lunes, marzo 16, 2009

No hay flores en la tumba de Andrés




El 4 de marzo se cumplió el aniversario de muerte número 32 del escritor Andrés Caicedo. GACETA visitó su tumba, en el cementerio Metropolitano del Norte. Nadie más fue, nadie le dejó flores. Tributo a un mito caleño.










Por Santiago Cruz Hoyos

Foto de Eduardo 'La Rata' Carvajal - Cortesía Casa Ensamble, Bogotá

REVISTA GACETA - EL PAIS


Yo creo que te apresuraste Andrés. Yo creo, esculcando las dos cartas que escribiste el mismo día de tu muerte, que no te querías matar ese 4 de marzo de 1977.




¿Cómo pensar que te querías matar si ese mismo día acababas de recibir el primer ejemplar de tu novela ¡Que viva la música!? Ése, Andrés, era un gran motivo de celebración, de una ‘torcis’ de las buenas, como le decías a las trabas que te metías.




Pero lo que querías en realidad era celebrar ese triunfo con Patricia Restrepo, tu eterno amor, tu novia, tu sostén. Sin embargo Andrés, ella no estaba. Se fue de tu apartamento furiosa por una pelea entre ustedes ya famosa. Te vio con otro hombre mal parqueado. Le explicaste hasta la saciedad que no, que no eras homosexual, que eso fue una cosa chiflada que se dio. El caso es que estaba disgustada y se fue sin dejar pistas.




Entonces, sentiste una agonía profunda, un desespero desesperante que se siente en las líneas que escribiste el día de tu suicidio: una carta a Miguel Marías, crítico de cine español y corresponsal en Madrid de la revista Ojo al Cine, en la que le advertiste que le escribías “con una prisa demente” porque estabas buscando a Patricia. En esa carta das otra pista para asegurar que no te querías matar. Le anunciabas a Marías que en ocho días le ibas a mandar libros y discos de los Rolling Stones, que te encantaba.




La otra carta se la escribiste ese mismo día a Patricia, donde le implorabas que se reconciliaran. Sospecho que son de esos amores Andrés que lo dominan a uno, que lo sacuden. Y que cuando parecen irse uno no es uno, es un ser sin control, demente, horrorizado por la certeza de que al levantarse al otro día sin esa mujer el sentimiento de soledad será implacable.




Llamaste, entonces, a la casa de tu amigo, Luis Ospina, para preguntar por tu novia. Llamaste a tu mamá, doña Nellie Estela. Recorriste la Sexta, el centro. Pensaste en ir a Los Turcos a ver si la veías. Te ilusionabas en tu apartamento ubicado en el edificio Corkidi al escuchar unas llaves afuera de tu puerta, pero caías abatido ante la realidad de que era la vecina que llegaba y abría su morada. No era Patricia. Entonces, escribiste: “No tengo otra cosa que decir además no me dejes no me dejes no me dejes no me dejes no te vayas no te vayas no te vayas no te vayas”. Así, sin comas, angustiado y con afán.




Pero, te repito, creo que no pensabas en acabar tu vida ese 4 de marzo. Luis Ospina, escribe Sandro Romero, se preguntaba cómo era posible que alguien se suicide si acaba de comprar una nevera. La nevera llegó a tu casa el día de tu muerte. La decisión de ingerir esa sobredosis de somníferos fue apresurada Andrés, y sin sentido alguno. Pero ya no importa.




Esas cartas a Miguel Marías y a Patricia las estoy leyendo hoy, 4 de marzo de 2009, sentado junto a tu tumba, la S-93, ubicada en el cementerio Metropolitano del Norte. Las cartas están consignadas en el libro ‘El cuento de mi vida’, tus memorias publicadas por Norma.




Hoy, que se celebra el aniversario número 32 de tu muerte, esperaba encontrar tu tumba llena de flores, con jóvenes viniendo a visitarte, lectores que te rindieran tributo en el día de tu aniversario. Pero no. La lápida, en donde consta que estás enterrado junto al niño Juan Roberto Quevedo y que se dice ya se la han robado, la encontré sucia, con tierra y hojas secas, y sin flores.




Imaginaba también encontrarme a la caleña de dientes blancos que viene en las tardes a leer junto a tu tumba. Hoy no vino. Esa caleña la menciona tu admirador más fiel, el escritor y dramaturgo Sandro Romero Rey, en su libro ‘Andrés Caicedo, la muerte sin sosiego’. No da el nombre, pero yo sospecho que no es caleña, que se trata de Ángela Rosa Giraldo, una profesora de literatura nacida en Calarcá, Quindío, que dicta clases en el colegio Santa Teresa de Jesús y que encontró en tus libros la mejor forma de comunicarse con sus estudiantes, sobre todo con los indisciplinados y de genios telúricos. Fue ella quien me dio la ubicación exacta de tu tumba. Pocos de tus amigos se acuerdan dónde queda.




Andrés, en el curso de Ángela te leen con fervor, sobre todo tu libro ‘El atravesado’, y también montaron una obra de teatro con esa historia. Los muchachos, además, armaron una banda de rock, Kalisur, y cantan tus canciones preferidas : ‘The house of the rising sun’ y todas las de los Rolling Stones. Cada semana se reúnen para seguir leyéndote y ver tus películas preferidas (tu número uno fue Psicosis, dirigida por Alfred Hitchcock).




Es, de verdad, hermoso. Son jóvenes como me imagino fuiste tú, que uno los ve con una mirada rebelde, conflictiva. Pero qué va. Ayer compartí con ellos y son de lo más buena gente. Te admiran y conocen de tu vida y obra más que cualquier académico.




Me sorprendió también que al día siguiente de tu muerte, en los periódicos, sólo registraron el hecho en unas cuantas líneas. Me imaginaba encontrarme grandes titulares anunciando tu muerte, pero nada. El único que escribió largo y tendido fue Gustavo Álvarez Gardeazábal, en El País. Publicó una columna el 8 de marzo y escribió que a los 16 años, ya tenías amagos de gran genio a la hora de escribir. Todavía no eras el mito que hoy eres. También, en esos días, 6 jóvenes se habían matado por despecho. ¿Una coincidencia con tu decisión?




En el cementerio




Hoy descubrí Andrés que leer en un cementerio es un verdadero placer, el ambiente invita a leer libros de un tirón. En esta mañana, donde nadie, excepto yo, pasó por tu tumba, se escucha el sonido de algunas guadañas que embellecen tumbas a lo lejos. En el cementerio lo que se escucha son guadañas, pájaros y mariachis. Como el mariachi que inició un concierto tétrico en el entierro de un señor que se llamó José William Castaño.




A las 12 en punto de la tarde escuché pitos como de un árbitro de fútbol. No les puse atención. Después, un guarda de seguridad se me acercó y me pidió que me retirara, que los pitos anuncian el cierre del cementerio, me dijo que volviera a las 2. Le expliqué que estaba escribiendo sobre lo que pasa en un día en la tumba tuya y hasta le pregunté si sabía algo sobre los supuestos robos a tu lápida. Hizo cara de no tener ni idea de quién es Andrés Caicedo.




A las 2 regresé, con la ilusión de hablar con alguien que fuera a visitarte y a ponerte flores. No pasó nada. Terminé de leer ‘El Cuento de mi vida’ y seguí con ‘Andrés Caicedo o la muerte sin sosiego’, de Sandro. En esas lecturas tu vida se me asemejó a la de Gonzalo Arango, el nadaísta antioqueño. Ambos se sentían intranquilos consigo mismos y su obra, ambos eran almas atormentadas, ambos tenían un gran amor: Gonzalo a La monja y tú a Patricia. Ambos le apostaban a temas urbanos en sus escritos.




De pronto, mientras leía, se me acercó Teresa. Era una anciana de 80 años que llevaba una sombrilla roja. Me vio leyendo el libro y de entrada me preguntó que en mi concepto, cuál era el libro más importante de la humanidad. Yo me emocioné y pensé que por fin una lectora tuya había venido a saludarte en tu tumba.




Le respondí que para mí ese libro era ‘Las mil y una noches’. Aprovechó y me dijo que no, que el libro más grande de la humanidad era la Biblia. Caí en la cuenta de que tenía que atender a una mujer miembro de los Testigos de Jehová. Me habló del fin del mundo, del demonio, de la salvación del alma. Quise cambiarle de tema preguntándole si había leído tus libros pero tampoco tenía ni idea de quién eras.




Si dijo, observando tu tumba, que Cristo, a lo mejor, te iba a resucitar.Después se despidió dejándome un consejo: que no tuviera hijos, porque, repitió, este mundo se va a acabar pronto y habrá mucho sufrimiento y crujir de dientes. Entonces es mejor apagar, irse y salir corriendo por los tejados de la tierra huyéndole al diablo. De lo que te salvaste Andrés.




Terminó la tarde y nadie te visitó. Pensé en comprarte unas flores, aunque ese rito para mí tampoco tiene sentido. El mejor tributo que se te puede hacer es leer tu obra. Y hoy, Andrés, tus libros se venden como arroz en Latinoamérica.




Me despedí pensando en eso. Y en que a lo mejor, todos las ‘caicedianos’ no vinieron por estar leyéndote y tu estarás más feliz por eso, porque el sueño de ser un escritor célebre se te cumplió. Me fui del cementerio para escribir esta carta que es un intento de homenajearte en tu aniversario de muerte, nada más, y también eso es mejor que ponerle flores a tu tumba sola.


Pedro Alcántara no quiere hablar de política



Crónica de una conversación matutina con uno de los pintores más importantes del país. Dijo que se está escribiendo un libro sobre su vida y obra que será publicado el próximo año con motivo del Bicentenario de la Independencia de Colombia. También que a finales de este mes expondrá en el Museo de Arte Moderno Carlos Mérida, de la Ciudad de Guatemala, el más importante de Centroamérica. Al final, diálogo político.



Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos Oswaldo López
REVISTA GACETA - EL PAÍS

Pedro Alcántara está vestido con una guayabera de un naranja festivo y un pantalón beige. Parece hombre costeño. Lo veo sentado frente a un caballete, en su taller de pintura, que está ubicado en el mismo apartamento donde vive junto a su compañera, la fotógrafa Mónika Herrán, en el centro de Cali. Pinta sobre madera.


-"Maestro, ¿una nueva obra para exponer?".

No, es un regalo para Juan Camilo Otero, un amigo. Una mesa pintada por mí. ¿Ve la que está allá? Esa es para mí. Esta, para Juan Camilo. Es que vio una igual que yo le había hecho a otro amigo, con figuras alusivas al diseño precolombino y elementos africanos. Quería comprarme una y le dije que se la regalaba. Y aquí me tiene, pintando.

Seguro, un excelente regalo. Sobre todo si va con su firma: Alcántara. El cuadro que está junto a la entrada del apartamento, expuesto sobre una pared blanca y que lleva su firma, puede ser bastante costoso. Pero no está para la venta. Es un cuadro que hace parte de una serie llamada ‘Retratos de Familia’ y lo pintó en 1992.

Son casi las 11 del medio día de un viernes de febrero y el sol entra a chorros por las ventanas y el balcón del apartamento. No se necesitan bombillos a esta hora. Es que antes, dice el maestro, acostumbraba a pintar en las noches. El problema es que los ojos, con los años, se van agotando. Pedro Alcántara Herrán ya anda por los 66 años. "Por eso ahora mis momentos más creativos se dan en las mañanas", dice sin nostalgia. Y por eso ubicó su taller, que es móvil, donde más llegara la luz del sol. Sigue concentrado con su pincel.

-Maestro, ¿es cierto que usted, cuando apenas tenía 8 años, expuso junto a los ya consagrados artistas Alejandro Obregón y Édgar Negret?

Sin dejar de mirar la figura que pinta sobre la madera, dice que sí. Que eso fue por allá en 1950, cuando su mamá, Ángela Martínez, mandó una obra suya al Salón Nacional de Artistas de ése año y el jurado lo seleccionó. "Creyeron que yo era un artista representante del arte primitivo. Pero sólo tenía 8 años.". Un guiño del destino, maestro.

Para de pintar y se entretiene en una charla llena de risas con Oswaldo López, el fotógrafo que vino a retratarlo. Se conocen desde niños. Sin embargo, a pesar de esa amistad, noto que al maestro poco le gusta que le tomen fotografías, a lo mejor pensará que de tanto tomarle fotos su cuerpo se estará gastando. Aguanta uno, dos disparos, y dice listo, como intentando huir de la cámara. Le insisto para hacer otras tomas. Acepta, quizá por su amigo, que aprovecha para acribillarlo con disparos de su cámara mientras el maestro habla.

-Hablemos de arte y política, que es en donde usted más se ha movido.
-No, de política no hablo. No quiero revivir el problema de la política.

El pintor, que en su juventud estudió un año ciencia política en la Universidad Católica de Roma (el arte lo sacó de esa ciencia para siempre) hizo parte de la Unión Patriótica, UP, en la década del 80. Y pertenecer a ese partido de izquierda en Colombia era cargar una lápida en la espalda. Por eso a finales de los 80 prefirió irse del país durante dos años, a Alemania y Portugal, para no tener que vérselas con una muerte injusta. Por eso, después de ser parlamentario, hoy dice que no le interesa ejercer la política nunca más. Él es pintor. A secas. Y hoy vive tranquilo, alejado de todo lo que huela a política, preocupado más que por el mensaje, por la estética de sus dibujos.


"Aunque le confieso una cosa. Yo, personalmente, nunca me sentí perseguido. Excluido artísticamente sí, por motivos políticos, pero no perseguido".
Entonces, maestro, hablemos de arte. Eso sí es lo suyo. ¿Cuáles son sus proyectos artísticos en este 2009?

Se sienta en un mueble azul y toma aire, porque la respuesta es larga. Arranca diciendo que su proyecto más cercano es una exposición que tiene el próximo 31 de marzo en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de Guatemala. Viaja junto a los también artistas María Thereza Negreiros, Ángela Villegas, Mario Gordillo, Roberto Molano y dos artistas españoles: Santiago Zalabardo y Javier González de Lara.

"La exposición se llama ‘Un pincel y una Pluma’, porque la coincidencia son unos poemas que el gran poeta y crítico de arte español, Luis Hernández del Pozo, nos hizo en algún momento a todos los que estamos invitados. Todos somos sus amigos y a todos nos ha escrito poemas. Qué curiosidad. Será una exposición de más de 50 obras patrocinada por la Fundación Arte Vivo Otero - Herrera. Voy a llevar una obra totalmente nueva. Son dibujos hechos con tintas, carboncillo y grafito, técnicas que hacía años no ejercía".

"En el libro sí se cuenta todo"

Enseguida, el maestro suelta otra chiva cultural. "Otro de mis proyectos para este año en el que estoy trabajando mucho es un libro sobre mi vida y obra. El libro será escrito por el historiador de arte Álvaro Medina, uno de los grandes historiadores y críticos de nuestro país, que por cierto es barranquillero. Es una obra apoyada inicialmente por la Secretaría de Cultura y Turismo de Cali. La idea es publicar el libro con motivo del Bicentenario de la Independencia de Colombia. Estoy trabajando muy fuerte con Álvaro, incluso en días pasados estuvo por acá en mi apartamento repasando cosas".

-¿Y qué se va a contar ahí maestro?

"El libro va a hablar de todo lo que ha sido mi vida, ahí sí se hablará de política. Claro que con parquedad". El pintor se ríe. Sabe que puede ser una oportunidad para que el periodista le dé por preguntar sobre el tema. Entonces, sigue de largo. Pero continúa caminando por la cuerda floja.

"Hay otra idea que me tiene muy ilusionado y ojalá se dé. El alcalde Jorge Iván Ospina me propuso diseñar para Cali un monumento a las víctimas de la violencia. Y esa iniciativa me interesa mucho. Apenas se ha hablado. Pero ya me imagino un gran espacio público donde aparezcan elementos simbólicos que remitan al visitante a lo que ha sufrido nuestro pueblo. No será una estatua ni un monumento contemplativo, sino una gran zona de uso público para reivindicar esas víctimas. Esperemos que todo se dé".


No se sabe de cuál equipo es hincha

Uno de sus gustos es el fútbol y una de sus pasiones es el estudio de las religiones. Después le preguntaré por lo primero, fútbol, si es del Cali o del América, pero gambeteará y dirá que lo que le gusta es el buen fútbol. Y lanzará una perla, en broma. "Claro que si se da el proyecto que tengo con los pintores Mario Gordillo y Roberto Molano de llevar a cabo el mural del estadio del Cali, me vuelvo hincha del verde".

Antes, más serio, decía: "El mural tiene tres elementos básicos: el paisaje del Valle del Cauca, la cultura precolombina Malagana y el deporte. El diseño ya está listo". Se queda pensando y recalca que en el 2009 tiene mucho trabajo entre manos - falta que se concrete - porque por ese tema tan de moda de la crisis económica los proyectos se ponen lentos. Pero no se acelera por tanto trabajo. Eso es síntoma de buena salud profesional maestro, en este caso, buena salud artística.


El día a día

El pintor se levanta muy temprano, a eso de las 5 de la mañana. Ya poco toma café. Prefiere el té verde, que bebe en un pocillo color naranja, que es el de él. Sale todos los días a caminar en las mañanas por el oeste de Cali, junto a Mónika. Le gusta el ejercicio, aunque no es un hombre de rutinas. Ordena su día a través de notas. Pinta en las mañanas, hace diligencias en las tardes, muchas.

Dice que en un excelente chef. Su turno en la cocina es el fin de semana. Y le gusta el buen comer. Sobre todo las pastas y los buenos vinos. "Claro que si hay vinos malos también me los tomo". También le gusta toda la música. Desde la clásica a la salsa y los vallenatos, pasando por Juanes, Shakira, y el hip-hop. "Pero le confieso que tengo una gran pasión por el flamenco". Y lee mucho. Acaba de terminar dos libros: ‘El País de la Canela’, de William Ospina (le fascina la historia) y el otro es el libro ‘El Hombre de Diamante’, de Enrique Serrano.


Ahora habla de arte y cultura en Cali
El maestro vuelve a la carga. "El arte eleva la capacidad de percepción estética de la comunidad. Por eso estoy tan interesado en estos proyectos grandes de arte público. A través de una obra mía puedo contribuir a que las personas aprendan a ver mejor y eleven su concepción estética del mundo. Entonces, nosotros los artistas, también le servimos al país, a la sociedad".

Siempre en su obra se ha visto eso, un compromiso social, un compromiso político. "En mi época de artista joven decían que mi obra era contestataria. Entonces, me encasillaban de forma peyorativa como artista político. Ahora, como la corriente es lo social y lo político en el arte, todo artista lanza su mensaje. Y ya no pasa nada". Sigue, él mismo, buscando su tema, la política.
Entonces, vuelve a cambiar de frente. Y hablamos de la cultura en Cali. ¿Cómo la ve? "La veo bien. Cali como nunca antes había tenido la enorme fuerza cultural que hoy tiene. La ciudad la comparo con Salvador de Bahía, en Brasil, con su intensa mezcla racial. Ambas ciudades tienen una gran expresión cultural. Nos han favorecido e influenciado muchos las migraciones, sobre todo de la Costa Pacífica. Cali goza hoy de unas instituciones culturales sólidas como el Museo La Tertulia y Proartes, además de una Secretaría de Cultura y Turismo que viene trabajando cada vez más unida a ellas y que están decididas a formar al público caleño para aprender a disfrutar el arte. Hoy no descalificaría a ninguna institución cultural en la ciudad, porque todas están haciendo una buena labor".

-Maestro, y tantas críticas que ha recibido el Museo La Tertulia, en el sentido de que ha perdido liderazgo cultural en Cali, ¿cómo las recibe?

"No comparto esas críticas porque conozco la problemática desde adentro. El Museo está en un proceso de reestructuración interna, sobre todo en lo que tiene que ver con su colección. Entonces, el Museo está en un proceso de transición. Y cuando se reabra el edificio nuevo y se reabra la colección, se dirán otras cosas. La labor del Museo y de las personas que trabajan en él es importante, y su actual directora, María Paula Álvarez, ha hecho una muy buena labor. Lo que pasa es que criticar es muy fácil". El maestro hace parte de la junta asesora de artes plásticas del Museo.


¿Usted cree en Dios?

Maestro, hablemos de otro asunto. Sé que una de sus pasiones en la vida es estudiar las religiones, pero, ¿cree en Dios?

Hace una pausa y dice. "Fíjate. Yo creo en la religión como elemento dinamizador de la sociedad. Creo mucho en la tradición judeo - cristiana, pero, igualmente, soy muy respetuoso del Islam, y en general de las ideas propias de cada cultura. Además, la pintura occidental no existiría sin el cristianismo. Porque el Islam niega la posibilidad de reproducir imágenes. Sin la consolidación del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano, y posteriormente sin el desarrollo del catolicismo en occidente, no habría pintura por estos lados del planeta. Entonces, yo no existiría, no podría haber sido pintor. Ése es mi planteamiento como artista".

-Pero maestro. ¿Cree en Dios?
No dice que sí. No dice que no. "Creo en la religión como motor social", reitera y se escabulle.


Premios, política y almuerzo
El pintor ganó durante 5 años casi consecutivos el Salón Nacional de Artistas en los años 60 y 70. Pero el premio que más recuerda fue el primer Salón Nacional que se ganó en 1963, porque no se lo esperaba. Tampoco olvida "el gran premio y la medalla de oro de la exposición Intergrafik de Berlín. En 1980 tal vez. Un premio importante".

Otro orgullo fue haber representado a Colombia en las bienales de Venecia y Sao Paulo, "una felicidad para todo artista". O el primer premio que se ganó en Cali, en una Bienal Americana de Artes Gráficas. "Un premio que me dio mi ciudad". (Su primer gran obra que vendió en Cali la vendió por 400 pesos. Era plata. Un pasaje en avión Cali – Bogotá-Cali costaba 60 pesos. Con la plata lo primero que hizo el maestro fue comprar un pasaje para conocer bien la capital.)

El maestro está más relajado. Entonces el periodista, movido más por la curiosidad, se anima y vuelve a intentar hablar de lo que él no quiere. Le lanza una pregunta.

¿Por quién va a votar Pedro Alcántara en las próximas elecciones presidenciales?
El pintor, que parece olvidarse de su sentencia inicial, responde de inmediato: "Por Sergio Fajardo, ahí sí te respondo. Por la brillante alcaldía que desarrolló en Medellín, por la claridad de sus ideas, por la limpieza de su trayectoria, por ser un matemático, por ser un científico y por ser independiente".

Pintor, y un concepto del Presidente...
Es una pregunta difícil, comprometedora. Pero te respondo. No soy uribista. Pero hay que reconocer que tiene unos méritos innegables. Un hombre trabajador que cree en el país. También lo considero como un hombre que ha contribuido a generar espacios democráticos, pero que también se deben a la propia presión del pueblo colombiano. Innegablemente hoy este es un país distinto y un poco mejor gracias a estos procesos. En Colombia tenemos que dejar de ver las cosas en blanco y negro. Hay que mirar los grises, hay que ser más tolerantes. No podemos ser sectarios y dejar de reconocer los hechos positivos de quienes tienen ideas diferentes.

¿Y qué piensa de la guerrilla de hoy?
Es una forma de lucha obsoleta. El Ché Guevara decía que la lucha armada era la forma más elevada de lucha. Hoy se podría considerar que es la forma más atrasada. Hay otros caminos para resolver los problemas. Salidas políticas, civiles y democráticas. Y si esas vías están abiertas, hay que hacer uso de ellas, como en el caso de Colombia. Por eso digo que la lucha armada que se libra en el país, si bien tuvo un origen histórico justo, hoy es cosa obsoleta.

¿Se considera de izquierda, centro o derecha?
Como un hombre que defiende la democracia, un artista que cree en la democracia. Así me considero. Ya en Colombia no se puede hablar de derecha, izquierda o centro. Te lo dice alguien que hizo parte de la izquierda en Colombia.

Es la 1 y 30 de la tarde de este viernes y Pedro Alcántara se anima a hablar de política. Después vuelve a recordar viejos tiempos con su amigo fotógrafo, viejas historias que le ponen sal al presente. Ahora, maestro y periodista miran el reloj. A la 1:30 p.m. él no es artista, ni político, ni nada, sino un hombre con hambre. Y el periodista igual. No piensa en entrevistas. Hora de buscar el almuerzo. La despedida es inminente.






lunes, marzo 02, 2009

Inesperado reencuentro



El jueves 12 de febrero se cumplieron 25 años de muerte del escritor Julio Cortázar. Días antes, la editorial Alfaguara sorprendió al mundo literario con el anuncio de la publicación en mayo del libro ‘Papeles Inesperados’, una serie de textos inéditos o poco difundidos del autor de Rayuela que fueron encontrados por su viuda, Aurora Bernárdez y compilados por el filólogo español Carles Álvarez. GACETA habló con Julia Saltzmann, directora editorial de Alfaguara en Argentina y encargada de la edición del libro, sobre esta nueva sorpresa de la literatura latinoamericana.



Por Santiago Cruz Hoyos

Revista GACETA - EL PAÍS


Días antes de su muerte, que se dio en la tarde de un domingo 12 de febrero de 1984, Julio Cortázar todavía escribía. Internado en el Hospital Saint Lazare de París, estaba en su cama redactando los textos que acompañarían las diez serigrafías realizadas por el pintor y escultor argentino Luis Tomasello para un libro titulado ‘Negro el 10’. Eran grandes amigos.

Según Mario Goloboff, uno de sus biógrafos y quien narra la anterior historia en el libro ‘Julio Cortázar, La Biografía’, publicado por la editorial Seix Barral, esos textos eran estremecedores, propios de una pluma que sabía que estaba a punto de morir, a punto de terminar su trabajo en la tierra.

Los títulos de los textos eran reveladores de su estado de ánimo: ‘Caballo negro de las pesadillas, hacha del sacrificio’; ‘Ruleta de la Muerte, que se juega viviendo’; ‘Tu sombra espera tras de toda la luz’...

Días después, ese escritor descubierto por Jorge Luis Borges que medía 1.93 centímetros y prefería viajar en tren a tomar un avión, se fue para siempre. En su lecho de muerte lo acompañó su primera y eterna compañera, la traductora argentina Aurora Bernárdez, y Luis Tomasello.
Esos textos escritos en el hospital fueron de los últimos que escribió Julio Cortázar en sus casi 70 años de vida, junto al libro ‘Salvo el crepúsculo’, que recopila lo mejor de sus poesías, y un libro de artículos sobre su país titulado ‘Argentina: años de alambradas culturales’.

El 14 de febrero, narra Goloboff, se llevó a cabo su funeral. La carroza que lo llevaría al cementerio Montparnasse, cambió la ruta establecida y pasó por los jardines de Luxemburgo y la plaza donde se encuentra la estatua de Balzac, en París, ubicada entre los bulevares de Raspail y Montparnasse.

En su funeral no hubo discursos. Cada uno de los asistentes llevó una flor que se lanzó mientras el cuerpo de Cortázar era depositado en la tumba de Carol Dunlop, su última esposa. (En 1967 terminó con Aurora e inició una relación con la lituana Ugné Karvelis, aunque no se casó. Posteriormente Cortázar se casa con Carol).

Ese último día lo acompañaron muchos jóvenes. Porque Cortázar despertaba admiración, pero también cariño. Sus lectores lo sentían cercano, como un miembro más de la familia.

Sobre las causas de su muerte se tejieron miles de mitos. Unos aseguraban que Carol y Cortázar habían contraído una fiebre extraña en un viaje a Panamá. Otros fueron más allá y hablaron de Sida. Pero la verdad es que Cortázar, que venía con una salud maltrecha debido a una hemorragia gástrica que sufrió en 1981 y una pena moral por la muerte de Carol el 2 de noviembre de 1982, murió en París debido a una grave enfermedad: leucemia.

Gabriel García Márquez escribió a propósito de su muerte una columna bella titulada "El argentino que se hizo querer de todos". Lo recordaba por "su profunda voz de órgano de erres arrastradas". También por "sus manos de huesos grandes como no recuerdo otras más expresivas". Y por sus ojos, "muy separados, como los de un novillo, y tan oblicuos y diáfanos, que habrían podido ser los del diablo si no hubieran estado sometidos al dominio del corazón".

De ese escritor que "en privado lograba seducir por su elocuencia y en público fascinaba al auditorio con una presencia ineludible que tenía algo de sobrenatural", Gabo se animó a escribir: "Fue el ser humano más impresionante que he tenido la suerte de conocer".

El escritor Julio César Londoño resalta aún de Cortázar "esa prosa precisa, virtuosa". Y una faceta del argentino que es poco estudiada: la de crítico literario. "Hizo una obra biográfica y crítica impresionante sobre Edgar Allan Poe". Claro que en su concepto, "Cortázar está un peldaño más abajo de genios como Borges y García Márquez. Pero sí he leído muchas de sus obras con placer".

Aunque se creía que ya toda la obra de Cortázar había sido leída, la editorial Alfaguara lanzó una noticia que alegró al mundo cultural. Aurora Bernárdez encontró gran material escrito por el argentino que no se conocía. Una parte de esos escritos son inéditos y el resto, una obra que se difundió en el pasado vagamente y no se tenían noticias de su existencia.

Aurora, junto con el especialista en la obra de Cortázar, el filólogo español Carles Álvarez Garriga, y la editorial Alfaguara, se dieron a la tarea de convertir ese material en un libro que ya tiene título y saldrá al mercado en mayo de 2009: ‘Papeles Inesperados’.

Gaceta habló con Julia Saltzmann, directora Editorial de Alfaguara en Argentina, encargada de editar el libro y una mujer que desde que tiene memoria ha estado involucrada en el mundo de la literatura "tanto, que mi primer trabajo fue en una librería y mi madre era correctora de pruebas". Diálogo sobre ese argentino que se hizo querer de todos y que este año, a través de esos inesperados textos, vuelve a encontrarse con sus lectores desde la eternidad.

Julia, hablemos del hallazgo. Sé que son unas 500 páginas inéditas encontradas por Aurora y Carles...

Antes que nada, una aclaración. Esa cifra de 500 páginas a las que te referís se alcanza ciertamente con material inédito como disperso, es decir que hay textos nunca publicados y otros publicados en distintos medios y en distintos idiomas pero nunca recogidos en un libro, además de haber tenido muy poca circulación y que hoy por hoy son imposibles de encontrar.

¿Dónde se encontró todo el material?
En una cómoda que se encuentra en el primer piso de la casa de París donde convivieron Cortázar y Aurora Bernárdez y donde aún vive su viuda y albacea literaria.

¿Quién se encontró con el material y cómo llegó a él?
Aurora Bernárdez sabía que en la cómoda se conservaban papeles de Cortázar, pero no le había llegado el día de revisarlos a fondo, ya que se postergaba ese momento para cuando tuvieran que ser añadidos a las Obras completas a modo de apéndices. En diciembre de 2006 Aurora decidió encarar la tarea en forma metódica junto al barcelonés Carles Álvarez, iniciándose así el proceso de estudio, clasificación y selección de todo el material.

¿En qué estado estaban esas páginas?
No sabría decirte exactamente, pero sí que había impresos, manuscritos y páginas escritas a máquina, muchas de ellas con correcciones y notas a mano.

¿Tienen claro en qué época escribió esos textos Cortázar?
Hay textos en los que consta la fecha, otros en los que ésta es deducible y otros sobre los que puede tenerse una noción aproximada. Pero lo precioso es que se encuentran producciones de todas las épocas: muy tempranas, de 1938 por ejemplo, hasta posteriores a 1980. Hay un cuento, por ejemplo, que es casi seguro una obra de adolescencia, y también discursos escolares a propósito de fechas patrias. Se lee un Cortázar solemne que resulta desconocido, pero aun en esas piezas es posible atisbar rasgos propios de su persona. El libro resulta apasionante justamente porque atestigua una parábola artística y vital tan amplia, la del hombre que era y el que llegó a ser.

¿Qué dicen esas páginas? ¿Son cuentos? ¿Cartas? ¿Ensayos? ¿Qué podremos leer en ‘Papeles Inesperados’ a partir de mayo?
Se trata de textos de todos los géneros. Hay cuentos, poemas, crónicas de viaje, artículos políticos, crítica de arte, discursos, autoentrevistas. Es un conjunto maravilloso que muestra todas las facetas de Cortázar y permite apreciar su formación de escritor y su evolución como artista y como ser humano. Hay algunos cuentos desconocidos y también versiones diferentes de otros publicados, nuevas historias de cronopios, más episodios de Lucas, un capítulo no incluido en el Libro de Manuel (una escena de sexo) y textos de no ficción desconocidos y de muchísimo valor. A mí estos últimos me gustan muchísimo, sobre todo las crónicas de viajes y las estampas de escritores y artistas: un episodio entre él y unos niños lustrabotas en una ciudad de la India, un recorrido por pueblos de Nicaragua junto a Sergio Ramírez; hay un texto sobre Lezama Lima que es muy hermoso, otro sobre un artista brasileño que fue su amigo y le mandaba por correo botellas de cachaza. Son pequeñas escenas inolvidables. También es importante recordar, ahora que ha pasado el tiempo, con qué vehemencia Cortázar difundió lo que nos estaba pasando en América, qué conciente fue de la urgencia de actuar ante las desapariciones y los asesinatos y toda la violencia que vivía el continente. También valoro mucho una intervención en un congreso en Cuba, donde queda bien expuesta su postura sobre el papel del escritor. En fin. ‘Papeles Inesperados’ es un libro generoso, hay mucho para disfrutar.

Cuéntenos un poco de lo que ha leído. ¿Cómo define esas páginas nuevas? ¿Aún se nota ese humor tan suyo?
Creo que constituyen un gran reencuentro con Cortázar, con todos los Cortázar posibles, que son más de los que a veces se cree. Son páginas que dan mucho placer, conmueven, inspiran admiración, despiertan interés. ¿El humor? Seguro, claro que están presentes también su inclinación al juego, su burla a la solemnidad. Es una lectura que hace revalorizar a Cortázar y dan ganas de volverlo a leer.

¿Cómo es el trabajo en cuanto a la edición del libro? ¿Qué nos puede adelantar al respecto?
La edición está ahora a mi cargo, pero trabajamos en consulta permanente con Aurora y Carles. Acabamos de terminar la edición y corrección y ha sido muy divertido, con largas tandas de consultas y respuestas entre nosotros y la ayuda de una correctora meticulosa, a la que tuvimos que sofrenar a ratos (una vez Cortázar le escribió a una correctora, que le quería cambiar las comas, que no pensaba cambiar su forma idiomática de respirar). El proceso ha sido bastante ‘cortazariano’: rigor y humor.

El 12 de febrero se cumplieron 25 años de su muerte. ¿Qué se hizo en Argentina para homenajearlo?
Lo recordaron todos los medios y se iniciaron exposiciones, ciclos de conferencias, de cine, mesas redondas y actos de homenaje. La conmemoración de sus 25 años de muerte seguirá por varios meses. Por nuestra parte, en Alfaguara lanzaremos este mes la edición definitiva de ‘Salvo el crepúsculo’, en abril un libro para niños y en mayo, como decíamos, los esperados ‘Papeles inesperados’.

Y hoy Cortázar, ¿qué representa para Argentina?
Cortázar es un escritor popular, cuyos lectores se renuevan generación a generación; Rayuela y sus cuentos se siguen reimprimiendo continuamente y están siempre entre los libros más vendidos de la editorial. Y es además una figura muy querida y respetada.



El hombre de la memoria eterna



El segundo día de este año se cumplió el tercer aniversario de muerte del fotógrafo vallecaucano Fernell Franco. En su fundación, ubicada en el barrio Centenario donde vivió el artista, trabajan 24 horas para digitalizar su obra que será expuesta en Estados Unidos y América Latina con el apoyo de la Universidad de Harvard. Gaceta fue hasta allá para reconstruir la vida y la gloria de uno de los mejores fotógrafos del continente en los últimos tiempos. Homenaje.



Por Santiago Cruz Hoyos

Revista GACETA - EL PAÍS


I La muerte
Fue un dos de enero. Año: 2006. Ese día, Fernell Franco, después de haberse duchado (no hacía nada antes de ducharse, era su ritual imprescindible en la vida) se encontraba sentado en la cabecera del comedor de cuatro puestos ubicado en la cocina de su casa en el barrio Centenario, al norte de Cali. Mientras desayunaba, escuchaba atento a Martha Izquierdo, su esposa y cómplice en su oficio como fotógrafo, que le estaba narrando el sueño que había tenido la noche anterior.

Era un sueño premonitorio, un sueño sobre la muerte. "Estabamos en la Plaza de San Francisco y vi gente que cargaba gente, personas muy livianas. Después, estabamos en un caos, una ciudad terrible, como Singapur, Tokio, una cosa fea. En otro momento nos encontramos en una colina, y al fondo un rostro de Jesucristo y muchas velas blancas. Al lado de la colina había un restaurante, donde entramos. Nos paramos, nos fuimos y llegaron Vanessa, Sabrina y Mechas, nuestras hijas, las supuestas dueñas, y nos preguntaron que por qué nos habíamos ido. Les respondimos que porque había gente fumando marihuana. Ellas se quedaron paradas y nosotros nos fuimos a un puente y al fondo se veían unas casas traslúcidas y unos ángeles. El puente nos lleva a un pueblo, un pueblo hermoso. Yo te pregunté que si te querías quedar ahí, y me dijiste que sí. Después volví a ver la ciudad caótica y al rato estaba sola en una llanura", le dijo Martha.

Como era su costumbre, Fernell apeló al humor. La tocó en el brazo, como retándola, como jugando, y le lanzó esta frase interpretando ese sueño fúnebre: ¿Quién se va primero? A las dos horas, sin nadie sospecharlo, él decidió irse para siempre. Un infarto a su maltrecho corazón, que funcionaba a media máquina después de haber sufrido un ataque hacía más de 20 años, le quitó la vida. Era el mal que ha perseguido a su familia. Dos de sus 7 hermanos murieron por la misma causa. De los restantes, a tres les han hecho la operación a corazón abierto.

Cuando Martha Izquierdo llegó al hospital, sólo alcanzó a ver cómo el médico que lo atendió le cerraba sus ojos para siempre. Martha gritó y enseguida se desmayó, quizá como anunciando que una parte de su vida se estaba yendo.

"No me alcancé a despedir. Pero en la noche, tuve otro sueño, que a la larga no creo que fuera tan sueño, fue muy real. Fernell entró a mi cuarto, me tomó la mano. Yo me asusté, le dije: Tú estás muerto. Me dijo que sí, pero que estaba bien. Estoy vivo para vos, estoy vivo en vos, me dijo. Se le veía con una gran sonrisa, con mucha paz, como cuando uno saca 10 en un examen. Me dio un beso en la frente y se despidió para siempre caminando por el cuarto".

Es que Fernell Franco murió casi feliz, contándoles chistes a los médicos que lo atendían. "¿Infarto? No, qué cuento, a mí denme una agüita de toronjil que yo me mejoro con eso", les dijo entre risas forzadas, como para bajarle dramatismo a la situación.

Desde ese dos de enero de 2006, dejó de disparar la cámara Leica, su preferida, la que lo acompañó por toda Latinoamérica retratando edificios, casas, chivas, artistas, prostitutas, billares, bultos amarrados, bicicletas, poderosos como Fidel Castro, escritores como Gabo, ferrocarriles, festivales culturales, animales, galladas. Era su afán por conservar la memoria histórica de Latinoamérica. Porque el que conoce su entorno y su historia, decía, tiene sentido de pertenencia hacia su tierra.

Su funeral fue una verdadera fiesta. Así siempre lo quiso. En la finca La Esmeralda, ubicada en Pichindé, su familia y algunos amigos íntimos como Jennny Vilá, Benjamín Barney, Miguel González, Pakiko Ordóñez, Óscar Campo, tomaron en sus manos las cenizas de su cuerpo cremado y las lanzaron al cielo, frente a unas palmas que el mismo Fernell había sembrado. Partió del mundo a los 63 años de vida y seguro, no se dio cuenta que era un genio de la fotografía, un genio en el manejo de la luz en el color y en el blanco y negro que en los cinco continentes pocos conocían. Claro que Martha, su esposa, tiene otra teoría: Fernell no sufría del ego, nunca se sintió más o mejor que nadie. Por eso parecía tan humilde, tan tranquilo con la vida, consigo mismo, con tanto halago para sus fotos.

II La vida
Fernell Franco nació en Versalles el 20 de junio de 1942. En ese tiempo, el pueblo era una verdadera caldera. Allá liberales y conservadores se mataban con verse, era la guerra bipartidista que marcó a Colombia en esa época. Su padre, que era un liberal de raza y había sido notario del pueblo, se vio acosado por los conservadores que día tras día lo amenazaban para que se fuera. Amenazas de muerte.

Entonces, la familia Franco huyó refugiada en un camión. Llegaron a Cali. Y en el camión iba un niño de 8 años que tenía un ojo prodigioso, el ojo de Fernell, que se maravilló en la ciudad esa misma noche con el milagro de la luz artificial. "En la noche del campo uno tiene el espectáculo de las estrellas en el cielo, y en contraste, lo que yo vi al llegar a Cali fue que aquí las estrellas estaban en la tierra", le dijo a la curadora María A Iovino, una de las personas más importantes en la vida artística del fotógrafo. El testimonio está consignado en el libro titulado Otro Documento, páginas que se imprimieron con motivo del homenaje que se le hizo en 2004 en Cali, España, Brasil y Argentina, países donde se expuso su obra.

Martha recuerda: "Después de su muerte, cuando junto con Vanessa entramos al cuarto donde trabajaba (era un sitio muy privado) me di cuenta de la pasión de Fernell por la luz. Vimos bombillos por todas partes, tantos, que hasta hubiéramos podido montar un almacén. Él veía la luz y su poder donde otros no la podían ver".

En Cali empezó la vida en serio. A los 14 años, Fernell empezó a trabajar. Y el destino le hizo un guiño. Ese primer trabajo que consiguió fue el de mensajero del estudio de fotografía Arte Italia, negocio de propiedad del italiano Otelo Sudarovich, un veterano reportero gráfico de guerra. Fue una experiencia vital. Primero, por el conocimiento de la ciudad. Fernell se la recorría en bicicleta de palmo a palmo todos los días entregando fotos y documentos. (Una de sus películas preferidas era El Ladrón de Bicicletas, de Vittorio Sica).

Franco fue un hombre que se maravilló con la arquitectura de Cali, sobre todo con esos espacios populares del centro. Segundo: en el laboratorio de don Otelo se encontró por primera vez con una cámara fotográfica.

Pero la pasión por el oficio llegó después. "No fui yo quien buscó la fotografía. La fotografía me buscó a mí", le dijo a Iovino. En ese afán por subsistir en esos años de penumbras económicas, donde fue hasta asistente de zapateros en el barrio Restrepo de Bogotá, Fernell se encontró con el trabajo de Fotocinero, el hombre encargado de tomarle fotos a la gente en la calle.

Fueron tiempos difíciles. Primero, por su timidez. Cuando un posible cliente le negaba una foto, pasaban muchas horas antes de que se animara a abordar a otro transeúnte para fotografiarlo. Además, era por esos días de principios de los 60 un pésimo fotógrafo, tanto, que descabezaba a sus clientes en las fotos.

Entonces, desistió del trabajo. Después le ofrecieron un empleo en la Registraduría para que le tomara fotos a la gente que sacaba las cédulas. Allá duró una semana. Se aburrió tanto con esa labor tediosa y mecánica para un hombre que sería artista, que un día salió corriendo del sitio y se liberó de la angustia. No le pagaron un centavo.

En 1962 entró al El País y al periódico Occidente. La fotografía seguía halándolo, fue contratado como fotógrafo. No tenía ni idea de reportería gráfica, por lo que siempre se le veía en los ratos libres en la Librería Nacional con la revista Life en sus manos, que era la revista más importante en el tema en esa época. Aprendía solo. (Como aprendió a manejar a los 60 años un computador MAC sin ayuda de nadie).

"En el periodismo me encontré con un deseo increíble de ser fotógrafo", le confesó a María Iovino, la curadora. Pero su vida como reportero gráfico no fue fácil. No entendía cómo después de cubrir una masacre tuviera que ir a fotografiar una fiesta. Él prefería las fiestas, no la muerte.
Cuando conoció a Alegre Levy, una periodista que se encargaba de las notas culturales, Fernell empezó a asistir como reportero a certámenes artísticos organizados por Fanny Mickey, Santiago García, Enrique Buenaventura y conoció la vida cultural de Cali. Fue una revelación, "sentí que a través de la fotografía, que es un arte, yo también tenía algo qué decir".

Entonces renunció al periodismo, pasó por la publicidad gracias a Hernán Nicholls y Carlos Duque, y después nunca más tuvo un trabajo de oficina. Se dedicó al arte de lleno, se declaró un hombre dueño de su tiempo, de su libertad, así el precio haya sido que sus bolsillos, por muchos pasajes de su vida, estuvieran vacíos.

"No era un hombre que le preocupara mucho el no tener plata. Además, no podía tener un trabajo que no le permitiera crear. Mi papá siempre estaba creando, siempre estaba haciendo algo, necesitaba su tiempo para vivir", explica Vanessa Franco, una de sus tres hijas y la actual directora de la Fundación Fernell Franco ubicada en la misma casa en donde vivió el artista, en el barrio Centenario. Actualmente la propiedad está en vilo. Una deuda con los bancos la tiene embargada. La Fundación está a punto de perder su sitio de trabajo.

Con su tiempo libre, Fernell se dedicó a lo suyo, la fotografía y el arte. Se hizo amigo de artistas como Óscar Muñoz, Ever Astudillo, Luis Ospina, Carlos Mayolo, Gonzalo Arango. Hizo la fotografía de películas como La Mansión de Araucaima, de Calos Mayolo, porque otra de sus pasiones en la vida fue el cine, cine negro, sobre todo las películas de James Cagney y John Huston que veía colado en el Teatro Ángel del centro de la ciudad. "En esas películas me impresionaba el encuentro de la sombra con la luz", dijo.

También viajó. Retrató la memoria y las expresiones culturales de diferentes regiones de Colombia y América. Su primera propuesta artística independiente la tituló Prostitutas, "una obra en donde buscaba la verdad de la vida que no tiene maquillaje, así fuera dura y violenta". A esas mujeres las retrató en un prostíbulo del barrio La Pilota, en Buenaventura

Trabajó en la serie que tituló Interiores, "un proyecto con el que pretendía entender las transformaciones que sufre la ciudad". Era la década del 70 y Cali se estaba modernizando gracias a los Juegos Panamericanos. Fernell quería conservar la memoria de la Cali de antes. Fotografió inquilinatos, edificios antiguos, hitos arquitectónicos de la Cali que se estaban perdiendo y gracias a su lente aún se conservan para la historia.

Años después aparecieron sus otras obras. Billares, por ejemplo, los retrató porque le dio afán de que se estuvieran acabando (Fernell fue un eximio jugador de billar). Amarrados, una serie de fotos de bultos amarrados en las galerías con el que intentaba reflejar sus sentimientos contra la violencia que vivió en Versalles. También aparecieron las series Pacífico, Agua, Retratos de Ciudad, Festivales, Desierto. En fin. Tomó más de 60 mil fotos, aunque el número exacto de su legado no lo sabe nadie. Hoy Eliseo Mendoza y Javier Buitrago, son los encargados en la Fundación Fernell Franco de digitalizar en turnos de 12 horas el material que dejó al fotógrafo. Hasta el momento, han digitalizado 45 mil negativos. Todavía hay muchos cajones sin abrir.

III La inmortalidad

Marío Iovino supo desde que vio todas esas fotos en el estudio de Fernell de que allí estaban atrapadas las fotografías de un genio que quizá sin darse cuenta influenció con sus propuestas y su manejo de la luz a una nueva generación de fotógrafos. "Es el artista que expresa con nitidez la situación de un país marcado por los problemas que derivan del colonialismo y la violencia humana", escribió emocionada.

Entonces, se dedicó a recopilar esa información. El resultado: un homenaje al fotógrafo titulado Otro Documento que se desarrolló en Cali en 2004. Seis galerías, museos y bibliotecas mostraron simultáneamente al público las fotos del artista. También se realizaron exposiciones en España, Argentina y Brasil, donde el público y la crítica especializada lo catalogaron como un grande. Fernell no entendía tanta alharaca. Lo tomó como siempre, muy tranquilo. Como cuando expuso en museos de Nueva York, Washington, Dallas, Puerto Rico y tantas otras ciudades del mundo.

Aún después del homenaje, Iovino no quedó satisfecha. Envió su obra a la Universidad de Harvard, a través del Rockefeller Center para Estudios Latinoamericanos, que cada año le otorga un premio a artistas jóvenes desconocidos que tengan un gran trabajo. Causó tanto impacto la obra de Fernell, que decidieron cambiar las condiciones del concurso y le dieron al premio a él que tenía 63 años. Corría el año 2005 y fue como ganar un Oscar. El premio: una gran exposición que se realizará en Boston y el inicio de su merecido reconocimiento internacional.

Pero José Falconi, el curador del Rockefeller, no alcanzó a llegar a Cali en la fecha prevista para verse con el artista y repasar su obra para la exposición. Aplazó el viaje y Fernell no alcanzó a disfrutar el premio. Murió sin ver a Falconi.

"Pero la obra, nos dijo Falconi, se tenía que mostrar al mundo a como diera lugar. Entonces organizamos la fundación Fernell Franco, y nos ordenó: escaneen todo el material de su padre. Ya llevamos 45 mil negativos escaneados, en un trabajo de 24 horas, pero aún falta mucho material por trabajar. La idea es terminar esta fase del proyecto en marzo, porque el compromiso es reunirnos con Falconi en ese mes y definir la exposición que vamos a hacer en Boston, Bogotá, y un país de Latinoamérica. También Harvard va a financiar un documental sobre la obra de mi padre escrito por 5 investigadores, entre los que posiblemente estarían María Iovino y José Falconi", cuenta Vanesa.

Y entonces, ese día el artista se volverá inmortal, eterno, como cuando sus cenizas fueron lanzadas al cielo. Fernell Franco murió satisfecho porque cumplió su objetivo: conservar la memoria histórica de América Latina. Ahí está toda su grandeza, es el fotógrafo de la memoria eterna.