Lo que inicialmente pretendía ser una charla corta sobre literatura y poesía, se convirtió en una larga entrevista y una mañana entera comprando libros usados con el poeta y escritor bogotano. Opiniones, anécdotas e historia de un hombre que vive entre 25 mil libros.
Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos: Hroy Chávez
El País - GACETA
I
Un hombre joven entró tambaleándose a la cafetería del Hotel Intercontinental, en Cali. Saludó a las meseras, las abrazó, las besó en la mejilla, sonrío y dijo palabras que nadie entendió. Tenía la lengua trabada, o mejor, anestesiada. Después se sentó como pudo en una de las tantas mesas que a esa hora, 9 de la mañana, estaban desocupadas y pidió un consomé de pollo. Era viernes.
Cuando tuvo el plato hondo frente a sus ojos, el hombre se lanzó sobre el consomé con avidez. Se tomó una, dos, tres cucharadas. De repente, se quedó dormido con la cuchara en la mano y la frente puesta al lado del plato. No le importaba el mundo.
Mientras esto sucedía, un poeta, sentado en una mesa cercana, lo observaba atento.
-Señorita, ese hombre está que se cae de la mesa, está borracho. ¿Por qué no lo suben al cuarto?, le preguntó el poeta a una de las meseras.
-No se preocupe. Él siempre hace eso, siempre llega de las discotecas así y hace lo mismo. En 10 minutos se despierta y terminará de tomarse el consomé. Después se va a acostar, le explicó la mesera.
El vaticinio se cumplió. A los 10 minutos exactos el hombre se despertó con su resaca a cuestas para terminar de devorarse la sopa. Después se paró, repartió más abrazos, más besos, más palabras extrañas, y desapareció dando tumbos por la puerta de la cafetería. Iba mareado pero sin asomos de arrepentimiento, ese hombre era feliz.
Aquel podía ser el personaje principal de un cuento, pensó el poeta. También, se dijo a sí mismo mientras terminaba su generoso desayuno, en el mundo existían muchas formas de divertirse, como el licor, las discotecas, el baile, los restaurantes, los deportes, los caballos, los paseos al río, los circos, el cine, en fin.
Pero la forma suya de entretenerse es curiosa, particular. Lo suyo es estar entre libros viejos. Caminar frente a estantes de páginas usadas, esculcar saldos, promociones, ediciones antiguas, y encontrar libros que se creían perdidos para siempre de la historia humana o, más sencillo, de la biblioteca personal, es casi un triunfo, celebrar un gol del equipo amado, la conquista de una mujer que parecía lejana. Es convencerse de que en la vida, sí señor, existen los milagros.
Porque encontrarse de casualidad un libro esperado por años en una librería de textos usados es casi una señal, un guiño del destino, pensaba el poeta. Sólo alguien que ame estar entre libros viejos entiende de qué se trata tan curioso y dichoso placer.
El poeta, de nombre Juan Gustavo Cobo Borda, ya llevaba su primer día encerrado en un hotel – venía de su ciudad, Bogotá, e iba a dictar una conferencia en Cali sobre literatura y violencia- y no le preocupaba ni cinco pasearse por Juanchito para bailar o a Granada a comer o darse un paseo en la ciudad por conocer.
No, ya conocía. Él quería ir a una librería de libros usados, de páginas con polvo. Además, el asunto no era un capricho. Estar entre libros viejos era una necesidad del cuerpo y del alma y ese hombre embriagado que acababa de ver en la cafetería se lo estaba recordando.
II
Juan Gustavo Cobo Borda nació en Bogotá un 10 de octubre de 1948. Las solapas de sus libros indican que además de poeta, escritor y crítico literario, también fue periodista y que en su vida dirigió una revista cultural de prestigio: Eco, que editaba la Librería Buchholz, en Bogotá.
También fue Subdirector de la Biblioteca Nacional de Colombia, asistente de la Dirección del Instituto Colombiano de Cultura (1975-1983), donde editó unos 300 libros, y desde junio de 1983 fue nombrado Agregado Cultural a la Embajada de Colombia en Argentina.
Además es miembro de la Academia Colombiana de la Lengua y correspondiente de la Española, y ha sido jurado del Premio Juan Rulfo, del Rómulo Gallegos, del Reina Sofía de poesía iberoamericana y del Neustand, Universidad de Oklahoma, Estados Unidos.
Ha publicado en Venezuela, México, Colombia y Argentina colecciones de poemas y cuatro libros de ensayos. Su más recientes libro, ‘La patria boba’, ditado por Norma, incluye una variada serie de poemas que ha escrito durante su vida. ‘Cruce de lecturas’, será su próxima obra que saldrá al mercado, un libro de ensayos sobre literatura editado por la Universidad de Medellín.
En la Universidad de Princeton, Estados Unidos, se guarda gran parte de su correspondencia y de sus trabajos literarios junto a textos de Lezama Lima, Octavio Paz, Carlos Fuentes. Y esos escritos están protegidos en bóvedas que pueden soportar la furia de una bomba atómica. Él lo cuenta y le da risa.
Es, entonces, un poeta de respeto, consagrado, que asegura que en su casa en Bogotá tiene una biblioteca con 25 mil libros contados e inventariados y que sagradamente, todos los días, se levanta a las 3 de la mañana para estar ahí, con sus libros, y así sí poder escribir poemas y ensayos y reseñas y críticas literarias.
También es un poeta con cierto aire infantil, juvenil. Se le nota en la cara – que por cierto tiene rasgos casi idénticos a los del actor Philip Seymour Hoffman, el que interpretó a Truman Capote en la película ‘Capote’. Cobo Borda sonríe como niño, tiene gestos de niño y hace travesuras de niño. Un colega suyo, William Ospina, había dicho que Cobo era un hombre que todavía tenía el alma de un adolescente.
Sigue su historia. Alguna vez escribió en un ensayo autobiográfico titulado ‘Mirándose al espejo’ que no tuvo infancia por estar entre libros. También que no optó nunca por ingresar a la universidad pues un buen día apareció la oportunidad deliciosa de vivir metido en una librería de 7 pisos, en pleno centro de Bogotá, la ya mencionada Buchholz. Era el gerente. Allá, cuando llegaban sus amigos poetas, Cobo Borda se hacía el loco, los ignoraba, les volteaba la cara. No daba descuentos.
Escribió que creció entre un padre abogado que había luchado en la guerra civil española, al lado de Don Manuel Azaña, recordado político y escritor español, y una madre cuyos primos hermanos, Jorge y Eduardo Zalamea Borda, a quienes no conoció, habían sido ambos reconocidos escritores. "El primero, excelente traductor de Saint John Perse al español; el segundo, autor de una novela sobre la Guajira, ‘Cuatro años a bordo de mí mismo’". Su abuelo materno llegó a editar un periódico llamado Gaceta Republicana.
Quizá gracias a esa familia que amaba tanto las letras, fue que Juan Gustavo Cobo Borda se hizo poeta y escritor. Quizá ese destino lo agarró para siempre porque no sabía bailar, o por no saber donde meter su cuerpo de gigante – mide 1.93 centímetros y pesa más de 100 kilos -, por timidez y rechazo o por intentar llamar al atención, en fin, por todas esas situaciones fue quizá que se hizo escritor. O por amar tanto a Bogotá, esa ciudad que es tan fría, dijo, que se presta para meterse en la cama todo el día a leer.
III
Ahora es sábado por la mañana, el poeta está en el lobby del hotel de pantalón café, camisa de un verde pálido, recién afeitado y perfumado, preparado para enfrentar a cualquier fotógrafo.
El día anterior, su conferencia sobre literatura y violencia había sido todo un éxito. Auditorio lleno y feliz con sus comentarios ácidos y cargados de travesura. Dijo, importunando a su autor de cabecera, Jorge Luis Borges, que él, el escritor argentino, hubiera solucionado en estos tiempos su problema para acercarse a las mujeres. "Con un millón y medio de pesos le hubiera pagado a una prepago y el asunto estaba resuelto", comentó. Se escucharon carcajadas, no tanto por lo que dijo, sino cómo lo dijo. Sí, es casi idéntico a Philip Seymour Hoffman.
Camina despacio por el lobby y suda a cántaros. El poeta, además de tener ese cuerpo pesado, sufre de esclerosis múltiple, una enfermedad crónica y no contagiosa del sistema nervioso central. Genera dificultad en la movilidad del cuerpo.
Tomó asiento, y lo que pretendía ser una charla corta sobre el amor en la literatura, se convirtió en casi hora y media de un interrogatorio, como él llamó a la entrevista, y una mañana entera comprando libros viejos.
En la conversación dijo que la poesía es la más alta forma de expresión humana. Que era junto con la música, la especulación filosófica y las matemáticas puras, el lugar donde se conjugan quizás los anhelos inexpresivos del ser humano, con un lenguaje que por fin los formula y los vuelve compartibles.
También se arriesgó y aseguró que la poesía tiene el poder de hacer milagros. Tanto, que incluso es capaz de fundar y dar razón de ser a países, comunidades y hombres. "El milagro griego es incomprensible hoy en día si no nos remitimos a la más alta forma de poesía para ellos, que fue la tragedia griega. La Edad Media es incomprensible sin Dante; las cortes francesas sin el teatro de Jean Racine y quizás París no existiría sin Proust, ese poeta de 7 tomos. La poesía funda los países, da razón de ser a las personas, y cuando los países están padeciendo épocas de dolor y servidumbre, encuentran en ella la forma de subsistir", dijo. Habló de Paul Celan, el poeta judío que se tuvo que expresar en la lengua de los que mataron a su raza: el alemán.
Y habló del amor, porque para un poeta ese tema es común, claro que su voz es poco alentadora para los enamorados. Dijo que lo bueno del amor es que no da ninguna experiencia. Algunas veces trae emociones eufóricas, pero al mismo tiempo también te da una especie de ansiedad perpetua y desasosiego, porque el amor, dice, se tiene que reinventar cada vez que aparece. "Sientes algo horrible cuando recurres a tus viejos trucos de conquista y resultan que en estos tiempos ya no funcionan. Allí te das cuenta que eres un mago o un payaso que pasó de moda", explica.
Y agrega: "Un poeta enamorado está en una especie de fantasía, en un mundo muy suyo pero engañoso, inventado. Quizá la adversaria está pensando en ir al gimnasio, en que no se le descuelgue la piel, en que metió la plata en las pirámides. Y aunque es posible que ese mundo engañoso del enamorado desencadene en una relación, el poeta, por lo regular, siempre tiene una capacidad absolutamente conmovedora de autoengaño. Y gracias a eso escribe poemas, que son las pruebas concretas de cómo se engañó a sí mismo". Suelta la carcajada.
Habló también de amores platónicos. El suyo era una actriz absolutamente carnal, absolutamente cursi en el sentido de su primitivismo: la argentina Isabel Sarli. O Anouk Aimée, la protagonista de ‘Justin’, la novela de Lawrence Durrell que fue llevada al cine y también protagonista de la película ‘Un hombre y una mujer’, "donde descubrí la maravillosa música brasileña". El poeta se paraba en las distribuidoras de cine para que le regalaran una foto de ella. Todavía tiene la foto, todavía ese amor platónico tiene su magia, su hechizo.
Sobre los celos, dijo que después de leer a Proust, se entiende que el mayor alimento y aliciente del amor son ellos, los celos. "En el momento que tu sientes celos, es cuando te das cuenta que estás enamorado. En mi más reciente libro de ensayos, que se llama ‘El olvidado arte de leer’, puse un epígrafe sobre el libro clave de los celos, que se llama ‘Un amor de Swann', un libro de Proust dentro de ‘La búsqueda del tiempo perdido’. Él tiene una aparente cita con una mujer y no la encuentra, y entonces empieza a buscarla de forma desesperada por los restaurantes de París en la noche. Y siente en ese momento, cuando sabe que no la tiene segura, que está absolutamente capturado por el mal, y el mal es el amor y el amor son los celos. Paradójicamente, esa fatalidad, esa humillación, ese desespero, es lo único que le permitirá ser feliz".
Habló también de la vida. Con el tiempo, dijo, el hombre desconfía de aquellos que te dan mensajes positivos. Porque te das cuenta de que te mienten, porque se les olvida dos o tres cosas que no cambian nunca. Primero, que todo ser humano muere. Segundo, que todo proyecto es finalmente imposible de realizar, se cumple una parte del proyecto, pero no el sueño total. Te lanzan cifras, además. Te aturden diciéndote que la economía está blindada, pero es mentira. Nos engañan. Entonces, se necesita para vivir de una sobria tranquilidad, de saber que la gente que queremos va a morir, que lo que quisimos hacer fuimos incapaces de desarrollarlo. Es un fracaso que no es deprimente ni negativo, sino simplemente es más humano, nos hace sentir de carne y hueso.
Habló más de poesía, más de literatura, más de sus proyectos. Va a publicar una biografía de Alejandro Obregón. Acaba de lanzar la de Fernando Botero. "Es que soy un lector que ama la pintura", dijo y se puso de pie para buscar agua y "seguir respondiendo este interrogatorio de El País".
IV
Ahora va sentado en el carro. Después de tomarse el vaso con agua y de posar para las fotos, abrió los ojos grandes y se emocionó como si le hubieran dado un regalo esperado cuando le dije que me tenía que ir porque mi plan de la mayoría de sábados es ir a ver libros viejos.
Entonces el poeta contó la escena del hombre borracho del viernes anterior, de su angustia de estar dos días enteros en un hotel sin haber ido a una librería, de ese placer dichoso de estar entre ediciones que huelan a polvo. "Ir a ver libros viejos es lo que hago en Bogotá tres veces a la semana, sino más. A veces compro libros, y cuando llego a la casa me doy cuenta que ya los tenía. Pero no me importa. Ver libros viejos es para mí una terapia, un asunto espiritual", dijo. Enseguida se frotó las manos, se emocionó, y agregó ¡qué maravilla ir a ver libros viejos en Cali! Vamos.
En la librería Alejandría, ubicada en el centro, el poeta fue más feliz aún porque encontró libros suyos muy baratos. ¡Qué descrédito que tengan libros de Cobo Borda acá!, dijo en broma. Después se encontró con esos milagros que se dan en las librerías. El primero que le llamó la atención tenía mucho que ver con él. Se trataba de una obra de Daniel Salcedo, la primer novela que se escribió en Colombia sobre la violencia. De ese texto había hablado en su conferencia. Y la historia no la tenía en su colección de 25 mil libros. La compró.
También vio libros de Juan José Saavedra, que había estado en la conferencia suya. Compró un libro del mexicano Miguel Barbachano Ponce, y compró también un libro de Truman Capote, titulado El Arpa de Hierba, un obsequio para "el interrogador de EL País". Lo llamaron al celular, contó feliz que como cosa rara estaba en una librería, esta vez en Cali, repasó los estantes de arriba abajo y como no, pidió descuentos porque tenía todo el derecho, iba a comprar un libro suyo, un manual de pintura que tenía una acertada caricatura en la solapa que le había pintado Juan Cardenas. ¿Cuánto me rebaja, tenga en cuenta que soy el autor del libro?, preguntó. A lo mejor no le creyeron, no le dieron descuentos.
Al poeta feliz en esa librería – no se quería ir, pidió hasta trabajo para quedarse - sólo lo sacó su amigo Ramiro Arbelaéz, profesor de audiovisuales de la Universidad del Valle. Ambos van a preparar una antología de crítica de cine. Ramiro le propuso que se fueran a la carretera al mar a almorzar y a seguir hablando de libros. A esa hora, 12:30 del mediodía, el poeta Juan Gustavo Bordo se fue a disfrutar otro placer que disfruta con pasión: la comida. Seguro no volvió a pensar en el hombre embriagado de la cafetería, el que le acordó que no había ido a ver libros viejos.
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ResponderBorrarsemelokertes marchimundui
Santiago: un gusto saludarle. En unos días estaré en Cali. ¿Me podría decir la dirección de esta Librería Alejandría y otras librerías de viejo de la ciudad? Nadie sabe darme ningún dato ! Un cordial saludo
ResponderBorrarDr. Rodrigo Gutiérrez (Granada, España)
Rodrigo, la libreria queda en todo el frente de la Gobernación del Valle, en el centro. Pregunta mejor por el nombre viejo de la libreria: Atenas.Cambió de razón social. No tienes pierde.
ResponderBorrarSantiago.
http://www.facebook.com/libreria.atlas
ResponderBorrarÉsta es la librería antiguamente conocida como Atenas... Queda en el segundo piso. De veras, recomendada