Una jornada con los miembros de la Unidad de Reacción Inmediata de la Fiscalía (URI), encargada de realizar los levantamientos de cadáveres en la ciudad. Crónica de quienes en su trabajo, le ven la cara a la muerte día a día.
Por Santiago Cruz Hoyos
Gloria Inés Perlaza parecía haber estado en una gran batalla, como la de Troya. Su cuerpo, bañado en sangre seca, yacía sin vida en una camilla de la fría y pequeña morgue del hospital Joaquín Paz Borrero, ubicado en el barrio Alfonso López de Cali. Dos impactos de bala en el cuello le quitaron el aliento y su caso, pasó a ser la muerte violenta número 70 registrada en lo corrido del año.
“Con esta no tuvieron consideración”, dijo fríamente Gloria Zapata, una mujer de escasa estatura y acento paisa, perteneciente a la Unidad de Reacción Inmediata de la Fiscalía (URI). “Parece que hubiera estado en una riña, está revolcada”, agregó un investigador, mientras inspeccionaba el cuerpo de Gloria Inés, quien con tan solo 22 años, ya vivía en el otro mundo. Parecía el cadáver descrito por Gabo en La Hojarasca, con la boca entreabierta, la lengua mordida a un lado, los ojos abiertos, tristes y desorbitados y su piel negra humedecida por la sangre.
La URI se encarga de adelantar las primeras pesquisas e investigaciones en torno a las muertes violentas que suceden en la ciudad, además de recibir denuncias generalmente de atracos y lesiones personales. Está integrada por fiscales, técnicos, investigadores y los “pegasos”, llamados así a los conductores que, por su pericia, son comparados con el caballo alado, hijo de Poseidón, dios del mar en la mitología griega. En una camioneta Toyota color vino tinto, recorren día y noche todos los recovecos de una de las ciudades más violentas de Colombia levantando cadáveres.
“Fue por pegarle los tiros a otro, por eso la mataron”, comenta con frialdad una prima de Perlaza a los técnicos de la URI. “Ella andaba con el “pato” y era a él a que iban a matar”, agregó su tío. Con esas versiones el fiscal, Humberto Calderón, empezaba a reconstruir los hechos. Una investigación que quizá tarde años en resolverse. “Muy pocos casos se esclarecen por que en Colombia no hay una cultura de informar y apoyar a las autoridades. A la gente le da temor, pero hay maneras de informar sin involucrarse directamente en un caso”, comentó el fiscal.
Mientras tanto, Gloria Zapata continúa inspeccionando el cuerpo de Perlaza. La expresión del rostro, del cuerpo, la toma de huellas digitales, hace parte de la labor que cumple esta paisa desde hace dos meses, cuando fue trasladada de Medellín a Cali para integrar la URI. “En este trabajo uno trata de no grabarse nada de lo que ve. Acá se aprende a vivir el día a día, el hoy, a valorar más la vida”, comenta ésta menuda mujer amante de la adrenalina y el peligro.
Los “pegasos”, en las afueras del hospital, cuentan sus historias para pasar el tiempo. “Hace 11 años encontramos tres cadáveres en la vía a Puerto Tejada, eran dos hermanos y una mujer. Estaban incinerados y les habían cortado la cabeza, las manos y los pies. Ese es uno de los casos que más me ha impactado. También recuerdo el primer día de trabajo. Me tocó recoger los restos de una persona que se le había arrojado a un tren. Recogimos sólo pedacitos”, recuerda Willer González, un hombre que de sus 70 años de edad, le ha dedicado 21 a las labores en la Fiscalía.
En palabras del fiscal Germán Alzate, generalmente las victimas de homicidios son personas de escasos recursos, jóvenes con un bajo nivel de escolaridad, que están vinculados a pandillas y el mundo de las drogas. En un alto porcentaje, estos homicidios obedecen a venganzas personales y las acciones del narcotráfico.
En las estadísticas de la URI, se registra un promedio de 10 levantamientos de cadáveres diarios, en una ciudad que en el 2004, dobló en el índice de homicidios a Bogotá y Medellín. “Lo que más impacta en este trabajo son los suicidios, sobre todo de los jóvenes que no encuentran alternativas para solucionar sus problemas personales. A veces uno quisiera poder decirles que hay una salida diferente a los dificultades que quitarse la vida”, comenta Alzate.
En los pasillos del Palacio de Justicia, donde está ubicada la URI, se habló el caso de un joven que se suicidó en su hogar ahorcándose con la cadena de un perro. “El se iba para a Estados Unidos al matrimonio de su hermana. Nadie sabe por qué lo hizo. Se supone que fue por una decepción amorosa”, explicó una mujer que presenció los hechos. Además de los suicidios, la muerte de niños es otra de las situaciones que más impactan a estas personas que le ven la cara a la muerte a diario.
El reloj ya marca las 10:30 de la noche y en las afueras del hospital Joaquín Paz Borrero se escucha el sonido del pasador que mantiene cerrada la puerta metálica de la morgue. Una romería de gente se amontona a los lados, como buitres que esperan una presa, y ven salir el cuerpo sin vida de Gloría Inés que, en una camilla, parte hacia Medicina Legal.
Mientras esto sucede, en el barrio Floralia, ubicado en el norte de la ciudad, se presenta un nuevo homicidio. Un Mazda Milenio, con placas de Chía, es el centro de las investigaciones de los miembros de la Sijin. En el interior del vehículo se encontraba el arma con la que supuestamente se había cometido un asesinato. El cuerpo, estaba a tres cuadras del sitio. Las estadísticas por homicidios en la ciudad continuaban creciendo.
Gloria Zapata, entre tanto, seguía hablando de sus labores.“Para algunos trabajar en la URI es un castigo, por el ambiente, por los muertos”. Pero para ella, “el trabajo es muy chévere. En mi casa ya se enseñaron a mi trabajo”, dice.
Jhojan Hurtado, el pegaso más joven del grupo, con 21 años, manifiesta que regularmente los homicidios se ejecutan en sectores como Aguablanca. Y, según sus palabras, en Cali existe una “fábrica de muertos”: el Hospital Universitario del Valle.
El grupo de la URI parte del hospital Joaquín Paz Borrero en la madrugada. El levantamiento del cadáver de Gloria Inés se alargó, al parecer por la entrega a las autoridades del autor intelectual del homicidio. Mientras sobre Cali se desploma un aguacero de grandes proporciones, en el hospital de los “Chorros”, se debe ejecutar el levantamiento de otro cadáver. “Uno en este trabajo jamás termina de sorprenderse” comentó el fiscal Humberto Calderón. En una ciudad como la nuestra, jamás la muerte termina de sorprender. Calderón tiene razón.