martes, mayo 08, 2012

El pueblo de la paz perpetua





Usiacurí, un municipio del Atlántico, completó en 2011 diez años sin que se haya registrado un solo homicidio. Crónica de una tierra de artesanos que hoy es símbolo de esperanza para un país agotado por la guerra.



Por Santiago Cruz Hoyos
Enviado Especial El País

Aquí en Usiacurí aún persiste una vieja costumbre. Cuando – a veces pasa – se va la energía eléctrica en la noche, los habitantes del pueblo abren de par en par las puertas de sus casas. Después ubican sus colchones en la sala, o cerca al comedor, y ahí duermen a pierna suelta, tranquilos. Esa es la única manera, explica don Óscar Peña, de combatir el calor. Como no se puede prender el abanico (ventilador) entonces hay que recibir el viento natural que entra fogoso para poder pegar el ojo.

Y no, no pasa nada, agrega don Óscar, presidente del Consejo Territorial de Planeación del municipio. En Usiacurí no roban a nadie así esté profundo y con la puerta de la casa abierta. Incluso - pone otro ejemplo - usted se puede quedar dormido en el Parque La Convivencia y no existe el menor riesgo de que lo atraquen. Si acaso le esconderán los zapatos. Pero será apenas una broma. Seguro.


Don Óscar, ahora que le preguntan por homicidios que hayan sucedido en Usiacurí, recuerda uno que se registró en los 70. Un campesino resultó muerto de un tiro. Pero, es su versión, parece que fue un crimen accidental. Resulta que el campesino estaba tomando licor con un hombre armado. El hombre sacó el revólver y se puso a jugar, empezó a darle vueltas al arma encima de la mesa. Hasta que el aparato se disparó.


Sin embargo, los muertos por homicidio en Usiacurí son casos esporádicos, una rareza. En toda la historia del pueblo los crímenes se podrían contar con los dedos de una sola mano. El municipio, por cierto, llegó a cumplir en 2011 una década sin que se presentara un solo asesinato. La estadística podría haber seguido, sino hubiera aparecido un desamor. Ya se contará esa historia.


Ahora a don Óscar le preguntan por qué esta tierra ha permanecido blindada ante la violencia. Por qué aquí el orden no se altera, la gente se muere de vieja, los hijos entierran a sus padres y no al revés, como pasa en el resto del país. ¿Cuál es el secreto de la paz de Usiacurí que Colombia debe conocer?


Parte de la respuesta, dice, está en la idiosincrasia de los habitantes, en la cultura, que los ha convertido en seres pacíficos. Pero debe haber algo más.



II

Usiacurí es un municipio del departamento del Atlántico. Está, en bus, a unos 45 minutos de Barranquilla. Para llegar se debe tomar un taxi hasta el centro de esa ciudad, arribar a un terminal pirata, buscar el viejo vehículo pintado de azul que tiene una placa en el vidrio panorámico con el nombre de Usiacurí. El pasaje cuesta $3.200 y el bus irá muy despacio mientras va recogiendo pasajeros que llevan bultos de pescado, cajas con pollos recién nacidos. En el radio suenan vallenatos y más de uno lo tararea, lo baila sentado. Los nacidos en esta región de Colombia sólo necesitan escuchar un acordeón para hacer de la existencia un carnaval, para justificar que este mundo vale la pena. Nada más.


Un gran monumento con forma de araña – la Musa de los Tejedores se llama– anuncia la llegada al municipio. Usiacurí es un pueblo de artesanos y tejedores que trabajan la palma de iraca. Con la palma hacen individuales para comedor, monederos, zapatos, bolsos, pulseras, aretes. El pueblo subsiste, en parte, gracias a las artesanías. Luz Márquez, gerente de la cooperativa que agremia a los artesanos, calcula que el 90% de los casi 10.000 habitantes de Usiacurí dominan ese oficio que se aprende en casa generación tras generación, aunque no todos lo ejercen. Algunos prefieren trabajar en el campo en cultivos o ganadería; otros viajan hasta Barranquilla para laborar. A propósito, el 75% de la población está subsidiada por el Sisbén.

La tradición de las artesanías es heredada de los indígenas. El cacique amo de estos contornos se llamó Curí. De ahí viene el nombre del pueblo. Bienvenido de la Hoz, historiador empírico del municipio –así se presenta-, cuenta además que los indígenas llegaron a esta tierra atraídos por los pozos de aguas medicinales que les servían también para cultivar en épocas de verano.


Los pozos aún existen y cada uno cura una enfermedad distinta, dice Bienvenido. Desde problemas de circulación hasta infertilidad.


En busca de esas aguas milagrosas que le sanaran sus problemas gástricos también llegó a Usiacurí un reconocido poeta colombiano: Julio Flórez. Se amañó tanto que se quedó a vivir en el pueblo. Su casa – en donde está su tumba - fue convertida en museo y es otro de los ganchos turísticos del municipio. Pero sin duda lo que más atrae de este paraje es la paz que ha mantenido.


El viejo bus acaba de frenar frente a la sede de la Alcaldía.



III

Es miércoles 14 de marzo de 2012. La temperatura en Usiacurí debe llegar a los 26 grados centígrados. Algunas mujeres que caminan por ahí se protegen del sol con sombrillas. El viento también ayuda a sofocar el calor. La brisa por momentos es tan fuerte que las mecedoras que están en los antejardines de algunas casas se mueven solas, como si hubiera fantasmas ahí sentados. El pueblo, a esta hora, las 10:00 de la mañana, está silencioso. Así permanecerá a lo largo del día. Jaime Márquez Bandera, funcionario de la Alcaldía, informa que excepto los fines de semana, cuando cantinas como ‘Me recordarás’ abren, Usiacurí es así, callado, casi mudo. Tal vez eso se debe a que en las casas se tejen las artesanías mañana y tarde. Y es un trabajo que exige concentración, silencio, paciencia. Estrella Angulo, artesana, contó que para terminar un juego de individuales de seis puestos puede tardar tres días.


En este momento Jaime Márquez camina por las calles de Usiacurí. Mientras avanza va saludando a cuanto transeúnte se le aparece. De todos se sabe el nombre, el apellido, su lugar exacto de residencia. Jaime tiene 38 años y como muchos de los habitantes del municipio, jamás se le ha ocurrido irse a vivir a otro lado. Más tarde, en el almuerzo, dirá entonces que esa debe ser la clave para entender el por qué de la paz de Usiacurí. Este es un pueblo de gente que se conoce desde hace décadas, es una tierra de amigos.


El padre Gerardo Niebles está de acuerdo con esa teoría. Sentado en la sala de la casa cural explica que Usiacurí es un municipio de personas solidarias que cuidan la vida del otro como si fuera la propia. Sin embargo, el sacerdote agrega un dato más que también podría explicar la tranquilidad perpetua de Usiacurí: las artesanías. Como los niños, las mujeres, los hombres, los ancianos permanecen ocupados tejiendo, diseñando, con la mente concentrada todo el día, eso ha servido para que nadie vaya por ahí ofuscado con ganas de buscarse problemas.



El alcalde William Bresneider Alvear agrega además que en Usiacurí hay una cultura ciudadana sólida. Mire no más las calles, dice. Están limpias, sin un solo papel por ahí tirado. Es cierto. Usiacurí es un municipio aseado. Entonces, sigue el Alcalde, esa cultura ciudadana también ha servido para que el pueblo se proteja.

Se explica: cada que llegan personas extrañas, cada que los habitantes observan un hecho sospechoso que pueda atentar contra su tranquilidad, lo denuncian. Llaman a la casa del Alcalde o llaman a Érika Cruz, la comandante de la estación de policía que está a cargo de doce agentes. Entre comunidad y autoridades, curioso en este país, hay una relación estrecha, íntima, de amistad. Érika Cruz cuenta que incluso a veces que sale a patrullar las calles la gente la invita a seguir a su casa, le ofrecen tinto, venga y vemos el noticiero. Eso, piensa, ayuda a mantener la calma de Usuacurí.

Los policías de este pueblo deben ser los más felices de Colombia. No tienen que lidiar con las Farc o paramilitares, ni siquiera con pandillas. En cambio atienden casos de gallinas robadas, un par de trompadas que se dieron dos borrachitos o esporádicos casos de violencia intrafamiliar. Los delincuentes que persiguen son los jíbaros que han llegado a Usiacurí a expender droga entre los muchachos. El problema ya está detectado y el Alcalde dice que tiene toda su atención puesta en el asunto. Sabe que jóvenes drogadictos pueden romper la armonía del pueblo.


Los agentes de policía atienden ese tipo de casos o como el de este momento: un patrullero habla por radio, se afana, interrumpe a la comandante Érika para informarle de un hombre que acaban de detener. Llevaba elementos de limpieza avaluados en $120.000 sin factura...



Pero claro, en Usiacurí no todo es rosa. El pueblo no tiene alcantarillado, las vías terciarias están descuidadas y aunque se quiere promover el turismo aún no hay un sólo hotel. Tampoco bancos. Esto último, a lo mejor, es un motivo para que los delincuentes no asomen las narices por estos lados.



Hay un déficit de vivienda y para rematar, la pasada ola invernal provocó deslizamientos que arrasaron casas.


Ese déficit de vivienda, sin embargo, cree Elena Marchena, jefe de enfermería del centro médico del pueblo, también podría explicar la paz de Usiacurí. Mire usted: en el pueblo existen familias que habitan una sola casa. También son decenas los hijos que han construido sus viviendas enseguida de la casa paterna. Es decir, explica Elena, que en Usiacurí el núcleo familiar se ha mantenido sólido, unido, y eso ha permitido que los jóvenes crezcan con valores arraigados como el respeto al otro, a la vida del otro. La paz de Usiacurí se gesta de puertas para adentro.


El último crimen, sin embargo, sucedió hace un año. Fue, dice la gente, por celos, por desamor. Alcibiades Blanco, un hombre de 27 años, llevó a su pareja, Mary Cruz, hasta el cerro conocido popularmente como ‘El santo Cachón’ porque los novios acostumbran a subir allá a declararse amor eterno en medio de besos apasionados. Allí Alcibiades ahorcó a Mary y después él mismo se quitó la vida con los cordones de unos zapatos. Nadie sabe cuándo sucedió el asesinato, porque los cuerpos fueron encontrados meses después por un campesino que fue a cortar leña. El récord de diez años sin homicidios en Usiacurí se cortó desde entonces. Elena Marchena insiste, sin embargo, en que homicidios en Usiacurí son cosa extraña y añade que en Urgencias se incrementaron los casos de accidentados en moto, pero que nadie llegó hasta allá por heridas de arma de fuego o corto punzantes.


En Usiacurí, pueblo ejemplo para Colombia, sentencia la enfermera, la gente se muere de vieja, no por balas, no por puñaladas.



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