Héctor Abad Faciolince publica un nuevo libro: ‘Testamento involuntario’. Son poemas. Poemas escritos con mucho miedo durante los últimos años. El libro está dedicado a Daniel, un amigo de infancia que de tanto desamor y tanto verso se pegó un tiro.
Por Santiago Cruz Hoyos
Gaceta - El País
Fotos Cortesía Alfaguara
Los poemas los escribió durante años, “en cuadernos y papeles dispersos”. Los escribió - escribe - con miedo, “como quien sufre de vértigo y se asoma al vacío de un acantilado”.Es que resulta que muy niño, a los trece años, fue que empezó a escribir poesía a escondidas. Él junto con su mejor amigo, Daniel Echavarría, “desconociendo el peligro al que nos exponíamos”.
Hasta que Daniel, atribulado por desamores y palabras y poemas propios, no aguantó más esta vida y se pegó un tiro en el paladar. Tenía 17 años.
Por eso, en parte, el miedo. Por eso Héctor Abad Faciolince dejó de escribir poesía, para no repetir el destino de su amigo, “y me refugié en la serena superficie de la prosa”. De vez en cuando, muy de vez en cuando, se acercaba de nuevo al peligro, al filo, volvía a ser poeta.
Esos versos escritos al borde del abismo los acaba de publicar en un libro que se llama ‘Testamento Involuntario’ (Alfaguara). Se llama así porque Héctor no cree que vuelva a acercarse a la poesía, y esta obra fungirá entonces como su testamento poético, “lo poco que puedo dejar en este género después de más de media vida dedicada a juntar una palabra con otra”.
El libro está dedicado a Daniel, por supuesto.
II
Héctor Abad; ¿qué es un poeta?
Alguien capaz de usar las palabras para decir de la manera más precisa, armoniosa y económica, algunas verdades que los demás solamente intuimos confusamente y apenas podemos balbucir. Alguien que ve más, siente más, y es capaz de traducir al lenguaje esa experiencia exacerbada.
¿Y la poesía?
Poesía es el resultado de lo que hacen los buenos poetas. No es un amanecer, o un atardecer, o el amor correspondido, o una rosa rosada; eso es lo que los malos poetas llaman poesía, pero son simplemente situaciones agradables o posible presencia de espinas.
¿Y usted en realidad por qué le tiene miedo a la poesía? Yo no sé si es porque a ese género se le mira tan lejos, como de gente superior, como de genios, como un asunto reservado para alguien que tenga un apellido como Pessoa o Greiff…
Los poetas, en general, no son genios. Creo que hay buenos poetas geniales e incluso uno que otro poeta muy bruto (y en general no muy bueno). Los apellidos son todos idénticos; ni buenos ni malos. Simplemente hay algunas personas que han sido capaces de hacerle honor a su apellido corriente, y es eso lo que hace que sus nombres nos parezcan importantes. Le tengo cierto respeto a la poesía porque me acerca a la muerte como tema y como realidad; por eso me acerco a ella con respeto, incluso con humildad: ser buen poeta es casi imposible.
¿Y para qué sirve leer poesía?
Creo que la poesía es la más decantada de las artes que se practican con las palabras. García Márquez, que es un genio de la prosa y de la crónica, ha sido un gran lector de poesía, e incluso en sus libros uno descubre versos de Rubén Darío, de los poetas piedracelistas, de otros.
Los poetas -quiero decir los buenos poetas- son los que más nos enseñan el uso creativo y novedoso de esta herramienta de palabras que es el lenguaje. Cualquiera que desee dedicarse a un ejercicio con palabras debería leer a los grandes poetas de la propia lengua, por lo menos. Lo más novedoso, lo más arriesgado, lo más insólito en el uso de las palabras, es eso a lo que los poetas se han atrevido. La poesía es una lección de abismo, pero también de profunda recuperación del pensamiento más hondo gracias al buen uso de las palabras en toda su extensión: sonora, expresiva, significativa, precisa, directa, implícita, explícita… todo.
A propósito de crónicas: sus poemas en realidad son historias. ‘Virginidad’ narra la historia de una niña enamorada de usted; ‘Rutina’, describe esos comportamientos que repetimos desde que nos levantamos; ‘Manicomio’, la historia de sus hermanas. Poemas – historias…
Cada sección de este libro se abre, en efecto, con un poema narrativo, es decir con un poema que cuenta una historia. Son los poemas más largos del libro. En el origen la poesía contaba historias (en la épica, en los romances, en los cantares y canciones); después la poesía se fue convirtiendo en algo demasiado íntimo y expresivo. A mí me gustan todas las escuelas: la de lo expresivo, la de la experiencia, la intimista, pero también la narrativa.
Hablemos sobre Daniel Echavarría. ¿Se acuerda de un poema de él? ¿Por qué la poesía no pudo salvarlo?
No recuerdo ningún poema de Daniel de memoria. Tal vez sus poemas no eran memorables; eran los primeros balbuceos de dos adolescentes que leían a Machado, a Miguel Hernández, a Neruda y a Carlos Castro Saavedra; no todas eran buenas influencias, y nosotros estábamos apenas aprendiendo a entender qué era la poesía. Pero él me enseñó la seriedad y la importancia del oficio de jugar con las palabras. Él se pasaba las noches escribiendo, y al otro día por la tarde me leía lo que había escrito. Estoy seguro de que algún verso era bueno, pero por desgracia no recuerdo ninguno.
La poesía no salva a nadie, y por eso tampoco pudo salvarlo a él. La poesía incluso puede producir lo contrario: una condena a la hipersensibilidad, a tratar de percibir el mundo con una amplificación de lupa, de microscopio, de telescopio, y eso puede ser muy doloroso, porque intensifica lo absurdo, lo horrible. Quizá Daniel no pudo aguantar su exceso de sensibilidad para traducir el mundo a las palabras.
Héctor, ¿y por qué este libro es su Testamento Involuntario?
Porque no sé si vuelva a escribir poesía. No es mi testamento en el sentido de una herencia material o literaria, pero sí podría ser mi testamento poético: lo poco que puedo dejar en este género después de más de media vida dedicada a juntar una palabra con otra.
Involuntario porque la poesía es involuntaria: uno no puede escribir poemas con un esfuerzo de la voluntad. Los poetas no son perezosos; lo que pasa es que a un poeta no le sirve de nada esforzarse, ser disciplinado, levantarse a las seis o acostarse a las once. La poesía llega porque sí, y no sabemos por qué ni a dónde van a brotar sus palabras. Hay personas que reciben el soplo de la poesía y personas que no. Y además ese soplo es casual, caprichoso, intermitente. Leer poesía ayuda a oír las posibles señales poéticas que se nos ocurren en la cabeza, pero no garantiza que escribiremos buenas poesías. Si mucho lo que nos da es la capacidad de distinguir lo poético de lo falsamente poético, que es la mayoría. Uno puede oír un verso bueno por la calle, en un bus, pero hay que tener el oído muy afinado para poderlo distinguir en medio de tanto ruido y de tantas palabras vacías, repetitivas, sosas.
¿Pero cómo se da eso de la poesía en Héctor Abad?
Como dice el Evangelio, el Espíritu sopla donde quiere. A veces puede soplar en la cabeza de un asno; la poesía sopla donde quiere y cuando le da la gana. Hay, sin embargo, cosas que ayudan: soledad, silencio, incomunicación (estar por ejemplo en un sitio donde no se entiende ni una palabra de la lengua). Y curiosamente creo que cierta melancolía le conviene más a la poesía que la exaltación de la felicidad. Incluso los poetas llenos de humor no oyen sus burlas en una farra, sino más bien en un entierro.
Usted escribe en el libro que “el poeta que consigue combinar varias palabras en una frase perfecta, siente un antiguo goce animal”. ¿Cómo es eso?
El goce animal es el que no pasa por nuestra cabeza consciente y pensante. Es el gusto por una comida, por saciar la sed o el deseo, por sentir un calor, una caricia, un roce sin que nada de esto esté contaminado por el pensamiento. El goce animal puede ser bañarse en el aguacero, o en un río, mirar un árbol, comerse un trébol, acostarse en la hierba a mirar las nubes, pero con la mente en blanco.
Hablemos de las ciudades de estos poemas: fueron escritos en Caracas, Lisboa, Moscú... ¿se viaja solo y entonces se escribe poesía?
La soledad de los viajes ayuda a oír a ese compañero que siempre va con uno, que es, precisamente, el que de vez en cuando está de humor para dictarnos un poema, o al menos un buen verso. Los viajes sirven para salirse de la rutina y del ruido de la vida cotidiana. La mente, el oído, la sensibilidad animal se aguzan, y a veces, entonces, sopla una cosa en el cráneo que nos dice una buena combinación de palabras.
Por último, un comentario: acabo de terminar de leer su libro y le cuento que quedé con ganas de leer poesía. Ahora mismo voy a la librería. ¿Usted qué me recomendaría?
Si una novela da ganas de leer otras novelas; si una crónica despierta el deseo de volver a comprar periódicos, si una poesía hace pensar que tal vez valga la pena leer poesía… es buena seña. Consígase ‘Principio y Fin’, de Szymborska; ‘Juan de Mairena’, de Antonio Machado; ‘Las personas del verbo de Gil’, de Biedma; ‘Montañas’, de José Manuel Arango o el último libro de Piedad Bonnett. También le aconsejo una poeta canadiense, Anne Carson.
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pero que impactante la decision que tomo su amigo de infancia Diego
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