Hace 30 años, el 31 de marzo de 1983, un terremoto destruyó a la ‘ciudad blanca’ de Colombia. Hoy, aunque levantada del polvo, Popayán padece dramas sociales tan miedosos como el temblor.
Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos: Jorge Orozco
Texto publicado en El País - Cali.
Palmiro Velasco agacha la cabeza, se cubre sus ojos con las manos, llora. Enseguida pide un vaso con agua, pide que lo espere un momento. Silencio.
Hace apenas un rato el fotógrafo Diego Tobar había asegurado que las víctimas del terremoto que destruyó a Popayán hace 30 años, el 31 de marzo de un Jueves Santo de 1983, a las 8:13 de la mañana exactamente, no lloraron aquel día.
Diego recorrió la ciudad en una moto, atrás, mientras disparaba su cámara y recuerda eso, que nadie andaba por ahí con lágrimas.
Más tarde Alfonso López, rescatista de la Defensa Civil, lo confirmaba. La gente estaba tan concentrada en buscar a sus heridos, a sus muertos, parar paredes con trozos de guadua, cuidar los pocos enseres que quedaron, averiguar la suerte de vecinos y familiares, ayudar a los que se podía, que nadie tenía tiempo para andar llorando.
Tres décadas después las víctimas sí lloran. Narran lo que pasó y en algún punto de la historia se desploman, como la ciudad de entonces. La tragedia es lazo entre la ciudad y su gente.
Diego, el fotógrafo, también con los ojos inundados, decía que para la generación del terremoto es como si el remezón apenas hubiera sucedido ayer. Puede que la tristeza se duerma, se distraiga, pero jamás desaparece. Así como el temblor transformó a Popayán, también los cambió a ellos.
Muchos, por ejemplo, se volvieron prevenidos. Jorge Orozco, también fotógrafo, otras de las víctimas, después de la tragedia acostumbró a dejar sobre su mesa de noche una muda de ropa y su maleta con su cámara al lado de la puerta del cuarto antes de acostarse.
Aunque ahora vive en Cali, a dos horas de Popayán, con su esposa planeó un plan de escape en caso de un temblor, por leve que sea. Ella debe coger el celular y correr a un punto de la calle donde no hay ni edificaciones ni postes de luz cercanos, él toma la ropa, la maleta, sus hijos, y se dirige hacia el mismo punto. El simulacro lo han repetido varias veces.
Tres décadas después las víctimas sí lloran. Narran lo que pasó y en algún punto de la historia se desploman, como la ciudad de entonces. La tragedia es lazo entre la ciudad y su gente.
Diego, el fotógrafo, también con los ojos inundados, decía que para la generación del terremoto es como si el remezón apenas hubiera sucedido ayer. Puede que la tristeza se duerma, se distraiga, pero jamás desaparece. Así como el temblor transformó a Popayán, también los cambió a ellos.
Muchos, por ejemplo, se volvieron prevenidos. Jorge Orozco, también fotógrafo, otras de las víctimas, después de la tragedia acostumbró a dejar sobre su mesa de noche una muda de ropa y su maleta con su cámara al lado de la puerta del cuarto antes de acostarse.
Aunque ahora vive en Cali, a dos horas de Popayán, con su esposa planeó un plan de escape en caso de un temblor, por leve que sea. Ella debe coger el celular y correr a un punto de la calle donde no hay ni edificaciones ni postes de luz cercanos, él toma la ropa, la maleta, sus hijos, y se dirige hacia el mismo punto. El simulacro lo han repetido varias veces.
El arquitecto José Alonso Montero, medio en broma, medio en serio, dijo que el terremoto le enseñó a dormir siempre con piyamas nuevas, porque nunca se sabe cuándo hay que salir corriendo.
Un temblor recuerda que apenas se requieren unos segundos para que toda una vida cambie. Un temblor recuerda que, como dicen los abuelos, al fin y al cabo de este mundo nada nos llevaremos. Un terremoto, aunque doloroso, aunque terrorífico, puede resultar también una enseñanza profunda sobre el sentido de la vida.
Es martes 26 de marzo de 2013. Palmiro está en una cafetería de Popayán. Afuera la ciudad se mueve. Algunos obreros retocan el blanco de las fachadas de casas, iglesias, bancos, restaurantes, hoteles. Por ley, tanto los habitantes como el gobierno de turno deben tener las edificaciones pintadas de blanco puro para la Semana Santa, no vaya a ser que los turistas dejen de creer que esta es la ‘ciudad blanca de Colombia’, como se le conoce.
Palmiro, mientras tanto, toma agua, se seca las lágrimas, respira hondo. Dice que va a contar un secreto que se lo ha guardado durante 30 años. Sucedió en la madrugada del primero de abril de 1983, un día después del terremoto. Una grúa había enganchado una de las columnas de La Catedral Nuestra Señora de la Asunción, una de las iglesias más emblemáticas de Popayán, ubicada en el Parque Caldas, centró histórico.
Ahí, en La Catedral, la cúpula se vino abajo y aplastó a decenas de feligreses, el 25% de las 287 víctimas mortales del temblor.
La grúa, sigue Palmiro, tenía enganchada esa columna, estaban dispuestos a derribar la iglesia. En la época, dice, muchas edificaciones fueron derribadas sin necesidad, pudieron haber sido recuperadas.
Entonces él, junto con el Arzobispo Samuel Silverio Buitrago, impidieron que La Catedral, que tenía su estructura en pie, aún firme, corriera la misma suerte. Palmiro les dijo, a los demoledores, que adentro había una monja. Y era cierto. Le pidió, al de la grúa, que más bien lo ayudara a enganchar un candado para derribar una puerta y poder entrar a buscar a la religiosa. El capitán de bomberos Marcelino Carrillo creyó encontrarla, cuando en realidad el cuerpo que vio era el de su padre que en esa mañana se había levantado temprano para ir a misa. Gracias a eso, en todo caso, La Catedral sigue en su lugar. Palmiro no había contado esa historia, cree, por pudor.
- Si no hubiéramos impedido que la tumbaran, La Catedral sería hoy un parqueadero más de Popayán.
Treinta años después de la tragedia, los pocos vestigios del terremoto que siguen en pie son los parqueaderos de la ciudad. La mayoría son casas derribadas por el temblor y cuyos propietarios no tuvieron cómo levantar. El 95% de la ciudad fue reconstruida.
Palmiro, que se llama así porque su papá admiraba al comunista italiano Palmiro Togliatti, muerto en 1964 tras una hemorragia cerebral, se dispone a explicar ahora cómo fue el terremoto.
Todo pasó, dice, como en el juego de la veintiuna. Darle pataditas al balón de fútbol una y otra vez, 21 veces, sin dejarlo caer. La tierra jugó a la veintiuna con Popayán.
El terremoto tuvo una intensidad de 5.5 grados en la escala de Richter. Eso lo cataloga como modesto. El problema fue su profundidad. Apenas entre 12 y 15 kilómetros, según documentos elaborados por el ingeniero Alberto Sarria y el geólogo Abigaíl Orrego.
Además, el epicentro se localizó al sur - occidente de Popayán, es decir que fue en la misma ciudad. Y la aceleración vertical del movimiento fue mayor a la aceleración horizontal. Por eso Palmiro dice que fue como la veintiuna. Las casas, en vez de mecerse de un lado a otro, era como si saltaran. Jorge Orozco recuerda que el televisor de su cuarto saltó de la mesa donde estaba una, dos, tres veces, hasta que cayó al suelo. Pero los saltos apenas fueron una parte del espanto.
Palmiro, que estaba en el barrio Santa Clara, vio nubes espesas. Era polvo. El polvo de las casas, iglesias, hoteles, restaurantes desplomados. Mariela Galvis, que aún vive en el barrio El Cadillal, uno de los más afectados por el temblor, no olvida el bramido que escuchó. Durante el terremoto, del suelo venía un sonido terrorífico, como el bramido de una vaca gigantesca. Era como si la tierra estuviera gritando.
En total, es el cálculo, se afectaron 14 mil edificaciones. 2470 casas se cayeron; 6885 sufrieron daños superiores al 50% de la estructura; 4500, daños menores. Para limpiar la ciudad de tanto escombro se requirieron 40 mil viajes de volquetas.
El arquitecto Juan José Bonilla piensa que la razón de tanto desastre era que las edificaciones de la época estaban construidas, en su gran mayoría, de adobe, una masa de barro hecha de arcilla, arena, paja, altamente vulnerable a los sismos. Y a eso se le sumó que los propietarios de las viviendas no le hacían mantenimiento a las maderas de vigas y techos. Barrían el gorgojo cada mañana con la fe de que seguirían firmes por el resto de los días.
El arquitecto José Alonso Montero agrega otro dato: en los años 70 llegó la moda de los closets empotrados en las paredes. Entonces las perforaban, las hacían más delgadas, las debilitaban.
Un temblor recuerda que apenas se requieren unos segundos para que toda una vida cambie. Un temblor recuerda que, como dicen los abuelos, al fin y al cabo de este mundo nada nos llevaremos. Un terremoto, aunque doloroso, aunque terrorífico, puede resultar también una enseñanza profunda sobre el sentido de la vida.
Es martes 26 de marzo de 2013. Palmiro está en una cafetería de Popayán. Afuera la ciudad se mueve. Algunos obreros retocan el blanco de las fachadas de casas, iglesias, bancos, restaurantes, hoteles. Por ley, tanto los habitantes como el gobierno de turno deben tener las edificaciones pintadas de blanco puro para la Semana Santa, no vaya a ser que los turistas dejen de creer que esta es la ‘ciudad blanca de Colombia’, como se le conoce.
Palmiro, mientras tanto, toma agua, se seca las lágrimas, respira hondo. Dice que va a contar un secreto que se lo ha guardado durante 30 años. Sucedió en la madrugada del primero de abril de 1983, un día después del terremoto. Una grúa había enganchado una de las columnas de La Catedral Nuestra Señora de la Asunción, una de las iglesias más emblemáticas de Popayán, ubicada en el Parque Caldas, centró histórico.
Ahí, en La Catedral, la cúpula se vino abajo y aplastó a decenas de feligreses, el 25% de las 287 víctimas mortales del temblor.
La grúa, sigue Palmiro, tenía enganchada esa columna, estaban dispuestos a derribar la iglesia. En la época, dice, muchas edificaciones fueron derribadas sin necesidad, pudieron haber sido recuperadas.
Entonces él, junto con el Arzobispo Samuel Silverio Buitrago, impidieron que La Catedral, que tenía su estructura en pie, aún firme, corriera la misma suerte. Palmiro les dijo, a los demoledores, que adentro había una monja. Y era cierto. Le pidió, al de la grúa, que más bien lo ayudara a enganchar un candado para derribar una puerta y poder entrar a buscar a la religiosa. El capitán de bomberos Marcelino Carrillo creyó encontrarla, cuando en realidad el cuerpo que vio era el de su padre que en esa mañana se había levantado temprano para ir a misa. Gracias a eso, en todo caso, La Catedral sigue en su lugar. Palmiro no había contado esa historia, cree, por pudor.
- Si no hubiéramos impedido que la tumbaran, La Catedral sería hoy un parqueadero más de Popayán.
Treinta años después de la tragedia, los pocos vestigios del terremoto que siguen en pie son los parqueaderos de la ciudad. La mayoría son casas derribadas por el temblor y cuyos propietarios no tuvieron cómo levantar. El 95% de la ciudad fue reconstruida.
Palmiro, que se llama así porque su papá admiraba al comunista italiano Palmiro Togliatti, muerto en 1964 tras una hemorragia cerebral, se dispone a explicar ahora cómo fue el terremoto.
Todo pasó, dice, como en el juego de la veintiuna. Darle pataditas al balón de fútbol una y otra vez, 21 veces, sin dejarlo caer. La tierra jugó a la veintiuna con Popayán.
El terremoto tuvo una intensidad de 5.5 grados en la escala de Richter. Eso lo cataloga como modesto. El problema fue su profundidad. Apenas entre 12 y 15 kilómetros, según documentos elaborados por el ingeniero Alberto Sarria y el geólogo Abigaíl Orrego.
Además, el epicentro se localizó al sur - occidente de Popayán, es decir que fue en la misma ciudad. Y la aceleración vertical del movimiento fue mayor a la aceleración horizontal. Por eso Palmiro dice que fue como la veintiuna. Las casas, en vez de mecerse de un lado a otro, era como si saltaran. Jorge Orozco recuerda que el televisor de su cuarto saltó de la mesa donde estaba una, dos, tres veces, hasta que cayó al suelo. Pero los saltos apenas fueron una parte del espanto.
Palmiro, que estaba en el barrio Santa Clara, vio nubes espesas. Era polvo. El polvo de las casas, iglesias, hoteles, restaurantes desplomados. Mariela Galvis, que aún vive en el barrio El Cadillal, uno de los más afectados por el temblor, no olvida el bramido que escuchó. Durante el terremoto, del suelo venía un sonido terrorífico, como el bramido de una vaca gigantesca. Era como si la tierra estuviera gritando.
En total, es el cálculo, se afectaron 14 mil edificaciones. 2470 casas se cayeron; 6885 sufrieron daños superiores al 50% de la estructura; 4500, daños menores. Para limpiar la ciudad de tanto escombro se requirieron 40 mil viajes de volquetas.
El arquitecto Juan José Bonilla piensa que la razón de tanto desastre era que las edificaciones de la época estaban construidas, en su gran mayoría, de adobe, una masa de barro hecha de arcilla, arena, paja, altamente vulnerable a los sismos. Y a eso se le sumó que los propietarios de las viviendas no le hacían mantenimiento a las maderas de vigas y techos. Barrían el gorgojo cada mañana con la fe de que seguirían firmes por el resto de los días.
El arquitecto José Alonso Montero agrega otro dato: en los años 70 llegó la moda de los closets empotrados en las paredes. Entonces las perforaban, las hacían más delgadas, las debilitaban.
Y para rematar la ciudad se fundó alrededor de fallas geológicas de nombres bonitos como Romeral, El Crucero, La Estrella, Bolívar - Almaguer, Rosas - Julumito, Paispamba, Sotará y eso es como vivir sobre una maldición.
El arquitecto Juan José Bonilla advierte entonces que Colombia le debe mucho a Popayán. El sismo de 1983 fue una lección para todos. Un año después, en 1984, se elaboró el Código Colombiano de Construcciones Sismorresistentes.
Popayán se reconstruyó bajo esas normas, utilizando concreto y hierro. Quizá un temblor como el de hace 30 años no genere el mismo caos, supone el arquitecto. El ejemplo son los sismos que ha padecido la región en los últimos años. No ha pasado nada más allá del susto, pero nunca se sabe.
Palmiro camina ahora hacia el Teatro Bolívar. Allí un movimiento cultural, el Colectivo 83, programó una exposición de fotos del terremoto. Se llama, la exposición, ‘18 segundos, se busca ciudad’. El terremoto duró exactamente eso, 18 segundos que acabaron con 448 años de historia.
Una de las fotos expuestas se la tomaron justamente a Palmiro. Está saliendo de La Catedral, sin camisa, con un revólver metido en el pantalón, cargando con tres hombres la efigie del santo Ecce Homo, el patrono de Popayán. Quedó intacto a pesar de la caída de la cúpula.
La foto se ha reproducido en varios libros sobre la tragedia. Algunos de los que la observan dicen que el revólver es un símbolo de lo que sucedía. Dicen que fueron tantos los saqueadores que aparecieron después del terremoto que había que andar armado para cuidar los muebles. Palmiro se ríe. El revólver no indica nada. Él, en 1983, era el administrador del matadero municipal y por eso tenía el arma. No hay más.
En el Teatro Bolívar se encuentra Luis Guillermo Salazar. Camina, mira, recuerda. Era el alcalde de Popayán el día de la tragedia. Fue la única autoridad que no salió del Centro Histórico que había quedado destruido, a pesar que la fachada de la Alcaldía colapsó. Se quedó, dice, por una razón: como no había energía eléctrica en la ciudad, puso una planta para prender los bombillos del Parque Caldas, en el centro. La gente, atraída por los focos, llegaba desde todos los barrios. Así el alcalde se enteraba de las necesidades de la ciudad sin tener que recorrer cada zona.
- El terremoto me enseñó a escuchar a las personas.
Salazar recuerda que el proceso de reconstrucción de la ciudad empezó el mismo día de la tragedia, con la llegada del Presidente Belisario Betancur. Primero, se elaboró un plan para abastecer de agua, comida y techo a los damnificados. Las ayudas llegaron de toda Colombia. Era lo urgente. Después se trazó el plan de reconstrucción a largo plazo y para ello se fundó la Corporación para la Reconstrucción y Desarrollo de Popayán, CRC.
El gobierno de Belisario, entonces, a través de un crédito con el Banco Mundial, destinó 80 millones de dólares. 40 se invertirían en la reconstrucción física de la ciudad, el resto para la reconstrucción económica y social. Pero esa plata, la de desarrollo social, jamás llegó, dice el exalcalde.
Con los recursos, pensaba, se pudo haber construido una represa. Era un proyecto que tenía diseñado días antes del terremoto. La represa le generaría energía a Popayán y al Cauca, desarrollo turístico y agrícola, además de 8.500 empleos, entre directos e indirectos. El proyecto fue aprobado por Belisario, que en los días del terremoto buscaba la manera de dinamizar la economía de Popayán. Pero la represa jamás se construyó. Quizá fue el cambio de gobierno, de presidente, cree Salazar. En todo caso el no haberse construido podría explicar parte del drama social que padece Popayán.
Para volver a levantar las casas muchos accedieron a créditos con el Banco Central Hipotecario, y algunos, que se quedaron sin trabajo por el terremoto, no pudieron cumplir los pagos, perdieron lo que tenían. Popayán también es conocida como la ciudad de las hipotecas.
Y tras el terremoto, llegaron 26.400 personas de diferentes zonas del Cauca y Colombia. Unos eran víctimas delterremoto que vivían en pueblos afectados como Cajibío, Cajete, Santa Rosa, Julumito, Zarzal. Otros fueron oportunistas que llegaron con la idea de que les dieran casas gratis. Y la ciudad creció sin control hacia la periferia. Antes del terremoto Popayán no tenía invasiones. Hoy registra decenas. Y para tanta gente no hay empleo.
Popayán es la segunda ciudad con mayor índice de desempleo en Colombia. Además, se queja su gente, se volvió insegura. Los atracos son diarios y se roban desde el pelo de las muchachas hasta contadores de agua, Cristos de las parroquias, joyas del Museo de Arte Religioso.
Pero no solo el terremoto generó desplazamiento hacia la ciudad. También el conflicto armado que libra el Estado con el Frente VI de las Farc. El Alcalde actual, Francisco Fuentes, asegura que son 70 mil los desplazados que alberga Popayán por culpa de la guerra. El director de Planeación, Carlos Horacio Gómez, agrega que no se atreve a dar cifras del número de barrios e invasiones porque nadie las sabe. Al mes pueden levantarse 20, 30 casas debido al desplazamiento que genera la violencia. Y además de las migraciones, el conflicto ha impedido que lleguen industrias para generar puestos de trabajo.
Treinta años después del terremoto, entonces, se tiene una certeza: no solo la furia la tierra ha golpeado a la gente de la ciudad blanca de Colombia.
El arquitecto Juan José Bonilla advierte entonces que Colombia le debe mucho a Popayán. El sismo de 1983 fue una lección para todos. Un año después, en 1984, se elaboró el Código Colombiano de Construcciones Sismorresistentes.
Popayán se reconstruyó bajo esas normas, utilizando concreto y hierro. Quizá un temblor como el de hace 30 años no genere el mismo caos, supone el arquitecto. El ejemplo son los sismos que ha padecido la región en los últimos años. No ha pasado nada más allá del susto, pero nunca se sabe.
Palmiro camina ahora hacia el Teatro Bolívar. Allí un movimiento cultural, el Colectivo 83, programó una exposición de fotos del terremoto. Se llama, la exposición, ‘18 segundos, se busca ciudad’. El terremoto duró exactamente eso, 18 segundos que acabaron con 448 años de historia.
Una de las fotos expuestas se la tomaron justamente a Palmiro. Está saliendo de La Catedral, sin camisa, con un revólver metido en el pantalón, cargando con tres hombres la efigie del santo Ecce Homo, el patrono de Popayán. Quedó intacto a pesar de la caída de la cúpula.
La foto se ha reproducido en varios libros sobre la tragedia. Algunos de los que la observan dicen que el revólver es un símbolo de lo que sucedía. Dicen que fueron tantos los saqueadores que aparecieron después del terremoto que había que andar armado para cuidar los muebles. Palmiro se ríe. El revólver no indica nada. Él, en 1983, era el administrador del matadero municipal y por eso tenía el arma. No hay más.
En el Teatro Bolívar se encuentra Luis Guillermo Salazar. Camina, mira, recuerda. Era el alcalde de Popayán el día de la tragedia. Fue la única autoridad que no salió del Centro Histórico que había quedado destruido, a pesar que la fachada de la Alcaldía colapsó. Se quedó, dice, por una razón: como no había energía eléctrica en la ciudad, puso una planta para prender los bombillos del Parque Caldas, en el centro. La gente, atraída por los focos, llegaba desde todos los barrios. Así el alcalde se enteraba de las necesidades de la ciudad sin tener que recorrer cada zona.
- El terremoto me enseñó a escuchar a las personas.
Salazar recuerda que el proceso de reconstrucción de la ciudad empezó el mismo día de la tragedia, con la llegada del Presidente Belisario Betancur. Primero, se elaboró un plan para abastecer de agua, comida y techo a los damnificados. Las ayudas llegaron de toda Colombia. Era lo urgente. Después se trazó el plan de reconstrucción a largo plazo y para ello se fundó la Corporación para la Reconstrucción y Desarrollo de Popayán, CRC.
El gobierno de Belisario, entonces, a través de un crédito con el Banco Mundial, destinó 80 millones de dólares. 40 se invertirían en la reconstrucción física de la ciudad, el resto para la reconstrucción económica y social. Pero esa plata, la de desarrollo social, jamás llegó, dice el exalcalde.
Con los recursos, pensaba, se pudo haber construido una represa. Era un proyecto que tenía diseñado días antes del terremoto. La represa le generaría energía a Popayán y al Cauca, desarrollo turístico y agrícola, además de 8.500 empleos, entre directos e indirectos. El proyecto fue aprobado por Belisario, que en los días del terremoto buscaba la manera de dinamizar la economía de Popayán. Pero la represa jamás se construyó. Quizá fue el cambio de gobierno, de presidente, cree Salazar. En todo caso el no haberse construido podría explicar parte del drama social que padece Popayán.
Para volver a levantar las casas muchos accedieron a créditos con el Banco Central Hipotecario, y algunos, que se quedaron sin trabajo por el terremoto, no pudieron cumplir los pagos, perdieron lo que tenían. Popayán también es conocida como la ciudad de las hipotecas.
Y tras el terremoto, llegaron 26.400 personas de diferentes zonas del Cauca y Colombia. Unos eran víctimas delterremoto que vivían en pueblos afectados como Cajibío, Cajete, Santa Rosa, Julumito, Zarzal. Otros fueron oportunistas que llegaron con la idea de que les dieran casas gratis. Y la ciudad creció sin control hacia la periferia. Antes del terremoto Popayán no tenía invasiones. Hoy registra decenas. Y para tanta gente no hay empleo.
Popayán es la segunda ciudad con mayor índice de desempleo en Colombia. Además, se queja su gente, se volvió insegura. Los atracos son diarios y se roban desde el pelo de las muchachas hasta contadores de agua, Cristos de las parroquias, joyas del Museo de Arte Religioso.
Pero no solo el terremoto generó desplazamiento hacia la ciudad. También el conflicto armado que libra el Estado con el Frente VI de las Farc. El Alcalde actual, Francisco Fuentes, asegura que son 70 mil los desplazados que alberga Popayán por culpa de la guerra. El director de Planeación, Carlos Horacio Gómez, agrega que no se atreve a dar cifras del número de barrios e invasiones porque nadie las sabe. Al mes pueden levantarse 20, 30 casas debido al desplazamiento que genera la violencia. Y además de las migraciones, el conflicto ha impedido que lleguen industrias para generar puestos de trabajo.
Treinta años después del terremoto, entonces, se tiene una certeza: no solo la furia la tierra ha golpeado a la gente de la ciudad blanca de Colombia.
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