Mariana Manco, 17 años, luchó contra un cáncer de huesos. En el tratamiento quedó embarazada. Decidió suspender las operaciones por salvar a su hija. Al final ambas murieron. Y sin embargo, Mariana siempre sonrío, nunca se quejó, afrontó la vida hasta su último aliento con felicidad plena. Como una lección. Una cachetada. ¿Qué es en realidad un problema?
Por Santiago Cruz Hoyos
El País - Cali
El País - Cali
Mariana Manco Galeano. Así se llamaba. Tenía 17 años. Había nacido en Viterbo,
Caldas. “Un pueblo chiquitico”. Allá hacía lo que hacían la mayoría de niñas de su edad: ir a la discoteca
para menores. No se vendía trago, apenas cócteles sin licor y helados y comidas
rápidas. Atrás de todo eso, la pista de baile. “Mantenía
llena”.
Mariana también estudiaba en La Milagrosa. Estaba en noveno grado. Era una vida tan
normal. Hasta que se golpeó el brazo izquierdo. Un poco más arriba de la muñeca. Se golpeó y ya
nada volvió a ser como antes.
Mariana sintió
dolor, se sobó, siguió su vida. Pero ahí en el antebrazo empezaron a suceder
cosas extrañas. Una bolita, primero. Salió una bolita “chiquitica”.
Mariana se la tocaba, se la molestaba, pero no le dolía. Se la molestaba porque tenía miedo, decía. A Lucero, su mamá,
le comentaba que la bolita era muy rara. Y después, a
los 20 días, le empezó a doler. Mariana perdió fuerza
en la mano.
Entonces acudió a la sobadora del pueblo. Ella le dijo que tenía los tendones
recogidos. Se los puso otra vez en su sitio, pero le advirtió que la bola efectivamente era muy extraña. Después de tres días seguidos de haberla
sobado, no reducía su tamaño.
La bola se puso
tan grande como una pelota de tenis. Entonces Lucero,
la mamá de Mariana, la llevó al
hospital.
Sin tener idea qué diablos tenía, la
enyesaron. Todo el brazo izquierdo, hasta el hombro. Mariana lo contaba un año y medio después y en vez de insultar al burdo que lo hizo, se reía. Mariana, a pesar de todo,
siempre se reía.
Cuando la enyesaron fue una
noche horrible. A la mañana siguiente, la enviaron hasta Pereira, a una hora de Viterbo. Tenían que hacerle una radiografía. Los médicos
tardaron horas para quitarle el yeso. En la
radiografía salió una especie de sombra en el hueso
del antebrazo, en el radio exactamente.
- Parece un tumor óseo – dijo el
ortopedista.
Mariana y Lucero se asustaron.
Los médicos decidieron investigar aún más. Le hicieron una resonancia y una
escanografía ósea. Mariana, mientras tanto, sentía un
dolor insoportable. Le aplicaron una inyección.
Era la primera vez que se enfermaba. La primera vez que pisaba un hospital como paciente. Días
después, en octubre de 2012, fue remitida a Cali.
Tenía algo grave.
Mariana recuerda que eran
las cinco de la tarde
cuando le hicieron la biopsia. Al otro día le dieron
la noticia: tenía cáncer en el radio del antebrazo
izquierdo. Osteosarcoma, un tipo de cáncer en los
huesos que le da sobre todo a niños y adolescentes. Y es agresivo. En cuerpos en
crecimiento, debido a la proliferación de células, ese cáncer es agresivo.
La doctora que se lo dijo no tuvo tacto. Mariana contó que fue cruel. Que la doctora le dijo que le iban a hacer quimioterapias y que
se le iba a caer el pelo, que iba a vomitar. - Fue como una puñalada - .
Mariana lloró. Después se calmó. Si el
tratamiento es lo mejor para mí, empecemos, dijo. Era una luchadora, ante todo.
Mariana decía incluso que la que empezó “a chillar” cuando se le cayó el pelo fue
Lucero, su mamá. Ella en cambio empezó a vivir feliz con su calvita. Mantenía
mostrando la calva por todo lado, decía y se volvía a
reír.
Y la operaron. Le cambiaron el hueso,
el radio, le pusieron otro, se lo unieron con platinas y tornillos, le sacaron
esa pelota de tenis. Y en el antebrazo no le volvió a
dar cáncer.
Mariana pensó que todo había
pasado. Transcurrieron meses. Ocho, casi. Y sin embargo el cáncer hizo
metástasis. Apareció otra bolita. Esta vez en la
axila izquierda. Mariana pensó que era un ganglio.
Tenía la esperanza que solo fuera eso. Era
definitivamente cáncer.
Y al mismo tiempo sucedió algo aún más
inesperado. Mariana quedó embarazada. Ella decía que
era un milagro. Por las quimioterapias, le habían asegurado los médicos, no
podría tener hijos. Y sin embargo tenía una niña en su vientre: Guadalupe. Mariana le puso ese nombre porque era muy devota de la virgen. - Mi hija es una
bendición - , decía contenta, entusiasmada.
Mariana tenía la extraña
capacidad de mantenerse feliz casi siempre y eso
hacía que otros se cuestionaran, se miraran su propia vida. Mariana quizá no lo pensaba, pero era una mujer sabia.
El papá de Guadalupe era su novio, Diego
Alexander Novoa. En la casa de Mariana todos le dicen Alex.
Llevaban cuatro años juntos. Alex la conocía de siempre en el pueblo. Hasta que una vez, cuando Mariana iba en la calle
caminando con una prima, él se acercó en su moto y le preguntó sin
miedo:
- ¿Te puedo visitar hoy?
Y sí. Llegó muy puntual, a las 8
de la noche, y la visita fue en la sala. En el
medio de los dos, por si acaso, se sentó el hermanito
de Mariana. Otra vez
soltaba la carcajada cuando lo contaba. -Seguro fue
enviado por mi mamá-, decía.
Y ella y Alex empezaron a salir, llegaron
las ferias de Viterbo, bailaron, se enamoraron.
Mariana, mucho tiempo después, entonces, quedó
embarazada.
Los médicos sin embargo le decían que debía practicarse un
legrado. Con el bebé en su vientre, no podía ser operada de ese cáncer que estaba invadiendo no solo la axila sino también el seno izquierdo. Además existía el
riesgo de que la bebé
naciera con malformaciones debido a las quimioterapias.
Mariana, antes de decidir qué
hacer, pidió que revisaran a la niña. Y los exámenes
salieron perfectos.
Mariana decidió seguir con
Guadalupe en el vientre. Un aborto, decía, es un pecado. Guadalupe es una vida
por la que hay que luchar. Mariana quiso entregar la suya
por la de su hija. Decidió
no operarse.
Sin poder seguir con el tratamiento, la enfermedad avanzaba. El embarazo, los cambios
hormonales, hicieron además que el cáncer se volviera aún más agresivo. Mariana llegó a tener un tumor tan grande como un balón al
costado izquierdo de su espalda y soportó dolores
intensos que la desesperaban. Y sin embargo luchaba.
Era la pelea entre la
vida, Guadalupe, y la muerte.
Su plan era
tener a su hija a los 7 meses del embarazo, para después seguir con su
tratamiento, que le sacaran el mal de raíz, casarse
con Alex, vivir juntos, estudiar psicología en salud, ayudar como la ayudaron en la Fundación
de Cuidados Paliativos de
Cali. Mariana daba la
pelea, soñaba, hacía planes, aunque los especialistas sabían que no tenía
posibilidades de sobrevivir.
Su caso era
grave no solo por la enfermedad sino porque el
tratamiento no hizo efecto. Es decir: aunque se siguieron los protocolos para
tratar la enfermedad, nada funcionó. “Refractario al
tratamiento”, decían los especialistas.
Mariana contó esta historia en una de las camas de la Fundación de Cuidados
Paliativos. En las paredes había una foto de la virgen de Guadalupe, otra
de la Santa Laura Montoya,
y Mariana en la cama que
aunque respiraba con dificultad, como ahogada, como cansada, nunca dejó de reírse. Hasta se sonrrojaba cuando le decían que las
pecas de su rostro la
hacía ver mur bonita. A Mariana no le gustaban sus
pecas.
- ¿Por qué quieres dar a conocer esta historia?
- Porque
es una historia muy bonita. Por eso quiero contarla. Es para que la gente la lea y reciba un
mensaje.
Mariana decía que no nos podemos
dejar derrotar por problemas que al fin y al cabo son pasajeros. Esa enfermedad,
pensaba, era pasajera. Sentía dolores muy fuertes, sí, pero más adelante tenía
que haber una sorpresa, algo grande, algo bonito. Como Guadalupe. Uno no se
puede dejar derrotar por nada, decía Mariana. Aunque
uno esté enfermo, hay que estar feliz. Porque la vida
es una sola y hay que vivirla. Eso también lo quería dejar escrito en un
libro.
Hace dos semanas Guadalupe falleció. Permaneció en la incubadora unos días pero no aguantó. Nació a las 24
semanas de gestación. Los planes era que naciera a
las 28. Días después, falleció Mariana, aunque se
hizo todo para salvarla. El Centro Médico Imbanaco dispuso un equipo de especialistas para su caso. Sus ganas de vivir, su gesto de amor por
Guadalupe, hicieron que allá en la clínica la admiraran, dieran todo por ella.
Uno de sus médicos, Carlos Andrés Portilla, contó que Mariana afrontó la vida hasta su
último aliento con felicidad plena y eso que no alcanzó a ver a Guadalupe, solo
en fotos, no alcanzó tampoco a leer esta historia pero nos dejó una lección.
Como una cachetada.