Por Santiago Cruz Hoyos
Fotografías: Cortesía Lalo Borja
GACETA - EL País, Cali
Tal vez si Óscar Muñoz pudiera elegir para sí poderes sobrehumanos, escogería sólo tres. El primero, sin duda, sería la capacidad de hacerse invisible, de pasar sin ser visto. Sus obras de arte se observarían por todo el mundo, como ahora, obligando a pensar sobre la realidad cotidiana y sobre la naturaleza humana en cada museo donde se expongan. La diferencia es que él estaría ahí, junto a ellas, guiándolas a donde quiere, pero como un fantasma que no puede ser fotografiado por la prensa ni entrevistado por periodistas o invitado a cocteles por ministros, por políticos. Un ser que está ahí pero no, que existe y no existe a la vez. Porque Óscar Muñoz es un artista que evita las entrevistas, los flashes sobre su cara, la exposición pública de su Yo. Lo importante, cree, son sus obras, no él. “Lo que me pase a mí no importa, no es interesante”, sentencia en un tono de voz serio, como dando a entender que hurgar en su personalidad fuera un intento de convertir su arte en farándula.
Tampoco es un hombre de vida social activa, de multitudes, de fiestas, de bailes, como fue en su juventud en sus épocas de estudiante de la Escuela de Bellas Artes de Cali. Su vida hoy es solitaria e introvertida, si se pudiese definirla de tal manera. Prefiere vivir a la sombra, oculto, creando, encerrado en su casa en el barrio San Fernando o viajando por el mundo.
El segundo poder sobrehumano que seguro escogería para sí sería el de comer todo lo que quisiera sin engordarse. Porque la comida en la vida de Óscar Muñoz representa una gran pasión, junto al cine y la lectura, sobre todo si se trata de ensayos que hablen de la imagen y la fotografía. Es un comensal de primera cuando se trata de comida del Pacífico colombiano, o turca, o mediterránea. Una vez le lanzó a uno de sus grandes amigos, el pintor Ever Astudillo, esta frase inmortal: “Uno en la vida no se debería engordar por comer. Uno debería engordarse es por decir mentiras, o por ser envidioso, pero no por comer. La comida es un placer que se debería disfrutar sin consecuencias negativas”.
Y el tercer poder que seguro escogería sería el del silencio, tener la capacidad de dominarlo a su antojo. Óscar Muñoz se sueña viviendo en una ciudad en donde sus habitantes consideren, como él, que el mito de la felicidad lograda con los parlantes a alto volumen es una mentira, una falacia. Pero Cali, la ciudad en la que vive, ha creído en ese mito desde siempre.
Sí, con esos tres poderes este artista sería un hombre pleno, satisfecho con su destino.
En este momento lo veo entrar a Lugar a Dudas, una institución de promoción cultural que creó en el año 2005 y que está ubicada en el barrio Granada. Es un espacio dedicado a promover al arte contemporáneo, un sitio que se acerca al público y a los artistas de una manera vivencial, diferente a como lo hace un museo. Llega a paso rápido, porque está retrasado media hora para esta cita. Luce una camisa rosada, barba de dos días, pelo desordenado y sobre su cuello cuelga una cuerda que sostiene sus lentes. Óscar Muñoz sufre de daltonismo, una alteración visual genética que le impide distinguir algunos colores, como el rojo, por ejemplo. Pero ese defecto jamás se cruzó como un obstáculo en su evolución artística. Tampoco en su vida diaria.
Le estrecho la mano y pienso que por fin, después de casi 2 años de buscarlo para entrevistarlo, el gran día ha llegado. Él sonríe, me invita a seguir a una especie de mesón al aire libre donde hay galletas para comer, un sitio cómodo para charlar. Reparte saludos afectuosos a izquierda y derecha. El ambiente es agradable. Pero de inmediato ese ambiente cambia. Óscar Muñoz se sienta y me advierte lo que ya mencioné, que no le gustan las entrevistas.
-Primero, porque los periodistas me han mal interpretado muchas veces. Segundo, porque lo que me pase a mí no lo considero para nada relevante, mi vida personal no tiene mucho interés, salvo para mí, que soy el que la está viviendo.
-Pero además de hablar de arte, lo que me interesa es conocer su historia personal y cómo se hizo el artista de prestigio que es hoy Óscar Muñoz.
-Le repito que mi vida no es interesante. Pero vaya haciendo las preguntas a ver qué pasa, sentencia.
Entonces arranca algo así como un duelo entre alguien que quiere esculcar una vida y alguien que quiere ocultarla. Un duelo tenso, al principio. Tan tenso, que el fotógrafo no se anima a tomar su cámara y captar las primeras fotografías de este encuentro.
II
El video está en Youtube. Se llama Narciso, dura 2 minutos 28 segundos y lo que ahí pasa es un verdadero milagro del arte. Narciso es el video de la obra que lleva el mismo nombre y que muestra el rostro de un hombre dibujado sobre el agua de un lavamanos lleno. El lado derecho de ese rostro se va desdibujando, poco a poco. Se contrae, también se esparce al vaivén del agua que se va escurriendo por el desagüe. Al final, cuando el agua desaparece del todo, de ese rostro no queda nada, sólo manchas negras sobre el lavamanos.
Entonces uno piensa que el que hizo eso es un genio. Y ese tipo se llama Óscar Muñoz que sí, es el único hombre en el mundo que ha dibujado sobre el agua como si la misma fuera un lienzo. Si Cristo caminó sobre el agua, este hombre nacido en Popayán en 1951 tiene el poder de usarla para dibujar una obra de arte sobre ella. En los comentarios del video muchos ‘internautas’ se hacen la misma pregunta: ¿Cómo lo hizo? ¡Genial!
En Narciso, una obra realizada con polvo de carbón que dibuja un rostro flotante sobre el líquido transparente se plasman tres momentos definitivos de cualquier ser vivo: el nacimiento, la vida y la muerte. La obra, concebida en 1994, es el resultado de una búsqueda de Óscar Muñoz en su carrera, una exploración que incluyó mucho ensayo y error y obras dejadas a medio hacer. Su objetivo era distanciarse del dibujo hecho con su propia mano, su propio gusto. Buscaba una obra diferente, con proceso y consecuencias que no dependieran exclusivamente de su trazo sostenido.
Ya esa idea de dibujar sobre el agua la tenía entre ceja y ceja. En 1992 había creado Atlántida, obra en la que utilizó polvo de carbón y papel para dibujar sobre el agua. Y más atrás, en 1986, una de sus obras más elogiadas, Cortinas de Baño, que recorrió los principales museos del mundo, también utilizó el agua como un elemento activo y vital para la obra. En las cortinas dibujó cuerpos con los movimientos tradicionales que hace una persona cuando está en la ducha. Esas siluetas se aprecian gracias a la sensación de vapor de un baño con agua caliente. Una regadera, además, escurría gotas de agua por la cortina, lo que hacía que la imagen fuera cambiando a través del tiempo. Daba la sensación de que había alguien vivo tras esas cortinas. Una imagen espectral, una ilusión.
Esa obra también apareció en la vida del artista como una forma de reinventarse. Sí, era reconocido como un gran dibujante. Su primera exposición individual la había presentado en Ciudad Solar en los años 70, y la exposición se llamó Dibujos Morbosos, bosquejos en blanco y negro de cuerpos obesos que mostraban prendas sensuales, un brasier, por ejemplo, o los calzones de una mujer. Eran obras con ironías, con algo de burla, dibujos que ya le daban reconocimiento. Pero Óscar Muñoz quería ir más allá, poética, convertir las técnicas del dibujo en conocimiento. “Quería deshacerme de esa sobredosis de estudio de los cánones del dibujo académico de la figura humana en Bellas Artes”, le dijo sobre el tema a la crítica de arte María Inés Rodríguez en un diálogo registrado en un catálogo sobre su vida artística titulado Documentos de la Amnesia.
Dice al respecto el curador de arte Miguel González que precisamente por esa búsqueda constante y en esa genialidad para reinventarse a sí mismo y a sus formas de representar el mundo, es que Óscar Muñoz está catalogado como uno de los mejores artistas contemporáneos de Colombia. Por esa genialidad expone en todo el mundo, y no en cualquier museo. Sus obras se han visto en el Instituto de Arte Contemporáneo de Toronto; en el Museo de Arte Mori, de Tokio; en el Museo de Arte Contemporáneo de Sydney; en el Tate Modern de Londres; en el Museo de Akron, en Ohio; en el Meiac de Badajoz, España; en el Museo Haifa de Israel; en el Museo de Arte Contemporáneo de Thessaloniki en Grecia... seguro quedan varios sin mencionar.
También ha estado invitado a certámenes de prestigio en el mundo del arte como la Bienal de Venecia. En 2007 participó con una instalación titulada 'Proyecto para un memorial', una proyección de videos en donde se muestra cómo dibuja con agua sobre pavimento hirviendo retratos sacados de las notas necrológicas de un periódico. Cuando uno de los retratos está a punto de ser terminado, los trazos empiezan a evaporarse y el proceso comienza de nuevo.
Y actualmente tiene cuatro exposiciones activas a nivel internacional. En el Museo Tamayo de México está exponiendo la obra Crónicas de la Ausencia, junto a la artista brasileña Rossangela Rennó, un diálogo entre los artistas sobre el fenómeno de la gente que desaparece; en el Museo de Arte de Herzliya, Israel, está exponiendo la obra Traces of Time; en el Museo de la Universidad de Wyoming, Estados Unidos, está exhibida una obra suya en la exposición The Disappeared y en la galería de arte New South Wales de Sydney está exponiendo Biografías, una proyección de vídeos captados desde una altura y con vista a un sifón, que muestran imágenes de personas que van deformándose a medida que son absorvidos por el desagüe hasta desaparecer y aparecer nuevamente.
Por eso no es extraño que un día esté en Israel y al siguiente en México. Es un trashumante. “Óscar Muñoz ha logrado comprender los lenguajes contemporáneos, hacerlos suyos. Ahí está su secreto, su éxito. Ha optado por utilizar lenguajes como la fotografía y el video para seguir mostrando su representación del mundo. Esa capacidad para renovar sus ideas ha sido vital para su asenso artístico. Y hay que agregar que su obra es muy coherente, es un mismo sentir pero materializado a través de diferentes elementos. Toda su obra es un proceso. Las Cortinas, Ambulatorio, Narcisos. En todas ellas hay una ilusión de la representación que tiene fuertes connotaciones políticas como los fenómenos de las desapariciones en Colombia”, continúa explicando Miguel González.
Tiene razón, Muñoz no opta nunca por el lugar común, por repetir lo que otros han hecho. Él quiere innovar el arte, el dibujo, incorporando otros elementos como el agua, el polvo, la fotografía. Y aunque piense por momentos que el arte no sirve para nada, su trabajo ha estado marcado por un profundo interés político y si se quiere, beligerante. Ese es el resultado de su cotidianidad, es un hombre informado con una opinión crítica hasta la médula sobre ese estado de corrupción y violencia en el que ha vivido el país.
Y su arte crítico tiene el poder de despertar conciencias. Tiznados, por ejemplo, es una obra que hace referencia a uno de los primeros grupos paramilitares que perpetraron masacres de campesinos en el país. La obra es una serie de dibujos realizados con carbón surgidos de las fotografías que ilustraban las crónicas rojas que publicaban los periódicos de Colombia, crónicas que por cierto eran coleccionadas sagradamente por Muñoz. El carbón en esa obra es clave. Es la representación de la muerte, de una materia vegetal viva que termina reducida al tizne, muriendo.
La obra Ambulatorio también es un grito contra la violencia en Colombia. En este caso, un grito contra ese mundo de finales de los años 80 y principios de los 90 en el que los carteles de la droga de Cali y Medellín permanecían en una lucha infernal representada en bombas puestas en lugares públicos. Ambulatorio son fotografías aéreas captadas por el Instituto Geográfico Agustin Codazzi y sobre las fotos se ubica un vidrio de seguridad estallado en muchas partículas que representan cada edificación de Cali. El visitante de la obra camina sobre ese vidrio malográndolo a cada paso, partiéndolo. La imagen se va haciendo difusa a medida que el vidrio se parte. Y el vidrio es el símbolo de una tragedia: la de los atentados con bombas que mutilan vidas.
Y qué decir de Aliento, una obra al igual que Narciso, poderosa. Aliento es una obra que consta de discos de metal clavados en una pared que cumplen la función de ser espejos. El espectador, cuando se acerca, se refleja en los discos. Pero cuando sopla sobre los mismos, su imagen desaparece y se ve la fotografía de un desconocido, una persona que ha fallecido, fotos tomadas de los obituarios de los periódicos. Cuando el vaho del aliento se evapora vuelve la imagen del espectador que la ha soplado.
Como lo plantea el columnista Carlos Jiménez, en un ensayo titulado ‘Los espejos de Alicia, o el arte de atravesarlos de Óscar Muñoz’, esa obra es una reflexión del Yo partiendo de una premisa del siquiatra Jacques Lacan cuando afirmaba que “el Yo es otro”, que el sujeto se constituye en y por otro semejante. Plantea entonces Jiménez que la obra de Muñoz “es una reflexión sobre las transformaciones que experimenta la mirada cuando queda atrapada en las máquinas de la visión, hecha a partir de la lección que le impartió la pintura en sus años de pintor”. Y en otros textos afirmaba: “Óscar Muñoz amaba la ortodoxia hasta que decidió dejar los dibujos en blanco y negro que le dieron fama, y se puso a hacer cosas tan insólitas como cortinas de baño iluminadas por fantasmas”.
Sí, Óscar Muñoz ha disfrutado de dos épocas distintas como artista pero igual de aplaudidas por la crítica. Sobre el sentido de su obra el propio Óscar le dijo a Miguel González que su acto de pintar es moral. Por eso en una presentación de una exposición suya en el Museo Tate Modern, en el Reino Unido, dijo: “Mis trabajos de hoy parten del interés por comprender el mecanismo desarrollado por una sociedad, que terminó viviendo la rutinización de una guerra, de una sucesión de guerras que tiene más de 50 años y que aún no terminan, con poderosos sectores de la sociedad interesados en mantenerla”. Ese es precisamente el latir de otras obras suyas artísticas y poéticas. Una mirada de la naturaleza humana, a lo que nace y muere, al contexto en el que vivimos.
Obras como Eclipse, por ejemplo, 12 espejos cóncavos instalados en una pared que da a una calle. Cada espejo cuenta con un orificio de un centímetro de diámetro. Los espejos rebotaban la luz que entraba por los orificios y en las paredes interiores se reflejaba lo que estaba pasando en la calle, en la ciudad.“Mi trabajo, entonces, insiste por un lado en evidenciar ese escenario inmemorial: una imposibilidad de retener y fijar los eventos pasados, e intenta, por otro lado, hacer memoria usando una mecánica similar, es decir, desde la impermanencia y lo inasible, usando siempre el hecho fotográfico, su escencialidad química como referencia y como metáfora, y enfocado en particular en el género del retrato”, seguía explicando Óscar Muñoz en su presentación en la galería de arte Tate Modern, la más importante del mundo a la que conquistó gracias a su arte poético e insólito.
III
La grabadora se enciende y me alisto a tomar notas. Óscar Muñoz tiene la mirada seria, espera la primera pregunta. Le insisto en lo que no quiere, su vida. Empieza a hablar con palabras medidas, mientras verifica con sus ojos cada dato que escribo. Habla de su niñez.
“De mi infancia tengo un recuerdo lejano, viviendo junto con mi familia en una finca en el Cauca, ubicada a las afueras de Popayán. Allí aprendí a leer pero también adquirí una cantidad de experiencias imborrables, de éstas salen muchas cosas en mi trabajo. Mi familia se vino para Cali bucando nuevas oportunidades. Mi infancia y mi adolescencia las pasé en el barrio El Peñón, donde viví hasta los 20 años. Del Peñón tengo el recuerdo de una vida amable, de un barrio de vecinos que se conocen, de casas que con el tiempo desaparecieron, casas muy lindas. En general tengo un recuerdo de un niño común y corriente, que juega fútbol y se divierte en el río”.
- Un niño que siempre quiso ser pintor...
Si, siempre quise seguir haciendo lo que ya hacía. Además, en mi casa había un aprecio por las artes. Mi mamá, Maruja, era una mujer conservadora, lectora y con una capacidad de esculcar hasta el alma con la mirada. De ella hice varios retratos. Mi papá era un profesor de matemáticas, un tipo estudioso. Gerardo, se llama. Ellos promovieron las artes en la casa. Todos mezclamos el colegio con alguna disciplina artística en Bellas Artes: De mis hermanas una estudiaba canto, otra violín, guitarra clásica, y yo hacía artes plásticas al tiempo que estudiaba en el Colegio Claret.
- Usted es ante todo dibujante...
Siempre me interesé en el dibujo, más allá de una simple técnica, me maravillaba esa posibilidad de sugerir tanto con tan poco. Después fui conociendo otros soportes como las técnicas de impresión, el video y la fotografía, para aplicar el dibujo en ellos, porque para mi no tiene sentido dedicarse toda la vida al dominio de una técnica, es mejor decir lo mismo, pero de diferentes maneras. Claro que el dibujo es poderoso, tiene la capacidad de explicar algo que no se puede explicar de otra manera, por eso existen los gráficos y mapas. Además, requiere de una capacidad de síntesis, de abstracción y de agudeza.
- ¿Cómo son sus procesos creativos para encontrar una obra?
Uno de los asuntos más complicados para un artista es encontrar su propio sistema de creación. Yo lo que hago es tratar de tener una disciplina para trabajar, que no es otra cosa que tener tiempo para hacer lo que me de la gana. Para articular unas obras con otras, desarmarlas y armarlas de nuevo. Una obra nueva implica un trabajo de laboratorio, de ensayos, de aprender y acumular experiencias.
-¿Cuál es la importancia del arte?
A veces pienso que estas actividades que tienen que ver con el arte son la única posibilidad de que el hombre se vuelva hombre y que las sociedades construyan una idea sobre su propio desarrollo, sobre su pasado y su futuro. Pero a veces pienso que el arte no sirve para nada. Es como un juego que le da giros y le hace quiebres a la realidad, pero esto es muy serio, ¿no? En el fondo me gusta saber que lo que hago no tiene otra utilidad.
Pero su arte es considerado muy político, beligerante...
No sé si la palabra sea beligerante, podría ser reflexivo tal vez. Lo que sí le puedo asegurar es que soy una persona con criterios políticos y crítico de la situación que vivimos. Me produce una intensa desazón este ambiente de corrupción en el que vivimos hoy, en donde los principios éticos de nuestros gobernantes están a ras del piso. Esto es nefasto. No me explico como una gran parte de la sociedad prefirió ceder derechos logrados por años a cambio de una ilusión de seguridad. Y de Cali, no me hago muchas ilusiones, es una ciudad que ha sido robada históricamente.
Hablemos de nuevos proyectos
Estoy invitado a Linz, en Austria, donde voy a desarrollar una obra que estoy haciendo desde hace más de un año. En algún momento la mostraré en Cali porque es un trabajo sobre los retratos que tienen las familias en sus casas de familiares que se han ido para otra parte. Es un trabajo sobre el retrato y el lugar donde habitan. Por otro lado estoy trabajando un archivo de fotografías sobre el Puente Ortiz, un proyecto en el que trabajo con Mauricio Prieto. De allí saldrán varios productos, un libro que se llama Porcontacto que acaba de ser lanzado en la biblioteca Luis Ángel Arango. Hay también videos, fotos que se van a exponer en el Museo de la Fundación Cisneros en Miami este año. El 6 de junio, además, se realizará una muestra mía en el Bildmuseet de Umea en Suecia.
Y Óscar Muñoz, después de hablar de arte, está sonriente, relajado y habla de quien es él, de sus gustos por la comida y el cine, sobre todo las películas de Arthur Penn, de su vida sin fiestas porque vive es para trabajar. Entonces, ahí sí, el fotógrafo le hace un par de fotos y se anuncia la despedida.
Pero le digo que aún queda una duda. ¿Por qué aceptó una entrevista con Gaceta? “Porque ustedes han difundido los eventos de Lugar a dudas, y tengo que corresponder. Y porque me encanta que de nuevo exista esta revista, ahora con más sustancia”. Después partió, se volvió invisible otra vez y regresó a su taller.