Este mes Omara Portuondo estuvo en Colombia entonando las canciones de su más reciente trabajo musical, ‘Gracias’, nominado como mejor álbum tropical en los Grammy Latinos 2009. GACETA, con esa excusa, habló con ella. Tributo a una de las mejores cantantes cubanas de todos los tiempos.
Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos cortesía de Montuno Producciones
Revista GACETA - EL PAÍS
Voy a contar una historia ya contada por un señor que se llama Eliseo Palacios García. Es la historia, poco difundida, de una niña que se llama Omara Portuondo y que este mes estuvo en Colombia ya no tan niña (78 años) cantando en Barranquilla y en Medellín las canciones que hacen parte de su más reciente trabajo musical titulado ‘Gracias’. Dicen, los que lo vieron, que fue un show extremo, excitante al oído, candela y son cubano vivo en el escenario.
La historia que les voy a contar se encuentra en un libro que para adquirirlo hay que tener paciencia y suerte, aunque se consigue si uno tiene buenos amigos en donde fue impreso: La Universidad del Valle. El libro se llama ‘Omara Portuondo, la novia del feeling’, y narra la historia de esa niña cubana que un día se fue a comprar el pan para el almuerzo y se encontró con su destino, ser cantante.
Al final de esa historia usted se encontrará con un diálogo con esa mujer, un diálogo que para lograrlo también se necesitó de mucha paciencia. Porque, ¿dónde encontrar a Omara Portuondo?
A pesar de que vive en La Habana, su vida transcurre más en un avión, en un escenario, saltando de un conteniente a otro, a los que va para cantar canciones que son poesía… “lo que me queda por vivir será en sonrisas, porque el dolor yo de mi vida lo he borrado… (‘Lo que me queda por vivir’, composición de Alberto Vera). Aquí inicia su historia.
El día del pan flauta
Y la niña se fue a comprar el pan flauta que su mamá le había encargado. Salió de su casa en Cayo Hueso, un pintoresco barrio de La Habana, pasó por el puesto de comidas atendido por chinos y el local donde vendían helados, saludó a todo mundo porque todos tenían que ver con ella, todos la conocían, y cuando estaba de regreso con el pan en la mano, escuchó unos sonidos deliciosos, armónicos. Música alegre que provenía de un viejo caserón. La niña se acercó a la puerta de esa casa. Ahí se dio cuenta que los sonidos se hacían más intensos en la segunda planta.
Entró sin permiso, subió. En ese momento vio a un grupo de personas tocando rumba con cajones y cantando y… encontró su vida para siempre. “¡Quedé encantada de la vida... ¡con lo chiquilla que era! Allí estuve tanto tiempo extasiada, pero cuando salí a la calle ya se hacía de noche, asustada corrí, en medio de una oscuridad que ya comenzaba a notarse, hasta llegar a mi casa y cuando entré, mamá, que me esperaba intranquila, me dijo: ¡Pero Omarita, dónde estabas metida? Entonces le conté la historia de lo que había presenciado y luego de reflexionar, me dijo: ¡la próxima vez me avisas para ir contigo!”.
Y la niña siguió su vida, aún quizá sin imaginarse que iba a ser cantante, que la música era lo suyo, que incluso la iban a llamar la Edith Piaf de Cuba y que iba a volverse eterna para la humanidad cuando integrara la famosa orquesta y al mismo tiempo documental de cine Buena Vista Social Club. Sólo aquel día en el caserón ella se dio cuenta que la música la llevaba en la sangre. Nada más... nada menos.
La niña es escorpión, nacida un 29 de octubre de 1930, época en que Cuba era gobernada por un tal Gerardo Machado, al que le decían ‘asno con garras’. No había empleo, eran años en que muchos trabajadores dormían en parques, en andenes, y por eso aparecieron barrios de indigentes como Las Yaguas, La Cueva, Llega y Pon.
Lo de escorpión, que es un signo de tierra, cree la niña, explica en parte por qué le complace desde siempre el olor a tierra húmeda, a campo, a vegetación, a flores. “Me atrae ver los sembrados de caña de Cuba y los de maíz y girasoles de Europa”, le dijo a Eliseo.
La niña es hija de Bartolomé Portuondo, un beisbolista afro, y de Esperanza Peláez, una mujer blanca como la leche (por eso sufrieron en carne propia la condena del racismo).
En ese hogar, dijo Eva Martiatu, amiga de Omara, no se escuchaba nunca una mala palabra. Tampoco gritos. Lo que sí se escuchaban eran canciones que cantaban a dúo Bartolomé y Esperanza mientras recogían los platos del comedor. “Así fue que comencé a conocer las primeras y las segundas voces. Mi papá descubrió mi oído musical”, contó Omara.
Y la niña se hizo grande escuchando a su padres cantar ‘La bayamesa’, himno de Cuba, del compositor cubano Sindo Garay. Creció amando el arte, la música, el canto, la actuación, el baile. En 1935, a pesar de que no era blanca y en la época había racismo por todas partes, ingresó a la escuela Alfredo María Aguayo, donde la enseñanza de las matemáticas, la geografía, la biología, iban acompañadas de la enseñanza del arte.
En el teatro de la escuela la niña Omara declamó por primera vez ante un gran público una poesía del poeta peruano José Santos Chocano titulada Cuauhtémoc. (En sus años de colegio Omara era tan seria, que incluso a sus amigos los trataba de Usted. Así fue que se ganó el remoquete ‘Omara Usted’).
En 1944 ingresó al Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana. Era una adolescente. Entonces el destino seguía haciendo de las suyas. Su barrio, Cayo Hueso, era un hervidero de arte y de música. En el verano de 1946, por ejemplo, conoció a las hermanas Estelita y Eva Martiatu, y comenzó a asistir a las tertulias que ellas organizaban con jóvenes que amaban la música y que luego integraron el grupo ‘Los muchachos del feeling’. Ahí la niña ya no es tan niña. Ahí, después de muchas casualidades, Omara debuta cantando a dúo con su hermana Haydeé una canción muy popular de la época: Tailuma. (Manolo Ortega, un animador de una emisora, presentaba a Omara como Omara Brown, ‘La novia del feeling’. El apodo aún la identifica).
En 1947 siguió su camino, integró como cantante de jazz el grupo Loquibamba, con el que se presentó en emisoras de radio de La Habana y en teatros de la ciudad. Tres años más tarde llegó al famoso Cabaret Tropicana, pero no como cantante. Ahí la acreditaron como bailarina profesional (el ballet era otra de sus pasiones y talentos). Omara bailó con el conjunto de Alberto Alonso y fue pareja de baile de un reconocido bailarín, Rolando Espinosa, y ni ella ni su familia hicieron caso de las críticas de gente que veían a las bailarinas del cabaret como mujeres sin clase ni dignidad. Y la vida siguió, hizo parte, ahora sí como cantante, del cuarteto de Orlando de la Rosa, con el que viajó a Estados Unidos en una gira de conciertos que duró seis meses.
Después hizo parte de la orquesta femenina Las Anacaonas y en 1953 empezó a hacer historia con el cuarteto vocal Las D’Aida, en el que estuvo durante 15 años viajando por Cuba, Estados Unidos y Europa.
En 1958 la ya joven Omara grabó su primer disco como solista titulado ‘Magia negra’; en 1964 apareció el día más feliz de su vida, cuando nació su hijo Ariel; en 1967 grabó su segundo trabajo musical como solista, titulado ‘Esta es Omara’ y desde entonces se convirtió en una de las grandes cantantes cubanas de la historia.
Pero se hizo inmortal cuando, en 1996, el compositor, productor y guitarrista estadounidense Ry Cooder viaja a Cuba, conoce a grandes músicos ya olvidados de la isla como Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Eliades Ochoa, Omara, y monta tremenda orquesta y graba tremendo documental, el Buena Vista Social Club, ganador de unos 15 premios en diferentes festivales de cine del mundo. El documental narra la historia de los músicos, su vida difícil en Cuba, un viaje a Amsterdam, donde ofrecen dos conciertos, y una presentación en el Carnegie Hall de Nueva York. La historia termina en ese apoteósico concierto, con la bandera de Cuba ondeándose en medio de aplausos atronadores. En ese momento, esos músicos ancianos pero vigorosos (a los 90 años Compay Segundo anunciaba que estaba buscando su sexto hijo) se hicieron inmortales.
Entonces Omara Portuondo se convirtió en leyenda.
El diálogo
De la niña de aquel día que salió a comprar el pan a la mujer sabia que es hoy, Omara no ha cambiado demasiado. Aún sigue siendo tímida. Aún parece tener dos personalidades: en el escenario es candela viva. Fuera de él es una mujer que se escandaliza cuando escucha una mala palabra, que no bebe, que no fuma, que, curioso, tampoco es una mujer de fiestas, de rumbas o de descargas, como le dicen en Cuba a las pachangas de remate. De Omara se dice que es muy estricta con el orden. Y que siente devoción por su país, por la Revolución. “Es que Omara y Cuba es la misma cosa”, me dijo, aunque aclaró que no habla de política.
Nunca, vea usted, le gustó su voz. Y tremenda voz que tiene. Los que la escucharon en sus inicios y tienen el placer de escucharla hoy plantean incluso que su timbre se ha fortalecido con el paso del tiempo. (Se lo dijo Olga Navarro, poetisa, a Eliseo Palacios).
En fin. Omara Portuondo es de las grandes. Por eso estuvo en Colombia, cantando las canciones de ‘Gracias’, un álbum que refleja, en parte, su vida. Por eso, por su nuevo trabajo musical, que acaba de ser nominado como Mejor álbum tropical en los premios Grammys Latinos 2009 , GACETA habló con ella. A la larga esas son sólo excusas para reconstruir parte de su vida y rendirle un tributo a ella, la Edith Piaf de Cuba.
‘Yo lo vi’ es la canción que abre su nuevo trabajo musical. En mi primera pregunta quisiera relacionar esa canción con su cotidianidad. ¿Cómo vive Omara Portuondo sus días, sus rutinas?
En La Habana mí vida es muy sencilla y al mismo tiempo muy ocupada. Me gusta levantarme bien temprano en la mañana y si tengo entrevistas me gusta hacerlas antes de salir a la calle. Tengo muchos compromisos de trabajo ya que paso casi todo el año fuera de Cuba con las giras. Por eso me gusta, cuando estoy en casa, poder hacer radio, televisión o actuaciones. Soy una mujer muy activa, me gusta conducir mi coche, un Lada muy antiguo pero en perfecto estado y que cuido con mucho cariño. Si puedo regreso a casa a almorzar y a descansar. Disfruto compartiendo con mi hijo Ariel y mi nieta Rossio el mayor tiempo posible, ellos son la alegría de mi vida. También me gusta la soledad de mi casa y mirar a través de mi ventana el Malecón.
‘‘Vuela pena’. Esta canción también es una excusa en el caso de esta entrevista. Se trata de ese grande, Ibrahim Ferrer, de los amigos que se van. Ibrahim fue uno de sus grandes amigos, ¿cómo recuerda a ese bolerista de respeto?
Ibrahim fue una persona y un músico excepcional. Nos conocíamos hacía tantos años… Él cuando cantaba en los Bocucos y yo en el cuarteto Las D´Aida. Coincidíamos en programas de TV, de radio, y siempre tuvimos una gran admiración mutua. El día que se grabó Buena Vista Social Club, yo me encontraba en el estudio de abajo grabando y cuando Juan de Marcos me invitó a grabar llegué al estudio donde estaban Ry Cooder, Nick Gold y los músicos. Cuando vi a Ibrahim, al que no veía hace mucho tiempo, me sentí tan emocionada… el poder cantar juntos los años posteriores y poder verlo con el reconocimiento que siempre mereció fue para mi otro de los momentos felices de esta vida. Ibrahim es una de las personas más buenas que he conocido, creo que esta frase lo describe completamente. Pasará a la historia como uno de los mejores boleristas que ha existido en Cuba y el mundo.‘
Ámame como soy’ es un tributo a Elena Burke, una artista que a usted la marcó. ¿Cómo recuerda a Elena Burke y qué representó ella para su vida artística?
Elena era una mujer tremenda, con un carácter muy fuerte y con un corazón de oro. La recuerdo muy a menudo y doy gracias por haber compartido tiempo al lado de tan grande artista. En aquellos tiempos en Cuba yo era muy joven y recuerdo mis comienzos siempre estando nerviosa y preocupada por todo. Ella me ayudó y me orientó en mi carrera.
En ‘Cachita’ usted canta junto a su nieta, Rossío Jiménez. Esa voz de su nieta le recuerda que también fue niña. ¿Cuáles son los recuerdos que tiene hoy de su niñez?
Mi mamá era de origen español de una buena familia y mi papá era pelotero, un hombre muy apuesto y gran deportista. Se enamoraron y lucharon contra viento y marea para poder formar una familia. A mi mamá la desheredaron pero esto no le importó nunca. Recuerdo bien verlos juntos en la cocina conversando y escuchando música… pero también fueron tiempos difíciles para ellos, en aquellos años existía el racismo y no podían ir juntos en la calle pues ella era blanca y mi papá negro. Siempre se preocuparon de que nosotros no notáramos esto. Crecimos en una atmósfera llena de amor.
En ‘Lo que me queda por vivir’ no hay espacio para la tristeza. Por el contrario, es un canto a la vida. ¿Qué le falta por vivir?
Todos mis sueños se han hecho realidad y no podría pedir nada más, sólo más años para seguir viviendo y salud. Y un mundo mejor para todos.Bonus TrackHablemos de Colombia.
¿Qué recuerdos tiene del país?
Adoro Colombia y sólo la altitud que me causa a veces malestar, es la única cosa que cambiaría (risas). Su gente, sus paisajes, su comida, su cultura… Es un país maravilloso y que siempre que puedo visitar me siento feliz. Colombia conoce bien nuestra música cubana y los conciertos están llenos de personas que cantan las letras y bailan nuestros ritmos… en Colombia se entiende nuestra cultura.
¿Y Cali? ¿Conoce la ciudad? ¿Hace cuanto no viene?
He visitado Colombia y sus maravillosas ciudades en incontables ocasiones… son muchos años que llevo viajando, son 60 años de carrera... (Sospecho, ahora, que de Cali no tiene recuerdos, quizá no ha venido. Umberto Valverde no recuerda haberla visto por estas tierras. ¿Pero cómo recordarlo todo?)
Omara, una curiosidad. Varios son los cantantes cubanos que con la Revolución partieron de Cuba. ¿Usted por qué se quedó?
Yo nunca quise vivir en otro lugar que no fuera Cuba, adoro mi país y no podría vivir en otra parte. Omara y Cuba son una sola cosa. Y hablando de su futuro, ¿cómo lo vislumbra? Lleno de proyectos. Ahora me encuentro inmersa en mi último disco ‘Gracias’, que es muy especial por varios motivos. He podido por primera vez en mi carrera escoger los temas y decidir qué quería grabar. Trabajar con Ale Siquieria en la producción artística y Swami JR mi director artístico ha sido como trabajar en familia. Y poder tener en esta grabación a los músicos increíbles que me acompañan ha sido la mejor forma de poder agradecer a todos los que han hecho posible estos años de carrera...
Omara seguirá cantando, hasta que la muerte diga lo contrario. Y seguirá inmortal. Que buena esa canción titulada ‘Quizás, quizás, quizás’... “Siempre que te pregunto, que cómo, cuándo y dónde, tu siempre me respondes, quizás, quizás, quizás...”. Tremenda voz. Tremendo son cubano.
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