Alfredo Molano viajó a la frontera entre Colombia y Ecuador. Allá se encontró con seis historias de colombianos. Escribió un libro: ‘Del otro lado’. Son relatos de cómo es vivir en la zona, memoria de colonos que han sido desplazados por la guerra hasta esa línea divisoria.
Por Santiago Cruz Hoyos
GACETA - EL PAÍS
Fotos: Cortesía Aguilar.
El primer viaje a la orilla ecuatoriana lo realizó para escribir un reportaje sobre las fumigaciones a los cultivos de coca. Después volvió. Esta vez para asistir a un seminario sobre la situación de los refugiados en la frontera, “que comenzaba a ponerse delicada”. Y sucedió lo de la muerte de ‘Raúl Reyes’. Otra historia que debía escribir. Regresó.
“Todo eso me fue haciendo el camino hacia el tema. Los temas van apareciendo lentamente, no es que me ponga a pensar sobre ellos”.
Fue Javier Ponce, sociólogo, ministro de defensa de Ecuador y uno de los organizadores del seminario, el que le propuso hacer el libro: relatos, “como los que tú haces”, sobre la situación de los colombianos refugiados en la frontera. Jaime Díaz, además, un hombre que trabaja con oenegés en Colombia, realizó las gestiones para financiar el proyecto. Y sí, resultó.
Esa, en resumen, es la historia de cómo surgió ‘Del otro lado’ (Aguilar) el más reciente libro del sociólogo, periodista, columnista Alfredo Molano Bravo. Son seis testimonios, tres hombres, tres mujeres: Demetrio, Mariana, el Abeja, Nury, el Maromero, Rosita la Peligro. Todos, huyentes de la guerra en Colombia que por distintos caminos llegaron a la frontera con Ecuador.
Pero no sólo eso. Son relatos de un país que en las ciudades es desconocido: heridas que se curan con panela, prostitutas que tienen bajo sus camas a sus bebés, en cajas, peces que matan a los hombres con veneno, gente que viaja a pie por esa selva, familias con muertos que no han podido enterrar porque están desaparecidos, fantasmas que cantan rancheras con una guitarra palo de rosa, duendes, mujeres que son transportadas en hamacas para parir, ríos, pueblos que jamás se han escuchado, madres a quienes les mataron a sus hijos en falsos positivos y por ahí derecho, dicen, les mataron el amor, animales extraños como la culebra ‘cuatronarices’.
“Una de mis intenciones con el libro es mostrar ese país que no se conoce, esa cantidad de ríos que nadie ha oído nombrar, ese Caquetá que nadie sabe para dónde va, o de dónde viene el Putumayo, eso que en los colegios no se enseña: historia local. Un poco mi intención es esa, mostrarle al país que existe otro país de colombianos que trabajan y que sufren y que viven igual que nosotros. Son desconocidos, borrados, invisibilizados”, dice Molano.
II
¿Cómo se desarrolló la investigación del libro?
Las entrevistas se hicieron, todas, en Ecuador, básicamente en dos zonas: la oriental y la occidental. La oriental es la zona amazónica. Es una zona petrolera, de una colonización que viene desde los años 80, 90. Es una colonización particular porque muchísimos de los colonos de la zona son colombianos de la orilla del río, y esa orilla del río cada vez se adentra más al Ecuador. Esa franja de colonización va corriéndose de colonos colombianos, o de hijos de colonos colombianos, hacia el sur. Son colonos campesinos que han sido desplazados por la guerra: por la guerrilla, por los paramilitares, por el Ejército, por las fumigaciones, por la guerra.
Y en el otro lado, el occidental, por el lado del Pacífico, donde la capital es Esmeraldas, toda esa zona es de colonización colombiana, pero es una colonización empresarial. Es decir: palma africana. La misma palma de Tumaco que va hacia el sur. Muchos de los colonos de esa zona se emplean como gente de seguridad de las palmeras. También hay técnicos, panaderos y avivatos que van detrás de lo que caiga, de la oportunidad. Son dos formas de colonización distintas en sus modalidades, aspiraciones, composición, en su dinámica misma.
Demetrio, uno de los protagonistas del libro, sugiere: Colombia, un país de ‘huyentes’. ¿Es tan así?
Sí. Fíjese usted: (a) esa gente que está en Ecuador hoy, yo les he seguido su camino desde los conflictos que vivieron en el Sumapaz y en el sur del Tolima, que son conflictos también heredados de los años 30, por los problemas de ley de tierras. Esta gente ha sido azotada por la violencia de los años 50, después en los 60 con las repúblicas independientes, luego fueron expulsados hacia el oriente de la cordillera oriental, sobre todo al Piedemonte Llanero, y de ahí han seguido desplazándose hacia el Caquetá, el Meta, Putumayo hasta llegar al Ecuador. En Colombia hay un camino abierto por gente que huye.
Pero en la frontera, los colonos siguen en conflicto. Hay disputas con los ecuatorianos, conflictos nacionalistas, de patria...
Los colombianos son, en general, muy lanzados, muy vivos, muy jodidos. Cualquiera que sea. Tanto el empresario como el colono entran a codazos. Y además han sido víctimas de la violencia, y han desarrollado una terminología muy fuerte, muy agresiva. Allá entran a hacer negocios, a colonizar o a tumbar lo que sea, a hacer lo que han hecho y lo que les han hecho. Eso, con unas comunidades ecuatorianas muchos más pacíficas, que no han tenido el horror de la guerra, genera conflictos.
¿Influyó en esos conflictos el enfrentamiento entre el presidente Rafael Correa y el ex presidente Álvaro Uribe?
Yo creo que los conflictos que se viven en la frontera son expresión de lo que pasó con Correa y Uribe. Yo hablé con altos personajes del poder en Ecuador, y ellos sienten que los ecuatorianos están resentidos con Colombia por la manera como ha entrado al país. Como han entrado los colonos, los empresarios y luego el gobierno con armas, con las fumigaciones. Haber entrado con aviones, con fumigantes, es, simplemente, la expresión estatal de lo que hace el colono que llega a empujar al otro.
Pero después de hacer la investigación del libro, ¿cree que ha cambiado la situación en la frontera con la llegada de Juan Manuel Santos a la presidencia?
Yo creo que sí ha cambiado en algo. Eso se expresa en el cambio de Correa. Inclusive, ya no tiene esa mirada que le hizo a Uribe en la Cumbre del Grupo de Río en Santo Domingo. Es que así como miró Correa a Uribe, así, en cierta medida, miran a los colombianos en el Ecuador. Una desconfianza, un miedo. Pero naturalmente ha cambiado, aunque de todas maneras hay una gran prevención. Sin embargo, entre colombianos y ecuatorianos también se ven alianzas de capitales, o alianzas de campesinos. Hay campesinos colombianos que viven en el Ecuador pero que trabajan la coca en Colombia. O ecuatorianos que viven en su país pero que también trabajan la coca en Colombia. La coca es un fenómeno tanto colombiano como ecuatoriano. Ambos la trabajan.
Sin embargo, en el libro se dice que no se siembra coca en Ecuador para no “calentar la zona”. La frontera es vista por los colombianos como zona de refugio, entonces no siembran coca...
Sí, no siembran coca en Ecuador para respetar, para que no se les caliente la zona como usted dice. Sin embargo, la frontera es una vía para sacar la droga. Es decir: el narcotráfico sí usa el Ecuador. Los colonos cultivadores son más prudentes porque son más débiles. Los otros uno no sabe con quién están asociados.
¿Usted qué análisis hace de lo que será el futuro de esa frontera?
Si este gobierno actual logra llegar a un acuerdo con la guerrilla, esa frontera será próspera, rica. Tiene gente, suelos. Un arreglo con la guerrilla permitiría una colonización regulada. Si eso no existe, si seguimos así, se continuará con una colonización irregular, semillero permanente de conflictos. Y eso podrá seguir dándose en otras fronteras: Brasil, Perú.
El libro, para los que hacemos periodismo, confronta: cada vez viajamos menos, cada vez cubrimos lo cercano, cada vez se depende más de Internet para contar lo que pasa en las regiones. ¿Qué piensa de cómo se está ejerciendo el oficio?
Eso del Internet a mí me asusta. Fíjese que lo que sucede es que se cita sobre citas. Y comienza una especie de pirámide de información. Se cita una página de Internet, o se toma información de una página, y esa página ha tomado citas de otra página, y eso crece y se van creando unas verdades que son improbables. Y el periodismo cada vez se aleja más de la fuente directa, de los viajes y sobre todo, de esas fuentes regionales. Porque pues valen. Y finalmente los diarios son empresas que tienen una contabilidad particular, de empresarios, de modo que entre más se ahorre, mejor. El Internet es una gran herramienta, pero también es peligrosa: ¿cuál es la fuente ahí?
¿Qué espera de ‘Del otro lado’?
La expectativa es que se lea y se rompan un poco esas imágenes de la frontera, que está tan ignorada, tan invisibilizada . Sólo cuando hay un bombardeo, una situación tensa con Ecuador, nos interesa la frontera. De resto no. Pero en esa frontera viven 500.000 colombianos, 500. 000 colombianos en rebusque.
Yo a veces me desmoralizo. Se escribe sobre la realidad, pero pareciera que a nadie le importara eso. Y a veces pienso que me repito, aunque todo el mundo se repite. Yo me repito, pero lo que pasa es que la realidad también se repite.