jueves, septiembre 02, 2010

Boccia: el deporte de la concentración de los monjes





Se trata de un juego olímpico traído a Cali por los fisioterapeutas Camilo Ortega y Marcela Ramón y practicado por jóvenes con parálisis cerebral o discapacidades generadas por accidentes o balas perdidas. Crónica de vidas que olvidaron las depresiones.







Por Santiago Cruz Hoyos

Unidad de Crónicas y Reportajes EL PAÍS

Fotos Jorge Orozco




Y en el supermercado el caza talentos la vio y se paró en frente de su silla de ruedas, decidido. Después le puso un pie a una de las llantas para detenerla. Nathaly Ayala Camacho, 23 años, estudiante de diseño gráfico, iba ahí sentada.


El hombre, que se le presentó como Camilo Ortega, docente fisioterapeuta de la Universidad Santiago de Cali, le habló de un deporte extraño. Le dijo que ella, en esa silla y sólo con el movimiento del cuello (Nathaly es cuadripléjica, no puede mover ni las piernas ni los brazos), podía practicar un deporte de alto rendimiento: el boccia. Le contó que él y una compañera, la fisioterapeuta Marcela Ramón, habían conformando una Liga, un equipo. Y antes de despedirse le propuso que fuera al velódromo Alcides Niento Patiño para que viera cómo era el juego. Nathaly prometió ir. Cumplió.


Algo parecido le había sucedido a Carlos Ómar Pereira, 19 años, fan de los vallenatos, el reggaetón, la parranda. Estaba en un supermercado junto con Daniel y Carmenza, sus padres. El caza talentos y su compañera lo vieron en la silla de ruedas y abordaron a la familia en el acto.




Les hablaron sobre el boccia. Les propusieron que llevaran a Carlos Ómar a jugar. Daniel se sorprendió. Les preguntó que cómo se les ocurría que su hijo podría practicar algún deporte si sufre de parálisis cerebral. Al final lo convencieron y Carlos Ómar acudió al reclutamiento.


Las historias de encuentros inesperados entre Camilo Ortega, Marcela Ramón y sus pupilos siguieron dándose por toda la ciudad. Eran cosa del azar, o quizá del destino. Salían a un supermercado o a un centro comercial y se encontraban con algún muchacho con parálisis cerebral o discapacidad motriz y cuya única rutina era ver televisión, jugar en un computador, dormir, aburrirse. Todo en casa. Todo solos, aislados del mundo.


Entonces les hablaban del boccia, de la oportunidad de entrenar 4 veces por semana, conocer amigos, tal vez amores, viajar, ganar medallas, darse cuenta de que pueden valerse por sí mismos.


Al caza talentos, que anda en sudadera y chaqueta roja con porte de un jugador de fútbol en concentración, le creían y la comunidad boccia en Cali empezó a crecer. Llegaron José Ómar Marín, 28 años, quien sufre de parálisis cerebral desde niño debido a una fiebre que rebasó los 40 grados; John Anderson Mondragón, 27 años, actor en una película que se llama 'Petecuy' y vendedor de huevos en ese barrio, quien también sufre de parálisis cerebral desde nacimiento debido a un golpe en la cabeza; Carlos Andrés Gallego, 23 años, y quien desde hace 8 no puede caminar por una bala fantasma que fue disparada en su barrio, el Poblado II, en Aguablanca.


Ellos y unos 25 muchachos más que en esta mañana de un miércoles de agosto, juegan boccia con concentración de monjes en el Velódromo Alcides Nieto Patiño y forman parte de la Liga Vallecaucana de Parálisis Cerebral.


II El Boccia


Es como el juego del sapo. Un deporte familiar. Así se jugaba el boccia en los países nórdicos: Dinamarca, Finlandia, Noruega, Suecia.


En los años 70 se adaptó como deporte para personas con parálisis cerebral. En el mundo, de 1.000 bebés que nacen, 5 sufren de esta parálisis. Se trata de un trastorno permanente y no progresivo que afecta la motricidad. Quien lo padece pierde el control salival y sus movimientos son tan bruscos como los de un niño que da sus primeros pasos.


El trastorno se presenta en el embarazo, el parto o los primeros cinco años de vida. Lo puede causar un golpe. O la falta de oxígeno. Los factores son múltiples y no se conoce una cura, pero sí un deporte que mejora la calidad de vida.


El juego es sencillo. Se lanza una bola de boccia blanca al piso, en un área que forma la figura de una V. Los competidores se ubican de frente, a un metro y medio, y juegan con seis boccias de dos colores: azules y rojas. Pesan un poco más de media libra, están forradas en cuero y tienen el tamaño de dos bolas de tenis. Si se aprietan se siente lo mismo que empuñar una bolsa de semillas.


La idea es lanzar y dejar la mayor cantidad de bolas lo más cerca posible de la boccia blanca. Cada partido se juega en cuatro parciales o sets, que finalizan cuando los deportistas hacen sus seis lanzamientos. Al final gana el que más puntos obtenga en la sumatoria de todos los parciales.


El deporte se divide en diferentes categorías que dependen del nivel funcional de quien lo practique. Algunos deben lanzar con la boca. Sostienen con los labios un puntero, con la ayuda de un auxiliar ubican la boccia en un canalete, que es una especie de tobogán por donde rodará la bola impulsada por el movimiento de la cabeza hacia adelante y el contacto con el puntero, que de lejos se parece a la antena de una grabadora.


En la ciudad el deporte se empezó a practicar en el año 2006. Fue implementado por Camilo Ortega (27 años) y Marcela Ramón (35 años).


El boccia lo conocieron en una ponencia dada en un congreso de parálisis cerebral. Y empezaron a investigar. A enterarse que su práctica mejora la funcionalidad motriz. Y que ayuda a los deportistas a independizarse. Muchachos que no podían comer solos, lo logran. O chicos que lanzaban la boccia con una canaleta, al final pueden lanzarla con la mano.


El Valle es el departamento en donde mejor se juega este deporte. Lo dicen los números. De siete medallas de oro disputadas en el Campeonato Nacional de Parálisis Cerebral realizado en junio de este año, Valle obtuvo las siete. Camilo, el caza talentos, fue designado como director técnico de la Selección Colombia de boccia. Ya participó en la Copa América realizada en Canadá en 2009, donde con José Ómar Marín ganó una medalla de plata. También estuvo en Lisboa, Portugal, en el Mundial. Se llegó a segunda ronda. Ahora el objetivo son los Parlímpicos de Lóndres 2012.


A Nathaly, Carlos Ómar, Carlos Andrés, José Ómar, John Anderson, por su parte, la vida, con el boccia, les cambió de sentido. Hay medallas, viajes, torneos... reconocimientos por perseguir.


III Sus historias


Fue en un accidente en un río. Nathaly estaba nadando. Después quiso clavar desde una piedra ubicada a seis metros de la corriente. Lo hizo. No se golpeó con nada. Pero la presión del agua generó la lesión que la dejó cuadripléjica. Durante cinco meses permaneció en cuidados intensivos. Cuando en el hospital le dijeron que no podría volver a caminar, que no podía mover los brazos, ni las piernas, sólo el cuello, tragó grueso.


Después se le abrieron dos caminos: "el del papel de víctima o el otro, vivir". Escogió el segundo. Pero se aburría. De levantarse y estar todo el día frente a un televisor o un computador que controla con la voz. Fue cuando apareció el caza talentos con su propuesta de jugar boccia. Con el juego, Nathaly empezó a hacer amigos. También empezó a viajar y a conseguir medallas. Sobre su cuello se ha colgado 4 preseas de oro en torneos nacionales.


"El juego representa la posibilidad de salir de la inactividad", dice. También es la posibilidad de elevar el autoestima. Y ganar algo de dinero. A los deportistas de boccia de alto rendimiento, Indervalle les entrega una suma mensual para entrenar. El problema, aseguran algunos padres, es que hace meses no reciben un centavo. Es la historia repetida del deporte en el Valle.


A Carlos Ómar Pereira el no asistir a una práctica de boccia le representa un golpe al corazón. Llega al punto de llorar. Lo dice mientras suspende el entreno para le entrevista.


Carlos Ómar tiene parálisis cerebral debido a una bacteria que ingresó a su cuerpo cuando todavía estaba en la incubadora, en la clínica. Y como Nathaly, se deprimía de no hacer nada, de no salir, de no tener una novia. Ahora tiene una. Se llama Dennis y también juega boccia. El deporte, además de mejorar la movilidad, tiene el poder de reparar corazones rotos.


Al entreno, Carlos llega solo. Sus padres lo llevan hasta la estación del MIO de Chiminangos. Ahí se monta en su silla de ruedas. En la estación de la Plaza de Toros se baja y se encuentra con José Ómar Marín, que también llega hasta el lugar en silla de ruedas. Y forman una especie de tren, uno detrás del otro, hasta llegar al velódromo. Los transeúntes se santiguan ante tal proeza.


Proezas como las que también hace Carlos Andrés Gallego, el muchacho lisiado por una bala perdida. A punta de tutelas logró que le dieran una silla de ruedas. "Con esta discapacidad todo se logra peleando con una EPS, todo es a la fuerza", confirma Carmenza Castañeda, la madre de Carlos Ómar, sentada en una banca del velódromo. Observa a su hijo.


IV El viaje


El 25 de noviembre la comunidad boccia tiene planeado un viaje a Argentina, invitados por la Liga de Parálisis Cerebral de ese país. Sólo deben pagar los pasajes. Pero no hay dinero. La historia se repite.


Carlos Ómar, cuenta minutos antes de finalizar el entreno, ya tiene un plan. Vender chocolatinas y pulseras. Pero no es suficiente. La Liga de Parálisis Cerebral necesita un patrocinio. Y si viajan, van sin papás. Es política de Camilo. Argentina es la oportunidad de estar en un país distinto y defenderse por sí solos.


Daniel, el padre de Carlos Ómar, lo respalda. Dice que esa política es una forma de que su hijo se prepare para ese día en que esté sin papás que lo protejan, "para el día en que Carmenza y yo ya no estemos en este mundo. Esa es la preocupación de los padres de hijos con parálisis cerebral", dice con el rostro muy serio. Al frente, los muchachos hacen chistes. Ellos sólo se preocupan por reír.

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