas en bahareque y algunas de cemento y ladrillo. En las ventanas se ven hombres matando el tiempo. Algunos juegan dominó. Hay gallinas por todas partes, uno que otro perro y una mujer que carga en una vara de madera suculentos pescados recién sacados del río. En la plaza central hay una cancha de microfútbol que al mismo tiempo funciona como cancha de baloncesto.


También hay, en una esquina, un puesto de chance, la droguería San José y carteles de cartulina pegados sobre paredes que anuncian ventas de minutos a celular a $150 y paletas a $200. Y se ven niños, muchísimos, jugando partidos de fútbol improvisados. Es mitad de año y en Villa Paz los estudiantes están en vacaciones.


Ya en la calle y caminando junto a Víctor, le pregunto si en el pueblo hay síntomas de racismo.


-No, acá todo el mundo es bienvenido. ¿Por qué la pregunta?


Noté mientras caminábamos que era la única persona de piel blanca y que quizá por ello la gente miraba con curiosidad. Incluso, algunos murmuraban frases entre sí. Al final, más que racismo, lo del periodista blanco con grabadora que caminaba por ahí era una novedad jocosa en el pueblo. El periodista, decían algunas mujeres, se les parecía a un personaje de la televisión: ‘El duro’ Manuel Isaza, uno de los personajes de la novela ‘Oye bonita’. Se escuchaban carcajadas.


Lo de los apodos, entonces, es quizá otra forma que tiene el corregimiento para sacudirse de la rutina.


A Villa Paz había llegado con la intención de comprobar si era cierta la historia que escuché como un rumor de la boca de un fotógrafo amigo: esa historia que afirmaba que en un corregimiento desconocido, de gente dedicada a la agricultura, a la docencia, a los servicios domésticos, en donde no hay forma de educarse profesionalmente, sus habitantes filmaban películas.


Que el gestor de todo era Víctor Alfonso González, un albañil de 24 años que jamás había ido a una universidad. Que el hombre filmaba películas con celular o cámaras digitales de fotos y que le quedaban bastante aceptables, así aparecieran actuaciones de hombres muriendo que se reían. “No importa eso. Lo importante es que las películas están”, dijo el fotógrafo.


Seguí caminando junto a Víctor para conocer el fondo de la historia que resultó ser cierta, una poesía viviente de la superación humana en medio de estos tiempos de crisis económica. Vamos en busca de su padre, Armando González, un hombre que en el pueblo tiene cinco nombres distintos por culpa del cine y es uno de los personajes más famosos de Villa Paz y sus contornos. Tanto, que ya hasta lo han parado en las calles de Jamundí, Robles, Timba, poblaciones cercanas, para pedirle un autógrafo. Es que don Armando, un negro alto y delgado que ya anda por los 50 años, además de ser maestro de construcción y ganarse la vida levantando casas de guadua, es actor y por lo regular siempre encarna el papel protagónico de las películas. La paradoja de su vida es que ni siquiera tiene televisor.

Mientras llegamos a su casa, Víctor sigue hablando de Villa Paz. Cuenta que hay cinco iglesias, todas de diferentes religiones. También hay un centro de salud y un solo colegio, la Unidad Educativa Luis Carlos Valencia. Nadie tiene Internet en la casa y el que lo necesite debe ir al único sitio que hay, ubicado a pocos metros de la cancha de baloncesto. Y los ‘ricos’, que en Villa Paz son los docentes, son los únicos que tienen antena parabólica. Entonces, Víctor se ríe pícaro y lanza esta perla, quizá pensando en las ironías de la vida: “Yo, que soy el director, guionista, editor y hasta actor de las películas que acá hacemos, tampoco tengo parabólica”. Después lanza otra frase que desconcierta aún más: “Tampoco sé qué es una sala de cine. Nunca he entrado a ver una película”.


Entonces su trabajo como cineasta empírico cobra una relevancia aún mayor. Ante Víctor y sus producciones hay que quitarse el sombrero.


‘El director’, como algunos lo llaman mientras camina por estas calles, cuenta que la gente en Villa Paz vive en su gran mayoría de la agricultura. Cultivan naranja, caña, arroz. Otros, los que pueden estudiar, que son pocos, trabajan como docentes en Cali y Jamundí. Hay también quienes se dedican a la construcción, obreros como él y su padre. Las mujeres, que ni tienen la suerte de trabajar en la agricultura y mucho menos en la docencia, se ganan la vida como empleadas del servicio doméstico en las casas de estratos altos de Cali. Pero todos aquí, no importa el oficio o la profesión, dice Víctor, pueden ser actores o actrices de cine en cualquier momento. Varios ya han actuado en sus películas.


No interesa que ninguno jamás haya pasado por una universidad, un taller de expresión corporal o ni siquiera hayan visto una obra de teatro. Lo que importa es meterse en el personaje e interpretarlo lo mejor que se pueda. Y disfrutar. Además, nadie cobra un centavo por actuar. La plata a la larga es lo de menos. Lo interesante es verse en la pantalla y que al otro día el actor no se llame como lo bautizaron sino con el nombre del personaje que interpretó.


Así don Armando, por ejemplo, en una calle puede responder al nombre de Secundino, y en la siguiente, al de Anastasio. Llegamos a su casa. Para entrar hay que pasar por un solar atestado de gallinas que no paran de cacarear. Don Armando me estrecha la mano, sonríe cuando le digo que ya lo vi actuar en las películas y se apresta a contar su vida sentado en un butaco de madera.


III


Dos días antes de ir al pueblo me encontré con Víctor en una banca del parque principal de Jamundí. Le había pedido que nos viéramos en ese lugar porque a Villa Paz no tenía idea de cómo llegar. Iba a su encuentro en busca de esclarecer su historia. ¿Quién es el gestor del milagro del cine en ese paraje?


Víctor, sentado en la banca, abrió a propósito de la pregunta un maletín y de él sacó cinco cajas de dvd. Las puso en mis manos, como para empezar a responder. Enseguida empezó a hablar. “Estas son las películas que se han hecho en Villa Paz con actores espontáneos. Todo empezó porque yo escribo desde niño. Escribo fábulas, cuentos. Y yo quería convertir esos escritos en vídeo, motivado por mi hermano Julio César. Él me insistía en que hiciera una película contando la historia de un libro y aprovechando el computador que había comprado mi hermana. Yo le dije que mejor hiciéramos películas con mis cuentos y fábulas sobre nuestro pueblo. Y así quedó todo y él se fue, porque es policía. Cuando llegó, tiempo después, yo ya tenía lista la primera película, ‘Amor sin perdón’. La filmé en el 2008 con la cámara de un celular Nokia 6300. Mis familiares eran los actores. Después invitamos a otras personas de la comunidad y eso causó un gran impacto. Descubrí que la gente quiere verse en la pantalla”.


Enseguida agregó: “Lo mío es el cine. Me gano la vida como albañil, pero mi sueño es estudiar para dedicarme al cine, que es una bella forma de mostrar los pensamientos que a uno le surgen”.


‘Amor sin perdón’ es una historia trágica, una especie de Romeo y Julieta del Siglo XXI. Cuenta la historia de Anastasio (don Armando), un maestro de obra que sufre una decepción amorosa. Lucía (Mariana González), su mujer, un día decide irse con el mejor amigo de Anastasio, un tipo llamado Cristancho (Daniel González). Con el tiempo Anastasio se recupera de la decepción, encuentra un nuevo amor, viaja a España donde consigue dinero y cuando la vida le sonríe y regresa a Colombia a disfrutar de las mieles del amor y la riqueza, aparece una Lucía celosa que le dispara con un revólver hasta matarlo. Después, la propia Lucía se dispara en la cabeza. Por su cuerpo, se ve en la pantalla, escurre algo que parece sangre. En realidad es jugo de remolacha.


“La idea con esa historia era mostrar el realismo de la vida”, explica Víctor, a quien los tradicionales finales rosa de las películas poco le atraen. Ese filme lo grabó dos veces. Primero con el celular. Después, con una cámara digital que le regaló el artista nariñense Luis Eduardo Ricaurte. Es que Víctor, además de albañil y director de cine, es pintor. Y con Ricaurte está aprendiendo nuevas técnicas, sobre todo perfeccionando el dibujo de los pies. Su maestro le insiste en que cuando pinte unos pies perfectos, se graduará como artista.


Volviendo a ‘Amor sin perdón’ se puede afirmar que el resultado final es muy aceptable. La película tiene incluso sueños de grandeza, tantos, que Víctor la tradujo al inglés gracias a Internet. Una traducción imprecisa, pero eso a la larga no interesa. “Es que quiero que las historias se vean en otras partes”, explica. Seguimos en el parque.


La segunda película que se filmó se llama ‘La última gallina en el solar’. Es la historia de un mito, una gallina que pone huevos negros. En resumen, la historia es esta: Sandra (Ingrid Juliet Rivas), una mujer de Alteron (fue el primer nombre que recibió Villa Paz), hereda una gallina que pone huevos negros. Secundino (Armando González), el capataz del pueblo, un hombre déspota, y El Mosca (Hubeimar Balanta), un delincuente por naturaleza, no descansan hasta tener en su poder la gallina milagrosa…


‘La senda equivocada’, el tercer filme que se ha grabado en el pueblo, narra la historia de una familia. Uno de los tres hijos se pierde en las drogas, la otra hija, menor de edad, queda embarazada, aborta y muere, provocándole también la muerte a su madre. El último de los hijos le apuesta al estudio y sale adelante.


A primera vista no se nota que el filme hubiera sido grabado en un solo día. Víctor cuenta la anécdota y no se lo cree aún. “En el pueblo se iba a hacer un evento contra la drogadicción y el aborto y nos pidieron que hiciéramos un cortometraje sobre esos dos temas. Recuerdo que el evento era un lunes, y nos propusieron la idea el sábado. En un día montamos todo. Fue un corre corre impresionante”.


‘Tiempo de angustia’ es la más reciente producción que se ha filmado y allí don Armando se faja tremenda actuación, interpretando tres papeles. La película narra historias de hombres que con poco dinero salen adelante, cumplen sus sueños. Quizá sea una semblanza de la propia vida de Víctor y la de los habitantes de Villa Paz. Volvemos al pueblo, a la casa de su padre, en ese solar con gallinas que no paran de cacarear.


IV


Más que un logro personal de ‘El director’, el asunto del cine en Villa Paz es un fenómeno social impresionante. Muchos de sus habitantes ya ven la posibilidad de actuar como un proyecto de vida, sobre todo los jóvenes, y eso es clave en una población en la que encontrar un empleo es casi una hazaña. Vanessa Carabalí, por ejemplo, es una de esas jóvenes que sueñan con convertirse en una gran actriz. La muchacha, una de las mujeres más lindas de Villa Paz, afirma que después de haber actuado en ‘La senda equivocada’, donde interpretó a Leydy, la adolescente que queda embarazada y aborta, se le metió esa idea en la cabeza.


“Me gustaría ser como Andrea Serna, por ejemplo. Sé que ella es presentadora, pero la admiro mucho”, dice.


Cuando le comento entonces que si ese es su sueño, ¡a por él! Vanessa no se entusiasma. ¿Cómo? “Acá la situación es complicada, no hay con qué estudiar”. Suena resignada. El caso de Vanessa es parecido al de Ingrid Juliet Rivas, otra de las actrices. Ingrid tiene una hija de 6 años y es una jovencita ama de casa, pero advierte: “Yo quiero ser importante”.


Por eso le gusta la política. Hace parte de la Junta de Acción Comunal y de un movimiento que proyecta pavimentar las calles de Villa Paz, mejorar el estado de las viviendas, optimizar el alcantarillado, atraer instituciones educativas. “Uno acá se gradúa del colegio y no tiene mucho por hacer. Yo estudié enfermería en Jamundí, pero el instituto ni siquiera estaba aprobado. “¿Para qué estudiar así?”, se pregunta.


Y ama el cine, otro camino que le da la posibilidad de convertirse en alguien “importante”. Ella interpretó a Sandra, la protagonista de ‘La última gallina en el solar’. Y en la calle le dicen así, Sandra. A ella le gusta, su hija ya puede decir que su mamá es actriz de cine, pero ella quiere ser de las famosas, esas que se ven desfilando en tapetes rojos.


El sueño de Mariana González, por su parte, no es el de aparecer en televisión, aunque actúa bastante bien, sobre todo si se trata de escenas melodramáticas. Mariana es una madre comunitaria de Villa Paz. A ella también el cine le cambió el nombre. La gente le dice Lucía, por su papel en ‘Amor sin perdón’. También le dicen ‘La llorona’, por su papel en ‘La senda equivocada’. En ese filme siempre entra en acción gritando y con lágrimas en los ojos.


“Esto que está gestionado Víctor es un ejemplo para el pueblo, para los jóvenes, un mensaje para que sigan adelante. Y yo, más que ser actriz, lo que sueño es con que el cine de Villa Paz se conozca en otras partes”.


Hubeimar Balanta, ‘El Mosca’, como todos lo conocen después de su papel en ‘La última gallina en el solar’, es un personaje particular, de esos desprevenidos frente a la vida. Dice que lo suyo es trabajar, así sea en un cultivo de arroz, levantando los cimientos de una casa o actuando en una película. Cree que Víctor lo escogió para el papel de delincuente por su historia de vida. Estuvo en el Ejército, en la selva. Sabía lo que era poner cara de malo, porque le ha tocado. ¿Y su actor favorito? Se ríe y dice: “Ese que se llama Arnold (Arnold Schwarzenegger) y Rambo”.


La rutina en Villa Paz se esfuma en el momento de las grabaciones y hasta los hábitos de la comunidad cambian gracias al cine. El día del estreno de ‘Amor sin perdón’ en el salón comunal, el pueblo se convirtió en una fiesta. Fue un domingo, llovía, y aunque la gente tiene la costumbre de acostarse temprano, aquella noche todos estuvieron hasta casi la madrugada viendo el filme. El recinto, además, no dio abasto para albergar a toda la comunidad y las boletas que tenían un precio de $700 tuvieron que dejar de venderse. Había gente parada en puertas, asomada por ventanas, cargándose unos con otros. La película se tuvo que presentar tres veces más.


Y los actores que allí aparecieron tomaron otro estatus, se volvieron celebridades que no saben de egos, de orgullos.Y hablando de celebridades, ahora estrecho, por fin, la mano del protagonista de las películas, don Armando González.


Le pregunto que si se imaginaba ser actor, verse en la pantalla. Me dice que no, que él de muchacho veía películas mexicanas, esas de Antonio Aguilar, de Jorge Negrete, y se decía a sí mismo que podría actuar. Pero no, nunca pensó que se vería en la televisión. ¿Y le creyó a su hijo cuando le salió con el asunto de hacer una película?


“Sí. Una vez me vio cantar la canción ‘Ella’, de José Alfredo Jiménez, y me dijo que la repitiera para grabarme y hacer un video. Yo le hice caso. Al otro día me dijo que lo que íbamos a hacer era una película. Me dijo, porque yo le conté una historia de una decepción amorosa mía, que me parecía mucho a Anastasio, un personaje de un cuento de él. Y me comentó que yo iba a ser de Anastasio. Sin darnos cuenta, hicimos la película”.


Víctor no lo duda. Su padre es el mejor actor del pueblo, se adapta a cualquier papel, rico o pobre, déspota o ingenuo. Incluso, en las escenas es la mano derecha de ‘El director’. Regaña a los actores que les da por reírse cuando no deben y exige cuando sabe que pueden dar más.“Trabaje, que esto es algo serio”, le dijo con fuerza a uno de los actores que participaban en la escena inicial de esta historia. Don Armando era el hombre del revólver y no le convencía la actuación de Fabio Balanta, su sentenciado a muerte.


Esa escena era una especie de casting para lo que será la próxima película que grabará Víctor: ‘La viuda’, una historia de una mujer que hace un pacto con el diablo para vengarse de un marido que le pega.


V


Mientras amainaba el aguacero que cayó sobre Jamundí y que dejó la escena en suspenso, todos, actores y director, retomaron sus labores. Las amas de casa retornaron a sus hogares, los obreros, a sus construcciones; los agricultores, a limpiar cultivos de arroz. Víctor, por su parte, me contaba que las películas las edita en un programa que trae cualquier computador familiar: Windows movie maker.


La música la consigue en Internet y si necesita que un hombre joven aparezca como un anciano, recurre a un maquillaje artesanal: maizena en la cabeza. Nadie de este curioso elenco, sospecho, se ha dado cuenta que están cambiando la historia de este paraje olvidado en dos. Nadie sabe de su propia grandeza. El cine en Villa Paz es una metáfora a la superación humana, una burla a los tiempos de hoy que pregonan crisis y miserias.

1 comentario:

  1. Publicado en la revista Numero 63:

    http://www.revistanumero.com/web/index.php?option=com_content&task=view&id=532&Itemid=39&catid=0

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