Greg Ebersole trabajó en periódicos con los que viajó a 44 países, se quedó sin empleo, llegó a Cali para enseñar inglés, se topó con Siloé, esa montaña a la que muchos temen y que él recorrió palmo a palmo para tomarle fotos que se expusieron en la Biblioteca Departamental.
Por Santiago Cruz Hoyos
Foto Cortesía Greg Ebersole
Una versión de este texto fue publicado en El País - Cali
Foto Cortesía Greg Ebersole
Una versión de este texto fue publicado en El País - Cali
Greg Ebersole quería fotografiar a doña Chon. Había leído su historia en un periódico popular. Ahí se decía que doña Chon era la curandera más anciana de Siloé. Según el artículo, tenía 107 años y muchas leyendas.
Greg sintió curiosidad. El problema era llegar a la casa de doña Chon. Pichi, su guía por Siloé, le dijo que el sector en donde vivía la anciana era muy peligroso. - Hay enemigos- .
Pasaron varios días. Y sin embargo Greg siempre hablaba de lo mismo con Pichi: la foto de doña Chon. Sucede con fotógrafos, periodistas, escritores: cuando un tema despierta el instinto, la emoción, la curiosidad, no es posible dejar de pensar en él.
Greg pudo volver a estar tranquilo gracias a unos tragos. Pichi, un día cualquiera, después de haberse tomado unas copas de aguardiente, lo llamó a su celular. Le dijo muy decidido: - Vamos. Vamos para la casa de la curandera -. El alcohol lo hizo sentir intocable.
Dos moto taxis los llevaron hasta un punto y después caminaron rápido. Pichi preguntó en la calle dónde vivía doña Chon. Cuando tocaron la puerta, ella se asomó por la ventana. Tenía miedo. ¿Qué demonios hace un fotógrafo estadounidense en mi casa? ¿Por qué me quiere tomar fotos?
Greg le explicó. Llevaba cinco meses yendo a Siloé dos o tres veces por semana. Incluso había pasado un par de noches. Estaba haciendo un documental sobre la cotidianidad del lugar. Quería contar en fotos cómo es la vida en esa montaña que allá abajo, en la ciudad, todos dicen que es peligrosa. Greg en cambio se sentía a gusto. A veces subía solo.
Doña Chon no estaba muy convencida, pero se dejó fotografiar ahí, asomada a la ventana. Primer plano de sus arrugas, su mirada seria, labios gruesos y apretados, su mirada desconfiada, el fondo negro. Una gran postal.
-. Conversando con doña Chon, supe que tenía 99 años, no 107 como publicó el periódico - dijo Greg. El fotógrafo estaba en la Biblioteca Departamental de Cali, donde expusieron su trabajo. La exposición se llamó ¡Te Amo!, Siloé.
- ¿Amas en realidad a Siloé?
- Sí, lo amo.
II
Greg Ebersole, gafas, cabello blanco, delgado, alto, debe ser un hombre vanidoso en algunos asuntos. No revela su edad. Quizá tenga 55, un poco más, quién sabe. Él dice que el dato es un secreto.
Greg nació en Estados Unidos y allá se hizo fotógrafo. Durante 30 años trabajó para periódicos y revistas. Viajó a 44 países haciendo fotos. A veces, también, escribía las historias.
En Nicaragua estuvo cubriendo el final del conflicto entre Los Contras y el gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional. En Bosnia hizo un reportaje centrado en una mujer encargada de un hospital en ese país en guerra. Conoció México, Ecuador, Uganda.
Pero sucedió que los periódicos empezaron a despedir gente. El Chicago Suns Times, por ejemplo, despidió a todos sus fotógrafos y les entregó un Iphone a sus periodistas para que ellos mismos hicieran las fotografías de sus artículos. Entre los despedidos estaba John H White, 68 años, ganador del premio Pulitzer. A Greg aquello le pareció un acto cercano a un crimen.
Cuando sucedió lo de John, Greg también se había quedado sin empleo, aunque no trabajaba para el Chicago. Fue en 2009. Y sin embargo no se encerró a llorar o a lamentarse de su mala suerte y la caída en picada de los periódicos. Pensó en cambio que estar libre era una oportunidad espléndida para hacer algo distinto a lo que llevaba haciendo por tres décadas.
Recordó enseguida un viejo sueño: vivir en otro país. Se le ocurrió justamente Colombia. Ya había venido, le había gustado Cali. Greg quizá quería una vida mucho menos agitada y costosa a la que tenía en Estados Unidos. Vendió sus cosas, alquiló su casa, viajó.
Su idea en Cali era dar clases de inglés. Los muchachos que iniciaban el aprendizaje no terminaban porque simplemente no querían o no tenían dinero. A Greg tampoco le gustó demasiado enseñar y se dijo que al fin y al cabo su vida era tomar fotos, no importa que fuera un fotógrafo sin periódico, sin revista dónde publicar. Entonces volvió a disparar sus cámaras.
Un profesor le habló de un pueblo desconocido que quedaba cerca de Cali: Bocas del Palo. Greg sintió esa curiosidad. Pasó por la cárcel de Jamundí, atravesó un río, encontró el pueblo. En Bocas del Palo viven 800 afrocolombianos que Greg fotografió en sus quehaceres, su vida diaria, una comunidad que en pleno Siglo XXI depende del río para sobrevivir. Eso, sobre todo, fue lo que despertó su interés.
La Directora de la Biblioteca Departamental conoció el trabajo, le propuso a Greg que hiciera una exposición. Greg aceptó y de Bocas del Palo llegaron buses con la gente que se quería ver retratada. Fueron a la apertura de la exposición con su propia comida, el fiambre, y así celebraron que un fotógrafo “gringo” los hubiera sacado del anonimato por unos días. “Un pueblo al sur del Valle enamoró el lente de un estadounidense que visita a Colombia”, tituló un diario.
Pero Greg no pierde su capacidad de asombro. Es curioso. Una curiosidad casi infantil. Sus amigos le hablaron de un lugar al que le recomendaban no ir, sobre todo con ese acento extranjero: Siloé. - Te roban – le decían.
La advertencia despertó el interés de Greg. Fue como sangre para tiburón. Y un día lo decidió. Caminar desde Miraflores, el barrio donde vive, hasta Siloé “a ver qué pasaba”.
Llegó a La Nave, zona baja de la montaña, caminó por ahí y nadie lo determinó, nadie lo robó, nadie le dijo nada. Greg pensó que allá arriba había un mundo que él tenía que fotografiar.
III
Greg sabía en todo caso que a la parte alta de Siloé no podía ir así no más. Contactó guías. David Gómez, director de un museo de la zona, lo acompañó primero. Carlos Mosquera, Pichi, entrenador de fútbol, fue su escudero después.
Con una cámara pequeña, que le cabía en el bolsillo del jean, hizo el trabajo. Era mejor no llevar el equipo profesional, le recomendaron, aunque Greg no se sintió amenazado. Una vez incluso le presentaron un “assasins”, dice Greg. En realidad era un sicario. Greg también se hizo amigo de algunos muchachos que allá arriba llaman asesinos. Era mejor caerle bien a los malos, pensó.
Greg fotografió a mujeres futbolistas. En Siloé, las mujeres juegan fútbol. Los equipos juveniles tienen por lo menos cuatro entre sus integrantes.
En las noches, fotografió a parejas que se besaban con la vista de Cali de fondo. El amor en Siloé es posible a pesar de todo. Y los domingos le tomaba fotos a un grupo de música popular.
Greg también estuvo en un matrimonio celebrado en una iglesia pentecostés, siguió a un “reparador de zapatos”, pasó tardes en un cementerio en el que son los padres los que entierran a sus hijos, fotografíó a niñas de 13 años embarazadas, le tomó fotos a los carretilleros que transportan materiales de construcción por calles tan delgadas en las que solo se puede ir a pie o en caballos a los que les hacen peinados de jugadores de fútbol como Neymar.
Como en Bocas del Palo, en Siloé a Greg le sorprendió sobre todo eso: en una ciudad que se moderniza, los caballos son la única alternativa para que algunas personas se puedan transportar. El tiempo detenido en la modernidad. Eso lo enamoró de Siloé y su gente. Que fueran en cierta manera excluidos de la sociedad quizá también haya sido una razón para pasarse meses con ellos, como uno más de la montaña.
Su trabajo en Siloé se expuso en la Biblioteca Departamental. Ahora, Greg recorre la zona entregando las fotos a sus protagonistas, que se ven como en una portada de revista y se ponen contentos. Esas fotos, advierte, no se venden. Es otro gesto de amor por Siloé.
Quizá también por una ciudad y un país en el que inició una nueva vida después de quedarse sin empleo. De Cali y Colombia, Greg hizo un libro con sus mejores fotos. Lo tituló: The Shutter Never Stops. Traduce “el obturador nunca se detiene”.
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