martes, mayo 26, 2009

Óscar Muñoz y el arte insólito de dibujar sobre el agua




Por Santiago Cruz Hoyos


Fotografías: Cortesía Lalo Borja


GACETA - EL País, Cali


Tal vez si Óscar Muñoz pudiera elegir para sí poderes sobrehumanos, escogería sólo tres. El primero, sin duda, sería la capacidad de hacerse invisible, de pasar sin ser visto. Sus obras de arte se observarían por todo el mundo, como ahora, obligando a pensar sobre la realidad cotidiana y sobre la naturaleza humana en cada museo donde se expongan. La diferencia es que él estaría ahí, junto a ellas, guiándolas a donde quiere, pero como un fantasma que no puede ser fotografiado por la prensa ni entrevistado por periodistas o invitado a cocteles por ministros, por políticos. Un ser que está ahí pero no, que existe y no existe a la vez. Porque Óscar Muñoz es un artista que evita las entrevistas, los flashes sobre su cara, la exposición pública de su Yo. Lo importante, cree, son sus obras, no él. “Lo que me pase a mí no importa, no es interesante”, sentencia en un tono de voz serio, como dando a entender que hurgar en su personalidad fuera un intento de convertir su arte en farándula.
Tampoco es un hombre de vida social activa, de multitudes, de fiestas, de bailes, como fue en su juventud en sus épocas de estudiante de la Escuela de Bellas Artes de Cali. Su vida hoy es solitaria e introvertida, si se pudiese definirla de tal manera. Prefiere vivir a la sombra, oculto, creando, encerrado en su casa en el barrio San Fernando o viajando por el mundo.
El segundo poder sobrehumano que seguro escogería para sí sería el de comer todo lo que quisiera sin engordarse. Porque la comida en la vida de Óscar Muñoz representa una gran pasión, junto al cine y la lectura, sobre todo si se trata de ensayos que hablen de la imagen y la fotografía. Es un comensal de primera cuando se trata de comida del Pacífico colombiano, o turca, o mediterránea. Una vez le lanzó a uno de sus grandes amigos, el pintor Ever Astudillo, esta frase inmortal: “Uno en la vida no se debería engordar por comer. Uno debería engordarse es por decir mentiras, o por ser envidioso, pero no por comer. La comida es un placer que se debería disfrutar sin consecuencias negativas”.
Y el tercer poder que seguro escogería sería el del silencio, tener la capacidad de dominarlo a su antojo. Óscar Muñoz se sueña viviendo en una ciudad en donde sus habitantes consideren, como él, que el mito de la felicidad lograda con los parlantes a alto volumen es una mentira, una falacia. Pero Cali, la ciudad en la que vive, ha creído en ese mito desde siempre.
Sí, con esos tres poderes este artista sería un hombre pleno, satisfecho con su destino.
En este momento lo veo entrar a Lugar a Dudas, una institución de promoción cultural que creó en el año 2005 y que está ubicada en el barrio Granada. Es un espacio dedicado a promover al arte contemporáneo, un sitio que se acerca al público y a los artistas de una manera vivencial, diferente a como lo hace un museo. Llega a paso rápido, porque está retrasado media hora para esta cita. Luce una camisa rosada, barba de dos días, pelo desordenado y sobre su cuello cuelga una cuerda que sostiene sus lentes. Óscar Muñoz sufre de daltonismo, una alteración visual genética que le impide distinguir algunos colores, como el rojo, por ejemplo. Pero ese defecto jamás se cruzó como un obstáculo en su evolución artística. Tampoco en su vida diaria.
Le estrecho la mano y pienso que por fin, después de casi 2 años de buscarlo para entrevistarlo, el gran día ha llegado. Él sonríe, me invita a seguir a una especie de mesón al aire libre donde hay galletas para comer, un sitio cómodo para charlar. Reparte saludos afectuosos a izquierda y derecha. El ambiente es agradable. Pero de inmediato ese ambiente cambia. Óscar Muñoz se sienta y me advierte lo que ya mencioné, que no le gustan las entrevistas.
-Primero, porque los periodistas me han mal interpretado muchas veces. Segundo, porque lo que me pase a mí no lo considero para nada relevante, mi vida personal no tiene mucho interés, salvo para mí, que soy el que la está viviendo.
-Pero además de hablar de arte, lo que me interesa es conocer su historia personal y cómo se hizo el artista de prestigio que es hoy Óscar Muñoz.
-Le repito que mi vida no es interesante. Pero vaya haciendo las preguntas a ver qué pasa, sentencia.
Entonces arranca algo así como un duelo entre alguien que quiere esculcar una vida y alguien que quiere ocultarla. Un duelo tenso, al principio. Tan tenso, que el fotógrafo no se anima a tomar su cámara y captar las primeras fotografías de este encuentro.
II
El video está en Youtube. Se llama Narciso, dura 2 minutos 28 segundos y lo que ahí pasa es un verdadero milagro del arte. Narciso es el video de la obra que lleva el mismo nombre y que muestra el rostro de un hombre dibujado sobre el agua de un lavamanos lleno. El lado derecho de ese rostro se va desdibujando, poco a poco. Se contrae, también se esparce al vaivén del agua que se va escurriendo por el desagüe. Al final, cuando el agua desaparece del todo, de ese rostro no queda nada, sólo manchas negras sobre el lavamanos.
Entonces uno piensa que el que hizo eso es un genio. Y ese tipo se llama Óscar Muñoz que sí, es el único hombre en el mundo que ha dibujado sobre el agua como si la misma fuera un lienzo. Si Cristo caminó sobre el agua, este hombre nacido en Popayán en 1951 tiene el poder de usarla para dibujar una obra de arte sobre ella. En los comentarios del video muchos ‘internautas’ se hacen la misma pregunta: ¿Cómo lo hizo? ¡Genial!
En Narciso, una obra realizada con polvo de carbón que dibuja un rostro flotante sobre el líquido transparente se plasman tres momentos definitivos de cualquier ser vivo: el nacimiento, la vida y la muerte. La obra, concebida en 1994, es el resultado de una búsqueda de Óscar Muñoz en su carrera, una exploración que incluyó mucho ensayo y error y obras dejadas a medio hacer. Su objetivo era distanciarse del dibujo hecho con su propia mano, su propio gusto. Buscaba una obra diferente, con proceso y consecuencias que no dependieran exclusivamente de su trazo sostenido.
Ya esa idea de dibujar sobre el agua la tenía entre ceja y ceja. En 1992 había creado Atlántida, obra en la que utilizó polvo de carbón y papel para dibujar sobre el agua. Y más atrás, en 1986, una de sus obras más elogiadas, Cortinas de Baño, que recorrió los principales museos del mundo, también utilizó el agua como un elemento activo y vital para la obra. En las cortinas dibujó cuerpos con los movimientos tradicionales que hace una persona cuando está en la ducha. Esas siluetas se aprecian gracias a la sensación de vapor de un baño con agua caliente. Una regadera, además, escurría gotas de agua por la cortina, lo que hacía que la imagen fuera cambiando a través del tiempo. Daba la sensación de que había alguien vivo tras esas cortinas. Una imagen espectral, una ilusión.
Esa obra también apareció en la vida del artista como una forma de reinventarse. Sí, era reconocido como un gran dibujante. Su primera exposición individual la había presentado en Ciudad Solar en los años 70, y la exposición se llamó Dibujos Morbosos, bosquejos en blanco y negro de cuerpos obesos que mostraban prendas sensuales, un brasier, por ejemplo, o los calzones de una mujer. Eran obras con ironías, con algo de burla, dibujos que ya le daban reconocimiento. Pero Óscar Muñoz quería ir más allá, poética, convertir las técnicas del dibujo en conocimiento. “Quería deshacerme de esa sobredosis de estudio de los cánones del dibujo académico de la figura humana en Bellas Artes”, le dijo sobre el tema a la crítica de arte María Inés Rodríguez en un diálogo registrado en un catálogo sobre su vida artística titulado Documentos de la Amnesia.
Dice al respecto el curador de arte Miguel González que precisamente por esa búsqueda constante y en esa genialidad para reinventarse a sí mismo y a sus formas de representar el mundo, es que Óscar Muñoz está catalogado como uno de los mejores artistas contemporáneos de Colombia. Por esa genialidad expone en todo el mundo, y no en cualquier museo. Sus obras se han visto en el Instituto de Arte Contemporáneo de Toronto; en el Museo de Arte Mori, de Tokio; en el Museo de Arte Contemporáneo de Sydney; en el Tate Modern de Londres; en el Museo de Akron, en Ohio; en el Meiac de Badajoz, España; en el Museo Haifa de Israel; en el Museo de Arte Contemporáneo de Thessaloniki en Grecia... seguro quedan varios sin mencionar.
También ha estado invitado a certámenes de prestigio en el mundo del arte como la Bienal de Venecia. En 2007 participó con una instalación titulada 'Proyecto para un memorial', una proyección de videos en donde se muestra cómo dibuja con agua sobre pavimento hirviendo retratos sacados de las notas necrológicas de un periódico. Cuando uno de los retratos está a punto de ser terminado, los trazos empiezan a evaporarse y el proceso comienza de nuevo.
Y actualmente tiene cuatro exposiciones activas a nivel internacional. En el Museo Tamayo de México está exponiendo la obra Crónicas de la Ausencia, junto a la artista brasileña Rossangela Rennó, un diálogo entre los artistas sobre el fenómeno de la gente que desaparece; en el Museo de Arte de Herzliya, Israel, está exponiendo la obra Traces of Time; en el Museo de la Universidad de Wyoming, Estados Unidos, está exhibida una obra suya en la exposición The Disappeared y en la galería de arte New South Wales de Sydney está exponiendo Biografías, una proyección de vídeos captados desde una altura y con vista a un sifón, que muestran imágenes de personas que van deformándose a medida que son absorvidos por el desagüe hasta desaparecer y aparecer nuevamente.
Por eso no es extraño que un día esté en Israel y al siguiente en México. Es un trashumante. “Óscar Muñoz ha logrado comprender los lenguajes contemporáneos, hacerlos suyos. Ahí está su secreto, su éxito. Ha optado por utilizar lenguajes como la fotografía y el video para seguir mostrando su representación del mundo. Esa capacidad para renovar sus ideas ha sido vital para su asenso artístico. Y hay que agregar que su obra es muy coherente, es un mismo sentir pero materializado a través de diferentes elementos. Toda su obra es un proceso. Las Cortinas, Ambulatorio, Narcisos. En todas ellas hay una ilusión de la representación que tiene fuertes connotaciones políticas como los fenómenos de las desapariciones en Colombia”, continúa explicando Miguel González.
Tiene razón, Muñoz no opta nunca por el lugar común, por repetir lo que otros han hecho. Él quiere innovar el arte, el dibujo, incorporando otros elementos como el agua, el polvo, la fotografía. Y aunque piense por momentos que el arte no sirve para nada, su trabajo ha estado marcado por un profundo interés político y si se quiere, beligerante. Ese es el resultado de su cotidianidad, es un hombre informado con una opinión crítica hasta la médula sobre ese estado de corrupción y violencia en el que ha vivido el país.
Y su arte crítico tiene el poder de despertar conciencias. Tiznados, por ejemplo, es una obra que hace referencia a uno de los primeros grupos paramilitares que perpetraron masacres de campesinos en el país. La obra es una serie de dibujos realizados con carbón surgidos de las fotografías que ilustraban las crónicas rojas que publicaban los periódicos de Colombia, crónicas que por cierto eran coleccionadas sagradamente por Muñoz. El carbón en esa obra es clave. Es la representación de la muerte, de una materia vegetal viva que termina reducida al tizne, muriendo.
La obra Ambulatorio también es un grito contra la violencia en Colombia. En este caso, un grito contra ese mundo de finales de los años 80 y principios de los 90 en el que los carteles de la droga de Cali y Medellín permanecían en una lucha infernal representada en bombas puestas en lugares públicos. Ambulatorio son fotografías aéreas captadas por el Instituto Geográfico Agustin Codazzi y sobre las fotos se ubica un vidrio de seguridad estallado en muchas partículas que representan cada edificación de Cali. El visitante de la obra camina sobre ese vidrio malográndolo a cada paso, partiéndolo. La imagen se va haciendo difusa a medida que el vidrio se parte. Y el vidrio es el símbolo de una tragedia: la de los atentados con bombas que mutilan vidas.
Y qué decir de Aliento, una obra al igual que Narciso, poderosa. Aliento es una obra que consta de discos de metal clavados en una pared que cumplen la función de ser espejos. El espectador, cuando se acerca, se refleja en los discos. Pero cuando sopla sobre los mismos, su imagen desaparece y se ve la fotografía de un desconocido, una persona que ha fallecido, fotos tomadas de los obituarios de los periódicos. Cuando el vaho del aliento se evapora vuelve la imagen del espectador que la ha soplado.
Como lo plantea el columnista Carlos Jiménez, en un ensayo titulado ‘Los espejos de Alicia, o el arte de atravesarlos de Óscar Muñoz’, esa obra es una reflexión del Yo partiendo de una premisa del siquiatra Jacques Lacan cuando afirmaba que “el Yo es otro”, que el sujeto se constituye en y por otro semejante. Plantea entonces Jiménez que la obra de Muñoz “es una reflexión sobre las transformaciones que experimenta la mirada cuando queda atrapada en las máquinas de la visión, hecha a partir de la lección que le impartió la pintura en sus años de pintor”. Y en otros textos afirmaba: “Óscar Muñoz amaba la ortodoxia hasta que decidió dejar los dibujos en blanco y negro que le dieron fama, y se puso a hacer cosas tan insólitas como cortinas de baño iluminadas por fantasmas”.
Sí, Óscar Muñoz ha disfrutado de dos épocas distintas como artista pero igual de aplaudidas por la crítica. Sobre el sentido de su obra el propio Óscar le dijo a Miguel González que su acto de pintar es moral. Por eso en una presentación de una exposición suya en el Museo Tate Modern, en el Reino Unido, dijo: “Mis trabajos de hoy parten del interés por comprender el mecanismo desarrollado por una sociedad, que terminó viviendo la rutinización de una guerra, de una sucesión de guerras que tiene más de 50 años y que aún no terminan, con poderosos sectores de la sociedad interesados en mantenerla”. Ese es precisamente el latir de otras obras suyas artísticas y poéticas. Una mirada de la naturaleza humana, a lo que nace y muere, al contexto en el que vivimos.
Obras como Eclipse, por ejemplo, 12 espejos cóncavos instalados en una pared que da a una calle. Cada espejo cuenta con un orificio de un centímetro de diámetro. Los espejos rebotaban la luz que entraba por los orificios y en las paredes interiores se reflejaba lo que estaba pasando en la calle, en la ciudad.“Mi trabajo, entonces, insiste por un lado en evidenciar ese escenario inmemorial: una imposibilidad de retener y fijar los eventos pasados, e intenta, por otro lado, hacer memoria usando una mecánica similar, es decir, desde la impermanencia y lo inasible, usando siempre el hecho fotográfico, su escencialidad química como referencia y como metáfora, y enfocado en particular en el género del retrato”, seguía explicando Óscar Muñoz en su presentación en la galería de arte Tate Modern, la más importante del mundo a la que conquistó gracias a su arte poético e insólito.
III
La grabadora se enciende y me alisto a tomar notas. Óscar Muñoz tiene la mirada seria, espera la primera pregunta. Le insisto en lo que no quiere, su vida. Empieza a hablar con palabras medidas, mientras verifica con sus ojos cada dato que escribo. Habla de su niñez.
“De mi infancia tengo un recuerdo lejano, viviendo junto con mi familia en una finca en el Cauca, ubicada a las afueras de Popayán. Allí aprendí a leer pero también adquirí una cantidad de experiencias imborrables, de éstas salen muchas cosas en mi trabajo. Mi familia se vino para Cali bucando nuevas oportunidades. Mi infancia y mi adolescencia las pasé en el barrio El Peñón, donde viví hasta los 20 años. Del Peñón tengo el recuerdo de una vida amable, de un barrio de vecinos que se conocen, de casas que con el tiempo desaparecieron, casas muy lindas. En general tengo un recuerdo de un niño común y corriente, que juega fútbol y se divierte en el río”.
- Un niño que siempre quiso ser pintor...
Si, siempre quise seguir haciendo lo que ya hacía. Además, en mi casa había un aprecio por las artes. Mi mamá, Maruja, era una mujer conservadora, lectora y con una capacidad de esculcar hasta el alma con la mirada. De ella hice varios retratos. Mi papá era un profesor de matemáticas, un tipo estudioso. Gerardo, se llama. Ellos promovieron las artes en la casa. Todos mezclamos el colegio con alguna disciplina artística en Bellas Artes: De mis hermanas una estudiaba canto, otra violín, guitarra clásica, y yo hacía artes plásticas al tiempo que estudiaba en el Colegio Claret.
- Usted es ante todo dibujante...
Siempre me interesé en el dibujo, más allá de una simple técnica, me maravillaba esa posibilidad de sugerir tanto con tan poco. Después fui conociendo otros soportes como las técnicas de impresión, el video y la fotografía, para aplicar el dibujo en ellos, porque para mi no tiene sentido dedicarse toda la vida al dominio de una técnica, es mejor decir lo mismo, pero de diferentes maneras. Claro que el dibujo es poderoso, tiene la capacidad de explicar algo que no se puede explicar de otra manera, por eso existen los gráficos y mapas. Además, requiere de una capacidad de síntesis, de abstracción y de agudeza.
- ¿Cómo son sus procesos creativos para encontrar una obra?
Uno de los asuntos más complicados para un artista es encontrar su propio sistema de creación. Yo lo que hago es tratar de tener una disciplina para trabajar, que no es otra cosa que tener tiempo para hacer lo que me de la gana. Para articular unas obras con otras, desarmarlas y armarlas de nuevo. Una obra nueva implica un trabajo de laboratorio, de ensayos, de aprender y acumular experiencias.
-¿Cuál es la importancia del arte?
A veces pienso que estas actividades que tienen que ver con el arte son la única posibilidad de que el hombre se vuelva hombre y que las sociedades construyan una idea sobre su propio desarrollo, sobre su pasado y su futuro. Pero a veces pienso que el arte no sirve para nada. Es como un juego que le da giros y le hace quiebres a la realidad, pero esto es muy serio, ¿no? En el fondo me gusta saber que lo que hago no tiene otra utilidad.
Pero su arte es considerado muy político, beligerante...
No sé si la palabra sea beligerante, podría ser reflexivo tal vez. Lo que sí le puedo asegurar es que soy una persona con criterios políticos y crítico de la situación que vivimos. Me produce una intensa desazón este ambiente de corrupción en el que vivimos hoy, en donde los principios éticos de nuestros gobernantes están a ras del piso. Esto es nefasto. No me explico como una gran parte de la sociedad prefirió ceder derechos logrados por años a cambio de una ilusión de seguridad. Y de Cali, no me hago muchas ilusiones, es una ciudad que ha sido robada históricamente.
Hablemos de nuevos proyectos
Estoy invitado a Linz, en Austria, donde voy a desarrollar una obra que estoy haciendo desde hace más de un año. En algún momento la mostraré en Cali porque es un trabajo sobre los retratos que tienen las familias en sus casas de familiares que se han ido para otra parte. Es un trabajo sobre el retrato y el lugar donde habitan. Por otro lado estoy trabajando un archivo de fotografías sobre el Puente Ortiz, un proyecto en el que trabajo con Mauricio Prieto. De allí saldrán varios productos, un libro que se llama Porcontacto que acaba de ser lanzado en la biblioteca Luis Ángel Arango. Hay también videos, fotos que se van a exponer en el Museo de la Fundación Cisneros en Miami este año. El 6 de junio, además, se realizará una muestra mía en el Bildmuseet de Umea en Suecia.
Y Óscar Muñoz, después de hablar de arte, está sonriente, relajado y habla de quien es él, de sus gustos por la comida y el cine, sobre todo las películas de Arthur Penn, de su vida sin fiestas porque vive es para trabajar. Entonces, ahí sí, el fotógrafo le hace un par de fotos y se anuncia la despedida.
Pero le digo que aún queda una duda. ¿Por qué aceptó una entrevista con Gaceta? “Porque ustedes han difundido los eventos de Lugar a dudas, y tengo que corresponder. Y porque me encanta que de nuevo exista esta revista, ahora con más sustancia”. Después partió, se volvió invisible otra vez y regresó a su taller.

miércoles, mayo 13, 2009

Rosemberg Sandoval sigue con el puñal en su mano


Es uno de los artistas performances más reconocidos del país y el continente. Desde 1981 expone en los grandes museos del mundo y colecciones de arte como la de Daros, en Zurich - Suiza- y Prometeo, de Italia, tienen obras suyas. Encuentro cercano.
Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos: Hroy Chávez
Revista Gaceta - El País - Cali


I


Se llamaba Oswaldo Narváez. Era indigente. Vivía, en 1999, entre las cavernas que encontraba debajo del asfalto a lo largo del río Cali. Comía lo que encontraba en la basura, y a deshoras. A lo mejor eso fue lo que lo mató. Una ulcera, se supone, porque un mes antes de morir decía que le ardía el estómago. Y claro, vivía sucio y oliendo a demonio, a ese olor que deja un carro de basura segundos después de pasar por una calle.

Rosemberg Sandoval lo visitó en sus escondites tres meses antes de su muerte, que se dio cuando rondaba los 27 años. Le llevaba pan, café, frutas. Tenía un interés en hacerse amigo de él, que era una fiera con los desconocidos. Pero Oswaldo Narváez, en los ojos de Rosemberg, más que un indigente de genio explosivo era una obra de arte viviente por conocer.
En ese mismo año, 1999, en Cali se realizaba el III Festival de Performance. Y Rosemberg Sandoval, que estaba entre los artistas invitados, quería, como debe ser un performance, pegarle una cachetada moral al público que lo viera.

Entonces pensaba en un viejo proyecto que conservaba en las páginas de su libreta de apuntes. En 1980 tenía en mente arrastrar el cadáver de un preso político sobre la Plaza de Bolívar de Bogotá. La idea era que la plaza y el asfalto se fueran ‘devorando’ al cadáver a medida que lo iba arrastrando. Por razones de seguridad no lo pudo hacer y el proyecto se quedó escrito en su libreta.

Pero con Oswaldo apareció de nuevo esa idea detonadora, fulminante, para pegar una buena cachetada moral que calara el alma de los espectadores que asistieran al Festival. La mugre y el olor de Oswaldo eran perfectos para su acción. Por eso quería hacerse amigo de él, conocerlo. Y Oswaldo aceptó ser el protagonista de la obra, después de tomar mucho café gratis y comer mucho pan, también gratis. Hasta que llegó el gran día.

Rosemberg se apareció en la caverna de Oswaldo. Le dijo que se alistara, empezaba el performance.

-Pero yo no me voy a presentar así, porque me da pena. Me quiero cambiar de ropa, le dijo.
-¿Cómo te vas a cambiar si así estás perfecto? Me interesa como estás vestido, contrapunteó Rosemberg.

Oswaldo no le respondió y se subió de inmediato a un árbol con la habilidad de un chimpancé. En la copa del árbol sacó una bolsa de ropa y se cambió. Era una camiseta roja y un jean, ambas prendas más sucias aún a las que llevaba puestas. Rosemberg sonrío satisfecho. Todo estaba perfecto.

En ese mismo momento empezó la obra de arte. Rosemberg cargó sobre su hombro a Narváez, para llevarlo al sitio donde estaba el público, un salón del Museo La Tertulia. Oswaldo tomó la dimensión casi que de un ángel, jamás tocó el piso con sus pies.

Entran y Rosemberg ve de frente una pared blanca. Se dirige a ella con decisión. Con fuerza toma el cuerpo de Oswaldo y lo utiliza en la pared como una brocha, como un pincel, un carboncillo, y empieza a pintar una especie de esfumato, esa técnica creada por Da Vinci que consiste en distribuir sombras tenues en una pintura para darle un aspecto de difuminado. Y eso se veía en la pared. El cuerpo de Oswaldo se estregaba sobre ella y fue dejando su mugre. Su danza sobre la pared iba de más mugre a menos mugre. La suciedad quedó en la pared, y el blanco de la misma quedó en el cuerpo de Oswaldo.

Luego, Rosemberg puso al hombre sobre una base blanca de madera, de espaldas, y comenzó a frotarlo. Ambos estaban sudados. De sus cuerpos se suelta entonces un pigmento, más mugre, hasta que la ropa de Oswaldo se desgasta, se rompe. Termina el performance y el público es abofeteado, golpeado. Más que una cachetada, fue un ‘uppercut’ pleno en el rostro, al mejor estilo bestial de Mike Tyson. Ese público sintió miedo, incomodidad, ganas de salir corriendo. Entonces, el performance, titulado Mugre, fue eficaz, heroico.

Rosemberg escribió: "Mugre de otro universo, de otro mundo, es lo que documenta mi manera enferma de dibujar sobre las paredes y el suelo impecable del Museo La Tertulia, con un miserable recogido en la calle, utilizado como instrumento y esencia, anudando una conexión arte– mugre-vida y permitiéndome construirle un vaporoso mapa de mugre y dolor, una posible resignificación del cuerpo".

La acción fue grabada. Y el video fue comprado por la Colección Daros de Zurich. Según la revista mexicana 'Generación', ese performance está catalogado entre los mejores 15 de la segunda mitad del Siglo XX, junto a acciones de artistas como Beuys, Manzoni, Klein y Acconci.

II


Voy camino a mi encuentro con Rosemberg Sandoval. Mientras llego al barrio Terranova, en Jamundí, donde vive, repaso su hoja de vida.

Nació un primero de enero de 1959 en Cartago, Valle. Eso quiere decir que ya anda por los 50 años y que cumple aniversarios el mismo día de la Revolución Cubana. Estudió en la Escuela de Bellas Artes de Cali y en la Universidad del Valle. Ahora es docente de esa Universidad, en el Departamento de artes visuales de la facultad de Artes Integradas.

Lleva casi 30 años de carrera artística. Desde 1981 expone en los grandes museos del mundo. Ha expuesto en México, Argentina, Brasil, Venezuela, Ecuador, España, Suiza, Italia, República Checa, Inglaterra y Colombia.

Colecciones de arte tan importantes como la de Daros, de Zurich –Suiza-, Prometeo, de Italia y la galería Casas Riegner de Bogotá tienen obras suyas.

Leo en un catálogo sobre sus acciones, sobre sus performances. De inmediato pienso que me voy a ver con un artista rebelde, de los que no caben en ninguna parte, en ningún molde o sistema.
También pienso que debe tener algo de loco, de santo y de suicida. Algo no. Él tiene mucho de eso. Cuando lo mire de frente afirmaré más esa idea.

Tiene la mirada de los que viven en los monasterios. Pero ahí, en su locura, está su arte. Y su éxito. Y su reconocimiento.

Primero, hay que tener algo de descompesado para hacer performances. Algo de loco para que en 1983, por ejemplo, haya realizado 16 performances hechos con cabellos de cadáver humano sobre las paredes y el piso del Museo de Arte Moderno de Cartagena durante la exhibición 'El cuerpo como lenguaje'.

Algo de loco para que en el año 2000 haya presentado un performance titulado Bebé. Era un dibujo hecho con vellos púbicos y axilares sobre un papel carta. Esta acción hecha en privado la presentó en el Museo La Tertulia y en el Museo Exteresa Arte Actual de México, en el D.F.

Mucho de suicida para que en 1992 preparara una acción a la que bautizó Yagé. Hizo dos versiones. En la primera se auto flageló con un vidrio cerca del estómago mientras leía un texto de Cortázar y al mismo tiempo recogía su sangre con la otra mano para después tomársela.
En la segunda versión se repite la escena, sólo que se auto flagela con un crucifijo al que le ensambla un bisturí. Ese performance se vio en Bogotá, en Cali y en México.

Y hay más por el estilo. La acción llamada Rose–Rose que creó en el 2001. Aparecía vestido de blanco sentado en un metate, ese utensilio que se emplea para moler maíz, descalzo y con un ramo de rosas espinosas en su mano que apretaba tan brutalmente hasta sangrar. Las rosas se volvían sangre, la sangre rosas y en el ambiente flotaba el olor mágico de los pétalos. "Esta des–escenificación es una acción moral superior y está dedicada a todos aquellos a quienes el dolor y la barbarie pudieron más que el tiempo", sentenció.La acción se vio en Italia, en Suiza, en México, en Cali y en Bogotá.

En fin, cierro su catálogo, que describe 31 acciones suyas realizadas por el mundo en los últimos 29 años. Hay muchas acciones desquiciadas. Otras parecen tiernas.

Pienso ahora que alguien tan reconocido y controvertido en el mundo del arte y que tenga un lugar de privilegio en la galería Casas-Riegner de Bogotá para exponer sus dibujos debe ser adinerado, con una casa llena de pinturas clásicas por todas partes. Era la casa que me esperaba encontrar. Pero no. Rosemberg Sandoval es un artista sin dinero. Vive con lo justo. "Soy un artista montañero y pobre, de padres campesinos desplazados; soy el menor de 14 hermanos. Hacer arte ha sido para mí un desafío contra todo. Contra el dinero, contra el gusto, contra el mito del arte, contra los viajes obligatorios a Norteamérica y Europa, contra la historia rosa del arte y contra el Estado", escribió.

Y más adelante agregaba: "Vivir de lo que produzco ha sido un problema agudo, pues vender o dejar en consignación en una galería de arte un grabado impreso sobre la piel de cadáver de un niño, conservado en un frasco con formol sostenido de una astilla de vidrio, es una utopía de adquisición para un coleccionista normal, hace 29 años y ahora. El grabado era una tiernísima y cartográfica ciudad en forma de Snoopy…"

Sí. Es que, ¿cómo diablos se vende un performance? Además, me dijo, si llegara a vender uno de sus dibujos, las galerías colombianas se quedan con el 50% del dinero.
En la entrevista me confesaría que uno de sus sueños es vivir económicamente mejor, pero no le pone mucho drama al asunto. ¡Mi único delito es hacer arte desde la marginalidad y con la marginalidad!, grita.

Al fin y al cabo la plata pasa a un segundo plano cuando una persona hace lo quiere con su destino, pone a correr su proyecto de vida. Y él hace lo que quiere, es un artista que jamás pasa indiferente ante ningún público. Lo pueden amar u odiar. Pero jamás ignorar.

Ahora me saluda parado en el marco de la puerta de su casa, con una bolsa de arepas en la mano para desayunar junto a lo que más ama, su compañera Paola Tafur.

III


Las paredes de la casa de Rosemberg Sandoval están sin pintar. Es una casa pequeña, estilo interés social. La cocina queda pegada a su taller. El almuerzo de este día de la entrevista va a ser frijoles. Están en la bolsa, junto a una olla, listos para remojar. Me fijo en su casa porque el contexto en el que vive un hombre de arte influye en su trabajo.

Entramos al taller. Conversamos de arte, de política, de ese matrimonio, de su historia. Inicio por mi curiosidad por los materiales que utiliza en sus obras. Rosemberg, ¿qué sentido tiene hacer obras con vísceras humanas, sangre, fango, muertos? Él explica y todo cobra un sentido.
"Siempre he trabajado con materiales que tengan una historia, una conexión entre sí y con uno mismo. La obra que uno genera es totalmente autobiográfica. He trabajado con vísceras humanas, sangre que me regalaban en la Cruz Roja en años en que no había Sida en Colombia, sudor, mugre, en fin, materiales donados. Hay que trabajar con lo que está al alcance de uno, para que la vida no se quede en deseos y uno pueda hacer el arte que quiere. Además, debe haber una proporcionalidad entre lo que uno hace y lo que uno vive".

Le pregunto por unos zapatos negros que están pegados sobre una tabla colgada sobre una pared. ¿Qué es eso? Se ríe. Es una obra ya de hace tiempo. Un homenaje a Armando Sandoval, un sobrino suyo que se suicidó. Armando vivía cerca del barrio Villa Colombia, donde andar con zapatos de marca lo convertía en objetivo militar de los ladrones. Entonces Rosemberg y su sobrino se idearon un dispositivo anti atraco. Como calzaban lo mismo, salían a la calle el uno con un zapato del otro. En el pie izquierdo un tenis Puma. En el derecho, uno Nike. Así para qué los robaban. Y los zapatos colgados en la pared son esos que se trocaban para salir a la calle. Un homenaje a su sobrino, toda obra viene de la historia de vida del artista.

Hablamos de los performances. "Primero, para hacer un performance no se puede ser tímido y se debe estar demasiado convencido, si no es así es mejor ser pintorcillo, porque no hay dónde esconderse. Y no sabría decirte cómo nace un performance. Hay ocasiones que vas caminando y de pronto aparece un detonador, una idea clara que de inmediato debes apuntar en una libreta. Pero hay también ideas que son más luchadas. Un performance es tiempo, espacio y realidad y está lleno de circunstancias que da el lugar, alguien del público, en fin. Es una construcción coherente, eficaz, iluminada y efímera. Lo más difícil es lograr el sentimiento que se pretende con la acción en el público. Y sí, hay gente que te ataca, que se siente agredida por la acción, pero no pasa a mayores".

Ha tenido varios maestros, como el difunto Carlos Correa, "un señor clásico que me dio una muy buena base académica. Excelentes bases en pintura, en dibujo, te enseñaba a fabricar un pincel, el oleo. Su clase era un laboratorio, una cocina, una maravilla. Con él aprendí a contemplar el mundo escaneándolo desde el subdesarrollo".

Y en el mundo tiene varios referentes. El pintor y escultor italo-argentino Lucio Fontana. O el francés Marcel Duchamp, con quien tuvo el honor de exponer en España. O Gordon Matta Clark, hijo del surrealista chileno Roberto Sebastián Matta, "que andaba siempre con una motosierra y con permisos para dibujar obras de arte con ella en las paredes de edificios que estaban a punto de derrumbarse. Fue un artista que logró representar el miedo como sensación real en el arte. Con la motosierra el edificio rugía, pero no se caía".
En Colombia es admirador de Feliza Bursztyn, quien fue pionera en el país en hacer arte con materiales encontrados. También admira a Bernardo Salcedo, Carlos Rojas y al performer eterno: Antonio Caro.

Hablamos de arte. El arte, comenta, tiene que ver con la esencia y la verdad, y la verdad tiene que ver con la purga de lo inhumano, porque en una sociedad tan cruel como la nuestra, la función de los artistas es transgredir códigos e imantar el mundo. ¡Empuñemos nuestras almas!, vocifera. Quizá por esa premisa es que pinta tomando sus lápices como si fueran un puñal. También asegura que el arte es la historia del gusto rosa.

Un verdadero artista, agregó, es aquel que tiene contenido en su obra, es eficaz con la misma y siempre se reconstruye y se arriesga.

Dice que la política es toda reflexión que hacemos los humanos, no los alcaldes o los congresistas. "La política es una actitud con la vida, con el arte", piensa. No es extraño entonces que a finales de los 70 y siendo estudiante aún, haya formado un grupo insurgente pero al estilo Robin Hood. El grupo se llamaba 'Acciones suicidas para el arte'. Se robaban algún mercado de una tienda para dárselo a alguien con hambre, por ejemplo.

Dijo que en Colombia, el problema más grave que existe es que el país, en su gran mayoría, vive en cautiverio. No en el monte, no. Está secuestrado en el sentido de que hay demasiada gente que no puede ejecutar su proyecto de vida ¡y eso es triste, una miseria! El que pone un puesto de dulces porque eso es lo que quiere en la vida, está bien. Pero el que lo ponga porque no tiene otro camino, es un ser que engendra el odio. Y ahí aparece y se alimenta parte de la violencia en la que vivimos.

Cae la mañana y hablamos de sus proyectos. Ahora está exhibiendo sus dibujos en la galería Casas-Riegner de Bogotá. El 4 de junio expondrá Acciones Políticas en el Museo de Arte Moderno de Barranquilla. En octubre viajará a Río de Janeiro, porque la Casa Daros inaugurará un museo y expondrá la colección ‘Cantos/cuentos colombianos’, la mejor exhibición de arte colombiano contemporáneo que se ha hecho hasta hoy. Cuenta con obras de Doris Salcedo, Óscar Muñoz, Miguel Rojas, María Fernanda Cardozo, Fernando Arias, Juan Manuel Echavarría, Oswaldo Macía, José Alejandro Restrepo, Nadine Ospina y Rosemberg Sandoval.


IV

Cuando camino hacia la puerta de su casa, para partir, Rosemberg me detiene. Dice que no hablamos de su más reciente obra, Emberá Chamí, que expuso en el Museo Arqueológico La Merced en el marco del 41 Salón Nacional de Artistas.

Yo había oído hablar sobre la obra. Se trata de un par de botas pantaneras atravesadas por astillas de hueso humano que había conseguido en la morgue, en cementerios, huesos de personas N.N. Las botas representan el uniforme de la violencia y la descomposición en Colombia. Son las mismas botas que utiliza la guerrilla, los paramilitares, los indígenas desplazados. Es un homenaje a las víctimas de la violencia en el país, un comentario social sobre esa gente N.N. que pasa en el mundo inadvertida, como el aire.

La fotógrafa Mónika Herrán me había dicho que la había impactado, que esas botas expuestas sobre una iluminación tenue le habían puesto la piel de gallina.

Desprevenido, me acerco a la obra, cubierta en plástico negro. Rosemberg levanta el plástico y veo las botas de frente. Siento que son botas vivas, que esos huesos gritan y que es una obra que tiene espíritu, carácter, vigor. Entonces, doy un paso atrás. Pienso que me están dando un golpe certero. De inmediato busco la puerta de la casa y salgo.

lunes, mayo 04, 2009

Comprando libros viejos con Juan Gustavo Cobo Borda





Lo que inicialmente pretendía ser una charla corta sobre literatura y poesía, se convirtió en una larga entrevista y una mañana entera comprando libros usados con el poeta y escritor bogotano. Opiniones, anécdotas e historia de un hombre que vive entre 25 mil libros.






Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos: Hroy Chávez
El País - GACETA


I

Un hombre joven entró tambaleándose a la cafetería del Hotel Intercontinental, en Cali. Saludó a las meseras, las abrazó, las besó en la mejilla, sonrío y dijo palabras que nadie entendió. Tenía la lengua trabada, o mejor, anestesiada. Después se sentó como pudo en una de las tantas mesas que a esa hora, 9 de la mañana, estaban desocupadas y pidió un consomé de pollo. Era viernes.
Cuando tuvo el plato hondo frente a sus ojos, el hombre se lanzó sobre el consomé con avidez. Se tomó una, dos, tres cucharadas. De repente, se quedó dormido con la cuchara en la mano y la frente puesta al lado del plato. No le importaba el mundo.


Mientras esto sucedía, un poeta, sentado en una mesa cercana, lo observaba atento.


-Señorita, ese hombre está que se cae de la mesa, está borracho. ¿Por qué no lo suben al cuarto?, le preguntó el poeta a una de las meseras.


-No se preocupe. Él siempre hace eso, siempre llega de las discotecas así y hace lo mismo. En 10 minutos se despierta y terminará de tomarse el consomé. Después se va a acostar, le explicó la mesera.


El vaticinio se cumplió. A los 10 minutos exactos el hombre se despertó con su resaca a cuestas para terminar de devorarse la sopa. Después se paró, repartió más abrazos, más besos, más palabras extrañas, y desapareció dando tumbos por la puerta de la cafetería. Iba mareado pero sin asomos de arrepentimiento, ese hombre era feliz.


Aquel podía ser el personaje principal de un cuento, pensó el poeta. También, se dijo a sí mismo mientras terminaba su generoso desayuno, en el mundo existían muchas formas de divertirse, como el licor, las discotecas, el baile, los restaurantes, los deportes, los caballos, los paseos al río, los circos, el cine, en fin.


Pero la forma suya de entretenerse es curiosa, particular. Lo suyo es estar entre libros viejos. Caminar frente a estantes de páginas usadas, esculcar saldos, promociones, ediciones antiguas, y encontrar libros que se creían perdidos para siempre de la historia humana o, más sencillo, de la biblioteca personal, es casi un triunfo, celebrar un gol del equipo amado, la conquista de una mujer que parecía lejana. Es convencerse de que en la vida, sí señor, existen los milagros.


Porque encontrarse de casualidad un libro esperado por años en una librería de textos usados es casi una señal, un guiño del destino, pensaba el poeta. Sólo alguien que ame estar entre libros viejos entiende de qué se trata tan curioso y dichoso placer.


El poeta, de nombre Juan Gustavo Cobo Borda, ya llevaba su primer día encerrado en un hotel – venía de su ciudad, Bogotá, e iba a dictar una conferencia en Cali sobre literatura y violencia- y no le preocupaba ni cinco pasearse por Juanchito para bailar o a Granada a comer o darse un paseo en la ciudad por conocer.


No, ya conocía. Él quería ir a una librería de libros usados, de páginas con polvo. Además, el asunto no era un capricho. Estar entre libros viejos era una necesidad del cuerpo y del alma y ese hombre embriagado que acababa de ver en la cafetería se lo estaba recordando.
II
Juan Gustavo Cobo Borda nació en Bogotá un 10 de octubre de 1948. Las solapas de sus libros indican que además de poeta, escritor y crítico literario, también fue periodista y que en su vida dirigió una revista cultural de prestigio: Eco, que editaba la Librería Buchholz, en Bogotá.
También fue Subdirector de la Biblioteca Nacional de Colombia, asistente de la Dirección del Instituto Colombiano de Cultura (1975-1983), donde editó unos 300 libros, y desde junio de 1983 fue nombrado Agregado Cultural a la Embajada de Colombia en Argentina.
Además es miembro de la Academia Colombiana de la Lengua y correspondiente de la Española, y ha sido jurado del Premio Juan Rulfo, del Rómulo Gallegos, del Reina Sofía de poesía iberoamericana y del Neustand, Universidad de Oklahoma, Estados Unidos.
Ha publicado en Venezuela, México, Colombia y Argentina colecciones de poemas y cuatro libros de ensayos. Su más recientes libro, ‘La patria boba’, ditado por Norma, incluye una variada serie de poemas que ha escrito durante su vida. ‘Cruce de lecturas’, será su próxima obra que saldrá al mercado, un libro de ensayos sobre literatura editado por la Universidad de Medellín.
En la Universidad de Princeton, Estados Unidos, se guarda gran parte de su correspondencia y de sus trabajos literarios junto a textos de Lezama Lima, Octavio Paz, Carlos Fuentes. Y esos escritos están protegidos en bóvedas que pueden soportar la furia de una bomba atómica. Él lo cuenta y le da risa.
Es, entonces, un poeta de respeto, consagrado, que asegura que en su casa en Bogotá tiene una biblioteca con 25 mil libros contados e inventariados y que sagradamente, todos los días, se levanta a las 3 de la mañana para estar ahí, con sus libros, y así sí poder escribir poemas y ensayos y reseñas y críticas literarias.
También es un poeta con cierto aire infantil, juvenil. Se le nota en la cara – que por cierto tiene rasgos casi idénticos a los del actor Philip Seymour Hoffman, el que interpretó a Truman Capote en la película ‘Capote’. Cobo Borda sonríe como niño, tiene gestos de niño y hace travesuras de niño. Un colega suyo, William Ospina, había dicho que Cobo era un hombre que todavía tenía el alma de un adolescente.
Sigue su historia. Alguna vez escribió en un ensayo autobiográfico titulado ‘Mirándose al espejo’ que no tuvo infancia por estar entre libros. También que no optó nunca por ingresar a la universidad pues un buen día apareció la oportunidad deliciosa de vivir metido en una librería de 7 pisos, en pleno centro de Bogotá, la ya mencionada Buchholz. Era el gerente. Allá, cuando llegaban sus amigos poetas, Cobo Borda se hacía el loco, los ignoraba, les volteaba la cara. No daba descuentos.
Escribió que creció entre un padre abogado que había luchado en la guerra civil española, al lado de Don Manuel Azaña, recordado político y escritor español, y una madre cuyos primos hermanos, Jorge y Eduardo Zalamea Borda, a quienes no conoció, habían sido ambos reconocidos escritores. "El primero, excelente traductor de Saint John Perse al español; el segundo, autor de una novela sobre la Guajira, ‘Cuatro años a bordo de mí mismo’". Su abuelo materno llegó a editar un periódico llamado Gaceta Republicana.
Quizá gracias a esa familia que amaba tanto las letras, fue que Juan Gustavo Cobo Borda se hizo poeta y escritor. Quizá ese destino lo agarró para siempre porque no sabía bailar, o por no saber donde meter su cuerpo de gigante – mide 1.93 centímetros y pesa más de 100 kilos -, por timidez y rechazo o por intentar llamar al atención, en fin, por todas esas situaciones fue quizá que se hizo escritor. O por amar tanto a Bogotá, esa ciudad que es tan fría, dijo, que se presta para meterse en la cama todo el día a leer.

III

Ahora es sábado por la mañana, el poeta está en el lobby del hotel de pantalón café, camisa de un verde pálido, recién afeitado y perfumado, preparado para enfrentar a cualquier fotógrafo.

El día anterior, su conferencia sobre literatura y violencia había sido todo un éxito. Auditorio lleno y feliz con sus comentarios ácidos y cargados de travesura. Dijo, importunando a su autor de cabecera, Jorge Luis Borges, que él, el escritor argentino, hubiera solucionado en estos tiempos su problema para acercarse a las mujeres. "Con un millón y medio de pesos le hubiera pagado a una prepago y el asunto estaba resuelto", comentó. Se escucharon carcajadas, no tanto por lo que dijo, sino cómo lo dijo. Sí, es casi idéntico a Philip Seymour Hoffman.
Camina despacio por el lobby y suda a cántaros. El poeta, además de tener ese cuerpo pesado, sufre de esclerosis múltiple, una enfermedad crónica y no contagiosa del sistema nervioso central. Genera dificultad en la movilidad del cuerpo.
Tomó asiento, y lo que pretendía ser una charla corta sobre el amor en la literatura, se convirtió en casi hora y media de un interrogatorio, como él llamó a la entrevista, y una mañana entera comprando libros viejos.
En la conversación dijo que la poesía es la más alta forma de expresión humana. Que era junto con la música, la especulación filosófica y las matemáticas puras, el lugar donde se conjugan quizás los anhelos inexpresivos del ser humano, con un lenguaje que por fin los formula y los vuelve compartibles.
También se arriesgó y aseguró que la poesía tiene el poder de hacer milagros. Tanto, que incluso es capaz de fundar y dar razón de ser a países, comunidades y hombres. "El milagro griego es incomprensible hoy en día si no nos remitimos a la más alta forma de poesía para ellos, que fue la tragedia griega. La Edad Media es incomprensible sin Dante; las cortes francesas sin el teatro de Jean Racine y quizás París no existiría sin Proust, ese poeta de 7 tomos. La poesía funda los países, da razón de ser a las personas, y cuando los países están padeciendo épocas de dolor y servidumbre, encuentran en ella la forma de subsistir", dijo. Habló de Paul Celan, el poeta judío que se tuvo que expresar en la lengua de los que mataron a su raza: el alemán.
Y habló del amor, porque para un poeta ese tema es común, claro que su voz es poco alentadora para los enamorados. Dijo que lo bueno del amor es que no da ninguna experiencia. Algunas veces trae emociones eufóricas, pero al mismo tiempo también te da una especie de ansiedad perpetua y desasosiego, porque el amor, dice, se tiene que reinventar cada vez que aparece. "Sientes algo horrible cuando recurres a tus viejos trucos de conquista y resultan que en estos tiempos ya no funcionan. Allí te das cuenta que eres un mago o un payaso que pasó de moda", explica.
Y agrega: "Un poeta enamorado está en una especie de fantasía, en un mundo muy suyo pero engañoso, inventado. Quizá la adversaria está pensando en ir al gimnasio, en que no se le descuelgue la piel, en que metió la plata en las pirámides. Y aunque es posible que ese mundo engañoso del enamorado desencadene en una relación, el poeta, por lo regular, siempre tiene una capacidad absolutamente conmovedora de autoengaño. Y gracias a eso escribe poemas, que son las pruebas concretas de cómo se engañó a sí mismo". Suelta la carcajada.
Habló también de amores platónicos. El suyo era una actriz absolutamente carnal, absolutamente cursi en el sentido de su primitivismo: la argentina Isabel Sarli. O Anouk Aimée, la protagonista de ‘Justin’, la novela de Lawrence Durrell que fue llevada al cine y también protagonista de la película ‘Un hombre y una mujer’, "donde descubrí la maravillosa música brasileña". El poeta se paraba en las distribuidoras de cine para que le regalaran una foto de ella. Todavía tiene la foto, todavía ese amor platónico tiene su magia, su hechizo.
Sobre los celos, dijo que después de leer a Proust, se entiende que el mayor alimento y aliciente del amor son ellos, los celos. "En el momento que tu sientes celos, es cuando te das cuenta que estás enamorado. En mi más reciente libro de ensayos, que se llama ‘El olvidado arte de leer’, puse un epígrafe sobre el libro clave de los celos, que se llama ‘Un amor de Swann', un libro de Proust dentro de ‘La búsqueda del tiempo perdido’. Él tiene una aparente cita con una mujer y no la encuentra, y entonces empieza a buscarla de forma desesperada por los restaurantes de París en la noche. Y siente en ese momento, cuando sabe que no la tiene segura, que está absolutamente capturado por el mal, y el mal es el amor y el amor son los celos. Paradójicamente, esa fatalidad, esa humillación, ese desespero, es lo único que le permitirá ser feliz".
Habló también de la vida. Con el tiempo, dijo, el hombre desconfía de aquellos que te dan mensajes positivos. Porque te das cuenta de que te mienten, porque se les olvida dos o tres cosas que no cambian nunca. Primero, que todo ser humano muere. Segundo, que todo proyecto es finalmente imposible de realizar, se cumple una parte del proyecto, pero no el sueño total. Te lanzan cifras, además. Te aturden diciéndote que la economía está blindada, pero es mentira. Nos engañan. Entonces, se necesita para vivir de una sobria tranquilidad, de saber que la gente que queremos va a morir, que lo que quisimos hacer fuimos incapaces de desarrollarlo. Es un fracaso que no es deprimente ni negativo, sino simplemente es más humano, nos hace sentir de carne y hueso.
Habló más de poesía, más de literatura, más de sus proyectos. Va a publicar una biografía de Alejandro Obregón. Acaba de lanzar la de Fernando Botero. "Es que soy un lector que ama la pintura", dijo y se puso de pie para buscar agua y "seguir respondiendo este interrogatorio de El País".
IV
Ahora va sentado en el carro. Después de tomarse el vaso con agua y de posar para las fotos, abrió los ojos grandes y se emocionó como si le hubieran dado un regalo esperado cuando le dije que me tenía que ir porque mi plan de la mayoría de sábados es ir a ver libros viejos.
Entonces el poeta contó la escena del hombre borracho del viernes anterior, de su angustia de estar dos días enteros en un hotel sin haber ido a una librería, de ese placer dichoso de estar entre ediciones que huelan a polvo. "Ir a ver libros viejos es lo que hago en Bogotá tres veces a la semana, sino más. A veces compro libros, y cuando llego a la casa me doy cuenta que ya los tenía. Pero no me importa. Ver libros viejos es para mí una terapia, un asunto espiritual", dijo. Enseguida se frotó las manos, se emocionó, y agregó ¡qué maravilla ir a ver libros viejos en Cali! Vamos.
En la librería Alejandría, ubicada en el centro, el poeta fue más feliz aún porque encontró libros suyos muy baratos. ¡Qué descrédito que tengan libros de Cobo Borda acá!, dijo en broma. Después se encontró con esos milagros que se dan en las librerías. El primero que le llamó la atención tenía mucho que ver con él. Se trataba de una obra de Daniel Salcedo, la primer novela que se escribió en Colombia sobre la violencia. De ese texto había hablado en su conferencia. Y la historia no la tenía en su colección de 25 mil libros. La compró.
También vio libros de Juan José Saavedra, que había estado en la conferencia suya. Compró un libro del mexicano Miguel Barbachano Ponce, y compró también un libro de Truman Capote, titulado El Arpa de Hierba, un obsequio para "el interrogador de EL País". Lo llamaron al celular, contó feliz que como cosa rara estaba en una librería, esta vez en Cali, repasó los estantes de arriba abajo y como no, pidió descuentos porque tenía todo el derecho, iba a comprar un libro suyo, un manual de pintura que tenía una acertada caricatura en la solapa que le había pintado Juan Cardenas. ¿Cuánto me rebaja, tenga en cuenta que soy el autor del libro?, preguntó. A lo mejor no le creyeron, no le dieron descuentos.
Al poeta feliz en esa librería – no se quería ir, pidió hasta trabajo para quedarse - sólo lo sacó su amigo Ramiro Arbelaéz, profesor de audiovisuales de la Universidad del Valle. Ambos van a preparar una antología de crítica de cine. Ramiro le propuso que se fueran a la carretera al mar a almorzar y a seguir hablando de libros. A esa hora, 12:30 del mediodía, el poeta Juan Gustavo Bordo se fue a disfrutar otro placer que disfruta con pasión: la comida. Seguro no volvió a pensar en el hombre embriagado de la cafetería, el que le acordó que no había ido a ver libros viejos.