
Crónicas, perodismo narrativo, historias de Cali, perfiles, reportajes, entrevistas...
domingo, diciembre 05, 2010
Breve charla con Leila Guerriero

martes, octubre 05, 2010
Las garras del bailarín
Joan Sebastián Zamora, un joven de El Saladito, se convierte en bailarín de ballet. El artista, emergido de esa zona de veraneo, llega al Royal Ballet de Londres. Allá lo llaman promesa. Un equipo de documentalistas atraviesa el Atlántico para reconstruir sus orígenes. Esta es la historia de todo eso, antes de que su vida se vea en un especial que emitirá HBO y la BBC
Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos: Bess Kargman
Publicado en GACETA
EL PAIS - CALI
Primera posición
El chico tiene 17 años. Está sentado en el lobby del Hotel Dann de Cali. Lleva puesta una bermuda, una camiseta azul, tenis cafés. Hace poco llegó al sitio junto con Flavio Salazar - uno de sus maestros de ballet - un camarógrafo y la documentalista estadounidense Bess Kargman, que lo ha seguido durante los últimos seis meses para filmar su vida.
Todo porque el chico es considerado una promesa del ballet que tiene todas las condiciones para convertirse a la vuelta de la esquina – quizá en cinco años- en una gran estrella. Bess lo vio actuar en una competencia en Nueva York y no lo pensó dos veces para incluirlo en un documental que está realizando y que se llama ‘First Position’, haciendo alusión a la primera posición del ballet: talones juntos, pies que giran hacia afuera para formar una línea.
El documental sigue a siete jóvenes bailarines que están inspirando a otros a seguir su camino.
"Son los siete muchachos en los que hay que tener los ojos puestos en el ballet, jóvenes desde los 9 a los 19 años. Son bailarines de todo el mundo: Asia, América, Europa…", comenta Bess en inglés. Flavio es el traductor.
Ese documental, se tiene presupuestado, será emitido por HBO, la BBC y en diferentes teatros de cine de Estados Unidos. Y es la razón para que el chico esté sentado en el lobby de un hotel de Cali. El equipo de producción atravesó el Atlántico desde el país de Obama para grabar durante dos días cómo es su vida en su ciudad natal, o mejor, en su pueblo natal: El Saladito, kilómetro 14 de la Vía al Mar.
Los pies del bailarín
El chico se llama Joan Sebastián Zamora. Es de pequeños ojos negros, cejas pobladas del mismo color y brazos delgados y tan largos que le llegan casi hasta las rodillas.
Los últimos seis años de su vida los ha pasado en Estados Unidos, estudiando ballet en la escuela de la compañía del American Ballet Theatre, una de las más prestigiosas del mundo. (Por cierto, es de los bailarines colombianos más jóvenes que han sido becados en la historia de la compañía. Cuando lo becaron por primera vez, Joan tenía 12 años).
Y al siguiente día de esta entrevista viajará muy temprano a Londres. Allá va a estar durante tres años, gracias a una beca que se ganó en marzo pasado para estudiar en la escuela del Royal Ballet, que está entre las cinco compañías más importantes del planeta. Es algo así como si un jugador del fútbol colombiano fuera admitido en las filas del Manchester United.
Tal vez por ello, por los años fuera de casa, es que Joan ya perdió el acento valluno y habla como lo que es: un latino en Nueva York. A veces se le olvida cómo se dice en español palabras como entrenamiento, trabajo. Entonces las resuelve en inglés: ‘Training’.
Ahora se quita su zapato izquierdo y las medias tobilleras que acostumbra usar. Sus pies son anchos, a primera vista. Después estira la pierna y mueve el empeine de arriba hacia abajo. Son pies muy flexibles, a segunda vista. Con el empeine inclinado hacia abajo dibuja un arco perfecto, nítido.
Enseguida Flavio, su maestro, toma su talón para sostener la pierna estirada. Con el dedo índice va señalando desde la tibia una línea recta que termina en el empeine. "Esto es lo que es un pie casi perfecto para bailar ballet", comenta.
La línea entre la tibia y el empeine de Joan no tiene desviaciones. Y en el ballet, la técnica se acentúa en la verticalidad del cuerpo. De ahí la sentencia de pie perfecto del maestro.
Pero son pies que sufren por esa perfección para el baile. Se ven con ampollas, cueros levantados y puntas tan sensibles que a veces no toleran ni siquiera un roce. Los pies de Joan, después de los ensayos y las presentaciones, hay que meterlos en cubos de hielo, para desinflamarlos.
Giros del destino
Joan empezó a bailar ballet a los 8 años. Todo se dio por su madre, Claudia Hurtado, una caleña, bailarina aficionada, que en los colegios públicos en los que estudió siempre ingresaba a los grupos de danzas y su gran sueño fue integrar el Ballet de Colombia de Sonia Osorio, uno de los más importantes del país y que se ha presentado en lugares tan distantes como Belgrado, Egipto, Varsovia, pero también en New York, Madrid, París. Claudia, que trabajó como secretaria en el gobierno del alcalde John Maro Rodríguez, jamás pudo estar ahí, el sueño de ser bailarina profesional no se le cumplió.
"Entonces podemos decir que soy una bailarina frustrada", dice sin amagos de nostalgia.
Está sentada en un cuarto recién construido, de baldosas brillantes y paredes que aún huelen a pintura, en su casa de El Saladito.
A su lado está Guido Arturo Prieto, el padrastro de Joan, aunque él lo llama papá desde niño. Claudia y Guido rentan cuartos y apartaestudios que construyeron en su hogar. Del negocio de los arriendos y de una tienda, la tienda Don Guido, tal vez la más surtida de El Saladito, es que se mantiene económicamente la familia. Al pueblo se fueron a vivir hace 13 años, a la casa abandonada de una hermana de Guido, que estaba en el exterior. Querían evitar que los ladrones saquearan ese hogar solitario.
Claudia sigue contando la historia de Joan. En la casa hay polvo y el sonido de martillos que pegan contra una pared. Están construyendo otro cuarto para rentar.
Como no pudo cumplir su sueño de ser bailarina profesional, Claudia se prometió que cuando estuviera embarazada y tuviera una niña, la matricularía en una escuela de ballet. El plan le salió casi perfecto. Sólo que cuando quedó embarazada, supo que el bebé que traía al mundo no era una niña sino un niño: Joan Sebastián. Le puso así por el cantante mexicano que lleva ese nombre artístico.
"Pero cuando nació, me dije: yo también he visto niños bailando ballet. Y cuando tenía 8 años decidí llevarlo a Incolballet, a ver si le gustaba. Al principio tuve problemas con Guido por esa decisión. Él creía que si lo metía a ballet, el niño se iba a volver gay. Yo le decía que no, que no necesariamente un bailarín de ballet es homosexual. De todos modos se formó toda una polémica en la casa, pero mi decisión era matricularlo a como diera lugar".
Sí. Al principio a Guido no le gustó que Joan se metiera en la escuela de ballet. Pero pasa que cuando una mujer decide algo con el corazón, no hay marcha atrás. Entonces aceptó la decisión y empezó a aprender de la danza clásica, a enterarse qué era eso realmente.
"Yo a Joan Sebastián no le veía nada femenino. Sin embargo, sí tenía mis reservas sobre el ballet y empecé a investigar. Y sí, en el ballet hay homosexuales, pero también hay bailarines que no lo son. Empecé a aprender y a aceptar que Joan bailara", dice Guido.
La novia de Joan, por cierto, se llama Jeanette Kakareka. La conoció en Filadelfia y también es bailarina. Ahora están separados por la distancia que hay entre Londres y Estados Unidos...
En las fiestas familiares de diciembre o en el Día de la Madre, cuando se reunía toda la familia, el niño era blanco de las burlas de primos, primas, tías, tíos. Hacían gestos afeminados, o intentos de giros de ballet, mientras le gritaban: ¡qué haremos, qué haremos!
Joan se reía, las burlas no lo perforaban. Y su arma era el baile. Si lo molestaban, bailaba ballet delante de todos, feliz. Tal vez esas actuaciones vienen de un don que una de sus maestras en Incolballet, la cubana Elena Cala, siempre le notó: el de ser ante todo un artista que cree en sí mismo.
Claudia se salió con la suya y Joan fue matriculado en Incolballet. Cuando lo llevó por primera vez a que conociera las instalaciones del colegio, Joan vio una coreografía de los egresados de la escuela, que se preparaban para presentarse en la ciudad en las fiestas de diciembre.
"Y fuimos a la sala en donde estaban los egresados, nos sentamos, y me dijo: Mami, me gusta lo que hacen esos ‘manes’, me gusta".
A Joan le hicieron el examen físico. Estaba en pantaloneta de baño y sin camiseta. Tenía 8 años. Claudia estaba viendo todo a través de la ranura de una puerta. Respiraba rápido, agitada. Un profesor decía que al niño le faltaba flexibilidad en el empeine y padecía de una imperfección en la columna que se debía corregir.
Claudia pensó que su sueño se le volvía a malograr, que Joan no sería aceptado. Pero cuando salió del examen, le dieron la orden de matrícula. A él y a otros cinco niños. El resto de aspirantes eran niñas. Claudia cree que en ese momento a Joan lo aceptaron porque a Incolballet, un colegio público, de la gobernación del Valle, eran pocos los chicos que se acercaban.
La rutina de aquellos años empezaba a las 5:00 a.m. Joan debía levantarse a esa hora para llegar de El Saladito a Cali, atravesar la ciudad y entrar a la escuela, ubicada a la salida de Cali en la carretera que conduce hacia Jamundí. Era un recorrido de casi dos horas. El regreso a casa era en la noche.
La suya, entonces, fue una infancia distinta. No fue como la de los otros niños que crecen jugando fútbol, elevando cometas, corriendo en la calle con amigos.
"Él no tenía tiempo para eso. Llegaba a la casa muerto, a comer y a hacer tareas. Por eso es que era ‘cusumbosolo’. En El Saladito decían que Joan era creído, porque sólo saludaba y ya. Pero lo que pasaba es que nunca tenía tiempo para otra cosa distinta al ballet, el estudio y el descanso", cuenta Guido.
Y cuando tenía vacaciones, Joan se iba para Bogotá a seguir bailando en la Academia de Ballet Anna Pavlova, de Jaime Díaz, apoyado por una prima de Claudia que se llama Marlene Montealegre y su esposo, Harold Agredo. Joan les dice tíos. Fueron -son- vitales para su carrera.
Pero esa rutina dura a Joan lo cansaba. Una vez se lo dijo a su madre con la cara muy seria: no quería volver a Incolballet, no quería madrugar todos los días y no tener tiempo para hacer otras cosas, las que hace un niño. Madre e hijo iban caminando hacia el corregimiento de Felidia, a 45 minutos a pie de El Saladito. Les gustaba hacer juntos ese trayecto, por ejercicio.
Claudia, molesta por lo que acababa de escuchar, usó un arma infalible: la ironía.
- Sí, retírese. Igual yo sabía que usted no iba a ser capaz con esto. No todo el mundo tiene la valentía de alcanzar las metas, no todo el mundo es Juanes, o Shakira, esa gente llega a donde llega por el trabajo duro. Retírese mejor. A usted le faltan pelotas para esto.
Joan no dijo nada. Ambos llegaron a casa en silencio. Al siguiente día el chico se levantó temprano para ir a Incolballet. Y ese día, justo ese día, una comitiva del American Ballet Theatre de Nueva York, con Flavio Salazar a la cabeza, había llegado a la escuela para organizar unas audiciones, escoger bailarines y becarlos para asistir a un curso de verano que duraba seis semanas.
La audición era para jóvenes mayores pero Joan, con 12 años, habló con Flavio, un nariñense criado en Cali que de Incolballet llegó al staff del American Ballet y bailó ahí durante 13 años.
Joan le pidió que lo dejara participar. Flavio decidió organizar una audición para niños. Dos maestras americanas evaluaban a los menores.
Después de aquella audición el American, de dos becas que ofrecía inicialmente, otorgó 9. Joan fue elegido, era el único que iba con todos los gastos pagos. Flavio, por la edad, decidió hacerse cargo del niño en esa selva de concreto tan hostil que es Nueva York.
El gran salto
Hace frío en El Saladito. El corregimiento está ubicado a 20 minutos de Cali y está rodeado por montañas. A donde se mire se ve siempre el verde, verde pasto. Y neblina.
Según el más reciente censo, el de 2005, allí habitan 1,928 personas. Algunos de estos habitantes, cuenta Guido, trabajan en Cali, con el gobierno. Otros, los de la zona rural, se dedican a la jardinería o a vigilar lotes, casas. Las mujeres, algunas, trabajan en la ciudad como empleadas domésticas. El corregimiento es también un veraneadero. Desde hace casi cien años, muchas familias de Cali tienen fincas en El Saladito.
En todo el corregimiento, cuyo nombre puede ser señal de mala suerte, por aquello de lo salado, hay un colegio, una escuela, un puesto de salud, una estación de Policía. Pero no hay teatro.
"Si un niño quiere triunfar en la vida debe salir de acá, capacitarse en la ciudad. Acá no hay mucho por hacer", apunta Guido.
En realidad estando en El Saladito cuesta entender cómo diablos un niño se va a interesar en el ballet si jamás ha visto una presentación, escuchado una ópera o entrado a un teatro y su único mundo posible es el campo o la escuela pública.
La única explicación está en Claudia, en el poder que tuvo su pasión. Y en que Joan simplemente se interesó en el baile y en nada más. Como Billy Eliot, el protagonista de una película inglesa dirigida en el año 2000 por Stephen Daldry, que cuenta la historia de un niño de 11 años, hijo de un padre minero que todos los días lo hace ir a clases de boxeo. En el gimnasio Billy ve a unas niñas bailar ballet y encuentra el destino. Simplemente se interesó y se metió a las clases y al final, como Joan, ingresa al Royal Ballet, no sin antes vencer los prejuicios del padre, que pensaba que eso de bailar ballet no era cosa de machos.
Joan viajó a Nueva York por primera vez cuando tenía 12 años. Regresó. Al año siguiente volvió a ganar la beca para el curso de verano. Y al siguiente igual. Durante cinco años consecutivos fue becado por el American Ballet Theatre.
Después se le apareció otra oportunidad. Fue becado para estar un año en The Rock School, una escuela que en casi 50 años de historia ha formado a grandes estrellas del ballet estadounidense. Joan estaba frente a un dilema difícil de sortear: irse para siempre de El Saladito.
Esa noticia no gustó en Incolballet. Joan, uno de sus estudiantes estrella, partiría sin ni siquiera graduarse. La maestra Gloria Castro, la directora, le ofreció un viaje a Cuba y una beca para que estudiara un año en Alemania, con tal de que se quedara. Joan lo pensó. Pero al final decidió irse.
A la maestra Elena Cala, la que siempre le corrigió la posición de sus brazos largos, la entristeció la noticia.
Sentada frente a un computador de la escuela, habla con cierta nostalgia. Dice que Joan debió quedarse. Que él es quien es gracias a Incolballet, a las bases que se le dieron. Que debió tener sentido de pertenencia y retribuirle a la escuela algo más.
La nostalgia es menor al afecto que siente por Joan. Era de sus estudiantes más disciplinados, con un talento natural para los giros.
"De él te digo que es un bailarín versátil, que puede bailar obras clásicas y contemporáneas. Es muy elegante, muy caballeroso en su baile, y esa es una de las características del bailarín latinoamericano que hemos trabajado en Incolballet. Precisamente lo que nos diferencia a nosotros los latinos de los bailarines americanos y europeos es eso, lo hombre, lo viriles que se ven dentro del escenario. Y Joan va a ser grande. Lo sé porque se lo propuso desde siempre".
Cuando el chico estaba en The Rock School participó en el Youth American Grand Prix, en Nueva York. Se trata de la competencia de ballet estudiantil más importante del mundo en la que participan bailarines de todas las nacionalidades que no tengan más de 19 años.
Los ganadores reciben becas para estudiar en las compañías más importantes del planeta. Joan obtuvo un segundo lugar y ganó la oportunidad de estudiar en el Royal Ballet de Londres.
Estar allá un año cuesta $84 millones de pesos. Joan estará tres, con todos los gastos cubiertos.
"Eso es como llegar a La Sorbona, de París", dice Flavio. Sigue en el lobby del hotel Dann, con Bess y Joan.
Como Carlos Acosta
Bess muestra en su iPhone un video del chico bailando en Nueva York. Viéndolo, se nota que disfruta lo que hace. No deja de sonreír mientras baila. Y pareciera que el mundo le importa poco, desaparece para el resto. Es él y la danza, así al frente lo vean cientos de espectadores.
El video termina, Bess lo mira y se retira a descansar. Al siguiente día grabarán en el aeropuerto la despedida de Joan con Claudia y con Guido. El vuelo a Londres sale a las 6:30 a.m y el abrazo familiar hace parte del documental.
Pero ahí no termina la historia de Joan en ‘First Position’. Los productores piensan viajar a Londres y grabar lo que para él será un momento sublime: estrecharle la mano a Carlos Acosta, el bailarín cubano que más admira. Acosta, que está a punto del retiro, es una de las estrellas del Royal Ballet. "Yo quiero ser como él, el mejor. Quiero ser una estrella", dice Joan. En realidad lo ha dicho siempre, desde niño.
Antes de terminar la entrevista, Flavio le pide que imagine a un joven de su edad que anhela convertirse en bailarín de ballet. Y lo invita a que le diga unas palabras, algo que le quiera enseñar. Joan piensa. Después habla.
"Me gustaría que los jóvenes de Cali que aman el ballet aprendan a luchar por él. Que si quieren alcanzar un sueño, hay que colocar en él todas las ganas. Yo sé que esta carrera es dura, pero si esto es lo que uno quiere en la vida, hay que poner todas las garras en ese sueño".
Joan se está acordando del día en que en Nueva York, y después de haber ganado la beca para ir a Londres, quiso dejarlo todo y regresar. Como cuando estaba niño en El Saladito, Joan quería descansar, tomarse una semana y estar tumbado en una cama con los pies levantados. No pudo, aunque se lo imploró a Flavio. Éste se negó.
Un bailarín de su calidad, le dijo, no puede darse el lujo de parar, sobre todo ahora que va a ingresar a la escuela de una de las compañías más grandes del mundo. Un descuido, pasar tiempo con la novia, puede echarlo todo a perder. "Recuerde que la vida activa del bailarín de ballet es hasta los 40 años. El tiempo se pasa muy rápido".
En vez de dejarlo descansar, Flavio le contrató clases con Willie Burman, el mismo maestro de Julio Bocca, uno de los bailarines argentinos más importantes de todos los tiempos. Joan debía seguir a como diera lugar.
Por eso el chico quería dejarlo todo. Y cuando estaba a punto de tomar la decisión de partir, pensó en su familia. Y en que estaba muy lejos como para tirar la carrera por la borda.
Cuando Flavio le pidió que le hablara a ese chico imaginario Joan se acordó de ese episodio. Después subió a su habitación. En su estadía en el país tampoco le quedó tiempo para compartir en su casa de El Saladito con Guido y con Claudia, por el documental.
Ellos, sus padres, aún no se acostumbran a tenerlo lejos, sobre todo Claudia. Tener a Joan lejos es desgarrador, dice. Pero su aliciente está en el baile. Cuando ve a su hijo en el escenario, se eriza. Y siente que está cumpliendo su propio sueño.
viernes, septiembre 17, 2010
Guerra de minas en el Cauca
Unidad de Crónicas EL PAÍS
Es jueves 16 de marzo de 2005. Mauro Antonio Joaquí parte muy temprano junto con su compadre Gerardo al río Curiaco, a tres horas a pie del municipio en el que viven: Santa Rosa, en el departamento del Cauca.
Hace frío y el día es propicio para pescar. Llevan dos varas. Y panela.
A las 10:00 a.m. ya pescan truchas arcoiris. Hay silencio absoluto, los peces muerden el anzuelo. Minutos después los campesinos caminan por una trocha, a la orilla del río. Mauro Antonio, de repente, siente una explosión justo debajo de su pie derecho.
(Desde 1997, según cifras de la Fundación Tierra de Paz, en el Cauca se han presentado 428 accidentes por minas antipersonas o munición de guerra abandonada y no disparada. De ese total de víctimas, 206 eran civiles).
El cuerpo de Mauro Antonio vuela por los aires. Cuando cae, está cubierto de tierra y maleza. Intenta escuchar qué está pasando, pero en sus oídos sólo se oye un zumbido persistente. Todo es confuso. Hay humo y el ambiente huele a pólvora.
(El 'Programa Presidencial para la Acción Integral contra Minas Antipersonal' registra desde enero a julio de este año 20 víctimas en el Cauca por minas o restos de guerra abandonados. El departamento subió 5 puestos en el escalafón de regiones con mayor número de afectación por estos explosivos. Del puesto nueve, pasó al cuarto, detrás de Antioquia, Meta y Caquetá).
Mauro Antonio se sienta con esfuerzo. Empieza a mirarse, a quitarse la tierra. Se observa los brazos. Lo tranquiliza no ver sangre, sólo piel quemada. El fogonazo en los brazos fue leve. Su pantalón está desecho. Gerardo, su compadre, corrió a 40 metros de la explosión y aún no lo ha visto. Cree que su compañero está muerto.
(En Colombia, desde 1990 a 2010, 8.539 personas pisaron una mina. Es como ver la tribuna Norte del estadio Pascual Guerrero llena de hombres, mujeres, niños, niñas, mutilados. El país es el segundo en el mundo con mayor número de víctimas por esos artefactos. El primero es Afganistán. El año pasado, en promedio, cada día dos colombianos caminaron sobre esos explosivos. Los datos son del 'Programa Presidencial para la Acción Integral contra Minas Antipersonal' ).
Mauro Antonio se mira su pierna izquierda. Sangra, aunque la puede mover con facilidad. Enseguida empieza a sentir calor en el pie derecho. También siente sed. Quiere agua.
(En el Cauca, los municipios en donde más se han presentado accidentes con minas o restos de guerra son El Tambo, Toribío, Santa Rosa, Corinto, Páez y Argelia. Sumando las superficies de estos pueblos minados, la zona es casi tan grande como Bogotá).
Mauro Antonio sigue revisando su cuerpo. Ahora el turno es para su pierna derecha. El pie sigue caliente, como si estuviera metido en una olla de agua puesta en un fogón. Levanta la pierna. El pie se desprende, cuelga de ella. Mauro Antonio se desespera. Grita.
(Según la Campaña Colombiana Contra Minas, en el Cauca se han registrado 401 víctimas desde 1993. Hay diferencias en las cifras de las organizaciones que trabajan en el tema. Se debe a que hay un subregistro de los hechos y se conocen casos en los que la guerrilla ha presionado para que las víctimas no denuncien).
Gerardo escucha los gritos de Mauro Antonio. Corre hacia él. Mauro le indica que no llegue hasta el sitio de la explosión porque puede haber más minas. Le pide que se quede a cinco metros. Después se para en su pierna izquierda y llega hasta donde Gerardo, dando brincos. Regresan a la orilla del río. Se sientan en una piedra. Gerardo está asustado. Mauro aún no siente dolor.
(En Colombia, 31 de los 32 departamentos están minados. Sólo San Andrés está libre de esos explosivos que mutilan piernas, brazos y hasta dejan ciegos a quienes los pisen. El dolor tarda en llegar. Esto se debe a que las víctimas sufren de Analgesia episódica. Se da porque el cuerpo, en el momento de la explosión, produce una cantidad exagerada de adrenalina y endorfina, hormonas que atenúan el dolor. Después, con los meses, las víctimas sufren de un síndrome llamado Miembro Fantasma. Hace que la persona crea que aún tiene el miembro que se le tuvo que amputar).
Mauro saca un pañuelo. Gerardo se lo amarra en el pie derecho. Sólo los dedos se reconocen. El talón ni siquiera se ve. Mauro coge un palo y se apoya en él hasta llegar a un rancho sin habitar. Son las 11:00 a.m. En el rancho toma litros de agua con panela. Le pide a Gerardo que se vaya para Santa Rosa y cuente la noticia para que lo recojan. Gerardo duda, no quiere dejarlo solo. Pero la única opción para su amigo es llegar a un hospital. Gerardo sale del rancho caminando a zancadas rápidas.
(Fabricar una mina no tarda más de 10 minutos y cuesta $4.500. Desactivarla demora 8 horas y le cuesta al Ejército $7 millones. Una víctima le representa al Estado $217 millones, en promedio, invertidos en atención médica, indemnizaciones, prótesis...).
Pasan cinco horas. Son las 4:00 p.m. A Mauro lo recogen en caballos. Está mareado y ya siente dolor, un ardor intenso. Su pierna derecha, por la materia fecal que les aplican a las minas, se empieza a infectar. Es el propósito perverso de matar o con la explosión, o con la infección.
(El 23% de los accidentes en el Cauca relacionados con estos explosivos se deben a la manipulación de restos de guerra abandonados a la vista de los niños. Por cierto, el 70% de las víctimas de esos accidentes son menores. El dato lo revela la Fundación Tierra de Paz).
Mauro se niega a montar en un caballo. Le organizan una camilla con palos de guadua y costales. De esa manera lo sacan a la carretera, donde lo espera una ambulancia. Parte al hospital San José de Popayán. Allí los médicos le informan que su pie derecho debe ser amputado, antes de que la infección llegue a la rodilla. Mauro se resiste. Le da miedo depender de unas muletas.
Pasan 8 horas. El pie está morado, muerto. No hay nada qué hacer. Mauro acepta la amputación. A los tres meses recibe una prótesis. Aprende a caminar de nuevo.
Renuncia a sus cultivos de papas, alverjas, ullucos. No puede forzar la pierna izquierda en las cosechas. Tampoco quiere volver al campo, es otro desplazado por la violencia. Aprende panadería. Después se capacita en asistencia a víctimas de minas. Es elegido presidente de la Asociación de Sobrevivientes del Cauca creada en 2007. Está integrada por 48 habitantes del departamento, todos mutilados.
Ahora es miércoles 1 de septiembre de 2010. Mauro termina de contar su historia en el Parque Caldas de Popayán.
Mientras tanto, en el Cauca sigue la avanzada del Ejército contra el VI Frente de las Farc y el ELN. El Cauca es zona estratégica para esos grupos, sobre todo por los cultivos de coca y marihuana, que les están generando ganancias millonarias. En la región producen y sacan la droga al interior del país y a Buenaventura o a la Guajira, para ser despachada al exterior. Y mientras más avanzan las tropas, más minas siembra la guerrilla. Es una manera de detener a los soldados, impregnarlos de miedo. Civiles, militares y hasta los animales del bosque, están en peligro inminente.
La historia de John, el soldado
Son las 6:45 a.m. del 13 de agosto de 2008. El soldado John Alexander Vásquez, de la Brigada 29 del Ejército, está en una operación de rutina en las montañas de Corinto, Cauca.
(Este año, en la Brigada 29 registran 11 soldados heridos por minas en el Cauca. En Valle, Cauca y Nariño, han resultado heridos 33 soldados. Tres resultaron muertos).
El soldado Vásquez sabe que en la zona en donde camina hay minas. Las Farc y el ELN las siembran para frenar el avance de las tropas y proteger campamentos y cultivos de uso ilícito. Sólo necesitan una lata de sardinas o un tarro de yogurt para fabricarlas. Están hechas con sulfatos, pedazos de hierro, metralla, tornillos, ácidos, materia fecal. Se pueden activar pisándolas. O al tener contacto con un cable. O las activan con celulares o el dispositivo de alarma de un carro. Las minas son las que alejan a los erradicadores de los cultivos ilícitos.
(Desde 2006, 166 erradicadores han sido víctimas de minas. El dato lo revela el Programa Presidencial para la Acción Integral contra Minas Antipersonal. El Alcalde de El Tambo, Hugo Ferney Bolaños, aseguró que en su municipio cinco erradicadores han resultado heridos por minas en lo que va de este año. La guerrilla defiende esos cultivos a capa, espada, minas, lo que sea y sin escrúpulos).
Un sonido espantoso aturde al soldado Vásquez. Acaba de pisar una mina con el pie izquierdo. Se intenta parar. No puede. La pierna izquierda está cortica, piensa.
(En 2010, en Cauca, Valle y Nariño, el Ejército desactivó 31 campos minados. Hasta diciembre de 2009 se sospechaba que en todo el país existían 784 de esos terrenos. El 14 de julio de 2010, además, se terminaron de limpiar las 35 bases del Ejército sembradas con minas convencionales. La medida hace parte de los compromisos adquiridos por el Estado en la convención de Otawa - ver recuadro).
El ‘lanza’ del soldado Vásquez también está herido. Es el soldado Escobar. Esquirlas de la mina se le enterraron en los ojos. El ojo izquierdo lo perdió. Por el derecho ve borroso, como con neblina. Los perros detectores de minas no pudieron olfatearlas esta vez. Dicen que les están echando químicos para despistar a los sabuesos.
(De las 401 víctimas por minas que registra en el Cauca la Campaña Colombiana Contra Minas, 91 fueron mortales).
El soldado Vásquez y su ‘lanza’ son rescatados del lugar. Han pasado dos años desde aquel hecho. Vásquez todavía no camina. Habla mientras va a una de sus terapias, en la Brigada 29 en Popayán. Frente a sus ojos hay soldados como él. Unos sin piernas. Otros sin un brazo. Son las víctimas de un enemigo que permanece invisible bajo tierra esperando un paso encima para estallar.
lunes, septiembre 06, 2010
El canto de un poeta a la vida de Bolívar
Leyendo su libro se me vino a la mente el Che. Algunas de las características de Bolívar también aparecen en la historia de Guevara. (Esa capacidad para convencer hasta piedras, esa energía inagotable, esa estrella que los salva de la muerte) ¿Se podría afirmar que ambos pertenecen a una misma clase de hombres extraordinarios?
jueves, septiembre 02, 2010
Boccia: el deporte de la concentración de los monjes

Se trata de un juego olímpico traído a Cali por los fisioterapeutas Camilo Ortega y Marcela Ramón y practicado por jóvenes con parálisis cerebral o discapacidades generadas por accidentes o balas perdidas. Crónica de vidas que olvidaron las depresiones.
Por Santiago Cruz Hoyos
miércoles, agosto 25, 2010
El campeón de la montaña
Se llama Édison Angulo Torres, nació en Buenaventura y acaba de coronarse como campeón nacional de motosierrismo. En septiembre representará a Colombia en el Mundial de este deporte, en Croacia.
Fotos: Aymer Álvarez
La cita se dio en un almacén de venta de motosierras y repuestos, ubicado en Cinco Bocas-Pueblo Nuevo, pleno centro de Buenaventura, la ciudad donde nació.
Con el triunfo, el campeón representará a Colombia en el Mundial de esta disciplina deportiva que se disputará en Zagreb, Croacia, en septiembre próximo.
También la motosierra que lleva desarmada en una caja de cartón y que carga sobre su hombro izquierdo. Esa motosierra, sin estrenar aún, fue otro de los premios del título nacional. ¿Pero cómo empezó esta historia? ¿Cómo el campeón se convirtió en campeón sin haberlo imaginado jamás? Precisamente todo inició aquí, en el almacén de Cinco Bocas-Pueblo Nuevo.
***
El campeón, de pelo crespo y nariz ancha y aplastada, se llama Édison Angulo Torres. Nació hace 39 años en Buenaventura. Aunque es flaco, muestra brazos con músculos trabajados que sobresalen y venas que se brotan en la piel. El campeón tiene el físico de un luchador de peso ligero en estado de retiro.
***
Ahora Edison habla de eso, de las medallas que le están cambiando el destino. El campeón, que trabaja talando árboles en el Chocó, llegó en abril pasado hasta el almacén de Cinco Bocas-Pueblo Nuevo después de un largo viaje para comprar unos repuestos. En el almacén le contaron de un evento para aserradores que había en el Parque Néstor Urbano Tenorio. El campeón dijo que no podía ir, que se tenía que devolver a trabajar. Le insistieron. Aceptó.
- No, todavía no he pensado en eso. Sólo sé que el viaje es largo. Y que ocho días antes, los organizadores del torneo aquí, de la empresa Husqvarna, me van a entrenar, porque allá es más difícil la cosa. Pero con el poder de Dios vamos a ganar. No tengo susto.
Lo que le preocupa al campeón es conseguir los cien mil pesos que necesita para regresar al Chocó, a trabajar. Aunque después del título ha dado entrevistas y lo felicitan aquí y allá, no está trabajando. Entonces se va al Muelle El Piñal a cargar troncos o maletas, a cambio de propinas.
"En regresar y ponerle una lápida a la tumba de mi madre y de mi hermano", dice. Después saldrá a la calle y venderá un amplificador para reunir el dinero y volver a la montaña, su verdadero hogar.
martes, julio 20, 2010
Jovita: Cuarenta años tan muerta, tan viva

Entonces Jovita en los años 50 – 60 era un personaje pintoresco. Con el tiempo se convirtió en leyenda. Al final, sin sospecharlo, logró ser inmortal. Ese nombre, ese apellido, está anclado en las vidas de los caleños. Seguro, todo el que haya crecido en esta ciudad ha escuchado la historia de la loca que se creía reina y que era amada por Cali, Jovita.