Julián Eduardo Gutiérrez se graduó del colegio Santa Librada y, ahora, a los 28 años, es investigador en la Universidad de Cambridge. Retrato de un joven que no conoce de límites, de imposibles.
Por Santiago Cruz Hoyos
EL PAÍS - Cali
El muchacho, hijo de los profesores Julio César Gutiérrez Rojas y Cecilia Santiago Barreto, nace en el corregimiento La Tulia, municipio de Bolívar, Valle del Cauca, el 28 de septiembre de 1982. Allá vive tres años junto con su familia, en un apartamento construído dentro de las instalaciones del colegio Manuel Dolores Mondragón, donde su padre dictaba clases de matemáticas. Tal vez eso de vivir en la propia academia le definió el destino, quién sabe.
Porque de La Tulia, la familia viaja al municipio de Roldanillo. Allá el muchacho crece, estudia en el jardín infantil Los Gorroncitos y en la Normal Nacional Jorge Isaacs, obtiene las mejores calificaciones, le entregan diplomas de honor, cumple 10 años.
Entonces se muda para Cali en busca de más educación, oportunidades. Debido a problemas económicos (su padre había muerto en Roldanillo) entra a un colegio público: el Santa Librada. Allí recibe diplomas, le entregan la Medalla de Oro General Francisco de Paula Santander como el mejor bachiller y la medalla al mejor Icfes del colegio en 1999. Sacó 378 puntos.
Por esos logros fue elegido como uno de los becarios del Programa Mazos de Infivalle. Gracias a ese programa, se matricula en la Universidad Javeriana también becado, e hizo lo que pocos logran: graduarse, con honor a la excelencia humana y académica, de dos carreras: ingeniería electrónica e ingeniería de sistemas.
También fue de los mejores en las Pruebas Ecaes y su tesis de grado se calificó con un 5.0, la nota más alta. Esa tesis fue enviada al Concurso Nacional Otto de Greiff que premia los mejores trabajos de grado. Recibió mención de honor.
Pero el muchacho no conoce de límites. En la Universidad ingresa al grupo de investigación Avispa, donde inició un trabajo en cálculos de procesos, lenguajes matemáticos para el estudio de sistemas. Porque el muchacho ama las matemáticas, las ciencias, y explica que la informática, en su caso, “es simplemente una posible aplicación de esos conocimientos”.
Estando ahí, en el grupo Avispa, aparece una oportunidad: estudiar inglés en Brighton, Inglaterra. Viaja, y en esas tierras lejanas aplica para cursar un doctorado y trabajar en Lógica Matemática y Teoría de la Concurrencia.
La aplicación la envió a la Universidad de Edimburgo, en Escocia. El muchacho es admitido y sus estudios los financia una beca del gobierno británico. Le gusta Edimburgo, la capital y la segunda ciudad más grande del país.
Allá escribe su tesis doctoral que trata temas como teoría de juegos, teoría de la concurrencia y lógica matemática. Esa tesis es tan elogiada, que revistas como ‘Lectures Notes in Computer Science’ e ‘Information and Computation’ publican sus resultados.
Se insiste. El muchacho no sabe de límites, de imposibles. Después del doctorado en Edimburgo, aplica en la Universidad de Cambridge, Reino Unido, para adelantar un postdoctorado en el Laboratorio de Computación. Lo aceptaron. Ahora trabaja en ese laboratorio. Es investigador asociado.
El muchacho, por cierto, se llama Julián Eduardo Gutiérrez Santiago. Tiene, apenas, 28 años. Estamos ante una mente brillante.
II
Leyendo la historia contada así el lector podría imaginar a Julián con gafas, peinado de medio lado, sin novia, entregado tiempo completo al estudio. No es así. Su novia se llama Teresa, la conoció en Cali, y en el Reino Unido está terminando un doctorado en computación. Sobre el estudio, Julián recomienda no dedicarse 100%: “La vida es mucho más que eso”.
Su madre, Cecilia Santiago, confirma que su hijo llegaba a casa con las tareas terminadas desde el colegio y se entregaba sin remordimientos a la televisión, al fútbol, al voleibol, el Kung Fu, deporte que practicó durante cinco años. También leía biografías de científicos, de filósofos, y escuchaba rock, blues. En su cuarto de Cali, por cierto, hay un cuadro de los Guns N' Roses y en su trabajo actual la música es fundamental: “me ayuda a enfocarme, bloquear las distracciones externas”.
Pero Julián debe tener, sin duda, algo distinto al resto de los estudiantes promedio de este país, de este mundo.
Sólo en ese cuarto suyo hay colgadas 40 medallas, la mayoría en reconocimiento a sus logros académicos. En una carpeta roja y robusta, además, su madre guarda todos sus diplomas. Son tantos que los desparrama sobre una cama y el tendido queda oculto debajo de tanto papel. ¿Qué tendrá de distinto entonces?
El profesor Camilo Rueda, de la Javeriana, intenta descifrarlo: “Julián tiene una capacidad de abstracción sobresaliente. De la descripción de un problema de tecnología, es capaz de identificar rápidamente los aspectos que son esenciales y la manera de representarlos mediante formalismos matemáticos. Otra cualidad es su iniciativa, que le posibilita imaginar líneas de trabajo provechosas, y su gran persistencia, que le permite desarrollarlas pacientemente. Y se le veía una pasión por la disciplina que iba mucho más allá del deseo de tener una calificación profesional. Su interés estaba en las posibilidades de la propia disciplina de la computación y no en cómo usarla en su desempeño profesional”.
La psicóloga Gloria Hurtado, que lo conoce porque fue su orientadora en el programa Mazos, sospecha por otro lado que la muerte del padre de Julián – un educador recordado por su inteligencia- lo marcó para siempre. El sufrimiento de esa muerte hizo del muchacho un hombre diferente, sospecha Gloria H. Y agrega: “A Julián lo recuerdo como un joven de profundas reflexiones. Es brillante, brillante, con una capacidad fuera de lo normal. Tan inteligente es, que en su interior podría tener una desesperanza, pero al enfocarse en el éxito intelectual, la esquivó. Si él se hubiera quedado en Colombia, no se le hubiera podido dar las posibilidades para que aproveche todo lo que tiene. De pronto, de haberse quedado, termina como un profesional frustrado”.
Su madre, Cecilia Santiago, cuenta por su parte que Julián heredó su disciplina, esa idea de hacer todo en la vida lo mejor posible, y también, de su padre, heredó la sabiduría. Tal vez todas esas voces expliquen por qué el muchacho es una mente brillante, tal vez haya algo más, qué importa.
III
En Cambridge, Julián trabaja en una investigación cuyo objetivo es definir modelos matemáticos que expliquen el funcionamiento de los sistemas de computación de hoy. También quiere desarrollar modelos muy básicos para estos sistemas. Es un explorador de problemas y soluciones.
Gloria H, cuenta Cecilia Santiago, pronosticó entonces que ante tanta curiosidad e inteligencia, el muchacho se iba a ganar alguna vez un Premio Nobel. ¿Será? Julián parece no estar pensando en aquello:
“Mi meta es muy modesta: en la parte laboral, mi interés es contribuir al desarrollo de mi área de trabajo con nuevas herramientas matemáticas que faciliten el estudio de los sistemas de cómputo. En eso estoy pero aún hay muchas ideas por explorar. En la parte no laboral, mi interés es vivir una vida tranquila y feliz con mi familia. La única meta es hacerlos felices de la misma forma en que ellos me hacen feliz a mí. Entre más simple y concreto el objetivo, más fácil de conseguir”.
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