miércoles, octubre 22, 2014

Caliwood, y la quijotada de proteger la memoria






El museo del cine de Cali cumple su segundo aniversario. Hablamos con su  fundador, Hugo Suárez, entre otras cosas de una polémica: haber patentado ‘Caliwood’ como nombre del museo. ¿Por qué tanta molestia de algunos? 


Por Santiago Cruz Hoyos

 El museo del cine de Cali surgió en un taller de reparación de carros: ServiDacar.  En un día cualquiera de hace una década, Hugo Suárez Fiat se encontraba ahí, restaurando un clásico. De pronto vio  unos proyectores de cine abandonados.  Alguna vez, le informaron,  habían sido utilizados en el Teatro Jorge Isaacs. 

En el acto, el cerebro de Suárez, un abogado que en realidad hubiera preferido ser ingeniero,  empezó a funcionar a mil por hora: ¿cómo consigo el dinero para  comprarlos?, se preguntaba.

Aquel día, sin sospecharlo, Suárez restauró el auto clásico pero empezó también a restaurar la memoria cinematográfica de Colombia. Este 1 de noviembre   Caliwood, el museo del cine que decidió crear,    cumple dos años de fundación.  

Usted fue uno de los gestores del Museo del Transporte de Cali y ahora del Museo del Cine. ¿Por qué son importantes los museos para una ciudad?

Los museos son muy importantes para las ciudades, pues una vez se consolidan, cualquiera que sea su propósito, se convierten en referentes académicos, didácticos, lúdicos, recreativos y turísticos y lo más importante, en forma gradual, como es el caso de Caliwood, se transforman en los depositarios legítimos del testimonio histórico y material dejado por el hombre o por la naturaleza, en el área que se selecciona.

Caliwood es un museo de carácter tecnológico y con vocación interactiva, que tiene como objetivo completar su colección permanente mediante la inclusión del mayor número posible de linternas mágicas, daguerrotipos, zootropos, perfecscopios, cámaras, cinematógrafos, proyectores de cine de teatros públicos,  filmadoras, etc, que fueron fabricados antes de 1970 y con antelación a la explosión digital que sacude al mundo, para tener la capacidad de generar experiencias al visitante moderno, idénticas a las vivencias de los ciudadanos que habitaban la comarca hace 80, 90 o más años.

¿Por qué Cali necesita específicamente un museo del cine? 


Cali y Colombia necesitan el Museo del Cine por muchísimas razones. Pero creo que la  más importante es la de proteger el patrimonio tecnológico - fotográfico y cinematográfico – usado en el pasado en el país, para que las futuras generaciones, a raíz de los cambios tan radicales que estamos presenciando por la digitalización masiva, tengan la opción de ver, analizar y comprender la evolución de la fotografía y cómo el hombre fundamentó en la misma los inventos que dieron lugar al descubrimiento de la cinematografía. Los libros y las descripciones teóricas no bastan y son insuficientes. Hay que poder ver, palpar y escuchar los aparatos mientras funcionan, amén de comprender su concepción técnica original.

Usted se podría definir como un coleccionista de objetos antiguos que cuentan por sí mismos una historia, narran una época. ¿Cómo es su relación con el pasado, con la historia, precisamente?

A lo largo de mi interés en los museos, en los últimos 30 años, descubrí el enorme impacto que causaron los visionarios e inventores que desarrollaron los aparatos más emblemáticos y simbólicos producidos a lo largo de la Revolución Industrial, en los siglos XVII, XVIII, XIX y XX, lo cual cambió por completo la forma de vivir del hombre antes de que dieran episodios tan trascendentales.
Con la aparición de la caldera a vapor, el motor a combustión, la máquina de tejer, el telégrafo, el Zeppelin, la podadora, la máquina de escribir, el automóvil, el avión, las cámaras, las filmadoras, el proyector de cine, las sumadoras, etc., el mundo cambió completamente. Frente a tales objetos mantengo un enorme interés y admiración por su ideología tecnológica, básica y análoga, destacando que la mayoría de los objetos eran impulsados manualmente o con motores muy elementales. Me apasiona entender los secretos de su funcionamiento y por ende quisiera haber sido ingeniero y no lo que soy, abogado.

Hablando de historias, hay una que vale la pena contar. ¿Cómo logró patentar ‘Caliwood’ como nombre del museo?

Al regresar de un viaje que hice a Estados Unidos, en octubre de 2008, en compañía de mi esposa Gloria Escobar Lozano, solidaria incondicional con estas iniciativas, le mencioné en el avión que pensaba bautizar el museo del cine que pretendía fundar, con el nombre ‘Caliwood’.  Ella sonrió y dijo que yo sí que era bien optimista, que esa marca estaba flotando en el ambiente desde hacía más de 40 años y que no creía que se pudiera utilizar.

Inmediatamente acudí ante la firma de abogados de Sergio Cabrera y allí me di cuenta que la marca ‘Caliwood’ no solo no tenía propietario, sino que ninguna persona la había reclamado como suya, a pesar que parecía haber sido incubada desde 1968. Procedí en consecuencia a patentarla, a un alto costo, tanto en Colombia como en el exterior.

Me imagino que eso generó polémica entre los protagonistas de ese movimiento cinematográfico que alguna vez se llamó ‘Caliwood’. ¿o no?

He conocido, por haberlo escuchado y visto en una grabación, que uno de los protagonistas del movimiento  ha ofrecido declaraciones a los medios, en los cuales nos califica de usurpadores de la marca. Nada más equivocado. Los hechos prueban que ello no es cierto en absoluto. Como primera medida, la palabra ‘Caliwood’ no tiene progenitor conocido y así lo reconocen quienes estuvieron involucrados en ese movimiento. En segunda instancia, nadie puede reclamar derecho alguno sobre la palabra  ‘Caliwood', si durante más de 40 años tuvo la oportunidad de registrarla legalmente y no lo hizo.

En realidad la palabra no le importó a nadie y quienes podrían haber tenido algún título sobre la misma, por tradición o afecto, fueron indolentes e incapaces de darle la relevancia que se merecía. La marca solo tomó verdadera importancia cuando yo la patenté y la honré y ahora que estoy tratando, por todos los medios, de convertirla en el referente cinematográfico institucional que debe ser.

Este tema me recuerda el triciclo abandonado en el patio de una casa por décadas. No es sino que aparezca alguien interesado en embellecerlo para que le aparezcan varios dueños beligerantes. La polémica le queda a los protagonistas que desean polemizar. Yo por mi parte continuaré engrandeciendo el Museo para que la palabra  ‘Caliwood’  brille y trascienda aún más y se transforme en un ícono urbano, apreciado por todos.

Este 1 de noviembre Caliwood cumple su segundo aniversario. ¿Cómo mantener vigente el museo? 

Al cumplir el segundo aniversario terminaremos el teatro del museo y lo vamos a inaugurar con un evento  especial. Vamos a organizar la Premier de ‘Petecuy, la película’, el largometraje del director caleño  Óscar Hincapié. Será un acontecimiento del que nos vamos a sentir muy orgullosos. Desde que abrimos las puertas al público en noviembre de 2012, el museo se ha empecinado en generar semana tras semana hechos, eventos y adquisiciones que le permitan estar presentes en la mente de todos, consolidando así el crecimiento.

El sacrificio, que imponen las largas jornadas laborales del museo, es compensado diariamente con la visita de personas provenientes de todas partes y con el arribo de ‘nuevos’ aparatos viejos, bien sean donados o adquiridos. Uno de los medios más valiosos que tiene el museo para mantenerse vigente es la página web que creó para ‘Caliwood’  mi amigo Alberto Silva Borrero, la cual se está convirtiendo en un referente académico obligatorio.  El material que se ofrece en la misma no se encuentra en ninguna otra parte de la web.

En estos dos años, ¿cuáles han sido las principales dificultades que ha debido sortear el museo?

Indudablemente la incapacidad económica. No obstante  estoy seguro que cuando la mayoría de los miembros de la comunidad caleña visite el museo, se conseguirá el punto de equilibrio que requerimos.

¿Y las satisfacciones, los días felices?

Muchísimas. Y no han sido días, son meses enteros, en total 42 meses sucesivos, durante los cuales se ha podido armar la colección permanente del museo, la que algunos expertos calificados tildan de carismática, expresiva, ortodoxa y alucinante.

Hablemos  de los que le han aportado sus objetos al museo. ¿Quiénes son?

Semana tras semana vienen al museo o se ponen en contacto con nosotros personas de todos los estratos sociales que desean donar objetos para la colección. Ese fenómeno empezó muy al principio pero se ha acentuado a partir de enero de 2014. Los nombres de los benefactores están reseñados en la página web de Caliwood y quienes donan reciben, entre otros beneficios, ingreso gratuito de por vida.  Una anécdota frecuente consiste en que muchas de las personas que traen aparatos con el propósito de donarlos - guardados en sus casas por décadas - no solamente no saben usarlos sino que ni siquiera saben qué son o para qué sirven.

La última: ¿cómo va a festejar ‘Caliwood’ su segundo aniversario?


Con mucha emoción, a raíz de la llegada de un equipo muy sofisticado, donado por la empresa Royal Films. Se trata de un proyector de cine marca Century de 35MM, con decodificador Dolby Digital para sonido, que incluye sistema de platter para transporte de película análoga, producido en 1995. Es un equipo que muestra la transición de lo análogo a lo digital y conecta el nostálgico pasado con el fulgurante presente…



martes, octubre 14, 2014

Moda sin límites





 ¿Se puede, desde una academia, intentar cambiar el mundo?  Crónica de la primera academia de modelos en condición de discapacidad de Latinoamérica.

Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos: Bernardo Peña
Crónica publicada en El País de Cali

La joven está frente a la ventanilla de un banco. Pese a la extensa fila, la atendieron sin espera una vez haló la puerta. Nadie protestó. En cambio, todos la miran en silencio. Miran fijamente hacia sus piernas.
Hasta hace menos de un año, la joven frente a la ventanilla era futbolista. Jugaba en el Club Deportivo Achamán de España. También jugó en la Selección Canaria e hizo parte de la Selección Colombia. Sin embargo, sufrió un accidente de tránsito. Un carro embistió la moto en la que viajaba con su primo. Perdió la pierna izquierda.
En el banco, lleva puesta una camiseta y unos pantalones cortos. Todos en la fila aún miran fijamente hacia sus piernas. En realidad observan su prótesis. Los pantalones cortos son a propósito. Mostrar la prótesis hace parte del proceso de adaptación a su nueva vida, enfrentar todos los días el miedo a ser mirada con detenimiento. Aunque pareciera que los que la miran se miran a sí mismos. La prótesis funciona como un espejo. ¿Qué haría yo si estuviera en su situación?, tal vez piensen los que la observan sin disimulo.
La transacción en el banco no tarda más de diez minutos.
- Desde niña me gustaba la idea de ser modelo. Nunca lo hice porque no tenía el valor de dejar el fútbol. Y aún, de hecho, no lo tengo. Pero debo seguir. Por eso acepté la invitación de Guío Domínguez para ser parte de su agencia de modelaje para personas en condición de discapacidad, personas con capacidades diferentes. Ser modelo también es una manera de hacerse fuerte ante las miradas de la gente.
La joven de la ventanilla nació hace 22 años, en Palmira. Su nombre es Yady Vanessa Fernández.

II

Es una mañana de jueves y Johanna Rosas se arregla las uñas. En la tarde debe asistir a una sesión de fotos. Será la primera vez que pose oficialmente como modelo. Johanna, 23 años, está desde hace cuatro sobre una silla de ruedas.
Todo sucedió a las afueras de su casa en Pradera, el municipio donde nació. Su hijo de 17 meses jugaba cerca y ella lo cuidaba. De repente, su ex pareja apareció salido de quicio. No le era posible entender que Johanna no quisiera seguir con la relación. Entonces, le disparó en el cuello. Dos tiros que eran como un mensaje atroz: si no estás conmigo, no estarás con nadie.
Una de las balas se alojó en la médula ósea. Aún sigue ahí. Cuando llegó al hospital, Johanna no sentía las piernas. No pudo volver a caminar. Pero aquella parece una herida muy honda ya cosida por el tiempo. Johanna le dice a la persona encargada de arreglarle las uñas que la sesión de fotos a la que debe asistir es para la prensa. Lo dice con la emoción de alguien que recibe una noticia tan inesperada y feliz como ganarse una lotería.
- Hace mucho tiempo que estaba buscando la oportunidad de ser modelo. Cuando vi en las noticias que el diseñador de modas Guío Domínguez le había cumplido ese sueño a una joven sin piernas, María Alejandra Bocanument, inmediatamente lo contacté por Facebook. Él me habló de una agencia de modelaje para personas en condición de discapacidad que iba a crear. Ahí empezó todo.

III

Steven Román prepara maletas. Es miércoles y al día siguiente debe estar en Cali, para la sesión de fotos. Le esperan ocho horas de viaje por tierra. Vive en Pasto. Haber perdido la pierna derecha, en todo caso, no le impide hacer nada de lo que hacía cuando la tenía, dice. Viajar, por ejemplo. Ser modelo, además.
Cuando tenía 16, Steven ingresó a la agencia Diana Herrera. Participaba en desfiles de diferentes marcas de ropa y en eventos con modelos famosas como Carolina Cruz y Natalia París. Sin embargo, un tratamiento estético lo echó todo a perder. Le aplicaron de manera indebida un medicamento, lo que generó que se le taponaran las arterias. Para salvarle la vida, debieron amputarle su pierna.
Steven sintió que literalmente el mundo se le venía encima. No lo volvieron a llamar para modelar. Ya no respondía al prototipo tradicional que exige la publicidad: un hombre de 1,80 y con sus dos piernas, por supuesto. Sintió impotencia. Como si de un día para otro le hubieran arrebatado de tajo su destino. Steven, además de modelo, es cosmetólogo.
Hace unos días, sin embargo, mientras navegaba en Internet, se enteró que en Palmira se abriría la primera agencia de modelaje de Latinoamérica para personas en condición de discapacidad. Inmediatamente, contactó a los encargados por las redes sociales.
- Modelar de nuevo es una manera de enviar un mensaje al mundo: todos nos podemos superar, sin importar las discapacidades.

IV

En Bogotá, Jazmín Bolaños está de afán. Es miércoles en la noche y a última hora logró conseguir un tiquete de avión. Será la primera vez que viaje en uno. Debe estar en la sesión de fotos del día siguiente y aún no ha hecho maletas. Sin embargo, siente la alegría de quien en un día inesperado logra una oportunidad que esperaba desde hace mucho. Antes de encargarse de su maleta escribe en Facebook. “Con la ayuda de Dios, todo es posible. De viaje para la ciudad de Cali”.
Lo hace solo con su mano derecha. Jazmín nació sin su mano izquierda debido a una malformación genética pero eso no le ha sido un impedimento para salir en la portada de alguna revista. Además de estudiar negocios internacionales, es modelo.
- Todas las personas somos lindas, no importa si se tiene una discapacidad.

V

Era domingo, y el diseñador de modas Guío Domínguez leía y pensaba. En sus correos electrónicos tenía solicitudes de todo el país. Eran personas que, pese a tener alguna discapacidad física, le pedían una oportunidad. La mayoría se animaron a escribirle después de que leyeron en el periódico y vieron por televisión la historia de María Alejandra Bocanument, una jovencita que soñaba con ser modelo. Guío la incluyó en dos de sus campañas, sin sospechar que aquello iba a inspirar a tantas personas. María Alejandra nació sin piernas.
Las solicitudes que tenía frente a su computador era difícil de cuantificarlas fácilmente. Entre 180 y 200, tal vez. Evidentemente, se dijo, existe una necesidad. Solo en su ciudad, Palmira, son 7000 las personas en condición de discapacidad. En Cali son tantos que si se unieran podrían elegir un alcalde: 160 mil. En Latinoamérica no existía una agencia que los capacitara – a quienes lo desearan - para modelar. La única opción quedaba muy lejos: la agencia Visable, en el Reino Unido.
Guío decidió entonces crear una fundación (Altruistas de Corazón). Y, dentro de esa fundación, la agencia de modelaje “para personas con capacidades diferentes”.  Le incomoda la palabra discapacidad. Lo explica mientras se toma un café en un centro comercial.
- La idea con la agencia es reflexionar sobre una belleza responsable, o sobre la verdadera belleza, una reflexión que en el mundo del modelaje tradicional no existe. Siempre hay unos parámetros que discriminan: 90, 60, 90. En los casting, además, los modelos son un número. De un momento a otro dejan de ser Sandra, Pedro o Liliana para llamarse 56 o 144. Siempre he estado en contra de eso. Todo ello te pone a pensar en por qué no romper paradigmas y darle alegría a mucha gente que pese a tener las capacidades, nunca iban a ser tenidos en cuenta en el modelaje. La moda, como el fútbol, moviliza masas. Puede ser un instrumento poderoso de transformación.
La agencia, también, podría ser un impulso para un mercado no explorado en Colombia. Extrañamente, la tecnología que mejora la calidad de vida de las personas en condición de discapacidad, poco se publicita. Como si no existieran en el mundo.

VI

Jazmín mira extrañada el cielo de Cali. “Pensé que en la ciudad hacía más calor”. Es jueves, en la tarde, y el cielo está nublado. No hace frío propiamente, pero nadie anda por ahí como es costumbre, secándose el sudor con un pañuelo.
Jazmín se encuentra en la base aérea Marco Fidel Suárez. La acompañan el resto de los modelos: María Alejandra Bocanument, Yady Vanessa Fernández, Steven Román, Johanna Rosas. Posan junto a un avión para la campaña Imagen y Semejanza. Los acompaña también la modelo guatemalteca Cintya Contreras, sin ninguna discapacidad. La campaña es una manera de insistir en que no tener un brazo o una pierna a la larga no nos hace tan distintos. Imagen y semejanza.
El domingo, además, los modelos tendrán otro reto. Será el día del lanzamiento oficial de la agencia, y todo se hará en un banquete. El objetivo es reunir fondos para comprar una prótesis semi - biónica que requiere Yady, la joven exfutbolista de la ventanilla del banco. Además de modelar, anhela seguir en el deporte, hacer ciclismo. Su meta es participar en los Paralímpicos de Río de Janeiro 2016. Al fondo se escucha el sonido de los flashes.

viernes, junio 20, 2014

La modelo sin piernas que conquistó un batallón



¿Cómo se convierte una debilidad en una fortaleza?  María Alejandra Bocanument es una modelo de pasarela que no tiene piernas y esta es su historia. 


Texto publicado en el Diario El País de Cali
Fotos: Cortesía Guío Dominguez. 

La mujer está en el camarote del fondo. Quizá es la primera vez que una mujer se sube ahí. En el cuarto, tan grande que hasta se podría jugar un partido de microfútbol, varios soldados la observan de pie. No quieren perderse ningún detalle a pesar del calor.
Tony, un Golden retriever que anda por ahí, mete su hocico en una vasija con agua. El fotógrafo, el director de arte, los maquilladores y los asistentes, por su parte, intentan conjurar el sofoco tomando jugo de zanahoria y utilizando cuadernos como abanicos. La mujer, sin embargo, luce relajada y curiosamente no se le ve sudorosa a pesar de que lleva puesto un casco de colección de las Fuerzas Militares y flores artificiales de colores sobre su largo cabello negro intenso. A su derecha, se ven dos piernas sobre una almohada.
La mujer posa para la cámara, mira fijamente, sonríe, click. Suena el flash, su luz blanca ilumina el recinto, el alojamiento de los militares que se preparan en el Centro de Entrenamiento y Aprendizaje de Caninos de la III Brigada de Cali.
- Estás divina. Eres es toda una Barbie- le dice el diseñador de moda Guío Domínguez a la mujer que ahora, boca abajo, posa como si fuera un soldado que se arrastra en un campo de batalla.
Sin duda está incómoda, pero logra transmitir lo contrario. Como si estuviera en una cama de un hotel cinco estrellas y con el aire acondicionado a tope. La mujer siempre ha sido así. Es su carácter. Se hace extremadamente fuerte ante lo que puede resultar ser una dificultad. Lo que la mayoría quisiera ocultar, ella en cambio se planta valiente frente a la cámara y lo muestra. Como un desafío al destino.
- Me encanta lo que estás haciendo, repite Guío con una gran sonrisa.
Ahora, el soldado López le entrega una rosa a la mujer y ella, con unos labios pintados de un morado espeso, párpados del mismo color, lo mira con ojos tiernos. Una novia enamorada. Click.
Las fotos hacen parte de la campaña ‘Peace and Flowers’ de Guío Domínguez con el apoyo de la Fundación Fides, la Fundación Ser y la III Brigada. Es una protesta, a través de la moda, contra las minas antipersona. Intentar concientizar a quienes siembran bombas del daño que generan para que, en cambio, siembren flores. Después de Afganistán, Colombia es el país con más personas que han sido víctimas de estas minas.

Al soldado López, precisamente, le falta parte de su pierna izquierda debido a que pisó uno de esos artefactos asesinos. La mujer no tiene piernas, aunque no por culpa de las minas. Las que se ven sobre la almohada son en realidad sus prótesis. Su nombre es María Alejandra Bocanument y es modelo. Click.

II

María Alejandra nació sin tibias. Sucedió en el Seguro Social de Cali en un día que algunos temen: martes 13. Exactamente a las nueve de la mañana de agosto 13 de 1991.

Su madre, que se llama igual que ella, María Alejandra Prado, notó que algo andaba mal desde que la tuvo en sus brazos. Su hija se movía, pero no pataleaba como los otros recién nacidos. No estiraba las piernas.
Entonces recordó un episodio que le sucedió al inicio del embarazo. Iba a atravesar un paso de cebra en la Avenida Simón Bolívar. De repente, un carro la golpeó. El conductor no se detuvo. Quizá se trataba de algún borracho. El golpe no parecía grave. Incluso se pudo poner de pie, llegó a casa caminando, la vida siguió como si nada hubiera ocurrido. Pero en su vientre, sospechó ese 13 de agosto, sí había ocurrido algo. Cree que el accidente pudo ser la razón para que su hija naciera con una malformación. Ninguno de sus hermanos padeció algo semejante. A los dos años, a María Alejandra le amputaron sus piernas.
Cuando tenía 5, 6 años, empezó a ser consciente de que no era como los demás niños. No podía correr, no podía saltar, no se podía poner pantalones cortos. Entonces le preguntaba a su mamá cuándo es que le iban a crecer, por fin, las piernas. Su madre le explicaba, conteniendo las lágrimas, que eso no iba a pasar. Pero María Alejandra siempre lo ha logrado. Hacerse extremadamente fuerte ante lo que puede resultar ser una debilidad. Lo que la mayoría quisiera ocultar, ella, valiente, lo muestra.
Se las ingeniaba para jugar con sus amigos. Se ponía unas sandalias en las manos y se apoyaba en el suelo para desplazarse. También saltaba. Jugaba a saltar el lazo impulsándose con sus brazos. Incluso jugaba rayuela. Y en su cuadra del barrio Ciudad Córdoba montaba patineta. Se sentaba en ella y se impulsaba con las palmas protegidas con las sandalias. Los brazos eran sus piernas.
- Al principio me deprimía. Algunos miraban, murmuraban. Yo sabía que hablaban de mí. Pasó en la época del colegio. Me daba rabia, pero nunca me encerré.
Es una mañana de martes y María Alejandra está en casa de su madre. Ambas están sentadas en el comedor. Jorge, pareja y mánager de María Alejandra, está a un lado, de pie, escuchando. Atrás están las máquinas de coser de María Alejandra madre. Es modista. Se escucha ‘El amor más bonito’, de Rocío Dúrcal. “Con mis brazos llevaré tus pasos”, dice la letra y María Alejandra madre recuerda otro episodio. Fue ella la que le exigió a su hija no esconderse de la sociedad por no tener piernas. Alguna vez quiso hacerlo.

Sucedió en un día de paseo. La familia se iba a un río. Ella le dijo a su hija que llevara el vestido de baño. María Alejandra dijo no. “No voy porque la gente me mira”. Su madre le respondió: “Si usted no va, yo sí”. Y empezó a alistar el vestido de baño, a empacar la toalla, las gafas de sol.
Mientras lo hacía hablaba en voz alta para que su hija la escuchara. “Menos mal yo sí voy a disfrutar de este día”, decía. “Menos mal yo voy a estar feliz en un río, no acá encerrada. Y voy a comer delicioso y a mirar paisajes que no conozco”. María Alejandra la miraba. Y cuando vio lista a su madre, con la maleta en la mano, le dijo: “Quiero ir”.
En ese momento cambió algo en ella. Definió lo que sería el resto de su vida. No se avergonzaría ante nadie. No se sentiría menos. En los camerinos, donde las modelos de piernas largas se cambian mientras se miran, se escanean de arriba abajo, se miden con la intención de imponerse por su belleza, María Alejandra no se amilana, se quita su ropa sin dudarlo.
Tampoco siente pena de llegar a una playa, quitarse sus prótesis, dejar al aire libre sus muñones, broncearse. Incluso se ríe de las bromas macabras que hace Jorge, su pareja y mánager, que siempre sonríe y cada tres minutos hace un buen chiste, no importa lo ácido.
Ahora mismo se está desternillando de risa recordando el día en que María Alejandra se estaba bronceando y un niño se le quedó mirando. No veía las piernas y el niño, asustado, se atrevió a preguntar: ¿Qué le pasó a ella? Jorge respondió en el acto: ¡No le hacía caso a la mamá! El niño salió despavorido. Jorge está seguro que debe ser el hijo más obediente del mundo.
María Alejandra madre se reincorpora después de las carcajadas y continúa recordando el pasado.
A su hija le exigió lo mismo que a sus hermanos. Había días, por ejemplo, que no los podía llevar al colegio, entonces cada uno debía irse por su cuenta. María Alejandra se ponía brava pero cogía unas muletas y tomaba el bus, mientras su madre, vigilándola desde la puerta de la casa, se preguntaba si estaba haciendo lo correcto. Sin embargo, recordaba lo que le decía a su hija: la consideración que te tengas, lo que piensas de ti misma, te define como persona. Si piensas que sos pobrecita, serás pobrecita.
Había días, entonces, en los que María Alejandra también debía cocinar, trapear, lavar la ropa, no importaba que el lavadero estuviera en un tercer piso y no hubiera una rampa. María Alejandra ponía el balde con sus blusas en cada grada, en cada escalón, después se apoyaba con sus manos y subía su tronco. Así, lentamente, hasta llegar a la cima. María Alejandra madre le toma una mano a su hija y dice que está orgullosa.
III

Es lunes. Juan Pablo Salazar, publicista, fundador de la Fundación Arcángeles, entidad que les brinda atención a las personas con discapacidad en Colombia, está dando una conferencia sobre Derechos Humanos en la Universidad Santiago de Cali.
Va y viene por el auditorio en una silla de ruedas. En 2004 sufrió un accidente. Estaba en las Islas del Rosario, se lanzó de un bote, no calculó la profundidad del agua y se golpeó. El diagnóstico fue pérdida del movimiento desde el pecho hacia abajo. Quedó parapléjico.
Desde entonces se ha dedicado a promover los derechos humanos de los discapacitados. Un centro comercial que pertenece a su familia les da trabajo a personas con discapacidad. También promovió –junto con la Vicepresidencia de República, Naciones Unidas y la agencia Proximity- la campaña ‘Remángate’ contra las minas antipersona. Cada 4 de abril, en el mundo, millones de personas se remangan su pantalón para recordarnos que las víctimas aún están ahí y todos los días son más.
Ahora su lucha es cambiar paradigmas, dice. Enseguida le pregunta al público si se aterraron cuando al entrar a la universidad, vieron mujeres. ¿Verdad que no? Hace 50 años, en cambio, una mujer en una universidad era vista como un ser extraño. ¿Cuántas de sus abuelas estudiaron en una universidad?, pregunta. Nadie responde.
María Alejandra está en primera fila. Juan Pablo habla de ella. Dice que no está sola. Que tanto ‘Male’ como él y como cientos de personas con discapacidad en el país son soldados de lo que ha llamado Movimiento Internacional de Derechos de Personas con Discapacidad. Intentan desde su rol en la sociedad, cambiar paradigmas. Que no sea una novedad que un discapacitado pueda desfilar por una pasarela o simplemente poder llegar sin líos a un salón de clases en un quinto piso. Que eso sea tan natural como una mujer en una universidad.

Entonces, el hecho de que María Alejandra pose en una campaña o sea la portada de una revista, es recordarle al mundo que los discapacitados hacen parte de él, recordarle que sus derechos deben ser cumplidos, no es solo un asunto de escaleras o ascensores. Inclusión es sentirse parte de una sociedad.
A María Alejandra le negaron un trabajo en un supermercado por no tener piernas. Como si para el oficio de ayudar a empacar mercados fuera necesario correr. Aunque si es necesario, ella corre. Cuando su padre la llevaba al Parque de las Palomas para darles maíz, María Alejandra, montada en sus prótesis, salía a toda velocidad tras ellas.
IV

María Alejandra no tiene idea de dónde surgió su vocación de modelo. Tal vez haya sido porque de niña jugaba a ser reina con sus amigos y desfilaba en la sala de su casa. O porque veía desfiles por televisión. En 2008, la BBC emitió el reality ‘Missing Top Model de Gran Bretaña’ y las modelos eran mujeres con discapacidad.

Pero para ese entonces ya sabía que quería ser modelo. Siempre lo soñó. Sin embargo, tampoco tenía idea de cómo lograrlo. Supuso que no la aceptarían en ninguna academia. Entonces se dedicó a estudiar. Y cuando tenía 15 años, viajó a España, donde vive su padre, José. Estuvo en Gijón y allá terminó el bachillerato, estudió administración de empresas. La crisis económica la obligó a volver. También algunos problemas familiares. Y a su regreso, en un taller de ebanistería, conoció a Jorge, se enamoró. En una charla cualquiera ella le contó que quería ser modelo. ¿Y por qué no lo haces?, le preguntó él.
Jorge tenía un amigo periodista. Lo llamó. Le contó la historia de una joven de cabello negro y largo hasta la cintura, piel canela, rostro de muñeca, que no tenía piernas pero quería ser modelo.
La historia se publicó en un periódico local. Y enseguida otro periodista apareció. Su idea era contar la historia del sueño logrado: María Alejandra modelando. Entonces contactó a Guío Domínguez, diseñador de modas, y le pidió que la incluyera en una campaña. Guío aceptó, pero no con las condiciones del periodista: “Tiene que ser para mañana”.
Domínguez se tomó su tiempo. Fue hasta la casa de María Alejandra, la conoció. Después de sus más de 25 años de experiencia en la moda –ha preparado reinas y modelos y ha vestido artistas como Vicente Fernández o Don Ómar- desarrolló un ojo infalible. Y cuando la vio se convenció que tenía todo para ser modelo: gran expresión en los ojos, un gran registro fotográfico, tranquilidad, serenidad, disfruta lo que hace.
- Yo a María Alejandra la veo en una Semana de la Moda de Nueva York. Está para cosas grandes, dijo.
No le fue difícil tomar la decisión de incluirla en la campaña Immigrant. En esa ocasión la idea no solo era lanzar una nueva colección de ropa, sino impulsar una política que favoreciera a más de once millones de indocumentados en Estados Unidos. La campaña se vio en Puerto Rico, Argentina, Colombia, Estados Unidos y María Alejandra se convirtió en noticia mundial. En las fotos simulaba a una modelo en pleno invierno en Nueva York. Las imágenes se hicieron en una bodega de Palmira, climatizada con temperaturas bajo cero y recreando la nieve.
El día anterior a la sesión fotográfica, María Alejandra no pudo dormir de la emoción. Lo mismo le sucedió el jueves 23 de enero de 2014, cuando desfiló por primera vez en una pasarela. Ocurrió en el Centro Comercial Gran Estación de Bogotá –el mismo de la familia de Juan Pablo Salazar- y ante centenares de personas que la aplaudieron durante minutos mientras ella lloraba sin importarle que se echara a perder el maquillaje o las cámaras que congelaban para siempre el momento exacto en que cumplía un sueño. Click, click, click, click.
V

Son las 4:30 de la tarde. En la III Brigada, la jornada de fotos de ‘Peace and Flowers’ apenas termina. El tiempo de los modelos se pasa lento, muy lento, esperando. Esperan el maquillaje, el vestuario, la locación. Tras las bellas sonrisas de portadas de revistas se oculta un gran bostezo.

María Alejandra está sentada en un barranco de arena roja. Alrededor suyo hay flores del mismo color, otras blancas. Junto a ella están los soldados López y Tovar, ambos víctimas de las minas. También están los modelos profesionales Gabriela Giraldo y Fabricio Pérez. Es la penúltima locación del día.
María Alejandra está vestida con una falda de campana negra. Esta vez tiene sus labios pintados de rojo, que le otorga un aire a Blanca Nieves. En el barranco sucede lo mismo que en el alojamiento de los soldados. Está incómoda –hay zancudos hambrientos atacando- pero ella le transmite a la cámara lo contrario. Luce tranquila, relajada. Algunos militares que pasan marchando la miran de reojo. La miran como se mira a una mujer despampanante. O como la miran por Internet admiradores que, desde Australia, le mandan cartas de amor. María Alejandra, la mujer que convirtió su debilidad en su principal fortaleza, no solo es capaz de conquistar un batallón, sino también al mundo entero. Click.


jueves, junio 19, 2014

Miguel Escobar: la fuerza callada




Miguel Escobar es considerado como uno de los mejores defensas centrales de la historia de Colombia. Es el futbolista que más ha jugado con el Deportivo Cali (536 partidos), ganó cuatro campeonatos locales, un subtítulo de Copa Libertadores, integró la selección nacional que salió subcampeona en la Copa América de 1975 y sin embargo, a los 69 años y sin voz, no tiene pensión, no tiene de qué vivir. En días de Mundial, ¿cómo es la vejez de un exfutbolista?



Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos: José Luis Guzmán
(Crónica publicada en la revista GACETA, de El País de Cali)

El libro está puesto como decoración en la mesa de la sala. ‘La gran historia del Deportivo Cali’, se titula. Fue escrito por Guillermo Ruiz y en la portada se ve la fotografía de uno de los mejores jugadores que ha tenido el equipo, su goleador histórico con 168 anotaciones, Jorge Ramírez Gallego, ‘Gallegol’.
Miguel Escobar señala el libro y habla con desilusión. No es precisamente rabia. Habla como se habla de un gran amor que se tuvo hace mucho y que sin embargo, un día cualquiera también de hace mucho, te traiciona. No se guarda ningún rencor, pero tampoco quiere volver a saber nada del asunto.
- Tengo demandado al Cali por mi pensión. Por eso no me sacaron en la tapa del libro que publicaron para el centenario del equipo.
Enseguida se sienta en uno de los muebles de la sala y busca algunos papeles, como alguien que requiere de una prueba para corroborar lo que afirma. Está vestido con una camisa azul abotonada hasta el cuello a pesar del calor que le hace sudar la espalda. Su cabello es afro cano, su nariz ancha, sus ojos diminutos como si los mantuviera siempre entrecerrados.
- Soy el futbolista que más ha jugado con el Cali en toda la historia: 536 partidos. En Copa Libertadores también soy el que más ha jugado: 46 partidos. Entonces, yo tenía que haber salido en la tapa del libro, pero como tengo demandado al equipo por mi pensión, no salí.
Su rostro se torna adusto, entorna aún más los ojos. Con el Deportivo Cali jugó durante 13 años. Llegó en 1967, proveniente del Deportivo Pereira. Su pase le costó al club $50 mil. En 1980 fue transferido al Santa Fe por $3 millones. A Miguel le correspondían $200 mil de la transacción, pero se los fueron dando en cuotas mínimas. Un mes $10 mil, a los dos meses $20 mil. Lo cuenta con una mueca de molestia y moviendo su cabeza de un lado a otro.
Santa Fe fue su último equipo. Se retiró del fútbol a los 36 años. Se dio cuenta de que ya no podía jugar más a nivel profesional cuando en un entrenamiento el ‘Batato’ Castro, un delantero potente y veloz, le sacó varios metros de ventaja en el campo. Era mejor irse que salir a una cancha a hacer el ridículo, jugar con su prestigio, se dijo.
Junto con Henry ‘La mosca’ Caicedo, también del Deportivo Cali, Miguel Escobar es considerado como uno de los mejores defensas centrales de la historia de Colombia, aunque él le sigue llamado a su posición como en su época: “back centro”.
Después del retiro se dedicó a jugar con “los rodillones”, como se les llama a los exjugadores de fútbol. Era principios de la década del 80. Los carteles de la droga estaban en pleno apogeo. Los narcos organizaban torneos para divertirse y les pagaban a los exjugadores un salario mínimo de la época por partido, aunque todo dependía del nombre del jugador. A los más famosos les pagaban hasta cinco veces esa suma y era fácil caer en la tentación.
La mayoría de los futbolistas retirados no tenían la más remota idea de qué hacer después de dejar el deporte. Nunca les preocupó que el día del retiro llegaría tarde o temprano, no se prepararon para la vida fuera de las canchas. Eran como niños desprotegidos. Niños perdidos.
Miguel jugó algunos de esos torneos para ganar algo de dinero. Después fue entrenador en el Boca de Cali - dice que le pagaban muy poco - y al final decidió comprarse un taxi.
Con el carro cotizó nueve años de su pensión. Cuando llegó el momento de jubilarse, sin embargo, se llevó una sorpresa devastadora: le faltaba muchísimo tiempo para recibir la mesada mensual a la que, estaba seguro, tendría derecho.
Los 13 años que jugó con el Deportivo Cali no aparecían por ningún lado. El equipo no hizo los aportes de ley durante el tiempo que él estuvo trabajando, “el Cali no canceló una sola semana de mi pensión”. Hoy, a los 69 años, Miguel Escobar no tiene de qué vivir.
- A mí ahora es la mujer la que me está ayudando. Y los hijos. Yo tenía el taxi, pero lo vendí a raíz del problema por el que perdí la voz. Se me subían los pasajeros y ya no era lo mismo.
María Plácida Acosta, 52 años, su mujer desde hace 23 y que acaba de llegar a la sala, asiente. María recuerda que después de que Miguel perdiera la voz, ponía un cartel en el taxi con el que advertía que no podía hablar y sin embargo, algunos clientes se burlaban de él. Hubo incluso quien le pareció una gran broma salir del taxi sin pagarle la carrera.
Y el carro, un modelo 87, empezó a fallar tanto que en vez de generar ganancias se convirtió en un gasto fijo mensual en repuestos y talleres. Miguel decidió venderlo, también por otra razón: su brazo izquierdo ya no le permite conducir.
Apenas lo puede levantar a media altura y con lentitud. Por poco lo pierde. Se cayó de un bus que arrancó cuando él se iba a bajar, se fracturó y le entró una bacteria. Tuvieron que operarlo cuatro veces para salvarlo.
- Y ahora es mi señora la que está en terapias, dice y mira al piso, como si allí hubiera una respuesta a lo que está padeciendo.
María camina por la casa ordenando algunas cosas y mientras lo hace, cojea. Fue diagnosticada con artrosis de rodilla y el médico le aconsejó dejar su trabajo. María vive en Estados Unidos, y cada que puede regresa a Colombia a visitar a Miguel.
En ese país se gana la vida pegando pisos para enviarle algo de dinero. Para pegar las baldosas, debe pasar la mayor parte del tiempo arrodillada, lo que ha agravado la enfermedad.
A veces, asegura María, Miguel le dice que mejor se busque otra pareja que no sea una carga. Ella le responde que cómo se le ocurre decir una cosa de esas. Miguel hace silencio mientras mira hacia la nada.
II
Ahora sonríe, pero en su momento Miguel Escobar no podía creer lo que le estaba pidiendo el médico. Era 2006. Estaba visitando a su mamá en Buga, la ciudad donde nació en 1945.
De repente, a la medianoche, se empezó a ahogar. Estaba agitado y respiraba con esfuerzo. Lo llevaron de inmediato al hospital y el médico de turno, aun cuando Miguel seguía sin poder respirar con normalidad, le dijo: ¿ me regala un autógrafo para mi nieto? Miguel, sin salir de su asombro, preguntó el nombre del niño y firmó un papel.
A pesar de que han pasado tres décadas desde que dejó el fútbol profesional, todavía lo reconocen en la calle, sobre todo hinchas que rondan los 60 años. Un lunes de mayo, mientras caminaba en los alrededores de la Plaza de Cayzedo – en las tardes le gusta irse a encontrar con exjugadores en el centro de la ciudad – un anciano al que le faltaban algunos dientes se le acercó y le estiró el brazo con el puño apretado.
Miguel también puso su puño derecho suavemente sobre el puño del hombre, quien dijo en voz alta, como para asegurarse de que los vendedores de medias y libros y los transeúntes que pasaban lo escucharan: “Miguel Escobar, el mejor defensa central de este país. Jugadores como él no se han vuelto a ver”. Miguel siguió de largo sin decir nada, caminando despacio mientras sonreía ensimismado.
Hacía unos días apenas que había sucedido algo parecido. Su esposa fue a una marquetería a reemplazar el vidrio de un portaretrato. Cuando los jóvenes que la atendían supieron que ahí iba a ir la foto de Miguel Escobar, decidieron no cobrarle.
No lo vieron jugar al fútbol, decían, pero sus padres les hablaban de él: un central legendario, famoso por su ‘quite deslizante’. Se lanzaba al piso con sus piernas extendidas, le robaba la pelota a los delanteros sin hacerles falta, el balón siempre quedaba en sus guayos y él se levantaba rápidamente con la pelota dominada y la cabeza arriba para hacer un pase preciso. Elegante, limpio, jamás le pegó una patada a nadie.
Miguel se puso contento cuando María le contó que se habían ahorrado un dinero gracias a su nombre. Por fin, después de mucho tiempo, podía ayudar en algo a la economía de la casa. Y el reconocimiento es algo que evidentemente lo enorgullece.
Por eso siempre que sale a la calle va preparado para todo aquel que le pida un autógrafo. De hecho regala algo mucho mejor que su firma. En su billetera carga tarjetas de presentación con una foto suya a color, tomada momentos previos a un partido de hace décadas, en cuclillas con un balón y el uniforme del Cali.
También está el escudo del equipo, su número celular, su firma original y una frase: Miguel Escobar, Deportivo Cali, excapitán.
Durante nueve temporadas, Miguel fue el capitán del Deportivo Cali, a pesar de que en la cancha hablaba muy poco. El periodista cubano José Pardo Llada lo llamaba “la fuerza callada”.
El cáncer de garganta que le diagnosticaron en 2006 lo dejó literalmente mudo. La enfermedad era la explicación al ahogamiento repentino que padeció en casa de su madre, en Buga. Aunque el cáncer no había hecho metástasis, era tan delicado que debieron practicarle una laringectomía total, la extirpación completa de la laringe, el órgano encargado de la fonación. Miguel Escobar perdió la voz y en su cuello tiene un traqueostoma.
Es un agujero por el cual respira. El aire entra directamente a la tráquea hasta los pulmones, sin los filtros de la nariz. Por eso padece de gripas fuertes y no se puede meter nunca a una piscina. Cuando se está bañando en la ducha cubre su cuello con su mano izquierda. No le debe entrar agua por el agujero porque iría, como el aire, directamente a los pulmones.
También se protege con una especie de tela que pega sobre el cuello mientras realiza cualquier actividad. Hace poco escuchó que un hombre que tenía un traqueostoma murió mientras dormía. Una cucaracha se le introdujo en el cuello y lo ahogó.
Y se cuida de otro asunto: dónde y con quién hablar. Para hablar, Miguel utiliza un laringófono que le regalaron los periodistas deportivos Jorge Eliécer Campuzano, Javier Hernández Bonnet y Javier Fernández. Es un aparato del tamaño de un desodorante que cuesta mil dólares, aunque hay otros modelos mucho más avanzados y costosos que el suyo.
Miguel se lo lleva al cuello y el laringófono genera una vibración cada que él va a pronunciar algo gracias a las baterías. Es difícil de entender su funcionamiento, en realidad. Ni siquiera Miguel sabe cómo funciona, pero gracias a ese invento tan extraño se comunica con relativa normalidad, aunque con un tono de voz idéntico al de un robot.
Su propia voz, esa huella dactilar que nos diferencia entre toda la humanidad, no se volvió a escuchar desde la operación.
Por eso Miguel solo habla con gente de confianza. Le ha sucedido que ha tenido que decir algo en un sitio atestado de desconocidos - la fila de un banco por ejemplo - y todos lo han mirado como si él viniera de otro planeta. Cuando eso sucede, se sale de casillas. Esa fue otra de las razones para haber vendido el taxi, reconoce.
III
El padre de Miguel siempre lo llevaba desde Buga hasta el estadio Pascual Guerrero a ver jugar al Cali. Se hizo hincha del equipo desde muy niño.
-Yo era un aficionado más que jugaba con el Cali. Eso es un privilegio: quedar campeón con el equipo que se quiere.
Alguna vez quisieron comprarlo con $50 mil para que se vendiera en un partido. A Miguel le dio risa no solo la cifra, sino la propuesta. Traicionar al equipo es como vender a la propia madre. Se negó, por supuesto. El hombre del maletín que se paseaba por toda Colombia comprando partidos no es un mito.
Miguel empezó a jugar al fútbol en el Boca Juniors, en Buga. El técnico Camilo Barbosa fue el que lo ubicó como defensa central. Después pasó al Juventud de Buga, luego a la Selección Valle. Quedó campeón nacional en Cúcuta, y la defensa que él dirigió solo recibió un gol en contra.
Su repertorio lo cuenta de pie, en un rincón de su casa ubicada al norte de Cali, a unas cuantas cuadras del Parque de la Caña. Miguel está junto a las escaleras que llevan al segundo piso.
En ese sitio tiene un museo personal. Sobre la pared hay varias fotos suyas como jugador, trofeos, medallas, cinco libros verdes con todos los artículos de prensa que le han publicado, un radio del Deportivo Cali. A pesar de lo que ha sucedido, dice, sigue siendo hincha del equipo. El amor a un club de fútbol debe ser el sentimiento más genuino que existe sobre la tierra.
Como profesional, Miguel debutó jugando para el Deportivo Pereira, curiosamente en un partido contra el Cali. Uno de los “back centro” del equipo se lesionó, él entró, el juego terminó 1-1 y se quedó con la titular. Era 1966.
Un año después el Cali lo compró, aun cuando en un partido contra el Unión Magdalena se había fracturado la tibia y el peroné. Se recuperó y su primer partido con el Cali fue contra uno de los equipos más reconocidos de Europa, el Nápoles de Italia. “Ese día empatamos”.
También marcó al mejor jugador del mundo: Pelé. Cali venció 2-1 al Santos de Brasil en el estadio Pascual Guerrero, pero el ‘Rey’ hizo jugadas que Miguel Escobar nunca más volvió a ver en una cancha. Pelé hacía la pared con el contrario. Le pegaba la pelota a la canilla del rival y él mismo se hacía el pase.
Y ni en ese ni en ningún otro partido Miguel salió nervioso al terreno de juego. Esa era otra de sus virtudes: la tranquilidad para jugar, que se debía, supone, a que se preparaba a conciencia durante la semana para que no se notara su punto débil: no era muy rápido. “Entrenaba como un caballo”.
Cuando se acababan los entrenamientos, le pedía a los mejores jugadores del equipo como Miguel Loaiza o Iroldo Rodríguez de Oliveira que se quedaran media hora más, gambeteándolo.
Eso sí el lunes, después de los partidos, se reunía con otros compañeros como Jairo Arboleda y el ‘Moño’ Muñoz a jugar billar y a tomarse unos tragos. Era un ritual.
El año en que llegó al Cali, 1967, Miguel alzó su primer título en el fútbol colombiano. En total marcaría 8 goles y ganaría cuatro campeonatos locales. También un subtítulo de Copa Libertadores jugando en La Bombonera de Buenos Aires, un estadio en el que para jugar hay que ser valiente. Se juega con la sensación de tener 50 mil personas encima de tu cabeza, dice Miguel, que ahora pasa las páginas de una edición de la revista Don Juan.
La publicación hizo una encuesta para determinar cuál era la selección Colombia ideal de todos los tiempos y él, señalando con su dedo índice izquierdo la foto de cada uno, comienza a nombrar a los elegidos:
-Efraín ‘Caimán’ Sánchez; Arturo Segovia; mi persona; Henry Caicedo y Diego Osorio; Leonel Álvarez, Diego Umaña y Carlos Valderrama; Willington Ortiz, Arnoldo Iguarán y Faustino Asprilla. El doctor Gabriel Ochoa como técnico.
Enseguida vuelve a sonreír como cuando el anciano al que le faltaban algunos dientes dijo que jugadores como él no se han vuelto a ver.
-Yo no imité a nadie. Aunque cuando empecé, quería ser como Francisco Cobo Zuluaga, de Millonarios. Me gustaba una jugada que él tenía: venía la pelota, la dejaba picar, y le daba de taco. Después yo me inventé el quite deslizante. Me tiré una vez, y me salió y me siguió saliendo. Mario Alberto Yepes lo hace ahora, pero con una diferencia. Cuando yo me tiraba, me quedaba siempre con la pelota, nunca la tiraba a un lado, a un saque de banda, no. Y me paraba y salía jugando con el balón. Yepes a veces lo tira a un lado, otras veces se queda con la pelota.
Con Colombia, Miguel jugó 13 partidos. En 1975 hizo parte del equipo que quedó subcampeón de la Copa América jugando contra Perú en un cotejo de desempate disputado en Caracas. Ese segundo lugar fue también la segunda hazaña de la historia del fútbol nacional, después del empate 4-4 contra la Unión Soviética en el Mundial de Chile 62.
Suena el teléfono. María atiende. Miguel la mira para cerciorarse de quién llama. Es Fabio ‘Guaracha’ Mosquera, otro exjugador y uno de sus buenos amigos, que lo cita a una reunión en el centro de Cali para conversar sobre la pensión.
IV
‘La sombra’ Héctor Martínez, 81 años, exarquero y excantante - estuvo en la orquesta de Tito Cortés- ahora se dedica a vender lechonas por encargo aunque esté enfermo de la tiroides. No tiene pensión.
Víctor Campaz, subcampeón de América en 1975, vive de la caridad de su familia. Tampoco tiene pensión, lo mismo que Carlos Paz.
Junto a ellos está Fabio ‘Guaracha’ Mosquera, que aunque tiene una mesada mensual considera que es muy poca, por lo que pretende una reliquidación. Y Miguel Escobar.
Todos están de pie en lo que llaman el ‘Parque de la Dian’, en el centro de Cali, y esperan a un exsecretario del Deporte que prometió contactarlos con el Representante a la Cámara Heriberto Sanabria. Quizá con la ayuda de un político logren por fin que los pensionen, comentan. Los exfutbolistas de las décadas del 60 y 70 están dispuestos a escuchar a todo aquel que les prometa ayuda. Muchos han muerto esperándola.
Jaime Morón murió de diabetes, lo mismo que el ‘Boricua’ Zárate. ‘Toño’ Rada, que jugó el Mundial de Chile 62, falleció hace unos días por un cáncer de próstata.
Aníbal el ‘Mocho’ Alzate, otro de los que jugaron el Mundial del 62, aún vive en Ibagué pero ni siquiera sus hijos quieren que alguien lo vea. Padeció una trombosis.
Humberto ‘Turrón’ Álvarez también vive de la caridad de su familia y a nadie le importa que Alfredo Di Stéfano, una leyenda de Millonarios y del Real Madrid, haya dicho que ‘Turrón’ era mejor que él.
Óscar Bolaño, que quedó campeón con Santa Fe, ahora está en una cama debido a una parálisis cerebral. Vive, como los demás, de la generosidad de su hijo, Jorge, también exfutbolista.
Los jugadores que alegraron a todo el país en algún momento, hoy son una carga para sus familias. Sus hijos intentan sostenerlos, pero también deben sostener su propio hogar y en la mayoría de los casos el dinero no alcanza para todo.
Juan Carlos Torres, el primer jugador de fútbol colombiano que se puso la camiseta de River Plate de Argentina, ahora empresario de futbolistas activos, dice que los exjugadores del 60 y 70 definitivamente llevan una vida indigna. ¿O acaso no es indignante tener que pedir dinero a la familia hasta para pagar un bus?
Torres y otros exjugadores como Alejandro Brand y Arturo Segovia, crearon la ‘Sociedad Colombiana de exfutbolistas profesionales’, Socex, con una idea: los exfutbolistas que lograron estudiar y seguir en el mercado laboral después del retiro, deben ayudar a los que no pudieron hacerlo.
Con la Sociedad han alcanzado algunos logros. Ya hicieron firmar un ‘memorando de entendimiento’ con el Ministerio del Trabajo para pensionar a los exjugadores “de la tercera edad en situación de vulnerabilidad”. Cada caso, prometió el Ministro, será analizado de manera particular. Con Miguel Escobar se pretende que el Estado le otorgue una pensión por invalidez.
- La Dimayor va a tener que declararse responsable de lo que ha pasado con los exjugadores. En algún momento el gobierno va a tener que decir: ¿quién se equivocó con estas personas? Primero los clubes, que se aprovecharon de la ignorancia de los jugadores en temas legales. Y Coldeportes, que no supervisó que los equipos cumplieran la ley, dice Juan Carlos a través de su teléfono celular, justo después de salir de una cita odontológica, en Bogotá.
Mientras tanto, los exjugadores de Cali que siguen de pie en el ‘Parque de la Dian’ padecen bromas. Un aficionado que los reconoce les dice que juntos suman por lo menos 500 años y que están tan delgados que parecen balones desinflados. Ellos aparentan ignorarlo mientras conversan. Es esperanzadora la firma del memorando con el Ministerio de Trabajo, ¿pero qué va a pasar con el acuerdo cuando el país está próximo a un cambio de gobierno y de Ministro?, se preguntan.
V
Miguel, en su casa, sigue viendo orgulloso la Revista Don Juan.
- En la Copa América del 75 abrimos la puerta para los triunfos de Colombia. Perdimos la final pero en eso tuvieron mucho que ver los dirigentes. Teníamos que jugar el partido de desempate a las 72 horas. Si hubiera sido así, Perú no había podido jugar con Sotil y Cubillas, que eran unos fenómenos. Pero la Federación aplazó el juego y Sotil y Cubillas, que jugaban en Europa, alcanzaron a llegar. Si nos dejan el equipo que tenían, les ganamos.
María le recuerda enseguida la frase que dijo el técnico de esa Selección, Efraín ‘Caimán’ Sánchez: a los jugadores de esa época les pagaban con abrazos y medallitas, no con plata.
Mientras jugó para el Cali, Miguel tuvo un salario de algo así como un millón de pesos de hoy. “Nos pagaban un poco más que un asalariado promedio, cuando ahora en Colombia hay jugadores que cobran $80 millones cada mes. Eso sí es plata”.
El fútbol, entonces, solo le dejó una casa que vendió “por la mala cabeza”. La casa donde vive hoy la pagó junto con María. Él en el taxi y ella administrando una tienda.
Miguel, en todo caso, prefiere seguir hablando de la Selección, ahora que está a días de jugar de nuevo un mundial.
- Espero que Colombia haga un buen papel en Brasil, aunque hay jugadores que vienen sin ritmo: Armero, Zúñiga y Yepes, que es uno de los jugadores que más se merecen ir. Ha luchado por estar ahí. Además usted sabe que mundial es mundial y que cualquiera no se pone la camiseta de la Selección. Hay jugadores a los que le queda grande. Cuando uno está oyendo el himno nacional con un estadio lleno, Ave María, eso es bravo. Recuerdo que en la Copa América del 75 el estadio El Campín estaba repleto. Había una gran expectativa, la gente cantaba Colombia, Colombia, Colombia.
En su casa, sin embargo, lo que se escucha es un silencio absoluto.


miércoles, agosto 21, 2013

La cachetada de Mariana







Mariana Manco, 17 años, luchó contra un cáncer de huesos. En el tratamiento quedó embarazada. Decidió suspender las operaciones por salvar a su hija.  Al final ambas murieron. Y sin embargo, Mariana siempre sonrío, nunca se quejó, afrontó la vida hasta su último aliento con felicidad plena. Como una lección. Una cachetada.  ¿Qué es en realidad un problema? 

Por Santiago Cruz Hoyos
El País - Cali

Mariana Manco Galeano. Así se llamaba. Tenía 17 años. Había nacido en Viterbo, Caldas. “Un pueblo chiquitico”. Allá hacía lo que hacían la mayoría de niñas de su edad: ir a la discoteca para menores. No se vendía trago, apenas cócteles sin licor y helados y comidas rápidas. Atrás de todo eso, la pista de baile. “Mantenía llena”.

Mariana también estudiaba en La Milagrosa. Estaba en noveno grado. Era una vida tan normal. Hasta que se golpeó el brazo izquierdo. Un poco más arriba de la muñeca. Se golpeó y ya nada volvió a ser como antes.

Mariana sintió dolor, se sobó, siguió su vida. Pero ahí en el antebrazo empezaron a suceder cosas extrañas. Una bolita, primero. Salió una bolita “chiquitica”.

Mariana se la tocaba, se la molestaba, pero no le dolía. Se la molestaba porque tenía miedo, decía. A Lucero, su mamá, le comentaba que la bolita era muy rara. Y después, a los 20 días, le empezó a doler. Mariana perdió fuerza en la mano.

Entonces acudió a la sobadora del pueblo. Ella le dijo que tenía los tendones recogidos. Se los puso otra vez en su sitio, pero le advirtió que la bola efectivamente era muy extraña. Después de tres días seguidos de haberla sobado, no reducía su tamaño.

La bola se puso tan grande como una pelota de tenis. Entonces Lucero, la mamá de Mariana, la llevó al hospital.

Sin tener idea qué diablos tenía, la enyesaron. Todo el brazo izquierdo, hasta el hombro. Mariana lo contaba un año y medio después y en vez de insultar al burdo que lo hizo, se reía. Mariana, a pesar de todo, siempre se reía.

Cuando la enyesaron fue una noche horrible. A la mañana siguiente, la enviaron hasta Pereira, a una hora de Viterbo. Tenían que hacerle una radiografía. Los médicos tardaron horas para quitarle el yeso.  En la radiografía salió una especie de sombra en el hueso del antebrazo, en el radio exactamente.

  - Parece un tumor óseo – dijo el ortopedista.

Mariana y Lucero se asustaron. Los médicos decidieron investigar aún más. Le hicieron una resonancia y una escanografía ósea. Mariana, mientras tanto, sentía un dolor insoportable. Le aplicaron una inyección.

Era la primera vez que se enfermaba. La primera vez que pisaba un hospital como paciente. Días después, en octubre de 2012, fue remitida a Cali. Tenía algo grave.

Mariana recuerda que eran las cinco de la tarde cuando le hicieron la biopsia. Al otro día le dieron la noticia: tenía cáncer en el radio del antebrazo izquierdo. Osteosarcoma, un tipo de cáncer en los huesos que le da sobre todo a niños y adolescentes. Y es agresivo. En cuerpos en crecimiento, debido a la proliferación de células, ese cáncer es agresivo.

La doctora que se lo dijo no tuvo tacto. Mariana contó que fue cruel. Que la doctora le dijo que le iban a hacer quimioterapias y que se le iba a caer el pelo, que iba a vomitar. - Fue como una puñalada - .

Mariana lloró. Después se calmó. Si el tratamiento es lo mejor para mí, empecemos, dijo. Era una luchadora, ante todo.

Mariana decía incluso que la que empezó “a chillar” cuando se le cayó el pelo fue Lucero, su mamá. Ella en cambio empezó a vivir feliz con su calvita. Mantenía mostrando la calva por todo lado, decía y se volvía a reír.

Y la operaron. Le cambiaron el hueso, el radio, le pusieron otro, se lo unieron con platinas y tornillos, le sacaron esa pelota de tenis. Y en el antebrazo no le volvió a dar cáncer.

Mariana pensó que todo había pasado. Transcurrieron meses. Ocho, casi. Y sin embargo el cáncer hizo metástasis. Apareció otra bolita. Esta vez en la axila izquierda. Mariana pensó que era un ganglio. Tenía la esperanza que solo fuera eso. Era definitivamente cáncer.

Y al mismo tiempo sucedió algo aún más inesperado. Mariana quedó embarazada. Ella decía que era un milagro. Por las quimioterapias, le habían asegurado los médicos, no podría tener hijos. Y sin embargo tenía una niña en su vientre: Guadalupe. Mariana le puso ese nombre porque era muy devota de la virgen. - Mi hija es una bendición - , decía contenta, entusiasmada.

Mariana tenía la extraña capacidad de mantenerse feliz casi siempre y eso hacía que otros se cuestionaran, se miraran su propia vida. Mariana quizá no lo pensaba, pero era una mujer sabia.

El papá de Guadalupe era su novio, Diego Alexander Novoa. En la casa de Mariana todos le dicen Alex. Llevaban cuatro años juntos. Alex la conocía de siempre en el pueblo. Hasta que una vez, cuando Mariana iba en la calle caminando con una prima, él se acercó en su moto y le preguntó sin miedo:

- ¿Te puedo visitar hoy?

Y sí. Llegó muy puntual, a las 8 de la noche, y la visita fue en la sala. En el medio de los dos, por si acaso, se sentó el hermanito de Mariana. Otra vez soltaba la carcajada cuando lo contaba. -Seguro fue enviado por mi mamá-, decía.

Y ella y Alex empezaron a salir, llegaron las ferias de Viterbo, bailaron, se enamoraron.  Mariana, mucho tiempo después, entonces, quedó embarazada.

Los médicos sin embargo le decían que debía practicarse un legrado. Con el bebé en su vientre, no podía ser operada de ese cáncer que estaba invadiendo no solo la axila sino también el seno izquierdo. Además existía el riesgo de que la bebé naciera con malformaciones debido a las quimioterapias.

Mariana, antes de decidir qué hacer, pidió que revisaran a la niña. Y los exámenes salieron perfectos.

Mariana decidió seguir con Guadalupe en el vientre. Un aborto, decía, es un pecado. Guadalupe es una vida por la que hay que luchar. Mariana quiso entregar la suya por la de su hija. Decidió no operarse.

Sin poder seguir con el tratamiento, la enfermedad avanzaba. El embarazo, los cambios hormonales, hicieron además que el cáncer se volviera aún más agresivo. Mariana llegó a tener un tumor tan grande como un balón al costado izquierdo de su espalda y soportó dolores intensos que la desesperaban. Y sin embargo luchaba. Era la pelea entre la vida, Guadalupe, y la muerte.

Su plan era tener a su hija a los 7 meses del embarazo, para después seguir con su tratamiento, que le sacaran el mal de raíz, casarse con Alex, vivir juntos, estudiar psicología en salud, ayudar como la ayudaron en la Fundación de Cuidados Paliativos de Cali. Mariana daba la pelea, soñaba, hacía planes, aunque los especialistas sabían que no tenía posibilidades de sobrevivir.

Su caso era grave no solo por la enfermedad sino porque el tratamiento no hizo efecto. Es decir: aunque se siguieron los protocolos para tratar la enfermedad, nada funcionó. “Refractario al tratamiento”, decían los especialistas.

Mariana contó esta historia en una de las camas de la Fundación de Cuidados Paliativos. En las paredes había una foto de la virgen de Guadalupe, otra de la Santa Laura Montoya, y Mariana en la cama que aunque respiraba con dificultad, como ahogada, como cansada, nunca dejó de reírse. Hasta se sonrrojaba cuando le decían que las pecas de su rostro la hacía ver mur bonita. A Mariana no le gustaban sus pecas.

- ¿Por qué quieres dar a conocer esta historia?

- Porque es una historia muy bonita. Por eso quiero contarla. Es para que la gente la lea y reciba un mensaje.

Mariana decía que no nos podemos dejar derrotar por problemas que al fin y al cabo son pasajeros. Esa enfermedad, pensaba, era pasajera. Sentía dolores muy fuertes, sí, pero más adelante tenía que haber una sorpresa, algo grande, algo bonito. Como Guadalupe. Uno no se puede dejar derrotar por nada, decía Mariana. Aunque uno esté enfermo, hay que estar feliz. Porque la vida es una sola y hay que vivirla. Eso también lo quería dejar escrito en un libro.

Hace dos semanas Guadalupe falleció. Permaneció en la incubadora unos días pero no aguantó. Nació a las 24 semanas de gestación.  Los planes era que naciera a las 28. Días después, falleció Mariana, aunque se hizo todo para salvarla. El Centro Médico Imbanaco dispuso un equipo de especialistas para su caso. Sus ganas de vivir, su gesto de amor por Guadalupe, hicieron que allá en la clínica la admiraran, dieran todo por ella.

Uno de sus médicos, Carlos Andrés Portilla, contó que Mariana afrontó la vida hasta su último aliento con felicidad plena y eso que no alcanzó a ver a Guadalupe, solo en fotos, no alcanzó tampoco a leer esta historia pero nos dejó una lección. Como una cachetada.