Miguel Escobar es considerado como uno de los mejores defensas centrales de la historia de Colombia. Es el futbolista que más ha jugado con el Deportivo Cali (536 partidos), ganó cuatro campeonatos locales, un subtítulo de Copa Libertadores, integró la selección nacional que salió subcampeona en la Copa América de 1975 y sin embargo, a los 69 años y sin voz, no tiene pensión, no tiene de qué vivir. En días de Mundial, ¿cómo es la vejez de un exfutbolista?
Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos: José Luis Guzmán
(Crónica publicada en la revista GACETA, de El País de Cali)
El libro está puesto como decoración en la mesa de la sala. ‘La gran historia del Deportivo Cali’, se titula. Fue escrito por Guillermo Ruiz y en la portada se ve la fotografía de uno de los mejores jugadores que ha tenido el equipo, su goleador histórico con 168 anotaciones, Jorge Ramírez Gallego, ‘Gallegol’.
Miguel Escobar señala el libro y habla con desilusión. No es precisamente rabia. Habla como se habla de un gran amor que se tuvo hace mucho y que sin embargo, un día cualquiera también de hace mucho, te traiciona. No se guarda ningún rencor, pero tampoco quiere volver a saber nada del asunto.
- Tengo demandado al Cali por mi pensión. Por eso no me sacaron en la tapa del libro que publicaron para el centenario del equipo.
Enseguida se sienta en uno de los muebles de la sala y busca algunos papeles, como alguien que requiere de una prueba para corroborar lo que afirma. Está vestido con una camisa azul abotonada hasta el cuello a pesar del calor que le hace sudar la espalda. Su cabello es afro cano, su nariz ancha, sus ojos diminutos como si los mantuviera siempre entrecerrados.
- Soy el futbolista que más ha jugado con el Cali en toda la historia: 536 partidos. En Copa Libertadores también soy el que más ha jugado: 46 partidos. Entonces, yo tenía que haber salido en la tapa del libro, pero como tengo demandado al equipo por mi pensión, no salí.
Su rostro se torna adusto, entorna aún más los ojos. Con el Deportivo Cali jugó durante 13 años. Llegó en 1967, proveniente del Deportivo Pereira. Su pase le costó al club $50 mil. En 1980 fue transferido al Santa Fe por $3 millones. A Miguel le correspondían $200 mil de la transacción, pero se los fueron dando en cuotas mínimas. Un mes $10 mil, a los dos meses $20 mil. Lo cuenta con una mueca de molestia y moviendo su cabeza de un lado a otro.
Santa Fe fue su último equipo. Se retiró del fútbol a los 36 años. Se dio cuenta de que ya no podía jugar más a nivel profesional cuando en un entrenamiento el ‘Batato’ Castro, un delantero potente y veloz, le sacó varios metros de ventaja en el campo. Era mejor irse que salir a una cancha a hacer el ridículo, jugar con su prestigio, se dijo.
Junto con Henry ‘La mosca’ Caicedo, también del Deportivo Cali, Miguel Escobar es considerado como uno de los mejores defensas centrales de la historia de Colombia, aunque él le sigue llamado a su posición como en su época: “back centro”.
Después del retiro se dedicó a jugar con “los rodillones”, como se les llama a los exjugadores de fútbol. Era principios de la década del 80. Los carteles de la droga estaban en pleno apogeo. Los narcos organizaban torneos para divertirse y les pagaban a los exjugadores un salario mínimo de la época por partido, aunque todo dependía del nombre del jugador. A los más famosos les pagaban hasta cinco veces esa suma y era fácil caer en la tentación.
La mayoría de los futbolistas retirados no tenían la más remota idea de qué hacer después de dejar el deporte. Nunca les preocupó que el día del retiro llegaría tarde o temprano, no se prepararon para la vida fuera de las canchas. Eran como niños desprotegidos. Niños perdidos.
Miguel jugó algunos de esos torneos para ganar algo de dinero. Después fue entrenador en el Boca de Cali - dice que le pagaban muy poco - y al final decidió comprarse un taxi.
Con el carro cotizó nueve años de su pensión. Cuando llegó el momento de jubilarse, sin embargo, se llevó una sorpresa devastadora: le faltaba muchísimo tiempo para recibir la mesada mensual a la que, estaba seguro, tendría derecho.
Los 13 años que jugó con el Deportivo Cali no aparecían por ningún lado. El equipo no hizo los aportes de ley durante el tiempo que él estuvo trabajando, “el Cali no canceló una sola semana de mi pensión”. Hoy, a los 69 años, Miguel Escobar no tiene de qué vivir.
- A mí ahora es la mujer la que me está ayudando. Y los hijos. Yo tenía el taxi, pero lo vendí a raíz del problema por el que perdí la voz. Se me subían los pasajeros y ya no era lo mismo.
María Plácida Acosta, 52 años, su mujer desde hace 23 y que acaba de llegar a la sala, asiente. María recuerda que después de que Miguel perdiera la voz, ponía un cartel en el taxi con el que advertía que no podía hablar y sin embargo, algunos clientes se burlaban de él. Hubo incluso quien le pareció una gran broma salir del taxi sin pagarle la carrera.
Y el carro, un modelo 87, empezó a fallar tanto que en vez de generar ganancias se convirtió en un gasto fijo mensual en repuestos y talleres. Miguel decidió venderlo, también por otra razón: su brazo izquierdo ya no le permite conducir.
Apenas lo puede levantar a media altura y con lentitud. Por poco lo pierde. Se cayó de un bus que arrancó cuando él se iba a bajar, se fracturó y le entró una bacteria. Tuvieron que operarlo cuatro veces para salvarlo.
- Y ahora es mi señora la que está en terapias, dice y mira al piso, como si allí hubiera una respuesta a lo que está padeciendo.
María camina por la casa ordenando algunas cosas y mientras lo hace, cojea. Fue diagnosticada con artrosis de rodilla y el médico le aconsejó dejar su trabajo. María vive en Estados Unidos, y cada que puede regresa a Colombia a visitar a Miguel.
En ese país se gana la vida pegando pisos para enviarle algo de dinero. Para pegar las baldosas, debe pasar la mayor parte del tiempo arrodillada, lo que ha agravado la enfermedad.
A veces, asegura María, Miguel le dice que mejor se busque otra pareja que no sea una carga. Ella le responde que cómo se le ocurre decir una cosa de esas. Miguel hace silencio mientras mira hacia la nada.
II
Ahora sonríe, pero en su momento Miguel Escobar no podía creer lo que le estaba pidiendo el médico. Era 2006. Estaba visitando a su mamá en Buga, la ciudad donde nació en 1945.
De repente, a la medianoche, se empezó a ahogar. Estaba agitado y respiraba con esfuerzo. Lo llevaron de inmediato al hospital y el médico de turno, aun cuando Miguel seguía sin poder respirar con normalidad, le dijo: ¿ me regala un autógrafo para mi nieto? Miguel, sin salir de su asombro, preguntó el nombre del niño y firmó un papel.
A pesar de que han pasado tres décadas desde que dejó el fútbol profesional, todavía lo reconocen en la calle, sobre todo hinchas que rondan los 60 años. Un lunes de mayo, mientras caminaba en los alrededores de la Plaza de Cayzedo – en las tardes le gusta irse a encontrar con exjugadores en el centro de la ciudad – un anciano al que le faltaban algunos dientes se le acercó y le estiró el brazo con el puño apretado.
Miguel también puso su puño derecho suavemente sobre el puño del hombre, quien dijo en voz alta, como para asegurarse de que los vendedores de medias y libros y los transeúntes que pasaban lo escucharan: “Miguel Escobar, el mejor defensa central de este país. Jugadores como él no se han vuelto a ver”. Miguel siguió de largo sin decir nada, caminando despacio mientras sonreía ensimismado.
Hacía unos días apenas que había sucedido algo parecido. Su esposa fue a una marquetería a reemplazar el vidrio de un portaretrato. Cuando los jóvenes que la atendían supieron que ahí iba a ir la foto de Miguel Escobar, decidieron no cobrarle.
No lo vieron jugar al fútbol, decían, pero sus padres les hablaban de él: un central legendario, famoso por su ‘quite deslizante’. Se lanzaba al piso con sus piernas extendidas, le robaba la pelota a los delanteros sin hacerles falta, el balón siempre quedaba en sus guayos y él se levantaba rápidamente con la pelota dominada y la cabeza arriba para hacer un pase preciso. Elegante, limpio, jamás le pegó una patada a nadie.
Miguel se puso contento cuando María le contó que se habían ahorrado un dinero gracias a su nombre. Por fin, después de mucho tiempo, podía ayudar en algo a la economía de la casa. Y el reconocimiento es algo que evidentemente lo enorgullece.
Por eso siempre que sale a la calle va preparado para todo aquel que le pida un autógrafo. De hecho regala algo mucho mejor que su firma. En su billetera carga tarjetas de presentación con una foto suya a color, tomada momentos previos a un partido de hace décadas, en cuclillas con un balón y el uniforme del Cali.
También está el escudo del equipo, su número celular, su firma original y una frase: Miguel Escobar, Deportivo Cali, excapitán.
Durante nueve temporadas, Miguel fue el capitán del Deportivo Cali, a pesar de que en la cancha hablaba muy poco. El periodista cubano José Pardo Llada lo llamaba “la fuerza callada”.
El cáncer de garganta que le diagnosticaron en 2006 lo dejó literalmente mudo. La enfermedad era la explicación al ahogamiento repentino que padeció en casa de su madre, en Buga. Aunque el cáncer no había hecho metástasis, era tan delicado que debieron practicarle una laringectomía total, la extirpación completa de la laringe, el órgano encargado de la fonación. Miguel Escobar perdió la voz y en su cuello tiene un traqueostoma.
Es un agujero por el cual respira. El aire entra directamente a la tráquea hasta los pulmones, sin los filtros de la nariz. Por eso padece de gripas fuertes y no se puede meter nunca a una piscina. Cuando se está bañando en la ducha cubre su cuello con su mano izquierda. No le debe entrar agua por el agujero porque iría, como el aire, directamente a los pulmones.
También se protege con una especie de tela que pega sobre el cuello mientras realiza cualquier actividad. Hace poco escuchó que un hombre que tenía un traqueostoma murió mientras dormía. Una cucaracha se le introdujo en el cuello y lo ahogó.
Y se cuida de otro asunto: dónde y con quién hablar. Para hablar, Miguel utiliza un laringófono que le regalaron los periodistas deportivos Jorge Eliécer Campuzano, Javier Hernández Bonnet y Javier Fernández. Es un aparato del tamaño de un desodorante que cuesta mil dólares, aunque hay otros modelos mucho más avanzados y costosos que el suyo.
Miguel se lo lleva al cuello y el laringófono genera una vibración cada que él va a pronunciar algo gracias a las baterías. Es difícil de entender su funcionamiento, en realidad. Ni siquiera Miguel sabe cómo funciona, pero gracias a ese invento tan extraño se comunica con relativa normalidad, aunque con un tono de voz idéntico al de un robot.
Su propia voz, esa huella dactilar que nos diferencia entre toda la humanidad, no se volvió a escuchar desde la operación.
Por eso Miguel solo habla con gente de confianza. Le ha sucedido que ha tenido que decir algo en un sitio atestado de desconocidos - la fila de un banco por ejemplo - y todos lo han mirado como si él viniera de otro planeta. Cuando eso sucede, se sale de casillas. Esa fue otra de las razones para haber vendido el taxi, reconoce.
III
El padre de Miguel siempre lo llevaba desde Buga hasta el estadio Pascual Guerrero a ver jugar al Cali. Se hizo hincha del equipo desde muy niño.
-Yo era un aficionado más que jugaba con el Cali. Eso es un privilegio: quedar campeón con el equipo que se quiere.
Alguna vez quisieron comprarlo con $50 mil para que se vendiera en un partido. A Miguel le dio risa no solo la cifra, sino la propuesta. Traicionar al equipo es como vender a la propia madre. Se negó, por supuesto. El hombre del maletín que se paseaba por toda Colombia comprando partidos no es un mito.
Miguel empezó a jugar al fútbol en el Boca Juniors, en Buga. El técnico Camilo Barbosa fue el que lo ubicó como defensa central. Después pasó al Juventud de Buga, luego a la Selección Valle. Quedó campeón nacional en Cúcuta, y la defensa que él dirigió solo recibió un gol en contra.
Su repertorio lo cuenta de pie, en un rincón de su casa ubicada al norte de Cali, a unas cuantas cuadras del Parque de la Caña. Miguel está junto a las escaleras que llevan al segundo piso.
En ese sitio tiene un museo personal. Sobre la pared hay varias fotos suyas como jugador, trofeos, medallas, cinco libros verdes con todos los artículos de prensa que le han publicado, un radio del Deportivo Cali. A pesar de lo que ha sucedido, dice, sigue siendo hincha del equipo. El amor a un club de fútbol debe ser el sentimiento más genuino que existe sobre la tierra.
Como profesional, Miguel debutó jugando para el Deportivo Pereira, curiosamente en un partido contra el Cali. Uno de los “back centro” del equipo se lesionó, él entró, el juego terminó 1-1 y se quedó con la titular. Era 1966.
Un año después el Cali lo compró, aun cuando en un partido contra el Unión Magdalena se había fracturado la tibia y el peroné. Se recuperó y su primer partido con el Cali fue contra uno de los equipos más reconocidos de Europa, el Nápoles de Italia. “Ese día empatamos”.
También marcó al mejor jugador del mundo: Pelé. Cali venció 2-1 al Santos de Brasil en el estadio Pascual Guerrero, pero el ‘Rey’ hizo jugadas que Miguel Escobar nunca más volvió a ver en una cancha. Pelé hacía la pared con el contrario. Le pegaba la pelota a la canilla del rival y él mismo se hacía el pase.
Y ni en ese ni en ningún otro partido Miguel salió nervioso al terreno de juego. Esa era otra de sus virtudes: la tranquilidad para jugar, que se debía, supone, a que se preparaba a conciencia durante la semana para que no se notara su punto débil: no era muy rápido. “Entrenaba como un caballo”.
Cuando se acababan los entrenamientos, le pedía a los mejores jugadores del equipo como Miguel Loaiza o Iroldo Rodríguez de Oliveira que se quedaran media hora más, gambeteándolo.
Eso sí el lunes, después de los partidos, se reunía con otros compañeros como Jairo Arboleda y el ‘Moño’ Muñoz a jugar billar y a tomarse unos tragos. Era un ritual.
El año en que llegó al Cali, 1967, Miguel alzó su primer título en el fútbol colombiano. En total marcaría 8 goles y ganaría cuatro campeonatos locales. También un subtítulo de Copa Libertadores jugando en La Bombonera de Buenos Aires, un estadio en el que para jugar hay que ser valiente. Se juega con la sensación de tener 50 mil personas encima de tu cabeza, dice Miguel, que ahora pasa las páginas de una edición de la revista Don Juan.
La publicación hizo una encuesta para determinar cuál era la selección Colombia ideal de todos los tiempos y él, señalando con su dedo índice izquierdo la foto de cada uno, comienza a nombrar a los elegidos:
-Efraín ‘Caimán’ Sánchez; Arturo Segovia; mi persona; Henry Caicedo y Diego Osorio; Leonel Álvarez, Diego Umaña y Carlos Valderrama; Willington Ortiz, Arnoldo Iguarán y Faustino Asprilla. El doctor Gabriel Ochoa como técnico.
Enseguida vuelve a sonreír como cuando el anciano al que le faltaban algunos dientes dijo que jugadores como él no se han vuelto a ver.
-Yo no imité a nadie. Aunque cuando empecé, quería ser como Francisco Cobo Zuluaga, de Millonarios. Me gustaba una jugada que él tenía: venía la pelota, la dejaba picar, y le daba de taco. Después yo me inventé el quite deslizante. Me tiré una vez, y me salió y me siguió saliendo. Mario Alberto Yepes lo hace ahora, pero con una diferencia. Cuando yo me tiraba, me quedaba siempre con la pelota, nunca la tiraba a un lado, a un saque de banda, no. Y me paraba y salía jugando con el balón. Yepes a veces lo tira a un lado, otras veces se queda con la pelota.
Con Colombia, Miguel jugó 13 partidos. En 1975 hizo parte del equipo que quedó subcampeón de la Copa América jugando contra Perú en un cotejo de desempate disputado en Caracas. Ese segundo lugar fue también la segunda hazaña de la historia del fútbol nacional, después del empate 4-4 contra la Unión Soviética en el Mundial de Chile 62.
Suena el teléfono. María atiende. Miguel la mira para cerciorarse de quién llama. Es Fabio ‘Guaracha’ Mosquera, otro exjugador y uno de sus buenos amigos, que lo cita a una reunión en el centro de Cali para conversar sobre la pensión.
IV
‘La sombra’ Héctor Martínez, 81 años, exarquero y excantante - estuvo en la orquesta de Tito Cortés- ahora se dedica a vender lechonas por encargo aunque esté enfermo de la tiroides. No tiene pensión.
Víctor Campaz, subcampeón de América en 1975, vive de la caridad de su familia. Tampoco tiene pensión, lo mismo que Carlos Paz.
Junto a ellos está Fabio ‘Guaracha’ Mosquera, que aunque tiene una mesada mensual considera que es muy poca, por lo que pretende una reliquidación. Y Miguel Escobar.
Todos están de pie en lo que llaman el ‘Parque de la Dian’, en el centro de Cali, y esperan a un exsecretario del Deporte que prometió contactarlos con el Representante a la Cámara Heriberto Sanabria. Quizá con la ayuda de un político logren por fin que los pensionen, comentan. Los exfutbolistas de las décadas del 60 y 70 están dispuestos a escuchar a todo aquel que les prometa ayuda. Muchos han muerto esperándola.
Jaime Morón murió de diabetes, lo mismo que el ‘Boricua’ Zárate. ‘Toño’ Rada, que jugó el Mundial de Chile 62, falleció hace unos días por un cáncer de próstata.
Aníbal el ‘Mocho’ Alzate, otro de los que jugaron el Mundial del 62, aún vive en Ibagué pero ni siquiera sus hijos quieren que alguien lo vea. Padeció una trombosis.
Humberto ‘Turrón’ Álvarez también vive de la caridad de su familia y a nadie le importa que Alfredo Di Stéfano, una leyenda de Millonarios y del Real Madrid, haya dicho que ‘Turrón’ era mejor que él.
Óscar Bolaño, que quedó campeón con Santa Fe, ahora está en una cama debido a una parálisis cerebral. Vive, como los demás, de la generosidad de su hijo, Jorge, también exfutbolista.
Los jugadores que alegraron a todo el país en algún momento, hoy son una carga para sus familias. Sus hijos intentan sostenerlos, pero también deben sostener su propio hogar y en la mayoría de los casos el dinero no alcanza para todo.
Juan Carlos Torres, el primer jugador de fútbol colombiano que se puso la camiseta de River Plate de Argentina, ahora empresario de futbolistas activos, dice que los exjugadores del 60 y 70 definitivamente llevan una vida indigna. ¿O acaso no es indignante tener que pedir dinero a la familia hasta para pagar un bus?
Torres y otros exjugadores como Alejandro Brand y Arturo Segovia, crearon la ‘Sociedad Colombiana de exfutbolistas profesionales’, Socex, con una idea: los exfutbolistas que lograron estudiar y seguir en el mercado laboral después del retiro, deben ayudar a los que no pudieron hacerlo.
Con la Sociedad han alcanzado algunos logros. Ya hicieron firmar un ‘memorando de entendimiento’ con el Ministerio del Trabajo para pensionar a los exjugadores “de la tercera edad en situación de vulnerabilidad”. Cada caso, prometió el Ministro, será analizado de manera particular. Con Miguel Escobar se pretende que el Estado le otorgue una pensión por invalidez.
- La Dimayor va a tener que declararse responsable de lo que ha pasado con los exjugadores. En algún momento el gobierno va a tener que decir: ¿quién se equivocó con estas personas? Primero los clubes, que se aprovecharon de la ignorancia de los jugadores en temas legales. Y Coldeportes, que no supervisó que los equipos cumplieran la ley, dice Juan Carlos a través de su teléfono celular, justo después de salir de una cita odontológica, en Bogotá.
Mientras tanto, los exjugadores de Cali que siguen de pie en el ‘Parque de la Dian’ padecen bromas. Un aficionado que los reconoce les dice que juntos suman por lo menos 500 años y que están tan delgados que parecen balones desinflados. Ellos aparentan ignorarlo mientras conversan. Es esperanzadora la firma del memorando con el Ministerio de Trabajo, ¿pero qué va a pasar con el acuerdo cuando el país está próximo a un cambio de gobierno y de Ministro?, se preguntan.
V
Miguel, en su casa, sigue viendo orgulloso la Revista Don Juan.
- En la Copa América del 75 abrimos la puerta para los triunfos de Colombia. Perdimos la final pero en eso tuvieron mucho que ver los dirigentes. Teníamos que jugar el partido de desempate a las 72 horas. Si hubiera sido así, Perú no había podido jugar con Sotil y Cubillas, que eran unos fenómenos. Pero la Federación aplazó el juego y Sotil y Cubillas, que jugaban en Europa, alcanzaron a llegar. Si nos dejan el equipo que tenían, les ganamos.
María le recuerda enseguida la frase que dijo el técnico de esa Selección, Efraín ‘Caimán’ Sánchez: a los jugadores de esa época les pagaban con abrazos y medallitas, no con plata.
Mientras jugó para el Cali, Miguel tuvo un salario de algo así como un millón de pesos de hoy. “Nos pagaban un poco más que un asalariado promedio, cuando ahora en Colombia hay jugadores que cobran $80 millones cada mes. Eso sí es plata”.
El fútbol, entonces, solo le dejó una casa que vendió “por la mala cabeza”. La casa donde vive hoy la pagó junto con María. Él en el taxi y ella administrando una tienda.
Miguel, en todo caso, prefiere seguir hablando de la Selección, ahora que está a días de jugar de nuevo un mundial.
- Espero que Colombia haga un buen papel en Brasil, aunque hay jugadores que vienen sin ritmo: Armero, Zúñiga y Yepes, que es uno de los jugadores que más se merecen ir. Ha luchado por estar ahí. Además usted sabe que mundial es mundial y que cualquiera no se pone la camiseta de la Selección. Hay jugadores a los que le queda grande. Cuando uno está oyendo el himno nacional con un estadio lleno, Ave María, eso es bravo. Recuerdo que en la Copa América del 75 el estadio El Campín estaba repleto. Había una gran expectativa, la gente cantaba Colombia, Colombia, Colombia.
En su casa, sin embargo, lo que se escucha es un silencio absoluto.
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