Pesebres para conjurar el miedo
En Petecuy I, donde en 2012 se han registrado 41 homicidios, un escritor y varios líderes de la Junta de Acción Comunal decidieron construir un pesebre en cada cuadra para silenciar el sonido de las balas con villancicos. Historia de valientes.
Por santiago cruz hoyos
reportero de el
país
Se llama Gustavo Andrés Gutiérrez. Es escritor. Como
no tiene plata para imprimir sus libros, él mismo los hace, en cartón. Sus tirajes pueden llegar, si
mucho, a los 50 ejemplares. No importa. Son libros bellos. No solo por el contenido de sus cuentos, novelas, crónicas. También
porque los diseña y los edita como si fueran objetos de arte, una artesanía de
la literatura.
En Petecuy I, el barrio donde vive,
es un personaje famoso. No solo por los libros. También por Biblioghetto. Es una
especie de sala de lectura ambulante que fundó en 2005. Gustavo y otros
muchachos de ese barrio que tiene fama de ser uno de los más violentos de Cali
salen a las esquinas, a los parques, al jarillón del río Cauca, a leerles
cuentos a los niños, mostrarles mundos de dragones, princesas, hadas, reyes,
brujas, universos distintos al que conocen: amigos que se mueren por balas
perdidas, pobreza, pandillas, jóvenes vendiendo droga, consumiendo droga, un
barrio que parece olvidado por los alcaldes de la ciudad. En Petecuy I, donde
habitan casi 9000 personas, no hay biblioteca, no hay colegio para hacer el bachillerato. Que los niños tengan la certeza de que puede existir un mundo
diferente es una manera de sembrarles esperanza, motivarlos a soñar, a vivir.
Gustavo y el grupo Biblioghetto también les enseña a
escribir.
Pero desde hace varios meses eso de salir a narrar historias y
a enseñar no se puede hacer. La violencia del barrio, que en 2010 estaba entre
los 20 más peligrosos de Cali, se ha recrudecido. Hasta noviembre de 2012, según
un consolidado de la Junta de Acción Comunal, se habían registrado 41
homicidios. Entre los asesinados está Andrés Camilo, un niño que asistía a las
jornadas de lectura de Biblioghetto. En un enfrentamiento entre grupos armados,
tres balas traspasaron el rancho de madera en el que vivía. Dos tiros se alojaron en su corazón, otro más
en un brazo. Jerson Sebastián Montoya, otro niño del barrio, está desaparecido.
Lo mismo sucede con Nelson David Quiñones, un muchacho de 18 años. Hasta el camión que recoge la basura fue atacado a bala. La gente
de Petecuy tiene miedo.
Atrás de todo hay una
guerra por un pedazo de tierra del barrio: Cinta Larga, se llama. Es una porción
del jarillón del río Cauca. Allí hay una banda. Las bandas de barrios cercanos
como Gaitán, San Luis, Petecuy III, quieren sacarla.
Como Cinta Larga
está a apenas unos pasos del río, y por el río entra
y sale la droga, en ese sector se mueven fortunas. El
fondo de todo es una disputa a muerte por el dominio
del microtráfico de alucinógenos. En el barrio, en la
calle, por cierto, se han encontrado balas de fusil, casquillos de balas de
fusil.
Un habitante, mientras veía uno de esos cartuchos, dijo con los
ojos muy abiertos: “En los años 80 había grupos que se enfrentaban pero con
piedras, con palos. La barbarie de los últimos años no se había
visto”.
El temor, entonces, es latente. Cada
cual llega del trabajo, de estudiar, se encierra. Gustavo le dice a eso “miedo
ambiente”. Y él, que también es el Presidente de la Junta de Acción Comunal, piensa que no
puede ser que en este barrio donde son más los buenos, los trabajadores, los
comerciantes, los estudiantes, que los bandidos, la gente se tenga que encerrar
y ya no vaya a la esquina, al parque, al antejardín a conversar con el vecino. Gustavo, 27 años, piensa que no se pueden dejar
derrotar de la violencia, agachar la cabeza por la fama de ser un barrio
peligroso, no se puede dejar, por las balas, de contar historias en las calles
con Biblioghetto.
Entonces se le ocurrió, con otros líderes del barrio
como María Edith Vargas, Jaime Carabalí, conjurar
el miedo a través de la
Navidad. Se le ocurrió intentar bajar la tensión, eliminar rencores entre los
que se consideran enemigos.
La idea es que en cada una de las 60 cuadras
de Petecuy I, incluido Cinta Larga, se construya un pesebre. La condición es que
participen todos los habitantes de cada calle. Así, por un lado, el barrio se conoce entre sí, se hacen amigos. Así los
vecinos que no se quieren, de golpe terminan, mientras arman el pesebre, queriéndose. Así, en las noches, además, nadie
se va a encerrar, Petecuy I saldrá a rezar las novenas para derrotar el miedo. El sonido de las balas
quiere ser silenciado por el de los villancicos; a
los que siguen en guerra se les pretende enviar un mensaje: en el barrio se quiere vivir en paz, hay salidas diferentes a
la violencia para solucionar los
conflictos.
La meta es que para el próximo 15 de diciembre los 60 pesebres estén listos. En las cuadras se están vendiendo
rifas, empanadas, para conseguir los materiales.
Petecuy corre. Gustavo y la Junta de Acción Comunal también.
Además de
los pesebres, se anhela que la Navidad para los casi 3.200 niños del barrio sea un poco más
alegre, más justa. Entonces, a empresas y fundaciones, se les está haciendo una
propuesta: ayúdenos donando 50 regalos, y a cambio difundimos su marca.
Promoambiental la Corporación Colombia Humana, la Fundación Parque de la Salud,
Palmetto Plaza, la Unidad de Acción Vallecaucana, los trabajadores de la Planta
de Tratamiento de Aguas Residuales, la Fundación Amigos de la Calle, colombianos
que viven en el extranjero, decidieron apoyar. Aún
falta que otras empresas hagan lo mismo para que
ningún niño se quede sin regalo en este barrio que corre por la paz, este barrio
de valientes.
Mientras eso pasa, Gustavo habla. Su objetivo de fondo,
dice, es que en Petecuy, unidos por una meta en común, cada habitante se
convierta en un mejor ser humano. La Navidad, como la literatura, cree, son
maneras de iniciar una resistencia civil contra la violencia que sea ejemplo
para una ciudad, un país.
Su entusiasmo,
también, es una manera de conjurar el miedo. La puerta de su casa
en Petecuy permanece abierta.